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El paddock de Miami vibraba con el caos habitual de un jueves de Gran Premio: mecánicos, ingenieros, reporteros, flashes y voces superpuestas. Pero, en la sala de manada que Oscar había conseguido (seguía sin estar claro entre ellos si hubo extorsión), el ambiente era radicalmente distinto. Allí, el ruido se había quedado fuera, y lo que quedaba dentro era un silencio expectante, tenso, cargado de lo que estaba por suceder.
Oscar había pedido que se reunieran todos los cachorros allí. El espacio estaba preparado: sofás dispuestos en círculo, algunas botellas de agua sobre la mesa baja, y la luz tenue de la tarde colándose por los ventanales. No era un ambiente frío, pero tampoco era cómodo todavía. Era un espacio neutral, un terreno acordado para lo inevitable.
La presencia protectora de Oscar al frente, Logan pegado a su lado, Jack cerca, Gabriel caminando como una muralla tranquila, aunque sus ojos vigilaban cada rincón. Kimi, Liam y Ollie llegaron con movimientos tensos, casi felinos, atentos a cualquier cambio. Paul se quedó un poco rezagado, aunque su postura transmitía calma calculada con el apoyo de Dino junto a él. Franco e Isack entraron en silencio, más retraídos, pero sin soltar del todo a los demás.
Unos segundos después, la puerta se abrió. George entró primero, con Lance pegado a su costado como si quisiera reforzar su presencia. Detrás llegaron Esteban y Mick, el primero con los hombros tensos y la mirada baja, el segundo con expresión tranquila, las manos juntas al frente en un gesto casi humilde. Yuki y Alex cerraron el grupo, discretos, cargando un aire de incomodidad sincera.
El silencio se estiró durante varios segundos.
George fue el primero en hablar. Su voz, suave y clara, rompió el aire como una caricia cuidadosamente medida.
—Gracias por dejarnos estar aquí. Sabemos que no es fácil, pero… necesitábamos hacerlo. Y creemos que vosotros también.
Su mirada se detuvo en cada uno de los presentes, como si quisiera asegurarse de que cada cachorro se sintiera visto. Luego respiró hondo.
—Me equivoqué. Me equivoqué al no avisaros, al no esforzarme más antes de marcharme con Lance. No fue porque no os valorara. Fue porque pensé que sería más fácil desaparecer que enfrentar la conversación. Y eso no estuvo bien.
Lance bajó la cabeza, apretando los labios, y luego habló en un murmullo sincero.
—Yo también lo siento. No debería haber… —se interrumpió, como si las palabras se trabaran en la garganta—. George os quería, y yo también… pero lo hice mal. No supe cómo hablarlo.
Oscar se inclinó hacia adelante en el sofá, su tono firme pero sereno.
—No es fácil escuchar esto. Pero es verdad que lo necesitamos para cerrar este capítulo de nuestras vidas.
Dino, sentado al lado de Paul, asintió en silencio, aunque su cuerpo seguía rígido.
Fue entonces cuando Yuki y Alex dieron un paso adelante. El japonés respiró hondo, clavando la mirada en Isack, que instintivamente se encogió un poco en el sofá, refugiándose en el brazo de Gabriel.
—Isack —empezó Alex, con voz suave—. Deberíamos haberte dicho la verdad directamente en vez de esperar que se encargara alguien más. No que no te queríamos. Sino que no estábamos preparados. Ni yo ni Yuki. Pensamos… equivocadamente… que si te lo decíamos directamente sería peor para ti. Que dolería más y te sentirías rechazado. No queríamos que empezaras a relacionarte con la manada tras esa experiencia. Así que los evitamos. Te evitamos.
Yuki, serio, se inclinó un poco hacia delante, las manos entrelazadas.
—Te fallamos al no confiar en ti con la verdad. No eras tú el problema. Éramos nosotros. Y si nunca quieres acercarte a nosotros de nuevo, lo entenderemos. Pero si en algún momento… —se detuvo, respirando hondo—, si en algún momento quieres intentar otra vez, vamos a estar ahí. No tenemos expectativas. Solo nos gustaría poder intentar enmendar nuestro error, si tú estás dispuesto a permitírnoslo.
Isack no respondió. Solo bajó la mirada, y Gabriel le acarició el hombro con un gesto tranquilo, protector.
Mick fue el siguiente en hablar. Su tono era pausado, medido, pero impregnado de sinceridad.
—Quiero pediros perdón también. Por no estar. Por no esforzarme en que sintierais que contabais conmigo. No voy a dar excusas. Solo quiero deciros que me importa. Que me importáis de verdad.
Esteban tragó saliva, su voz tembló un poco al salir.
—Yo… lo hice mal. Huir sin explicaciones. Fue repentino, sí. Todos sabéis cuál ha sido nuestra… situación, pero no es excusa. Teníais derecho a saber, a que os diera la cara, a que confiara en vosotros para deciros que no estaba en un buen momento y necesitaba irme. Y en lugar de eso, os dejé con dudas, con heridas que no merecíais. Lo siento.
El silencio volvió a caer. Pesado. Doloroso. Franco se removió incómodo, sin levantar la vista del suelo. Liam tenía los brazos cruzados, la mandíbula tensa. Ollie tamborileaba con los dedos en la pierna, inquieto.
Oscar miró a su alrededor, dejando que fueran ellos los que reaccionaran primero. Y fue Jack, con voz baja pero firme, quien habló:
—Se agradece escucharlo. Pero… no podemos fingir que todo desaparece por un “lo siento”. Necesitamos tiempo.
Dino intervino enseguida, su tono suave pero cargado de intención.
—Tiempo, sí. Pero esto… esto es un paso.
Kimi asintió despacio.
—Podemos respetarnos. Ser educados. Eso es lo que importa ahora.
Logan, con la voz suave pero clara, añadió:
—Y podemos empezar por aquí. Con una tregua. Con la promesa de que, aunque aún duela, estamos intentando avanzar.
George, con los ojos brillantes de emoción contenida, inclinó la cabeza.
—Eso es todo lo que pedimos. Una oportunidad.
Nadie sonrió. Nadie se levantó para abrazarse. Pero el aire, aunque aún pesado, era un poco más liviano. Como si todos hubieran aceptado que el camino no se recorrería en un día, pero que al menos habían dado el primer paso. Una tregua tentativa. Una promesa silenciosa de respeto. Y la débil esperanza de que, con tiempo, la herida pudiera empezar a cerrarse.
—Gracias por dejarnos estar aquí. —Lance miró alrededor, asegurándose de sostener la mirada de cada cachorro aunque algunos la esquivaran—. Sé que no ha sido fácil. Sé que no teníais por qué hacerlo.
Mick apenas asintió con la cabeza, sin interrumpirlo.
—Dolió. —La voz de Paul era baja, pero firme—. No porque os fuerais. Eso era vuestra decisión. Dolió porque nos quedamos sin explicación. Porque de un día a otro… creímos que ya no importábamos.
Dino, a su lado, lo apoyó con un leve movimiento de cabeza, su mano buscando la de su omega de manera casi automática.
—No era justo para nosotros —añadió con un tono sereno pero cargado de reproche contenido—. Estábamos intentando aprender a confiar. Y vosotros… —miró a Yuki directamente—, vosotros erais referentes. Cuando os fuisteis sin decir nada, lo único que nos quedó fue pensar que habíamos hecho algo mal.
Esteban cerró los ojos un instante, como si las palabras se le clavaran en el pecho.
Logan habló entonces, con tono suave, pero la tristeza en él era evidente:
—Yo… me sentí abandonado. Y no porque me debieras algo, Este, sino porque pensé que tenía un sitio en tu mundo. Y de repente… ya no lo tenía. —Apretó la mano de Oscar en busca de apoyo—. A veces creo que nunca nos disteis crédito. Que nunca confiasteis en que podríamos entenderlo si hubierais hablado claro.
George tragó saliva, con los ojos brillantes, y respondió despacio.
—Tenéis razón. No tengo nada más que decir respecto a eso. Fuimos estúpidos que decidieron seguir el estilo comunicativo de referentes muy equivocados, aunque sabíamos que no era bueno.
Un murmullo suave se escuchó desde el sofá donde estaba Isack. El francés se removió, acurrucado en el lado de Gabriel, con la vista fija en sus propias manos.
—Fue peor que un no —susurró, apenas audible.
Todos giraron hacia él. Isack no levantó la vista, pero continuó, con un hilo de voz trémulo:
—Porque un “no” lo puedo entender. Puedo llorar, puedo dolerme… pero al menos sé qué pasó. En cambio… todos me dejaron esperando. Me dejaron pensando que tal vez había hecho algo mal. Que si era más dulce, más tranquilo, más obediente… quizá entonces me querrían. —Por fin levantó la mirada, húmeda pero firme—. Me sentí… descartado. Como si fuera demasiado poco para ser querido.
El silencio que había seguido a las palabras de Isack fue tan hondo que se podía escuchar el golpeteo de los cubiertos en el restaurante del hotel al otro lado de la pared. El francés respiraba con dificultad, como si haberse atrevido a decirlo le hubiera abierto la herida otra vez, fresca y vulnerable. Ollie, sentado a su lado, deslizó el brazo por detrás de su espalda hasta abrazarlo por completo, atrayéndolo contra su pecho con una ternura casi instintiva.
Gabriel no se apartó; más bien lo contrario. Se inclinó un poco hacia delante, su mano reposando en la rodilla de Isack, un contacto firme, silencioso, que le decía “estoy aquí” sin necesidad de palabras.
Fue entonces cuando Alex se aclaró la garganta. Su voz no era la de siempre, esa chispa bromista que solía llevar en la pista: estaba rota, baja, y tenía un temblor apenas perceptible.
—Isack… yo… —paró un segundo, como si buscara las palabras correctas—. Lo sé. Fui uno de los que no te cuidó. Y nunca lo arreglé. —Le costaba mirarlo a los ojos, pero lo intentaba—. No era que no te quisiera cerca. Era que no sabía cómo. Pensé que otro lo haría mejor, y me escondí detrás de eso. No tuve el valor de decirte nada, y lo que hice fue peor. Lo siento.
Isack tragó saliva, con el rostro medio oculto contra el pecho de Ollie. Su voz salió baja, áspera:
—Nunca pedí que me cuidaras. Solo quería que me lo dijeras. Que no lo ibas a hacer. Eso hubiera sido suficiente. —Un pequeño sollozo le quebró la voz—. Pero me ignoraste como si no existiera. Ambos lo hicisteis.
—Fui tu compañero, Isack —empezó Yuki—. Y… no estuve ahí para ti. Pensé que ser distante era lo mejor, que no involucrarme te daría libertad. Pero en realidad solo te dejé solo. Y ahora entiendo que eso te dolió. Que… yo te fallé como amigo.
La respiración del argelino se aceleró. Cerró los ojos con fuerza, apretando los dedos contra la tela de la camiseta de Ollie. Gabriel se inclinó más, pasando un brazo por su espalda y acariciándole el hombro, firme, constante.
Liam, que hasta ese momento había estado manteniendo la calma, habló de golpe, con la voz seca y cortante:
—No tenéis idea de lo que eso significó para él. —Sus ojos estaban fijos en Yuki y Alex, oscuros, intensos—. No fue “solo un error”. Fue algo que marcó cómo se veía a sí mismo. Vosotros seguíais con vuestras vidas mientras él se preguntaba qué tenía de malo.
El silencio volvió a golpear, pesado. Nadie se atrevía a contradecirlo. Isack, todavía en los brazos de Ollie, murmuró con dificultad:
—Sentí que era… desechable. Como si mi presencia no tuviera valor para vosotros. —Se inclinó un poco hacia Gabriel, como buscando refugio doble, entre el abrazo de Ollie y el contacto seguro del brasileño—. Y aunque sé que no fue maldad, duele igual.
Ollie besó suavemente la sien de Isack, murmurando un “shhh” suave para calmarlo. Gabriel lo estrechó un poco más, dejándole claro que no tenía por qué seguir aguantando solo el peso de esas memorias.
Yuki bajó la cabeza, visiblemente afectado. Alex también. Ninguno intentó justificarse. Había algo en la forma en que Liam había hablado que les había cerrado la puerta a cualquier excusa: lo único posible era escuchar.
Oscar, viendo la intensidad del momento, intervino con voz calma pero firme, como buscando que la conversación siguiera fluyendo sin romperse:
—Esto es lo que necesitábamos. No estamos aquí para suavizar lo que pasó. Estamos aquí para decirlo con todas las letras, para que entendáis lo que sentimos y para que nosotros podamos soltarlo.
Gabriel carraspeó, rompiendo un poco la rigidez del momento.
—Estamos aquí para escucharnos. —Sus ojos buscaron a los demás de la manada, y luego volvieron a los seis—. No podemos prometer que las cosas cambien de golpe. Pero sí podemos prometer que seremos honestos.
El ambiente estaba cargado, como si cada palabra dicha hubiese removido el aire y dejado cicatrices flotando entre todos. Durante unos segundos nadie habló; se escuchaba solo el rumor del aire acondicionado y algún roce nervioso de ropa. Entonces Logan se enderezó.
—No vamos a resolver todo hoy —dijo con calma—. Ni siquiera en una semana. Pero lo que sí podemos hacer es dejar claro algo: no queremos guerra, ni rencores que se sigan acumulando. Queremos… intentarlo.
Esteban asintió enseguida, casi con alivio.
—Eso es todo lo que necesitamos. Sabemos que duele, sabemos que no va a ser fácil. Pero si nos dejáis, queremos estar aquí, aunque sea para demostrar con hechos que sí nos importáis.
Liam cruzó los brazos, ladeando la cabeza, pensativo.
—Nadie os está diciendo que sea imposible. Pero tampoco os creáis que con un par de disculpas está hecho. —Su tono fue honesto, sin crueldad—. Si queréis que volvamos a confiar, tendréis que demostrarlo. Poco a poco.
Yuki, con un gesto serio, bajó la cabeza.
—Lo haremos. No pedimos confianza inmediata. Solo la oportunidad de construirla.
—Esto no significa que volvamos a ser lo que fuimos. Pero sí que podemos intentar ser… algo. Sea lo que sea ese “algo” —explicó Kimi.
Lance asintió. —Eso ya es mucho más de lo que pensábamos recibir. Gracias.
Hubo un murmullo positivo, y aunque la tensión no desapareció del todo, sí se suavizó. No había sonrisas amplias, pero sí un entendimiento tácito: estaban abriendo una puerta, aunque fuera despacio, aunque costara mirar de frente.
Y con eso, la conversación se cerró. No con un cierre perfecto, sino con una tregua frágil, un acuerdo implícito de caminar despacio hacia adelante, con el entendimiento de que la confianza perdida solo puede volver con tiempo, paciencia y actos.
Notes:
Mañana empiezo la uni y estoy nerviosaaa :)
Muy feliz por la victoria de Max, aunque el drama de McLaren empieza ya a estorbar😅 En F2 casi lloro con el DNF de Alex Dunne, pero el podio de Pepe ha compensado un poco🥰 Y Tsolov asegurando el subcampeonato me ha encantado, aunque no tanto como LA PRIMERA VICTORIA DE CONSTRUCTORES DE CAMPOS RACING AHHHHHHH😆
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La habitación estaba bañada por la luz cálida del atardecer de Miami, que entraba a raudales por las cortinas medio abiertas y teñía las sábanas del nido de un tono dorado y suave. En el aire flotaba el inconfundible aroma a hierbabuena de Kimi y las notas de dulce cereza de Ollie, que se habían extendido por todo el espacio, marcando cada rincón como suyo. El nido en la cama parecía una pequeña fortaleza: almohadas, mantas, un par de camisetas de Kimi y varias prendas suaves de otros miembros de la manada que Ollie había acomodado con esmero.
Kimi se dejó caer de espaldas entre las mantas, todavía con el pelo algo húmedo de la ducha rápida tras la clasificación. La sonrisa que llevaba era imposible de disimular; brillante, amplia, casi infantil. La pole position de la sprint lo tenía radiante.
—¿Sabes qué es lo mejor de hacer la pole? —preguntó de repente, ladeando la cabeza hacia Ollie, que se movía cerca, ajustando una esquina de la manta como si de verdad necesitara que quedara perfecta.
—¿Qué? —Ollie lo miró por encima del hombro, con esa sonrisa suya que siempre escondía algo travieso.
—Que puedo venir aquí y presumir delante de ti —respondió, arqueando una ceja con descaro.
Ollie soltó una carcajada y se tiró encima de él sin previo aviso, hundiéndolo entre las almohadas.
—¡Como si necesitaras más razones para presumir! —lo acusó, riendo mientras lo rodeaba con los brazos. Sus mejillas estaban encendidas de orgullo, y en sus ojos brillaba esa chispa que siempre aparecía cuando hablaba de Kimi—. Estoy tan orgulloso de ti. ¿Lo sabes, no?
Kimi fingió un gesto altivo, aunque no podía ocultar la ternura en la curva de sus labios.
—Tal vez lo sé. Pero si me lo repites unas cuantas veces más, seguro que lo creo.
Ollie rodó los ojos con diversión, pero se inclinó hacia el otro, rozándole la nariz con la suya.
—Lo voy a repetir tantas veces que te vas a hartar —susurró, y antes de que Kimi pudiera responder, lo besó. Un beso corto, risueño, que se rompió entre risitas suaves.
El italiano lo abrazó con fuerza, apretando su espalda, y luego lo giró en un movimiento rápido para quedar encima.
—Cuidado, omega coqueto —murmuró contra sus labios—. Que hoy el poleman soy yo.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Ollie, riendo, con las manos enredadas en el pelo oscuro de su alfa.
—Que debería estar recibiendo mimos… todos los que quiera. —Kimi ladeó la cabeza con una sonrisa juguetona, y bajó a besarle el cuello con lentitud, arrancándole un suspiro suave.
—¿Más mimos? —Ollie arqueó una ceja, divertido—. Si te doy la mitad de los que me pides, mañana no corres.
Kimi soltó una carcajada baja contra su piel y lo miró de frente, los ojos brillantes.
—Si me subo al coche con tus besos, cruzaré la meta primero.
El británico lo golpeó suavemente en el hombro con una risa incrédula, pero sus mejillas ardían de ternura. Lo miró un segundo en silencio, sus manos aún enredadas en su cabello, y habló en un murmullo más serio:
—En serio, Kimi… eres increíble. No es solo la pole. Es cómo lo haces. Cómo corres, cómo disfrutas. Estoy muy orgulloso de ti.
El alfa se quedó quieto un instante, sorprendido por la sinceridad tan cruda en su voz. Y entonces, con un gesto suave, bajó la frente hasta apoyarla contra la de Ollie.
—Gracias, tesoro —dijo bajito, usando el apodo con un cariño íntimo—. De verdad. Que tú lo digas… es lo que más me importa.
Un silencio cálido los envolvió, roto solo por la respiración compartida. Luego, como si ninguno soportara demasiado tiempo sin la risa del otro, Ollie estiró los dedos y le hizo cosquillas en el costado, provocando que el otro diera un respingo.
—¡Oye! —protestó Kimi, tratando de atraparlo.
—Poleman o no, nadie se libra de mis cosquillas —rió, escapando entre mantas como si fuera una guerra de niños.
Y así quedaron, entre risas y besos robados, jugueteando en el nido como si el mundo exterior no existiera, con el corazón de ambos ligero, orgulloso y feliz.
El sábado, la sonrisa ancha de Kimi gracias a la pole se había ido apagando a medida que avanzaba la sprint. Lo que había comenzado con promesas de gloria terminó con un séptimo puesto, una caída que le pesaba más en el pecho de lo que estaba dispuesto a admitir. En el paddock, intentaba mantener la compostura con esa calma que solía protegerlo, pero en los gestos pequeños se le notaba: los labios apretados, los hombros algo más caídos, la mirada perdida entre los mecánicos.
—Eh, tercero en la clasificación de mañana —le recordó Jack con suavidad, rozándole el brazo cuando lo alcanzó—. Eso es lo que importa de verdad.
Kimi asintió, y aunque no dijo nada, sus ojos se suavizaron. Estar en la segunda fila le devolvía un poco de aire.
El domingo llegó con el peso de la verdadera carrera. El calor húmedo de Miami se pegaba a la piel y a las emociones, y la jornada no dejó a nadie indiferente.
La vuelta en los coches de LEGO fue un respiro inesperado antes de la carrera. Entre risas, choques torpes y ruedas que parecían tambalearse con cada curva, los pilotos se olvidaron, aunque fuera por unos minutos, de cronómetros, presiones y estrategias. No estaban todos juntos en la misma tanda —cada uno iba con su compañero de equipo—, pero de lejos se lanzaban gestos, sonrisas y hasta alguna burla amistosa. Ver a Kimi, serio hasta en un coche de juguete, respondiendo una llamada con naturalidad, fue suficiente para hacer reír a Ollie hasta las lágrimas.
Pero todo no fueron risas ese día. Jack terminó con la mirada clavada en el suelo, los guantes aún puestos, incapaz de levantar la vista tras el DNF. La colisión con Liam lo había dejado fuera demasiado pronto. Jack sabía qué consecuencias iba a recibir antes incluso de bajar del coche.
El neozelandés intentaba poner buena cara, pero la frustración se le notaba hasta en el modo en que se tocaba el cabello con brusquedad. Recuerdos de Red Bull llenaban su mente, absorbiendo, rememorando. Pero ahora era distinto, tenía a Isack a su lado para apoyarle, y el francés le había asegurado que siempre era bienvenido en sus nidos, lo cual lo llenaba de tranquilidad.
En otra esquina del paddock, Ollie y Gabriel compartían la misma tristeza amarga. Ninguno de los dos había llegado a ver la bandera a cuadros. Los motores, traicioneros y frágiles, los habían dejado tirados cuando todavía soñaban con pelear por puntos.
En medio de los abandonos y la frustración, una bandera ondeaba alto: Oscar, con el ritmo implacable que lo caracterizaba, cruzó la línea primero. La victoria era suya. La manada lo recibió con un abrazo de orgullo y alivio, porque aunque las heridas del día pesaban, tenerlo a él en lo más alto les recordaba que aún había motivos para sonreír.
La noche en Mónaco tenía un aire distinto. Después de semanas de viajes, hoteles impersonales y circuitos ruidosos, volver a casa era como respirar por primera vez tras mucho tiempo bajo el agua. Sin embargo, aquella paz no se sentía completa en el nido. Algo chirriaba en el ambiente.
Jack estaba raro desde que bajaron del avión. Callado. No era extraño verlo melancólico después de un mal resultado, pero esa noche había una tensión nueva en él: caminaba como si cargara peso en cada paso, la mandíbula apretada, el ceño hundido. Durante la cena apenas habló. En el nido, cuando los demás se arremolinaron entre mantas y prendas, buscó un rincón aparte antes de excusarse y salir al pasillo.
El silencio que dejó tras de sí fue incómodo, como si todos compartieran la misma pregunta en voz baja.
—¿Sabéis qué le pasa? —rompió Liam al fin, mirando a Franco y Paul—. Está peor que de costumbre.
Franco bajó la mirada hacia el móvil dispuesto a mirar si se habían perdido algo en redes tras la carrera que hubiera podido afectar así al australiano, pero no respondió. Paul, más práctico, encendió el suyo y revisó el correo con el ceño fruncido. Bastaron unos segundos para que soltara un jadeo suave.
—Eh… chicos —dijo, mostrándoles la pantalla—. Parece que mañana Alpine va a anunciar la renuncia pública de Oliver Oakes.
Los murmullos se alzaron de inmediato, mezcla de sorpresa y desconcierto. No era un secreto que el ambiente en el equipo estaba enrarecido, pero nadie esperaba un movimiento tan brusco.
—Eso explicaría parte del humor de Jack… —susurró Dino, aunque en su voz había más duda que convicción—. Los cambios de dirección suelen afectar bastante.
Gabriel arqueó una ceja, mirando de reojo a Franco, que seguía absorto en su teléfono. El brasileño notó que sus dedos temblaban sobre la pantalla, y que su rostro, normalmente tan expresivo, se había quedado helado, salvo por el brillo húmedo en los ojos. Su atención hacia el rubio fue notada por más miembros de la manada.
—Franco, ¿qué pasa? —preguntó Logan con cuidado, inclinándose un poco hacia él.
El argentino abrió la boca, pero no llegó a responder, la voz se ahogó consigo misma. Justo entonces, la puerta se abrió y Jack volvió a entrar. Todos se giraron instintivamente. El beta traía el gesto cansado, los hombros caídos, y aún así se detuvo al ver el rostro desencajado de su compañero. Franco lo miró desde el sofá, con la respiración atrapada en la garganta.
—Lo siento. —Se le escapó en un hilo de voz, apenas audible, al mismo tiempo que una lágrima le resbalaba por la mejilla.
Jack suspiró hondo. Caminó despacio hasta arrodillarse frente a él, y sin decir palabra al principio, le limpió la lágrima con los dedos. El gesto fue delicado, íntimo, lleno de un afecto que dolía.
—Lo entiendo —murmuró Jack, con voz ronca por la emoción contenida—. Y no te culpo. No tienes que pedirme perdón, Franco. Aprovecha la oportunidad.
El silencio en el nido era absoluto. Solo se oía el roce de las mantas y la respiración temblorosa de Franco, que parecía debatirse entre hundirse o alzar la cabeza. Dudó un instante, paralizado por la culpa, antes de inclinarse despacio y abrazar a Jack con cuidado. Fue un abrazo torpe, contenido, como si temiera romper algo.
Jack suspiró otra vez, pero no lo rechazó. Al contrario, lo rodeó con sus brazos y lo atrajo contra su pecho, cerrando los ojos. Había en su gesto un cansancio feroz, pero también una resignación tierna.
Los demás se miraban entre sí, sin comprender del todo. Gabriel frunció el ceño, Kimi ladeó apenas la cabeza, Logan abrió la boca para preguntar, pero entonces Jack levantó la mirada. Y todos lo vieron. Las lágrimas. Silenciosas, rodando por sus mejillas con la calma de una tormenta contenida demasiado tiempo.
—Franco me va a sustituir —anunció al fin, su voz quebrada por el peso del momento—. A partir del próximo Gran Premio, él será el piloto de Alpine.
El golpe fue seco en todos los pechos. Nadie respiró durante unos segundos. Franco se tensó contra su abrazo, como si aún no se creyera esas palabras. Y Jack, entre rabia e impotencia, acariciaba la nuca de su compañero con ternura, obligándose a sonreír por lo que era un sueño cumplido para el cachorro… aunque lo estuviera destruyendo por dentro.
Notes:
Vengo a quejarme, angst por doble partida, lo siento :) Podéis pasar de ello si queréis, no hay nada de mucho interés más que mis dramas.
Por si no habéis adivinado: la uni. Llevo dos días y bueno, ayer fue horrible. Todo lo que podía pasar mal, pasó. Llegué a mi casa dos horas más tarde de lo que debía y completamente empapada, encima hay problemas con el horario de clases porque resulta que las asignaturas de primero se solapan entre ellas por alguna razón que no entiendo. También está el caso de que comparto todas las asignaturas de primero y segundo con otros dos grados, y nos han dicho que el mío es el único que no se toca en todo primero, que ya en segundo hay alguna cosa, pero por ahora nos jodemos con lo del resto.
Hoy al menos las clases mejor, pero la gente actúa muy falsa y cerrada. Hay un montón de grupos cerrados de gente que ya se conoce y te miran raro cuando intentas socializar. Sé que tengo pinta de borde (me lo han dicho muuuuchas veces), pero no creo que sea solo mi cara.
También es que estoy un poco decaída porque he dejado de llevarme con algunas amigas. Una de ellas la conozco desde hace muchos más años que cualquier otra, pero lleva meses actuando muy egocéntrica y tóxica. Intenté darle un ultimátum, pero trató de hacerse la víctima y solo volvió a contactar cuando llegó el verano y no tenía planes. Y otras 3 amigas que hice en bachillerato están muy bordes y distantes. Llevaba sin verlas meses (algo usual por dificultad cuadrando horarios) y justo quedaron muy a menudo cuando estuve de vacaciones. Ahora intentan echarme en cara que no hice esfuerzos por verlas, aunque literalmente planifiqué yo la quedada al volver. Me hicieron sentir muy incómoda y como una molestia.
Las dos amigas en las que suelo apoyarme si lo necesito están fuera de la ciudad por ahora, así que no ayuda. Al menos una amiga a distancia ha hablado conmigo hoy y me he podido desahogar un poco, llevamos mucho sin vernos y la hecho mucho de menos. Dice que empezar la uni puede destapar muchas emociones, y eso mismo está haciendo.Siento el texto de queja casi más largo que el capítulo, llevo sin ver a mi psicóloga unos meses y aún no hemos podido acordar una cita🥲 Gracias si os habéis tragado todo ese texto, necesitaba expresarlo de alguna manera, y supongo que aquí es lo más segura que me he sentido en un tiempo.
Gracias por leer mis historias y dar kudos, y comentar si lo hacéis, recibir ese apoyo y refuerzo positivo me hace sentir muy apreciada😊💙
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El silencio tras la confesión de Jack fue tan denso que casi dolía respirarlo. Nadie parecía saber qué hacer con las palabras que acababan de caer en el nido. Paul se llevó la mano a la boca, Oscar entrecerró los ojos como si buscara entender una ecuación imposible, Logan lo miraba con los labios temblorosos.
—¿Qué…? —murmuró Ollie al fin, incapaz de contenerse—. ¿Pero… cómo?
—¿De verdad Alpine va a…? —Dino no terminó la frase, porque Jack alzó una mano cansada, como suplicando que no lo hicieran repetir.
—Sí —dijo él, la voz grave y baja—. Ya está decidido.
Franco se apretaba contra él, con la frente hundida en su hombro. Su cuerpo vibraba de tensión. Nadie podía decir si lloraba o contenía la respiración para no romperse del todo. Gabriel abrió la boca para intentar suavizar el momento, pero Jack ya estaba de pie.
—Lo siento, chicos —dijo, su tono áspero de tanto contener lo que le ardía en el pecho—. Necesito un momento.
Y antes de que nadie pudiera detenerlo, salió del salón. El portazo fue suave, pero la ausencia que dejó tras de sí resultó atronadora.
El grupo entero se quedó en silencio, todos mirando a Franco, que se había dejado caer en el suelo con las manos temblorosas. El argentino levantó la vista apenas, los ojos enrojecidos y húmedos.
—No… no sé qué sentir —confesó, la voz quebrada—. Esto… esto es lo que siempre soñé, pero no así. No otra vez. Ahora ocupando el lugar de Jack. No viéndolo sufrir de esa manera. Adoro poder subirme a ese coche, pero me rompe el corazón que sea a costa del sueño de Jack.
Paul se inclinó hacia él y le puso una mano firme en el hombro.
—Franco, no es tu culpa. No lo has robado. Alpine ha tomado su decisión, y Jack mismo te lo ha dicho: aprovéchalo.
El argentino asintió débilmente, pero su expresión era una maraña de dolor y orgullo tentativo.
Los días siguientes fueron extraños.
El miércoles la casa se sintió más como un santuario donde todos caminaban de puntillas. Jack apenas se dejaba ver. Iba y venía como un fantasma: desayunaba en silencio, salía a caminar solo por el puerto, regresaba tarde, se encerraba en su habitación. Nadie se atrevía a presionarlo, y sin embargo todos sufrían al verlo tan apagado.
Intentaban, al mismo tiempo, no robarle a Franco la ilusión que merecía. A ratos se sentaban con él a hablar de lo que vendría: la preparación para Imola, la logística de vuelos a partir de ahora. Pero cada sonrisa que Franco dejaba escapar parecía teñida de una sombra inmediata, como si cada risa fuera una traición a Jack.
—No deberías culparte —le dijo Gabriel una tarde, al verlo callado en la terraza, mirando el mar—. Es tu sueño. Y Jack lo sabe.
Franco bajó la cabeza.
—Sí, pero… cuando lo veo pasar sin hablar, siento que me odia.
—No te odia —intervino Oscar desde la puerta, con su tono tranquilo pero firme—. Está dolido, con el equipo. No contigo. Le conozco lo suficiente para saberlo.
El rubio tragó saliva, intentando convencerse.
El jueves 7, la noticia se hizo pública.
Las redes estallaron. Los titulares hablaban de un “nuevo comienzo” para Alpine, de un “cambio generacional”. Pero lo que dolía era la reacción de los aficionados: críticas feroces a Jack, insultos, comentarios que lo tildaban de fracaso, de error, de alguien que nunca debió llegar a la F1. Era cruel. Injusto. Y el piloto australiano, aunque no mostraba nada en el exterior, se veía cada vez más hundido.
Franco, en cambio, se volvió retraído. La ilusión de los primeros días se apagaba bajo la culpa y la presión externa. Se encerraba en sí mismo, incapaz de disfrutar su sueño sabiendo que lo estaba cumpliendo sobre las lágrimas de su adorado amigo. Se sentía culpable, no sólo por tener el asiento de esta manera, si no que también por el odio que sus propios fans esparcían hacia Jack.
Fue entonces cuando Liam se acercó al beta. Lo encontró sentado en el balcón, con los ojos perdidos en las luces de Mónaco. Se sentó a su lado, sin decir nada al principio.
Jack giró la cabeza apenas, sorprendido de verlo ahí.
—Pensé que vendrías a decirme que deje de hacerme la víctima —dijo con amargura.
—No —respondió Liam con calma, apoyando los codos en las rodillas—. Solo vine porque sé lo que se siente.
El otro lo miró con confusión.
—¿A qué te refieres?
—A que te sustituyan. A que te digan que ya no eres suficiente, aunque hayas dado todo. A que tu esfuerzo no baste y tengas que sonreír mientras otro ocupa tu asiento. —Liam suspiró, mirando el horizonte—. Aún duele. Aunque al menos yo puedo seguir compitiendo en pista.
Jack apretó la mandíbula. La rabia estaba ahí, siempre al borde, pero escuchar eso lo quebró un poco.
—¿Cómo lo aguantas? —preguntó, con la voz ronca.
—Porque aprendí que mi valor no lo decide un equipo ni un contrato. Y porque tengo gente que me recuerda quién soy cuando me lo olvido.
El silencio entre ellos se volvió más suave. Jack bajó la mirada, dejando escapar un suspiro largo.
—Gracias, Liam. —Su voz tembló apenas—. De verdad.
Liam lo miró de reojo y esbozó una media sonrisa.
—No tienes que agradecérmelo. Solo… no te hundas solo, ¿vale? Y ten en cuenta que mamá sería una gran ayuda.
Jack asintió despacio. Y por primera vez en días, aunque sus ojos seguían enrojecidos, no parecía se sentía tan solo.
Los días que siguieron al anuncio fueron como caminar sobre cristales. Cada uno en la manada intentaba hacer equilibrio entre apoyar a Jack y a Franco, sin que ninguno se sintiera desplazado.
El miércoles Kimi y Ollie pasaron las horas juntos y en privado, celebrando el cumpleaños del británico levemente. Ollie no se sentía con ánimos de una fiesta tras todo lo que estaba pasando, y la manada agradecía su actitud ante la idea de aplazar su celebración de cumpleaños.
Jack estaba ensimismado, aunque no se aislaba del todo. Cumplía con las comidas, estaba presente en el nido por las noches, pero no hablaba demasiado. La rabia se le notaba en la tensión de la mandíbula, en los puños cerrados a veces contra la manta, en las miradas largas al techo como si allí buscara respuestas. Liam fue quien más tiempo se quedó a su lado. No era alguien que llenara silencios, y quizás eso mismo lo hacía valioso: acompañaba sin exigir, escuchaba sin interrumpir.
—Hoy tampoco dormiste, ¿verdad? —le dijo en voz baja una noche, cuando el australiano se incorporó con los ojos hinchados.
Jack bufó, apartando la mirada.
—Dormí lo justo. No importa.
—Importa —replicó Liam con suavidad, sin moverse de su sitio—. Pero no voy a insistir. Solo… si necesitas que te escuche, estoy aquí.
Ese tono sereno, sin presión, acabó arrancando un suspiro largo de Jack, que terminó dejándose caer contra él, el cuerpo exhausto y la rabia aún hirviendo, pero agradecido.
Mientras tanto, Franco parecía partirse en dos. Durante el día, Alpine lo mantenía ocupado con reuniones y llamadas. Él mismo usaba esa excusa para esconderse detrás de una agenda sobrecargada. Pero la verdad era otra: se estaba prohibiendo a sí mismo buscar el consuelo que necesitaba. No quería acaparar a Logan, porque en su mente solo Jack merecía ese tipo de cuidado ahora.
Oscar lo observaba en silencio. Conocía demasiado bien ese tipo de sacrificio. Más de una vez lo vio fingir una sonrisa cuando la pantalla del móvil se apagaba tras horas de mensajes y correos. Y cada tanto, el líder de la manada se acercaba para tantearlo.
—¿Seguro que no quieres hablar un rato? —preguntó una tarde, viéndolo distraído frente al ordenador.
Franco negó con la cabeza, sin levantar la vista.
—No, en serio. Tengo que terminar esto.
Oscar frunció el ceño.
—Eso puede esperar. Tú no.
El argentino se mordió el labio, incómodo.
—No quiero… no quiero quitarle a Jack lo que más necesita ahora. Mamá tiene que estar con él.
Oscar lo dejó pasar, pero tomó nota. Ese cachorro estaba ahogándose de emociones y no quería soltar ni un gesto que pudiera parecer egoísta.
Pasó así toda la semana, hasta que el lunes, unos siete días después de la noticia, Franco ya no pudo más. Tenía el pecho apretado, la culpa y la tristeza peleando con la ilusión y el miedo. Sabía que no podía seguir callando.
Caminó hasta la puerta, dudó unos segundos, y tocó suavemente.
—¿Jack? —su voz salió baja, temblorosa.
Del otro lado hubo un silencio breve, y luego pasos. Cuando el otro abrió, parecía cansado, con las ojeras marcadas, pero su expresión se suavizó apenas al verlo allí.
—Franco —susurró, casi con alivio—. Ven.
Lo invitó a entrar, y Franco obedeció, cerrando la puerta tras de sí. Se sentaron juntos en la cama. El alfa se frotaba las manos nervioso, como si quisiera arrancarse las palabras de golpe.
—Yo… —empezó, rápido, atropellado—. Tengo que decirte esto. No estoy de acuerdo con lo que dicen. No lo estoy. No quiero que creas que… que pienso igual que esos idiotas en internet. Tú no mereces eso, Jack. Tú… tú no.
Jack lo miraba, sorprendido, a punto de responder, pero Franco siguió, como si quisiera arrancarse una tirita:
—Y sé que ocupo tu lugar, y sé que es tu asiento, y sé que debería estar feliz, pero… duele, Jack. Duele porque siento que cuanto más se acerque la carrera, más vas a odiarme. Y no quiero. No podría soportarlo. No me odies, por favor. Sé que no tengo derecho a pedirlo, pero por favor, no me odies.
Las palabras se quebraron ahí, y Franco bajó la cabeza, apretando los puños y los ojos. Pero no tuvo tiempo de hundirse, porque Jack se movió. Lo rodeó con los brazos, lo atrajo contra su pecho y se dejó caer de espaldas en la cama, arrastrándolo con él.
—Ven aquí, cachorro —murmuró, su voz ronca de emoción contenida.
Franco quedó contra él, rígido al principio, y luego casi tembloroso. Sentía la mano de Jack en su nuca, el calor de su pecho, y tuvo que respirar hondo para no llorar de alivio.
—Echaba de menos esto —dijo Jack, con un hilo de sonrisa—. Acurrucarme con mi cachorro de alfa.
El argentino soltó una risa quebrada contra su camiseta, apretando los ojos más fuerte. Su cuerpo entero pedía llorar, pero se obligó a contenerlo. No quería que ese momento se rompiera.
Pasaron largos minutos así, en silencio, respirando juntos. Hasta que Franco se separó apenas, lo justo para mirarlo a los ojos.
—De verdad creí que ibas a odiarme. Que… cuanto más se acercara la carrera, más lo sentirías.
Jack negó con firmeza, su mano aún enredada en su cabello.
—No, Franco. No es así. No podría odiarte nunca. Tú no tienes la culpa de nada. Alpine tomó la decisión, no tú. Y… —respiró hondo— estoy orgulloso de ti.
Franco tragó saliva, con la garganta cerrada.
—Entonces… ¿no me odias?
—Nunca podría —aseguró, su mirada firme—. Jamás.
El argentino cerró los ojos un instante, dejando que esa frase se le quedara grabada. Luego, con un esfuerzo, murmuró:
—Tienes que hablar con mamá.
Jack arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Por qué?
—Porque sé que te lo guardas todo. Y yo… yo sé que él es el mejor soporte. —Franco suspiró, apartando la vista un segundo—. Me prohibí buscarlo estos días porque quería que fuera tuyo. Pero no… no dejes que te lo robe el orgullo, el querer parecer fuerte. Háblale. Yo no puedo consolarte por esto, no te dejarás, así que habla con mamá.
El mayor lo miró unos segundos en silencio, y no pudo evitar sonreír, conmovido.
—Eres un cabezota —susurró, acariciándole la mejilla—. Muy posesivo con Logan. Que me digas que lo busque, esa es tu manera de cuidarme. Y lo aprecio más de lo que piensas.
Franco bajó la cabeza, sonrojado, sin saber qué responder. Pero Jack lo abrazó otra vez, fuerte, como si no quisiera soltarlo. Y en ese instante, ambos entendieron que ni los cambios, ni la presión, ni las decisiones de un equipo podrían romper lo que tenían.
La noche estaba tranquila en Mónaco. El nido respiraba un aroma cálido, mezcla de todos ellos, y el murmullo del mar llegaba amortiguado por la ventana entreabierta. Jack había esperado a que el bullicio bajara, a que cada uno se recogiera en sus rincones, antes de moverse. Franco dormía en su habitación, al menos eso creía; los demás estaban desperdigados entre sofás y camas.
Jack caminó hasta donde sabía que estaría Logan, el corazón apretado. Dudó frente a la puerta apenas entrecerrada, hasta que la voz suave del omega lo invitó a entrar.
—Pasa, Jack.
El menor obedeció. Logan estaba sentado en la cama, con una manta sobre las piernas y el gesto tranquilo, aunque sus ojos leyeron de inmediato el peso que cargaba el beta. Sin decir nada, dio unas palmaditas a su lado. Jack se sentó, mirando sus manos.
—Franco me ha pedido que hablara contigo —empezó, la voz ronca de tanto silencio acumulado—. Yo… no sé ni por dónde empezar.
Logan lo miró con paciencia, con ese gesto sereno que había consolado a tantos en la manada.
—Empieza por lo que más te duele ahora mismo.
Jack tragó saliva.
—Que me quitaron lo que era mío. Y que aunque quiero estar feliz por Franco… me arde por dentro. Estoy orgulloso de él. Lo quiero. Pero también estoy furioso. Y me siento inútil.
Logan extendió la mano y le acarició la nuca, un gesto suave, sin invadir.
—No eres inútil, cariño. Que Alpine no sepa valorar lo que eres no significa que tú pierdas tu valor. Eso no cambia.
Jack cerró los ojos, la voz temblando.
—Lo sé, pero… me siento como si todo lo que construí se hubiera derrumbado. Y no quiero que Franco lo sienta como una culpa, porque no lo es.
—Y por eso cargas tú solo con todo el peso —murmuró Logan, acercándose para abrazarlo—. Jack, eso no es justo para ti.
El australiano se dejó caer contra él, el cuerpo rígido al principio, hasta que poco a poco se fue derritiendo en los brazos del omega. Logan lo acunó, acariciando su cabello, murmurando palabras tranquilas.
—Aquí puedes llorar si quieres. Aquí no tienes que ser fuerte. Comprendo bien el sentimiento. —Él mismo había sido reemplazado por el propio Franco meses atrás.
Y Jack lloró. Silencioso, con los ojos escondidos en el hombro de Logan, soltando la rabia contenida, la tristeza. Logan lo sostuvo, lo acunó como si fuera aún un cachorro herido.
Cuando las lágrimas se calmaron, Jack suspiró contra él.
—Franco tenía razón. Tenía que hablar contigo. Gracias.
Logan sonrió, besándole la frente.
—Siempre voy a estar aquí para ti. Pase lo que pase.
La madrugada encontró a Franco despierto, inquieto. Había escuchado pasos, murmullos apagados, y supo de inmediato que Jack había hecho lo que él le había pedido. Un alivio profundo le recorrió el cuerpo. Y con ese alivio, por primera vez en días, se permitió moverse.
Bajó descalzo hasta el salón, donde Logan estaba aún sentado en el nido, recogiendo la manta. Cuando lo vio aparecer, el omega sonrió, abriendo los brazos sin pedir explicaciones.
Franco casi corrió hasta él, dejándose caer contra su pecho, escondiendo el rostro en su cuello como un cachorro necesitado.
—Al fin… —susurró Logan, riendo bajito, rodeándolo con fuerza—. Mi cachorrito de alfa.
Franco cerró los ojos, aferrándose a él con las uñas apenas hundidas en su camiseta. El nudo en su pecho se deshizo de golpe, y soltó un suspiro que parecía llevar días atrapado.
—Lo necesitaba… —confesó en un hilo de voz.
—Y yo necesitaba tenerte aquí —murmuró el mayor, acariciándole el pelo, dándole besos pequeños en la sien—. No vuelvas a negarte esto, Franco. No tienes que ser fuerte todo el tiempo.
El argentino solo apretó más, como si temiera que lo soltara.
Logan sonrió contra su cabello.
—Ya está. Todo vuelve a estar en su sitio.
Y lo cierto era que sí. El aire pesado de la casa se había aligerado. Con Jack aliviado tras abrirse, con Franco finalmente en brazos de su madre de manada, el ambiente extraño de los días anteriores parecía haberse disuelto.
La manada volvió a respirar más tranquila.
Notes:
De nada por este angst tan gratuito :)
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