Actions

Work Header

Rating:
Archive Warning:
Categories:
Fandoms:
Relationships:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Series:
Part 1 of Skk finding home
Stats:
Published:
2025-07-06
Updated:
2025-08-10
Words:
29,660
Chapters:
4/19
Comments:
39
Kudos:
115
Bookmarks:
21
Hits:
2,364

The day a hobo picked up two stray puppies

Summary:

Chuuya never imagined that the peaceful day he'd planned would become the final reality punch he needed to radically change his life. He couldn't help it; that damn waste of bandages wasn't going to save himself.

orrr Chuuya discovers the abuse Dazai suffers and decides they can't stay there anymore.

orrrrr Dadzawa finds a stray puppy and kitten and gives them a home :'D

 

Also this work will be written in spanish, sorry but I don't feel confident enough to write in english. (╥﹏╥)

Notes:

Holaaa este es el primer fanfic que publico así que espero no hacerlo tan mal ⸜(。˃ ᵕ ˂ )⸝♡
También quiero decir que los eventos de Fifteen y Stormbringer ya sucedieron y tal vez sean algo confuso pero imagínense que todo ya pasó entre los 12 y la primera mitad de los 13 añitos. O sea, Chuuya y Dazai se conocieron a los 12, todo lo de Verlaine y la muerte de las banderas pasó a los 13 pero aún no es el siguiente cumpleaños de Chuuya así que sigue tienendo 13, entienden? espero que sí (。•́︿•̀。)
yyyyy también quiero aclarar que realmente no pienso que Mori sea un pedófilo pero por el bien de la trama lo puse así.
Espero que no haya hecho los personajes muy ooc o muy cringe...
Sin más que decir, disfruten ❤

Chapter 1: Just trust me, please

Notes:

Capítulo editado: 11/08/2025

Advertencias:
• Referencias/Mención de violación
• Autodesprecio

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El perpetuo sonido del reloj marcando los segundos no ayudaba en absoluto a su irritable humor. No había dejado de mirar la hora cada minuto, esperando —aunque no quería admitirlo— ese característico chirrido de la puerta y el sonido descarado de esos pasos que solo podían pertenecer al único insensato capaz de desatar su furia sin morir en el intento.

El cielo llevaba horas oscurecido, la comida ya estaba fría, y él seguía sentado, como un perro bajo la lluvia, esperando a su amo. 

Odiaba admitir cuánto le afectaba. Definitivamente no lo estaba esperando.

Encendió su celular una vez más. Ninguna notificación. Volvió a revisar el chat bajo el nombre “Caballa”. Releyó el último mensaje:

Encontré cangrejo en oferta. Día libre. ✓✓

Las dos marcas de verificación se tiñeron de celeste apenas unos minutos después de que lo enviara, lo que le hizo pensar que era cuestión de tiempo para que su casa fuera invadida por una caballa envuelta en vendas.

Palabra clave: pensó .

Ya habían pasado 5 horas, 57 minutos y 39 segundos desde entonces.

No esperaba una respuesta —Dazai nunca responde, solo aparece como garrapata— ni que llegara rápido. Estaba convencido de que tendría un par de horas más de paz.

Pero pasaron tres... cuatro... cinco... casi seis.

No es que estuviera dolido. ¡Por supuesto que no! Obviamente estaba rebosante de felicidad. Un día menos de tener que lidiar con aquel desperdicio de vendajes. 

Y claro que no estaba abriendo una botella de vino barato por eso.

¡Definitivamente no era por eso!

No es como si hubiera ido al supermercado específicamente para comprar el mejor cangrejo de la tienda. Ni como si hubiera pagado de más para obtener la mejor pieza. Ni como si hubiera estado ensayando la receta durante días para que saliera perfecta. Ni como si hubiera estado esperando semanas por un día libre para preparar su comida favorita.

¡No, definitivamente NO!

Simplemente pasó por una tienda con buen cangrejo, se le antojó el más caro, el amable señor le dio la mejor pieza, llegó a casa, siguió una receta complicada —que, gracias a su maestría culinaria, le salió perfecta— y pensó que sería buena idea invitar al idiota de su compañero… solo para asegurarse de que el bastardo estuviera en condiciones para la próxima misión.

Sí. Por supuesto que eso fue lo que pasó.

El tic-tac del reloj volvió a perforar sus sentidos. Miró otra vez.

12:01 a. m.

—No va a venir —murmuró.

Soltó un suspiro cargado de frustración.

¡Estaba enojado, nada más!

Echó un vistazo a la comida. Su mirada se tornó sombría; su expresión se deformó con disgusto.

Ya ni sé para qué me esfuerzo.

Con pereza se levantó de su asiento, recogió los platos intactos y los dejó sobre la encimera, cerca del tacho de basura. Iba a deshacerse de ellos.

Cada segundo de silencio hacía que el tic-tac del reloj se volviera más agudo, más irritante. ¿Acaso no podía tener un momento de paz?

—Necesito cambiar ese maldito reloj —gruñó.

Se masajeó la sien, respiró hondo. El único que merecía su furia era la momia andante. El reloj no tenía la culpa.

Aun así, no podía evitar preguntarse:

¿Estará bien? ¿Le pasó algo? ¿Estará en una misión? ¿Lo habrán herido?

¿Y si había intentado suicid—?

¡No! ¡No debía pensar en esas estupideces!

La muerte odiaba a ese hombre. Además, no era su niñera las 24/7. Si quería lanzarse del edificio más alto, no era para nada su problema. ¿Verdad?

¿Verdad...?

Tal vez... podría ir a echar un vistazo. Pasar por su “casa” cuando saliera el sol, dejarle algo de cangrejo enlatado —seguramente no comía en días— y, de paso, darle unos golpes por haberlo dejado en visto.

Sí, solo eso.

No estaba preocupado. Solo se aseguraría de que aún respiraba, para evitar tener que limpiar su cadáver.

¡Eso era todo!

Por ahora, decidió dejar sus pensamientos a un lado. Abrió el contenedor de basura y arrojó la comida fría de uno de los platos a la bolsa negra. Estaba por vaciar el otro plato cuando de repente...

Ding-dong

¿Ese era el timbre? ¿Quién demonios venía a molestarlo a esta hora? ¡Y justo en mitad de la noche!

Dejó el plato en su sitio y caminó por el pasillo, su mente ya imaginando escenarios posibles:

¿Sicarios? ¿Alguna banda enemiga? ¿Debería capturarlos e interrogarlos?

No tenía energías para lidiar con lo que fuera que estuviera del otro lado. Así que sería compasivo y les daría una muerte rápida. ¡Qué suertudos!

Su día no podía empeorar...

¿Cierto?

Solo para estar seguro, tomó el cuchillo que siempre dejaba en la mesita junto a la puerta, por si acaso. Respiró hondo y, con las mismas ganas de vivir que un zombi, abrió la puerta, listo para atacar a quien estuviera al frente.

La puerta se abrió con un chirrido.

Y el mundo se detuvo.

El cuchillo en su mano se volvió ligero. El aire, pesado. El pasillo, más estrecho.

Ahí estaba ese rostro inconfundible, uno con el que se topaba todos los días en el trabajo.

Un silencio espeso se instaló, tanto que el propio tic-tac del reloj parecía sofocado. Pasaron segundos, o tal vez minutos, hasta que encontró su voz:

—Dazai…

Tenía tanto que decir. Estaba furioso. Quería preguntar dónde había estado, por qué no llegó antes, si le pasó algo... Pero lo único que salió fue:

—¿¡Qué mierda crees que haces aquí, idiota!?

Esperó la típica respuesta que daría inicio a una discusión tan ruidosa como absurda, posiblemente lo suficientemente fuerte como para despertar a los vecinos. Pero pasaron los segundos y no obtuvo ni una sola palabra.

Eso era raro.

Chuuya repasó a su compañero de pies a cabeza con la mirada. Sus ojos se detuvieron en los pantalones oscuros. Era fácil ocultar manchas con ropa negra, especialmente de noche, pero su buena vista no le falló: una zona de la tela se veía extrañamente oscura.

¿Se le habría derramado algo? ¿Estuvo bebiendo?

Volvió a inspeccionar su rostro. Los vendajes estaban más sueltos de lo habitual, casi cayéndose. Los mechones castaños se le pegaban a la frente, quizás por el sudor. Y sus ojos…

Oh, Dios.

¿Estaban… rojos?

¿Había estado llorando?

Y, por si fuera poco, el brillo juguetón que siempre lo acompañaba al dirigirse a Chuuya no estaba.

En su lugar... nada. Solo un vacío profundo, sin fondo, que lo miraba de vuelta.

Sabía que no debía precipitarse ni entrar en pánico, pero era difícil evitarlo.

Dazai estaba ahí, en medio de la noche, mudo, inmóvil. Como una muñeca rota.

Las alarmas estallaron en su cabeza.

Algo no estaba bien.

Quería presionarlo en ese mismo momento, exigirle respuestas. Tal vez incluso patearle el trasero a quien se atreviera a hacerle algo, como una forma de desestresarse. Kouyou siempre decía que fumar a esa edad detendría su crecimiento. Le mostraría a Dazai quién era el verdadero enano. ¡Ya verá!

Pero debía calmarse. Necesitaba pensar con la cabeza fría.

Adoptó una postura más relajada y, sin decir una palabra, tomó la muñeca contraria con firmeza. No le dio opción a reclamos. Dazai soltó un quejido leve, pero no opuso resistencia. Chuuya notó que cojeaba ligeramente.

Algo definitivamente andaba mal.

¿Estaba herido?

Lo condujo hasta el sofá, uno de esos tan caros que dolía mirarlos, y lo sentó con brusquedad disfrazada de indiferencia.

—Quítate esos trapos. Te traeré un cambio —dijo con un tono irritado, intentando esconder su preocupación.

Fue a su habitación dejándolo solo. Entró a su enorme ropero que más parecía una habitación entera.

Aún así, encontrar ropa no le costó nada.

Dazai había invadido su armario tantas veces que ya tenía espacio propio.

Estaba por regresar cuando su mirada se desvió hacia el baño contiguo, exactamente al botiquín de primeros auxilios. Lo tomó sin pensarlo.

Más vale prevenir que lamentar.

Al regresar a la sala, Dazai no se había movido ni un centímetro. Seguía mirando la nada, perdido en sus pensamientos. Chuuya ya no soportó más.

—¿¡Pero qué mierda te pasa!?

Tiró la ropa y el botiquín a su lado con más brusquedad de la que pretendía. Dazai se sobresaltó, fijando la mirada en él y luego en los objetos.

El silencio volvió, tan denso que pesaba.

—¿¡Qué mierda esperas!? ¿¡Debo darte permiso o qué!? —explotó Chuuya. Estaba hirviendo de rabia. Primero lo dejó esperando por seis malditas horas. Luego apareció a medianoche sin decir una palabra, y encima ahora solo se quedaba ahí, como un muñeco. —Si esto es otra de tus bromas, juro que—

—C-Chuuya...

¿Escuchó bien?

¿Ese fue... Dazai?

¿El temido Demonio Prodigio?

No se dio cuenta de cuánto había estado inmerso en su cabeza hasta que oyó su nombre otra vez.

—Chuuya, prométeme que no le dirás a nadie lo que verás.

Su voz ya no era tan rasposa como antes, pero seguía arrastrando el cansancio, el dolor… y una especie de resignación. Como si ya hubiese aceptado que no había salida para lo que lo atormentaba.

Chuuya no entendía nada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, aún con molestia en la voz. Aunque en el fondo, ya ni siquiera sabía qué sentía entre tanta confusión.

—Solo quítate la maldita ropa. Ya sé que tienes heridas nuevas, te vi cojear. Voy a curarte. No puedo confiar en tus inútiles manos para eso.

Dazai se encogió en su lugar, como si hacerse más pequeño pudiera protegerlo.

Chuuya frunció el ceño. No sería la primera vez que veía sus cicatrices; en más de una ocasión lo había ayudado a coser y vendar heridas. No entendía por qué ahora se mostraba tan reacio.

Dazai apretó la mandíbula.

—Promételo, Chuuya.

Esto ya era demasiado.

—No sé por qué mierda haces tanto lío, Dazai, pero ya no—

—¡Dije que lo prometas!

Chuuya quedó paralizado.

¿Dazai había… gritado?

Esto ya no era solo raro. Era una pesadilla.

¿Dónde estaba el invencible demonio al que todos temían?

Lo único que tenía frente a él era un niño quebrado.

Respiró profundo. Si se dejaba llevar por su mal genio no llegarían a ninguna parte. Levantó ambas manos, mostrando que no ocultaba nada, y lo miró directo al único ojo visible.

—Está bien. Lo prometo.

El castaño lo observó sin pestañear, atravesándolo como si quisiera arrancarle la verdad desde dentro. El silencio se alargó, tan denso que Chuuya podía oír su propio pulso en los oídos. Solo cuando Dazai cerró los ojos y sus dedos buscaron el cinturón, el mundo volvió a moverse.

—Confío en ti, Chuuya.

Esas palabras provocaron un calor extraño dentro del pelirrojo. Uno que se negaba a nombrar. 

El mundo era cruel. No había lugar para vínculos en la Port Mafia.

Vio cómo los dedos de Dazai temblaban apenas, traicionando la fachada que tanto se empeñaba en mantener. El cierre bajó con un sonido que le pareció brutalmente alto en medio de la quietud.

Cuando se bajó el pantalón lo suficiente como para revelar una mancha de sangre en la tela blanca, Chuuya reaccionó de inmediato, buscando vendas, algodón, alcohol… hasta que una mano fría lo detuvo.

Se giró con brusquedad.

—¿Qué demonios…?

¿Acaso Dazai estaba jugando con él otra vez?

Dazai sostenía su mirada con un cansancio seco, casi sin vida.

—No es necesario, chibi. Estoy bien.

—Una mierda. No voy a dejar que eso se infecte hasta que te pudras por dentro —escupió Chuuya, cada palabra cargada de rabia contenida—. Acepta la maldita ayuda.

Dazai vaciló unos segundos, luego soltó su agarre.

—No hagas preguntas.

—Nunca las hago, idiota.

El castaño seguía dudando, pero finalmente retiró la tela.

No era la primera vez que Chuuya lo veía desnudo. Las misiones compartidas y los baños improvisados ya los habían dejado sin vergüenza. Así que, con eficiencia, buscó la causa del sangrado.

Pero al notar que la sangre no venía de sus muslos sino de entre ellos…

—¿Chuuya? —la voz de Dazai sonó distante, como si viniera desde el fondo del agua.

Chuuya no respondió.

Dazai bajó la vista, incómodo, deseando que todo terminara. Quería hundirse en cualquier sitio, desaparecer. Sabía que habría preguntas, pero no pensaba responder. No podía.

Pero, al parecer, Chuuya no opinaba lo mismo.

—¿Quién fue?

Su voz sonó serena, pero Dazai no se dejó engañar. Chuuya estaba a segundos de iniciar una masacre.

—Chuuya, ya te dije que no—

—¡Que no haga preguntas! Sí, me vale una maldita mierda. ¿¡Quién carajos fue!?

Dazai se encogió. Esto no estaba saliendo bien.

Mientras tanto, la mente de Chuuya era un caos absoluto. Una avalancha de preguntas lo azotaba: ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?... pero, sobre todo, ¿ quién fue?

Quien fuera que sea, lo haría pagar.

Con sangre.

¿Era por esto que Dazai no había aparecido durante todas esas horas? Debió buscarlo antes. Debió ir a verlo en su maldito contenedor.

Debió preguntarse si le había pasado algo.

Eres un inútil, Chuuya. No puedes proteger a nadie.

Dazai no necesitó adivinarlo: la tormenta estaba ahí, ardiendo detrás de esos ojos azules.

Estúpida babosa… seguro se está culpando.

Le tomó las manos con cuidado, sintiendo la tensión en los nudillos blanqueados de Chuuya. Fue un gesto simple, pero con un mensaje claro: cálmate .

Chuuya captó la señal. Inspiró hondo y lo miró, conteniéndose.

—Bien, ahora que el perro se calmó, será mejor que—

—Dazai, dime quién fue.

El vendado soltó un suspiro que más parecía un gruñido cansado.

—Las babosas de verdad no tienen oídos. ¿No me escuchaste, Chuuya? Te dije que no hagas preguntas.

—No te estoy preguntando. Dime quién fue.

Un destello burlón pasó por la mente de Dazai.

Ah… parece que el perro quiere darle órdenes al amo.

—No sé quién fue. No puedo decírtelo.

—¡Maldita sea, Dazai! Sé que estás mintiendo. ¡Dímelo de una vez!

—No puedo. Solo... déjalo así.

—¿¡Por qué no quieres decírmelo!? ¿No confías en mí?

—No es eso…

La mandíbula de Chuuya se tensó tanto que le dolió. Necesitaba golpear algo, romper algo, lo que fuera para apagar la rabia. Si era al culpable, mejor. Pero Dazai no diría nada. Jamás lo haría por voluntad propia. Entonces, solo quedaba un camino.

Se llevó la mano al bolsillo.

—Bien. Si es así, llamaré al jefe. Que él se encargue de revisarte.

El teléfono apenas rozó su mano cuando Dazai se lanzó a sujetarle los brazos, con una fuerza desesperada que casi lo hizo retroceder.

Chuuya lo miró… y un escalofrío le atravesó la espalda.

El vendado no estaba enfadado. Ni molesto.

Estaba asustado.

El terror se le dibujaba en los ojos, crudo y sin máscara.

—No lo llames… por favor —dijo con un hilo de voz. No fue una orden. Ni una queja. Fue una súplica.

Chuuya sintió que algo en su interior se quebraba. Bajó el teléfono despacio, como si cualquier movimiento brusco pudiera hacer que Dazai se rompiera del todo. Lo guardó.

—Está bien. No lo llamaré, ¿ok?

Dazai exhaló, pero el temblor no lo abandonó. El miedo seguía allí, aferrado a él como una sombra imposible de arrancar.

Y Chuuya… Chuuya sintió cómo la culpa le subía como ácido por la garganta.

Bien, Chuuya. Sigues jodiéndola. Y En grande.

Sabía que esto debía manejarse con delicadeza. Una delicadeza que no estaba en su naturaleza.

Pero podía intentarlo. Por Dazai.

—¿Qué tal si te das una ducha primero? —preguntó, modulando la voz como si temiera que cualquier aspereza rompiera algo invisible.

Esperó una señal. Dazai asintió, apenas un leve movimiento de cabeza. Suficiente.

Chuuya tomó la ropa limpia, el botiquín, y se encaminó al baño.

—Iré a calentar el agua.

Ya en el baño, dejó las cosas en un estante. Abrió el grifo de la bañera y observó cómo el agua comenzaba a llenar el silencio.

Y entonces, los pensamientos lo atacaron.

Dazai apareció en su puerta. Sangrando entre las piernas. A medianoche.

Si no fuera porque no soñaba, juraría que era una pesadilla.

Al principio pensó que el jefe le había dado una misión de último minuto. Dazai solía ignorar el papeleo o lo hacía mal a propósito. Mori parecía disfrutar de su comportamiento infantil, usándolo como excusa para mandarlo a más trabajos de campo.

Pero si eso fuera así, le habría respondido su mensaje con una broma o un insulto, como aviso a que no se aparecería por un tiempo. En su lugar, solo hubo silencio.

Y eso solo significaba una cosa.

Algo pasó en el camino.

¿Lo atacaron? ¿Lo secuestraron? ¿Lo drogaron?

Imposible, Dazai puede parecer débil, pero nunca baja la guardia, nunca lo toman desprevenido y es mucho mejor en combate que gran parte de la Port Mafia —aunque jamás le ganaría a Chuuya, por supuesto—.

Si lo hubieran secuestrado, estaba seguro de que habría ideado una docena de planes de fuga antes incluso de llegar a la guarida.

A menos… que lo hubieran drogado.

No. Sus ojos estaban claros. No había somnolencia, ni mareo.

Solo quedaba una posibilidad.

Alguien capaz de quebrar al mismísimo Demonio Prodigio.

Alguien a quien el mismo demonio teme.

¿Había alguien así?

No conocía a nadie salvo…

No.

Imposible.

Eso no podía ser cierto.

¿Cierto?

Pero cuanto más lo pensaba… más sentido tenía.

¿Cómo no lo vio antes?

Recordó cómo Dazai se tensaba cada vez que quedaban solos con Mori. Esa mirada que, sin palabras, le rogaba que no lo dejara ahí.

Siempre pensó que Mori lo trataba con favoritismo. Que simplemente tenía una debilidad por él. Como Kouyou con él mismo.

Pero, ¿y si no?

¿Y si Mori no veía a Dazai como su protegido… sino como un juguete?

Una muñeca.

Una muñeca que podía romper y coser a su antojo.

La idea le revolvió el estómago.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un suave golpeteo en la puerta.

—¿Chuuya? ¿Todo bien? ¿Ya puedo entrar?

No. Nada estaba malditamente bien.

—¡Sí! ¡Solo dame un momento!

Cerró el grifo justo antes de que el agua se desbordara. Se quitó un guante, dejó que el vapor le acariciara los dedos y comprobó la temperatura. Perfecta.

Abrió la puerta.

Dazai estaba ahí, desnudo, envuelto apenas en una toalla que colgaba floja de su cintura. No había rastro de vergüenza, ni de intención de pedir permiso: simplemente entró. La toalla cayó al suelo como si no existiera y se sumergió en la bañera con un movimiento brusco, haciendo que el agua se derramara y golpeara el piso en un charco tibio.

No pareció importarle.

Chuuya rodó los ojos, contuvo un comentario y se agachó para secar el desastre. Luego se acercó con los productos de baño, colocándose en un banquito a la altura justa.

Se quitó el otro guante. El champú, caro como un mes de sueldo, se deslizó entre sus manos antes de hundir los dedos en el cabello de Dazai.

El castaño cerró los ojos, y por unos segundos todo fue silencio. El agua goteando, el roce de los dedos. Calma.

Hasta que Chuuya habló.

—Fue Mori, ¿verdad?

El estremecimiento de Dazai fue casi imperceptible, pero Chuuya lo sintió como una vibración en la piel.

—Ya sé que fue él. No intentes negarlo.

Un suspiro cansado, rendido.

—Solo… olvídalo, chibi.

Chuuya apretó la mandíbula.

—¡No puedes venir con esta mierda y esperar que lo olvide, maldita sea!

Dazai se abrazó a sí mismo, y su mirada se endureció.

—Deja de hacer un escándalo.

Chuuya no sabía si quería partirle la cara a Mori o a Dazai.

—¿Escándalo? ¡Me acabo de enterar de que mi jefe abusó de mi compañero! ¿Y lo llamas escándalo?

—No importa. Estoy acostumbrado.

El mundo de Chuuya se quedó sin aire.

—¿Acostumbrado? Dazai… esta no es la primera vez, ¿cierto?

El silencio fue una respuesta más cruel que cualquier palabra.

Chuuya tragó, apretó los nudillos, y decidió no presionar. No ahora.

Siguió lavándole el cabello, más cuidadoso aún, como si sus manos fueran lo único suave que le quedaba en ese mundo.

Al terminar, tomó el jabón líquido. Pero dudó.

¿Estaría bien que lo tocara?

Dazai pareció notar la vacilación y se dejó caer más cerca a su lado como prueba de su consentimiento. Chuuya entendió el gesto y empezó a limpiar su cuerpo con el mismo cuidado.

Cada caricia revelaba cicatrices. Chupetones. Rasguños. Golpes.

Su piel pálida hacía que cada marca resaltara más.

Necesitaba matar a alguien.

Ahora.

Intentó concentrarse, pero no podía dejar de pensar.

Todo le había caído como una avalancha y sabía el porqué Dazai insistía en no mencionar el tema, realmente no había nada que pudieran hacer.

Estaban bajo las órdenes de Mori. El hombre con más poder en Yokohama. Incluso fuera del país. No podían simplemente enfrentarlo. Chuuya no podía simplemente llegar y resolver todo con unos golpes.

Cualquier intento significaría la muerte.

Una vez más… no podía ayudar a nadie.

Todo sería tan fácil si simplemente pudieran abandonar todo, si tan sólo pudieran dejar todo atrás y empezar de cero…

¿Y si pudieran escapar?

¿Y si dejaran la Port Mafia atrás?

¿Y si comenzaran una nueva vida… juntos ?

Finalmente el baño terminó. Dazai salió del agua y se sentó en el banquito que antes ocupaba Chuuya. El pelirrojo le pasó un par de toallas para secarse y dejó junto a él la ropa limpia y sus vendajes favoritos. Luego, se colocó detrás de su compañero con la secadora en la mano.

—No me gusta usar esta cosa, pero no puedo dejar que te resfríes.

Dazai se encogió de hombros, dejando que el zumbido ahogara cualquier palabra. El cabello quedó seco, las vendas firmes, la ropa ajustada.

Todo había terminado.

Sin decir nada, Dazai salió del baño y fue directo a la cama de Chuuya, dejándose caer como si fuera suya por derecho.

Chuuya lo observó con una mezcla de fastidio y resignación. Estuvo tentado a tirarlo por la ventana, pero había algo más importante que discutir.

—Dazai… —la voz le tembló, pero habló.

El vendado levantó apenas la vista.

Chuuya respiró profundo antes de soltar la bomba.

—Escapemos de la Port Mafia.

El silencio cayó como un peso. Dazai se giró lentamente, sus ojos fijos en él como cuchillas.

—¿Qué dijiste?

—Sé lo que estás pensando —continuó Chuuya con voz firme—. Pero hablo en serio.

Dazai lo miró con dureza. Su tono fue seco, claramente molesto.

—Chuuya, no sabes de lo que estás hablando.

—Claro que lo sé. Y sé que suena a locura, pero te pido que me escuches.

—¿Tienes idea de lo que implica eso? ¿De lo que significa decir algo así? —su voz era hielo puro.

—Que nos cazarán. Que no descansarán hasta encontrarnos por traidores. Lo sé. Pero dime, ¿nunca has imaginado una vida mejor que esta?

—Basta. ¿Te estás escuchando, Chuuya?

—Ya lo pensé. Y sé que esto… todo esto… nos está destruyendo. ¡Solo mírate, Dazai!

—¿Y piensas escapar así, sin más? Mori ordenará nuestra búsqueda en cuanto note nuestra ausencia.

—Tengo una idea. Podemos viajar a otra ciudad, otro país. Solo debemos alejarnos lo suficiente, encontrar un lugar donde nadie nos reconozca y comenzar de nuevo.

—¿Tú crees que es tan fácil? Si fuera así, ya todos lo habrían hecho.

—Pero nosotros no somos cualquiera. Somos el mejor equipo de la Port Mafia, ¡por dios!. Nosotros podemos hacerlo, juntos.

Dazai lo atravesó con la mirada.

—¿Y tus subordinados? ¿Y Kouyou? ¿Piensas abandonarlos?

Chuuya vaciló.

—Yo…

—¡Solo olvídalo, Chuuya!

El grito lo dejó sin palabras. Jamás lo había escuchado así.

Pero no pensaba dar marcha atrás. Ya había tomado una decisión. Incluso si tenía que dejarlo todo atrás.

Con voz suave, se acercó lentamente.

—Dazai.

El castaño se giró, dándole la espalda, hundiéndose bajo las sábanas.

Chuuya se sentó junto a él.

No era bueno con las palabras. Ni con emociones. Pero intentaría, por él.

—Dazai... sé que hemos tenido nuestras… diferencias. Pero me preocupo por ti, ¿sabes? Puede que me cueste decirlo, pero sé que siempre estás ahí. Siempre confío en que me cubrirás la espalda, y aunque no lo admitas, sé que haces todo lo posible para que yo no salga herido.

Guardó silencio un momento antes de continuar.

—Sé que esto suena cursi, pero… lo que quiero decir es… ¿puedes confiar en mí?

Hubo silencio. Largo. Denso. Hasta que una voz apagada respondió:

—Chibi es un estúpido. Ya debería saber que confío en él.

Una sonrisa involuntaria se dibujó en el rostro de Chuuya.

—Bien, señor sabelotodo. Solo quería confirmarlo.

Volvió el silencio, pesado, como si el aire se hubiera espesado. Dazai se incorporó lentamente, apoyándose en un brazo, y lo miró de frente. No había sonrisa, ni sarcasmo, ni máscara.

Era el verdadero. No el demonio. No el estratega. Solo… Dazai .

—Chuuya, sé que solo quieres ayudar… pero no arruines tu vida por mí.

—No estoy arruinando nada. Esto lo hago por los dos —contestó sin titubear—. Porque sé que es lo mejor.

—¿Y qué hay de Kouyou? Pensé que veías a la Port Mafia como tu familia.

Chuuya desvió la mirada, pero cuando volvió a alzarla, sonrió con una calidez que rara vez dejaba escapar.

—Tú también eres mi familia, Dazai. Y no pienso quedarme de brazos cruzados cuando alguien de mi familia necesita ayuda.

El ojo visible de Dazai se abrió apenas, incrédulo. Un segundo, dos… antes de que, sin aviso, se acercara hasta él y hundiera el rostro contra su pecho.

Chuuya sintió cómo su camisa comenzaba a humedecerse.

Casi entra en pánico, pero eso no evitó que lo abrazara sin dudar, acariciando con delicadeza los mechones recién lavados.

—Chibi de verdad es un idiota —susurró Dazai, con la voz quebrada.

Chuuya rió suavemente. Lo dejó desahogarse, sin prisas.

Pasaron unos minutos así, hasta que Dazai levantó la cabeza. Tenía el ojo visible hinchado y húmedo, con rastros de lágrimas secas en las mejillas.

—Sobre ese escape del que hablabas… —dijo con voz grave.

—¿Sí?

—Tu plan es muy simple, babosa.

—¿Eh?

—Si queremos irnos, necesitaremos algo más elaborado.

Chuuya lo miró con atención. ¿Eso significaba…?

—Parece que el sombrero se comió el cerebro de chibi. Cada vez más tonto. Obviamente voy a escapar contigo. No puedo dejar que hagas alguna estupidez. ¿Quién más me va a comprar mi cangrejo enlatado?

Chuuya bufó, aliviado de oír de nuevo su tono burlón.

—¿Soy tu billetera con patas, o qué?

—Sí, y muy diminuta, debo agregar.

Esta vez, Chuuya no se contuvo y le dio un golpe en la cabeza.

—¡Eres un idiota!

El castaño fingió un quejido dramático.

—Ay, Chuuya es un bruuutooo.

—¡Ya verás quién queda bruto después de los golpes que te voy a dar, desperdicio de vendajes!

El castaño estalló en carcajadas. Chuuya terminó riendo con él. Por un momento, se sintieron normales.

Cuando el silencio regresó, Dazai volvió a apoyar su cabeza en el hombro del otro.

—Ya tengo una idea de cómo salir de aquí.

Chuuya parpadeó. Siempre le sorprendía lo rápido que Dazai podía formular un plan.

—Hay trenes que salen de la ciudad al amanecer. No hay mucha seguridad. No pedirán papeles. No nos llevarán lejos, solo a ciudades cercanas, pero eso nos dará tiempo. Mori revisará primero el aeropuerto, así que ganaremos ventaja. Y tengo un par de formas para desviar su atención cuando sea necesario.

Chuuya suspiró.

—Supongo que tendré que empacar.

Dazai asintió. Chuuya intentó moverse, pero el otro se le pegó como un koala.

—Hey, ¿sabes que tenemos las horas contadas?

—Chibi es un aguafiestas.

Chuuya rodó los ojos, resignado. Pero no lo apartó. En su lugar, empezó a hacer una lista mental de todo lo que necesitarían. Su pensamiento fue interrumpido por una suave voz.

—Por cierto… ¿Chuuya aún tiene ese cangrejo que me prometió?

Chuuya soltó un bufido.

—Estoy seguro de que aún queda un plato en la cocina. Te lo calentaré.

El brillo en los ojos del castaño hizo que valiera la pena cada maldito minuto que pasó preparando esa receta.

Tal vez el mundo sea cruel con escorias como ellos.

Pero si permanecían juntos, todo estaría bien.

Prometo protegerte, Dazai.

Aunque tenga que enfrentar al mismísimo infierno.

Solo confía en mí, por favor.

Notes:

Bitácora #1: Fuaaaa 4 días para poder acabar un capítulo 😩, cuando comencé tenía miedo de que sea muy corto pero cuando llegué a la mitad del cap pensé que sería demasiado largo WTF, por suerte, no me pasé mucho. Tmb ya tengo todo planeado en la historia, tal vez agregue algo en el camino, pero ya tengo toda la idea principal hasta el final, tanto fluff como angst (creo que así se escribe no?) pero bueno, solo espero que lo que yo pienso que será una historia de 10 caps no se convierta en 50 😞. También está garantizado un final feliz y bonito porque este fandom ya me dió demasiados traumas y la única que pagará la terapia soy yo 😭

◆━━━━━━━▣✦▣━━━━━━━━◆

Por cierto, si alguien quiere traducir esta mamada de fanfic a cualquier idioma que quiera, solo avísenme, lo único es que me dejen los créditos
Tampoco no voy a volver a publicar hasta que empiecen mis vacaciones en un mes maso menos, pero prometo volver. (❀❛ ֊ ❛„)♡
See yaaaa⁓

Chapter 2: A moment of peace

Summary:

Dazai and Chuuya finally take the first step toward achieving their long-awaited freedom. They arrive to the city of Musutafu to cause chaos and many headaches for the poor citizens.

Andddd, our favorite sleep-deprived teacher appears (just for a little while).

Notes:

Idk sé que dije que no volvería en un tiempo pero no pregunten
Por fin creo que estoy entendiendo como usar ao3 (ᵕ —ᴗ—)
Well, just enjoy <3

Capítulo editado: 14/08/2025

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Eran exactamente las seis de la mañana. Aún faltaban cuarenta y cinco minutos para que saliera su tren, así que, por ahora, Chuuya estaba sentado en una banca esperando a que Dazai volviera de hacer quién sabe qué.

Había empacado todo lo necesario mientras la caballa devoraba felizmente su cangrejo. Al final, solo necesitó tres maletas: una para Dazai y dos para él. El castaño no llevaba gran cosa: un par de prendas, vendajes y sustancias de dudosa procedencia que apenas ocupaban la mitad de su mochila. Chuuya aprovechó el espacio libre para meter medicinas, comida enlatada y todo el efectivo que pudo sacar de su cuenta sin levantar sospechas. No era poca cosa: suficiente para no preocuparse durante unos meses.

Cuando todo estuvo listo, pidieron un taxi hasta la estación. Apenas bajaron, Dazai se apresuró a comprar boletos para el tren más próximo, se los entregó al pelirrojo y le pidió que lo esperara “como perro fiel” mientras él cumplía una misión importante que “les facilitaría la vida”. Chuuya le soltó un par de golpes e insultos, pero no lo detuvo; seguramente era algo que el castaño necesitaba hacer antes de irse. Ahora lo esperaba pacientemente, observando el ir y venir de la gente.

Mentiría si dijera que no estaba nervioso. En realidad, estaba paranoico. Sentía que todos lo miraban con desconfianza y no podía dejar de vigilar cualquier movimiento extraño, como si en cualquier momento alguien fuera a lanzársele encima. Sabía que, por ahora, no debían preocuparse: la Port Mafia no los buscaría al menos hasta el mediodía, y tardarían un par de horas más en notar que habían desertado. Sin embargo, el temor de encontrarse con alguien no deseado persistía. Eso significaría fracasar antes de empezar.

Estaba seguro de que Kouyou intercedería por él, pero… ¿Dazai? Él no tenía a nadie, y Mori tendría vía libre para hacer lo que quisiera. Entonces él—

—¡CHUUYAAA! ¿Chibi, me estás escuchando?

No se dio cuenta de que Dazai ya había vuelto y estaba frente a él. Miró su reloj: las 6:18 a.m. El tren ya había abierto sus puertas y los trabajadores llamaban a los pasajeros. También notó que Dazai llevaba ahora dos mochilas en vez de una.

—¿Qué traes ahí?

Dazai hizo un puchero dramático y giró la cabeza.

—Chuuya es más sordo que una babosa. Ni siquiera contestó mi pregunta.

Chuuya rodó los ojos; tenía que darle la razón, ni siquiera había escuchado su pregunta.

—¿Qué habías dicho?

El castaño se cruzó de brazos, fingiendo indignación.

—Chibi es un estúpido. Te pregunté si habías visto a un mocoso por aquí.

—¿Qué?

—Un niño. ¿Viste a algún niño? ¿O es que el sombrero ya te tragó lo que te queda de cerebro?

Chuuya lo miró incrédulo, sin saber si era una broma o alguna de las mañas raras de la caballa. Si estaba enterado de que ellos eran considerados legalmente niños… ¿no? Bah, daba igual.

—No, no he visto ningún niño.

Dazai soltó otro puchero tan sonoro que varias personas se giraron a mirarlos.

—Chuuya inútil… se supone que los perros vigilan mientras su amo no está.

El ojiazul gruñó y le lanzó un golpe.

—¡Deja de llamarme así, idiota!

Dazai ni siquiera intentó esquivarlo; en cambio, se dejó caer al piso soltando quejidos dignos de una reina del drama.

—Oww… eso dueleeee, chibi. Eres un perro malo.

Chuuya estaba a punto de golpearlo otra vez, pero se detuvo al escuchar que el tren partiría en pocos minutos.

—Mierda, se nos hace tarde. —Agarró sus maletas, pero fue detenido por la mano vendada del castaño.

—¿Ahora qué?

Dazai sonrió con un brillo juguetón en los ojos, dejó sus maletas y se alejó saltando hacia el otro lado de la estación.

—¡Espérame ahí, chibi! Voy a terminar algo rápido y vuelvo. No me extrañes mucho~.

—¿¡Ah!? ¡Como si en mi vida te hubiera extrañado, caballa!

Chuuya lo vio acercarse a un niño que no tendría más de cinco años. La madre, distraída comprando en una tienda, no notó que un completo desconocido se aproximaba a su hijo —irresponsable total—.

Dazai le sonrió con un gesto que quizá pretendía ser amistoso, aunque para Chuuya gritaba “malas vibras” por todos lados. El niño era muy joven como para haber desarrollado el instinto “anti-caballas-vendadas”, así que fue brutalmente engañado.

Chuuya no escuchó la conversación, pero sí vio cómo Dazai sacaba algo del bolsillo y se lo entregaba: una tarjeta negra, aparentemente de algún banco.

Pero qué extraño… ¿No se supone que solo empresarios de grandes compañías tienen esas—

Ay no

Por favor, Dios, soy yo de nuevo

Que no sea lo que estoy pensando.

Dazai regresó con una sonrisa triunfal, ajeno a todo el caos que pasaba en la mente del pelirrojo.

—Ya está, chibi, podemos irnos.

Chuuya se giró y lo agarró del cuello, sacudiéndolo como si fuera una maraca.

—¿¡Pero qué mierda fue eso!?

El castaño tomó sus brazos para detener los bruscos movimientos.

—No sé de qué hablas —dijo Dazai, fingiendo inocencia.

El ojiazul gruño visiblemente irritado y volvió a sacudirlo.

—¡Y una mierda! ¡Dime qué hiciste!

Dazai logró escapar del agarre de Chuuya. Mientras se acomodaba la camisa, cambió su sonrisa a una expresión que solo prometía problemas.

—¿Acaso no es obvio? Estoy asegurando nuestra libertad.

Las ganas de golpearlo solo aumentaron.

—Maldita sea, Dazai, no me engañas. ¡Le diste la maldita tarjeta bancaria de Mori a un niño!

—No es la de Mori, es la tarjeta empresarial de la Port Mafia.

—¡Eso es peor!

Dazai volvió a poner cara de niño ofendido. ¿No se cansaba de eso?

—¡Chuuya es tan malo! Ni siquiera me preguntó por qué lo hice.

Chuuya sintió que estaba a punto de perder la cabeza.

—¡Bien! ¿Por qué mierda le diste la jodida tarjeta empresarial de la Port Mafia a un niñato?

—Me alegra que preguntes, mi querido chibi —dijo con una sonrisa orgullosa—. Es un pequeño regalo de despedida que, estoy seguro, le borrará la sonrisa a ese viejo pervertido.

Él iba a sacarle la sonrisa a ese caballa con patas.

—¿¡Es una puta broma!? ¿¡En qué pensabas al querer enfadar al jefe!? ¡Harás que nos cacen más rápido!

Dios claramente no había escuchado sus plegarias. El castaño tenía las grandes agallas de reírse EN SU CARA. Antes de que el pelirrojo pudiera estallar, el contrario puso un dedo en sus labios para callarlo y habló con su típico tono juguetón.

—Ahhh, Chuuya tonto… no entiende que todo es parte del plan.

—¿Qué?

—Veo que la babosa sigue sin entender, así que se lo explicaré con manzanitas, como la buena persona que soy.

Chuuya quiso ahorcarlo, pero lo dejó continuar.

—Verás, Chuuya, para Mori es común que la tarjeta de la Port Mafia desaparezca. Y como bien sabes, yo soy el principal sospechoso. Por eso no debes temer. No se enojará porque la haya robado.

Chuuya se quedó callado, procesando la información. No le sorprendía que Dazai robara al jefe de la mafia más temida de Japón como si fuera un juego, pero eso no explicaba por qué se la dio a un mocoso.

—¿Y eso qué tiene que ver con tu gran plan?

Dazai sonrió con malicia.

—Como te dije, Mori no sospechará nada al principio. Estoy seguro de que hoy nos iba a citar a su oficina para asignarnos una misión hacia las diez de la mañana. Cuando vea que no respondemos, nos dará media hora para aparecer en la sede. Luego, al notar que no hay señales de nosotros, pensará lo peor y mandará a buscarnos por toda la ciudad. Ahí es cuando descubrirá las pequeñas transferencias que hice desde su cuenta bancaria. Pero ya será tarde: las ganancias de la Port Mafia habrán caído a la mitad y perderá credibilidad con sus socios comerciales. Mori estará tan ocupado resolviendo el desastre financiero que se olvidará de que dos de sus reclutas más valiosos han desaparecido. ¡El plan perfecto para salir sin problemas!

Chuuya quedó sin palabras. ¿En serio había planeado todo eso?

Pero…

—Eso sigue sin responder mi pregunta.

Dazai suspiró dramáticamente. Se escuchó por altavoz el último llamado para abordar.

—Supongo que no puedo esperar a que chibi lo entienda. Su cerebro es tan diminuto como su altura.

El pelirrojo le lanzó una patada que, esta vez, Dazai sí esquivó.

—¡Maldito seas! ¡Solo dímelo y ya!

El castaño se cruzó de brazos, fingiendo indignación.

—Bien, bien. Mori puso un chip rastreador a la tarjeta para ubicarme más fácilmente. Cree que no lo sé, pero lo descubrí desde el primer día. Al niño le pregunté a dónde viajaba y me dijo que iría a pasar sus vacaciones en Cancún. ¿No es increíble? Mori tardará años entre arreglar el lío financiero y seguir la pista de la tarjeta… hasta el otro lado del mundo. ¡Un plan a prueba de tontos! Solo imaginarme la cara de Mori cuando descubra que siguió un rastro inútil me hace sentir que toda mi existencia ha valido la pena.

PERO QUÉ MIERD—

Chuuya no tuvo tiempo de responder a la genialidad de Dazai: el tren estaba a punto de partir. Le agarró la muñeca y corrió como nunca, cargando cuatro maletas. Saltaron a la cabina justo antes de que las puertas se cerraran. Chuuya soltó un suspiro aliviado mientras se apoyaba en la pared. El desperdicio de vendajes frente a él seguía sonriendo como si nada.

—Por lo menos ten la decencia de lucir arrepentido, maldito.

—Ni una pizca de preocupación. Sabía que chibi no dejaría que perdiéramos el tren.

Definitivamente iba a matarlo.

—Como sea, busquemos nuestros asientos.

Sacó los boletos del bolsillo y buscó los números correspondientes. Al encontrarlos, abrió la puerta a un pequeño compartimento con dos asientos cómodos y espacio para las maletas. Se acomodó y Dazai se sentó enfrente, ayudando a guardar el equipaje. Según él, “Chuuya es tan enano que no alcanza ni aunque salte”.

¡Solo se llevaban un par de centímetros, joder!

La mirada del pelirrojo se fijó en el maletín que no recordaba haber traído.

—Por cierto, no me dijiste qué traes ahí.

Dazai, en vez de responder, abrió el cierre y le mostró el contenido: fajos de billetes, en una cantidad obscena.

—Aprovechando el despilfarro, saqué un poco de dinero extra para nosotros.

Chuuya ya ni siquiera se sorprendía.

—¿Llamas a eso “un poco”?

—Los gustos de chibi son exuberantes, y como buen amo, debo darle lo mejor a mi mascota.

—Solo di que querías agradecerme y no sabías cómo.

Dazai lo miró como si le hubiera dicho la peor blasfemia, pero terminó sacándole la lengua.

Chuuya arqueó una ceja, sonriendo al notar que no había dicho “no”.

Durante el trayecto, el pelirrojo intentó ignorar a su compañero. Se acomodó junto a la ventana, con los brazos cruzados, mirando el paisaje que pasaba a toda velocidad. Sin embargo, no pudo dejar de pensar en lo que Dazai había hecho. ¿En serio había robado la tarjeta empresarial de la Port Mafia y se la había dado a un niño rumbo a Cancún? La idea era tan absurda que, si no fuera porque conocía bien al idiota, jamás lo creería.

Dazai, por su parte, parecía perfectamente tranquilo. Pasó los primeros veinte minutos hojeando una revista que seguramente no había pagado y, después, se quedó dormido, usando el hombro de Chuuya como almohada.

—Oye, quítate, caballa —gruñó, empujándolo.

El castaño apenas murmuró algo y siguió durmiendo. Chuuya suspiró resignado. Después de todo, necesitaban llegar con energía a su destino, y si dejarlo dormir en su hombro evitaba otro drama, bien valía el sacrificio.

No había notado el cielo claro hasta ese momento. Con cada minuto, los edificios quedaban atrás, dando paso a una ligera vegetación agradable a la vista… hasta que todo se oscureció de golpe. Estaban frente a la famosa muralla de Yokohama.

Con un kilómetro de grosor, separaba la ciudad “anti-quirks” del resto de Japón. En su momento, el gobernador quiso crear un refugio para la nueva rareza de los quirks, prohibiendo la entrada a cualquiera que los tuviera. Décadas después, la existencia de quirks se normalizó, pero la muralla quedó en pie. Gracias al aislamiento, el gen que causaba quirks nunca llegó a la ciudad, convirtiéndola en el único lugar del mundo con un 100% de población sin ellos.

Entrar a Yokohama era como viajar doscientos años al pasado. Los visitantes externos no se sentían cómodos, en especial quienes poseían quirks mutantes. Los rumores de una gran mafia controlando la ciudad le dieron fama de “la ciudad de villanos”. No ayudó que muchos héroes intentaran “rescatar” a los civiles… y ninguno regresara para contarlo.

La Comisión de Seguridad Pública de Héroes (HPSC) la declaró amenaza y ordenó capturar a todos los villanos en nombre de la paz. No salió bien: la ciudad sin quirks tenía algo llamado “habilidades”, parecidas a los quirks, pero no hereditarias, sin efectos secundarios y mucho más difíciles de controlar. Solo el 1% de la población mundial poseía una.

Yokohama había sido refugio de usuarios de habilidades durante años. Nadie iba a dejar que destruyeran su hogar. El HPSC tuvo que retirarse y firmar un tratado: Japón respetaría la autonomía de Yokohama, y cualquier medida que afectara su soberanía debía ser consultada con sus autoridades. Así quedó libre de influencia exterior.

Los héroes se mantuvieron lejos. La reputación de la ciudad siguió manchada, pero eso no parecía importarle mucho a la gente. Los prejuicios mantenían alejado a todos los visitantes no deseados.

Chuuya no entendía cómo el mundo podía girar en torno a una rivalidad infantil de héroes y villanos, aunque como ex-mafioso tampoco podía opinar demasiado. Confiaba en que Dazai supiera lo básico para moverse fuera de Yokohama. Además… ¿qué tan difícil podía ser?

Chuuya apoyó la cabeza contra el respaldo y dejó que el traqueteo del tren lo meciera. No planeaba dormirse, pero el cansancio lo atrapó sin aviso.

Cuando volvió a abrir los ojos, lo primero que vio fue un gran de iris color chocolate demasiado cerca.

Sobresaltado, lanzó un golpe que Dazai esquivó con facilidad.

—¡¿Qué carajos te pasa?! —exclamó una vez que pudo notar mejor la figura frente a él.

Dazai contestó con un puchero.

—Chibi es tan maloooo… ni bien se despierta ya quiere pegarme.

El pelirrojo frunció el ceño mientras su pulso volvía a la normalidad.

—Me asustaste, idiota.

Dazai le sacó la lengua.
—Ya estamos cerca, pero seguías dormido y no sabía cómo despertarte. Recordé que una vez leí que si miras fijamente a alguien dormido, se despierta. ¡Y funcionó!

Chuuya lo fulminó con la mirada, pero decidió ignorarlo. Se estiró un poco, notando el leve olor a metal y café viejo que impregnaba el vagón. Afuera, el cielo estaba cubierto de nubes finas que filtraban la luz en tonos pálidos. El tren reducía la velocidad mientras pasaban junto a edificios bajos de ladrillo, calles estrechas y cables eléctricos colgando en marañas sobre los tejados.

Al detenerse por completo, un murmullo constante se coló desde el andén: pasos apresurados, ruedas de maletas sobre el piso de cemento, voces mezcladas en varios acentos. Dazai ya estaba bajando las maletas, así que Chuuya se levantó y lo siguió hasta la puerta.

Apenas puso un pie fuera, el aire fresco le golpeó. El lugar estaba abarrotado. Entre la multitud, notó figuras dignas de una serie de cómics: un hombre con piel moteada como piedra volcánica, una mujer con brazos dobles que movía con sorprendente coordinación y… una cabeza de pollo que lo miraba de reojo.

Si no se volvía loco antes de salir de allí, sería un milagro.

—Oye, no me dijiste el nombre de este lugar.

Dazai lo miró como si recién recordara que en realidad no sabían dónde estaban.

—Hmmm… creo que la señorita del tren dijo “Musutafu”

—¿Crees?

—Bueno… creía. —Señaló por encima del hombro—. Ese letrero detrás tuyo acaba de confirmármelo.

Chuuya giró y se encontró con un enorme cartel luminoso que gritaba: “Bienvenidos a Musutafu”, acompañado de dibujos caricaturescos de héroes locales. A su alrededor, altavoces emitían anuncios de seguridad ciudadana con voces alegres, y una pantalla gigante mostraba imágenes de rescates recientes.

—¿No es muy pretencioso poner algo tan grande?

—Es comprensible que chibi lo vea así. Siendo tan diminuto, todo debe parecerle enorme.

Tres golpes después, retomaron el camino hacia la salida.

A medida que avanzaban, la ciudad los recibía con calles limpias, aceras repletas de cafeterías y tiendas de recuerdos con figuras de héroes en sus vitrinas.

Chuuya volteó hacía su compañero.

No le había dicho el siguiente paso del plan.

—¿Ahora qué hacemos?

Dazai, que observaba un gran mapa de la ciudad cerca de la estación, volteó a responderle.

—Primero buscamos dónde quedarnos temporalmente. Luego encuentro a alguien que pueda falsificar nuestros papeles, nos deshacemos del testigo, compramos boletos de avión y… ¡PUM!, misión cumplida.

Chuuya lo miró incrédulo.

—Cuando lo dices así, suena tan fácil.

—Lo es si estás conmigo, chibi.

Chuuya bufó, aunque con una ligera sonrisa.

—Deberíamos buscar ropa que no nos haga resaltar tanto. Con estos trajes parece que hacemos cosplay.

—Sí, sobre todo ese sombrero pasado de moda. Chuuya debería quitárselo.

—¿¡Eh!? ¿¡Qué tienes contra mi sombrero!?

—Nada… pero es tan feo que harás que la gente empiece a preguntarse si tu cerebro funciona bien.

—¡Mira quién habla! ¡Estás envuelto en vendas como una momia!

—Mis vendas están perfectamente puestas para la moda actual. Todos matarían por llevar un atuendo como—

—Ehh… disculpen.

Ambos se giraron. Una chica, apenas unos años mayor, los observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad… especialmente a Dazai.

—¿Están bien? —preguntó—. Tu amigo está cubierto de vendas… ¿es seguro que camine así? Puedo acompañarlos al hospital.

Dazai, que un segundo antes sonreía con suficiencia, quedó congelado. Chuuya sintió que la diversión le subía como una ola.

—Oh, no se preocupe, señorita, todo está perfecto —dijo Dazai con una amabilidad forzada.

—¿Seguro? No parece muy cómodo…

La cara de Dazai no tenía precio: una sonrisa tensa decoraba toda su expresión.

Chuuya tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada.

—Segurísimo. Es… decoración. Estamos haciendo cosplay de una serie.

El rostro de la chica se iluminó en comprensión.

—Ahhh, ya entiendo. ¡Pues disfruten! —les dedicó una sonrisa amable antes de alejarse, perdiéndose entre un grupo de estudiantes con uniformes idénticos.

La expresión de Dazai se apagó de golpe, y eso fue demasiado para Chuuya: una carcajada escapó sin control, atrayendo miradas curiosas de transeúntes y hasta de un repartidor que pasaba en su patín.

—¡No te rías! —protestó Dazai, visiblemente irritado.

Chuuya siguió hasta quedarse sin aire, apoyándose en una pared llena de carteles que anunciaban eventos de héroes locales. Dazai gruñó y se adelantó sin esperar, pero el pelirrojo rápidamente lo alcanzó todavía con una sonrisa burlona respirando agitadamente.

Volteó a ver a Dazai quién se negaba a siquiera darle una mirada.

—¿De verdad estás molesto por eso?

Silencio.

—Oye, contéstame.

Más silencio.

—Ok, ok… perdón, ¿sí? Pero te dije que te veías como un tonto.

Dazai lo miró con un puchero infantil.
—Chibi es un estúpido.

Chuuya sonrió victorioso.

En poco tiempo llegaron a un enorme centro comercial, una estructura de vidrio y acero que parecía tocar el cielo, reflejando el movimiento de la ciudad en sus paredes pulidas. Las puertas automáticas se abrían con un suave silbido, liberando una bocanada de aire frío que arrastraba el aroma a comida rápida y palomitas recién hechas.

Desde afuera ya podían escucharse voces de locutores anunciando descuentos, intercaladas con propagandas de héroes en pantallas gigantes. Un holograma de un tal All Might , de tamaño casi real, saludaba en la entrada con una sonrisa deslumbrante y una voz que retumbaba en todo el vestíbulo.

—¿Para qué nos trajiste aquí? —preguntó Chuuya, alzando una ceja mientras esquivaban a un grupo de adolescentes con camisetas de héroes—. Pensé que primero buscaríamos dónde quedarnos.

—Dijiste que llamamos mucho la atención. Vamos a buscar ropa acorde a nuestra edad.

—¿Qué deberíamos buscar exactamente?

—Algo simple, como cuando eras el rey de las ovejas.

Chuuya rodó los ojos, pero siguió a Dazai al interior. Las tiendas se extendían a lo largo de varios pisos, unidas por escaleras mecánicas y pasillos repletos de gente. La primera tienda en la que entraron parecía más una galería de arte pop que un lugar para comprar ropa: maniquíes con poses dramáticas vestían camisetas de héroes famosos, chaquetas con luces LED incrustadas y zapatillas que se iluminaban al ritmo de la música ambiental.

Para Chuuya, aquello era un atentado visual… aunque no podía evitar mirar cada prenda como si fuera una especie rara recién descubierta.

—El mundo es un lugar extraño —murmuró Chuuya, observando una chamarra que reproducía el eslogan de un héroe al presionar un botón.

—Oh, vamos, chibi. Míralo por el lado bueno —dijo Dazai, presionando otro botón y activando un “¡Plus Ultra!” ensordecedor—. La mentalidad de esta gente es impresionante. ¡Tal vez deba tomar sus lecciones de marketing!

Chuuya lo miró con una ceja alzada.

—Presiento que eso sería un desastre para la Port Mafia.

El ojo de Dazai brilló tanto como las vitrinas.

—Solo imagínatelo: uniformes brillantes, chaquetas con altavoces integrados… Mori quedaría sin palabras.

Chuuya resopló, pero no pudo ocultar su sonrisa.

—Sí, claro. Que brillen tanto que hasta un héroe aburrido venga a darles un autógrafo en la ficha policial.

En ese momento, la dependienta —con un uniforme que imitaba el traje de un héroe menor— se acercó con una sonrisa impecable.

—¿Buscan algo especial? Tenemos rebajas en la colección de temporada de Edgeshot.

—No, gracias —respondió Chuuya con rapidez.

—¿Seguro? —insistió la chica, señalando un pantalón negro con costuras plateadas que parecían brillar solas.

—Segurísimo —dijo, empujando a Dazai hacia otro estante para evitar que aceptara por pura diversión.

Revisaron pasillo tras pasillo, descartando prendas que parecían más disfraces que ropa diaria. Después de media hora y varios comentarios de Dazai sobre “qué tan adorable se vería Chuuya con orejas de perro”, encontraron unas cuantas camisas lisas y pantalones neutros que no salían de sus gustos cotidianos.

Cuando salieron de la tienda, el aire del pasillo parecía más fresco después del ambiente cargado de luces y música de fondo. La multitud seguía fluyendo como un río, y en las pantallas cercanas se transmitían noticias de último minuto: un héroe había detenido a un villano en otra parte de la ciudad.

—Necesitamos un celular —dijo Dazai, rompiendo el silencio—. Dejamos los anteriores en tu departamento para evitar rastreos, ¿recuerdas? Será útil para reunir información.

Chuuya asintió sin objetar.

La siguiente parada fue una tienda de aparatos electrónicos. El contraste era notable: aquí reinaba un olor a plástico nuevo y metal, y las paredes estaban tapizadas de dispositivos relucientes. Drones en miniatura volaban en una vitrina, y un robot de asistencia rodaba entre los pasillos saludando con voz mecánica.

Fue allí donde empezó la discusión.

—¿Por qué no compramos el más barato? —preguntó Dazai, apoyándose contra un mostrador como si tuviera todo el tiempo del mundo.

—Debemos revisar lo que tiene cada uno para elegir el mejor —replicó Chuuya, que ya estaba comparando pantallas y procesadores en una tablet de muestra.

—Chibi es muy selectivo. Cualquiera servirá igual.

—¡Claro que no! La marca importa.

—Yo los veo todos iguales.

—No me sorprendería que, con tantas vendas, te hayas quedado ciego.

—¡Perro malo! No deberías ofender a tu amo.

—¡Deja de llamarme perro, idiota!

El vendedor, que fingía revisar el inventario, soltó una risa nerviosa. Finalmente, y para su alivio, llegaron a un acuerdo: comprarían dos celulares, el más caro y el más barato, uno para cada uno. Así, ambos estarían contentos.

Por supuesto, mientras Chuuya pagaba, Dazai aprovechó para deslizar una laptop de última generación en la compra… sin decirle nada.

Dejaron atrás las zonas más concurridas y coloridas de la ciudad. A medida que se alejaban, las luces de neón se volvían escasas, las calles más estrechas y el asfalto más irregular. Los anuncios luminosos dieron paso a carteles de papel mal pegados, muchos de ellos ofreciendo “trabajos rápidos” y “curas milagrosas”. El ruido de la multitud se desvaneció, reemplazado por el eco lejano de una sirena y el zumbido de un poste eléctrico que parecía a punto de explotar.

Llegaron a lo que claramente eran los barrios bajos. No hacía falta un mapa para notarlo: el aire estaba impregnado de humo y alcohol barato, las paredes lucían grafitis viejos y puertas abolladas, y en las esquinas algunos rostros vigilaban desde las sombras con una calma que resultaba más inquietante que cualquier amenaza directa. Un grupo jugaba a las cartas sobre una caja de cerveza vacía, y un perro callejero, flaco y cojo, desapareció por un callejón al verlos pasar.

¿No que los héroes se encargaban de combatir a estos supuestos villanos? ¿Por qué dejan que se instalen aquí como si nada?
No era el problema de Chuuya, así que mejor no buscar respuestas.

Avanzaron hasta encontrar un edificio apartado. La fachada tenía ventanas rotas y una puerta metálica oxidada que chirrió al abrirse. Dazai entró primero, examinando cada rincón con esa calma irritante que tenía incluso en lugares donde probablemente había ratas con más derechos adquiridos que ellos. Tras darle el visto bueno, empezaron a instalarse… o al menos lo intentaron.

—No pienso dormir en ese suelo. Acabo de ver una cucaracha pasar.

—Chuuya es un mimado. ¿Acaso no dormiste en lugares así cuando estabas en la calle?

—Sí, y por eso no quiero volver a hacerlo.

—Solo serán unos días.

—No todos están dispuestos a vivir en una pocilga.

—¡Hey! Mi contenedor era bastante limpio.

—No vi eso la última vez que entré.

—Ese día me dio flojera limpiar las latas de cangrejo.

—¡Esas latas llevan ahí desde el mes pasado!

—Todos los días me da flojera limpiarlas.

Chuuya bufó, cruzando los brazos. El polvo se acumulaba en los rincones, las paredes desprendían un olor a moho y, en algún lugar del techo, algo correteaba con patas pequeñas y rápidas. No tenían otra opción: alquilar un hotel o un departamento era como colgar un cartel luminoso diciendo “Aquí estamos, atrápenos”.

Aun así, dormir en ese lugar estaba fuera de discusión.

Apenas se cambiaron de ropa, Chuuya arrastró a Dazai de vuelta a las calles hasta encontrar un supermercado.

Pasaron de las sombras húmedas y malolientes a un espacio amplio, iluminado con luces blancas que rebotaban en los pisos recién encerados. El aire acondicionado olía a detergente barato mezclado con pan recién hecho, y los estantes relucían con productos alineados en filas perfectas.

Chuuya empujaba el carrito con la vista fija hacia adelante, decidido a salir lo antes posible… pero Dazai, por supuesto, no tardó en comportarse como un niño suelto en un parque de diversiones.

—¡Oh, chibi! Mira esta gelatina con forma de estrella.

—Déjala.

—¿Y este jabón que brilla en la oscuridad?

—Déjalo.

—¿Y si compramos este paquete de seis cangrejos vivos?

—¡Dazai, joder!

Iba de pasillo en pasillo, encaprichándose con productos inútiles: galletas con forma de gatitos, un spray “antibichos” con una etiqueta fosforescente, hasta un paquete de cereales con un All Might sonriente sonriente como si les deseara los buenos días.

La paciencia de Chuuya se iba desintegrando con cada desvío que hacía el castaño. Entre el cansancio del viaje, la tensión acumulada y la caballa dando saltitos con cada tontería, no estaba en su mejor momento.

Y justo apareció un hombre vestido completamente de negro. Tenía el cabello despeinado, unas ojeras tan profundas que parecían tatuajes y una postura encorvada que gritaba “no he dormido en semanas” .

—Oigan —dijo con voz grave y arrastrada—, dejen de gritar en los pasillos.

—¡Y usted qué se mete, vagabundo! —le espetó Chuuya sin pensarlo.

El hombre lo miró con una mezcla de sorpresa y resignación, suspiró como si le doliera respirar y volvió a su expresión de zombie.

—¿Dónde están sus padres? No deberían andar solos.

—¡Qué le importa!

—Hey, hey, Chuuya… no deberías—

—¡Tú cállate, maldita caballa! ¡Juro que voy a matarte!

El extraño pestañeó un par de veces y, al instante, pareció envejecer diez años más solo con escucharlos.

—Muy bien, ya fue suficiente. Denme el número de cualquiera de sus padres.

Chuuya sintió cómo la sangre se le helaba. Genial, ahora estaban en problemas. ¿Cómo iban a escapar sin revelar que no tenían padres… ni que, en realidad, eran exmiembros fugitivos de la Port Mafia?

Por suerte, Dazai siempre tenía una carta bajo la manga.

—Disculpe, señor… —empezó, con una seriedad teatral—. Lo que pasa es que la mascota de mi amigo falleció hace poco y él no sabe manejar la pérdida, así que grita para desahogarse.

¿¡QUÉ CLASE DE EXCUSA DE MIERDA ERA ESA!?

Chuuya lo miró con ojos desorbitados, pero antes de que pudiera abrir la boca, Dazai lo agarró de la muñeca y salió disparado hacia la salida.

—¡Hey, esperen! —se escuchó la voz cansada del hombre.

No pararon hasta doblar cinco pasillos y perderlo de vista. Chuuya respiraba agitado, furioso y al borde de explotar.

Ahh…  se olvidaron el carrito.

Volvieron a recorrer los pasillos tomando todo lo que necesitaban con cuidado, evitando cualquier encuentro inesperado con aquel hombre-zombie hasta llegar a la caja y salir del supermercado.

Afuera, el sol empezaba a descender, tiñendo de naranja los edificios y dando un aire cálido a la ciudad.

De regreso al refugio, Chuuya se enfrentó a la tarea de siempre: transformar aquel cubo de polvo y escombros en un lugar decente para pasar la noche. Con movimientos rápidos y precisos, movió cajas y barriles, limpió los rincones más evidentes y acomodó los futones en el centro, creando un pequeño espacio habitable. Cada gesto estaba cargado de pragmatismo, fruto de años acostumbrado a sobrevivir en ambientes hostiles.

Como era predecible, Dazai se lanzó al futón más cercano sin prestar atención al orden ni al esfuerzo de Chuuya.

—¡Hey! Espera, no has comido nada —advirtió Chuuya, cruzado de brazos y con una ceja levantada.

—No tengo hambre. Ya comí lo que me diste en la madrugada —respondió Dazai, hundiéndose entre mantas y vendajes.

—Son más de las cinco. Deberías comer algo.

Chuuya suspiró, caminó hacia las bolsas que habían comprado y sacó un paquete de onigiris todavía tibio. Su aroma a arroz y alga fresca llenó el espacio, rompiendo un poco el olor a humedad.

—Por lo menos come uno y te dejo dormir —dijo, ofreciéndolo con firmeza.

Dazai lo miró como si quisiera que el onigiri desapareciera por arte de magia, pero finalmente lo aceptó. Chuuya esbozó una sonrisa satisfecha, contento de haber logrado un pequeño triunfo en medio del caos.

El castaño dio mordiscos lentos y pausados, como si cada bocado fuera una tortura más que una necesidad. Chuuya lo vigilaba para que no intentara hacer trampa mientras él comía los suyos. Cuando Dazai terminó, el pelirrojo tomó el envoltorio antes de que cayera al suelo recién limpiado.

Ahora sí, el castaño se dejó caer sobre el futón, acomodándose entre las mantas con la comodidad de un niño que acaba de descubrir un escondite secreto.

—Despiértame en cuanto anochezca —murmuró, medio adormilado.

—Está bien —respondió Chuuya, observándolo mientras se relajaba lentamente.

El silencio se adueñó del refugio, roto solo por el crujir de los envoltorios y el ocasional golpeteo de algún roedor correteando por las paredes. La luz del sol se filtraba por las ventanas sucias, dibujando líneas cálidas sobre los futones y resaltando el polvo que aún flotaba en el aire.

Por primera vez en mucho tiempo, Chuuya pudo permitirse un respiro. No había persecuciones, explosiones ni papeleo; solo el murmullo lejano de la ciudad y la respiración tranquila de Dazai a su lado. Un oasis de calma en medio de la tormenta, donde incluso los más pequeños detalles —el aroma del onigiri, el tacto de las mantas, el leve zumbido del ventilador— adquirían importancia.

Estaban un paso más cerca de ser libres… aunque aún quedaba mucho por hacer.

Por ahora, Chuuya se permitió disfrutar de este pequeño momento de paz.

Notes:

Bitácora #2: Me puse a escribir este capítulo para distraerme de los nervios que tenía por dar el examen de inglés que se supone que debí dar hace dos semanas pero que recién pude dar hoy, al final, sin darme cuenta ya habia acabado el maldito capítulo y aún así me estaba muriendo de los nervios AHHHH. Por suerte, puedo informarles a todos ustedes que oficialmente ya soy nivel B2 WUAJAJAJA aunque sinceramente siento que no lo merezco, digo, tengo compañeros que han practicado bastante ¡y solo sacaron 6!, lo nota mínima para pasar es 7 así que se quedaron y tendrán que repetir el examen el próximo mes, en cambio YO, falté por MESES literalmente no entré a ninguna clase en tres meses completos, solo fuí para el examen y aún así me aprobaron WTF.
Tal vez el entrevistador me tuvo pena y me aprobó, fue algo así lo que pasó:
Cristy: Sorry teacher, I'm a little nervous. I haven't been to class in like three months straight.
Teacher: Oh really? But you're smiling so it must be okay.
Cristy: I'M SMILING SO I DON'T CRY (˚ ˃̣̣̥⌓˂̣̣̥)
Bueno, al menos puedo decir que aún no he roto mi racha de ningún examen desaprobado 😎

Chapter 3: This really sucks

Summary:

Problems, problems, and more problems! And, for the first time, Dazai isn't the one responsible.
That Chihuahua is a real troublemaker.
Poor Aizawa...

Notes:

Esta vez realmente me esforcé MUCHÍSIMO. Literalmente estuve con un diccionario al costado mientras escribía, me concentré bastante en la gramática y leí cómo se escriben las novelas (¡incluso le pedí ayuda a chatgtp!). Aun así, sigue teniendo mi humor pendejo.
¡Espero que les guste! (˶˃ ᵕ ˂˶)
Por cierto, he leído cómo en algunos fanfics ponen a Dazai y Chuuya aborreciendo a los héroes o algo así... Bueno, no exactamente así, pero creo que me entienden (espero).
Sin embargo, no siento que, si realmente skk (o al menos en mi historia) va a Musutafu, odien todo lo relacionado con los héroes y bla bla bla. Creo que sería algo más como... ehhh, ¿han visto cómo los niños chiquitos miran con curiosidad a los insectos? ¿O cómo se quedan embobados viendo a un pececito nadar por ahí? Algo así creo que sería. Digo, tienen 13 años, están saliendo por primera vez a un mundo de héroes que solo han conocido por noticias o revistas. Es como la curiosidad por entender una nueva cultura.
Aunque, siendo sinceros, no les importa tanto. Ellos solo quieren salir de ahí y comenzar una nueva vida.
¡No hay tiempo para héroes y villanos!
Espero estar expresando bien mi idea (ᵕ—ᴗ—)
Y SÉ QUE CHUUYA VA A FRANCIA POR EL COMERCIO DE ESAS JOYITAS, pero él solo toma el aeropuerto de Yokohama, luego directo en su avioncito a Francia y va únicamente a hacer su trabajo. FIN.
(Esa es la mejor excusa que pude hacer (╥_╥))

Advertencias:
• Consumo de alcohol por menores de edad
• Violencia gráfica

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El sol ya se había ocultado hacía un par de horas, y la luna se alzaba lentamente en su lugar, dominando el cielo oscuro. Las luces de neón eran lo único que iluminaba las sombrías calles de los suburbios. No importaba hacia dónde miraras: los infames villanos rondaban cada esquina, cometiendo sus fechorías. El aire estaba impregnado de alcohol y tabaco, y Dazai podía jurar que vio un rastro de sangre fresca salir de uno de los callejones.

Le daba igual. Tanto él como Chuuya estaban más que acostumbrados a ese tipo de ambiente. Sin embargo, el responsable de aquel homicidio debía agradecer que Dazai también era un criminal buscado; no podía reportarlo a la policía, aunque quisiera.

Le molestaba profundamente cuando la gente dejaba un desastre sin molestarse en limpiarlo (Que no se note la ironía)

¡Por su culpa casi arruina el único par de zapatos que tenía!

El par de ex-mafiosos había vuelto a ponerse los trajes de su antiguo empleo antes de salir de su recién renovada guarida. Suponían que, en esta clase de atmósfera, no tendrían que actuar como dos niños ingenuos, sino caminar como lo hacían en la Port Mafia. (¿Realmente estaban actuando? Estaban casi seguros de que ya habían pegado un cartel con sus caras en el supermercado que decía: “Prohibido el ingreso a menores, especialmente estos dos”) .

Su misión actual era encontrar a alguien lo suficientemente competente como para crearles nuevas identidades y así poder viajar en avión sin más problemas. Y claro, ¿qué mejor lugar para encontrar a esa clase de individuo que un bar sumido en la tormenta de la ilegalidad?

No tardaron en encontrar un establecimiento que cumpliera con sus expectativas y, sin más demora, entraron. Sus posturas eran relajadas, pero sus ojos escaneaban el lugar de pies a cabeza.

El bar no era nada del otro mundo: borrachos tirados en el suelo, humo de cigarro usado como ambientador y tratos ilegales realizándose descaradamente en la parte trasera. Dazai podría decir que se sentía como en casa... si no fuera por lo raros que eran esos quirks mutantes a su vista. ¿Cómo es que la gente se acostumbraba a eso?

Chuuya se adelantó, anotando mentalmente cualquier amenaza que debiera tener en cuenta si la situación se salía de control, mientras Dazai inspeccionaba el lugar en busca de su posible pase a la libertad. Su mirada se detuvo en un hombre de mediana edad, cabello gris y traje morado, sentado solo en la barra.

Bingo .

Dazai confiaba en su instinto para estas cosas. Se sentó junto al hombre sin siquiera pedir permiso. Chuuya lo siguió sin cuestionarlo, sentándose a su lado y cubriendo cuidadosamente su punto ciego.

Qué buen perro, pensó Dazai con una sonrisa ladina.

Como si pudiera leerle la mente, Chuuya le lanzó una mirada asesina que pretendía convertirlo en polvo en ese mismo instante. Dazai lo ignoró olímpicamente y enfocó toda su atención en el hombre, quien le devolvió la mirada sin mucho interés. Sus ojos recorrieron lentamente a los ex-mafiosos antes de soltar un largo y cansado suspiro.

—Jugar a hacerse los malotes no es para mocosos. Vuelvan a casa a llorarle a sus padres antes de que los maten.

—¡Wow! ¿En serio me está diciendo que si me quedo, por fin cumpliré mi más anhelado sueño?

El hombre lo miró como si estuviera demente, pero no hizo ningún otro comentario. Solo sacó un cigarrillo y lo encendió con un arma que Dazai, definitivamente, tenía que conseguir.

Un mechero en forma de pistola no se ve todos los días.

Dazai aprovechó la pausa para pedir un par de bebidas al bartender: un vaso de whisky y la copa de vino más cara del menú (ya sabrán para quién es cada una) . El bartender dudó si era buena idea servirle alcohol a un menor, pero considerando dónde estaban, decidió que nada importaba demasiado. Con las bebidas servidas, Dazai retomó la conversación con su tono característicamente infantil que podía sacar de quicio a cualquiera.

—Un anciano como usted debería cuidar mejor su salud.

—Y un mocoso como tú no debería estar en bares en medio de la noche tomando licor.

—Hmmm, buen punto.

El de morado se llevó una mano a la sien, claramente desarrollando migraña por estar cerca de ellos.

—Solo díganme qué quieren y lárguense.

Dazai sonrió como si acabara de ganar la lotería. Chuuya aún no entendía en qué podía ayudarles ese tipo con pinta de viejo avaro, pero había aprendido a no cuestionar los métodos del castaño.

—Digamos que tenemos algunos... pequeños y urgentes asuntos personales de los que no podemos huir tan fácilmente. Ahhh, cuánto quisiera poder cambiar de piel y dejar todo atrás. Pero, lamentablemente, no nacimos con ese tipo de quirk, así que nos toca hacerlo a la antigua. ¿Sabe a lo que me refiero?

El hombre lo observó en silencio durante un momento, como si intentara procesar algún código secreto del vendado, hasta que finalmente preguntó:

—¿Quieres una nueva identidad?

—Bueno, más exactamente, la documentación de una nueva identidad. Pero sí, eso mismo.

—¿Para qué querrías algo así?

—¿Le hace esa pregunta a todos sus clientes?

El de cabello gris se quedó callado unos segundos y luego suspiró con cierta molestia mientras miraba inquisitivamente a Dazai.

—¿Cuánto ofreces?

La sonrisa de Dazai se ensanchó mientras hacía un gesto al pelirrojo para que sacara el maletín que habían traído. Chuuya rodó los ojos, pero obedeció. Colocó el maletín frente al desconocido y lo abrió, revelando múltiples fajos de billetes.

El hombre casi se atraganta con el humo del cigarro. Se quedó mirando, incrédulo, preguntándose con qué clase de niños estaba tratando. Finalmente, recobró la compostura e intentó acercarse al maletín, pero la mano vendada lo detuvo.

—Ah, ah, ah... Aún no nos ha confirmado si puede hacerlo o no.

El comentario le ganó una expresión visiblemente irritada del mayor, pero Dazai ni se inmutó. El de morado soltó una leve risa.

—Voy a ver qué puedo hacer, pero no puedo prometer nada ahora mismo. Esta clase de pedidos no son mi especialidad.

—Ya veo... En ese caso, podemos mantenernos en contacto hasta que lo confirme.

El hombre dio una calada a su cigarro, luego sacó una tarjeta y se la tendió al castaño. Dazai la tomó, y como era de esperarse, tenía un número de contacto impreso.

—No te atrevas a darle ese número a cualquiera, mocoso. Sé tu cara.

—Aye aye, capitán.

El hombre rodó los ojos y suspiró con la expresión de quien se arrepiente de todas las decisiones de su vida. Se levantó de su asiento mientras apagaba el cigarro.

—Escríbeme a ese número. Te responderé en tres o cuatro días para programar el encuentro. Por cierto, pueden llamarme Giran.

Luego, comenzó a caminar lentamente hacia la salida.

Antes de que pudiera salir completamente del bar, Dazai gritó con entusiasmo:

—¡HASTA PRONTO, VIEJO GIRAN!

Los mocosos de hoy ya no respetan a sus mayores...

Una vez que el hombre desapareció de su vista, Chuuya le lanzó una mirada desaprobatoria al castaño mientras cerraba el maletín.

—Acabas de reducir la esperanza de vida del pobre hombre a la mitad.

—Oh, vamos, no es como si pudiera tener más canas.

Chuuya lo miró incrédulo, pero prefirió terminar su bebida en lugar de dignar con respuesta a sus payasadas. Dazai sonrió inocentemente y dio un sorbo a su whisky.

Mientras tomaban tranquilamente, un grupo —presuntamente villanos, si sus trajes ridículos significaban algo— apostaban eufóricamente alrededor de una mesa de póker. Sin embargo, la alegría se desvaneció rápidamente cuando dos de ellos empezaron a discutir acaloradamente.

A juzgar por los gritos, uno estaba haciendo trampa descarada.

La tensión escaló hasta que una botella de sake salió volando… justo hacia donde estaban sentados los ex-mafiosos. El impacto contra la barra hizo que múltiples fragmentos de vidrio se esparcieran en todas direcciones. Chuuya reaccionó a tiempo y usó su habilidad para protegerse, pero Dazai no tuvo tanta suerte. Solo alcanzó a cubrirse el rostro con el brazo.

El pelirrojo saltó de su silla al ver que varios trozos se habían clavado en el antebrazo del castaño. En su desesperación no notó el charco de alcohol derramado y terminó perdiendo el equilibrio, golpeándose la frente contra el banco de madera.

Dazai quedó aturdido por lo rápido que todo había ocurrido, pero pronto reaccionó. Ignorando el dolor, se agachó a ayudar al pelirrojo a incorporarse. Chuuya, algo adolorido, aceptó la ayuda sin resistencia, pero en cuanto recuperó la claridad, le tomó el brazo al castaño con extrema cautela.

No fue difícil notar los hilos de sangre que manchaban las blancas vendas. Afortunadamente, los cortes no parecían graves; con primeros auxilios bastaría. Pero eso no calmó el ardiente enojo del pelirrojo.

Dazai jamás admitiría que sintió escalofríos ante la mirada asesina que Chuuya lanzó a los causantes del desastre.

Esto es malo...

—¿Quién de ustedes fue el desgraciado?

Su voz no dejaba dudas: al parecer, un chihuahua estaba furioso.

Dazai intentó sujetarle la muñeca, pero Chuuya ya había dado un paso al frente.

—Voy a despedazar a cada uno si no me responden en cinco segundos.

Los villanos, ebrios y ajenos al peligro, no se lo tomaron en serio.

—¡Ja! ¿Quién se cree este enano?

—¿Te perdiste, niñito?

—Este lugar es solo para adultos.

1...

—Voy a barrer el suelo con sus caras.

—Ohhh, ¡qué miedo tengo!

2...

—Seguro quiere hacerse el héroe.

—¡Qué idiota!

3...

—Te daré un consejo, mocoso. No te metas donde no debes. Los héroes no siempre estarán ahí para salvarte.

4...

Era evidente que si seguían hablando, estaban condenados. No es que a Dazai le importara que Chuuya quemara calorías golpeando criminales, pero mantener un perfil bajo era fundamental.

Hizo un último intento:

—Hey, Chuuya—

—Ese niño se hace el valiente, pero seguro se está orinando en los pantalones. Solo míralos, el de zanahoria no debe tener ni diez años.

Bueno, al menos lo intentó.

La reacción fue inmediata. Chuuya saltó y propinó una patada directa a la mandíbula de uno, enviándolo volando hacia la ventana, que estalló en mil pedazos cuando el cuerpo lo atravesó y aterrizó afuera del bar.

Obviamente, todo fue mera casualidad.

Sí, claro, pura coincidencia. Te creemos, chibi.

Todos quedaron paralizados. Un niño acababa de noquear a alguien diez veces su tamaño.

—¡Tengo trece, bastardo! ¡AÚN estoy creciendo!

No se lo digan, por favor. La ignorancia es felicidad.

Dos de los villanos salieron de su trance, pero reaccionaron de forma diferente. Uno corrió a auxiliar al tipo que ahora descansaba inconsciente en el pavimento, mientras el otro se lanzó furioso hacia Chuuya.

—¡Ya verás, mocoso!

Desde la barra, Dazai escuchó vagamente al bartender gritar algo como: “¡Llévense la pelea a otro lado!”, pero ya era inútil. El pelirrojo tenía esa sonrisa maníaca que hablaba por sí sola.

El castaño suspiró resignado. No había caso. Chuuya había estado estresado desde que comenzaron esta odisea, y honestamente, prefería mil veces que descargara esa energía con delincuentes que con vagabundos en el supermercado.

Se alejó a la esquina más tranquila del local, evitando los escombros de la pelea, y aprovechó para inspeccionar sus heridas. Por suerte, solo eran cortes superficiales. Nada grave de qué preocuparse; chibi era todo un dramático. Empezó a quitarse los trocitos de vidrio con una servilleta. No ayudaba mucho, pero era mejor que nada.

Mientras tanto, Chuuya parecía disfrutar como nunca de tener un saco de boxeo viviente. Solo necesitó un par de patadas para dejar al segundo villano inconsciente en el suelo.

Levantó la vista y vio al cuarto miembro del grupo, paralizado por el miedo. El tipo intentó dar un paso atrás, pero tropezó con sus propios pies y cayó al suelo, tumbando una mesa en el proceso.

Lamentablemente para él, Chuuya no tenía ni una pizca de compasión. Caminó con firmeza hasta quedar frente al villano. El tipo temblaba. En un intento desesperado, activó su quirk para defenderse, pero Chuuya fue más rápido: lo agarró del pelo y estampó su cabeza repetidas veces contra la mesa. Los llantos y súplicas llegaron rápido, pero fueron completamente ignorados.

Solo se detuvo cuando sintió el cuerpo del otro completamente inmóvil. Lo soltó con desdén, se limpió la sangre de las manos y se acomodó la camisa como si nada hubiera pasado.

Tch. Ahora quiere hacerse el cool… pero bien que babeaba dormido en el tren como un bebé.

Justo cuando parecía que todo había terminado, el villano que había ido a ayudar a su compañero volvió a levantarse. Su expresión era pura furia, y, al parecer, aún no había entendido el mensaje.

Activó su quirk, haciendo que su piel se volviera metálica, y se lanzó como toro enfurecido hacia el pelirrojo.

—¡Te haré pagar, maldito mocoso!

Pero Chuuya ni se inmutó. Aprovechó el impulso del contrario y lo derribó de cara contra el suelo. El villano gimió de dolor, intentó levantarse, pero Chuuya fue más rápido. Le puso un pie en la espalda y activó su habilidad. La gravedad empezó a incrementarse.

Lentamente al principio... hasta volverse aplastante.

Se escucharon crujidos. Los huesos empezaron a volverse añicos. Los alaridos de dolor no tardaron en llegar.

Mientras tanto, Dazai se moría de aburrimiento. Ya había terminado su whisky hacía rato, y ver a Chuuya patear traseros no era lo suficientemente entretenido.

Se levantó con calma, recogió el maletín de billetes y caminó hacia el pelirrojo. Colocó una mano sobre su hombro y desactivó su habilidad.

Chuuya ni siquiera necesitó mirar para saber quién era. El vacío que dejó “Indigno de Ser Humano” al tocarlo fue inconfundible.

—¿¡Por qué me detienes, estúpida caballa!?

Dazai suspiró, fastidiado por la escena frente a él.

—Ya fue suficiente escándalo por hoy. Quiero irme a casa. Tengo hambre.

—Tú nunca tienes hambre.

—Es cierto. Pero hoy se me antoja cangrejo enlatado.

Chuuya resopló molesto y metió las manos en los bolsillos mientras quitaba el pie de la espalda del villano. Recién entonces notó el desastre que había provocado. Lo que antes era un bar ruidoso y lleno de vida, ahora parecía zona de guerra. Podía contar con los dedos de una mano la cantidad de personas que seguían allí.

Bueno, tal vez se había pasado un poco. Pero, ¿quién podía culparlo? ¡Lo llamaron zanahoria! Sus actos estaban completamente justificados. (Y no, definitivamente no lo había hecho porque lastimaron a Dazai. ¡Esa estúpida momia no tenía nada que ver!)

Dazai forzó una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

—Chibi es un bruto. Ahora todo el mundo aquí sabe que un par de niños sospechosos aparecieron en un bar de mala muerte y armaron un espectáculo con un grupo de villanos. ¿Qué crees que pasará si Mori se entera?

El regañado no dijo nada, pero su expresión era una mezcla de terquedad y fastidio.

Dazai suspiró.

Qué babosa más engreída...

Empezó a hurgar en los bolsillos de su abrigo hasta encontrar lo que buscaba. Sacó un arma y le quitó el seguro. Luego se acercó al cuerpo más cercano y apuntó a la cabeza del villano.

—Ahora el amo tiene que limpiar el desastre del perro. Eso sí es molesto.

Sin expresión alguna, disparó. La sangre salpicó, formando un charco rojo que se extendió por el suelo.

Ayy no... mis zapatos...

Se giró y repitió el proceso con cada uno de los desafortunados que seguían vivos. Algunos intentaron huir, pero ninguno logró escapar de su puntería. Uno aún respiraba, así que lo remató clavándole una daga en la garganta.

Finalmente, exhaló para disipar el humo del arma y se volvió hacia Chuuya con una sonrisa tranquila.

—Chuuya debería saber que no se dejan sobrevivientes. Nunca se sabe a quién le pueden llegar los rumores.

El pelirrojo bufó, irritado.

—Bien, bien. Ya entendí. Regresemos, ¿sí?

No hicieron más comentarios. Ambos se dirigieron a la salida, pero un sonido extraño los alertó. De pronto, algo salió disparado en dirección al arma de Dazai.

Sin pensarlo, Chuuya derribó al castaño al suelo para evitar el ataque.

Fue entonces cuando Dazai pudo ver mejor al responsable.

Un hombre que no parecía haber dormido ni haberse bañado en semanas. Su barba descuidada dejaba claro que el aspecto personal no le preocupaba en lo absoluto.

Pero algo en él... le resultaba extrañamente familiar.

El hombre se acercó más. Su cabello negro flotaba sutilmente y los lentes amarillos ocultaban bien su expresión. Pero era evidente que no traía buenas intenciones.

—Entréguense ahora y no tendremos problemas.

¿Eh? ¿Una especie de policía?

Oh, espera... probablemente uno de esos héroes patrullando la zona. Aunque, con lo caóticos que eran estos barrios, Dazai jamás pensó que alguien se tomara en serio la tarea de vigilarlos.

—Ahh, señor héroe, parece que ha habido un malentendido. Verá, nosotros solo pasábamos por aquí, pero ¡PUM!, todo explotó de la nada. Y pues... quisimos ayudar. Lamentablemente, llegamos muy tarde. Lo único que encontramos fueron estos cadáveres. ¡Qué tragedia tan terrible!

Chuuya realmente consideró tirar a su compañero por la ventana.

Sin embargo, entendió el mensaje oculto. Dazai iba a distraer al tipo mientras él se encargaba de la ofensiva.

No podía ver los ojos del héroe por los lentes, pero estaba seguro de que su atención estaba completamente centrada en el castaño.

Aprovechando la oportunidad, activó su habilidad y se lanzó con una patada. Pero justo cuando el hombre giró en su dirección, el aura roja se desvaneció de su cuerpo. Chuuya quedó momentáneamente aturdido.

El héroe aprovechó el hueco, desvió el ataque y, de forma sorprendente, una tela larga y extraña empezó a envolver a Chuuya.

Era... ¿una bufanda?

Sí. Una bufanda.

Dazai no pudo evitar sentirse genuinamente impresionado. La gente fuera de Yokohama tenía una creatividad absurda para convertir cualquier cosa en un arma.

¡Qué envidia! Así da gusto vivir peligrosamente.

Pero no podía quedarse mirando cómo dejaban en ridículo a su compañero. Así que, mientras el héroe lidiaba con Chuuya, Dazai se lanzó directo hacia él, como si fuera a golpearlo en el estómago.

El héroe se preparó para esquivarlo, pero todo había sido una trampa.

En el último segundo, Dazai redirigió el golpe… y le estampó el maletín directamente en la cara.

El héroe retrocedió. Sus lentes quedaron arruinados, tuvo que quitárselos. Ese pequeño instante fue todo lo que Chuuya necesitó para liberarse. Su habilidad volvió en cuanto el hombre dejó de mirarlo.

Dazai sacó dos conclusiones:

  1. El héroe necesitaba una concentración casi perfecta para controlar su bufanda. Si se distraía, perdía la ventaja ante sus enemigos.

  2. Su quirk anulaba habilidades al mantener contacto visual. Probablemente bastaba con parpadear o cerrar los ojos para desactivarlo.

Perfecto.

Dazai improvisó un plan de escape. Prefería no dejar testigos, pero estaba cansado, su brazo le dolía, y que Chuuya anduviera peleando con cada perdedor que se cruzaba no ayudaba a su humor.

Además, era probable que este héroe hubiera llamado refuerzos, o que más estuvieran en camino tras escuchar los disparos. Dazai se maldijo internamente por no haber sido más precavido.

Agh... cuánto daría por un vaso de detergente ahora mismo...

Bastaron un par de señas discretas hacia el suelo para que Chuuya captara el plan al instante.

Antes de que el héroe pudiera recuperarse del todo, Chuuya pisó con fuerza. El impacto envió fragmentos de cemento al aire, creando una nube de escombros que dificultaba la visibilidad. Luego dirigió varios trozos grandes directamente hacia el enemigo, obligándolo a retroceder para esquivar.

Ese era el momento.

Chuuya agarró la parte baja del enorme abrigo de Dazai —que él ya se había quitado con este propósito— y, tras asegurarse de sujetarlo bien, tomó también el maletín y salió disparado con su habilidad, como si el abrigo fuera una cuerda y él una grúa.

Dazai no lo estaba tocando directamente, así que la habilidad de Chuuya podía seguir activa sin problemas.

Maniobró con cuidado para no estrellarlo contra ninguna pared. Cuando creyó que estaban lo suficientemente lejos, disminuyó la velocidad y aterrizó con suavidad.

—ChuuyaAaAaAa, vamos a casa. Estoy cansado.

—Tch. Me niego a llamar “casa” a ese chiquero. Pero sí, volvamos.

Sin embargo, como si el universo estuviera conspirando contra ellos, justo en ese momento, el héroe volvió a aparecer.

Saltó desde un tejado y aterrizó justo frente a ellos.

—Ahhh, carajo... ¿esto es en serio?

—Vaya... sí que es resistente.

Ya sin lentes, era más fácil leer su rostro, y Dazai estaba seguro: no los dejaría ir tan fácil. Aunque también era probable que su cara malhumorada fuera simplemente... su cara.

Espera... ¿ese tipo no era...?

Chuuya pareció pensar lo mismo..

—Hey, ¿ese no es el hombre zombi?

El héroe se llevó una mano a la sien, claramente sintiendo venir la migraña.

—Para su información, soy el héroe Eraserhead.

—¡Entendido, señor zombi!

Eraserhead, para su conveniencia emocional, decidió ignorar el comentario por completo. Por ahora se centró en capturarlos.

Chuuya miró a Dazai, esperando instrucciones. Este parecía tentado a simplemente tumbar un edificio entero contra el hombre. En realidad, no parecía tan mala idea. Deberían—

—¡Ni lo pienses, caballa! No sé qué tramas, pero no quiero tus idioteces.

Pero qué perro tan rebelde.

—¡No soy tu perro!

—Ni siquiera dije nada.

—¡Pero lo pensaste!

Dazai rodó los ojos. Bueno, uno… porque el otro está vendado.

Ambos se lanzaron al combate. Dazai esquivaba los ataques del héroe mientras Chuuya intentaba golpearlo, sin usar su habilidad, porque sabía que sería anulado. Y aunque fuera uno de los mejores en artes marciales de la Port Mafia, tenía que reconocer que este señor era bastante bueno. Podía mantener el ritmo de pelear con los dos ex-mafiosos al mismo tiempo. Al parecer los héroes eran más fuertes de lo que pensó en un principio.

Tal vez los subestimamos un poco...

No tenían tiempo que perder. Era claro que Eraserhead no intentaba capturarlos de inmediato. Más bien, parecía retenerlos, como si esperara refuerzos.

Dazai lo entendió. Necesitaban huir ya .

Vamos, Osamu, piensa, piensa...

Entonces se le encendió el foco.

Le hizo una señal a Chuuya para que lo cubriera unos segundos. Bastaron un par de toques rápidos a su bolsillo para confirmar que aún lo tenía.

Una sonrisa maliciosa se formó en su rostro.

Empujó ligeramente a Chuuya hacia un lado y se colocó frente al héroe.

Sacó su celular... y encendió la linterna.

La luz le dio de lleno en los ojos a Eraserhead.

Este retrocedió, cegado, llevándose las manos al rostro.

—¡Agh!

Chuuya no perdió ni un segundo. Activó su habilidad y le propinó una patada directa a la cabeza. El héroe salió volando y se estrelló contra una pared de concreto.

Sin perder tiempo, el dúo salió corriendo sin mirar atrás.

No podían esperar a subirse a ese maldito avión y dejar atrás esta ciudad.

No es como si ellos causaran problemas… claro que no.

Solo una desafortunada serie de coincidencias.

Dieron varias vueltas por callejones, revisando constantemente sus espaldas antes de acercarse a la guarida. No podían arriesgarse a ser seguidos.

Cuando finalmente entraron sin contratiempos, se desplomaron sobre sus respectivos futones. Solo habían ido a buscar a alguien que les hiciera documentos falsos, y terminaron perseguidos por el vagabundo del supermercado.

Las vueltas que da la vida…

Hasta se me quitó el hambre.

—Chibi es un bruto. Todo es tu culpa.

—¿¡Eh!? ¿¡Cómo que mi culpa!?

—Solo debías mantener la calma, pero parece que el perro no puede dejar de ladrar. ¿Las clases de manejo de ira fueron inútiles?

—¡No metas las clases Ane-san en esto!

—Solo digo que podrías pensar antes de actuar.

—¡AGH, CÁLLATE!

Dazai bufó entre las sábanas. Toda su energía estaba drenada. Se giró para darle la espalda a Chuuya, pero un dolor punzante en el brazo lo detuvo.

La adrenalina se había ido, y ahora sentía de nuevo los cortes. Ya no sangraban, pero sería mejor desinfectarlos. Sería un fastidio enfermarse por una infección.

Se levantó con pesadez, fue hasta su maleta y sacó alcohol, algodón y un par de vendas.

Luego se sentó en el suelo y empezó a quitarse las vendas viejas para tratarse las heridas.

Chuuya, al escuchar el ruido, se giró y notó lo que estaba por hacer.

—Dame eso. No puedo confiar en tus manos de mantequilla.

—¡No tengo manos de mantequilla!

—Cuando se trata de curarte, sí. Maníaco suicida.

Dazai hizo un puchero, pero se dejó tratar. Chuuya humedeció un algodón con alcohol y sostuvo con cuidado su antebrazo para limpiar la sangre. El castaño mordía su labio para evitar quejarse, aunque algún que otro sonido de dolor se le escapó.

Mientras desinfectaba, algo cruzó la mente del pelirrojo.

—Oye… tú sabes a dónde vamos después, ¿cierto?

—¿A qué te refieres?

—Digo, ¿hacia dónde iremos? Después de que ese tal Giran nos dé los papeles. Aunque ni siquiera está seguro de poder hacerlo.

—No te preocupes, chibi. Puedo reconocer a un buen hombre de negocios cuando lo veo.

Chuuya rodó los ojos, pero no soltó su brazo.

—Volviste a esquivar mi pregunta.

¡Qué perro más obstinado tengo!

—Pensé que la babosa fue la que insistió en venir aquí primero.

—Sí, pero tú dijiste que tenías el GRAN plan.

—Chibi tonto. No puedo pensar en todo siempre.

—¡Siempre piensas en todo!

Sin querer, Chuuya presionó con fuerza una herida, haciendo que Dazai se quejara. Arrepentido, murmuró un suave “Perdón, perdón…”

—En todo caso, ¿qué tal si vamos a Francia? Conozco el idioma y la zona. Sería más fácil.

—Puede ser fácil al principio, pero muchos grupos criminales franceses están aliados con la Port Mafia. Y están familiarizados con tu rostro. Ir allá sería entregarnos en bandeja de plata.

—Pero dijiste que, con la caída de sus reservas, la Port Mafia perdería a sus socios.

—Dije que perdería credibilidad, no que los perdería por completo. Mori no es tonto. Seguro tiene alguna bóveda secreta escondida por ahí. Solo es cuestión de tiempo para que la Port Mafia resurja y estabilice sus relaciones comerciales.

—Entonces, ¿qué propones tú?

Dazai se volvió hacia él con esa sonrisita maliciosa que Chuuya conocía demasiado bien.

—Propongo… Rusia.

—¿Rusia?

—Rusia.

Chuuya lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza.

—¿Por qué Rusia? ¡La Port Mafia también tiene conexiones allá!

—Porque todas esas “mafias” no son más que fachadas. Están controladas por un grupo terrorista liderado por una apestosa rata de alcantarilla.

—¿Y cómo estás tan seguro de que no nos delatarán?

La sonrisa del castaño se volvió aún más siniestra.

—Digamos que… esa rata me debe un pequeño favor. Y pienso cobrárselo. Además, seguro estará feliz de ayudarme cuando se entere que me jubilé joven.

Chuuya parpadeó. ¿Cuándo había ocurrido todo eso? Aunque, con Dazai, debería dejar de sorprenderse.

Pero entonces se dio cuenta de un GRAN detalle.

—Espera… ¡¿YA TENÍAS TODO ESTO PLANEADO?!

Dazai soltó una risita que no pudo ocultar.

—¡MALDITO! Solo querías dejarme como tonto.

—No es cierto. Chibi está imaginando cosas.

En venganza, Chuuya derramó más alcohol de lo necesario sobre la herida.

—¡AUCH! ¡Chibi es un salvaje!

—Y tú una molesta caballa.

—¡Chuuya me ama!

—Ya quisieras, idiota.

Finalmente, Chuuya terminó de vendarle el brazo. Suspiró y volvió a su futón.

—Voy a dormir un rato. No te atrevas a madrugar. Duerme al menos un par de horas.

—Se supone que yo mando aquí.

—Si no duermes, te juro que te noqueo a golpes.

—¡Eso es abuso, Chuuya!

—Díselo a la policía.

Dazai hizo un puchero, pero no discutió más. Chuuya, satisfecho, se acomodó en sus sábanas y se quedó dormido casi de inmediato.

Dazai, en cambio, fue hasta su mochila. Sacó la laptop que había comprado el día anterior y la colocó entre sus piernas.

Hora de trabajar.

Pronto comenzó a investigar más sobre todo el mundo de héroes y villanos. Era lo único de lo que hablaban en internet. Más gente sabía cuántos criminales había derrotado un tal “All Might” que si el gobierno estaba haciendo su trabajo.

¡Qué increíble plan disuasivo! Quien haya creado esto debe ser una gran mente maquiavélica.

Siempre hay algo nuevo que aprender.

Ignoró las publicaciones de fanboys y se enfocó en las normas: el uso de quirks en público estaba prohibido. Buen dato. Por suerte, no habían usado sus habilidades frente a civiles… aún.

También descubrió que los héroes eran algo así como celebridades. Hacían promociones, comerciales, firmaban con marcas…

¡Este lugar es increíble! Venden de todo, hasta la moral.

Intentó buscar información sobre el héroe que los había enfrentado: Eraserhead. No encontró mucho. Al parecer era un “héroe clandestino”. No salía en la TV, ni en campañas públicas. Solo él y su trabajo.

Una elección sensata, si le preguntaban a Dazai.

Estaba tan metido en su investigación que no notó cuándo se acercó una presencia peligrosa.

De repente, alguien cerró la pantalla de su laptop con fuerza. Apenas pudo quitar las manos a tiempo.

Alzó la vista. Un chihuahua con cara de pocos amigos lo miraba fijamente.

—Hey, chibi… ¿no estabas durmiendo?

—Para tu información… SON LAS DOS DE LA TARDE. Ya pasaron nueve horas. ¡Se suponía que NO ibas a madrugar!

Dazai revisó el celular. Eran las 2:27 p. m.

—Ups… perdón, no me di cuenta.

Chuuya le lanzó una mirada asesina. Parecía a punto de golpearlo, pero solo bufó.

—Maldita caballa, siempre hace lo que quiere…

Se dio media vuelta, fue hasta las maletas y empezó a sacar latas de cangrejo.

—Ayer dijiste que tenías hambre. Al final no comiste nada. No creas que lo olvidé.

Dazai pensó en hacer una rabieta, pero ya había desobedecido y no quería provocar más al pelirrojo. Un Chuuya molesto era una criatura peligrosa.

—Deja de mirarme así. Tú solito te lo buscaste.

—¡Chuuya es tan malooooo!

Sin piedad alguna, Chuuya abrió un par de latas y se las entregó con una cuchara.

—Come.

Bueno… por esta vez, le dejaré ganar. El cangrejo no merece ser desperdiciado.

Dazai cogió la cuchara y empezó a comer lentamente. Chuuya lo miró satisfecho, luego también sacó algo más apetecible para él.

—¿Qué haremos hoy? No creo que hayas planeado quedarte aquí todo el día.

—Qué buena pregunta. En realidad... no lo había pensado.

—¿¡Qué!? Ya no te creo nada, solo escúpelo, bastardo.

—Lo digo en serio, no tengo nada.

Chuuya quedó petrificado. ¿Qué clase de universo era este para que el Demonio Prodigio no hubiera pensado en un plan de antemano?

—Bueno... si lo dices en serio, ¿podríamos ir a algún baño público de esos donde puedes ducharte? Me fui a dormir todo sudado y me siento asqueroso.

—Chibi es un consentido.

—¡Cállate! Seguro que tú ni te bañas en una semana.

—Chuuya me bañó en su departamento ayer.

—Tch, sabes que eso no es a lo que me refiero.

Dazai le sacó la lengua mientras terminaba su tercera lata de cangrejo.

—Bien, ¿qué te parece un onsen?

—¿Esos que tienen aguas termales?

—Sí, esos.

—¿Tan siquiera hay uno por esta zona?

—Estoy bastante seguro de que vi un foro por internet que hablaba sobre uno que funciona gracias a un quirk. Y, convenientemente, está cerca de aquí.

—Vaya, qué suerte. ¿Vamos ahora?

—No es como si tuviéramos algo mejor que hacer.

Ambos terminaron de comer, se cambiaron a algo más casual para la ciudad y partieron rumbo al onsen.

Dazai iba al frente, guiándose con la ubicación del celular. Chuuya lo seguía de cerca —como siempre— con todos los sentidos alerta. Finalmente, llegaron frente a un establecimiento discreto pero con una fachada bien cuidada.

—¿Es este?

—Duh, literalmente tiene un cartel enorme que dice “onsen”.

—No me sorprendería que todo esto fuera un plan tuyo para burlarte de mí.

—Chibi es un paranoico.

Entraron sin pensarlo más. Una recepcionista los saludó con una sonrisa amable y les explicó brevemente las instalaciones.

Chuuya, aún desconfiado, pidió una zona privada . No le entusiasmaba la idea de compartir el agua con desconocidos, y mucho menos permitir que alguien pudiera ver lo que Dazai ocultaba bajo esas vendas.

Dazai no se quejó. La privacidad era una excelente excusa para relajarse sin preocuparse por ataques, miradas o curiosos indeseados.

Una vez dentro, se cambiaron y entraron al área termal. La habitación tenía un diseño tradicional japonés: paredes de madera clara, una pileta de piedra con agua humeante, y una pequeña mesa con toallas dobladas perfectamente.

El vapor era denso, relajante.

Ambos se sumergieron hasta los hombros.

Chuuya, aun en modo guardia, mantenía un ojo abierto por si a Dazai se le ocurría hacer alguna estupidez. El castaño, sin embargo, parecía... tranquilo.

Por una vez en mucho tiempo.

—Chuuya… ¿qué piensas que haremos una vez que todo esto acabe?

El pelirrojo parpadeó, sorprendido. No se esperaba una pregunta tan seria.

Pero al ver los ojos de Dazai, notó que hablaba en serio. Así que trató de responder igual.

—La verdad… no lo sé. No pensé tanto en el “después”. Solo quería salir de donde estábamos. Lo único que cruzaba por mi mente era que teníamos que huir. Y… solo pasó.

Hubo silencio.

Hasta que una risa suave rompió el momento.

—Típico de chibi. Tan bruto que actúa sin pensar.

—¡Eh! ¡Tú fuiste el que preguntó!

—Solo quería conocer tu opinión.

Chuuya bufó, cruzándose de brazos.

—¿Y tú? ¿Qué piensas que pasará cuando seamos libres?

Dazai se quedó callado un rato, mirando el cielo como si buscara la respuesta en las nubes de vapor.

Finalmente, bajó la vista y lo miró directo a los ojos.

—Creo que yo tampoco tengo idea. Solo decidí seguir a una tonta babosa.

—Tú, maldito—

—Pero no me arrepiento.

El pelirrojo se quedó sin palabras.

Lo observó en silencio, buscando señales de sarcasmo, de burla… pero no encontró ninguna.

—No me arrepiento de seguirte hasta acá. Gracias, Chuuya.

Chuuya sintió un calor inesperado en el pecho. No sabía cómo responder. Su rostro se calentó, desvió la mirada, y trató de sonar molesto.

—Eres un idiota… si no hacía algo, ibas a quedarte en tu miseria el resto de tu vida.

Dazai soltó una risa suave. No de burla. Una genuina.

Chuuya no recordaba haberlo visto tan relajado antes.

Y eso no ayudaba con el sentimiento cálido que le crecía por dentro.

Juraba que protegería esa sonrisa.

No importaba lo que pasara.

Lo haría con su vida.

Se quedaron un rato más en el agua. Finalmente, salieron, se secaron y se vistieron con su ropa casual. Chuuya incluso se tomó el tiempo para ayudar a secar el cabello de Dazai mientras este le lanzaba quejas fingidas.

En la recepción, Chuuya se despidió con una leve reverencia. Dazai, como siempre, solo agitó una mano con una sonrisa despreocupada.

Empezaron a caminar de regreso a su escondite.

El cielo, antes anaranjado, comenzaba a tornarse azul oscuro. Ambos se veían más relajados, especialmente Chuuya. Haberse bañado, limpiado y cambiado había hecho maravillas con su humor.

Incluso se cepilló los dientes y obligó a Dazai a hacer lo mismo. También pensó en ponerse una mascarilla facial, pero sabía que el castaño armaría un escándalo.

Caminaban tranquilamente por las calles iluminadas.

Hasta que una explosión los obligó a frenar en seco.

La explosión venía del local justo frente a ellos. El dueño gritaba por ayuda, y los héroes no tardaron en llegar.

Al parecer, un par de villanos eran los responsables del caos.

Mientras el resto de los civiles miraban boquiabiertos el espectáculo. Dazai y Chuuya simplemente... siguieron su camino.

No era asunto suyo. Los profesionales ya estaban en ello.

Sin embargo, el universo volvió a escupirles en la cara.

Un edificio cercano, dañado por la contienda, empezó a derrumbarse. Un pedazo enorme de concreto caía justo encima de sus cabezas.

Chuuya levantó la vista, preparado para usar su habilidad. Pero Dazai lo sujetó del brazo y lo arrastró fuera del área de impacto antes de que pudiera reaccionar.

—¡Hey! ¿Qué te pasa? ¡Podía detenerlo fácilmente!

—Bueno, es que… en realidad—

No terminó la frase. Una cortina de fuego pasó rugiendo cerca de ellos, obligándolos a moverse con rapidez para no terminar rostizados.

Cuando Dazai giró la cabeza, se dio cuenta de que Chuuya ya no estaba a su lado. Lo localizó unos metros más adelante, rodeado por llamas y caos. Trató de alcanzarlo, pero un héroe le bloqueó el paso.

—¡No deberías estar aquí, niño! Es peligroso. Vuelve con el resto de los civiles.

Claro, señor héroe. Gracias por aparecer justo después de que casi me cae un edificio encima. Muy útil.

Dazai no podía permitirse llamar más atención, así que se resignó a mezclarse con la multitud y rezar para que Chuuya no hiciera nada estúpido.

Mientras tanto, Chuuya estaba atrapado entre las llamas. El humo y el fuego impedían ver con claridad y bloqueaban su salida.

Grrr. ¡Maldita fogata andante!

Al principio pensó que el tipo del fuego estaba con los villanos. Pero al ver que los héroes lo respaldaban, lo entendió: ese sujeto era un héroe.

¿¡Pero qué carajos!? ¿No que los héroes protegían a las personas? ¡Ese demente casi rostiza a dos niños!

Si antes estaba confundido, ahora simplemente no entendía nada de esta sociedad de héroes.

Pero no tenía tiempo para análisis morales.

Divisó a una madre atrapada entre los escombros con dos niños pequeños. Intentó convencerse de que otro héroe iría a salvarlos. Seguro que sí. Él tenía que encontrar a Dazai.

Pero su corazón de pollito no le permitió ignorarlos.

—¡Agh! ¡Maldita sea… ya que!

Dazai podía esperar unos minutos más.

Corrió hacia ellos y usó su habilidad para apartar los escombros. Vio que la niña en brazos sangraba de la cabeza. Necesitaban atención médica urgente.

La madre lo miraba como si fuera su última esperanza.

El niño más pequeño, en cambio, lo señaló con una sonrisa:

—¡Mami, mira! ¡Es un héroe! Tenías razón. ¡Vinieron a salvarnos!

Chuuya rodó los ojos.

—No soy un héroe, niño.

—¿Cómo que no? ¡Tienes un traje! ¡Y ese sombrero raro!

—¡Mi sombrero no es raro! ¡Y no soy un héroe!

—¿De verdad? Bueno, supongo que eres muy enano para ser uno.

Chuuya vio rojo.

—¡TENGO TRECE AÑOS, AÚN ESTOY CRECIENDO!

La madre lo miró boquiabierta.

Chuuya ignoró todo y se centró en sacar a la familia de ahí. Pero las llamas se habían expandido. La salida estaba bloqueada.

¡Esa maldita hoguera hija de—

Giró furioso hacia el “héroe” de fuego, justo cuando estaba a punto de dar el golpe final a los villanos.

Chuuya no lo pensó.

Se lanzó con una patada directa a la cara.

Todos estaban tan concentrados viendo al héroe número dos patear traseros, que nadie lo vio venir.

El polvo se disipó lentamente, revelando la figura de un niño pelirrojo con sombrero elegante y cara de furia absoluta.

Civiles, héroes, y hasta los mismos villanos… todos se quedaron congelados.

Dazai, entre la multitud, escupió el agua que un héroe le había dado para hidratarse.

No. Inventes.

Definitivamente no eran los favoritos de Dios.

Chuuya, aún sin darse cuenta del desastre que acababa de causar, gritó:

—¡MIRA A DÓNDE TIRAS ESE FUEGO, IDIOTA! ¡CASI NOS QUEMAS A TODOS!

Dazai sintió el deseo genuino de asesinar a una babosa.

Y luego suicidarse.

No necesariamente en ese orden.

Chuuya giró hacia los villanos.

—¡Y ustedes también! ¡LÁRGUENSE!

Los villanos intentaron defenderse, pero no fueron rival. En segundos, estaban inconscientes, tirados por todo el pavimento.

Chuuya bufó y fue a buscar a la familia, pero fue abruptamente detenido por otros héroes.

—¡¿Pero qué—?!

Dazai intentó acercarse para calmar la situación, pero lo detuvo una bufanda muy familiar.

Al alzar la mirada, confirmó lo que temía.

Eraserhead lo miraba con severidad.

¡Esos ojos rojos sí que intimidan!

Aún tenía vendas en la frente, pero estaba de pie. Vivo. Listo.

La resistencia de este hombre era increíble. Aunque se hubiera sanado en gran parte, debería al menos estar en reposo un día. Las patadas de chibi no eran una broma… y para que este tipo esté de pie como si nada...

Este héroe no dejaba de impresionar a Dazai.

¡Qué asombrosa era la sociedad de héroes!

—Tú vienes conmigo.

—Sí, ya me lo imaginaba…

Dazai soltó un suspiro y se dejó arrastrar como un saco de papas.

Lamentablemente, no parecía que podría ayudar al pelirrojo por ahora. El agarre de la bufanda era demasiado fuerte, y no creía que el pelinegro lo dejara ir solo con una charla sobre “no gritar en los pasillos”.

Tch… estúpido chihuahua.

Esto realmente apesta.

Notes:

No sé si a la gente le gustan más los capítulos largos o cortos. Bueno, con cortos me refiero a 2k-3k palabras, porque a nadie le gusta un capítulo de 500. No sé exactamente de cuántas hice este... Bueno, ni modo, pasemos a mi anécdota.

Bitácora #3: Mientras escribía el siguiente capítulo, me acordé de cómo casi mando a mis tíos a la cárcel XD. Sé que suena loco, pero todo tiene una explicación.
Verán, yo tenía 13 añitos (¿coincidencia con mi fanfic? ¡NO LO CREO!) y en ese tiempo aún no hablaba muy bien inglés, así que mi mamá me mandó sola a Estados Unidos a pasar las vacaciones con mis tíos para así soltar mejor la lengua.
(Spoiler: no funcionó mucho, pero sí mejoré en el listening.)
No era la primera vez que viajaba sola a otro país, así que eso no era un problema. Bueno, si han viajado así, sabrán que los padres tienen que firmar un documento autorizando que dejan a su hijo a cargo de otra persona, que sería su apoderado temporal (no recuerdo el nombre exacto del documento).
La cosa es que yo estaba comiendo un pollito broaster en un supermercado y mis tíos estaban hablando sobre llevarme a pasear a Disney, y que tenía que dejarme tomar fotos. Como odio las fotos, seguro puse mala cara o algo, no lo sé.
Bueno, resulta que un grupo de personas que estaba a nuestro costado—QUE SEGURAMENTE NO HABLABAN ESPAÑOL (porque nosotros sí estábamos hablando en español)—habrán malentendido TODO. Y no sé qué pensaron que me estaban haciendo.
La cosa es que llamaron a la policía, y yo estaba feliz comiendo mi pollito cuando de repente entraron dos oficiales, un hombre y una mujer, y empezaron a hablar con mis tíos. Yo solo estaba como: ¿WTF?
Al final, el policía me sacó del supermercado para hablar a solas, mientras la oficial se quedó con mis tíos adentro. Y yo me estaba muriendo de miedo... pero es porque tengo un pequeñito problema de ansiedad social.
El policía me empezó a hacer preguntas: cuántos años tenía, de dónde era, bla bla bla. Y luego entendí que él pensaba que me estaban secuestrando o algo así (O_O).
Yo trataba de explicarle que eran mis parientes y que no estaba en peligro ni nada, lo cual no fue tan fácil porque el señor hablaba solo un poquitito de español… y yo era todo lo contrario (っ- ‸ - ς)

Policía: ¿Estás seguraw de que ellos ser tus tíos?
Cristy: ¡Sí! Se lo juro, señor.
Policía: ¿De verdad?
Cristy: ¡De verdad!
Policía: ¿De verdad verdad?
Cristy: ¡QUE SÍ SON MIS TÍOS!

Parece broma, ¡pero de verdad fue así! JAJAJAJAJAJA

Chapter 4: Let the game begin

Summary:

HA! Out of one hell and straight into another.
At least here there’s no violen—
Never mind, the chihuahua’s already in another fight.

Notes:

¡HE VUELTO!
Con un capítulo que tardó una eternidad (╥﹏╥)
Me pasaron muchas cosas, pero al final me hice un tiempito para escribir.
Aviso que en este capítulo aparecen varios personajes OC. Si ven un nombre que no reconocen, probablemente lo inventé para conveniencia de la trama.
Prometo que son los únicos que usaré en todo el fanfic (aunque… quizá aparezca alguno más en el futuro, pero no tendrá relevancia). Sé que puede ser pesado aprenderse nombres nuevos, así que me aseguré de que sean fáciles de identificar.
También creo que me pasé un poquito con la extensión… Pero si lo cortaba más, iba a perder sentido, así que lo dejé tal cual. ¡Espero que no les resulte aburrido! (ᵕ—ᴗ—)
Sin más que decir… ¡espero que lo disfruten! (˶˃ ᵕ ˂˶)

Advertencias:
• Violencia gráfica
• Autodesprecio
• OCs/Original Characters

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Un foco amarillento colgaba del techo, justo en el centro de la celda, proyectando una luz tenue y parpadeante que apenas lograba cumplir su función. Las paredes, grises y agrietadas, parecían más cercanas de lo que realmente estaban, como si se encogieran lentamente con cada hora que pasaba.

Chuuya estaba sentado sobre una camilla metálica anclada a la pared, el colchón apenas más grueso que una servilleta y tan duro como el suelo. Se había encogido sobre sí mismo, con la frente apoyada en las rodillas y los brazos abrazando con fuerza sus piernas. Intentaba mantenerse cuerdo, pero su mente, al igual que el foco, oscilaba entre el silencio y el colapso.

No había visto a Dazai desde el accidente. No sabía si había salido ileso, si estaba herido, inconsciente… o muerto.

Tal vez, en ese mismo instante, lo estuviera buscando.

O tal vez se estuviera pudriendo en algún callejón.

Y él seguía allí, inútil, incapaz de hacer nada más que respirar y esperar.

No es que no lo haya intentado. Pero lo habían esposado con esas malditas restricciones de Quirk que, sorprendentemente, sí podían contener su habilidad.

Aun así, podía sentirlo. En lo más profundo de su pecho vibraba un eco inhumano: el rugido de Arahabaki, tamborileando como si buscara una grieta por donde escapar.

Seguía allí. Latente. Exigiendo ser liberado.

Si podía oírlo, si podía sentirlo, entonces tal vez aún podía activar la Corrupción.

Y escapar.

Pero Dazai no estaba cerca.

Usar Corrupción sin Dazai sería un suicidio.

En momentos como ese, Chuuya realmente odiaba su poder.

Ese maldito don que nunca había pedido.

No sabía cuánto tiempo había pasado —¿minutos, horas, días?— cuando escuchó pasos acercándose por el pasillo. Se detuvieron frente a su celda, y un tintineo de llaves cortó el silencio como un disparo.

Chuuya se obligó a recomponerse. Hundió las uñas en sus brazos hasta dejar líneas rojas que arderían después y mordió su labio inferior hasta saborear el metal de la sangre. Todo para no temblar.

Concéntrate. Concéntrate.

No se permitiría parecer débil.

Cuando la puerta se abrió con un chirrido oxidado, su mirada ya estaba afilada como un cuchillo, cargada de rabia contenida. Los dos oficiales que entraron recibieron esa mirada sin inmutarse, con una indiferencia tan profunda que resultaba casi insultante.

—Camina, niño. Ya es tu hora —ordenó uno de ellos, sin siquiera mirarlo.

No tenía otra opción. Se puso de pie, con los grilletes rozando sus muñecas, y los siguió en silencio.

Atravesaron los pasillos del centro, flanqueados por celdas donde se amontonaban criminales de todo tipo. Chuuya evitó mirar, aunque, por el rabillo del ojo, captó visiones inquietantes: enanos con cuernos, una mujer con cola de reptil, un hombre con dientes de tiburón… incluso le pareció ver una jirafa con alas.

¿Eso era posible?

Mejor ignorarlo. Mirar demasiado lo volvería loco.

Estaba seguro de que todos esos sujetos eran llamados “villanos” en esta ciudad. El término le sonaba extraño, pero supuso que debía acostumbrarse. Después de todo, probablemente ya lo llamaban a él así, sobre todo después de haber golpeado a un héroe tan querido….

En su defensa, él no sabía que solo los héroes podían usar sus poderes. Le parecía una norma estúpida, pero supuso que servía para mantener el orden público.

Da igual. Solo tenía que escapar, encontrar a Dazai para confirmar que el idiota seguía vivo y, entonces sí, mantenerse con un perfil bajo hasta que el viejo avaro los contactara para sacarlos de allí.

Sin darse cuenta, ya estaba frente a una puerta metálica con un cartel deslucido que decía “Interrogatorio”.

Inhaló profundo. No estaba asustado… o al menos eso quería creer. No iba a temblar ni a dudar. Se tragaría los nervios como tantas otras veces. Tenía una misión que cumplir y no permitiría que nadie lo viera flaquear.

La puerta se abrió con un chirrido oxidado y los oficiales lo empujaron suavemente al interior. Lo guiaron hasta una mesa sencilla, de madera barata, con dos sillas enfrentadas bajo una lámpara que apenas iluminaba el centro de la sala. El resto quedaba sumido en sombras grises, como si los muros fueran a tragárselo si parpadeaba demasiado.

Parecía el escenario de una mala película de policías. Solo faltaba el cigarro apagado en un cenicero.

Chuuya se dejó caer en una de las sillas, cruzando los brazos con descaro. Los oficiales no dijeron nada más. Salieron sin mirar atrás y cerraron la puerta con un clic seco.

El pelirrojo bufó, fastidiado.

—Tsk. Si supieran con quién están tratando…

No es que esperara un trato especial, pero dejar a uno de los mejores peleadores de la Port Mafia suelto —con o sin esposas— era una estupidez monumental. Aunque… ya no pertenecía a la Port Mafia, ¿cierto?

Daba igual. Eso no lo hacía menos peligroso. Ni más compasivo.

Finalmente, luego de lo que se sintió como una eternidad, la puerta se abrió.

Un hombre entró con pasos tranquilos, como si el tiempo no le apremiara. Su cabello rubio, algo apagado, caía con naturalidad bajo el ala de un sombrero fedora. Llevaba una gabardina beige impecable sobre una camisa blanca bien planchada y una corbata negra perfectamente anudada. Los pantalones grises hacían juego, y las manos, enguantadas en fino cuero negro, colgaban relajadas a los costados. Nada en su apariencia estaba fuera de lugar.

Sus ojos, sin embargo, eran lo más llamativo: violetas, brillando con una calma engañosa, como si ya supieran lo que ibas a decir antes de abrir la boca.

—Buenos días —saludó con una sonrisa amable, casi suave.

Chuuya no se dejó engañar. Ese tipo sabía lo que hacía.

Tras él, entró un hombre de cabello negro y aspecto impecable: el abogado de oficio asignado a Chuuya. El traje estaba perfectamente planchado, el cabello peinado con esmero y la expresión era estrictamente profesional. Después de la infructuosa conversación que habían tenido antes —y del nivel de estrés con el que se había marchado—, Chuuya habría apostado a que lo vería con las ganas de vivir por el suelo.

Aunque… no recordaba haberle visto esas ojeras bajo los lentes la última vez.

Seguramente acababa de arruinarle la vida a una pobre alma… y no se arrepentía ni un poco. No era nada personal contra él, claro, pero Chuuya no pensaba hablar con nadie hasta tener un mínimo control de la situación.

Tal vez no pudiera compararse a Dazai en planes o estrategias, pero sabía cuidarse solito.

No podía depender siempre del castaño.

Ahora que tenía claro qué decir y qué callar, se preparó para enfrentar al enemigo del día.

El detective se acercó y tomó asiento frente a él. Colocó una grabadora a un costado de la mesa, sacó una libreta, unos papeles y un lapicero. El abogado, por su parte, se ubicó a su izquierda, a una distancia perfecta para intervenir sin estorbar.

La postura del detective era relajada, pero sus ojos parecían ver a través de su alma. Chuuya le sostuvo la mirada con el ceño fruncido. El otro simplemente sonrió, como si estuvieran en una feria y no en un interrogatorio.

—¡Hola! Soy el detective Ren Tsukishima, pero puedes llamarme Ren —dijo en un tono alegre pero tranquilo—. Sé que no es el mejor lugar para entrar en confianza, pero necesito que seas lo más sincero posible, ¿sí? ¿Por qué no empezamos con tu nombre y edad?

Chuuya sintió el impulso de borrarle esa maldita sonrisa. Que le hablara como si tuviera cinco años no ayudaba.

Pero tenía un papel que seguir.

—Chuuya Nakahara. Trece años.

Si el detective se sorprendió por la respuesta rápida, no lo mostró. El abogado, en cambio, parecía haber presenciado un milagro.

—Bien, Chuuya. Puedo decirte Chuuya, ¿no? —ni se molestó en esperar aprobación—. No apareces en ninguna base de datos y no has proporcionado el número de ningún apoderado. Sería de gran ayuda que llamaras a algún familiar para autorizar este interrogatorio.

Chuuya permaneció en silencio. No era que no quisiera llamar a nadie: es que no podía.

—Vivo solo.

El detective suspiró.

—Entiendo que sea difícil, pero aún así necesito hablar con tus padres.

—No tengo padres.

La migraña ya se hacía presente.

—Bueno… pero debes tener a alguien a cargo.

Chuuya lo miró como si acabara de decir la estupidez más grande del mundo.

—Le dije que vivo solo.

—¿No tienes ningún tutor legal?

—Vivo. Solo.

El silencio volvió a caer. El detective giraba el lapicero entre los dedos, perdido en sus pensamientos. El abogado masajeaba su sien, resignado.

Chuuya bufó. Todo esto era ridículo.

—Entonces… ¿podrías darnos la dirección de tu residencia?

Y ahí estaba la pregunta que no quería escuchar.

No importa qué respondiera, ninguna opción sonaba bien.

Pero decir que no tenía casa era mejor que confesar que venía de Yokohama.

—No tengo casa.

Técnicamente cierto: tenía un departamento, pero eso no era “una casa”.

El detective frunció el ceño.

—¿Dónde has estado viviendo, entonces?

—En la calle.

Técnicamente cierto también, al menos en la época de las Ovejas.

—¿Cuánto tiempo exactamente?

Chuuya dudó. No había forma de que esa respuesta no sonara alarmante.

—Creo que… unos años. No estoy seguro.

La expresión del detective se oscureció, pero no dijo nada. Solo respiró hondo y volvió a mostrar esa sonrisa amable, como si eso pudiera arreglar el desastre.

—Bien, como no hay tutor, supongo que no tenemos más remedio que empezar así.

Encendió la grabadora. Una luz roja parpadeó con un clic , llenando la sala de tensión. Se aclaró la garganta y hojeó los informes con calma profesional.

—Esta conversación está siendo grabada —anunció—. Son las 9:14 a.m. del día 27 de julio. Soy el detective Ren Tsukishima. Me acompaña el abogado Masaki Hayama y el menor identificado como Chuuya Nakahara, de trece años, acusado de uso ilegal de su Quirk y de atacar intencionalmente al héroe número dos, Endeavor.

Esta vez alzó la mirada.
Sus ojos violetas se clavaron en los de Chuuya con una presión sofocante.

—Por reglamento, debo mencionar que mi Quirk, Panorama , me permite reconstruir con exactitud cualquier suceso pasado, presente o incluso futuro en el que una persona haya estado implicada. Solo necesito fragmentos de información. Por ejemplo, con solo leer este informe, puedo saber qué pensabas cuando pateaste a Endeavor, con qué pierna lo hiciste, qué estabas haciendo una hora antes e incluso lo que planeas hacer mañana. Obtengo el panorama completo en segundos. Bastante útil para un detective, ¿no crees?

Acompañó sus palabras con una sonrisa tranquila, casi amable, pero con un filo escondido. Una advertencia.

No mientas, porque lo sabré.

Chuuya entrecerró los ojos. No había duda: intentaba intimidarlo con su aire de superioridad.

Lástima que él no era un mocoso cualquiera.

En vez de retroceder, le devolvió la sonrisa más arrogante que tenía.

—Sí, creo que es perfecto.

La sonrisa del detective se ensanchó, como si esa fuera la respuesta que esperaba.

—Debo recordarte que tienes derecho a guardar silencio, a no declarar contra ti mismo y a contar con la presencia de tu abogado. Todo lo que digas puede ser usado en tu contra. ¿Lo entendiste o tengo que explicártelo en palabras más sencillas?

Chuuya apretó los dientes.

¡Él ya era lo suficientemente grande para entender términos legales!

—No me mires así. No tienes que hacer un puchero para demostrar que entendiste.

¡NO estaba haciendo un puchero!

—Ya que veo que entendiste… —continuó el detective—, pasemos a lo importante. Dime, Chuuya, ¿por qué decidiste atacar a un héroe?

Fácil.

—Porque el bastardo no dejaba de escupir fuego por todos lados.

El abogado dejó caer los hombros como si le hubieran dado una puñalada al alma. El detective, por su parte, no se inmutó.

—Eso no es una razón válida para atacar a alguien.

—Me parece bastante válida, considerando que estuvo a punto de pulverizar a una familia —replicó Chuuya, indignado.

—Si alguien estaba en peligro, debiste avisar a los héroes —contestó con paciencia.

—¡Todos esos inútiles estaban más concentrados en la hoguera andante!

El detective suspiró y escribió algo en su libreta. Chuuya sintió el impulso de asomarse para ver qué anotaba, pero se contuvo. Kouyou le había enseñado que fisgonear en asuntos ajenos era de mala educación.

Podía ser un criminal, pero no un maleducado.

Finalmente, el hombre alzó la vista con una expresión más seria.

—Usar tu Quirk en público no es tan grave por sí solo. Pero golpear a un héroe tiene consecuencias. Aunque con una advertencia, disculpas públicas y trabajo comunitario sería suficiente castigo. Sin embargo…

Sacó una foto de su gabardina. En ella aparecía un niño castaño que Chuuya conocía como la palma de su mano.

Todo a su alrededor se distorsionó. Solo podía enfocarse en la imagen frente a él.

—Me tocó interrogar a este chico antes que a ti —continuó el detective—. Su nombre es Osamu Dazai, tiene trece años y, al igual que tú, no está registrado en nuestra red. Parece que su Quirk anula el mío, y me dijo que no puede desactivarlo. Estoy seguro de que ustedes dos están conectados, así que me ayudarías mucho si pudieras decirme algo sobre—

No pudo terminar.

De pronto, Chuuya estampó sus muñecas contra la mesa con tanta fuerza que rompió tanto el mobiliario como las esposas. Lo miró con una expresión que, a primera vista, podría interpretarse como furia pura, destructiva, como si fuera a arrasar con todo a su paso.

Pero debajo de todo eso había algo más. Un alma aterrada y desesperada, perfectamente oculta dentro del remolino interno que no cualquiera podía notar.

Sin embargo, alguien lo notó. El detective lo notó.

Pero no tuvo oportunidad de reaccionar: una patada en el abdomen lo lanzó contra la pared, seguida de una mano firme cerrándose sobre su cuello, impidiéndole respirar.

Todo pasó tan rápido que el abogado se había quedado paralizado. Pero cuando vio que el detective comenzó a escupir sangre, y que el pelirrojo no parecía querer soltarlo, salió corriendo hacia la puerta a pedir ayuda.

A Chuuya le importaba un carajo.

Sus ojos, oscuros y furiosos, estaban clavados en el rubio. Su agarre se intensificaba cada segundo, como si quisiera destrozarle la garganta.

Y, aun así, lo soltó.

El detective cayó al suelo, tosiendo sangre, pero Chuuya no le dio respiro: le puso un pie encima, presionando con fuerza.

No tuvo piedad cuando activó su habilidad.

De inmediato, el detective fue arrollado por la gravedad.

—Dime dónde está Dazai.

Su voz era baja y helada, con una calma furiosa que amenazaba con arrasar con todo.

El detective intentó hablar, pero su garganta destrozada apenas le permitía moverse. Chuuya lo comprendió.

Este ya no le serviría. Se preparó para matarlo.

Entonces, la puerta se abrió de golpe. Chuuya se giró para lanzar a todos contra la pared con su habilidad.

Pero, al intentar activarla… no funcionó.

Se fijó mejor en los recién llegados. Todo cobró sentido.

Maldito vagabundo.

No alcanzó a reaccionar cuando escuchó el impacto. Sin embargo, no sintió una bala, era solo un leve pinchazo. Bajó la mirada al brazo.

Era un dardo.

Frunció el ceño, pero el mareo lo golpeó enseguida. Sus piernas temblaron, la visión se nubló. Apenas podía mantenerse en pie.

Debía ser un sedante muy potente.

Intentó avanzar, desafiar al dolor, pero las piernas le fallaron. Cayó de rodillas.

Quiso levantarse. No pudo. Cada segundo que pasaba, el adormecimiento se extendía por su cuerpo como una marea inevitable.

Apretó los dientes, frustrado.

La impotencia lo consumía.

Todo este tiempo, Dazai había estado a solo unos metros de distancia. En una celda fría, solo. Y él… él se había dejado arrastrar otra vez por su propia maldita ira.

Quiso maldecirse, gritar, hacer algo, pero ni la voz le salía. Su respiración se volvía pesada, y el hormigueo en sus manos avanzaba hasta los hombros como si su propio cuerpo lo estuviera traicionando.

Forzó sus piernas a moverse. Ni un centímetro.

De verdad que era un inútil.

Sus manos ya no respondían. Sus párpados pesaban.

El caos a su alrededor seguía: oficiales gritando, pidiendo un médico, otros apuntándolo con cautela.

Pero Chuuya ya no veía nada de eso. Solo pensaba en el castaño vendado que se había colado sin permiso en su vida.

Toda su rabia se quebró en un llanto silencioso.

Lo siento…

Y finalmente, todo se volvió negro.

 

────────────

 

Dazai era un individuo de muchos talentos.

Por ejemplo, sin duda podía considerarse una de las personas más calculadoras que existían. Sabía mantener la calma en cualquier situación y, con ayuda de su intelecto, formular un plan para contraatacar cualquier desventaja y asegurar su victoria.

Sin embargo… nadie podía soportar toda la presión que cargaba ahora.

No es que estuviera molesto. Claro que no.

Solo estaba… ¿agobiado?

Escapar de la Port Mafia lo había dejado exhausto, y que su chihuahua pleitista estuviera inquieto todo el rato no ayudaba.

Y, para colmo, a Chuuya se le había metido en la cabeza mandar a volar a una de las figuras más reconocidas del mundo de los héroes… ¡y en medio de una multitud!

Ahhh… Dazai era demasiado joven para este nivel de estrés.

¡De chihuahuas furiosos se encargaba Kouyou, no él!

Bueno… tal vez sí estaba algo molesto.

Pero solo un poquito.

Cuando lo llevaron a interrogar, intentó engañar al detective para hacerle creer que, pese a las pruebas en su contra por un supuesto homicidio, en realidad solo eran dos niños desafortunados que habían presenciado una masacre.

Lamentablemente… ese hombre zombi volvió a meterse donde no lo llamaban.

Al parecer, el gran obstáculo entre él y su libertad era ese tal Eraserhead .

Dazai estaba sinceramente frustrado con ese héroe.

Antes de poder terminar sus jueguitos mentales, el pelinegro irrumpió en la sala y tiró todas las pruebas sobre la mesa para demostrar su culpabilidad.

Como buen perdedor, Dazai hizo un berrinche y se negó a decir una palabra más.

Luego lo llevaron a sentencia y… ¡adivinen qué!

Se enteró de que Chuuya había causado otro revuelo.

¡Casi se carga al señor detective!

Como si no tuvieran ya suficientes problemas.

No hubo mucho debate: el juez los sentenció a seis años en un centro juvenil.

¿Saben qué? Olvídenlo.

Sí estaba muy molesto.

Ni siquiera eran las cinco de la mañana cuando lo obligaron a despertarse.

Esto debía ser lo que llamaban castigo divino.

Ahora estaban siendo trasladados al centro juvenil.

O, dicho de otra forma: la cárcel para niños.

Dazai observaba con el ceño fruncido al bello durmiente frente a él.

El sedante debió haber sido muy fuerte. Chuuya llevaba inconsciente más de un día, saltándose todo el aburrido parloteo del tribunal. ¡Qué envidia!

Dazai, en cambio, tuvo que escuchar durante horas cómo un grupo de adultos lo juzgaba por “unos pequeños crímenes”. ¡Y lo miraban como si hubiera cometido el peor pecado de la humanidad!

Imagínense si tuvieran su lista completa de delitos…

Bueno, no importaba. No podía lamentarse.

Debía planear otra fuga antes de que el viejo Giran se aburriera de esperar.

Salió de sus pensamientos cuando notó que el pelirrojo empezaba a despertar lentamente. ¡Ya era hora!

Uno de los policías también lo notó y avisó a su compañero para que estuviera atento.

Dazai observó cómo Chuuya, aún con la mirada borrosa, reconocía el entorno hasta que sus ojos se detuvieron en la inconfundible figura de su compañero.

El castaño le dedicó una sonrisita oscura que no ocultaba en lo absoluto todas sus molestias y frustraciones.

Chuuya lo miró incrédulo. Intentó alzar su mano, pero no pudo mover ni un centímetro. Bajó la mirada y descubrió que estaba amarrado a una camilla.

Dazai presenció claramente cómo su rostro pasaba de la incredulidad a la furia.

De reojo, vio a los oficiales listos para usar otro sedante.

Eso era malo. Prefería evitar cargar con un Chuuya inconsciente en terreno desconocido.

Antes de que empezara a forcejear, Dazai le soltó un fuerte pellizco en la mejilla y puso un puchero dramático.

—¡Chuuya es tan cruel! —se quejó—. Me dejó solo a mi suerte, en medio de llamas y desconocidos. ¡Fue tan aterrador!

Para su sorpresa, Chuuya lo miró con culpa, como un cachorro triste que sabe que le falló a su amo.

Dazai se quedó mudo. ¿Pasó algo mientras no estaba?

Vio que Chuuya intentaba decir algo, pero rápidamente le tapó la boca con una mano, fingiendo estar más ofendido que nunca.

—Ahora no estoy de humor para escuchar excusas de chibi —dijo con tono teatral—. Los lugares cerrados me estresan.

Hablamos luego. Tenemos público.

Chuuya cayó en cuenta de que no estaban solos, guardó silencio y asintió. Si hacía otra escena, Dazai se enfadaría más de lo que ya estaba. Y podía contar con una mano las veces que lo había visto realmente molesto. Mejor evitarlo.

El mundo heroico no estaba preparado para ese tipo de furia.

Bastaron unos minutos más para llegar a su destino.

El edificio parecía más una prisión que un centro de rehabilitación: muros altos de concreto, coronados con alambre de púas que se extendía por toda la manzana. La entrada principal estaba custodiada por una caseta de vigilancia y una reja metálica que solo se abría con autorización electrónica. Un letrero institucional, gastado y con letras azules descoloridas, anunciaba el “Centro Juvenil de Rehabilitación y Reinserción N°4”, junto al escudo del gobierno.

Las ventanas del edificio eran estrechas y protegidas con barrotes delgados pintados de blanco.

Si uno observaba con atención, podía notar cámaras en cada esquina del techo.

Se supone que la función principal de este lugar era rehabilitar, pero todo el ambiente parecía propio de una cárcel.

Pero… ¿Quién era Dazai para hacer prejuicios?

Una vez que dieron la autorización, el carro se estacionó a un lado del patio, cerca a la cancha de básquet donde estaba un jardín mal cuidado con bancos de cemento y un par de árboles secos que pretendía dar un aire menos hostil.

Esto de no hacer prejuicios se estaba volviendo difícil.

Los oficiales abrieron las puertas del vehículo, dejando ver la “gran bienvenida” preparada: una cantidad absurda de guardias para un par de niños.

Uno de ellos tomó la camilla de Chuuya para bajarlo, mientras otro indicaba a Dazai que saliera. Cuando por fin pudo ver el cielo, el castaño suspiró aliviado. Normalmente prefería la comodidad de un techo —en especial, el sofá de Chuuya—, pero después de cárceles, interrogatorios y tribunales, el aire fresco no estaba mal.

Se colocó al costado de Chuuya, que miraba todo con hostilidad, listo para lanzarse sobre quien se acercara. Dazai le lanzó una mirada molesta.

¿No podía controlarse un poco?

Deberían haberle puesto bozal.

En eso, una mujer apareció frente a la multitud con pasos firmes y mirada afilada. Dazai la escaneó de pies a cabeza sin disimulo. Llevaba un traje magenta tan impecable como intimidante, que combinaba a la perfección con su cabello corto y plateado, cuidadosamente peinado hacia atrás, y unos lentes rojos que parecían más decorativos que necesarios. Su porte era recto, dominante, como si con solo caminar marcara territorio.

Todo en ella gritaba: “Yo mando aquí”

—Bienvenidos —dijo con voz firme—. Soy la directora de este centro, su residencia por los próximos seis años. Mi nombre es Emiko Naruse. Espero no tener problemas con ustedes.

Dazai entrecerró los ojos, aún analizándola.

Así que esta era la directora…

Sip, eso explicaba la cara de amargada.

La mujer les dio un vistazo, deteniéndose en Chuuya, que le devolvió la mirada con expresión asesina. Ella lo ignoró y lo señaló con severidad.

—Si ahorcas a alguien, te mandaré al cuarto de aislamiento, aunque sea tu primer día.

Por el bien de la salud mental de Dazai, Chuuya solo bufó y no respondió.

La directora dio media vuelta.

—Liberen al pelirrojo y entréguenles sus uniformes. Los estaré esperando en mi oficina.

Apenas la directora se retiró, los guardias liberaron a Chuuya y los escoltaron —o más bien, los arrastraron— por los pasillos sin alma de aquella no-cárcel , hasta llegar a unos vestidores lúgubres. Allí les entregaron —o, mejor dicho, les arrojaron— uniformes grises con etiquetas cosidas que llevaban sus nombres. También les obligaron a entregar las pocas pertenencias que les quedaban.

A Chuuya ya le habían quitado todo, pero Dazai tuvo que entregar de mala gana el celular que mantenía oculto.

Les dieron un mínimo de privacidad para vestirse. Bastó una mirada al conjunto para que Dazai se imaginara el tipo de infierno que le esperaba.

Además, descubrieron que el uso de vendas “por estética” estaba prohibido por el reglamento. ¡Qué crueldad!

Pero no teman.

Dazai siempre tenía un plan.

En cuanto abrió la boca para hablar con el guardia, un zumbido invisible se activó en la cabeza de Chuuya: su detector personal de estupideces versión Dazai.

—Disculpe, señor —comenzó el castaño con tono suave—. Mis vendas no son un capricho estético. —Hizo una pausa dramática, apartando la mirada como si le costara continuar—. Tengo una grave condición cutánea crónica. Me diagnosticaron hipersensibilidad dérmica reactiva debido a mi Quirk, que funciona bajo contacto directo. Uso vendas para proteger la piel. Sin ellas, me arriesgo a sufrir brotes dolorosos de llagas e infecciones, sobre todo en situaciones de estrés.

Para rematar, puso ojos de cachorro triste.

Chuuya observó cómo el pobre guardia quedaba sin habla. No entendió mucho más allá de “condición grave” . El hombre suspiró, prefirió no complicarse y le permitió conservar sus vendas.

A veces, Chuuya se sorprendía de la facilidad de Dazai para mentir y manipular. Aunque prefirió no comentar nada.

No quería imaginar el desastre si lo obligaban a quitarse esa segunda capa de piel.

Les entregaron unas pulseras que reemplazaban a los grilletes en la anulación de poderes. Eran más cómodas y ligeras, y Chuuya agradeció la nueva libertad de movimiento. También tenían un código inscrito y, por lo visto, se mantenían activas gracias a una red interna del centro.

Dazai procuró tenerlo en cuenta.

Un guardia trajo dos cajas para guardar sus pertenencias, cada una con el nombre correspondiente. Luego, volvieron a caminar por los pasillos fríos. Dazai colocó su peso en el hombro de Chuuya para dar un aire infantil, pero en realidad estaba memorizando cada rincón del lugar.

Chuuya estuvo tentado de tirarlo al suelo, pero notó que la pulsera no bloqueaba por completo sus habilidades: aún podía sentir el frío toque de Indigno de Ser Humano .

Debía admitir que la sensación le era reconfortante.

No lo tiraría… por ahora.

Mientras tanto, Dazai contaba las cámaras y analizaba las puertas más seguras. Algunas parecían conducir a zonas restringidas, probablemente con archivos o material importante. En especial, se fijó en una puerta por donde entró el guardia que llevaba sus cajas.

Finalmente, llegaron frente a la oficina de la directora. Tocaron y escucharon un leve “pase” desde dentro. Los guardias les cedieron el paso y luego cerraron la puerta, dejándolos a solas con la mujer.

Dazai anotó mentalmente no subestimarla. Pese a que eran menores y tenían sus habilidades contenidas, seguían siendo acusados de asesinato. Ella no mostraba ni un ápice de miedo estando sola con ellos. Eso decía mucho sobre su confianza.

La oficina no era lujosa, pero tenía ese aire de autoridad que incomodaría a cualquiera al entrar. Las paredes, pintadas en tonos neutros, estaban decoradas con diplomas, certificados institucionales y un par de cuadros sobrios.

El escritorio de madera oscura ocupaba el centro de la sala, perfectamente ordenado, con una computadora portátil, una bandeja de documentos apilados con precisión y una taza de café aún humeante.

Tras el escritorio, estaba la directora perfectamente sentada en una silla ejecutiva alta y austera. A un costado tenía un archivador metálico y una estantería llena de carpetas etiquetadas para facilitar la administración del lugar.

La directora hojeaba unos papeles y, sin alzar la vista, les hizo un ademán para sentarse. Los dos ex-mafiosos obedecieron y esperaron en silencio.

Finalmente, tomó dos hojas y las extendió hacia ellos.

—Estos serán sus horarios a partir de mañana. Cualquier cambio se les avisará con una semana de antelación. Como hoy es su primer día, les explicaré cómo trabajamos aquí mientras les hago un pequeño recorrido.

No esperó confirmación. Se puso de pie y salió de la oficina, obligándolos a seguirle el paso.

La directora los guió por todos los pabellones, mostrándoles el área común, los dormitorios, la enfermería y el comedor —donde les sirvieron el desayuno, aunque Dazai solo tomó una manzana—. También les enseñó los salones de clase antes de llevarlos al área de aislamiento.

Para entonces, gracias a su memoria prodigiosa, Dazai ya había trazado un mapa mental de todo el lugar. Chuuya solo tendría que ser un buen perro y seguir sus órdenes cuando llegara el momento.

El comentario mental le valió a Dazai un golpe en la cabeza.

Se volteó con un puchero hacia el pelirrojo, que le respondió con un gruñido y una mirada asesina.

¡Él no era un perro!

La directora se aclaró la garganta para llamar la atención. Los dos se detuvieron y la miraron.

—Aquí se ubica el área de aislamiento. Cuando alguien incumple una norma grave o muestra agresividad extrema, lo encerramos aquí de veinticuatro horas a más. Solo lo usamos en casos serios, pero les recomiendo evitar a toda costa romper las reglas. Los que las cumplen reciben recompensas.

En ese momento, un grito desgarrador resonó por los pasillos, seguido de golpes repetitivos contra metal.

Chuuya se tensó instintivamente. Dazai también miró en dirección al ruido, pero volvió la vista a la directora, esperando una explicación. Ella suspiró como si todo ese horroroso sonido ya fuera rutina.

—Perdonen a Retsu. Ha estado inestable desde hace un par de días. Ni siquiera la psicóloga ha podido calmarlo.

Chuuya frunció el ceño.

—¿Retsu?

La directora lo miró con ojos que mostraban el cansancio de tantos años de trabajo.

—Sí, Retsu Hoshino. Lo trajeron hace unos meses. Al principio, todo bien, pero parece que tiene algunos… cables sueltos. La psicóloga recomendó trasladarlo a un psiquiátrico, pero no me aprueban la solicitud. Así que tendremos que aguantar sus gritos hasta que cumpla condena. Vayan acostumbrándose.

Dazai no podía creer que tendría que escuchar los gritos de un chiflado como alarma de despertador.

Definitivamente tenían que irse de allí lo antes posible.

La directora continuó:

—Como ya dije, toda la información sobre clases, recreo, comidas, terapia y demás está en los papeles que les entregué. En unos minutos conocerán a la psicóloga. Con ella tendrán terapia individual cada semana, además de sesiones conjuntas cada cierto tiempo. Esperen en sus dormitorios a que los guardias los escolten a su oficina. Los demás internos están en clase, así que todo debería estar vacío. Su número de dormitorio está en el papel, y podrán ingresar usando el código de su pulsera. Buena suerte.

Emprendió el camino de regreso, pero se detuvo de pronto y giró sobre sus talones para mirar a Dazai.

—Casi lo olvido. Ya me informaron de tu condición médica. Le avisaré al doctor para que te haga una revisión general mañana y programaré chequeos rutinarios. Actualizaré tu horario cuando esté listo. ¿Algo más que deba saber sobre ustedes?

Dazai miró a Chuuya. Chuuya miró a Dazai. Ambos se encogieron de hombros.

La directora pareció satisfecha y se marchó definitivamente hacia su oficina.

El dúo quedó solo en el pasillo.

Chuuya bufó al ver el contenido de su horario. ¿En serio esperaban que soportara eso durante seis años?

Estaba a punto de quejarse, pero Dazai, anticipándose, le dio un pellizco en el brazo. Chuuya se sobresaltó y lo fulminó con la mirada.

—¿¡Qué mierda te pasa, idiota!?

—Chibi debería saber dónde abrir su bocota —replicó Dazai con una sonrisita inocente, aunque sus ojos estaban fijos detrás de él.

Chuuya giró disimuladamente y se percató del detalle: cámaras con audio.

Tch. Molestas.

—¿Por qué no vamos a los dormitorios? —dijo Dazai—. La directora ordenó que fuéramos, y ahora mismo están vacíos.

Chuuya no tuvo más opción que aceptar.

Ambos empezaron a caminar con calma hasta llegar al pabellón correspondiente.

Chuuya a regañadientes tuvo que separarse de Dazai ya que los habían colocado en módulos distintos.

Dazai recorrió el pasillo hasta encontrar la puerta buscada: habitación A-07.

Acercó su pulsera al lector y, tras un pitido y una luz verde, entró. La puerta se cerró automáticamente detrás de él, sin cerradura interior.

Entras, pero no sales.

¡Igual que en prisión!

El dormitorio no difería mucho del resto del centro: gris, frío y rígido. No era grande, pero al menos tenía baño propio. Había dos camas, así que, para desgracia de Dazai, seguramente tendría que compartir espacio con algún niñito.

Todo lo que debía soportar por culpa de su chihuahua…

Tras asegurarse de que no había nada interesante —salvo la cámara en la esquina, vigilando 24/7—, se tiró en el colchón para relajarse.

Nada de esto le hacía gracia. Lo único que quería era tirar todo al carajo y largarse de una vez por todas de este espantoso lugar. Lamentablemente, este centro tenía mejor vigilancia de lo que imaginó.

No le quedaba de otra que pensar en un gran plan de fuga con ese bello cerebro suyo.

Y, de paso, quizá incendiar todo el lugar.

Esa babosa más le vale no causar más líos...

No estuvo mucho tiempo en sus pensamientos, su puerta se abrió de golpe y la figura de un guardia lo recibió.

—Levántate, niño. Tienes cita en psicología.

Con el mismo entusiasmo como sus ganas de vivir, Dazai se levantó de la cama.

Chuuya ya estaba afuera junto al guardia. Su compañero le dio una revisada de pies a cabeza para asegurarse que no haya hecho alguna de sus tonterías. Una vez que estuvo satisfecho, se dedicaron a seguir al guardia en silencio.

En el camino, Dazai observó como unos hombres, seguramente guardias por su uniforme, salían de lo que parecía ser un almacén. Llevaban unas sospechosas botellas de lo que parecía ser sake.

Que extraño… En un centro donde se resguardaban delincuentes cualquiera esperaría que esa clase de productos estén prohibidos de almacenar.

Finalmente, llegaron a la sala de psicología. El guardia se quedó afuera mientras el dúo cruzaba la puerta.

El contraste con el resto del centro era abrumador.

Las paredes estaban pintadas de un suave verde menta que invitaban a respirar con más calma. Dibujos hechos por niños decoraban una pizarra de corcho, y había estanterías repletas de libros coloridos, juegos de mesa, peluches e incluso una pequeña canasta con juguetes antiestrés.

Por primera vez desde que habían llegado, el lugar no parecía una cárcel disfrazada.

Dazai examinó con curiosidad a la única persona en la habitación, además de ellos. Era una mujer joven, probablemente no mayor de treinta años. Llevaba el cabello corto y algo despeinado, de un color cobrizo brillante que hacía juego con su blusa de estampado alegre. Los pantalones anchos y las pulseras que tintineaban en sus muñecas completaban un estilo relajado y amigable.

Cuando los vio entrar, les sonrió como si de verdad estuviera feliz de verlos.

—¡Hola! Bienvenidos. Soy la psicóloga, Ayaka Fujisawa —se presentó con voz cálida—. Estaré acompañándolos en las sesiones a partir de ahora. Por favor, pasen y siéntense donde quieran.

Su tono era tan suave que, por un momento, incluso Chuuya se sintió menos a la defensiva.

Y Dazai... bueno, Dazai ya estaba planeando cómo usar esa sonrisa amable a su favor.

Ambos tomaron asiento en los sillones frente al escritorio. La psicóloga sacó su laptop —llena de pegatinas— y volvió a fijar su vista en ellos.

—Ya he leído los informes que me envió la central de policía, pero me gustaría que se presentaran ustedes mismos. ¿Qué tal si me dicen su nombre, color favorito y algo que les guste hacer?

Dazai sintió la mirada expectante de la psicóloga, luego volteó hacia Chuuya, quien también lo observaba, como esperando una señal. Dazai hizo una mueca y le indicó con un gesto que él comenzara.

Chuuya entendió que el castaño no tenía ganas de hablar, así que se volvió hacia la mujer para contestar.

—Soy Chuuya Nakahara, mi color favorito es el rojo y me gusta ir al arcade.

Una respuesta corta y directa, pero la psicóloga pareció satisfecha.

—Eso suena muy divertido, Nakahara. A mí también me gusta jugar videojuegos de vez en cuando —dijo—. ¿Y tú? ¿Crees que podrías presentarte?

Dazai suspiró con desgano, se irguió un poco para responder.

—Soy Osamu Dazai, no tengo color favorito y me gusta comer cangrejo enlatado.

Chuuya quedó realmente impresionado de que el contrario no hubiera dicho alguna tontería.

—Me parece delicioso. No creo que en el comedor sirvan esa clase de comida, pero si prometes no meterte en problemas, te traeré una lata para nuestra próxima sesión.

Si Chuuya notó el brillo en los ojos de Dazai al escuchar eso, no lo mencionó.

—Como les dije, estaré a cargo de sus sesiones mientras estén aquí. Sé que es un lugar nuevo y que todo puede parecer aterrador al principio, pero me gustaría que vean esta sala como un espacio seguro, donde puedan ser ustedes mismos. No tengan miedo de tocar la puerta si lo necesitan. Siempre puedo hacerme un tiempo para ustedes.

Sus palabras eran tan cálidas y reconfortantes que casi hicieron cambiar de opinión a Dazai sobre incendiar este lugar.

Casi.

La psicóloga se levantó de su asiento y se acercó para entregarles una caja de colores junto a un par de hojas en blanco.

—Por hoy solo me gustaría conocerlos mejor, pero entiendo que no estén muy cómodos para hablar. A veces las acciones muestran más que mil palabras, así que… ¿por qué no dibujamos un poco? Los tres podemos dibujar cómo creemos que nos veremos en el futuro. ¿Qué les parece?

Dazai observó a la psicóloga, luego a la hoja en blanco. Después, tomó un lápiz.

No sonaba tan mal.

Chuuya, en cambio, miró la hoja como si le hubiese insultado. Pero al ver que Dazai estaba dibujando, no tuvo más remedio que hacer lo mismo.

La psicóloga sonrió, contenta de que su idea no fuera rechazada, y también comenzó a dibujar.

Pasaron varios minutos en silencio, hasta que Dazai soltó el lápiz de golpe.

—¡Terminé! Le gané a chibi.

Levantó su dibujo como si fuera un trofeo, dando saltitos victoriosos.

—¿¡Eh!? ¡Esto no es una competencia, caballa!

Dazai solo le sacó la lengua en respuesta.

La psicóloga no pudo evitar soltar una risita.

—Bueno, parece que Dazai fue el más rápido. ¿Qué hay de ti, Chuuya? —preguntó.

Chuuya hizo unos trazos más y levantó la vista.

—Ahora sí.

Una sonrisa suave apareció en los labios de la mujer antes de terminar también su dibujo.

—Bien, ya que todos acabamos, empezaré yo.

Levantó su hoja. En ella se veían figuras tan confusas que Dazai por un momento pensó que se trataba de arte abstracto.

La psicóloga se rascó la nuca, algo avergonzada.

—Espero que me perdonen. Dibujar no es lo mío —dijo, señalando una de las figuras—. Esta soy yo. ¿Y ven estos gatitos? —señaló a unas criaturas que parecían más bien manchas borrosas—. ¡Algún día espero tener una casa grande con muchos gatitos! —chilló emocionada—. Son tan adorables. ¡Ese es mi gran sueño!

Los dos niños la miraron en completo silencio.

Algo sonrojada, la psicóloga se volvió a Chuuya.

—Ehh… bueno, dejando eso de lado, ¿por qué no nos muestras el tuyo, Nakahara?

Chuuya levantó su hoja con expresión desafiante. En el dibujo, un pelirrojo muy alto estaba junto a lo que claramente era un pez diminuto.

—Este soy yo —señaló al alto—. Y este es Dazai —señaló al pez con una sonrisa burlona—. En el futuro lo dejaré tan enano que se tragará todas sus palabras.

Dazai bufó.

—Chibi tiene un cerebro tan diminuto que no entiende la realidad.

—¡Ya verás quién será el enano, idiota!

Antes de que se lanzaran algo a la cabeza, la psicóloga se aclaró la garganta.

—Esa es una meta… interesante, Nakahara. Pero me gustaría que evitáramos peleas, ¿sí? Ahora pasemos al dibujo de Dazai. Por favor, muéstranoslo.

Dazai levantó su hoja sin dudar.

A primera vista, parecía un dibujo infantil más. Pero cuando se observaba con atención, se podía ver una cuerda colgando de la rama de un árbol… junto a una tumba grabada con un nombre.

El ambiente se volvió tenso.

Chuuya frunció el ceño al reconocer la inscripción.

¿En serio quería empezar con eso?

Íbamos tan bien…

Dazai, al notar el silencio, decidió hablar como si no entendiera el peso de sus acciones.

—Aquí estoy yo, señorita Fujisawa —dijo con tono dulce, casi cantarín—. Esta es mi futura tumba, bajo un árbol. Quise hacer un cerezo, pero no encontré el color rosado. ¡Qué mal!

Su voz infantil y el puchero se sentían terriblemente fuera de lugar con la atmósfera cargada que había creado.

La psicóloga se quedó inmóvil. Su sonrisa se desvaneció. Por un segundo, el silencio fue tan espeso que hasta el leve zumbido del aire acondicionado pareció ensordecedor.

Dazai, por su parte, seguía sonriendo. Pero su mirada no lo hacía. Era como si estuviera midiendo cada reacción en la sala, esperando la más mínima señal de debilidad.

Finalmente, la psicóloga alzó la vista. No había horror ni lástima en su expresión, sino algo más… cuidadoso. Como quien encuentra un cachorro herido en medio de la carretera.

—Gracias por compartirlo conmigo, Dazai —dijo con tono suave, pero con una firmeza inesperada—. No debió ser fácil.

Dazai ladeó la cabeza, desconcertado. Esperaba cualquier cosa menos… eso. Una reprimenda, una pregunta, una mirada incómoda.

Pero no eso.

—No, realmente. Es solo un dibujo.

Desvió la mirada levemente, incómodo.

—Tal vez… —su tono no flaqueó—. Aún así, decidiste dibujarlo. Eso me dice que, de alguna forma, querías que alguien lo viera.

Ella se levantó de su asiento con lentitud y tomó la hoja con suma delicadeza. No la juzgó. No le preguntó “por qué”. Solo la observó.

—¿Sabes? Creo que tengo más colores por los estantes. Seguro hay un rosado por ahí —dijo, levantando la mirada—. ¿Te gustaría mostrarme cómo sería ese cerezo?

Dazai retrocedió inconscientemente y la miró con expresión difícil de leer.

No entendía nada. Nada de esto tenía sentido.

En voz baja murmuró:

—Supongo.

La psicóloga sonrió.

En ese momento sonó la campana del almuerzo. El sonido metálico y frío rompió el ambiente como un cristal estrellándose contra el suelo.

—Oh —dijo ella, parpadeando—. Parece que ya es la hora del almuerzo. Qué rápido se nos pasó el tiempo.

Se levantó y tomó la pequeña canasta de plástico de debajo del escritorio.

—Antes de irse, quiero ofrecerles algo —dijo, mostrándoles la canasta llena de juguetes antiestrés—. No tienen que llevarse uno, pero a veces… estas cosas ayudan más de lo que uno espera.

Chuuya ni se inmutó. Miró la canasta como si dentro hubiera víboras. No iba a aceptar nada de esa mujer.

Y, por supuesto, Dazai tampoco.

O eso pensaba…

El castaño tomó uno de los muñequitos de silicona, lo apretó, y sus ojos brillaron con una chispa genuina. Inocente. Tan fuera de lugar en él que parecía otra persona.

La psicóloga sonrió satisfecha.

Chuuya lo miró, atónito. Era como si no reconociera al que tenía al lado.

Dazai se dio cuenta de su mirada y frunció el ceño, levemente sonrojado.

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara o qué?

Chuuya no respondió. Simplemente se quedó estático.

Dazai estaba a punto de despedirse de la psicóloga cuando el pelirrojo se levantó de golpe, lo tomó del brazo y comenzó a arrastrarlo hacia la puerta a pasos furiosos.

—¡Hey! ¿pero qué te pasa?

Ignoró los quejidos y, sin mirar atrás, abrió la puerta dispuesto a largarse.

—Adiós, señorita Fujisawa. Fue un gusto, pero tenemos que irnos.

La psicóloga se levantó, algo confundida, sin saber el origen de aquel arrebato.

—¡Oh! Sí, claro, esperaré con ansias nuestra próxim—

No pudieron oír el final, porque Chuuya cerró la puerta de un portazo.

Dazai se sobresaltó, sin entender nada.
El pelirrojo lo arrastraba por los pasillos a toda prisa, los pasos resonando sobre el piso encerado. La mano de Chuuya apretaba su brazo con una fuerza que empezaba a doler.

—Oye, chibi, ¡suéltame! —protestó, tratando de zafarse.

Chuuya ni se inmutó, la mandíbula tensa y la mirada fija al frente.
Dazai, desesperado, forcejeó, pero no podía contra la fuerza de Chuuya. Finalmente, plantó los pies y tiró hacia atrás con toda su fuerza.

—¡Maldita sea, Chuuya, ya SUÉLTAME!

El pelirrojo soltó un gruñido y lo dejó ir de golpe.
Dazai dio un paso en falso y casi se cae, pero logró mantener el equilibrio. Se sobó el brazo, frunciendo el ceño.

—¿¡Pero qué fue eso!? ¡Casi me arrancas el brazo! —reclamó, su voz rebotando en las paredes.

Chuuya apretó los puños, los nudillos blancos.
—¡Eso debería preguntarlo yo!

Dazai lo miró, desconcertado.
—¿Y ahora qué hice?

Los ojos de Chuuya ardían de indignación.
—¡Aceptaste el muñeco de una completa desconocida!

El castaño abrió los ojos con incredulidad y abrazó el pequeño objeto contra su pecho como si fuera un tesoro.

—Mr. Squishy no es cualquier muñeco. Ten más respeto.

Chuuya lo miró como si no pudiera creer lo que oía.
—¿¡Le pusiste un nombre!?

—¿¡Eso qué te importa!?

—¡Soy tu compañero, claro que me importa! ¡Tira esa mierda ahora mismo!

—¿¡Eh!? ¿¡Por qué lo tiraría!? El que da órdenes aquí soy YO. Tú solo sigues lo que te digo.

—Y un carajo. ¡Dámelo ahora mismo!

—¡Ni lo sueñes!

Chuuya se lanzó sobre él, y Dazai giró el cuerpo para proteger a Mr. Squishy como si fuera un escudo humano.

—¡Es mío, babosa! —ladró el castaño, rodando por el suelo con él.

Cayeron hechos un nudo, entre empujones, manotazos y patadas. El sonido de los gruñidos resonaban en el pasillo.

—¡Dámelo, caballa suicida!

—¡Nunca, perchero enano!

Tiraban del pobre muñeco como si estuvieran en una competencia de cuerda, las caras rojas y las respiraciones agitadas. La escena parecía más una pelea de dos animales salvajes que de personas.

Fue entonces cuando una voz tronó sobre ellos, tan fuerte que casi hizo eco.

—¡¿Pero qué demonios están haciendo?!

Ambos se congelaron.

Un guardia alto, de hombros anchos y expresión sombría, avanzaba hacia ellos con pasos pesados. Tenía los brazos cruzados y una expresión que no prometía nada bueno.

Dazai y Chuuya se apartaron al instante, como si hubieran tocado fuego. Se fulminaron con la mirada, prometiendo en silencio que aquello no había terminado.

—Si no quieren pasar el almuerzo limpiando los baños con un cepillo de dientes, más les vale comportarse —gruñó el guardia.

Ambos bajaron la cabeza, murmurando insultos apenas audibles.

—Ahora, muévanse. Vayan al comedor. Y ni un solo empujón más.

Cuando el hombre se alejó, Dazai sacó el muñeco de entre sus brazos y lo metió en el bolsillo como quien guarda una joya. Chuuya tuvo el impulso de arrebatárselo, pero respiró hondo para contenerse. No quería sumar más problemas.

El pasillo quedó en silencio.

Chuuya empezó a caminar hacia el comedor, y Dazai lo siguió… esta vez manteniendo una distancia prudente.

No cruzaron ni una palabra en todo el trayecto.

Finalmente, llegaron al comedor.

El comedor estaba casi lleno. El sonido de charlas apagadas, bandejas chocando y cubiertos raspando platos flotaba en el aire como una rutina sin emoción.

Las mesas eran todas iguales: frías, metálicas, fijas al suelo. Frente al mostrador, una fila de adolescentes avanzaba en silencio. El menú del día: arroz, algún tipo de carne irreconocible, verduras blandas y una bebida aguada.

Dazai y Chuuya se formaron sin decir palabra. No se miraban, pero el enojo entre ambos chisporroteaba como electricidad estática.

Cuando les entregaron las bandejas, Dazai rompió el patrón. Murmuró algo ininteligible, giró sobre sus talones y se alejó con paso despreocupado, en dirección opuesta a la de Chuuya.

El pelirrojo volteó, como si por puro reflejo quisiera seguirlo, pero apretó la mandíbula y contuvo el impulso. Se giró de nuevo y continuó con pasos duros, casi golpeando el suelo.

Dazai rodó los ojos.

—Babosa tonta —susurró, apenas audible.

Buscó un lugar apartado y terminó en una mesa con un único asiento libre. Dejó caer la bandeja con un suspiro exagerado, sin mirar a nadie.

Solo entonces notó que alguien lo observaba desde el otro lado.

Era un chico con una apariencia algo... extraña. No grotesca ni monstruosa, solo peculiar.

Su piel era muy pálida, con un tinte grisáceo casi fantasmal. A lo largo de sus brazos y cuello, había marcas oscuras que parecían fracturas o líneas secas sobre piedra agrietada.

El cabello lo tenía liso y fino, color blanco plateado. Lo llevaba algo largo, desordenado, con mechones que caían sobre la frente.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. No por el exótico color ámbar, sino por lo que transmitían. Eran claros, intensos… cálidos.

Había algo dulce en ellos, algo que recordaba más a un animalito curioso que a un criminal.

Algo que no debería estar aquí.

—¡Hola! Nunca te había visto antes. Debes de ser el nuevo, ¡qué emoción! Soy Haruki Aihara, mucho gusto.

El niño —Haruki— lo miraba con inocente curiosidad, expectante de una respuesta.

Dazai frunció el ceño, fastidiado.

¿Y a este qué le pasa?

Solo quería un respiro. ¿Y ahora tenía que lidiar con esto?

Un largo suspiro se oyó cerca. Dazai giró la cabeza hacia el sonido y vio a una chica sentada justo al lado de Haruki.

Su cabello era negro como tinta seca, liso y largo hasta la cintura. Se notaba que estaba bien cuidado.

A diferencia de Haruki, sus ojos eran oscuros, alargados y profundos, como pozos sin fondo. No era una mirada cruel, pero tampoco amable. Solo… imparcial. Despiadadamente objetiva.

—Deja de molestarlo, Haruki —dijo con voz serena—. A veces es mejor dejar a las personas solas en momentos difíciles.

Haruki la miró, herido.

—¡Eso es cruel, Kuroha! Cuando alguien la está pasando mal, con más razón hay que estar ahí para ayudar.

La chica —Kuroha— rodó los ojos y volvió a su comida sin responder.

Haruki giró hacia Dazai, con una sonrisa tímida.

—Perdónala. No es tan mala como parece.

Pues a mí me cae mejor que tú.

Dazai solo asintió y bajó la vista a su bandeja. 

Aunque, en realidad, solo ver la comida le revolvía el estómago.

Ya ha pasado semanas sin comer. Saltarse un almuerzo más no lo iba a matar.

Haruki no se dio por vencido.

—Entonces… ¿cómo te llamas?

Dazai soltó un gruñido, irritado.

Realmente no tenía ánimos para esto.

—¿Qué te importa?

Quizá fue demasiado brusco.

Haruki se encogió un poco, sorprendido por el tono. Parpadeó, como si intentara decidir si debía sentirse ofendido o no. Pero, apenas un segundo después, le regaló una sonrisa tan cálida como la anterior.

—No tienes que decirlo si no quieres —dijo con suavidad—. Solo pensé que sería lindo conocerte. Estar solo el primer día… no es una experiencia agradable.

Dazai bufó, sin levantar la vista.

Ya no sabía qué era peor: el chihuahua rabioso, el niño sonrisas o la basura que servían como comida.

—Oye… si no quieres comer eso, puedo darte del mío. El puré no está tan mal hoy.

Ahh, pero qué molesto.

¿No pensaba callarse?

Tal vez, si le respondía, lo dejaría en paz.

—No tengo hambre. Gracias.

Los ojos de Haruki brillaron ante la primera respuesta.

—Oh, entiendo… pero insisto. Deberías comer un poco.

Le tendió la bandeja con una sonrisa. Dazai se la devolvió enseguida.

—No, lo digo en serio. No quiero.

—Pero yo—

—Ya te dije que no. ¿Acaso no entiendes?

De pronto, una mano arrebató la bandeja. La responsable era, por supuesto, Kuroha, con el ceño ligeramente fruncido.

Antes de que Haruki pudiera decir algo, ella se levantó, caminó hasta el tacho y tiró la comida sin decir palabra.

Haruki la miró, atónito. Dazai, en cambio, soltó un suspiro de alivio.

La chica volvió, se sentó con calma y le lanzó a Haruki una mirada aburrida.

—Te dije que dejes de meterte donde no te llaman. Hacen mucho ruido.

La expresión de Haruki decayó. Dazai juraría que el solecito que llevaba por aura se convirtió en una nube de lluvia.

No es que se sintiera culpable. No, claro que no.

Solo que… ya no quería seguir viendo esa molesta cara.

Con un gesto lento, empujó su bandeja hacia él.

Haruki lo miró sorprendido. Dazai apartó la vista, incómodo.

—Ya no tienes comida y yo no tengo apetito. Mejor toma el mío.

Los ojos del chico se iluminaron y aceptó la bandeja.

—Muchas gracias, ehh…

—Dazai. Osamu Dazai.

Si era posible, el brillo en sus ojos aumentó aún más.

Dazai ya se estaba arrepintiendo.

—Puedes llamarme Haruki, si quieres. —Luego, su mirada se volvió tímida— ¿Podría llamarte Osam—

—No.

Haruki se aturdió por la rapidez de la negativa, pero su espíritu no se apagó.

—Bueno, entonces Dazai. Nuevamente, muchas gracias. La verdad es que ha sido un día duro y yo…

Y así empezó una larga charla que más bien era un monólogo.

Haruki hablaba sin parar, saltando de un tema a otro, mientras Dazai solo asentía de vez en cuando para evitar más preguntas.

Kuroha, en algún momento, terminó de comer y ahora estaba leyendo un libro que había aparecido de la nada.

Haruki intentó incluirla en la conversación un par de veces, pero su mirada distante era un muro impenetrable contra su entusiasmo.

De repente, un gran estruendo sacudió el comedor, cortando de golpe las conversaciones. El eco metálico resonó en las paredes, y todas las miradas se giraron al unísono hacia el origen del ruido.

Dazai levantó la vista y, al ver la escena, soltó un suspiro cargado de frustración.

Debes estar bromeando…

En una de las mesas del fondo, una bandeja yacía hecha pedazos en el suelo. La comida estaba esparcida en un desastre de arroz y salsa, mientras voces alzadas, gritos e insultos llenaban el aire. Los chicos más cercanos retrocedieron un par de pasos, pero otros se quedaron a mirar como si fuera un espectáculo.

Dazai no necesitó acercarse para entender. Reconocería ese cabello naranja encendido a kilómetros.

—Chuuya… —murmuró, llevándose los dedos a la sien.

—¿Lo conoces? —preguntó Haruki, alarmado por lo que podía pasar.

Dazai no respondió. Sus ojos estaban fijos en su compañero, enfrascado en un duelo de miradas con un tipo de pinta desagradable.

¿Y los guardias?

Parpadeó, desconcertado. Normalmente ya deberían haber intervenido, pero no alcanzaba a ver ninguno en toda la sala.

¿Se habrán relajado porque es hora de comer? 

Qué conveniente.

Conociendo a Chuuya, la presencia o ausencia de guardias era irrelevante. Y, como era de esperar, no aguantó más.

Se lanzó directo contra su oponente, conectándole un puñetazo limpio en la cara.

El otro chico se tomó la nariz, retrocediendo unos pasos con furia. Luego apretó los dientes y alzó el brazo, dispuesto a devolvérselo, pero Chuuya lo esquivó con facilidad.

Los gritos atrajeron a los guardias. En segundos, dos hombres uniformados irrumpieron en el comedor.

Dazai maldijo en voz baja.

Perfecto. Como si el día no pudiera empeorar.

Sabía que a Chuuya ya lo tenían fichado desde que llegó por “agresivo”. Si se metía en más problemas, no iba a salir bien parado.

El chico intentó volver a golpear, pero Chuuya fue más rápido: lo tomó por la camisa, dispuesto a rematarlo… justo cuando una voz tronó en el comedor.

—¡Basta! ¡Alto ahí, ustedes dos!

Dazai se levantó de inmediato.

—¿Eh? ¡¿A dónde vas?! —alcanzó a decir Haruki.

Pero Dazai ya se movía, deslizándose entre las mesas con rapidez y sigilo. Cuando llegó, uno de los guardias tenía a Chuuya sujeto del brazo.

—¿¡Estás loco!? —vociferó el guardia—. ¿Crees que esto es un patio de juegos, mocoso? Vas directo al aislamiento.

—¡Él empezó! —rugió Chuuya, forcejeando.

El segundo guardia se acercaba con las esposas cuando Dazai se interpuso con las manos alzadas.

—¡Un segundo! ¡Esperen, por favor!

Los dos guardias lo miraron con ceños fruncidos.

—¿Y tú qué quieres? —gruñó uno.

Dazai puso su mejor cara de fastidio resignado, mezclada con preocupación creíble.

—Ese tonto de allá —señaló al chico con la nariz sangrando— estuvo provocando a mi amigo desde el principio. No es justo castigarlo sin saber lo que pasó.

Los guardias se miraron entre sí. Uno resopló.

—Ambos recibirán su castigo. Haber caído en una provocación no justifica romper las normas.

Dazai sonrió con calma y se acercó un paso más, lo suficiente como para hablarles en voz baja.

—Oh… ¿con que así estamos? —ladeó la cabeza con su mueca más juguetona—. Me pregunto qué pensaría la directora si supiera que los guardias asignados al comedor estaban… digamos … desaparecidos mientras los internos se mataban a golpes.

Los dos hombres se tensaron. Uno de ellos frunció el ceño, el otro parpadeó con nerviosismo.

—¿Y quién crees que te va a creer a ti? —soltó el primero con desprecio—. Eres un villano.

La sonrisa de Dazai se afiló.

—Tienes razón. Mi palabra no vale mucho. Pero… ¿qué hay de las cámaras? —señaló, con sutileza, una en la esquina del techo—. Dudo que esas cosas mientan.

Un sudor frío les recorrió la nuca. Uno apretó los puños; el otro tragó saliva.

Finalmente, el más molesto se giró hacia el grupo de curiosos.

—¡Aquí no hay nada que ver! ¡Vuelvan a sus asientos!

Luego volvió a enfocarse en Chuuya y en el otro chico.

—Tú —dijo, señalando a Chuuya—. Una más, y no te salva nadie. Y tú, Rikuza —ahora miraba al otro—. Provoca otra pelea y pasarás una semana en aislamiento. Lárgate a la enfermería.

Rikuza le lanzó una última mirada de odio a Chuuya —una promesa silenciosa de venganza— y se marchó sin decir palabra.

El guardia finalmente se dirigió a Dazai.

—Te estaré vigilando, mocoso.

Este le sonrió con dulzura fingida.

Cuando los hombres se fueron, el murmullo volvió a llenar el comedor.

Dazai soltó un respiro largo, aliviado. Se giró hacia Chuuya.

Este, al notar la mirada, se cruzó de brazos y desvió la vista con un bufido, claramente molesto.

Dazai frunció el ceño, bajando la voz.

—Demasiados ojos. Vámonos de aquí.

Aunque no quería, Chuuya lo siguió.

Ambos se alejaron en silencio hasta que los murmullos del comedor quedaron atrás.

Dazai abrió la puerta del baño y arrastró a Chuuya dentro.

Tras confirmar que no había cámaras, por fin soltó su frustración acumulada.

—¡¿Pero qué fue eso?!

Chuuya seguía evitando su mirada.

Dazai lo fulminó con los ojos, pero respiró hondo para calmarse.

—Mira, no sé qué te pasa, pero si seguimos así, vamos a hundirnos más de lo que ya estamos. Solo aguanta un poco más, ¿sí? Te diré el plan de escape en cuanto lo tenga.

Esta vez, Chuuya lo miró… y no era una mirada amable.

—¿Que aguante un poco más? ¿Por cuánto tiempo tenemos que quedarnos en esta porquería?

Dazai titubeó.

—Yo… eh… no sé. Aún tengo que seguir investigando.

Chuuya sonrió con amargura.

—¿Investigando, dices? —su mirada se volvió cortante—. Pues no estás investigando lo suficiente.

Dazai frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Exactamente lo que dije.

La sonrisa de Dazai se volvió fría.

—Oh, perdón por no poder cumplir con las expectativas de la babosa.

Chuuya apretó los dientes.

—Al menos podrías pedirme ayuda.

Dazai arqueó una ceja, entre burla y desconcierto.

—¿Pedirte ayuda? Creo que sabes perfectamente por qué soy yo el encargado de los planes, Chuuya.

Los nudillos del pelirrojo se tensaron.

—Pero no tuviste problemas en aceptar ayuda de esa psicóloga, ¿eh?

La confusión cruzó el rostro de Dazai.

—¿Qué?

El rostro de Chuuya mostraba furia silenciosa.

—Te conozco desde hace un año. ¿Crees que no me doy cuenta?

En un movimiento rápido, le arrebató de su bolsillo el muñeco de silicona. Dazai intentó recuperarlo, pero Chuuya se apartó.

—Esto —agitó el cangrejo—. No lo habrías tomado si no te agradara al menos un poco esa mujer.

—No sé de qué hablas. ¡Devuélvemelo!

Dazai se lanzó sobre él, pero Chuuya lo esquivó, tiró el muñeco al suelo y lo pateó, haciéndolo rodar hasta el basurero.

El golpe seco contra las baldosas hizo eco en el baño.

Dazai sintió que algo de su paciencia se rompía.

—¡¿Cuál es tu maldito problema, Chuuya?! —su voz rebotó contra las paredes, cargada de furia—. Primero, le gritas a un vagabundo que resultó ser un héroe en un supermercado. Luego le das una patada en la cara a otro héroe. Después, casi matas a golpes a un detective y nos mandan a este centro. ¡¿Y me reclamas por un estúpido muñeco?!

Chuuya bajó la mirada por un segundo. Solo un segundo.

Sin embargo, cuando levantó la vista, sus ojos volvían a arder de furia.

—¿Sabes qué? Tienes razón. Me meto en peleas, grito, rompo cosas. —Su voz temblaba, pero no de miedo—. Pero al menos yo no voy confiando en una desconocida que te da juguetes como si fueras un niño de cinco años.

Dazai lo miró, incrédulo.

—¿Otra vez con eso? ¿Estás tan jodidamente obsesionado con la psicóloga?

—¡No es ella! —gritó Chuuya, con un tono que sonaba demasiado a confesión—. ¡Es lo que significa!

Dazai lo observó, confundido.

—Tú no confías en nadie, ¿verdad? —Chuuya dio un paso hacia él—. Siempre estás a la defensiva, siempre pensando diez pasos adelante. Me dices que no baje la guardia porque todo el mundo es peligroso… y de pronto ella te dice dos palabras bonitas y ya la dejas entrar. ¡¿Qué maldito sentido tiene eso?!

—¡No confío en ella! —replicó Dazai, desesperado—. Solo… fue más fácil seguirle el juego que discutir.

—¡No puedes bajar la guardia con cualquiera! —respondió Chuuya, la voz encendida—. ¡El día que lo olvides, te van a destruir!

—¡No me digas lo que ya sé! —espetó Dazai, su tono afilado como un cuchillo—. ¿Crees que necesito que me lo recuerdes? ¿Crees que no lo tengo presente cada vez que cierro los ojos?

El silencio que siguió fue cortante.

Chuuya lo miró, perplejo.

Pero Dazai no se detuvo.

—¿Sabes por qué acepté ese muñeco? —su tono bajó, pero no por calma, sino por rabia contenida—. Porque por una vez… por una puta vez, quise fingir que era normal. Que no soy un maldito asesino, ni el juguete roto de Mori, ni un monstruo que quema a cualquiera que lo toque.

Su ojo brillaba, y no solo de enojo.

—No lo hice por ella. Lo hice por mí. Porque si no finjo aunque sea un poco, voy a volverme loco, Chuuya. Loco de verdad.

Chuuya dio un paso atrás, como si esas palabras lo hubieran golpeado. Su expresión se torció, no de enojo, sino de algo más cercano a la culpa.

—Entonces dímelo —susurró, la voz áspera—. Dímelo a mí primero. Dime cuando sientas que no puedas más. Sabes que no necesitas fingir conmigo.

Dazai lo miró, respirando con dificultad. Luego dio un paso, apoyando la frente en su hombro.

—¿Y si no sé cómo? —murmuró.

Chuuya le pasó un brazo por la espalda, abrazándolo.

—Entonces solo quédate así.

Permanecieron en silencio.

Ninguno se movió. Ninguno quería soltar primero.

Cuando el ritmo de la respiración de Dazai volvió a la calma, Chuuya se apartó apenas para verlo a los ojos.

—Yo… eh… perdón por todo. Por explotar, por… bueno, ya sabes. No fue justo.

Dazai lo observó unos segundos y le dio un golpecito en la frente.

—Tsk, chibi revoltoso… —susurró, con un tono más suave—. No puedes ir por ahí mordiendo a todo el mundo.

Chuuya bufó, pero no apartó la mirada.

Dazai sonrió, ligero.

—Tal vez, cuando todo esto termine, deberíamos buscar una cabaña en el bosque. Solo tú, yo… y árboles a los que sí puedas golpear sin que nadie nos arreste.

Chuuya bajó la cabeza, ocultando una pequeña sonrisa.

Justo en ese momento, un suave toque en la puerta los interrumpió.

Se separaron de mala gana. Dazai se acercó para abrir y se sorprendió al ver quién estaba detrás.

Haruki estaba parado allí, visiblemente nervioso. Sujetaba el borde de su chaqueta como si quisiera esconderse en ella, y sus ojos iban de Dazai a Chuuya… para quedarse fijos en Chuuya, como si esperara un ataque en cualquier momento.

—Eh… —empezó con voz baja—. Lo siento, no quería interrumpir. Solo… quería avisarte que la campana ya sonó. Si no salimos al patio en unos minutos… nos van a regañar. O algo peor.

Dazai parpadeó un par de veces antes de asentir.

—Oh, claro, Haruki. Ya vamos.

El chico asintió con rapidez, pero sus ojos aún seguían clavados en Chuuya, como si esperara un rugido o una explosión en cualquier momento.

Chuuya lo notó, claro que sí. Y por alguna razón, en vez de molestarse, simplemente lo ignoró con desinterés y se giró para secarse las manos en una toalla del dispensador.

Haruki tragó saliva y se giró para irse, pero Dazai le tocó el hombro antes de que pudiera hacerlo.

—Ah, creo que me olvidé de presentarlos. Haruki, este es Chuuya. Chuuya, él es Haruki. Lo conocí en el comedor.

Chuuya le echó un vistazo de pies a cabeza sin molestarse en suavizar el ceño.

Haruki sintió que se le helaba la sangre.

Dazai pareció notar su incomodidad y, como estaba de buen humor, decidió aliviarlo un poco.

—Tranquilo —susurró, lo bastante bajo para que Chuuya no oyera del todo—. No muerde. Bueno… solo cuando lo provocan.

Eso no pareció ayudar mucho al pobre chico.

Dazai sonrió, caminó hasta el basurero, recogió su muñeco, lo limpió con un papel y se preparó para salir.

La mirada de Haruki se iluminó al verlo.

—¿Tú también te quedaste con uno de los juguetes de la señorita Fujisawa?

Dazai lo miró, algo sorprendido.

—¿Ah? ¿Esto? Oh, sí, supongo. Se veía lindo.

Haruki sonrió tímidamente y sacó un muñeco similar, pero con forma de gato.

—Yo también tengo uno. Ella se los da a todos el primer día. También puedes pedir otro si quieres; no se molesta.

Los ojos de Dazai brillaron al ver el gatito. Se inclinó, rodeando los hombros de Haruki con un brazo y respondió con un tono juguetón.

—¿Sabes? Creo que ya no me caes tan mal como pensé, Haruki.

El chico, desconcertado por la cercanía, se tensó.

—¿Oh? Eh… ¿gracias?

Un bufido de Chuuya resonó a su lado.

Dazai respondió con otra sonrisita.

Haruki tomó la delantera, guiándolos entre los pasillos hasta llegar a uno de los rincones más tranquilos del lugar: bajo la sombra de un árbol, donde Kuroha estaba sentada, con las piernas cruzadas y la nariz metida en su libro.

Al oír los pasos, la chica alzó la mirada con calma.

A diferencia de Haruki, no pareció sorprendida ni incómoda al ver a Chuuya acercarse. Simplemente levantó una mano en un saludo perezoso y, sin decir palabra, volvió a concentrarse en la página que estaba leyendo.

Los cuatro se acomodaron bajo el árbol, dejando que el bullicio del patio quedara lejos. Mientras Haruki y Kuroha intercambiaban un par de comentarios sueltos, Dazai dejó que su mirada vagara por el lugar.

Fue entonces cuando lo vio.

Un grupo de chicos mayores se acercaba al muchacho que Chuuya había golpeado en el comedor —Rikuza, si recordaba bien—. Intercambiaron unas pocas palabras y, en segundos, los mayores se retiraron como si nada.

Para cualquiera, algo sin importancia.

Pero no para Dazai.

Fue apenas un destello, suficiente para reconocerlo: una cajetilla de cigarros.

Años entre sangre, pólvora y humo le habían afinado el ojo para detectar ese tipo de cosas.

Ah… con que nuestro pendenciero juega en ligas peligrosas.

Ningún guardia pareció notarlo. Quizá no les importaba. Quizá ya lo consideraban un caso perdido.

Dazai los siguió con la mirada mientras se escabullían hacia una zona apartada, fuera de la vista: el lugar perfecto para cualquier ilegalidad.

Cuando Rikuza regresó a la cancha de básquet y empezó a jugar con chicos de su edad, una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Dazai. Guardó aquel detalle en su memoria. Podría servirle más adelante.

Chuuya, al notarlo, le lanzó una mirada que claramente decía: Ya sé que tramas algo .

Dazai la ignoró con la calma de siempre y, en cambio, giró hacia Haruki.

—Por cierto, Haruki… me he estado preguntando —empezó con tono casual—, ¿cuánto tiempo llevas aquí?

El chico lo miró sorprendido, quizá porque no esperaba que fuera Dazai quien iniciara la conversación.

—Oh, bueno… en realidad, no mucho. Solo dos semanas.

—¿En serio? Vaya. ¿Y por qué?

Haruki desvió la mirada, incómodo.

—Bueno, yo… digamos que fue un pequeño malentendido. Pero mi caso sigue en investigación, y solo estoy aquí como arresto preventivo.

Dazai ladeó la cabeza, curioso.

—Me parece algo exagerado meterte en un centro juvenil como este solo por prevención.

La mirada de Haruki decayó.

—Supongo que tienes razón.

Antes de que Dazai pudiera decir algo más, Kuroha apartó la vista de su libro y, por primera vez en mucho rato, intervino con voz neutra:

—Haruki no va a durar mucho aquí. Cumple las normas, asiste a clases, no falta el respeto y evita los problemas. Su nombre está en verde, lo que, considerando la acusación, es significativo. —Pasó una página sin cambiar el tono—. Su conducta será suficiente para probar que es inocente. Solo es cuestión de tiempo antes de que lo liberen.

Los ojos de Haruki brillaron con una chispa de esperanza mientras se enderezaba.

—¡Es cierto, Kuroha! No hay por qué desanimarse, saldré de aquí en poco tiempo. —Entonces, como si recordara algo, miró nervioso a los demás—. No me entiendan mal, no es que quiera dejarlos a ustedes. Es solo que yo… bueno…

Kuroha suspiró con fastidio.

—No tienes que explicarte. Cualquiera quisiera salir de este infierno.

Haruki se rascó la nuca, algo avergonzado.

—Sí, claro. Tienes razón, pero yo, aunque salga, ¡prometo visitarlos! Así seguiremos en contacto. Esperaré con ansias el día en que todos seamos libres. ¡Hasta podríamos hacer una fiesta! O simplemente salir a un parque, o tal vez…

Pero a medida que Haruki seguía hablando, las palabras se volvían menos nítidas para Dazai, hasta perder por completo la hilación.

Entre tanta charla sobre libertad y promesas, en algún punto Haruki había empezado a divagar… y para cuando Dazai volvió a prestar atención, estaban debatiendo entre mostaza y mayonesa.

Chuuya parecía decidido a ganar ese debate.

El castaño se rindió en ponerse al corriente. Se dedicó a mirar a su alrededor, dejando que su vista vagara por el patio como si solo estuviera matando el tiempo. El murmullo de voces, el rebote de una pelota y algún que otro silbido lejano llenaban el ambiente.

En la cancha de básquet, un grupo jugaba con energía. Entre ellos, Dazai ubicó sin problema a Rikuza: el mismo que, minutos antes, había estado con los chicos de la cajetilla de cigarros. Ahora, en lugar de puños, lanzaba la pelota al aro y anotaba el punto final. La ovación de su grupo fue inmediata.

—Vaya… parece que es popular —murmuró Dazai, como quien ya sabe que las apariencias engañan.

—Bueno, es Rikuza Enjou —replicó Haruki, como si el nombre lo explicara todo—. Muchos lo admiran por su actitud… otros lo siguen para no meterse en problemas. Viene de una familia de villanos, así que, bueno… la reputación ya la trae de casa.

—¿Ese idiota? —bufó Chuuya, con una mueca de desprecio.

Dazai le dedicó una sonrisa burlona.

—No te preocupes, chibi —dijo con su tono infantil más irritante—. Después del desastre que armaste en el comedor, estoy seguro de que tendrás una infame reputación en poco tiempo.

Chuuya apretó los dientes y lo agarró del cuello, dispuesto a estrangularlo allí mismo.

Dazai no se resistió.

Si lo lograba, técnicamente estaría haciéndole un favor.

Haruki se tensó ante la súbita muestra de violencia e intentó separarlos sin éxito.

Kuroha levantó la vista un instante, solo para mirarlos como lo que eran: un par de idiotas. Luego, volvió tranquilamente a su lectura.

El caos ya había captado la atención de varios chicos, pero fue un movimiento casi imperceptible lo que alertó primero a Dazai. Sus ojos, siempre calculadores, se desviaron hacia la derecha, siguiendo el sonido pesado de pasos que se acercaban. No tardó en reconocerlos: el grupo de Rikuza Enjou, avanzando con sonrisas cargadas de problemas.

Chuuya, que aún mantenía el agarre sobre el cuello de Dazai, notó el cambio en su mirada. Giró la cabeza con el ceño fruncido y comprendió de inmediato lo que se avecinaba.

Haruki, que hasta ese momento intentaba mediar entre los dos, siguió sus miradas. Sus manos empezaron a temblar y el color se le escapó del rostro.

—Oh, no… —susurró, como si decirlo en voz alta pudiera empeorar la situación.

Finalmente, incluso Kuroha apartó la vista de su libro. Sus dedos marcaron la página antes de cerrarlo con calma. Había aprendido a ignorar muchos ruidos en ese patio, pero este… no podía pasarlo por alto.

Unas risas y pasos pesados anunciaron la llegada del grupo de Rikuza. Se abrían paso como un bloque compacto, con la confianza prepotente de quienes creen tener el control. Al frente, Rikuza sonreía con esa expresión arrogante que pedía a gritos un golpe.

—Vaya, vaya… —empezó con voz burlona—. Parece que el enano ya agarró otra víctima.

Chuuya apretó más la mandíbula, consciente de que cualquier movimiento impulsivo podría costarle una sanción… o aislamiento.

Rikuza no se detuvo ahí. Su mirada pasó a Dazai, y una risa seca se le escapó.

—Supongo que solo eres su sirviente. Qué patético. Te golpea y aun así lo defiendes.

Dazai, que hasta ese momento había mantenido un aire de fingida incomodidad, apartó la vista como si estuviera intimidado.

Pero sus ojos se detuvieron en algo: una maraña de cables eléctricos que emergían de una caja metálica al fondo, justo en la misma dirección donde, hacía poco, había visto a los chicos mayores escabullirse para hacer sus fechorías.

Y ahí, en ese segundo, sin haberlo planeado antes, su cabeza empezó a hilar algo mucho más grande que una simple pelea.

Una chispa de malicia brilló en su rostro.

—Y aquí tenemos… —continuó Rikuza, girándose hacia Haruki—, la mascota del grupo. Aún no entiendo cómo los guardias no te han tirado a la basura.

Haruki tragó saliva, retrocediendo un paso más.

—Y tú —añadió Rikuza, mirando a Kuroha—, ¿qué haces perdiendo el tiempo con estos perdedores?

Kuroha lo sostuvo con una mirada afilada.

—Creo que eso no es de tu incumbencia.

Fue entonces cuando Dazai se inclinó ligeramente hacia Chuuya y susurró, para que solo él escuchara:

—Creo que ya tengo un plan, pero no te va a gustar.

Chuuya arqueó una ceja sin soltarlo, como preguntándole con la mirada: ¿Ahora qué demonios?

Dazai señaló con el ojo visible hacia Rikuza, que seguía lanzando veneno por la boca.

Chuuya entendió al instante.

—Eres un maldito… —masculló.

—Me lo debes por meternos aquí —respondió Dazai con su sonrisa más traviesa.

Chuuya soltó un bufido y se pasó una mano por el cabello.

—Más te vale no tardar mucho.

Entonces dio un paso al frente, acortando la distancia con el grupo de Rikuza.

Rikuza lo observó con una sonrisa burlona, como si el simple hecho de que el “enano” se acercara fuera un chiste privado.

Abrió la boca para hablar, pero no llegó a terminar la primera palabra.

Sin previo aviso, y sin decir nada, Chuuya le propinó un golpe seco y directo al estómago. El sonido fue tan contundente que el patio entero pareció congelarse.

Todos quedaron perplejos… menos Dazai, que observaba la escena con un brillo divertido en los ojos.

Rikuza apenas tuvo tiempo de reaccionar. El golpe lo lanzó hacia atrás y terminó de bruces en el suelo, aturdido. Un murmullo de sorpresa recorrió el patio, pero uno de sus compañeros reaccionó de inmediato, lanzándose contra Chuuya con un grito furioso.

El pelirrojo lo esquivó con un simple giro de hombros, atrapó su brazo y, usando su propio impulso, lo estampó contra el pavimento.

El segundo y tercer chico se movieron casi al unísono, pero tampoco tuvieron mejor suerte. Chuuya se agachó, bloqueó una patada con la espinilla y, en el mismo movimiento, lanzó un codazo seco al costado de otro, derribándolo con un gemido ahogado.

Su baja estatura no parecía importarle: cada golpe era preciso, cada esquiva calculada.

En menos de un minuto, tres de los cinco estaban en el suelo y un cuarto retrocedía, dudando si valía la pena arriesgarse.

Rikuza, con la mejilla enrojecida y la furia pintada en el rostro, se levantó tambaleante. No dijo nada esta vez. Simplemente se lanzó contra Chuuya como un animal salvaje. El pelirrojo esquivó el primer golpe, luego el segundo, y con una calma casi insultante lo dejó gastar fuerzas hasta que encontró la apertura perfecta. Un puñetazo certero le estalló contra el rostro, dejándole la nariz claramente destrozada.

El chasquido fue tan claro que algunos espectadores se encogieron. Rikuza retrocedió con un gruñido, llevándose las manos a la cara mientras la sangre comenzaba a deslizarse entre sus dedos.

Fue en ese momento que los gritos de los guardias rompieron el círculo de curiosos. La multitud empezó a dispersarse. Chuuya permaneció inmóvil, sin siquiera un rasguño, mientras dos uniformados apartaban a los caídos.

Dazai, para entonces, ya se había esfumado de la escena. Había aprovechado el revuelo para colarse entre el grupo de chismosos y desaparecer de su vista. Chocó a propósito con un guardia que caminaba distraído, ganándose un regaño rápido. Dazai se disculpó con una sonrisa dócil, pero sus dedos ya habían cumplido el objetivo: el celular del guardia descansaba en su bolsillo.

Se alejó del alboroto, siguiendo el pasillo hasta los baños —el único lugar sin cámaras en todo el centro. Cerró la puerta con seguro, sacó el teléfono robado y lo desarmó en segundos para extraer el chip. Luego, de entre sus vendajes, recuperó otro chip que había escondido desde su llegada: el de su propio número, confiscado en la mañana.

Con manos rápidas, hizo el cambio y encendió el aparato. Tecleó un mensaje breve, dirigido a un único contacto: Giran.

La respuesta no tardó en llegar.

Dazai sonrió, esa clase de sonrisa que nunca anunciaba nada bueno.

Que comience el juego.

Notes:

Por fin acabé esto. ٩(ˊᗜˋ*)و ♡
Quería publicar este capítulo hace casi dos semanas, pero justo cuando estaba a la mitad me llamaron para decirme que a mi papá lo estaban operando de emergencia. Tuve que ir al hospital y pasé varios días en la sala de espera, turnándome con mi tío por si nos llamaban. Me distraía leyendo el libro que compré hace poco y escribiendo este capítulo pero, no es fácil concentrarse en ese lugar, así que avancé de a poquitos. Espero que no se note demasiado algún cambio de tono.
Finalmente me seco las lágrimas.
Mi papá ya fue dado de alta y ahora se está recuperando en su departamento. ¡Yey!
Al menos ahora pude llegar a casa y editar esto con más tranquilidad.
Aún está delicado, pero al menos sé que no se me irá pronto.
Bueno, dejemos las cosas tristes a un lado y pasemos a mi anécdota del día.
Bitácora #4: Hace unas semanas, hay un chico que anda detrás de mí. ¿Le gustaré? Probablemente.
Y tal vez suene un poco arrogante, pero que me quiera acompañar hasta mi casa, me compre la comida que se me antoja y, de la nada, me regale una pulsera diciendo “Solo lo hice por esta ocasión especial”, pues… dice mucho. (๑﹏๑//)
El problema no es “¿Le acepto o no?”, sino “¿Cómo le rechazo?”. Este ya es el cuarto del año y no se hace más fácil para mí.
Verán, no sé si ya lo mencioné, pero tengo un pequeñísimo problemita de ansiedad social. Me tiembla la mano solo para enviar un mensaje, o puedo dar veinte vueltas en el supermercado antes de reunir valor para acercarme a pagar. No me resulta fácil hablar con desconocidos o con gente que conozco desde hace poco. Sobrepienso lo que voy a decir y me pongo mil límites a la hora de conversar (aunque ya he mejorado mucho ¡ya puedo mirar a la cara a la gente sin sentir que voy a llorar!).
Mis amigos cercanos me describen como alguien fría y sarcástica, que habla antes de pensar si algo podría ser ofensivo o no. No significa que sea malo, en realidad, a la mayoría de ellos les gusta porque saben que seré sincera, sin rodeos, aunque duela.
Pero para los demás, soy tímida, callada y tranquila. No es que no lo sea… supongo que depende de la persona.
El punto es que, cuando alguien desconocido me habla y yo solo respondo con gestos o frases cortas, probablemente piensen “Aww, es tímida”, cuando en realidad dentro de mi cabeza estoy gritando: “YA LÁRGATE, PENDEJO”.
Entonces, volviendo al tema, ¿Por qué les gusto? Ni siquiera me conocen de verdad. Y no voy a aceptar a alguien “para probar”, porque sería castigarme a mí misma.
Por más guapo, adinerado, amable o perfecto que sea, no voy a aceptar si me siento incómoda con su sola presencia. Tampoco es que esté buscando una relación romántica. No estoy en contra, pero solo la aceptaría si llega el momento indicado con la persona indicada.
Supongo que, hasta que ese momento llegue, me tocará seguir rechazando a todo hombre o mujer que se me declare usando un texto que chatgpt haya escrito por mí. Así no me siento tan culpable por hacerlo tan feo. (,,>﹏<,,)

Series this work belongs to: