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Language:
Español
Series:
Part 1 of Divergencia del canon
Stats:
Published:
2023-10-04
Updated:
2025-06-18
Words:
119,015
Chapters:
19/27
Comments:
67
Kudos:
72
Bookmarks:
8
Hits:
1,531

Amar requiere una inmensurable cantidad de valentía

Summary:

A sus dieciocho años, Regulus ya lo había perdido todo.
Lo primero que perdió, fue a su hermano mayor.
Lo segundo, fue a James, pero no se permitía pensar en ello.

Cuando Regulus no puede salir de la cueva, Kreacher toma la decisión de ir en contra de las ordenes de su amo y busca la ayuda de Pandora y los Merodeadores para salvarlo.

-

¿Cómo hubiera salido Regulus de la cueva si los Merodeadores lo hubieran sacado de ahí y por qué no fue tan sencillo como todos piensan?

Notes:

ACTUALIZACIÓN DEL 4 de Junio del 2025: Está obra fue editada para una mejor lectura. Si quieres volver a leerla, es un buen momento para hacerlo.

 

AVISO: Esta historia está 30% inspirada en el canon, 10% inspirada en mis propios traumas y perspectiva de la vida y 60% inspirada en el headcanon de que el amor entre Sirius, James y Reggie puede vencer cualquier cosa. Si hay alguna disparidad con el canon: No hablamos del canon, shhh. Te prometo que no hay nada demasiado incoherente en esta historia que te haga salir corriendo.

Cualquier cosa que piensas que pude haber hecho mejor, déjame saberlo de forma privada, aprecio demasiado las criticas constructivas pero si no va con tu headcanon o contigo como persona, no tienes por qué leerlo. Bon apettite!

Escribí este fic para una persona maravillosa que conocí en el fandom como parte de un desafío de escritura. No esperaba que evolucionara tanto pero aquí estamos, yaaay! Cuando lo empecé, quería hacerla sentir como que todavía existía felicidad en el mundo, luego todo se fue un poquito a la mierda, disculpa, espero que esto termine de alguna forma lo suficientemente feliz.

El fic está completo en la privacidad de mi google drive y lo iré subiendo mediante vaya terminando las pequeñas (spoiler: no fueron nada pequeñas, esta historia ya lleva 100k palabras) ediciones que me faltan. Como toda buen historia, empieza lento y va armando su mundo hasta llegar al verdadero nucleo de su alma. Si le das una oportunidad, espero puedas llevarte algo contigo de ella.

También quiero decir, que esta historia no habría sido publicada de no haber sido por Mskingbean89, a quien escribí una carta agradeciendo por su historia y me respondió con palabras que sigo atesorando hasta el día de hoy: "It was a long journey for me as well". Sé que nunca lo sabrá, pero me inspiró a seguir intentando.

TW generales: Muerte de personajes secundarios, la crianza A+ de los Black, violencia, tristeza, personajes grises.
Si crees que algún otro TW aplica a esta historia, dejamelo saber en los comentarios.

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

Remus susurró al oído de Sirius, con una mezcla de amargura y ternura, mientras lo envolvía en un abrazo protector: 

—Creí que también morirías en esa maldita cueva.

Como si las tumbas lo llamaran a gritos silenciosos, Sirius no podía despegar la mirada, y un suspiro tembloroso se escapó de sus labios.

—Nunca quiero llegar a verlos allí —interrumpió Peter, con la voz temblorosa.

Estaban parados frente a lo último que quedaba de las personas con las que pensaron convertirse en adultos. Arropados por la nostalgia y el sentimiento indescriptible de pérdida. Fue Sirius, mojado de pies a cabeza, tiritando del frío que se metía en sus huesos y dentro de su alma, arropado solamente por uno de los suéteres de Moony, quien rompió el silencio minutos después:

—Hemos perdido demasiado —su voz resonó como una sentencia, desafiante y cargada de odio. Sus ojos ondeaban como banderas de fuego a pesar del frío azul y gris que siempre había vivido allí. Los urgía a hacer algo. Les recordaba sobre la promesa de un futuro robado. Las cenizas de sus amigos y familia, que debieron haber vivido vidas plenas y justas, y que habrían danzado por lugares hermosos muchos años en el futuro.

En cambio, solo quedaban tumbas improvisadas y el gélido abrazo de Escocia.

"Merecían mucho más" , pensó Sirius, con una punzada de culpa que nadie más se atrevía a sentir, porque admitirlo sería reconocer su propio fracaso.

Chapter 2: Regulus: Un elfo libre

Summary:

Regulus se va de vacaciones y sale mal.

Notes:

No tengo nada que decir sobre este capítulo excepto que todos los elfos del mundo mágico merecen ser libres de tomar sus propias decisiones.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Regulus

Un elfo libre

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

 

A sus dieciocho años, Regulus ya lo había perdido todo.

Lo primero que perdió fue a su hermano mayor. 

Irónico

Siempre temió el día en que Sirius descubriera que su Patronus era un perro. Temia que revelara demasiado de quién era, que su hermano lo tachara de estúpido y sentimental. Y, sobre todo, temía que Sirius supiera cuánto lo amaba en realidad. Ahora, ese día jamás llegaría y, después de todo, la idea de que lo supiera ya no parecía tan ridícula. 

El feroz canino se encontraba soltando ladridos en círculos alrededor de él, protegiendo las pocas piezas que quedaban de sí mismo. 

Era su última barrera contra los inferis. 

Una hora después de haber bebido la poción que le hizo revivir en carne viva sus más desgarrantes pesadillas, el único  encantamiento que lo separaba de una muerte segura empezaba a debilitarse. La figura del perro parpadeaba con los últimos intentos de mantenerse corpóreo.

No pudo evitar pensar: “Después de tanto tiempo luchando, solo una hora.”

Mientras Regulus perdía lentamente la fe, los inferi se tornaban más salvajes. Sus gruñidos bestiales y gritos desesperados hacían temblar algo en su interior, como si fuera aquel niño descalzo en una noche de invierno, un eco lejano de su pasado.

La segunda persona a la que perdió Regulus, fue a James , pero no se permitía pensar en ello.

La tercera, fue su padre: Orion Black.

Una pérdida larga y dolorosa a manos de la demencia. 

Los magos -incluso los de la sangre más pura- no eran inmunes al paso del tiempo y las desgracias que trae consigo. Esa fue la única pérdida que pudo ver venir.

—El señor oscuro requiere los cuerpos de aquellos que han fallecido como parte del intento de purificar la raza de los magos — le había dicho Avery, frío e intocable —. Son sus órdenes. Ni siquiera tú, Black, estás por encima de su palabra.

Regulus había alzado su varita contra la sien del mortifago y lo había retado a intentar llevarse el cuerpo. 

Aunque no se llevaron el de Orion, si lo hicieron con los de Evan y Barty. Otra cosa en la que no se permitía pensar. 

Suponía que en ese momento, el duelo que lo afligía por la pérdida de su padre y sus dos mejores amigos fue tan grande que no le dejó imaginar que Voldemort pudiera estar jugando con necromancia. Se arrepentía de no haberlo descubierto antes cuando todo parecía tan claro en retrospectiva.

Los inferis no son otra cosa que cadáveres devueltos a la vida a través de magia negra. Voldemort había sido la causa de la muerte de tantos magos, muggles y criaturas mágicas, que el lago de la cueva helada estaba repleto hasta sus profundidades de sus cuerpos sin vida. Regulus creía poder ver en sus ojos encolerizados la necesidad de salir de su prisión, de despojarse de la magia negra que los trataba como marionetas, de obtener justicia, de que les concedieran una última oportunidad de redención.

En realidad, los inferis no piensan en nada, no están realmente vivos, sus extremidades solo se mueven al son de la canción del mago oscuro que los usa a su favor. 

Regulus solo estaba proyectando sus propios sentimientos en ellos, su necesidad de ver el sol del día una vez más, de pedir disculpas y ser perdonado, de obtener redención .

Conocía a los inferis de sus libros de texto. Huesos al aire y piel delgada pegada a lo que quedaba de sus restos. Mórbidas criaturas destinadas a no poder descansar nunca en paz. Pero estos inferis seguían siendo personas. No habían pasado más de unos años desde que habían perecido y Voldemort había comenzado a tirarlos en el fondo del lago. Nunca imaginó ver la cara de sus mejores amigos en ellos.

Merlín , cómo dolía.

Quería llorar, romper y quemar.

La cuarta cosa que Regulus perdió, fue justamente eso: a sus dos mejores amigos.

Los cuerpos de Evan y Barty fueron tirados al lago como si no merecieran descansar en paz. Un castigo que el despiadado Tom Riddle había impuesto tras su traición. No se equivocaba, Evan y Barty lo habían traicionado, pero no eran traidores de corazón, y esa distinción era crucial para Regulus. En realidad, su lealtad suprema pertenecía a alguien más.

Parecía una cruel broma de la vida, la venganza final del señor oscuro. Que prescenciaran la muerte de Regulus, la futilidad de su última gran acción, desde sus ojos vidriosos y blancuzcos. No había en ellos más que la necesidad de acabar con él. 

Era su culpa, todo era su culpa . Jamás debió involucrar a Evan y Barty en sus planes. Eran unos idiotas, sí, pero idiotas valiosos y, al final, peligrosamente leales.

Voldemort había sido mucho más inteligente que todos ellos.

Desafortunadamente, no eran las únicas víctimas que yacían en la cueva.

Los Prewett, Wilkes, Dearborn, Bones y Meadows también estaban por ahí en algún lado ¿Cuántos más cadáveres se había robado Voldemort para crear a su ejército de muertos vivientes?

Regulus lo entendía ahora. Estaba parado en la trampa que armó para sí mismo. Todo había comenzado con la ilusión de salvarlos, y culminado con la certeza de que terminarían juntos, pero muertos.

Se arrepentía de no haber atesorado más el corto tiempo que le quedaba. Se arrepentía de nunca haberle dicho a Sirius que seguía considerándolo su hermano a pesar de todo lo que le había hecho pasar, acciones que demostraban completamente lo contrario. Se arrepentía de no haberle confesado a James que lo amaba, no de la manera en que se lo merecía. Se arrepentía de haber pedido la ayuda de sus amigos para una causa que solo debió llevárselo a él. Se arrepentía de haber pensado que podía reclamar su apellido. Se arrepentía de no haberle dicho a Alphard que no estaba preparado. Se arrepentía de haber tocado la vida de tantas personas en su paso por el mundo.

Regulus Black era un desastre de lágrimas y temblores en la cúspide de su destino final. Se limpió las que corrían sin perdón por sus mejillas y se levantó del escalón de la isla rocosa, decidido.

—¡Kreacher!

El elfo se encontraba combatiendo, al tope de su capacidad, contra los cadáveres que se asomaban por la orilla queriendo atravesar las defensas del Patronus.

—Kreacher, esta una orden de tu maestro —le ordenó con voz imponente, debilitada solo por la congestión de sus lágrimas. El elfo corrió hacia su amo con urgencia—. Regresa a Grimmauld Place, necesito que traigas de regreso papel y lápiz. Ve a la habitación de Walburga, toma uno de sus collares y tráelo contigo. No te detengas por nada ni nadie.

—Señor… — Kreacher miró a los inferis una vez más, pero no pudo pelear su propia naturaleza. Agachó la cabeza en un gesto de sumisión y desapareció con el chasquido de sus dedos.

Tal vez siempre supo que las cosas terminarían así. Kreacher se lo advirtió después de todo: salir de la cueva era casi imposible. Tal vez, en alguna parte de su inconsciente, esperaba que esto sucediera, que todo terminara de esta forma. Ya había estado al final de la soga por mucho tiempo. No había ningún otro final para él. 

Se asfixiaba al pensar en cómo las cosas pudieron haber sido diferentes.

Se asfixiaba cuando pensaba en James y Sirius, y en cómo, aunque hubiera intentado sanar su relación, tendría que haber pasado una vida entera intentando ser alguien que no era. Aprendiendo a ser más honesto y amable consigo mismo. Todas las cosas en las que siempre había fallado. No ganaría la batalla antes de que la muerte lo recibiera como su salvador y lo dejara soltar el suspiro que había estado aguantando por tanto tiempo.

Todos sus caminos terminarían, de una forma u otra,  con el definitivo abrazo de la muerte.

 

 

Tenía miedo.

Nadie habla sobre cómo morir requiere una inmensurable cantidad de valentía .

El perro seguía perdiendo su forma y los inferis seguían atormentando sus últimos minutos con los gruñidos y el borboteo del agua en sus gargantas. Tal vez tendría que terminar el trabajo él mismo. Mostrarse un poco de bondad antes de dejarlos despedazar su cuerpo dolorosamente. Tal vez no tendría por qué seguir sufriendo. Tal vez era misericordia.

Con un chasquido, Kreacher se materializó a su lado y le tendió los objetos que había pedido. Regulus se apoyó en el podio en medio de la isla y comenzó a escribir:

“Al Señor Oscuro— Sé que estaré muerto antes de que leas esto, pero quiero que sepas que fui yo quien descubrió tu secreto. Robé el Horrocrux real e intentaré destruirlo tan pronto como pueda. Me enfrento a la muerte con la esperanza de que, cuando enfrentes tu destino, seas mortal una vez más. 

— R.A.B.”

“Ojalá sea Sirius” , deseó con vehemencia. Ojalá fuera Sirius el que viera la vida desaparecer de sus ojos y lo último que Voldemort presenciara fuera la flama de la fuerza de las personas que lo habían amado tanto durante su corto tiempo en aquella historia.

Transfiguró el collar de su madre para que adoptara la forma del guardapelo y guardó el pedazo de pergamino en su interior. Respiró profundamente una vez más y se volteó hacia el elfo. 

Ahora perdía lo último que le quedaba. 

Estaba listo para soltarlo todo antes de partir. 

 

Nadie habla sobre cómo morir requiere una inmensurable cantidad de valentía .

 

—Kreacher, escúchame bien —puso ambas manos sobre sus delgados hombros— has sido el mejor elfo que un mago puede pedir. —Kreacher siempre había sido algo gruñón. Sus muestras de afecto estaban manchadas con la marca agresiva de su brusquedad a consecuencia de años de violencia en la familia Black. Pero en ese momento sus facciones se suavizaron—. Más que eso, has sido el amigo que nunca imaginé encontrar.

—Señor…

—Te voy a dar una última orden. Es la más importante que te he dado en todo el tiempo que nos hemos conocido. Toma este guardapelo y destruyelo, encuentra la forma, y si no la encuentras entonces escóndelo hasta que lo hagas. —Regulus puso el guardapelo en las manos del elfo—. Te lo estoy regalando, ¿Sabes qué significa eso?

Kreacher no parecía entender la situación pero respondió de todas formas.

—El amo lo está regalando…

—Así es.

Entonces Kreacher negó con la cabeza, con la seguridad de una criatura que no tiene otro propósito más que el de servir y que no puede imaginar una vida diferente.

—Kreacher es libre…

Los ojos del elfo brillaron con entendimiento y los de Regulus con orgullo. Entre las lágrimas que cubrían su rostro, una sonrisa se asomó entre sus comisuras, y una risa airosa de triunfo brotó de su pecho. El perro, inesperadamente, volvió a adquirir la textura de su pelaje e iluminó la cueva con más fuerza, regalándole unos minutos más de vida.

—¿Harás eso por mí?

—Kreacher no puede dejar al amo aquí…. Kreacher debe salvarlo… Kreacher puede buscar ayuda…

Regulus movió la cabeza de un lado al otro.

—Te ordeno que no traigas a nadie más aquí. Solo los pondrás en peligro y no podemos costearnos perder a nadie más. Solo esto, solo pido esto. Encargate de destruirlo, Kreacher. Termina lo que empezamos.

 

Nadie habla sobre cómo morir requiere una inmensurable cantidad de valentía .

 

El pequeño elfo asintió con tristeza y dio una última reverencia hacia su maestro. 

—Kreacher entiende.

 

Kreacher fue fiel hasta el final. 

No por obligación , sino por lealtad , y Regulus no le pudo haber pedido un mejor regalo de despedida.

Notes:

Yaaaaay!

Empezamos con el angst. A este punto apenas estamos adentrándonos en la historia pero.... you got the vibe? El prompt original que tomé para este fic era: "A man who no longer believes in anything witnesses a miracle." o "Un hombre que deja de creer en todo presencia un milagro." Inmediatamente pensé en dear Reggie y aunque pude haber escogido otro prompt que me hubiera permitido escribir algo más feliz y chistoso, escogí este... porque siempre escogemos el camino de la tristeza en esta nación.

Cosas random:
-El patronus de Reggie es un perro porque SIRIUS ES UN PERRO Y ES SU CORAZÓN. En fin, adios.
-Lo siento por Evan y Barty, luego sabrán más al respecto.
-Kreacher el verdadero heroe.
-Hasta ahora creo que estamos en un buen nivel angustia, cierto? nada muy malo?

Si llegaste aquí, gracias por leer mi vomito mental. Deja tus teorías en los comentarios, me encanta leerlas.

El siguiente capítulo es la historia de Pandora.

Chapter 3: Pandora: Campanas de boda

Summary:

Y la historia las llamó: Mejores amigas.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Pandora

Campanas de boda

  Devon, Inglaterra - Hogar de los Selwyn

—Es hermoso —admiró Penelope Selwyn, la madre de Pandora. Sus ojos bailaban por los brochazos del cuadro que estaba envolviendo— ¿A dónde planeas enviarlo?

—La casa de los Potter. Lily y James celebran su boda en unos días —Pandora suspiró y dibujó su mejor sonrisa para ella. Su madre pasó un brazo por su cadera y besó su frente, curando solo una pequeña parte de la gran amargura que amenazaba con romper su armadura de cristal.

—¿Cómo se encuentra Reggie?

Desafortunadamente, no tenía mucho que contarle, así que se encogió de hombros y respondió con la única verdad:

—Apenas se deja ver estos días.

Sus miradas se desviaron, casi por instinto, hacia el retrato que no se había atrevido a retirar. Allí estaban Evan, Barty, Regulus, Dorcas y Pandora, abrazados y sonrientes, con las cabezas reclinadas sobre un lecho de pasto de vuelta en Hogwarts.

La pérdida había sido difícil para todos, pero especialmente para Regulus, quien parecía culparse por el error que habían cometido. 

Recordar su última interacción hacía que se quedara con un muy mal sabor de boca.

 

¿Ni siquiera regresaron sus cuerpos? —le preguntó espantada.

No —Regulus había evitado su mirada, exasperado. No dejaba de caminar de un lado al otro de la habitación, como si el mundo fuera a detenerse en cualquier momento—. Se los llevaron, como querían llevarse el de Orion.

Espera —lo detuvo confundida, poniendo una mano sobre su hombro— Reg, ¿qué está tratando de hacer Voldemort?

No lo sé —admitió—, pero pienso averiguarlo.

Esa conversación había ocurrido hacía apenas dos semanas. Desde entonces, no había tenido noticias de Regulus y la sensación de que algo terrible estaba por suceder la atormentaba. Sus sueños se habían poblado de imágenes crípticas y símbolos desconocidos que, a la vez, le resultaban inquietantemente familiares.

Nadie pudo hacer nada para prevenir las muertes de Evan y Barty, para el momento en que llegó la noticia ya era demasiado tarde. A simple vista, parecían los soldados más obedientes, siempre gustosos de participar en cualquier misión a la que los apuntaran. Solo quienes los conocían a fondo sabían que, en realidad, les importaba poco la causa, siempre y cuando tuvieran un papel en ella. Barty, en particular, estaba dispuesto a todo con tal de desafiar a su padre. Tal vez eso era lo que atormentaba a Regulus. El hecho de que siguieran los pasos del señor oscuro porque él no había tenido otra opción.

Unos meses atrás, Voldemort los había descubierto saboteando un atentado al Callejón Diagon. Desde entonces los vigilaba, esperando el mínimo error, el cual no encontró. Nadie entendía por qué lo habían hecho, por qué se habían rebelado tras años de lealtad ciega cuando sabían que Voldemort no toleraba lo que escapara a su control.

Las lenguas venenosas de su círculo murmuraban que no hubo forma de hacerlos confesar por qué, tiraron un hechizo tras otro, cortaron, rompieron e hicieron sangrar y gritar hasta que Barty fue obligado a usar el Avada Kedavra en Evan bajo el encantamiento Imperio e incluso entonces, Evan había abrazado la muerte como un viejo amigo, con una sonrisa de lado a lado. Barty había acabado con su propia vida solo segundos después, impidiendo que cualquier otro terminara el trabajo y, dejando así al señor oscuro sin su respuesta.

Tal vez esa era la misma razón por la que Regulus había desaparecido.

Pandora ni siquiera empezaba a entenderlo y se negaba a desafiar el último deseo de su primo, Evan, intentando ir tras una respuesta que solo la metería en problemas.

Pero otro rumor se extendía entre los magos de sangre pura: la inminente batalla final, aquella que los coronaría vencedores de la guerra fría que Voldemort libraba en las sombras. Todos aguardaban su ascenso definitivo al poder, y cada día se acercaban al punto de no retorno. Cuando ese momento llegara, dudaba que alguien estuviera a salvo.

Dentro de todo eso, la duda la asaltaba: ¿para qué necesitaría Voldemort tantos cuerpos sin vida?

 

Fue mientras observaba perezosamente a su madre curar a uno de los pequeños insectos del jardín, que se planteó la posibilidad de que ambos rumores fueran parte de lo mismo: un ejército de muertos vivientes. Necromancia. Investigó con discreción, esperando hallar alguna pista. Si los cuerpos de sus amigos seguían intactos, aún podrían recuperarlos. No los reviviría, pero al menos les daría el cierre que tanto necesitaban.

La voz de su madre la devolvió al presente:

—Una celebración en estos tiempos ——reflexionó con melancolía desde el aparador, sin apartar la mirada del cuadro.

Pandora asintió y retomó la tarea de envolver la pintura de lirios que la ocupaba esa mañana. No le confesó a su madre de la verdadera tragedia que aquella celebración significaba para ella.

 

 

Hogwarts, 1975

 

La primera vez que Pandora y Lily cruzaron palabras tenían quince años, había anochecido, y eran las últimas dos estudiantes en el salón de arte del quinto piso. 

Recuerda que era verano por la forma en que, por las tardes, el sol se sentaba en las fibras de su rojiza melena y su cuello brillaba con las gotas de sudor que recorrían su piel en los días realmente calurosos. 

No era un secreto que había algo en Lily Evans que capturaba su atención de una forma inigualable. Más allá de lo hermosa que era, con sus espectaculares ojos azules, una melena roja que vibraba con su energía de león y las curvas de su cuerpo moviéndose como olas del mar cuando caminaba, estaba fascinada por su mente. 

Evans era brillante y hermosa. Lo tenía todo.

Tal vez por eso la aterraba la idea de iniciar una conversación con ella, de tropezarse con sus propias palabras cuando siempre las había dominado con mano dura, de ser ignorada o ridiculizada, de ser burlada. No estaba acostumbrada a no tener la ventaja. 

Lógicamente, sabía que todo aquello estaba en su mente. Era la heredera de la familia Sewlyn, una de las veintiocho familias de sangre pura, si algo le habían inculcado desde pequeña era que su posición en el mundo mágico era privilegiada.

Con tu belleza y tu nombre, puedes darte el lujo de escoger el esposo que quieras, corazón —le había dicho su madre a los trece años.

La única explicación coherente era que Lily venía de otro planeta. Tal vez tenía poderes más allá de su entendimiento. Tal vez era la reencarnación de Venus, como decían los romanos en sus libros, esculpida del mismo material que había nacido Afrodita según los griegos.

Aquella noche de verano en que conversaron por primera vez, Lily se acercó cautelosamente, como si pudiera espantarla si realizaba un movimiento en falso.

—¿Puedo ver? —le preguntó, mientras levantaba un dedo en dirección a su lienzo con una sonrisa amable. Pandora apretó los labios y asintió, haciendo espacio a su lado—. Vaya… 

Era el retrato de sus padres, quienes le sonreían mientras las hojas de los árboles de jícaro se balanceaban con el viento invisible tras sus cabezas. Para ese entonces aún no había perfeccionado su técnica, pero siempre había tenido un talento nato. 

Observaba a Lily apreciar los brochazos que había plasmado en el lienzo con nerviosismo, preguntándose si era admiración lo que veía en sus ojos. Esos brochazos eran movimientos de su mano de los que quería hablarle, de cómo tantas veces había pensado que su cuerpo sería el lienzo perfecto.

—¿Puedo preguntarte algo? —la miró con curiosidad y, tal vez, si no lo había imaginado, algo de picardía envuelta en su marca personal de amabilidad—. ¿Cómo encuentras la inspiración para saber qué pintar?

Pandora pestañeó varias veces, pensativa.  Lily puso los ojos en blanco y soltó una risa ligera. Volteó su propio lienzo en blanco, el que había estado contemplando todo ese tiempo sin poder trabajar en él. Le sonrió de nuevo, una sonrisa solo para ella que la hizo acalorarse de pies a cabeza. 

—Tal vez aún no has entendido el lenguaje del arte —respondió demasiado fría, demasiado desconectada—. ¿Sabes qué es un pensadero?

—¿Un pensadero?

—Es un objeto que te deja visualizar recuerdos.

—¿Como una cápsula del tiempo?

Pandora la observó con extrañeza, mientras Lily le sonreía con fascinación. Le tomó unos segundos comprender que, si no lo entendía, debía ser un término muggle. Incapaz de evitarlo, las comisuras de sus labios se elevaron, imitando la sonrisa de la pelirroja. 

—Si tuvieras tu propia… cápsula del tiempo , ¿qué verías en ella, Lily Evans?

Lily no respondió concretamente, en cambio, después de pensarlo por unos segundos, preguntó:

—¿Quieres pintar juntas algún día?

Y así fue como comenzó todo.

 

 

—¿Estudiaste para el exámen de Runas?

—Hmm, sí —respondió Lily distraída—Hace una semana.

—¿Te apetece un repaso?

Lily levantó la mirada del libro que estaba leyendo, una de sus novelas muggles, y le sonrió con emoción.

—No le diría que no a un repaso.

Pandora pasó su Título Indispensable de Magia Ordinaria (T.I.M.O.) de Runas con un aceptable . No escuchó el cincuenta por ciento de las cosas que dijo Evans sobre las runas numéricas y, desafortunadamente, aquello fue al menos la mitad de su calificación.

Estaba bien.

Había valido la pena.

Tal vez no podía concentrarse cada vez que Lily estaba alrededor de ella, pero tenía otros talentos.

 

 

—¿Y cuáles son tus talentos? —le preguntó Lily.

—Tengo muchos. Como todos en este castillo, excepto Frank Longbottom.

La pelirroja le dio un codazo en el hombro, en señal de reprimenda. Hacía unos días, Frank, el "premio anual" de Gryffindor, había restado puntos a su casa por estar cerca de una confrontación entre Avery, Mulciber y uno de los chicos de familia muggle. Como si hubiera un mundo en el que pudiera estar asociada con ellos.

—No seas así, Frank es mi amigo.

Pandora soltó una risa baja. Su madre le había enseñado el arte del chismorreo, pero rara vez lo usaba con malicia.

—Tal vez su talento es ser desubicado.

Lily puso los ojos en blanco, pero también sonrió.

—Ya te dije que lo dejes pasar. Solo intenta hacer su trabajo. Dios sabe que alguien tiene que hacerlo.

Pandora analizó sus palabras, consciente del peso que tenían para ella, y decidió cambiar de tema para aliviar la tensión.

—Para empezar… dibujar es uno de mis talentos —confesó, apartándose del lienzo en el que había estado pintando—. Lo pensó un momento antes de añadir con cautela, en voz baja, como si le avergonzara admitir que destacaba en algo más de lo esperado para una dama: —Crear hechizos. Aunque no lo llamaría talento, sino más bien un gusto culposo.

—¿Qué clase de hechizos te gusta crear?

—Hechizos útiles en su mayoría.

—¿Cuál ha sido el mejor que has creado?

Pandora lo pensó durante un largo rato de silencio y luego sonrió con pillería.

—El verano pasado encanté la puerta de mi cuarto para que mi hermano mayor no pudiera entrar en él. Estaba encantado para que, de intentarlo, su entrada activara un mecanismo cerebral que lo hacía gritar a todo pulmón las mismas cuatro palabras vulgares y desagradables que mi mamá odiaba escucharlo decir sin poder evitarlo.

Lily soltó una carcajada que derribó uno de sus botes de pintura. Lo recogió de inmediato, manchándose las manos. Pandora se ofreció a ayudarla y, al ver su mano roja, le pintó la nariz con un dedo, provocando que la pelirroja arrugara la cara y sonriera.

¿Sabía lo hermosa que era?

—Mamá lo descubrió enseguida —continuó mientras se lavaban las manos—. Lo deshizo con un Finite . Supongo que no era tan potente después de todo.

—No sé si me inspiras admiración o miedo, Sewlyn.

Ambas rieron, observando sus manos bajo el agua.

 

 

—¿Cuándo se acabará el verano? ¡Agosto es un mes horrible! —Lily se desplomó con dramatismo sobre el sofá de la biblioteca frente a ella—. Hace demasiado calor.

—¿Sabes? —Pandora dejó el libro que estaba leyendo de lado y se inclinó hacia ella pensativa y traviesa—. Se me acaba de ocurrir algo.

Lily levantó la cabeza y la miró con sospecha.

—No me agrada tu expresión ¿Tengo que recordarte que este año soy prefecta de mi casa?

—Es nuestro segundo mes en Hogwarts, ¿no quieres usar un poco de esos privilegios para algo interesante? —la miró con gracia. Lily puso los ojos en blanco—. Además, no estaríamos rompiendo ninguna regla en realidad.

—¿Qué es?

—Se me antoja ir por un chapuzón.

 

Pasaron el resto de la tarde y parte de la noche nadando a la orilla de una de las islas del lago, lejos de ojos curiosos. A falta de trajes de baño, se sumergieron en ropa interior. 

Esa fue la primera vez que tocó el cuerpo sin ropa de Lily. La piel suave y pecosa que la hizo preguntarse si su único propósito en la vida era casarse y tener hijos para perpetuar su apellido. Casi la besa ese día, estaban nadando y sus pies se tocaron bajo el agua. Lo quería tanto que sentía que su piel vibraba con anticipación, pero cada vez que pensaba que estaba a punto de hacerlo, Lily se alejaba un poco más de ella. 

Se tumbaron sobre el pasto después de nadar, esperando a que su ropa se secara, y Pandora se arrepintió de no haberlo hecho.

—Hay algo que te quiero mostrar —anunció con emoción—estuve trabajando en un hechizo durante el verano.

Sacó una semilla del bolsillo de su vestido.

—¿Qué es eso?

—¿Sabes cómo siempre estás diciendo que la escuela no agrega suficientes frutas y vegetales a nuestras comidas?

Lily entrecerró los ojos en su dirección, con sospecha.

—Es verdad, no lo hacen.

—Mira y aprende. —Enterró la semilla frente a sus pies y alzó su varita en el aire—. Da vitam plantis —susurró hacia el círculo de tierra. 

La planta de frambuesas creció lentamente frente a sus ojos. Le tomó varios minutos. La tierra se elevó cuando las raíces se extendieron por el círculo y luego un delgado y pequeño tallo creció hasta convertirse en un pequeño arbusto. No dejó de crecer hasta que los frutos se postraron, maduros y dulces, frente a sus pies. 

—¿Qué? —exclamó Lily anonadada—. ¿Cómo hiciste eso? —desprendió una de las frambuesas y se la llevó a la boca, dejando sus labios pintados de rojo.

—Lo inventé —admitió con orgullo—. Es mucho más potente que el Herbivicus duo .

—¡Panda! ¿Sabes lo mucho que podría revolucionar ese hechizo al mundo?

Se encogió de hombros y sonrió satisfecha.

—Solo funciona con plantas que no requieren de mucho para dar frutos.

—¿Sabes lo que lograrías si lo potenciaras? —exclamó Lily, con creciente emoción—. Podrías acelerar la producción de ingredientes para pociones. Ayudarías a los sanadores, a los herbologistas… ¡Podrías recuperar ecosistemas dañados! ¡Quiero aprenderlo! Tienes que enseñarme.

Pandora sonrió, escéptica ante el delirio de grandeza de Lily, pero accedió y le pidió que sacara su varita. Ella misma había inventado el hechizo. Amaba usar su ingenio para crear, pero Lily lo dominó en menos de dos horas, mientras que a ella le había tomado meses perfeccionarlo.

Todos tenían sus talentos.

El de Lily era la pasión con la que adoraba la magia y la visión para convertir sus mayores sueños, todos en pos de un mundo mejor, en realidad.

 

 

Siempre tuvo suficiente con su amistad.

Hasta el día en que la besó y todo cambió.

Su primer beso fue dulce, inocente, y divertido. Duró horas. Al principio cauteloso, porque ninguna sabía qué estaba haciendo. 

—¿Está bien? —preguntó después del primer roce, y los labios de Lily se volvieron a encontrar con los de ella con la misma pasión con la que hacía todo lo demás.

No podía creer lo maravilloso que era besarla. Era una competencia para ver quién hacía sentir mejor a la otra. Tal vez era solo Lily, todo con Lily podía convertirse fácilmente en una competencia. Pero también era ella, Pandora, descubriendo un deseo que creía enterrado, una atracción que la desarmaba y la llenaba de una confusión embriagadora.

—¿Puede quedarse entre nosotras? —le preguntó Lily antes de que se separaran—. Hasta que podamos entenderlo del todo —y no había forma en que Pandora le negara eso.

Aunque Pandora había accedido por un tiempo y la emoción de vivir un amor prohibido la había hecho sentir que estaba viviendo la mejor aventura de su vida, terminó por admitir que vivir entre las sombras no era lo suyo. La necesidad de reconocer su verdad se hizo más fuerte con el tiempo, un eco de su propia identidad resonando en su interior.

—No pido un mural ni invitar a todos a un baile de debutantes, Lily. Solo quiero contárselo a mis amigos, sin sentir que te traiciono. No debo sentirme culpable por algo que no considero malo.

—Lo que pido no es irrazonable, Panda. Tal vez para ti es más fácil…

—¿Más fácil? —la interrumpió sorprendida—. No es más fácil porque tengo el valor de enfrentarlo. Deberías saberlo, ¿no es el lema de tu casa?

Logró ver el dolor en sus ojos, pero ni siquiera eso la detuvo.

—Está bien, no es fácil para ninguna.

—¡Estoy cansada! Tal vez, si es tan problemático, lo más sano es que no continuemos.

—¿Eso quieres?

Pandora se cruzó de brazos, ofendida y herida, pero impasible.

Su ruptura —si podía llamarse así a algo que ni siquiera empezó— no fue la explosión de emociones esperada, pero definitivamente complicó la amistad que pensaban que podían salvaguardar.

 

 

—¿Qué?

—Voy a ir a Hogsmeade con Doyle.

—Extraño —arrugó la frente con excentricismo y recelo en su voz—¿Cuándo sucedió eso?

—Tengo permitido salir con otras personas —le contestó Lily, repentinamente malhumorada.

—Solo estoy diciendo que nunca había escuchado su nombre hasta ahora ¿Estás segura de que quieres salir con él?

—Sí, estoy segura, y no es problema de nadie con quién quiera salir —le respondió alterada.

—Está bien —Pandora cerró los libros que había esparcido por la mesa de centro, los metió en su mochila con elegancia y se levantó con el objetivo de marcharse de la sala de estudio—. Haz lo que quieras entonces. Perdoname por cuidar tus espaldas.

Analizándolo más profundamente, era justo asumir que por todo lo que había pasado con Macmillan en años anteriores, tal vez Lily pensaba que la estaba juzgando. Ciertamente, la idea de que Doyle saliera con ella no le agradaba en lo más mínimo, pero su desagrado no venía desde un lugar de prejuicios sino desde su propia envidia. Ella quería a Lily de la manera en que estaba disponible para esos otros chicos.

Tal vez, se dio cuenta de todo eso demasiado tarde.

—Lo siento —le dijo Pandora la noche después de su cita con Doyle, cuando se vieron bajo las gradas del estadio después de su práctica de quidditch—Debí haber sido un poco más empática. No quería que pensaras que te estaba… juzgando de alguna forma. Solo estaba preocupada. Me alegra que te hayas dado la oportunidad de salir con alguien. —Pero Lily no estaba abatida por la ilusión que le ocasionó su visita a Hogsmeade, en cambio, su rostro le gritaba que algo había salido mal—. ¿Estás bien?

—No realmente.

Pandora la abrazó lo más fuerte que pudo mientras se derrumbaba en sus brazos y, palabra tras palabra, pintaba la escena de una cita que parecía haber salido de un cuento de hadas.

—¿Intento… besarte o… tocarte sin tu permiso?

—¡No! Dios, no —Lily se limpió las lágrimas con el costado de su suéter—, pero solo podía pensar una y otra vez —sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo— que no eras tú. —El corazón de Pandora se saltó un latido—. En lo mucho que Petunia me odiaría si se llegara a enterar y en cómo no puedo hacerle eso porque… ya hemos pasado por demasiado. ¡Es tan injusto, Panda! Tan injusto.

La familia Swelyn era bastante tradicional, era algo que compartía con Lily. A su edad ya debía de haberse comprometido con algún otro heredero de una familia pura (Las predicciones de sus padres estaban en Regulus), pero sus expectativas no eran algo que fuera a detenerla en el caso de que Lily decidiera que quería estar con ella. 

—¿Sería tan malo?

—Muy malo —le aseguró—. Simplemente no puedo. No puedo hacerles eso.

—No tienen que enterarse —intentó—, no mientras estemos aquí.

Lily negó con la cabeza, y aunque la consideraba su mejor amiga, más allá de la persona con la que quería una relación, había cosas que no se atrevía a contarle, puertas que no le dejaba abrir. La aceptación de su propia identidad, de su deseo, y la razón por la que no podía verla a la luz del sol, era una de ellas.

—Lo siento —suplicó, con lágrimas en los ojos.

El problema era que Lily no estaba segura de lo que quería y, llámenla práctica o calculadora, pero no iba a arriesgar todo lo que había construido por alguien incapaz de admitir sus sentimientos. Así que, a sus recién cumplidos dieciséis años, sintiéndose la persona más madura del mundo mágico, decidió que había sido suficiente. La necesidad de Pandor de vivir su verdad, no encajaba en los planes de Lily.

—No, yo lo siento. Porque nos aprecio demasiado para seguir haciéndonos esto.

Lily asintió, con una gracia que ocultaba su dolor.

—No. Sí —se limpió las lágrimas de nuevo—, tienes razón.

Aunque la despedida era inevitable, la atracción entre ellas seguía siendo palpable.

—Siento si no es lo que querías escuchar.

Lily sonrió con tristeza y negó con la cabeza, luego capturó sus ojos en una súplica silenciosa.

—¿Puedo al menos besarte una última vez?

Siempre fue capaz de controlar sus impulsos, pero la despedida se convirtió en un último encuentro íntimo en los vestidores del estadio de quidditch. La manera en que conectaron esa noche solo sirvió para realzar la idea de que Lily pertenecía a otro mundo, uno al que ella no podía acceder. Que todas esas señales de que era especial, solo eran señales de que eran demasiado diferentes.

Entre lágrimas que se convirtieron en sonrisas, pudo curar solo una pequeña parte del sufrimiento de Evans con aquella despedida. Tristemente, por más que intentes ayudar a alguien, no puedes arreglar sus problemas a base de amor. Son ellos, los que deben aprender a amarse primero.

 

 

Uno de los primeros cuadros que pintó Lily fue para su hermana, Petunia, quien lo destruyó el mismo día en que lo recibió sin saber que a Lily le había tomado meses lograr hacer que su padre le sonriera de regreso desde el lienzo.

Para que una foto adquiera vida, simplemente debes tomarla en movimiento, pero para que un cuadro adquiera movimiento, debes visualizar en tu mente su recuerdo. El recuerdo del papá de Lily se desvanecía cada día un poco más de la suya, y su hermana no podía siquiera empezar a comprender el esfuerzo, la determinación y las noches de recuerdos amargos que aquello había requerido.

—No debió haber hecho eso —le dijo Pandora con furia. Estaban sentadas una frente a la otra tras uno de los grandes ventanales del pasillo entre el aula de Transfiguración y su sala común. Era rara la vez en que se veían así, pero Pandora le había prometido que siempre estaría para ella cuando la necesitara y, hasta ese día, no había faltado a su palabra.

—Debí haber sabido que era un error —admitió la pelirroja con tristeza.

—No es tu culpa, Lily —la intentó hacer entrar en razón.

—Con mi familia, todo es siempre mi culpa, de una forma u otra —Pandora no sabía qué decir— pero a pesar de todo lo que han hecho, aún los amo, aún quiero su aprobación ¿Qué tan mal tienes que estar para seguir amando a alguien que solo te ha hecho la vida miserable?

Esa pregunta fue lo suficientemente profunda para hacerla cuestionarse si había tomado la decisión correcta al dejar a Lily. Tal vez así, un año después, comprendió su primer gran secreto y el más importante rasgo característico de la pelirroja. Tal vez esa había sido la razón por la que se enamoró perdidamente de ella al final: 

El pensadero de Lily estaría repleto de recuerdos de la gente a la que amaba, sin importar si era realmente correspondida.

—Te amo —le dijo Lily durante su último año en Hogwarts, tal vez porque parecía adecuado decírselo antes de que todo terminara.

Esa tarde, justo en el momento en que Lily le había pedido que hablaran, los encantamientos rociadores de la maestra Buttermere se habían activado, las empaparon de pies a cabeza, y buscaron refugio bajo una mesa entre risas y gritos. 

Todo el asunto era totalmente ridículo.

Pero hay momentos extraños en la vida. Momentos en los que te encuentras frente a una obra de arte y no sabes cómo contenerla. Momentos que son escenas que quieres guardar en tu “cápsula del tiempo” , como le llamaba Lily, porque es tan increíblemente irreal que pertenece solamente sobre el canvas de un artista. Ese era uno de ellos. Podía ver las gotas de agua en las pestañas de Lily y la manera en que sus mejillas se habían colorado con las risas y por primera vez podía pensar: fui suya y ella era mía, y nadie puede quitarnos eso.

—Pensé que nunca lo dirías —admitió con ilusión.

Fue el día en que dejaron Hogwarts, después de su fiesta de final de curso, después de meses de amistad y romance, noches en vela, coqueteo desvergonzado, confesiones, miedos, dudas y labios sabor a sapos de menta que saltaban en su estómago, cuando Pandora encontró envuelto en papel periodico un pequeño lienzo encima de su cama. 

De: Lily Evans.

Sus propios ojos claros, mirándola de regreso, pintados en acuarela. 

Un retrato de sí misma. 

Lily había decidido convertirla en un recuerdo y, si eso no era irónico entonces no sabía qué lo era, porque hasta que Lily no actuara la valentía que tanto profesaba, nunca sería más que eso.

 

 

 

Ahora, en un acto de venganza, de duelo o tal vez de nostalgia, se encontraba envolviendo de la misma forma la mejor de sus obras.

Lirios en una mañana de verano.

 

 

Un campo de lirios frente al amanecer más sorprendente que había visto en su vida. 

Le había tomado mucho tiempo replicar el movimiento de cada una de las flores contra el viento,  los destellos del sol sobre cada uno de sus pétalos, cada uno cubierto del rocío de la mañana como la piel de Lily en aquellas largas tardes de verano en las que pintaban bajo la luz del atardecer. 

A veces se imagina interrumpiendo su boda con Potter, haciéndola cambiar de parecer, escapando juntas a un lugar en donde la guerra no pudiera tocarlas. Sabía que era tremendamente egoísta, pero una parte de ella se encontraba herida y quería respuestas ¿Por qué Potter después de todo? Lily siempre había odiado la manera ostentosa en que se pavoneaba por la escuela como si le perteneciera.

Un día antes de la boda de los Potter, los astros se alinearon y Pandora recibió su respuesta.

 

 

Era un día hermoso, su madre había ido a visitar a su abuela y su padre se encontraba del otro lado del continente, estudiando a los fwoopers en África. Se encontraba regando el jardín cuando la voz acelerada y grave del elfo doméstico de Regulus la sacó del ensimismamiento en el que se encontraba, poniendole los pelos de punta.

—¡Señorita Selwyn! —gritaba mientras lo escuchaba golpearse con cada una de las paredes de la casa.

—¿Kreacher? —preguntó alarmada. 

Escuchó como se rompía uno de los jarrones de cristal de la cocina y exhaló, tratando de juntar su paciencia, mientras cruzaba la sala de estar.

—¡El amo, Regulus! Necesita su ayuda…

Se tropezó con el pequeño cuerpo del elfo doméstico de camino a la cocina, pero él no perdió tiempo intentando volver a levantarse. La tomó del brazo con urgencia, arrastrándose hacia la sala y llevándola con él.

—¿Qué le pasó a Reggie?

—¡El amo está atrapado! En grave, grave peligro. Es necesario… que lo ayude… —La pobre criatura apenas podía respirar, sus palabras entrecortadas y desesperadas estaban llenas de terror y desesperación.

—Llévame con él —le pidió sin pensarlo dos veces.

Kreacher abrió los ojos como platos, alarmado, y la soltó.

—¡NO! Kreacher no la puede llevar. Kreacher le advirtió al amo…que no podría salir…pero el amo no lo escuchó… y le hizo prometer a Kreacher… que no le diría a nadie… que guardaría el secreto… pero Kreacher es libre y eso significa que puede salvarlo.

—Un momento, Kreacher. Vamos paso a paso, ¿de acuerdo? Primero que nada: ¿en dónde está Reggie?

Los ojos de Kreacher se llenaron de lágrimas, la primera vez que veía llorar a un elfo doméstico, mientras le contaba sobre todo lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas y luego, sobre todo lo que había intentado hacer Regulus para terminar la guerra.

Pandora solo podía pensar en las únicas personas capaces y dispuestas a ayudarla a salvar a Reggie; y el dolor de cabeza que implicaría lidiar con ellos.

Veinte minutos después, en una carrera contra el reloj, cuatro patronus en forma de cisne  volaron en diferentes direcciones del mundo mágico.

Notes:

Hay muchas cosas que se aclararán mediante avance la historia, solo quiero soltar eso por aquí.

Cuando terminé este capítulo me di cuenta de que aunque es el POV de Pandora probablemente está sumamente centrado en Lily. No quiero que piensen que no estoy tomando en cuenta que Pandora es su propia persona con su propia historia, pero por motivos de trama, este no fue el espacio para contarles esa historia.

En mi cabeza, Pandora es una chica elegante, fina, muy ingeniosa e inteligente que tiene un hermano mayor que la molesta durante los veranos y unos papás adorables que solo quieren lo mejor para ella dentro de lo que les enseñaron que era "correcto" y probablemente no aprobarían su relación con Lily porque... ¿quién en los 70's lo hubiera hecho? y de seguro los magos eran incluso más conservadores que los muggles. Este es mi headcanon, me gustaría que el mundo fuera diferente tho.

Cosas random:
-Lily regalandole una pintura porque la guarda en su capsula del tiempo? trágico
-Evan y Barty muriendo y convirtiendose en inferis? PERDÓN.
-Barty like: sorry no pienso vivir si Evan muere, adios bitches.
-Es canon que Pandora era buenísima para crear hechizos y quería ser parte del departamento de misterios.
-La broma que le hizo a su hermano, jeje, es algo que yo haría
-Pronto sabrán más sobre Macmillan -llora-
-Son capítulos como estos en los que tengo que decirme a mí misma: ya tienes que dejar de editar y publicarlo.

El siguiente cap sigue la historia de Regulus y James.

Chapter 4: Regulus: El juramento mágico

Summary:

—Tendremos que conocernos mejor entonces, ¿No es así?

Notes:

Si necesitan que coloque trigger warnings déjenme saber. Este es el capitulo donde ganamos la clasificación "Maduro", sin embargo, a lo largo del fic no hay ninguna representación explicita sexual, solamente menciones pasajeras y "fade to black".

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Regulus

El juramento mágico

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

Perdió a James de segundo, pero no se dejaba pensar en ello.

Su patronus, lo que lo separa de la muerte, había perdido el pelaje y solo era energía en forma de una criatura desconocida. Los inferis, mientras tanto, se cerraban cada vez más a su alrededor.

Solo un poco más, deseó mentalmente.

Aún no estaba listo.

Colocó la cabeza entre sus rodillas y cerró los ojos. Buscó entre sus recuerdos, algo que le hiciera ganar solo un poco más de tiempo, unos cuántos minutos más. Algo más intenso que su recuerdo más feliz, o tal vez algo que añadiera a esa felicidad y fuera capaz de luchar contra las otras voces de su mente que lo atormentaban en un intento de, literalmente, matarlo.

Si se concentraba lo suficiente, podía sentir el inolvidable sabor a miel y especias en sus labios.

 

Expreso de Hogwarts, 1971

 

—¿Está ocupado?

El chico que había hecho la pregunta tenía una mirada amable, demasiado amable . Regulus no supo decir que no. No podía empezar su primer año interactuando negativamente con cualquiera que se pusiera en su camino, simplemente no era una buena estrategia; sin embargo, eso era justamente lo que desearía poder hacer.

Negó con la cabeza y se movió un poco hacia la derecha, esperando a que el extraño ocupara el asintiendo a su lado. En cambio, se sentó justo frente a él y lo miró con curiosidad.

—¿Es tu primer año?

Asintió y se encogió de hombros.

—¡Genial! Vas a perder la cabeza cuando veas el castillo, es enorme y está repleto de misterios. Mis amigos y yo estamos tratando de descubrir todos los pasadizos secretos que llevan al exterior del castillo.

Regulus estaba nervioso.

No había pensado en cómo sería vivir fuera de casa, lejos de la familiaridad de lo que conocía. Todo parecía nuevo y amenazante. Su vida nunca había sido nada más que una sucesión de amargas sorpresas ¿Qué le aseguraba que esto no fuera igual? Debía enfrentar ese reto con determinación. No había espacio para la fragilidad ni la duda, como le había dicho su madre. Tenía un objetivo: enorgullecer a su familia.

Volteó la mirada hacia la ventana, esperando poder ver a su madre o padre detrás del vidrio y conjurar un poco de su fuerza, pero se habían marchado apenas puso pie dentro del tren y Sirius había desaparecido en busca de Potter. En años subsecuentes, ni siquiera se tomarían la molestia de ir a despedirlo, sería Kreacher el responsable de dejarlos en la plataforma el primer día de escuela, y Sirius ni siquiera le dirigiría la palabra en el trayecto al andén.

Pero este era el primer día de su primer año, y el extraño sentado frente a él hacía que sintiera gusarajos en el estómago.

—¿Es muy grande? —preguntó con un poco de reserva.

—E-nor-me —reiteró con emoción.

Oh no ¿Cómo conseguiría la habitación de Sirius si el castillo era tan grande? ¿Qué pasaba si tenía una pesadilla? ¿Se darían cuenta sus compañeros? ¿Se burlarían al escucharlo llorar?

—¿En qué casa quieres estar?

Regulus se encogió de hombros, asustado de sus propios pensamientos.

—Mi familia siempre ha estado en Slytherin —respondió absorto a lo que eso implicaba.

—Oh… —el chico frente a él perdió un poco del pequeño brillo de emoción que había palpitado en sus ojos desde el principio de su conversación pero, rápidamente, se recompuso y le regaló otra sonrisa amable, demasiado amable.

—Mi mamá estuvo en Slytherin —le confesó con orgullo.

—¿Enserio?

—¡Sí! Es la persona más astuta e ingeniosa que conozco. También es mi persona favorita en todo el mundo. —No parecía estar mintiendo. La madre de Regulus definitivamente no era su persona favorita en todo el mundo. Ese era su hermano mayor. —Pero yo soy un león —anunció con orgullo— ¡Gryffindor! —dijo con la voz de narrador de quidditch más ridícula que había escuchado en su vida. El chico era un poco ridículo en general, pero parecía conocer bien la escuela, y tal vez podía sacarle algo más de información que lo ayudara a sentirse más seguro.

—¿Es cierto que….? —lo pensó por un segundo con miedo.

—¿Qué?

—Mi hermano me dijo que para saber tu casa, tienes que enfrentarte a un ejército de Manticoras.

Las manticoras eran criaturas feroces con cabeza de león, cuerpo de un caballo, y cola de un escorpión , eran capaces de disparar espinas venenosas para incapacitar o matar a sus presas en minutos. Su tío, Cygnus Black, tenía uno de ellos aprisionado en los calabozos de su mansión y le daba de comer niños cuando desobedecían a sus padres, al menos eso era lo que le había dicho Bellatrix.

El chico amable de ojos marrones soltó una risa incontenible y burlona.

—¡Merlín! Eso hubiera sido mucho más divertido.

Regulus desvió la mirada con pena.

—Oh…

Sirius le había mentido.

—Solo te ponen un viejo y maloliente sombrero en la cabeza que puede leer tu mente.

Frunció el ceño y se cruzó de brazos con reserva. 

Segundos después, Sirius irrumpió en el compartimiento abriendo la puerta de sopetón y el extraño de los ojos amables se levantó de inmediato. Ambos colapsaron en un abrazo mucho más cálido que cualquier que hubiera compartido con su hermano y Regulus los miró con extrañeza.

—¡Sirius!

—¡Potter!

Oh.

Sirius miró a Reggie con curiosidad.

—Encontraste a Reggie.

—Espera… ¿El es Reggie? ¿Tu hermano?

—Regulus —lo corrigió. Ambos lo ignoraron.

—¡Así es! —Sirius se sentó a su lado y le revolvió el cabello con un puño, dejándole caliente la cabeza. Él lo miró con desagrado y se acomodó los mechones que había despeinado.

—¡Genial! —respondió Potter, volviendo a tomar asiento.

—Esperen aquí, tengo que buscar a Lupin y Pettigrew.

—Peter sigue despidiéndose de su familia, pero no he visto a Lupin por ninguna parte.

—De seguro sigue acomodando su equipaje, voy a ir a ayudarlo. Vuelvo en un segundo —antes de irse, lo miró con emoción— Espera a que te cuente todo lo que sucedió durante el verano. No lo vas a creer.

Su hermano salió del compartimiento, dejando la puerta abierta, y Potter se levantó y la cerró con cuidado.

Regulus no entendía qué había sido tan emocionante para su hermano durante el verano. Ambos habían sido castigados el doble de veces de lo normal después de todas las travesuras que jugó durante las cenas familiares. Honestamente, ni siquiera era divertido, solamente le parecía un poco masoquista de su parte. 

—Sirius no sabe que…

Regulus levantó una ceja hacia Potter.

—Sirius piensa que serás elegido en Gryffindor. Lo estuvo diciendo durante todo el año pasado. —Se encogió de hombros, como si no le importara en lo absoluto, cuando en realidad no podía dejar de pensar en ello. No quería hablar de eso con nadie, mucho menos con James Potter—. Oh… ya veo.

El silencio se hizo pesado e incómodo entre ellos. Por primera vez, se dio la oportunidad de analizarlo de pies a cabeza. Era más alto que él, fornido, su piel había sido tocada levemente por el sol y sus ojos eran oscuros, cálidos y llenos de vida, le recordaban a un lugar que nunca había conocido. La imagen que se le veía a la mente era la de una cabina calentada por la luz de una fogata en medio de una tormenta de nieve. Un lugar que debía ser seguro. Odiaba tener que verse obligado a odiarlo y convertirlo en una amenaza.

—¿Sabes? Puedes ser lo que quieras, Reggie —interrumpió James.

Una extraña presión se hizo dueña de su pecho y desvió la mirada hacia el andén intentando hacerla desaparecer. Tal vez si no lo miraba, dejaría de existir.

—Me llamo Regulus —replicó serio.

—Puede ser lo que quieras, Regulus —hizo una pausa y se sentó en la dirección a la que sus ojos apuntaban, reclamando su atención—puedes demostrarnos a todos lo que en realidad significa ser un Slytherin. No todos tienen que ser unos cretinos —Regulus seguía ignorándolo, apuntando su mirada a otro punto vacío del compartimiento—Sirius puede ser un poco… abrumador, pero no tienes idea de lo feliz que está de que este año puedan pasar más tiempo juntos.

—¿Enserio? —preguntó con desconfianza, sus ojos encontrándose por un segundo antes de bajar la mirada a sus zapatos.

—¡Absolutamente! Ya ha hablado tanto de tí que siento que te conozco. “Reggie esto, reggie lo otro” —imitó con otra de sus ridículas voces.

Potter era absurdo .

—Bueno, él no ha dicho nada sobre ustedes —respondió con el propósito de hacerlo sentir mal, de hacerle sentir que no era tan importante para Sirius de la manera en que Sirius le había hecho sentir a él cuando le hablaba de James.

Era una mentira. 

Sirius no dejó de hablar de sus cuatro nuevos mejores amigos durante todo el verano y Regulus nunca había odiado a nadie tan rápido en su vida. Sin embargo, Potter no pareció afectado por sus palabras, en cambio, se acercó y le golpeó el hombro en un gesto de camaradería.

—Tendremos que conocernos mejor entonces, ¿No es así?

Sintió el calor de la vergüenza en sus cachetes ¿Por qué este chico respondía con amabilidad a cada uno de sus actos de venganza? No era normal que alguien fuera tan amable.

Sirius abrió la puerta del compartimiento y tomó una pose sobreprotectora frente a él.

—James, —lo reprimió—Reggie odia el contacto físico —le golpeó la mano y sentó a otro chico de pelo castaño y la cara llena de pecas a su lado.

—¿Por qué no dejamos que Reggie elija por sí mismo lo que quiere, Sirius? —sonrió, guiñó un ojo su dirección y gesticuló un: “Lo siento” a sus espaldas.

Ya no quería estar allí.

—¿Estás listo? —Sirius le preguntó—Este es…. —hizo un redoble con la caja de su asiento—la mente maestra de nuestro pequeño grupo generador del caos…

—¡Hey! —se quejó el castaño con ropa muggle, vieja y demasiado grande para su delgado cuerpo. Era lo opuesto al tipo de amistades que sus padres les habían ordenado forjar—. Ya les dije que este año no quiero acabar en detención el primer día de clases. Flitch tiene sus ojos puestos en mí y no me apetece empezar a limpiar trofeos a estas alturas del ciclo escolar, gracias.

—¡Con ustedes….. Remus Lupin!

—Eres un idiota —resopló Lupin por lo bajo y suspiró—Mucho gusto, Regulus.

De todos los merodeadores, a pesar de lo mucho que iba en contra de lo que su familia le había inculcado, Lupin siempre fue su favorito.

A excepción de James, pero esa era otra historia .

 

Hogwarts, 1973

 

Después de su selección en Slytherin, Sirius había decidido aplicarle la ley del hielo y, como resultado, por solidaridad, ninguno de los merodeadores le había dirigido la palabra tampoco. 

James era el único que tenía la cortesía de saludarlo por los pasillos con amabilidad cuando su hermano no se encontraba cerca; lo que no pasaba muy seguido, ya que nunca se le veía sin el otro. Sirius y James parecían mucho más hermanos de lo que él y Sirius lo habían sido nunca.

Fue devastador en un principio, luego solo quedó la pregunta: ¿esperaba que algo diferente sucediera?

Regulus conoció el verdadero significado de la soledad a los once años. Aquel primer año sin Sirius en Grimmauld Place parecía inquietantemente silencioso y aburrido, hasta que experimentó el vacío de estar perdido en una habitación llena de alumnos. La soledad, a ratos abrumadora y deprimente, pero también liberadora .

No estaba acostumbrado a tanta paz y tiempo libre, lejos de los castigos y la presión constante por mantener la compostura. 

James había tenido razón en esa parte. Hogwarts era un lugar fascinante y enorme. No compartía su fascinación por conocer cada uno de sus rincones, pero disfrutaba de los mismos tres lugares que había convertido en sus favoritos: la sala de estudio en los calabozos que nadie visitaba porque se decía que estaba atormentada por un ghoul, el viejo sillón en la parte más retirada de la biblioteca y la vista desde el bosque prohibido hacia los lagos. En esos tres lugares Regulus no tenía que preocuparse por seguir la etiqueta impuesta por su familia, por traer cada uno de los botones de su camisa abrochados, por hablar cuando era oportuno y solo cuando tenía algo relevante que decir o mantener una postura firme y derecha que demostrara su dominancia ante los demás. Allí, era solo Regulus. El Regulus que estaba escribiendo su propio libro de cuentos, el que dormía sobre una cama de hojas, el que hacía pequeños sacos con ingredientes para pociones que recolectaba de la naturaleza aledaña, el que tarareaba al ritmo de canciones que escuchaba a otros estudiantes cantar, y a veces, solo a veces , cuando estaba en la seguridad de su soledad, el que se dejaba pensar en lo mucho que extrañaba a Sirius.

Lo extrañaba tanto que, en sueños, a veces sentía cómo su mano se soltaba y dejaba de respirar, pues siempre lo imaginó como el aire de sus pulmones. Al despertar, en lugar de cruzar el castillo para buscarlo, como cuando era niño, se daba la vuelta e intentaba no llorar.

Hasta el tres de noviembre, cuando, harto de la rivalidad infantil que los separaba, decidió tomar cartas en el asunto.

—Feliz cumpleaños —le dijo sin emoción al pasar por la mesa de los leones, dejando una pequeña caja envuelta en papel de regalo encima de ella. Sirius se quedó petrificado, la mirada fija en su hermano, una tormenta de emociones luchando en su interior. Regulus salió de allí tan rápido como pudo, escuchando como Sirius se levantaba tras de él, pero demasiado nervioso como para quedarse a presenciar su reacción.

No había sido fácil decidir qué regalarle a Sirius. Hacía tanto tiempo que sentía a su hermano como un extraño, que ignoraba sus gustos. Además, su vida, siempre colmada de privilegios en casa, contrastaba con su realidad en Hogwarts, donde su apellido no era suficiente como para permitirle costear un regalo costoso. Al final tuvo que recurrir a la ayuda de la persona en la que menos esperaba inclinarse, quien había accedido mientras nadie supiera de su participación:

—¿Lupin? —carraspeó Regulus a sus espaldas, con un nudo en la garganta que intentaba disimular.

Remus se giró con confusión, su rostro escudriñando el de Regulus, buscando alguna señal oculta de… ¿qué? ¿burla? ¿de qué eso era una broma? Lo primero que hizo fue mirar alrededor, con la inquietud reflejada en sus ojos, asegurándose de que Sirius no estuviera cerca.

—¿Regulus? —preguntó Remus. Se apresuró a guardar sus materiales, con  movimientos tensos, en un viejo maletín reparado tantas veces que parecía un mosaico multicolor.

—Hola —dijo suavemente, casi como un susurro—, necesito tu ayuda.

—¿Mi ayuda? —frunció el ceño.

Era mejor poner las cartas sobre la mesa.

—Quiero que me ayudes a escoger un regalo para el cumpleaños de Sirius.

Remus lo miró con escepticismo de arriba a abajo.

Remus lo miró de arriba a abajo, con un escepticismo que endurecía sus rasgos.

—Si esto es una broma, olvídalo —dijo Remus, poniéndose el maletín al hombro, listo para irse. Regulus lo tomó del brazo, su agarre firme pero desesperado, y con una voz que sonaba rota, dijo:

—No lo es —prometió, su mirada suplicante—. No lo es —repitió, con la tristeza pesándole en cada palabra—. Solo quiero a mi hermano de vuelta.

El regalo consistía en un surtido de artículos básicos para sus travesuras, un compás y un pequeño mapa del cielo estrellado, con la pregunta "¿Qué quieres ser cuando crezcas?" inscrita en el reverso. Regulus esperaba que Sirius captara el mensaje oculto, que el tiempo no hubiera borrado ese recuerdo por completo.

Cuando tenían seis y siete años, le preguntó a su Sirius qué quería ser de grande y él dijo:

—¡Un pirata como Zheng Yi Sao!

Sirius estaba en su época aventurera. Por esos entonces, su tutor les estaba enseñando sobre los grandes héroes de la historia del mundo mágico.

—Zheng Yi Sao es una chica —replicó confundido.

—¿Y? Sigue siendo la mejor maga-pirata del mundo. Si una chica puede hacerlo, ¡yo también! —se acercó a él, cogiendo el bastón de su padre y fingiendo que lo blandía como una espada mientras le hacía cosquillas con ella. Regulus soltó una risa alegre contagió a su hermano—. ¿Tú qué quieres ser, Reggie?

—Hmmm —se encogió de hombros, pensativo—no lo sé. Mamá dice que seré tu ayudante, ¿no? Tal vez eso. Puedo ser tu ayudante en el barco.

Sirius puso los ojos en blanco y luego se rió ligeramente.

—No, Reggie ¿Qué quieres ser realmente? ¿Qué te gustaría hacer con tu vida si no tuvieras que obedecer a nuestros padres?

Regulus se encogió de hombros de nuevo, sin saber qué decir. Incluso de pequeño, e incluso cuando Sirius era la persona en la que más confiaba, siempre fue reservado y apegado a las tradiciones familiares.

—Quieres… ¿Ser conductor del autobús noctámbulo?

Regulus se rió y negó con la cabeza, divertido.

—Quieres… ¿Ser cuidador de dragones?

Volvió a negar firmemente con la cabeza.

—¡Ya sé! Quieres… ¡Ser un reportero del profeta!

Soltó otra risa alegre.

—¡No! No lo sé, yo solo quiero… —lo pensó por unos segundos, y miró a su alrededor  esperando a que algo en la habitación le diera su respuesta. Posó los ojos en Sirius y se volvió a encoger de hombros—. Solo quiero seguir siendo tu hermano.

A Sirius se le abrieron los ojos con sorpresa, pero solo unos segundos después estaba sonriendo y acercándose a él para abrazarlo.

—Awww, ¡Reggie! 

—¡Sirius! Suelta mi cabello —se quejó,  con el rostro enrojecido por la vergüenza—. ¡Estaba bromeando! —pero ambos sabían que no era así. 

Regulus se prometió no volver a repetirlo jamás. Sirius nunca lo olvidó.

Cada que Regulus estaba enojado porque Sirius los había metido en problemas o los habían castigado por su culpa, su hermano le recordaba que era él lo que más lo hacía feliz en el mundo. Regulus se cansó pronto de la broma, pero secretamente disfrutaba de la certeza de que su hermano no dudaba ni un segundo de su afecto.

Se había planteado por semanas el hecho de que el gesto fuera demasiado .

Demasiado real.

Demasiado tarde.

Demasiado vulnerable.

Así que había escapado del gran comedor apenas le entregó el regalo, esperando que fuera Sirius quien diera el siguiente paso. Prefería no saber cuál había sido su reacción, podía vivir sabiendo que Sirius lo había visto y no lo había destruido a la primera oportunidad. Tras días de silencio, sin señales de Sirius, empezaba a dudar de que su intento de reconciliación fuera suficiente. ¿Acaso había sido tan imperdonable su negativa a entrar en su estúpida casa?

Sin embargo, fue el león más entrometido de toda la torre de Gryffindor el que le hizo saber sobre ello.

—¡Reggie! —gritó Potter a lo largo del pasillo, su voz resonando y atrayendo miradas curiosas. Instintivamente, Regulus puso los ojos en blanco, un gesto de fastidio que intentaba ocultar su creciente nerviosismo, y aceleró el paso. Potter trotó hasta ponerse frente a él, jadeando, recuperándose del largo camino desde el patio de Transfiguración.

—Le gustó mucho —dijo entre respiros, una sonrisa sincera iluminando su rostro—. El regalo, lo colgó en la cabecera de su cama.

Regulus tragó saliva, su garganta repentinamente seca, y apretó el agarre de su varita, sus nudillos blancos. Recordó el esfuerzo que le había costado mantener el ceño fruncido, borrar la sonrisa de victoria que amenazaba con aparecer ante esas palabras.

—Pensé que querrías saberlo —continuó Potter, su mirada amable—. No creo que sea capaz de decírtelo por sí mismo, pero está muy agradecido —Potter le dedicó una sonrisa cálida y le dio una palmada en el hombro, un gesto de camaradería. Regulus sintió una presión extraña y cálida en el pecho, una oleada de emociones que le subía por el cuello y le enrojecía las mejillas. Pero algo a sus espaldas llamó la atención de Potter y dejó su mano caer.

—¡Evans! —gritó Potter, haciendo que la pelirroja se girara bruscamente y acelerara el paso hacia los invernaderos, como si huyera de él. Regulus supuso que no era el único aterrado por la amabilidad de James—. ¡Nos vemos luego! —le dijo como si estuviera prometiendolo, y reanudó su trote tras la chica a la que luego conocería como Lily Evans.

Esa fue la última vez que interactuó con Potter en mucho tiempo.

 

 

Hogwarts, 1975

 

Regulus tenía un problema. 

Un problema de quince años, cabello oscuro y desordenado, ojos de su color favorito y una sonrisa por la que se pondría de rodillas.

Regulus también estaba en negación.

—¿Puedes dejar de mirar a Potter? Me pone incómodo —le susurró Evan.

—No lo estoy mirando —negó contundentemente.

El rubio resopló una risa incrédula y burlona por lo bajo.

—Sigue diciéndote eso. Me avisas cuando tu cerebro reciba la noticia.

¿Había algún caso en seguir fingiendo cuando estaba con Evan?

Definitivamente no había convertido las gradas bajo el estadio de quidditch su lugar favorito porque le daba un asiento de primera fila para observar el torso desnudo de James Potter durante los entrenamientos. No.

—Debería tirarme al lago —declaró con dramatismo.

—Preferiría que no lo hicieras —le respondió el rubio sin desviar la vista del pergamino donde escribía una lista de cosas por hacer en viñetas—. ¿Por qué no intentas hablarle?

—Oh, disculpa —corrigió—. Tal vez debería atarme de pies y cabeza y luego tirarme en el lago.

Evan puso los ojos en blanco.

—James Potter es literalmente el estudiante más estúpido de Gryffindor, no entiendo cómo es que pasó esto.

—Yo tampoco lo sé —admitió con amargura. Evan se tensó por un segundo. El estómago de Regulus dio una vuelta y luego se serenó cuando su amigo resumió sus tareas y siguió escribiendo en el pergamino como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal. Era la primera vez que lo decía en voz alta—. Es preocupante. Tal vez deberíamos de aprender a usar el obliviate para acabar con esto.

—Si tu no haces nada al respecto, yo lo haré —lo amenazó—. Solamente para poder salir del suplicio de verte babear por un idiota al que ni siquiera te atreves a hablarle.

—No estoy babeando.

—¿Ah no? ¿Qué es esto? —Evan señaló con el dedo el cuello de su camiseta. Regulus bajó la mirada, extrañado, y Evan lo levantó bruscamente, golpeando su nariz y frente en el proceso—. Ridículo.

Regulus gruñó con disgusto y lo miró con odio.

—Cuidado, estás escupiendo para arriba —replicó, cruzándose de brazos y volviendo la mirada al campo, donde James daba vueltas en el aire vitoreado por sus compañeros. 

¿Cómo había caído tan bajo? ¿En qué momento se había degradado tanto? 

Una sucesión de escenas pasaron por su mente, respondiendo a su pregunta, y lo llevaron a golpear su cabeza contra uno de los pilares de madera.

Como respuesta, escuchó la suave risa de Evan a su lado.

Esa noche, durante la cena, recibió una nota por debajo de la mesa del gran comedor.

“¿Tu amigo dijo que querías hablar? J.P.”

Regulus escupió el tónico de limón en dirección hacia Barty, haciendo que el pelinegro se levantara de inmediato con sorpresa.

—¿Qué mier….?

—Lo siento —se disculpó rápidamente.

—Mierda, ni siquiera vale la pena cambiarme, voy a tener que andar por ahí con tus malditas babas en mi ropa. Reg… te juro que voy a matarte.

Evan soltó una risa pícara a su lado.

—Tú.

Regulus lo fulminó con la mirada, pero Evan se encogió de hombros con falsa inocencia. 

—Olvídalo, no digas nada. —En lugar de darle importancia, decidió sacar su varita, moverla en el aire y quemar la nota. Cuando subió la mirada, encontró unos ojos decepcionados al otro lado del Gran Comedor—. Pagarás por esto, Rosier.

 

Unos días después, James lo encontró por primera vez en la torre de Astronomía. Nunca entendió cómo supo que estaba allí, pero no parecía casualidad. Nada era nunca casualidad cuando se trataba de James Potter.

Regulus ni siquiera advirtió su presencia, solamente reaccionó ante la absurda cantidad de ruido que hizo al pasar al lado de los telescopios con sobresalto. Potter levantó las manos en el aire en rendición cuando notó que había perturbado su lectura.

—Lo siento, vi que la luz estaba prendida y tenía curiosidad de ver quién estaba aquí arriba.

La habitación estaba iluminada solamente por la tenue luz de la luna y la lámpara de gas que yacía sobre una de las mesas.

—Estoy yo, lo que significa que el lugar está ocupado.

—De hecho… —comenzó Potter. Regulus respiró profundo, canalizando toda su paciencia y coraje—ya que estamos aquí, pensaba que podrías explicarme por qué Rosier pensó que tenías algo que decirme.

—No.

—¿No?

—No, no puedo explicarte.

—¿Por qué?

—Porque… —dudó por unos segundos y entrecerró los ojos en su dirección— eres muy idiota para entenderlo.

James no reaccionó ante su ofensa.

—Vamos —insistió.

—Porque se lo inventó. No era verdad. Solo estaba jugando una broma pesada porque sabe que te odio. No tengo nada que hablar contigo, Potter.

—Ah —suspiró James, con una nota de decepción—. Pensé que…

—¿Piensas?

James se detuvo y el aire se tornó un poco más seco.

—Pensé que quizás querías arreglar las cosas con Sirius.

Regulus se tensó al instante.

—Pensaste mal. Mi patética excusa de hermano puede hacer lo que quiera con su vida.

James se acercó un poco, probando el terreno.

—No lo dices enserio.

—Tan serio como la peste negra.

James bajó la mirada al suelo.

—Es una lástima.

—Depende de dónde lo veas, es una victoria para algunos.

James no se marchó. Se acercó al barandal, sus manos a escasos centímetros de las de Regulus, casi rozándose. 

Este era el mismo chico al que había estado espiando obsesivamente durante meses. La situación le parecía bizarra. Regulus se sabía defectuoso en muchos aspectos, pero este era quizás el peor. Se suponía que debía odiar a James: por haberle arrebatado a su hermano, por desafiar la ideología de su familia, por ser tan inmaduro, por los colores rojo y dorado que desfilaba por el castillo en su ropa. 

¿Por qué, entonces, lograba convertirlo en un manojo de nervios?

¿Por qué, en realidad, no quería que se marchara?

Luego estaba la otra cuestión: James Potter era un chico . En masculino.

Barty le había enseñado a mostrarle el dedo medio al mundo y hacer lo que quisiera con él mientras estaban en Hogwarts. Ya habían saldado su deuda con el mundo al nacer en familias tan exigentes, eso era lo que tenía que decir al respecto, pero no podía simplemente cerrar los ojos ante la realidad de la sociedad en que vivían. 

“No lo puedes ver, pero estás enfermo” , le había dicho su madre a Alphard alguna vez.

James Potter era la persona más heterosexual que había conocido. Era la imagen viviente de todo lo que era correcto y normal.

¿Por qué, entonces, no quería que se marchara?

Mal, mal, mal.

Permanecieron allí, en silencio, durante varios minutos. Para James, aquello debía ser una tortura, pues parecía incapaz de encontrar las palabras para romper el frío que los envolvía. Abriendo y cerrando la boca como si fuera un pez fuera del agua. Regulus, paralizado, incapaz de moverse; James, impaciente por continuar la conversación. Ninguno parecía dispuesto a dar el primer paso.

—Reggie —comenzó torpemente.

—Mi nombre es Regulus.

—Regulus —suspiró.

—¿Qué?

—¿Puedo preguntarte algo?

Regulus exhaló con un falso cansancio.

—No.

Se quedaron de nuevo en silencio y James comenzó ir y venir, dando pasos hacia atrás y hacia adelante, sin alejarse mucho del barandal.

—¿Por qué vienes aquí tan seguido?

Regulus lo miró con desconfianza.

—¿Cómo sabes que vengo aquí seguido?

James se encogió de hombros.

—¿Puedo preguntar otra cosa?

—Ni siquiera debiste preguntar la primera.

James no dio el brazo a torcer.

—Solo es una pregunta.

—No.

—Y luego me iré.

—Merlín…

James se detuvo frente a él, a una distancia segura, y lo miró a los ojos seriamente. 

Regulus trató de recordar en dónde había dejado su varita. Bolsillo derecho del pantalón, en la parte de atrás.

—¿Estás bien?

—¿Qué-

Respira…

1, 2, 3.

—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? —soltó enojado.

James levantó las manos en el aire en señal de rendición.

—Solo me preguntaba… si estaban bien.

—Por todos los magos…

—Es una pregunta sencilla —se encogió de hombros inocentemente—. ¿Estás bien? ¿Eres feliz con la vida que tienes?

Regulus podía simplemente levantarse e irse.

—Nadie en este mundo puede ser feliz todo el tiempo, Potter.

—Yo puedo.

Resopló por lo bajo con enfado.

—Ni siquiera tú puedes serlo. De seguro lloras todas las noches como una niña antes de irte a dormir porque extrañas a tus papás.

James se encogió de hombros.

—¿Y qué si lo hago? No significa que el resto del tiempo no trate de ser mejor que mis malos momentos.

—Esto es ridículo —se dio media vuelta listo para marcharse.

James lo detuvo, tomándolo del brazo:

—Si la situación fuera al revés, si yo tuviera un hermano o hermana, Sirius haría lo mismo por mí. Sirius se aseguraría de que estuviera bien.

Sirius no había estado equivocado aquel primer día en el tren, Regulus odiaba el contacto físico, por eso, cuando Potter lo tomó por el brazo y sintió el salto incontrolable de su corazón y la sangre empezó a pompear de arriba hacia abajo desde la punta de su cabello hasta la punta de sus pies; y en vez de sentir la compulsión de alejarse de él, sintió la incorregible necesidad de acercarse, abrazó el miedo como si fuera su línea de vida.

Mal, mal, mal.

—Tenemos eso en común, ¿no? Sirius —Regulus tragó grueso. Mal, mal, mal —. Tal vez podamos ser amigos.

—No —se soltó bruscamente de su brazo—. Nunca lo seremos. Fin de la discusión —se alejó de James y sacó su varita del bolsillo para amenazarlo con ella—. Si tengo que explicarlo una vez más, no seré tan amable.

No tenía palabras para explicar lo mucho que odiaba a James Potter. Salió por la puerta a toda velocidad con el corazón latiendo a mil por hora. 

Cuando llegó a su dormitorio, se desplomó sobre su cama y ocultó el rostro contra su almohada, intentando calmar la emoción que le había causado su efímera reunión con Potter.

Realmente, nunca podrías ser solo su amigo.

 

 

Los sabios solían decir que: Cuando la determinación es invencible, la persona es capaz de lograr casi cualquier cosa que desee, y esto es lo que diferencia a los grandes hombres de los comunes.

Ninguno de ellos había sido atormentado por James Potter.

—Entonces Tilly le dijo a mi madre que me había robado el anillo de la abuela y que pensaba proponerle matrimonio a una de las chicas de mi curso. Por supuesto, mi mamá pensó que se trataba de Lily Evans. En su favor, no era completamente falso, si había robado el anillo de la abuela Potter, pero no pensaba casarme con nadie…

Podía tirarse de la torre de Astronomía, probablemente no sobreviviría la caída.

—... en realidad lo había robado para que Sirius no se lo propusiera a nadie. Verás… Por un tiempo pensó que si conseguía emparejarse con una chica que estuviera lo suficientemente loca como para casarse con él por conveniencia, podría escapar de Grimmauld Place y luego dejarla…

Solo tenía que dar un paso hacia adelante.

—Eso nunca hubiera funcionado, Peter y yo tratamos de explicarle que seguía siendo menor de edad, pero cuando algo se le mete en la cabeza nadie puede detenerlo…

—¿James?

—¿Ajá?

—Cállate.

James se calló por un minuto completo.

Tal vez podría tolerarlo si no abría la boca.

—En cuarto año, Peter ideó la mejor de nuestras bromas hasta ahora….

 

 

Correspondencia entre Regulus Black y James Potter, 1975

 

“No respondas a este mensaje. Le rompieron todos los dedos de la mano derecha y tiene laceraciones en la espalda, entre otros lugares de los que no hablará, va a intentar ocultarlo, llevenlo a San Mungos. No es algo que se pueda curar en casa. Nunca te he pedido nada, pero no dejes que regrese.

-R.A.B.”

 

 

Hogwarts, 1976

 

—Grimmauld Place tiene un jardín enorme lleno de flores en la parte de atrás —le confesó mientras sus pies colgaban del borde de la torre y sus miradas estaban concentradas en el firmamento.

—Siempre me lo imaginé terriblemente sombrío —susurró James.

—Es un lugar antiguo, todo está siempre muy frío, pero en los pocos días de sol en Londres puedes olvidarte de su interior y disfrutar de sus jardines. Es la mejor parte de la casa.

—Los alrededores de mi casa no son muy floreados, pero hay muchos árboles y durante el invierno puedes ir a esquiar en las montañas. Un día iremos a esquiar juntos, es muy divertido.

—¿Qué es esquiar?

—Es la costumbre muggle de navegar por la nieve.

Regulus lo miró impresionado y asintió con la cabeza.

—Suena interesante.

Aquellas conversaciones se habían convertido en lo mejor de su día, aunque nunca lo admitiría en voz alta. 

Ser amigo de James Potter era extraño. 

En primera instancia, porque sentía culpa al saber que su madre desaprobaba por completo a su familia y hablaba nada menos que pestes de ellos cada que podía, en segunda, porque odiaba darle la razón a Sirius, quien le había dicho desde el principio que James era una persona maravillosa, y en tercera, porque no podía pensar en él solamente como un amigo.

James movió su mano de lugar y rozó la de Regulus. Fue una equivocación. Fue solo el toque de una pluma, tan diminuto que pudieron haberlo ignorado. Regulus alejó su mano, como si le quemara.

—Lo siento —murmuró James.

Sus dedos cosquilleaban.

Ambos se quedaron en silencio.

Esa no era la primera vez en que James se disculpaba por haber invadido su espacio personal.

—Está bien —dijo Regulus.

—¿Qué? 

Por todos los magos , James le iba a hacer deletrearlo. 

Suspiró con cansancio y lo sopesó por unos segundos. Miró de reojo la cabellera rebelde del chico. 

James Potter era la persona más heterosexual que conocía.

James volteó el rostro encontrando el gris de sus ojos, y sonrió de lado, aún avergonzado. Lo había escuchado, solo quería que lo repitiera.

Regulus, en un tímido intento de valentía, deslizó su mano suavemente hacia un lado hasta que sintió la electricidad de sus dedos al toparse con los suyos.

Tenía el corazón en la boca y el estómago le daba vueltas.

—Está bien.

Mal, mal, mal.

James abrió los ojos muy grande y sus labios se separaron como si quisiera decir algo. Regulus se armó de valor y continuó el camino entre sus dedos hasta que sus manos estuvieron entrelazadas. James no se alejó, apretó tentativamente como si estuviera experimentando con la sensación.

Mal, mal, mal.

—Está bien —repitió James.

Su corazón no se detuvo. Regulus no entendía hasta donde quería llegar latiendo tan rápido.

Ambos fijaron su mirada de vuelta al cielo. 

No dijeron nada más por el resto de la noche.

Por primera vez, había hecho que James Potter se quedara callado.

 

 

Hogwarts, 1977

 

Las cosas evolucionaron rápido después de eso, un año después, Regulus estaba bastante seguro de que James Potter sería siempre suyo y de nadie más.

—Te quiero, ahora —le ordenó mientras desabotonaba su camiseta con desesperación. No le importaba si tenía que romperla.

—Reg —le advirtió James y luego rió—esto me está poniendo, extrañamente, demasiado caliente.

—Abajo, ahora.

—¿Sabes? No sé dónde quedó el chico tímido que me espiaba bajo las gradas en su cuarto año, deberías traerlo de regreso a veces.

—Aún sigo enfadado.

—Está bien, solo si prometes que no lo estarás después de esto.

—Más te vale volarme la mente.

James sonrió pícaramente.

—¿Cuándo no lo he hecho?

James Potter también podía dejarlo sin palabras.

 

 

Hay ciertas cosas de las que las personas difícilmente pueden escapar. 

Tu nombre y apellido son uno de esos. A veces Regulus se cuestionaba: ¿Somos nuestros nombres o nuestros nombres nos hacen quienes somos?

Fue estúpido considerar que existía otro camino, idealizar su futuro con Potter, pensar que había reparo para la relación con su hermano y que le deparaban cosas mejores si solo decidía ser lo suficientemente valiente. 

Fue estúpido porque aquel siempre había sido su destino, ocupar el espacio vacío que había dejado Sirius. 

La marca tenebrosa se extendía ahora por su brazo, definitiva, sellando su futuro. Creía que nunca sentiría un dolor peor que ese.

Nada se comparó con el dolor de perder a James.

 

 

Hogwarts, 1978

 

Evan y Barty estaban sentados, de piernas cruzadas, uno frente al otro encima de su cama.

—¿Listo? —preguntó Evan.

—Ya hazlo, Rosier.

¡Defensus Missionem!

Los dos sisearon de dolor, tomados de las manos, riendo mientras la corriente eléctrica atravesaba sus cuerpos y ninguno de ellos daba el brazo a torcer. 

Regulus había visto este ritual  antes, más veces de las que le gustaría. Los idiotas de sus amigos tratando de averiguar cuál de los dos podía aguantar más tiempo sobre el hechizo de descarga defensiva.

—Un día se mataran solo por diversión —les reprochó mientras abría su ropero y sacaba un suéter.

Evan se soltó, con un gemido de dolor y una risa incontenible, del agarre de Barty.

—¡De nuevo victorioso! —anunció con orgullo el pelinegro. Evan lo miró a los ojos desafiante, pero sonrió complacido—. ¿Crees en que en verdad podríamos matarnos por diversión?

—¡Suena genial! ¿Crees que pudieramos hacerlo mientras tenemos sexo?

—Eso suena tentador . —Crouch lo miró con lujuria.

—Disculpenme, voy a ir a vomitar —balbuceó Reggie antes de pasar el suéter por sus brazos y pecho, de camino a la salida del dormitorio.

En el gran comedor, los alumnos de séptimo año conversaban con emoción sobre lo que le deparaba a sus vidas después de Hogwarts. Regulus veía de reojo, con añoranza, a un específico león castaño que se encontraba sentado sobre la mesa, convirtiendo el color de cabello de Sirius en fuego con su varita.

James ya no era suyo, no podía mirarlo así.

—¿Suspirando por el amor de tu vida? —le preguntó Pandora, que en algún momento se había sentado a su lado, sacándolo de su ensimismamiento.

Regulus suspiró, dándole todavía más la razón.

—¿Sabes en qué estaba pensando hoy? —Los ojos de Pandora también estaban merodeando la mesa de Gryffindor, observando con especial atención a cierta cabeza rojiza— ¿Recuerdas el juramento mágico que hicimos en tu cuarto año?

Regulus frunció el ceño, confundido, y el recuerdo regresó demasiado rápido a su mente e hizo que se diera una palmada en la frente. Pandora soltó una risa divertida.

—Es el momento perfecto, Reggie. Es nuestro último día en Hogwarts.

Su último día en Hogwarts, a Regulus aún le faltaba uno más.

—Lo sé.

¿Cuáles eran las probabilidades de que su magia en realidad dejara de obedecerlo si no cumplía con el juramento? Si no le confesaba a James sus verdaderos sentimientos antes de que dejara Hogwarts para siempre.

Maldijo internamente a su versión de catorce años por ser tan ingenua para pensar que su vida giraría siempre en torno a Potter. Peor aún, por haber tenido razón. Tal vez, de no haber sido así, hubiera podido solo caminar hacia él y decirle lo mucho que lo odiaba. Listo. Problema resuelto.

Pero tenía que abordar esto con la misma seriedad con la que había realizado el compromiso. Tenía que pensar cómo evadir las consecuencias de su infantilismo. Así que lo analizó por unos segundos con amargura hasta que un plan comenzó a tomar forma en su cabeza.

¿Por qué no?

Ya había llegado lo suficientemente lejos como para recibir la marca. Ya había perdido a James y a su hermano, las dos personas que más le importaban en este fatídico mundo en el que no pidió nacer ¿Qué podía ser peor que eso?

Levantó su varita en el aire y un pequeño pedazo de pergamino levitó de su bolso hacia su mano, seguido de una pluma y un tintero. 

“Torre de astronomía. R.A.B.” , escribió en él. 

Lo envió en la forma de un Zilant, un pequeño animal con aspecto de dragón de solo dos patas y la cola de una serpiente, directo a la cabeza de James. La criatura de papel intentó jalar los mechones de su melena rebelde para llamar su atención. Regulus desvió la mirada, negándose a pasar un segundo más de vergüenza del que tenía que hacerlo.

—Listo —susurró malhumorado en dirección a Pandora.

—Honestamente, dudaba que eso funcionara. ¿Qué vas a decirle?

—Lo que haga falta.

La rubia lo miró con sospecha.

—Puedes empezar por disculparte.

Regulus suspiró y asintió con la cabeza. Pandora dejó un delicado beso en su mejilla.

—Estoy orgullosa de tí, Reggie —le sonrió y procedió a romper otro pedazo de su pergamino, repitiendo lo mismo que había hecho él, pero enviándolo hacia Evans.

Regulus no dijo nada al respecto.

—¿Te veré esta noche en la fiesta?

—Tal vez —se encogió de hombros. 

No tenía la menor intención de asistir.

 

 

Había estado esperando en la torre de astronomía por horas . Generalmente, aquel lugar lo hacía sentir a salvo, pero los nervios de ver a James de nuevo no lo dejaban concentrarse en nada más que su última interacción. En lo terrible que había sido. En lo mucho que lo había hecho sufrir. En cómo había acabado con todo el potencial de un futuro juntos.

—Es muy tarde, tomé la marca en el verano.

El sonido del metal contra el mármol del suelo lo estremeció.

Regulus levantó su varita solo para encontrar a James enredado entre las sogas que aseguraban los telescopios. Entrecerró los ojos en su dirección con desconfianza y se acercó para ayudarlo. El olor a Hidromiel, imposible de ignorar, emanaba de cada uno de sus poros.

—Merlín… ¿Cuánto tomaste, James?

—¿Yo? —se apuntó a sí mismo con un dedo. Regulus puso los ojos en blanco—. ¡Ah! Casi nada. 

Regulus resopló con incredulidad y James lo miró de arriba a abajo, sonriendo como un idiota.

—Te ves deslumbrante.

Regulus volvió a torcer los ojos, pero sintió el conocido calor de su vergüenza subir por su cuello.

—¿Te invito a vernos en la torre de astronomía y lo que se te ocurre hacer es emborracharte hasta convertirte en un bulto torpe y absurdo?

—Te ves bien cuando estás enojado —respondió tontamente, colocando una mano sobre su mejilla y deslizando su pulgar hacia su labio inferior. 

Regulus quería que se lo tragara la tierra. 

—¿Qué estabas pensando?

Era más fácil estar furioso que conmovido.

—Lo mucho que te extraño.

Merlín…

—De acuerdo. Hagamos esto rápido —puso una mano sobre sus hombros para estabilizarlo, y lo miró firmemente a los ojos—. James… —su voz se cortó de un momento a otro y se acobardó en el último segundo. 

Carraspeó y lo intentó de nuevo.

—James…

¿Qué estaba pasando?

Pasó un segundo y luego otro, y otro, y las palabras no salían de sus labios. 

James lo miraba como si sostuviera todo el maldito cielo en su mirada.

No podía ser tan difícil. 

James ni siquiera iba a recordar lo que dijera con lo mucho que había tomado.

Se paró firmemente frente a él, decidido.

—James…—intentó de nuevo.

Nada.

—Ese es mi nombre, sí… —se burló, soltando una risa cálida—. Repítelo, se oye bien cuando lo dices.

Regulus porfirio un bufido de frustración y se llevó las manos a la cabeza.

—Esto es absurdo.

—Reggie —dijo James, un poco más serio— no quiero que terminemos así. Aún hay tiempo… —con una mano, apretó en el lugar en donde sabía que estaba la marca—. Aún podemos arreglar esto.

Oh, no.  

Reggie no iba a ser partícipe de esa conversación.

—Eso no es lo que… —suspiró y lo miró con convicción, furioso con la vida, furioso consigo mismo por no poder simplemente acabar con ello.

—James… —pero las palabras no salían de sus labios.

No tuvo que decirlo, porque James lo hizo primero:

—Te amo —soltó de un momento a otro—. No quiero dejarte ir porque te amo y no voy a amar a nadie de la misma forma. Yo solamente…. Lo sé. No me preguntes cómo, pero eres lo mejor que me ha pasado y no puedo simplemente dejar que… me des una excusa para deshacerte de mí porque piensas que es lo mejor.

James no sabía de qué estaba hablando.

—No les debes nada, ellos no son tu familia —continuó—. Sirius y yo. Nosotros somos tu familia —movió su cabeza de un lado al otro, negando—. Nosotros. Yo —sus ojos lo iban a matar—. Te amo, eso significa algo, ¿no?

“Te amo.”

No era la primera vez que lo decía. Regulus lo había escuchado muchas veces antes. Entre suspiros y gemidos, a la luz del sol y de la luna. Una vez fue tan valiente como para gritarlo desde la torre de la campana de Ravenclaw. Regulus lo había hechizado por eso.

Esas palabras seguían teniendo el mismo efecto de la primera vez. Lo hacían sentir seguro y cálido y como si pudiera dejarlo todo para que estuvieran bien. 

¿Por qué James tenía que hacer todo más difícil? ¿No podía entender que esto era lo mejor para los dos?

Esa era la razón por la que tenía que hacerlo.

Basta de tonterías.

Era su momento. 

—James…

Pero las palabras no querían salir de sus labios. No era tan fácil como pensó que sería.

James puso ambas manos sobre sus mejillas.

—Déjame cuidarte. Puedo cuidarte. Prometo cuidarte.

—No digas eso, no lo hagas.

¿Por qué estaba haciendo esto tan difícil? 

Comenzó a jugar con uno de los mechones de su cabello mientras repetía una y otra vez:

—Por favor, déjame cuidarte.

Bajó sus manos hacia su pecho y siguió hasta su abdomen.

Regulus sentía sus defensas desplomarse lentamente frente a él y tenía miedo

Miedo de fallar. 

Miedo de perderlo. 

Miedo de tenerlo.

—Te amo —repitió James, un susurro en su oído. ¿Cuándo se había acercado tanto?

De un momento a otro, encontró los ojos oscuros de James terriblemente cerca de los suyos y sintió una indescriptible presión en el pecho que no lo dejaba respirar. 

Merde (Mierda)—susurró Regulus, perdiendo la compostura—. Tu ne peux pas me dire ça. (No puedes hacerme esto)

Y eso fue todo.

No estaba seguro de quién había sido, tal vez los dos se encontraron en el medio. Acortaron la distancia como el choque violento del mar contra los riscos en un beso.

Una última vez, se prometió a sí mismo. 

Colocó las manos sobre sus caderas y unieron sus labios en un salvaje juego de dominancia. Podía sentir las aceleradas palpitaciones de su corazón sobre sus labios. Los hizo suyos sin atisbo de duda. Como si aún pudiera reclamarlo a pesar de haberlo dejado ir. 

James era cálido como el verano. Suave como una cama de plumas después de un día agotador. Sus labios sabían a miel y especias

Quería vivir el resto de su vida en ese calor, esclavo de la pasión que fluía entre sus cuerpos. Sus manos encontraron su espalda y presionaron su pecho contra el de él mientras su lengua se hacía paso para explorar cada uno de los sabores en la Hidromiel que había estado tomando: canela, manzana, un tinte amaderado en la punta de su lengua.

¿Cómo podía caer tan fácilmente de vuelta en sus malos hábitos?

James subió las manos a su cabellera, jalando y apretando. 

Un gemido .

¿De quién? No estaba seguro.

Regulus tomó aquello como su señal para detenerlo. No podía dejar que llegaran más lejos. 

Lo empujó con ambas manos hacia atrás, y cuando se separaron, James no lo dejó hacerlo y recargó su cabeza en el hueco de su cuello. Por más que intentaba empujar, James se negaba a soltarlo. Regulus suspiró de nuevo, derrotado, sintiendo la calidez de su aliento sobre su piel.

¿Por qué no entendía que estaba haciendo esto por ellos? 

Solo tenía que decirlo, solo una vez y luego dejarlo ir.

Los labios de James estaban dejando un beso en su clavícula cuando lo dijo:

—Yo también —susurró en su oído con temor— yo también te amo. 

James levantó la cabeza, alarmado y buscó en sus ojos algún tinte de falsedad.

Tal vez eso habría sido suficiente, pero Regulus tenía que decirlo todo. Porque no importaba, después de esa noche no importaría, así que lo iba a dejar realmente ir. Una vez fuera de sus labios, nunca dentro de su mente de nuevo.

—Desde la primera vez en que escuché tu molesta voz —admitió, ante la sorpresa de James— y más tarde cuando te vi volar por la primera vez y luego de eso, cuando te conocí en verdad.

—Reg…

—Y no lo entiendes, nunca lo vas a entender, pero te amo tanto que estoy dispuesto a dejarte ir —negó con la cabeza—. Estoy tomando esta decisión por los dos, porque sé que tú no podrías tomarla.

“Te amo”.

No era la primera vez que lo pensaba, simplemente nunca había sido lo suficientemente valiente para vocalizarlo. Fue lo que pensó mientras el señor oscuro tallaba la marca tenebrosa en su brazo, el dolor de la tinta quemando la parte más sensible de su alma mientras recordaba lo que se sentía que el sol te abrasara, y después de eso, cuando pasó toda la noche llorando porque se creía arruinado para siempre, porque nunca merecería de nuevo a alguien tan puro y bondadoso como James, pero Merlín , como lo amaba. 

 Tenía que admitir, a favor de todos los estúpidos gryffindors de ese castillo, que ser valiente podía ser aterrador.

—Estás tomando la decisión equivocada. Nos debemos a nosotros mismos, la oportunidad de ser felices —le recordó James.

Sus ojos le imploraban que se quedara y Regulus vio su voluntad flaquear.

No había medido la extensión de sus palabras.

Una vez fuera de sus labios, ¿en verdad podría estar fuera de su mente?

“Te amo”.

No predijo la ilusión que nacería en su pecho ante la posibilidad de que, tal vez, James tuviera la razón. Que podía tener ambos: la salida y el amor de su vida. La esperanza era peligrosa, pero James no tenía la razón, Regulus se recordó a sí mismo aquello. James no tenía la menor idea de todo lo que estaba ocurriendo para Regulus.

Solo estaba sintiendo demasiado , demasiado rápido. Tenía que cerrar las puertas. Solo debía cerrarlas. Solo tenía que volver a cerrar el baúl en donde guardaba sus sentimientos. Regulus dió dos pasos hacia atrás y las puertas se cerraron frente a sus ojos con un estruendo.

—Reggie…  —le imploró James, acortando la distancia entre ellos.

—No —respondió severo y seco.

—Después de lo que dijiste, no hay forma de que te deje ir… —le aseguró tomando su mano, atrayéndolo hacia su cuerpo de nuevo. Regulus se opuso, reacio ante su fuerza.

—No tendrás otra opción. 

James lo miró con confusión, herido, pero se mantuvo firme frente a él. Regulus lo miró con amargura. 

No solía llorar, pero estuvo muy cerca de hacerlo esa noche.

—Lo siento —apretó los labios en una fina línea.

—Podemos encontrar una solución —le aseguró, desesperado— puedes venir a vivir conmigo. Te mantendremos a salvo. Encontraremos una forma de remover la marca…

—James… —lo interrumpió bruscamente y suspiró. Un corazón como el de James no soportaría los efectos de la guerra. Tenía que protegerlo de ella y de sí mismo— de haber una solución, ya la habría encontrado.

En ese momento lo perdió definitivamente. 

Cuando su vida era una encrucijada con diferentes caminos y él tomó el que lo apartaba para siempre, porque había caminos por los que James nunca podría acompañarlo.

El momento en que decidió convertirse en la persona que siempre esperaron que fuera para mantenerlo a salvo. 

—Lo siento —levantó su varita—. Obliviate.

Notes:

Este es otro capítulo que sobrepensé demasiado. Espero haberle hecho justicia. Para @Zuze_Carax: Gracias por inspirarme a escribir esta historia. Tqm.

¿Cómo estamos? ¿Creen que es lo suficientemente triste o debería de empeorarlo? jejeje

Cosas random:
-Efffie siendo Slytherin no fue exclusivamente mi idea pero considero que es una genialidad porque esa mujer es LA MUJER. Y leí por ahí que pudo haber sido descendiente de los Black de alguna extraña forma.
-“¿Qué quieres ser cuando crezcas?” "Quiero seguir siendo tu hermano" Recuerden esto.
-Eso de la Zheng Yi Sao totalmente fue inspirado por el capitulo de Our flag means death que @Zuze_Carax y yo vimos el fin de semana. Sirius totalmente querría ser como ella, she's a queen.
-Evan y Barty me dan mucha risa, los amo. Es tan divertido escribirlos cuando están vivos.
-FUN FACT: Evan y Barty viendo quien aguanta más la electricidad es TOTALMENTE una referencia a que ellos serían los dos enfermos que en las fiestas mexicanas se ponen a ver quién aguanta más con la maquina de choques.
-James, si fuera un pollo frito, ¿aún así me querrías?, Potter.
-Obliviate

 

Si llegaste aquí, gracias por leer mi vomito mental. Deja tus teorías en los comentarios, me encanta leerlas.

El siguiente capítulo es la historia de Peter <3

Chapter 5: Peter: Un chico leal

Summary:

Me parece fascinante la historia de villano de Peter pero este no es el fic donde se desarrolla.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Peter

Un chico leal

Ministerio de mágia, departamento de transporte mágico

—¿Peter? —preguntó la voz curiosa y angelical de Gwendoline Limpley. 

Estaban sentados en las bancas que miraban hacia las chimeneas del Ministerio, su rincón favorito en todo el edificio. Un hechizo cubría el Departamento de Transporte Mágico, creando una burbuja peculiar que funcionaba como un espejo de dos vías. Solo ellos podían ver el apresurado ir y venir de las figuras borrosas que, con un pop seco o un suave remolino de llamas verdes, entraban y salían del Ministerio, ofreciendo un espectáculo de llegadas y partidas.

A veces pasaba horas allí sentado después de su jornada laboral, inventando historias sobre sus vidas o imaginando cómo entraba a sus cabezas por unos segundos para observar todo a través de sus ojos. A veces se envolvía a sí mismo en el anhelo de ser ellos, conjeturando si sus vidas serían más sencillas y ¿cómo es que él había logrado enmarañar tanto la suya?

—¿Estás aquí? —volvió a preguntar Gwen.

Peter se sobresaltó.

—¡Oh! —tomó el periodico que tenía a su lado con rapidez y nerviosismo, levantándose de golpe—. ¿Necesitas que me mueva?

—No —Gewn se rió suavemente y palmeó el lugar donde había estado sentado junto a ella segundos antes, invitándolo a regresar—. Te estaba preguntando si tienes planes para esta noche.

—¿Esta noche? —Peter tragó grueso.

Esa noche.

Efectivamente. Tenía planes. 

El Señor Tenebroso lo había convocado a una de las reuniones clandestinas de su partido político, porque eso era, ¿cierto? El Señor Tenebroso requería que lo actualizara con la información más reciente sobre los planes de la Orden del Fénix. Necesitaba nuevas formas de sabotear sus defensas, saber cómo aprovecharse de la baja moral de su bando y quiénes eran las personas más influyentes en las que deberían enfocar sus ataques.

También era la noche previa a la boda de su mejor amigo: James Potter. La presión le traía los pelos y orejas de puntas. Gwen sonrió pacientemente.

—Siéntate, Peter. Me hace sentir culpable verte ahí parado.

Se sentó, las palmas de las manos le estaban sudando y de repente hacía mucho calor. 

La única persona por la que Peter había sentido un centenar de Bowtruckles danzando  con sus pequeñas ramas haciéndole cosquillas desde dentro durante su adolescencia había sido Pandora Senwlyn. Aquello no había terminado bien. Así que ahora, presentado con otra hermosa e inteligente chica por la que sentía algo parecido, no podía evitar pensar que terminaría de la misma forma.

Gwen era la mujer más hermosa que Peter hubiera visto jamás, pero no de la manera en que Pandora lo era. Gwen tenía una nariz redonda y los dientes frontales tan grandes como los de un conejo, y su andar era cómico, la manera en que siempre llevaba más cosas de las que podía cargar y aún así se tomaba el tiempo para saludar a todas las personas con las que se topara, le recordaba a Peter al verano y las abejas, a las flores y el campo, era simplemente perfecta. 

Peter estaba irremediablemente hipnotizado por su aura.

—¿Gewn? —le preguntó nervioso— ¿Qué es eso?

Apuntó la mirada a un pequeño contenedor de plástico que yacía en su regazo donde una pequeña y familiar criatura lo saludaba. Demasiado familiar.

—¡Ah! Es la mascota de Patrick, mi sobrino —la chica se rió—su nombre es Scrabbers. —La pequeña rata rascaba la pared del contenedor con emoción.

—¿Tu sobrino?

Asintió con la cabeza. 

Peter había escuchado el rumor por los pasillos del departamento. La hermana de Gwen se había casado con un muggle y tenían un hijo que no había mostrado ningún tipo de manifestación de magia a sus quince años. Ambos fallecieron en uno de los más recientes ataques del señor tenebroso. Sus fotos salieron en el Profeta bajo el titular: “Terrible accidente deja a niño squib sin familia” . Parecían buenas personas, buenos padres. No tenían nada que ver en el juego de ajedrez político que se estaba jugando tras bambalinas. Peter se había sentido culpable al verlos sonreírle de vuelta desde el periódico.

—Le compré a este pequeñín para que lo acompañe, pero se enfermó y tenemos que administrarle medicina cada cuatro horas —sonrió—Patrick me hizo prometer que no utilizaría magia para curarlo.

—Las ratas no son mascotas muy populares entre los niños.

—Realmente no entiendo por qué. Mira a este pequeñín —levantó la caja de plástico para que tuviera una mejor vista de él— es inteligente, curioso y hace los ruidos más adorables cuando le das de comer.

Peter sonrió de lado a lado, pensando en cómo siempre se había avergonzado de que su propia forma de animago fuera un animal que él consideraba tan minúsculo. Ahora, ante los ojos cariñosos y amables de Gwen, no parecía ser tan terrible.

—¿Entonces? ¿Qué dices? Los de la oficina quieren celebrar el cumpleaños de Bridget y a todos nos gustaría que estuvieras ahí.

—Esta noche no puedo —respondió con pesar. Gwen sonrió, pero la decepción se trasladó rápidamente a sus ojos—. Es decir… me encantaría… —se apresuró a aclarar—...pero mi mejor amigo se casa mañana ¡James Potter! Ese es su nombre. No estoy mintiendo, puedes buscarlo en el Profeta, estoy seguro de que publicaran una página entera sobre ellos en la sección de sociales apenas termine la boda.

—Potter, ¿eh? —Gwen volvió a reír y asintió con la cabeza.

Durante el resto de su descanso, ninguno dijo nada más, se dedicaron a mirar a las personas que entraban y salían de las chimeneas del ministerio a través de las brillantes flamas verdes. Peter solo podía pensar en el olor de su perfume.

—¿Estás seguro de que no hay forma de que pueda convencerte de venir esta noche? ¿Tal vez puedas traer a ese tal Potter?

Peter simplemente no podía concebir la idea de James conviviendo con los magos de su departamento. Para él, eran tan cuadrados como la jaula que Gwen sostenía en ese momento: metódicos y amantes del protocolo y la discreción por encima de todo. La idea de James, espontáneo, ruidoso, y siempre en busca de la próxima aventura, encajando en ese ambiente burocrático y serio era absurda.

—Hmm. Tal vez… —hizo una expresión como si lo fuera a considerar y le dedicó una sonrisa empática. Tal vez podría cancelar la reunión con El Señor Tenebroso y ofrecerle a James la oportunidad de una segunda despedida de soltero. Luego de unos segundos, sacudió la cabeza y mintió, algo que ya se le había hecho tan fácil como respirar—. Lo siento, mi amigo en verdad me necesita esta noche.

—Tal vez la próxima vez, ¿entonces? —preguntó esperanzada. 

Peter asintió con la cabeza, incapaz de creer que lo que estaba sucediendo era real, que la chica más linda del departamento de transportes mágicos quisiera salir con él y que él, patético y cobarde como siempre, la hubiera rechazado. Gwen se levantó, planchó su vestido con las manos, y, antes de irse, se volteó y volvió a sonreír, resplandeciente.

—Un chico leal —dijo con gusto—. Me agrada.

 

 

Irónicamente, el primer patronus en llegar a su destinatario fue el que iba dirigido a la persona que había pasado menos tiempo pensando en Regulus Black en la última década.

Peter Pettigrew volcó su tintero del susto, haciendo que la tinta se derramara sobre su chaqueta y varios documentos. Observó el cisne con extrañeza mientras volaba por el techo de su pequeña oficina y aterrizaba directamente sobre los papeles del reporte que había estado tratando de completar por horas, agradecido de que, al menos, aquello lo exentara de terminarlo.

Inmediatamente la voz de Pandora inundó su oficina:

—No puedo explicar la importancia de su respuesta a este llamado. Merodeadores, si hay algo por lo que vale la pena luchar en esta guerra, se encuentra aquí, ahora…. 

Peter escuchó el mensaje por completo en total confusión. El cisne desapareció frente a sus ojos de un segundo a otro, dejándolo pasmado.

—¿Regulus Black? —le preguntó al vacío de su oficina, mientras su rostro se arrugaba con ansiedad.

¿Por qué lo necesitarían a él para salvar a Regulus Black?

Entre los nervios y las dudas, algo más se le vino a la mente.

Hacía mucho tiempo que nadie lo llamaba “Merodeador” . Específicamente, desde que había empezado la guerra. Como si sus apodos hubieran sido juegos que dejaron atrás una vez que era necesario que crecieran.

 

 

Hogwarts, 1976

 

James lo perseguía por los pasillos.

—¿Qué es, Wormtail? ¿Por qué has estado tan raro últimamente? ¿Es por Reg? —bajó su tono de voz considerablemente al decir su nombre—. ¿Es porque he estado pasando todo mi tiempo con él?

—¿Regulus? ¿Qué tiene que ver Regulus en todo esto?

—Shhhh, un poco más bajo —lo miró con reproche—. ¿Es por Sirius y Remus?

—¿Qué?¿James?

—¿Peter?

—¿De qué estás hablando?

James soltó un gruñido y dio una vuelta sobre sus talones.

En un momento de distracción, Peter se tropezó con algo duro que casi lo hace besar el suelo de no haber sido por la ayuda de James. Levantó la cabeza y capturó con su mirada el rostro burlón de Snape luciendo una sonrisa de satisfacción. James hizo un gesto grosero con su dedo hacia él y lo empujó a un lado del pasillo, sacándolo de su camino.

—Vete a bañar, Snivellus —le gritó con desprecio.

—No tengo ningún problema con sus respectivas parejas…—retomó exasperado, pero lo pensó mejor—. Aunque, ¿sabes? desearía que no vinieran a contarme cada vez que algo sale mal con ellos.

—Wormy, tú das los mejores consejos…

Peter se ruborizó levemente. No entendía cómo lo escuchaban a él, que aún ni siquiera había dado su primer beso. A veces tampoco entendía cómo era que ellos, con tanta experiencia, podían ser tan obtusos, pero eso no tenía nada que ver con lo que estaba pasando.

—No quiero hablar de eso ¿Está bien? —le respondió a la defensiva. 

Lo último que quería era convertirse en un peso más sobre los hombros de su mejor amigo. Peter podía resolverlo solo. Tenía el derecho de guardar sus secretos. James no tenía que saber absolutamente todos y cada uno de sus pensamientos como lo hacía con Sirius.

—¡Ah! —James saltó con éxito en su lugar— Entonces si hay algo de lo que hablar…—Peter afincó el agarre que tenía sobre sus libros y siguió caminando hacia la biblioteca sin dar un paso en falso—. ¡Vamos! ¡Wormy! ¿Para qué somos amigos si no es para contarnos estas cosas?

—James…

—¡Pete!

—Tu sabes todo sobre mí, ¿por qué no puedo-

—¡James!

Dejó de caminar frente a su amigo, deteniéndolos a los dos en seco, y lo miró con reproche.

Cruzando el pasillo a una velocidad inhumana, se encontraba nada más y nada menos, que una apresurada cabeza pelirroja que chocó contra la espalda de James, haciendo que sus libros cayeran al suelo frente a ellos.

—¡Argh!

—Oh… lo siento —se disculpó James, verdaderamente avergonzado, y la ayudó a recogerlos. Lily entrecerró los ojos en su dirección y los tomó con agresividad. Estuvo apunto de abrir la boca para decirle algo de regreso pero pareció pensarlo mejor de un segundo a otro.

—No, ¿Sabes qué? Hoy no tengo tiempo para tí, Potter — y siguió su camino.

Peter y James se miraron, extrañados y divertidos, a pesar de la conversación agitada que habían estado teniendo hace segundos, y los dos lanzaron una carcajada.

—¿Cuál es su problema? —le preguntó Peter con gracia.

—Esta vez solo dijo que hoy no tenía tiempo, y no me llamó “Idiota”, ¿te diste cuenta?

—Explícame de nuevo ¿Por qué te interesa ser amigo de Evans? ¿No estás perdidamente enamorado del hermano de tu mejor amigo?

—¡PETE! ¡Wormy! ¡ Worms ! —se rió nervioso—dijimos que íbamos a ser sutiles al respecto ¿No es así? ¿Para que no haya malentendidos? Reg no quiere que nadie se entere. Tal vez podrías bajar un poco el tono de voz también… —continuaron su caminata—. Él no tiene nada que ver con esto. Se trata de convertir nuestro sexto año en el mejor año en la historia de Hogwarts. Lo único que podría hacerlo mejor sería que las chicas superaran su aversión por los merodeadores y se unieran al comité de la gran broma de final de año. Ese es el objetivo. ¡Tú también deberías trabajar en ello! ¿Cuándo vas a hablar con Pandora? Un momento… ¿Esto es por Pandora?

Pandora tampoco era el problema. Su mundo giraba, solo parcialmente, por la Ravenclaw de cabello del color de la luna. 

—No tiene nada que ver con Pandora. No lo vas a dejar ir, ¿cierto? —suspiró cansado, dándose por vencido—. No lo vas a dejar ir hasta que te cuente, ¿cierto? —James le suplicó con la mirada y Peter volvió a suspirar. Miró hacia un lado y otro del pasillo, asegurándose de no ver a Remus o Sirius por ningún lado, tenían la molesta costumbre de materializarse en el aire de un momento a otro cuando estaban hablando de cosas serias—. Está bien…—vio a James iluminarse de alegría.—¿Tienes el mapa?

—Creo que no.

—Hmm… Entonces, ¿vamos a la habitación del tapiz del hombre lobo?

—¡Me parece maravilloso!

 

 

—¿Entonces todo esto es porque no CREES que los DEMÁS CREAN que eres un merodeador de verdad?—preguntó James, ceja levantada y mirada escéptica— ¡Eso es ridículo!

“Tu eres ridículo” , quería responderle de regreso. 

Tragó grueso y jugó con sus sudorosas manos.

—No necesitas la confirmación de nadie, Worms, pero si te sirve de algo, yo te considero el mejor de nosotros… estoy seguro de que Remus también lo hace, y… bueno…la única razón por la que Sirius nunca lo admitiría es porque piensa que ÉL es el mejor de nosotros. De todas formas ¿A quién le importa lo que digan los demás? Nosotros somos tus amigos, ¡no ellos!

“¡A mí! ¡A mí me importa!” , quería gritarle al tope de sus pulmones.

—No es tan sencillo… —terminó respondiendo malhumorado—. No lo entenderías, James.

Su mejor amigo entrecerró los ojos en su dirección, desafiante.

—Pruébame.

Peter siempre tuvo la opción de pedirle a James que no lo intentara más por él, que solo dejara las cosas ser como eran. A veces se imaginaba recordándole que no tenía por qué esforzarse tanto, que la amistad no era algo en lo que tuvieras que trabajar tan arduamente. Sin embargo, desde los diez años, cuando James Potter había decidido que el niño que comía flores de su jardín (porque sabían a herbología) sería su mejor amigo, no hubo fuerza en el mundo que acabara con su amistad. 

James se rehusaba a creer que hubiera un mundo en el que ellos dos no fueran mejores amigos. Peter no se sentía merecedor de ese título.

A veces tenían que extraerle la verdad como si fueran mandrágoras a punto de ser trasplantadas, reacias al cambio y a su exposición a la luz. Le gustaba el confort de su propia mente. Le gustaba guardar secretos bajo tierra, en especial aquellos que lo avergonzaban. James siempre lograba, a pesar de todo, desenterrarlos, y Peter siempre se sentía mejor cuando, al final del día, se encontraba en el lugar seguro que era la amistad de James Potter.

Tragó grueso y apretó los labios hasta que no pudo mantenerlos cerrados por más tiempo. 

—Está bien —suspiró—. Aquí va —se preparó mentalmente y evitó la mirada de James cuando comenzó a explicarle—. Estoy cansado de que todos se pregunten: ¿Por qué el niño callado y tímido que se suponía que estaría en hufflepuff, terminó en gryffindor? y ¿Por qué es mejor amigo de los chicos más populares de la escuela? —se mordió el labio con frustración.

El sombrero seleccionador se había tardado trece minutos en elegir una casa para él. Era lo que llamaban un “Hatstall”. Los Hatstalls eran peculiares, sólo había uno alrededor de cada cincuenta años. Algo así solo sucedía cuando el sombrero no podía definir cuál casa sería la mejor para el alumno, ya fuera porque compartía cualidades de todas ellas o porque no encajaba en ninguna. Años después, su papá le contó que el sombrero seleccionador preguntaba la opinión del alumno solamente cuando no estaba seguro de qué sería lo mejor para él, esperando que la pregunta aclarara las dudas de ambos ¿Algo gracioso? Cuando el sombrero le preguntó la suya, él tampoco supo la respuesta.

—Bueno… esas personas claramente no te conocen como nosotros —refutó James.

—En verdad no creo que puedas entenderlo. Nadie nunca ha dudado de quién eres o si te mereces lo que tienes o dónde estás… —A pesar de la delicadeza con la que había intentado entregar sus palabras, el impacto que tuvieron en James fue inevitable. Su rostro se descompuso—. No estoy diciendo que no quiero ser un merodeador o que no quiero ser tu amigo…

—En verdad espero que no estés diciendo eso…—lo interrumpió. James siempre le había dado el lugar que se merecía, incluso cuando él mismo no podía dárselo, y ese era el problema. No podía seguir dependiendo de él.

—Lo que estoy diciendo…—retomó nervioso, sintiendo un nudo en el estómago y teniendo que forzar las palabras por su garganta—, es que quiero que la gente me conozca por quien soy. Yo . Peter Pettigrew. No Wormtail. No el mejor amigo de James Potter y Sirius Black. 

—¿Qué tiene de malo ser Wormtail?

—No tiene nada de malo —refutó frustrado.

—No tienes que demostrarle nada a nadie.

—No es eso, James… —los dos conectaron miradas. Peter se encogió de hombros.

¿Qué puedo hacer?, le preguntaba inaudiblemente James. 

James, quien pensaba que podía tomar el peso de los problemas de todos por sí mismo y cargarlos hasta el final de sus días. 

—Tal vez… no quiero demostrárselo a los demás. Tal vez solo quiero demostrarmelo a mí mismo —tragó grueso—. No puedes salvarnos a todos ¿Puedes entender eso?

James se quedó callado por un largo rato, una escena poco común, y asintió pesadamente con la cabeza cuando se dio cuenta de que no había nada más que pudiera hacer o decir. En efecto, no podría salvarlos a todos. La vida le demostraría, años en el futuro, que había personas imposibles de salvar.

 

 

Antes de entrar a Hogwarts, James y Peter habían prometido ser siempre valientes. 

La valentía no es la ausencia de miedo, es la fuerza para superarlo —le había dicho James—. Eso es lo que dice mi papá y suena como que tiene la razón.

A veces pensaba que, con la cantidad de miedo y ansiedad que sufría cada que sus mejores amigos lo metían en aprietos, no había nadie más valiente que él en toda la torre de Gryffindor. 

Si solo los demás pudieran verlo como él lo hacía…

Esa era la razón por la que no podía salir con Gwendoline Limpley esa noche.

No era por cobardía sino lo contrario.

Tenía una cita más importante con El Señor Tenebroso, una que no podía evitar. 

Unos meses atrás, tomó la decisión de infiltrarse en el bando de Voldemort y funcionar como un espía doble para asegurarse de que sus amigos estuvieran a salvo desde todos los flancos. Era un trabajo pesado para el que no estaba hecho, pero debía demostrarse a sí mismo, y a sus amigos, el valor que tenía dentro de su pequeña familia encontrada. Lo más difícil era intentar sobrellevarlo todo sin la ayuda de nadie. Si algo le habían enseñado los merodeadores, era que la vida era más fácil cuando enfrentabas tus propios miedos de la mano de tus amigos. Ahora el caminaba solo por los rincones más oscuros del mundo.

¿Dónde yacía realmente su lealtad? 

Simple y sencillamente, siempre le perteneció a sí mismo, y había decidido compartirla con las tres personas que le importaban más en ese mundo: James, Remus y Sirius.

Después de su mamá, por supuesto.

 

 

La voz preocupada de Remus encendió con llamas su chimenea, regresandolo a la realidad.

“Regulus Black.”

—¿Peter? ¿También lo recibiste?

—Lo acabo de escuchar —respondió apresurado mientras se acercaba a las flamas.

—Sirius está… —la comunicación parecía cortarse.

—¿Ya hablaste con James?

—No puede ser real, Wormtail. Es demasiado conveniente.

—Pensé lo mismo, pero…

Peter no podía confesarle que tenía que ser real, porque de otra forma, hubiera escuchado de aquel plan en la última reunión de los mortifagos. Al parecer, Regulus Black, de todas las personas en ese mundo, en verdad necesitaba su ayuda.

Notes:

Estoy tomando este pequeño espacio del internet como terapia. Solo quiero recordarle a las tres personas que me leen que las personas que escriben fanfiction, a diferencia de las que lo hacen para publicar y cobrar por sus libros, lo hacen por amor al arte. Sean amables con esas personas y su proceso de crecimiento. Probablemente están compartiéndolo para conectar con ustedes. Al momento de dar recomendaciones para su crecimiento, sean lo más amables y empáticos que puedan con ellos. Nunca sabes cuándo pueden estar obstaculizando el proceso de otra persona en un intento de ayudarlos.

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AHORA SÍ.

Este capítulo es corto ¿Le pude haber hecho más justicia a Pete? Sí ¿Lo hice? No, porque no quería extenderme más, quiero que nos metamos de lleno en la trama de la historia. Estas pequeñas biografías individuales solo sirven para enriquecer el gran evento y es mi forma de darle su sitio a todas las piezas del rompecabezas.

Cosas random:
-Quería meter a scrabbers, jajaja. Se me ocurrió que fuera la mascota de Gwen porque quería que Pete se sintiera entendido por esta persona maravillosa en su vida y qué mejor forma que con su forma de animago.
-Es canon que las ratas son las mascotas menos populares de Hogwarts.
-Peter solo quería demostrarle a sus amigos que podía valerse por sí mismo, pero salió mal.

 

El siguiente capítulo es el de REMUUUUUUUS. Estoy emocionada, es de mis capítulos favoritos.

 

AVISO: Me voy a tardar un poquito más en subir el siguiente capítulo porque... quiero hacerle más justicia a la historia de Remus así que trabajaré duro en expandirla un poco más estos días. Pero no me voy <3

Chapter 6: Remus: Perdonar es el valor de los valientes.

Summary:

La tristeza en la vida de Remus es directamente proporcional a lo maravillosos que son sus amigos.

Notes:

Este es un capítulo BONUS dedicado exclusivamente a mi personaje preferido: Remus Lupin. Si no tienes interés en conocer más sobre su vida en este fic puedes pasarte este capítulo sin problemas, no es necesario para el plot general de la trama de Regulus.

TW: Palabras altisonantes (disculpen, hay una muy fea que me hace sentir muy mal), violencia, homofobia y mucho angst en general.

Sean amables con su mente.

Canción mencionada en este capítulo: I hope I don't fall in love with you - Tom Waits

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Remus

Perdonar es el valor de los valientes

Barking y Dagenham, Londres - 1970

 

—¿Qué tal se sienten las cadenas?

Remus miró a su padre con miedo.

—Están bien —murmuró suavemente, tratando de esconder su miedo.

—Lo siento, Remus. Sabes que lo hago por tu bien, ¿verdad?

Asintió con la cabeza, pero las palabras de su padre no lo ayudaron a sentirse mejor.

 

 

1965

 

—Tomate esto —Lyall le tendió un líquido espeso, verdoso, de mal olor y aspecto. Remus arrugó la nariz con desagrado, pero se lo tomó hasta el fondo.

Tenía solo seis años la primera vez que su padre intentó curar su licantropía. El primer experimento de Lyall Lupin fue a base de fármacos, pócimas, elixirs y antídotos, que tenían una gran variedad de efectos extraños en su cuerpo. 

El síntoma secundario más inofensivo fueron las erupciones de su piel en lugares incómodos, luego de eso estaban los dolores de cabeza, estómago y la somnolencia, una vez sus padres habían tenido que tirarlo en una tina llena de hielos cuando la fiebre hizo que alucinara que se encontraba en un bosque rodeado de otros hombres lobos que se veían exactamente como él pero querían matarlo. 

Remus no recuerda nada sobre el incidente, pero su padre dice que trató de atacarlo con uno de los cuchillos de la cocina.

—No fue tu culpa, cariño —le aseguró Hope al día siguiente, cuando la fiebre se había despejado.

—Intentaremos otra cosa —le prometió su padre.

Remus no recuerda muy bien aquella parte de su niñez, estuvo llena de sueños febriles, situaciones engorrosas y la voz de Jimi Hendrix desde el altavoz de la radio de la sala que su madre usaba para arrullarlo.

 

 

1967

 

El segundo intento de curarlo comenzó con Hope Howell buscando ayuda en su iglesia local. Aquello no funcionó más que para aterrar a los sacerdotes y que no se les permitiera volver a poner pie dentro de la iglesia, pero le dio otra idea a su padre.

Solo dos meses después, un extraño chamán-mago estaba sentado frente a ellos en el sofá de su pequeña casa de Barking y Dagenham.

—Si podemos despegar la esencia maligna del lobo del niño, tal vez podamos curarlo —les aseguró— pero tienen que estar conscientes de que es un proceso extremadamente complicado y… —el hombre había mirado a Remus con lástima— doloroso. Tal vez sería mejor hacerlo cuando el niño haya crecido un poco más.

Hope  lo abrazó tan fuerte como pudo y dejó un beso en el tope de su cabeza.

—Haremos lo que sea —le respondió Lyall seguro.

Su padre sentía que estaba en una carrera contra el tiempo. Si Remus no podía curarse para el momento en que tuviera que ingresar a la sociedad mágica, cuando tuviera que estudiar y relacionarse con otros niños de su edad, entonces todo aquello habría sido en vano y su reputación caería por los suelos ante el ministerio, quien había estado financiando gran parte de su investigación. Tal vez fue su desesperación lo que lo cegó ante los efectos de lo que aquello estaba causando en él. Lo mucho que lo estaba cambiando de otras formas mucho más letales y permanentes.

El chamán lo llevó a una región desértica de Inglaterra llamada Dungeness, en donde conoció a la pequeña manada de muggles liderada por Fianna. Era la primera vez que interactuaba con personas que sufrían de su misma condición. La manada de Fianna no era muy grande, tres o cuatro hombres y mujeres lobo que vivían juntos en un tráiler a la mitad del único desierto de Inglaterra.

—Es tan jóven —dijo cuando lo vió por primera vez.

—Fian, tal vez necesita serlo… tal vez esa es la clave.

A sus siete años, durante la luna llena del verano del 67, Remus Lupin fue el primer menor de edad en pasar por la terapia espiritual inventada por Belenus Fincher para expulsar al lobo del hombre. Afortunadamente, este tipo de terapias dejarían de existir con la muerte de Fincher en los 80.

Años en el futuro, después de intensas décadas de su propia investigación para el ministerio de magia, Remus descubriría que el lobo y el hombre no son dos entes independientes que se puedan separar. Lo que suceda con el lobo, afecta directamente al hombre.

Lo que vivieron ambos, Remus y Moony, no tuvo precedente.

Regresó de Dungeness como una persona diferente. Nunca más fue el niño inocente al que la vida le había arrebatado la oportunidad de ser normal, era un animal salvaje y nada más que eso. Su temperamento comenzó a empeorar alrededor de las lunas llenas con drásticos cambios cíclicos de ánimo. Semanas de manía seguidas de las más debilitantes semanas de depresión. Sus padres se habían encontrado con la pared al final del camino.

Remus se preguntaba a veces, si de no haber visitado Dungeness, su vida hubiera sido diferente.

 

 

1970

 

El tercer y último experimento que realizaron en Remus fue con magia de transfiguración, intentando hacerlo volver a su forma humana a la fuerza durante las noches de luna llena. Aquel fue el más cercano al éxito que tuvieron, sin embargo, a pesar de los exhaustivos intentos de su padre por mantenerlo a salvo, los maltratos físicos y psicológicos que sufrió el lobo lo llevaron a empeorar su condición como humano. 

Para el día en que cumplió once años y sus padres recibieron la visita de Dumbledore, lo que quedaba de Remus no era más que un saco de huesos envuelto en heridas y dolor que aclamaba vehementemente misericordia a través de la violencia. El lobo había tomado casi todo el control sobre él y los había convertido en un animal feral.

Si hay una razón por la que Remus le debe su lealtad a Dumbledore, es por haberlo sacado del apartamento de Barking & Dagenham y el cuidado de sus padres.

—Lyall, a veces debemos dejar ir lo que amamos —había escuchado el pequeño Remus tras la puerta de su cuarto—Te conozco desde hace mucho tiempo y sé que no eres un mal hombre, pero lo que estás haciendo con Remus es horrible. Lo estás torturando. Cuando te des cuenta, ya no tendrás nadie a quien salvar. Es hora de que lo dejes ir y le des una oportunidad de ser un niño.

La profesora Minerva Mcgonagall lo había hecho sonar como que tenía una opción, pero la realidad era que siempre estuvieron listos para sacarlo de ahí costara lo que costara.

Remus se sentía terriblemente culpable, si solo pudiera controlar al lobo todo aquello no estaría sucediendo. Su madre pasó el día entero llorando sin cesar y él no tenía la menor idea de cómo consolarla. Esa sería la última vez que la vería en mucho tiempo y lo único que recordaría de ella sería eso: la profunda tristeza y arrepentimiento en sus ojos. Tuvieron que sacar a Remus a la fuerza, mientras pateaba y golpeaba lo que se pusiera en su camino. 

Una vez que llegó a la manada de La Reserva su vida cambió por completo.

—Pasarás una semana en aislamiento junto a Tozlu —le dijo un joven Alastor Moody—no intentes nada raro con él. Solo está aquí para ayudarte —luego, en un intento de ser amable:—Nadie te hará daño aquí, chico. Debes entender eso.

“Lobos de la luna, guardianes de la vida” , eran las palabras escritas en las grandes puertas de metal por las que pasó Remus en su primer día en La Reserva. Pocas personas sabían de la política entre los licántropos, pero Remus vivió rodeado por ella toda su vida, se podría decir que era un experto en la materia. El legado de los Lupin. 

El mundo mágico contaba de diferentes manadas identificadas por sus alineamientos políticos: La Reserva, Los guardianes, La Manada de Fenris y Los Garras Roja.

La Reserva era el asentamiento más grande de hombres y mujeres lobos que contaba con más de doscientos cincuenta de ellos viviendo en comunidad en un lugar cedido y protegido por el Ministerio de magia a las afueras de Escocia. Estaba protegido por toda clase de encantamientos protectores y anti-muggle; y no respondía políticamente a nadie, pero habían accedido a integrarse a la sociedad mágica de manera civil. 

Pasó el resto de su vida escolar en La Reserva, en donde por primera vez no tuvo que pasar la luna llena encerrado en un celda con garrotes de plata. 

El lobo en su interior fue mucho más amable con él después de eso.

 

 

Hogwarts, 1971

 

—Sirius Black —se presentó el chico pomposo.

—Remus —contestó de mala gana.

—James Potter —lo secundó el de al lado.

—¿Siempre utilizan sus apellidos para presentarse?

Ambos se miraron confundidos y luego encogieron los hombros en sincronía.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó el pelinegro de rizos y ojos azules.

Remus ocultó el libro en su bolso y miró hacia otro lado, tratando de ignorarlos.

—¡Peter! —gritó Potter hacia el corredor—Ven a conocer a mis nuevos amigos.

—Yo no… —comenzó Remus, pero un chico regordete entró por la puerta y lo saludó con una mano en el aire.

—¡Hola! Peter Pettigrew.

Remus puso los ojos en blanco.

—¡Hola, Pete! —saludó Sirius emocionado.

—¿Un hijo de muggles? —preguntó Pete confundido.

Remus levantó la mirada amenazadoramente, listo para defenderse de cualquier ofensa que tiraran en su dirección. Ya estaba acostumbrado a ellas, no esperaba que fuera diferente al resto de su vida.

—¿Es un parche de Pink Floyd? —interrumpió Sirius. Remus miró la manga de su chaqueta militar como si no supiera a qué se refería—¡Genial! ¿Crees que puedas prestarme tu ropa para navidad? —se volteó con James para explicarle—. Mis padres odian a los muggles —lo dijo como si aquello no significara nada, como si Remus, un hijo de muggles, no estuviera allí—ya me puedo imaginar su rostro cuando me vea llegar vestido como uno a la cena de navidad.

Remus resopló por lo bajo con furia.

—¿Esto te parece divertido?

Sirius lo miró con perspicacia y algo más, algo que no sabría reconocer hasta años después. Cuando Sirius te miraba así, sentías que eras el centro del universo.

—Remus, no tienes idea de lo divertida que será nuestra vida de ahora en adelante.

Y en verdad no lo sabía.

 

 

Una de sus mejores bromas ocurrió el día de San valentín.

Fue después de que Snape le declarara la guerra a los merodeadores insultando a Remus.

James sobornó a uno de los alumnos de primer año para que dejara caer unas cuántas gotas de la Poción Eruptifera que habían preparado Peter y Remus, mezclada con la Poción Retrasada de Flatulencias que había conseguido Sirius, en el jugo de calabaza de la mesa de Slytherin.

Eso hizo que por el resto del día cada veinte segundos, aquellos que habían tomado la poción, soltaran grotescos eructos impredecibles y ruidosos; haciendo imposible que se acercaran a sus respectivas infatuaciones. 

Aunado a eso, a mitad de la noche, todos salieron de sus camas con la urgente necesidad de ocupar los baños, sufriendo las terribles consecuencias de la Poción de Flatulencias de Sirius. Las tuberías de los baños de las mazmorras, casualmente, estaban presentando un par de problemas, y había fila para ocupar los del resto del castillo.

Regulus fue una de las pocas serpientes que lograron evitar su destino. Remus estaba seguro de que no era una casualidad.

Los merodeadores rieron y se regodearon en el orgullo de una broma bien realizada. El estómago le dolió por días después de eso gracias a las carcajadas que soltaba cada que veía a uno de ellos en la fila del baño.

Recuerda haber pensado que Sirius tenía razón.

No tenía idea de lo divertida que podía ser su vida.

 

 

1972

 

En La Reserva cada lobo podía decidir cómo lidiar con su condición, la única norma era que, sobre todo lo demás, debían salvaguardar su secreto y la vida alrededor de ellos. 

Suena como a algo que puede salir mal bastante rápido, pero todos estaban allí por decisión propia y, si algo los unía, eran sus instintos de autopreservación y su necesidad por la aprobación de la  sociedad mágica.

Remus se sentó a un lado de Tozlu, sobre un cojín flácido que yacía en el techo del edificio central de La Reserva. 

Tozlu era uno de los lobos más viejos. Era un hombre alto y delgado, con una barba larga y cabello grisáceo, sus ojos eran de un profundo color ámbar, su mirada penetrante y sabia; su piel pálida, suave y arrugada era la perfecta combinación para su voz tranquilizadora. Le recordaba a su padre, si su padre fuera John Lennon. 

Estaba marcado de pies a cabeza con tatuajes tribales que en un principio lo habían aterrorizado, recordandole al chamán de Dungeness, pero el resto de Tozlu era lo opuesto a él. 

Había sido convertido en hombre lobo de niño, al igual que Remus, pero su familia lo había inculcado desde pequeño en el arte de la meditación y con el tiempo había desarrollado la habilidad de controlar su propia mente durante las transformaciones. 

Era uno con el lobo, así es como los demás lo describian. 

También era la persona a la que todos recurrían cuando tenían problemas con su pequeño problema peludo.

—Remus —una sonrisa arrugada se hizo paso por sus facciones.

Remus asintió con la cabeza y desvió la mirada hacia el sol del amanecer.

—¿Cómo te sientes hoy?

Se encogió de hombros.

—La luna llena está cerca, lo puedes sentir en la magia del ambiente ¿no es así?

Asintió con la cabeza.

La primera lección que le había enseñado Tozlu había sido: “Perdonar, es el valor de los valientes.” 

Le tomó mucho tiempo entender que se refería a sus padres y, después de años, aún no estaba seguro de haberlo entendido por completo, o de haber podido perdonarlos. Después de todo, lo habían dañado en formas irreparables.

Sin embargo, Remus no sabía lo mucho que había necesitado escuchar esas palabras hasta que, durante una de sus meditaciones la primera semana después de su llegada, se soltó a llorar y se permitió a sí mismo sentir el dolor y la angustia que ni siquiera podía entender que vivía dentro de su cuerpo.

—El lobo también necesita tener una voz —le había dicho mientras lo consolaba.

Había aprendido tanto de Tozlu en los últimos años. Le estaría eternamente agradecido por acogerlo entre sus estudiantes.

—¿Quieres meditar un rato? Estaba por agradecerle al sol.

Remus asintió con la cabeza y, en silencio, meditaron hasta que el sol dejó de esconderse por el horizonte.

—Fue una buena sesión ¿No es así?

Lo había sido, Remus se sentía mucho mejor. 

Esa mañana había peleado con Corvell, uno de los cuidadores.

No soportaba el malhumor de los lobos de La Reserva cuando estaban a punto de sufrir los efectos de la luna llena. Todos se volvían un poco más groseros y violentos, en especial los que estaban encargados de cuidar de los más pequeños. 

Corvell había golpeado a uno de sus amigos.

Surpiró.

Había otra cosa que había estado molestando a Remus durante el verano del 72.

—Tozlu… —susurró con reserva.

—¿Sí?

—Mis amigos en Hogwarts no saben que soy un hombre lobo.

—Oh, ya veo ¿Piensas que eso cambiaría su visión de tí?

Asintió con la cabeza.

—¿Tienes miedo de perderlos?

Remus desvió la mirada hacia sus manos sin contestar.

—Estos amigos tuyos… ¿Cómo son?

Se encogió de hombros y lo pensó por unos segundos.

—Amables y… se preocupan por mí. Quisiera que no se preocuparan por mí.

Sus padres también habían estado sumamente preocupados por él antes de haberlo hecho pasar por toda clase de experiencias aterradoras. 

Como si pudiera leer sus pensamientos, algo de lo que Remus estaba seguro que era capaz, Tozlu respondió:

—Las experiencias, en esta vida, no pasan de la misma forma dos veces.

Remus asintió.

—Ellos también me querían —le explicó.

Sus padres también lo querían, y aún así…

Tozlu tomó su mano y le sonrió con tristeza.

—Vamos a hacer unas respiraciones más.

 

Jugó con aquellas palabras en su mente por semanas durante el verano. 

Las experiencias, en esta vida, no pasan de la misma forma dos veces.

Las diseminó hasta que entendió realmente su significado. Al final, a pesar de estar completamente aterrado por la situación, llegó a la conclusión de que las cosas no pasarían de la misma forma porque Remus era una persona diferente y los merodeadores no eran sus padres.

—Me mordieron —dijo Remus con temor—, cuando tenía cinco años uno de ellos se metió en mi habitación y desde entonces…

Fue James quien dijo, carraspeando antes de interrumpir:

—Ya lo sabíamos. 

Y Sirius quien replicó:

—Pero protegeremos tu secreto como lo hemos hecho todo este tiempo, ¿verdad?

Tres cabezas se movieron hacia arriba y abajo.

—Sí —asintió James, y en un intento de despejar la incomodidad del ambiente, nerviosamente dijo:—. De pequeño tenía un perro, ¿sabes? Mi familia tenía un Border Collie y yo cuidaba de él. No es lo mismo, pero siempre me han agradado las criaturas mágicas.

Sirius se tensó y miró a James como si le hubiera crecido otra cabeza.

—¿Qué-

—Los perros no son criaturas mágicas —dijo Remus avergonzado. Sus amigos pensaban que era un perro.

—¿Cómo se siente tener una cola? —preguntó Peter.

—¡Peter! —exclamó Sirius con frustración—. Esto no es lo que habíamos practicado. Remus, por f-

—¿Ustedes practicaron? —preguntó Remus.

—Bueno —comenzó Sirius—, sí, claro. Para el momento en que nos dijeras. Queríamos que supieras que esto no cambia nuestra amistad.

—Es algo serio —lo interrumpió Remus.

—Lo sabemos.

—¿Lo saben? —Todos se quedaron en silencio—. Podría matarlos. Hay gente que ha muerto, o peor…

Se han convertido en lo que soy.

James suspiró.

—Pero no lo harás —su voz no sonaba tan segura como en un principio, pero lo estaba intentando.

Sirius se acercó a él.

—No puedes saber eso —refutó Remus—. Solo porque lo desees, no significa que sea verdad.

—Está bien, no lo podemos saber —dijo James—, pero no importa, porque sabiéndolo o no, todo este tiempo hemos sido amigos y nadie ha muerto o ha estado en peligro.

—Sí —añadió Peter—, y no es como si nos fuéramos a lanzar contra el lobo en la luna llena. El resto del tiempo sigues siendo Remus. 

Sirius se quedó inusualmente callado.

—Nuestro mejor amigo —añadió James.

—Su mascota —dijo Remus con amargura.

Ambos se miraron a los ojos desafiantes y después de unos segundos de suplicioso silencio, la risa de James salió de sus labios como si fuera la fuerza de agua rompiendo a través de una presa. Remus lo imitó.

—No puedo creer que… —dijo entre risas airosas.

—Lo siento, no sé qué decir cuando estoy nervioso —se excusó James con lágrimas en los ojos—. No creo que seas como un perro. Perdón.

Sirius, a su lado, soltó un suspiro y sonrió.

—¿Entonces todo está bien? —preguntó Peter.

—Es decir… nada ha estado bien desde que me convertí en un… —a Remus le costaba decirlo, incluso siendo una broma.

Se quedaron de nuevo en silencio.

—Lo siento, amigo —le dijo James un poco más serio.

—Pero no cambia nada —interrumpió Sirius.

—Sí, aún así te queremos —continuó James, dándole una palmada en la espalda, como si en verdad lo hubieran practicado—, lo hacíamos antes de saberlo y también ahora.

—Ya lo hablamos y ninguno de nosotros tiene prejuicios contra los hombres lobos —dijo Sirius—. De hecho, ni siquiera entiendo por qué son catalogados como criaturas peligrosas. No tiene sentido.

James asintió con la cabeza y sonrió como si pudiera hacer salir el sol en la tormenta de sus vidas.

—En verdad no tiene sentido —añadió.

—Gracias —dijo Remus, encontrando que le costaba un poco creerles, pero abatido por la manera en que los chicos intentaban remediarlo todo con sus palabras.

—No hay nada que agradecer —le aseguró James.

Esa noche, antes de irse a dormir, Sirius lo detuvo en la puerta del baño y lo abrazó sin explicar por qué.

Remus lloró en silencio toda la noche.


 

El bosque prohibido, 1973

 

James, Peter y Sirius, en contra de todas sus predicciones, se habían convertido en sus mejores amigos. Tenía tres mejores amigos ¿Qué tan loco era eso? Sus papás nunca dejaron que se relacionara con otros chicos de su edad por miedo a que pudiera contagiarlos con su condición; y ahora tenía, no solo uno, sino tres mejores amigos.

—Las escondidas —se burló Sirius de nuevo.

—Las escondidas mágicas —corrigió James.

—Puedes utilizar cualquier hechizo para evitar que los escondidos lleguen a la base —explicó Pete emocionado.

—Cualquier hechizo que no nos lleve directo a la enfermería —aclaró Remus.

Sirius se encogió de hombros.

—Está bien, yo seré el primero en buscarlos entonces.

Cuando Sirius comenzó el conteo regresivo, Remus salió disparado entre los árboles hacia la Casa del Guardián. Era una pequeña edificación en ruinas en medio del bosque. Había descubierto el lugar en su segundo año, en un intento de escapar de la atención de sus amigos en los días previos a su transformación, así que estaba seguro de que no lo conocían.

Esperó un largo rato allí, y cuando se hartó de esperar por Sirius, sacó el libro de bolsillo que guardaba en su maleta, lo abrió y se sentó contra las paredes de piedra del edificio a leer. 

No pasaron más de unos minutos antes de que escuchara el crujir de las hojas, indicando que alguien se acercaba. Se levantó con cautela y rodeó el edificio mientras Sirius entraba en él. Sonrió con satisfacción al verlo totalmente dentro y se echó a correr hacia la base.

¡Carpe Retractum!

Remus esquivó el hechizo con un salto.

—¡Peskipiksi pesternomi!

Lo esquivó de nuevo entre risas y siguió corriendo a su máxima velocidad.

Ya casi llegaba a la base.

¡Carpe Retractum!

Esa vez Lupin cayó al suelo, sintiendo el jalón en sus piernas. Sirius, que no previó que iba corriendo a toda velocidad en dirección al castaño y que si no se detenía colapsaría, cayó encima de él. Sintió el peso del cuerpo del otro chico dejarlo sin aire y resopló con dificultad. Sirius levantó la mirada, haciendo que sus rostros quedaran peligrosamente cerca. 

—¿Estás bien?

Podía sentir la exhalación cálida y entrecortada de sus palabras en la piel de su rostro. Remus se congeló, mesmerizado por los labios de Sirius. ¿Por qué estaba pensando en los labios de Sirius?   Tenía un nudo en la boca del estómago y sentía su corazón palpitar más rápido de lo normal. 

Se relamió los labios y luego lo sintió: un bulto que tocaba la parte baja de su entrepierna. Sirius. Abrió los ojos como platos mientras sentía sus propios pantalones comenzar a apretarlo. 

Sirius se levantó de inmediato y evitó su mirada, avergonzado.

Era normal.

Le pasaba a todos los adolescentes.

No tenían por qué sobrepensarlo.

No dijo ninguna de esas cosas.

—¡Un, dos, tres por Peter, James y Remus! —gritó la voz de Peter desde la distancia.

Remus estaba desubicado y acalorado, aún en el suelo, tirado como un idiota sin saber qué hacer. Vió a James salir de entre los árboles y dedicarle una sonrisa victoriosa. Sirius pasó una mano por su rostro con frustración, y después volvió su mirada hacia Remus.

—Vamos, Lupin —le susurró al  inclinarse y extenderle una mano para que se levantara.

No tenían por qué hablar de eso.

Y no lo hicieron.

 

 

La reserva, 1974

 

—Así que te gustan los hombres… —Kayla lo miraba confundida desde el otro lado del escritorio de la oficina, mientras Remus registraba los cajones en busca del dinero—vas a tener que darme unos minutos para procesar esto.

—Eres la primera persona que lo sabe —admitió—, no puedes contárselo a nadie más.

Kayla era la única chica cercana a su edad en la reserva, era dos años mayor que él y había sido mordida hace unos pocos años, por lo que ambos habían tenido que aprender juntos la vida que se llevaba en aquel lugar.

La reserva era un lugar agradable, pero la mayor parte de lo que lo hacía agradable era el hecho de compartir con personas que estaban pasando por lo mismo que tú.

En realidad, los edificios eran una pocilga, la comuna ni siquiera tenía camas, solo habían varios colchones inflables tirados por diferentes estancias que no le pertenecían a nadie en específico. La comida crecía en los patios compartidos porque no podían costearse comprarla del supermercado, no porque todos quisieran “comer orgánico”, y no era extraño ver caras amargadas o enfurecidas cuando alguien había sido despedido de su trabajo debido a “razones fuera de su control” , lo que significaba que sus jefes estaban hartos de que tuvieran que faltar al menos tres días al mes por razones “ médicas ”. 

El ministerio no gastaba un knuckle más de lo que tenía que hacerlo para cuidar de los hombres y mujeres lobos de la reserva, lo que le parecía la mayor hipocresía del mundo mágico, pero ¿quién era Remus para quejarse?

De pequeño había parecido genial estar lejos de casa, pero de adolescente, Remus ya había tenido suficiente de ese lugar.

Si de algo estaba seguro era de que, a pesar de cuán respetados y queridos eran por los otros miembros de la comuna, Kayla y él tenían que encontrar una forma de no acabar como los lobos de la reserva. Así fue como descubrieron el prolífico negocio del mundo nocturno en Londres, más específicamente, el mundo de la delincuencia.

—¿Alguna vez has besado a alguno?

—¿A algún chico?

—Ajá.

—¿Podemos hablar de esto en otro momento? —le pidió Remus mientras metía en su mochila los últimos paquetes de marihuana que estaban robando del club de Jacob.

—Tienes razón.

Kayla abrió el ducto de ventilación y entró en él, tomando la mochila cuando Remus la pasó por el hueco.

El sonido de pisadas.

La luz del pasillo prendiendose.

—¡Hey! ¿Quién anda ahí?

Era uno de los cadeneros del club abriendo la puerta de la oficina.

En un ataque de pánico, Remus le lanzó una de las lámparas, cuyo foco se rompió contra la pared soltando pedazos de vidrio por todas partes, y salió disparado detrás de Kayla. 

Corrieron por su vida, varios disparos al aire casi los alcanzaron en su camino, y cuando estuvieron a salvo se prometieron nunca más tratar de asaltar el mismo lugar dos veces seguidas.

—¿Sabes qué estaba pensando?

Remus encendió un cigarrillo con la ayuda del de Kayla.

—¿Qué?

—Estás completa y enteramente jodido en esta sociedad, Lupin.

—Dimelo a mí.

—¿No quieres agregarle un poco más de dificultad a tu vida?

Resopló por lo bajo.

—¿Quieres que te cuente como estoy enamorado de mi mejor amigo?

—Estás bromeando —Kayla se tapó la boca en señal de asombro.

—Es el heredero de la casa Black.

Kayla jadeó con mayor sorpresa.

—Sí, yo tampoco querría ser yo.



 

Hogwarts, 1974

 

 

—¿Te veo esta noche para planear la broma contra Slytherin? —preguntó Sirius.

—Quiero adelantar mi tarea de encantamientos hoy.

—Remus Lupin —Sirius puso sus manos encima del libro que estaba leyendo—, has pasado dos semanas cocinandote en esta estúpida biblioteca sin dormir ¿Crees que no sé qué está sucediendo?

Puso los ojos en blanco.

—Solo estoy aprovechando el tiempo que tengo.

Remus solía tomar ventaja de los días en que su manía estaba a tope, otro efecto de los ciclos de la luna, para estudiar todo lo que pudiera y compensar aquellos otros en los que no quería salir de la cama.

—Aprovechalo de otra forma, una que haga a tus mejores amigos felices ¿Qué tal suena eso?

Empujó su mano lejos del libro y regresó la mirada a él.

—Lo pensaré.

Sirius dejó un beso en su mejilla.

—Te veo esta noche, cariño —dijo con su voz más ridícula—no me hagas esperar.

Remus respiró profundo e intentó ignorar la carpa que se había hecho en sus pantalones, pero tuvo que ocultarla bajo su suéter unos segundo más tarde.

A veces odiaba ser un adolescente.

Un día de estos, Sirius Black lo iba a matar de un infarto.

 

 

Vestidores del campo de quidditch, 1975

 

—Nunca había visto tus cicatrices.

—Las has visto miles de veces, Pads —le respondió entre risas ligeras. Había estado con él incontables veces en la enfermería después de la luna llena. Las marcas de su cuerpo ya no le generaban la misma inseguridad de su primer año en Hogwarts.

—No esas…

—Ah —Remus bajó la mirada hacia la parte baja de su torso.

—No son cicatrices de la transformación.

—No, no lo son —admitió tranquilo.

—¿Son las de…?

—Sí —contestó rápidamente. Eran las cicatrices que le habían dejado los horribles eventos de su infancia. 

Se quedaron en silencio unos segundos.

—Se parecen a las mías —dijo suavemente.

—¿Las tuyas?

Sirius se levantó la camiseta y le mostró el costado derecho, en donde se encontraban sus costillas, y entre ellas había dibujadas cuatro líneas largas y gruesas que ya habían cicatrizado. Se acercó a él y las repasó con la punta de sus dedos para sentir su textura. Sabía que ese era uno de los lugares más dolorosos del cuerpo para recibir una laceración. 

Sirius se estremeció repentinamente con miedo y las cubrió de nuevo.

—Lo siento —se apresuró a decir Remus.

—Está bien.

Sirius tragó grueso y suspiró.

—Otra cosa que tenemos en común, ¿No?

Sonrió, como si estuviera orgulloso de que hubiera algo más que los uniera en ese mundo.

 

 

Hogwarts, 1975

 

Había momentos en los que no podía enojarse con la vida. Días en los que su familia encontrada le demostraba que, a pesar de todo, todavía había cosas por las que valía la pena seguir luchando por su futuro.

—Lils —Remus se arremangó las mangas de su camiseta—¿Qué examen es primero? ¿Pociones o Runas?

—Pociones —le respondió instintivamente.

—¡Lupin! —lo saludó la alegre voz de James Potter.

—Prongs.

—Evans —dijo con picardía hacia Lily. Ella ni se inmutó.

—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó, aún absorto en lo que estaba haciendo, arreglando su calendario de exámenes.

—Un pequeño pajarito me dijo que te encontraría en la biblioteca.

Remus levantó la mirada de sus apuntes.

—Nunca vienes a la biblioteca, James.

—Podría hacerlo si quisiera —alegó mirando discretamente a Evans—, pero realmente solo venía a recordarte que… tufiestadecumpleañoseshoyalassieteenlasalacomún —lo dijo tan rápido que le tomó un tiempo entender a qué se refería.

—Potter, no está permitido hacer fiestas en la sala común —soltó Lily en su mejor interpretación de prefecto riguroso.

—Solamente es una pequeña fiesta para celebrar a la persona que todos amamos y adoramos —se acercó y lo arropó con un brazo, sentándose a su lado en la banca.

Lily levantó una ceja en su dirección y suspiró con fastidio.

—Te lo dejo a tí. No puedo con esto hoy. Tengo un examen de adivinación mañana.

—En realidad no estaba preguntándote, amigo —James le dio una palmada en la espalda— Sirius ya preparó todo. Solo te estoy avisando para que no te tome por sorpresa, sé que odias no estar preparado para ese tipo de cosas.

—Mierda…

Lily cerró su libro de un golpe y comenzó a meter todo en su maletín.

—¿A dónde vas? —le preguntó Remus.

—Bueno, si vamos a celebrar tu cumpleaños, hoy en la noche tengo que dormir al menos un par de horas.

—¡Así se habla, Evans! —James levantó una mano en el aire esperando que chocara los cinco con ella. Lily parpadeó un par de veces con cansancio e incredulidad.

—¿Qué hay de tu examen? —le preguntó Remus.

Levantó una mano en el aire restándole importancia.

—Habrán muchos más exámenes, el cumpleaños número quince de mi mejor amigo solo sucederá una vez en la vida.

Remus la miró atónito mientras le daba la espalda, decidida, y salía de la sala de estudio sin reparo.

—Por cierto —James dejó la caja de una rana de chocolate sobre su libro abierto—, es para tí.

—Ya me diste tu regalo en la mañana.

—Un pajarito me dijo que te haría sentir mejor —le guiñó un ojo y procedió a abrir su propio maletín, de donde sacó pergaminos y plumas.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó confundido.

—Es mi otro regalo. Pensé que podíamos pasar un rato juntos en la biblioteca, nunca lo hacemos, tengo curiosidad por ver cuál es el alboroto.

Remus entrecerró los ojos.

—Vienes a copiar mi tarea de transfiguración, ¿cierto?

—Eso también —dijo mientras buscaba entre sus pergaminos la tarea en cuestión. Remus se rió por lo bajo y James lo acompañó con su propia sonrisa. 

Estuvieron allí un par de horas. No tenía idea de lo agradable que sería estudiar con James Potter. Cada cierto tiempo hacía preguntas sobre los conceptos básicos de la transfiguración que lo dejaban replanteandose la mitad de las cosas que les había enseñado Mcgonagall. 

James no era el tipo de alumno que podía memorizar todos los ingredientes de una poción complicada, pero era el tipo de persona que tenía la capacidad de ver las cosas fuera de la caja. A su manera, él también era tremendamente inteligente. 

Al caer la noche, cuando era hora de regresar a la sala común, Remus lo miró con gracia y apreciación.

—¿Prongs?

—¿Sí? —le preguntó mientras metía el último de sus libros en el maletín.

—Esto fue agradable, hagámoslo más seguido.

—¿Estudiar? —James resopló por lo bajo.

—Pasar tiempo juntos.

Levantó la cabeza y sonrió de oreja a oreja, realmente emocionado. 

De todos los merodeadores, Remus era el más reservado, al que más tiempo le tomó confiar en ellos, el que tuvo más problemas para abrirse sobre su pasado.

Cuando Remus estaba pasando los malos días antes de la luna llena, todos lo sufrían con él, y no podía soportarlo, quería pedirles que dejaran de intentarlo, no merecía esa clase de apoyo, esa clase de devoción. Después de todo, solo era un estúpido animal salvaje por el que alguien había sentido la suficiente lástima como para dejarlo estudiar en Hogwarts. Ni siquiera sus padres, las personas que lo trajeron al mundo, quienes se suponía que debían de respetarlo y amarlo tal como era, soportaban el peso de su condición ¿Por qué lo harían tres extraños con vidas mucho más simples que la de él?

Pero sin importar qué pasara o qué hiciera, desde ese día en que se conocieron en el tren no hubo forma de que lo dejaran atrás. Remus lo intentó muchas veces y podía ser un verdadero cretino al respecto. 

Hoy agradece que ninguno de sus intentos haya dado resultado.

—Por supuesto, Moony, podemos pasar todo el tiempo que quieras juntos.

James lo abrazó estrechamente.

Era la primera vez en que estaba agradecido de haber sobrevivido un año más.


 

Hogwarts, día de navidad, 1975

 

—Dale las gracias a Effie de mi parte, Prongs.

Los tres merodeadores: James, Remus y Peter, se encontraban sentados entre dulces y regalos a un lado del gran árbol de navidad decorado con los colores de su casa. Sirius pasaría la navidad en Grimmaul con su familia, no había nada que pudieran hacer al respecto, así que habían decidido celebrar la navidad unos días antes de su partida.

—Este pastel de arándano y naranja es de otro mundo —balbuceó Peter con la boca llena.

La madre de Remus, rara vez tenía el suficiente dinero o entendimiento del sistema de correo mágico como para enviarle regalos, pero ese año, sorpresivamente, le había hecho llegar un par de cuerdas nuevas para su guitarra acústica. 

Le había contado durante el verano sobre cómo, desde que le había regalado el instrumento, Sirius solía robarlo por las noches cuando pensaba que estaba dormido y regresarlo cada mañana antes de que se levantara, lo que le resultaba adorable y tremendamente ingenuo. 

Solo esperaba que no estuviera utilizando sus nuevas habilidades musicales para mejorar su largo e incorregible registro de conquistas, algo de lo que no le habló a su madre.

Las fiestas solían ser difíciles para Sirius, quien estaba acostumbrado a no escuchar de su familia o pasar dos semanas sufriendo la tortura de vivir con ellos y no poder comunicarse con sus amigos.

—Deberías ir a ver cómo está Pads —le recomendó James.

—Hmm, sí, estaba pensando lo mismo, no ha salido del cuarto en todo el día.

Se levantó y subió las escaleras hacia el dormitorio con las cuerdas en mano, pero se detuvo al escuchar el suave rasgueo de una guitarra y la voz rasposa de Sirius.

 

Well, I hope that I don't fall in love with you

'Cause falling in love just makes me blue

 

Para ese entonces, Remus había hecho las paces con la realidad de que Sirius Black nunca estaría listo para reconocer lo que pasaba entre ellos, ni siquiera para admitir el hecho de que se sentía atraído por otros chicos. 

Era una amarga noción en su vida. 

“No queremos que los demás piensen que somos un par de maricones” , le había dicho alguna vez en juego. Sus palabras lo hirieron más de lo que podía explicar.

Realmente no podía culparlo, sabiendo cómo era su familia. Alguna vez le había contado sobre Alphard y lo que había pasado cuando lo encontraron besando a otro chico en su mansión en Francia. Sirius pensaba que lo habían asesinado por sus preferencias. Así que, ¿culparlo? No. Remus no podía hacerlo. Pero eso no significaba que no cargara el dolor de ambos, de lo que claramente sentían pero no podían tener.

Él mismo no entendía del todo lo que significaba ser homosexual, sentir atracción solo por otros chicos, la experiencia aún estaba manchada de vergüenza y humillación. La idea de lo que Lyall Lupin tuviera que decir al respecto lo hacía querer vomitar de ansiedad. Suponía que nunca lo sabría, su padre ya no estaba vivo para verlo besar a los chicos de La Reserva mientras imaginaba que eran Sirius Black.

Parado tras la puerta, lo escuchó cantar reservadamente la letra de Tom Waits: “I hope that I don’t fall in love with you” .

 

Well, the music plays and you display your heart for me to see

I had a beer and now I hear you calling out for me

And I hope that I don't fall in love with you

 

Tristeza y añoro mezclado con su encanto animal. Eso era lo que vivía en su garganta, lo que estaba saliendo en ese momento de entre sus labios y desde la punta de sus dedos. Le recordaba a Padfoot, gruñidos protectores y aullidos ahogados que hablaban de un dolor que ninguno de ellos podía sanar. 

Remus quería abrazar su corazón y guardarlo donde nadie más pudiera alcanzarlo ni verlo; acariciarlo, cuidarlo y demostrarle lo que era el verdadero amor, al menos su entendimiento de él, no la versión retorcida que le había enseñado su familia. En cambio, estaba maldito a esperar mientras Sirius buscaba lo que él podía darle en el cuerpo de una mujer.

 

Well, the room is crowded, people everywhere

And I wonder, should I offer you a chair?

Well, if you sit down with this old clown, take that frown and break it

Before the evening's gone away, I think that we could make it

 

Remus era muchas cosas: reservado, orgulloso, reprimido; pero no era un idiota. Siempre supo que era solo cuestión de tiempo antes de que Sirius encontrara a alguien que lo quisiera de la manera en que necesitaba. 

Escuchándolo cantar aquella canción, pensó que tal vez por fin había llegado ese día.

 

And I hope that I don't fall in love with you

 

El día en que tuviera que dejar de lado su estúpida infatuación y enfrentarse a la realidad ¿Dos chicos como ellos manteniendo una relación? Era una desgracia. La clase de acontecimiento que podía arruinar la vida de cualquiera. 

Remus ya tenía suficiente con el estígma de ser un hombre lobo, pero la vida lo había condenado cuando decidió que también sería homosexual, peor que eso, había dado el jaque mate cuando había hecho que se enamorara de su mejor amigo quien no solo era la persona más reprimida que conocía sino que también pertenecía a una de las familias más tradicionales del mundo mágico.

Esa era su situación real.

Una puta desgracia.

 

Well, the night does funny things inside a man…

 

Abrió la puerta silenciosamente y lo vio de espaldas, sentado sobre su cama, cantándole a la pared. Carraspeó, levantando el paquete de cuerdas frente a él.

—Remus.

Sirius soltó la guitarra como si le quemara, y la dejó encima de su cama.

—¡Hey, Pads! Hope nos regaló un par de cuerdas nuevas —se acercó a él y le tendió el paquete. Sirius lo miró confundido y fue un gusto ver la comprensión deslizarse, poco a poco, a lo largo de su rostro. 

—Ya lo sabías.

Remus podría haber reído.

—¿Que te robas mi guitarra todas las noches? Claro que ya lo sabía. No soy un idiota.

—Lo siento…

Se alejó avergonzado. Remus lo siguió con la mirada y, aunque tenía un molesto nudo en la garganta, las palabras solo salieron de su boca.

—¿Quién es la chica?

—¿La chica?

Levantó una ceja con gracia, tratando de aminorar la aflicción de la pregunta.

—Sí, la chica a la que le vas a dedicar esa canción…

Debía de tener alguna clase de complejo masoquista para preguntarle eso. Sirius lo miró con confusión y tristeza.

—No hay ninguna chica —se volteó, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó una pequeña caja mal envuelta en pergaminos de colores—. Es para tí.

¿La canción o el regalo? , le quiso preguntar.

No estaba diciendo que la canción era para él pero, por un segundo, se dejó imaginar que así era. Pasó una mano por su cabellera y se rió ligeramente de su propia ingenuidad. Bajó la mirada hacia el regalo y, por la forma del paquete, asumió que se trataba de una rana de chocolate.

—Gracias —le sonrió, conmovido por el detalle.

—Ábrelo —lo animó.

—De acuerdo… —Destrozó la envoltura y levantó la caja a la altura de sus ojos para examinarla—. Pads… Esta caja está abierta ¿Me acabas de regalar una rana de chocolate usada?

Sirius puso los ojos en blanco.

—Ábrela.

Abrió la caja con sospecha y la analizó, parecía estar en buenas condiciones.

—¿Está envenenada?

—Merlín, ¿voy a tener que hacerlo por tí?

Sirius no tuvo que hacerlo por él, cuando la rana saltó fuera de la caja se dio cuenta de cuál era el verdadero regalo: El cromo que lo miraba de regreso. 

El cromo tenía el rostro de David Bowie, maquillado como si estuviera en la portada de Aladdin Bane, con el característico rayo rojo y azul que marcaba el cambio de su carrera musical luego de Ziggy Stardust, el disco preferido de Sirius porque era: crudo y real

Lo volteó y leyó la inscripción entre risas: David Robert Jones (1947 – ∞), conocido actualmente como David Bowie, es un cantante, escritor, actor y mago britanico. Aclamado por la crítica debido a su innovador trabajo e influencia en la reinvención de la presentación visual y sonora del género rock, así como su desinterés por ajustarse a las expectativas de la sociedad y su exploración del género a través de sus diferentes personajes en el escenario, impactando así a toda una generación mágica y muggle.

—Por que es un…

—Mago. Por supuesto. No hay otra explicación —terminó Sirius.

El cromo, como todos los demás de su colección, tenía la capacidad de seguirlo con la mirada. Le debió tomar mucho tiempo a Sirius lograr que hiciera aquello.

—Evans me ayudó —aclaró rápidamente— pero yo hice todo el trabajo duro.

—Claro que lo hiciste —se rió con ironía—. Esto es… sorprendente Pads. Es genial. 

Sirius sonrió de lado a lado, hace tiempo que no lo veía sonreir así, el tiempo que estaba pasando con la familia Potter estaba arreglando partes suyas que muchas personas no conocían.

—Bueno, ahora me siento como una mierda por no haberte comprado nada —tiró el paquete de cuerdas sobre su cama y se rió avergonzado.

—Ya nos das mucho más de lo que merecemos, Moony.

Remus resopló por lo bajo. 

—Eso es debatible, pero gracias.

Se balanceó incómodo en la punta de sus talones sin saber qué hacer. 

—Moony, no hay ninguna chica —soltó Sirius de repente.

—Ya veo, un mal mes para tu registro de conquistas.

—No me refiero a eso —puso los ojos en blanco—, se acabó el registro de conquistas.

—Si tú lo dices —respondió escéptico e intentó cambiar el tema antes de que aquello se convirtiera en una situación incómoda de la que no pudiera escapar. Si Sirius empezaba a pedirle consejos acerca de su vida amorosa no sabía qué iba a hacer—, solo venía a preguntarte si aún no tienes hambre. No has salido de aquí en todo el día.

—No, no tengo hambre.

—De acuerdo —se metió las manos en los bolsillos y miró a su alrededor—¿Quieres hablar de eso?

—No.

Gracias al cielo.

—¿Remus?

—¿Si?

—Aún hay algo que puedes darme.

Remus soltó una risa y se llevó una mano a la frente.

—¿Es esta la parte en la que me extorsionas para que haga tus deberes durante la primera semana de clase?

Sirius no reaccionó ante su broma, aún serio y nervioso. Remus comenzó a sentir el cambio en el ambiente.

—Estaba pensando en otra cosa.

Se acercó lentamente hasta llegar frente a él y eso hizo que diera un paso hacia atrás con miedo. 

—¿Quieres que te de una foto? Te va a durar más tiempo.

Sirius también estaba nervioso, lo podía notar en la manera en que no sabía qué hacer con sus manos y, si se concentraba bastante, podía escuchar el minúsculo sonido de su corazón palpitando más rápido de lo normal. Había algo en el aire, su magia vibraba, podía sentirla. 

—Otra cosa.

Tragó grueso. Dios, probablemente estaba imaginandolo todo. No conocía el verdadero miedo hasta que conoció a Sirius Black.

—¿Qué significa eso?

Sirius dió otro paso hacia adelante, su mano podía rozar la suya si solo la extendía un poco. Tenía acceso directo a su mirada, sus ojos grandes y redondos, tan profundos que podía nadar en ellos si se lo proponía. Subió una mano hacia su rostro, pasando un dedo por encima de sus labios.

No lo estaba imaginando, ¿o sí? Sirius estaba peligrosamente cerca. Tan cerca que sus principios estaban flaqueando.

—¿Qué estás haciendo?

—Es un experimento.

Esa palabra hizo que temblara de miedo. Le traía recuerdos amargos de su infancia. Solo significaba dolor y desesperación. Abandono. Tragedia.

Un experimento.

Sirius logró cambiar el significado de esa y muchas otras palabras por venir.

—Confía en mí.

Se acercó y rozó sus labios suavemente contra los de él. El beso fue suave y delicado al principio, pero pronto se volvió más apasionado. Remus ni siquiera estaba participando, se quedó congelado en su lugar sin entender qué estaba sucediendo. 

Dicen que tu primer beso con la persona que en realidad amas debe sentirse como una representación emocional de fuegos artificiales; fuego, color y chispas por donde quiera que lo veas. Él estaba completamente aterrado.

La puerta se abrió.

—¿Lo encontraste?

La voz de James hizo que Sirius se alejara a una velocidad inhumana de su cuerpo, Remus siguió congelado en el mismo lugar. Una risa nerviosa salió de entre sus labios y James levantó una ceja con confusión. Podía ver a Sirius haciéndole señas para que se fuera, pero seguía sin entender qué estaba pasando.

James lo había visto.

—Yo… —James se deslizó hacia la puerta—, los voy a ver en un rato ¿De acuerdo? Tal vez le diga a Peter que no suba.

—Fantástica idea —respondió Sirius.

La puerta se cerró tras James y de nuevo fueron presa del silencio.

—Sirius… ¿Qué está pasando?

—Mierda —los ojos de Sirius se abrieron con pánico, estaba nervioso— mierda, mierda, mierda. Lo siento. Pensé que…

—¿Qué está pasando? —repitió.

—No fue mi intención, yo no soy…

¿Estaba Sirius Black teniendo un ataque de pánico?

—Claramente tú tampoco. Ninguno de los dos. Alphard estaba equivocado. Merlín, que asco me doy.

—¡Hey! —reprochó con disgusto— ¿Qué demonios estás diciendo, Pads?

—Olvida lo que pasó. Fue un error.

—Me acabas de besar.

—No, no sucedió.

Lupin lo miró como si le acabara de crecer una tercera cabeza.

—No puedes decir que no sucedió y esperar que simplemente no haya sucedido.

—Tienes razón —Levantó la cabeza—tenemos que borrarnos la memoria.

—Siriu- ¿Qué? ¿Te estás escuchando?

Lo tomó de los hombros y lo estabilizó, fijando sus ojos en él.

—No lo vamos a hacer así.

—¿Quieres que mejor lo haga, James? Todo esto fue su idea, me parece justo que él pague las consecuencias.

Remus no podía creer la sarta de estupideces que estaban saliendo de la boca de Sirius.

—Nadie va a borrar la memoria de nadie y no vamos a hacer como que no sucedió.

—Mierda, estás enojado —sus ojos brillaron con miedo— prometo que no le diré a nadie si tú no le dices a nadie. No fue mi intención. Solo estaba… confundido, pero ya lo entendí todo. No volverá a…

Decidió que la única forma de calmar a Sirius era besándolo de regreso. Así que eso fue lo que hizo. Bajó sus labios hacia los de él y le robó las palabras de la boca. 

Su primer beso fue un desastre, tiene que admitirlo, pero su segundo beso fue el pago por todas aquellas noches de impotencia sexual que había tenido durante la adolescencia. Sirius besaba como si estuviera tratando de preservar tu alma. Era necesidad, angustia, y liberación sexual, todo al mismo tiempo. Sirius besaba como la promesa de que serías suyo si le dabas lo suficiente y que, al mismo tiempo, nunca sería suficiente. 

Una vez que entendieron por completo lo que estaba pasando, una fuerza animal se adueñó de ambos. Lo llevó contra la pared y sus cuerpos colapsaron uno contra el otro. Remus no está orgulloso de decir que su primer beso lo llevó a su primer encuentro sexual con Sirius, pero a quién le importaba eso sí podía decir que al fin estuvo en los pantalones de Sirius Black.

—Pudimos estar haciendo esto todo este tiempo —dijo el pelinegro con la respiración entrecortada.

—Feliz navidad —dijo Remus con tono burlón.

Sirius lo atrapó. Subiéndose encima de él y entrelazando su cadera con sus piernas.

—Otra vez —sugirió emocionado.

Remus pasó una mano por su rostro y lo tumbó a su lado sobre la cama.

—Eres un maldito codicioso, Black. Fumate un cigarrillo o algo, tómalos de mi baúl.

—Moons —su tono de voz había cambiado.

—¿Qué?

—Nunca había sido tan feliz.

Remus se quedó en silencio. Tragó grueso. Entendía perfectamente a qué se refería. 

Fue lo mismo que sintió cuando conoció a los merodeadores. La inminente idea de que la vida no podía ser tan buena con él y que, en cualquier momento, las cosas regresarían a su estado original de miseria, dejándolo incluso más roto que en un principio.

—Está bien —Remus se subió encima de él y sonrió—podemos hacerlo de nuevo.

Lo amaba, siempre lo amaría, y Remus lo supo desde el día en que se besaron por primera vez.

 

 

Hogwarts, 1976

The prank

 

—Tienes que detenerlo —le dijo la voz desesperada de Regulus Black, reclamando su atención mientras lo tomaba del brazo y lo llevaba hacia el pasillo.

—¿Qué mierda haces? —le preguntó Remus enojado.

—Tienes que detener a Sirius, está a punto de hacer algo muy pero muy estúpido.

—¿Me ves la cara de su maldita niñera?

Remus y Sirius habían peleado unos días atrás, después de que le dijera que no le gustaban realmente los chicos, solamente le gustaba Remus. Estaban a solo unas horas de la luna llena y Remus había tenido problemas para controlar su temperamento desde que él y Sirius comenzaron a ser algo más que amigos.

—Creeme, esto te incumbe Lupin.

La manera en que Regulus se lo dijo no dejó ningún lugar a duda. El hecho de que estuviera hablándole, para empezar, debió de haber sido prueba suficiente.

Llegaron a la entrada de la sala común de Slytherin solo para ver a Snape utilizar un hechizo extraño y desconocido hacia Sirius.

¡Sectumsempra!

Las cicatrices escondidas de Sirius, aquellas que su familia había infligido en él cuando no quiso tomar la marca tenebrosa, se abrieron y comenzaron a sangrar, dejando un pequeño charco de sangre en el suelo. Sirius estaba sangrando ante la vista de todos. James rompió la pequeña cadena humana que se había hecho alrededor de los dos y tomó a Sirius de los brazos.

—Está bien —le murmuró con cuidado— estás bien, Sirius. Es solo un hechizo, iremos a la enfermería.

Remus se acercó hacia sus amigos con cautela sin saber qué hacer. Se colocó entre James y Snape, asegurándose de que no aprovechara el momento para volver a hechizarlos, pero Snape parecía estar igual de sorprendido de sus propias acciones.

No sabe de dónde salió la fuerza que tuvo Sirius para levantarse después de eso y darle un golpe en la quijada a Snivellus. Lo tomó de la camiseta, manchándola de sangre, y lo empujó hacia la pared. Remus corrió inmediatamente a su lado y lo tomó del brazo. Sirius colocó los labios muy cerca de su oído y susurró las palabras que cambiaron su relación por un muy largo tiempo. Solamente ellos tres pudieron haberlas escuchado, pero Remus sintió como si hubieran retumbado por cada rincón vacío de Hogwarts.

—Si estás tan interesado, ¿por qué no te das un paseo por el sauce boxeador esta noche?

—Sirius —lo reprimió James—. Basta.

James los obligó a contárselo a Dumbledore.

Esa noche tuvieron que explicarle la historia completa. El hecho de que los merodeadores sabían de sus transformaciones, la pelea que había ocurrido entre Sirius y Snape y cómo le había confesado, o mejor dicho confirmado, su teoría de que Remus era un hombre lobo que se ocultaba bajo el sauce boxeador cada noche de luna llena.

Encerraron a Remus en los calabozos del castillo, esperando que la teoría de Snape se desvalidara sola al ver que no había nadie en la Casas de los gritos esa noche. James logró salvarlo de una muerte asegurada, pero aquello cambió la dinámica que tuvieron con Snivellus en su último año en Hogwarts. 

Fue una de las peores transformaciones desde su infancia.

El mismísimo Dumbledore se encargó de colocar los hechizos silenciadores y protectores. Toda la experiencia fue una pesadilla. El calabozo le recordaba a Moony a esas noches en la caja de plata de Lyall, la manera en que tiraba hechizo tras hechizo esperando que se volviera a convertir en humano, y al chamán que lo había bañado con agua mezclada con plata en un intento de exorcizarlo.

Para la mañana siguiente, Remus deseaba nunca haber conocido a Sirius Black.

 

 

Hogwarts, 1976

 

—¿En dónde has estado durmiendo, Moony? —le preguntó Peter a la hora del desayuno.

James se encontraba en una de sus prácticas mañaneras de quidditch y Sirius, afortunadamente, tenía la decencia de no aparecerse en los lugares en que Remus se encontraba. Remus estaba tratando de comer más rápido de lo normal, sabiendo que ahora compartían las horas de las comidas entre los dos.

Ocultó su rostro con una mano y maldijo mentalmente.

—Lo siento, Pete. No quería preocuparlos de nuevo.

—Es por Sirius, ¿verdad?

Asintió suavemente con la cabeza.

Después de la situación con Snape, enviaron a Sirius de regreso con Effie y Monty por un par de días. James le había dicho que nunca había visto a sus padres tan enojados y decepcionados como el día en que lo recogieron en Hogsmeade. Remus no podía imaginarlos siendo algo diferente a los padres comprensivos y amables que siempre habían sido.

Aunado al castigo de Effie y Monty, Mcgonagall también les había puesto penitencia a todos excepto a Remus: escribir un ensayo de al menos cuatro pergaminos en el que explicaran la historia y relevancia cultural de los hombres lobos en la historia de los magos y, basado en ello, por qué era indispensable extender nuestra tolerancia a todas las razas de criaturas mágicas. También habían expulsado a Sirius del equipo de quidditch. Desafortunadamente, había un lugar que todavía compartían: su dormitorio.

—Ya han pasado tres meses —le recordó Peter con amargura.

—Sí —respondió cansado.

La verdad era que había estado durmiendo en el bosque. ¡No en una cama de hojas ni nada parecido! Pero tampoco en la suite presidencial de Hogwarts. No importaba. Remus había dormido en un colchón tirado en el suelo de la reserva más veces de las que podía contar.

—¿No piensan arreglar las cosas antes de las vacaciones?

—Aún no estoy listo, Worms.

Peter regresó a su comida, pensativo, y no dijo nada durante el resto del desayuno. Salieron camino a la clase de pociones media hora antes de que comenzara en silencio.

—¿Tú cómo has estado? —preguntó tratando de limpiar el ambiente.

—¡Bien! Estoy un poco atrasado con los proyectos finales, pero espero poder adelantarlos en la semana.

—Si necesitas ayuda, siempre podemos trabajar juntos en ellos.

Si de lenguajes de amor se hablaba, Remus solo conocía uno y ese era el de ayudar a sus amigos cuando tenían problemas en sus asignaturas.

—Gracias, Moons —le respondió más animado.

Al llegar a las mazmorras se sentaron en el frío suelo de piedra al lado de la puerta de la clase de Pociones mientras esperaban a que el salón se llenara.

—No quiero volver a traer el tema a colación pero… —Peter definitivamente iba a traer de nuevo el tema a colación—, no creo que sea justo que seas tú quien tenga que dormir fuera del dormitorio. Todos estamos enfadados con Sirius, no eres el único, es su culpa que todo haya cambiado tanto.

Remus sonrió inconscientemente ante la simpatía y lealtad que le estaba demostrando Peter.

—Gracias, Worms —acomodó sus largas piernas para sentarse en posición de indio—¿Quieres saber un secreto?

—¿Un secreto? 

—Realmente ya no estoy enojado con Sirius —Peter lo miró con sorpresa e ilusión—, ha pasado por cosas que ninguno de nosotros puede imaginar y tenía sus propias razones, muy equivocadas por cierto, para poner a Snape y mi secreto en peligro. Si algo he aprendido es que las personas suelen ser más complejas de lo que pensamos —Remus pensó instintivamente en sus padres—, pero aún no puedo perdonarlo. No estoy listo para dejarlo ir y no sé cuándo lo estaré o si pasará —rió por lo bajo con amargura— a veces tengo miedo de que nunca pase.

—Lo siento, Remus —murmuró Peter por lo bajo.

Se encogió de hombros y le sonrió de lado, lo mejor que pudo.

—No es tu culpa.

Después de unos minutos, Peter extendió sus piernas frente a él y miró a Remus con curiosidad y perspicacia. Al parecer, se le había venido a la mente algo importante.

—Remus, ¿aún ves a ese gurú espiritual de La Reserva?

Se rió ante la descripción y frunció el ceño con gracia.

—¿Tozlu?

—Sí, él ¿qué es eso que te dijo cuando llegaste a vivir con ellos?

—¿Que nunca había visto un hombre lobo tan testarudo y estúpido?

Peter chasqueó sus dedos en el aire, recordando repentinamente.

—¡Eso de la valentía!

Remus entrecerró los ojos en su dirección.

—Perdonar es el valor…

—¡De los valientes! —enunció con orgullo.

Remus suspiró. 

A veces la manera en que Peter veía el mundo, desde su perspectiva simplista de la vida al igual que James, le causaba unas terribles ganas de protegerlo de todos los males que estaban por vivir.

—Tal vez es tiempo de ser valientes —sugirió.

Remus rió por lo bajo y le dedicó una sonrisa.

—Tienes razón, Pete —admitió—¿Qué clase de Gryffindors seríamos de otra forma?

—Hufflepuffs —bromeó, logrando sacarle una carcajada.

 

 

Tozlu murió durante el verano, un funeral hermoso dejando una tristeza inmensa en el corazón de Remus que había aprendido a verlo como el padre que nunca tuvo. 

Remus no estuvo listo para perdonar a Sirius hasta su último año en Hogwarts, pero cuando lo hizo, aquello dio paso a los mejores años de sus vidas. 

Sirius aprendería mucho más de aquel error que de cualquier otro que hubiera cometido después. No existe mejor disculpa que la prueba de que las personas pueden ser mejores que sus propios errores.

Muchas personas nunca son capaces de perdonar, prefieren mantener a la persona que los hirió congeladas en esa versión de sí mismas, incapaces de ser algo más que su peor error, pero la vida es corta, y ellos no saben del poco tiempo que tenemos con las personas que amamos.

Así que cuando Tozlu murió, eso fue lo que le dijo durante su despedida:

—No perderé la oportunidad que me diste de ser feliz.

Aún le quedaban muchos años por delante, para arruinarlo todo un poco más.

Notes:

UFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF

Si llegaste aquí, dame esos cinco y no me dejes como Lily dejó a James en la biblioteca con la mano al aire.

Un abrazo especial para Zuze_Carax, que probablemente está llorando en una esquina, y a las hermosas personitas que me han dejado mensajes, no saben el impacto que han tenido en mi vida estos días.

Quiero que sepan que escribí todo esto en dos días así que... la edición es pobre, pero básicamente este capítulo se escribió solo. No saben la emoción que me causó generar todos estos headcanons nuevos de Remus. No sé si se dieron cuenta pero a veces se asocia a la licantropía con la bipolaridad, así que le di varios aspectos de ella a la enfermedad del Remu. ¿La meditación como forma de aceptar y abrazar esos dos lados de tí mismo? MUA! Cheff kisses. Dicho eso, si piensas que puedo hacerle más justicia a este tema, porfis déjamelo saber.

Otra cosa que deben saber es que hay dos cosas que odio en el mundo de harry potter: La traición de Peter y THE PRANK (makes no sense askdjgauiydgaf) así que en este fic "The prank" fue detenida por Regulus Black que le avisó a James y Sirius de la pelea con Snape.

REMUS LUPIN NO MERECE SUFRIR TANTO, LO SÉ. PERDÓN.

Cosas Radoms:
-No sé cómo me siento acerca de los papás de Remus y yo los escribí.
-Me encantaría escribir más sobre Kayla.
-Tozlu muriendo al final es tan triste.
-EL CROMO DE DAVID BOWIEEEE, no saben como me emocioné cuando se me ocurrió.
-Sirius y Remus compartiendo trauma en todos los universos es lo que le da vida a mi vida.
-Me sentí mal escribiendo la homofobia de Sirius pero.... es real, eso pasaría, así era la época. De nuevo: No es la manera en que quisiera que fuera el mundo pero es nuestra historia y hay que aprender de los errores para no cometerlos de nuevo.

¿Quieren que haga algo así con Sirius? En realidad es de los personajes que tienen menos contexto en este fic. Muy mal de mi parte. Déjenme saber si me extiendo o solo continuamos con la trama principal.

 

El siguiente capítulo sigue siendo POV de Remus pero es en la actualidad y déjenme decirles que me reí demasiado escribiéndolo.

Chapter 7: Remus: La furia de tres generaciones de los Black

Summary:

Sirius se quedará infertil un día de estos.

Notes:

Canción mencionada en este capítulo: Walk on the wild side - Lou Reed

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Remus

La furia de tres generaciones de los Black

Londres, departamento de Remus y Sirius

Presente

 

—!Já! —soltó Sirius desde el otro lado de la sala, pateando la mesa de madera en el centro de la habitación en su camino como un niño pequeño con una rabieta— ¡¿Ahora yo soy el monstruo?!

Remus cerró la puerta del apartamento y caminó hacia su novio con una ceja levantada.

—¿Quieres repetir esa palabra otra vez?

Un cojín voló a través de la sala directo a su cabeza. Lo esquivó con un simple paso a su derecha y lo vio caer sobre la estufa de la cocina. Sirius comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación en un ataque maníaco de frustración. Acercándose y alejándose de Remus como si aquello fuera un juego del gato y el ratón.

—¡No tergiverses mis palabras! Sabes muy bien a qué me refiero —le dijo mientras lo apuntaba con un dedo—¿Ahora yo soy el que tiene la culpa?

Remus se cruzó de brazos, impasible y rehusado a caer en su provocación

—Tu decides desaparecer por veinte días más de lo que habíamos planeado desde el inicio de la luna llena, llegas—alzó la voz—no a nuestro apartamento sino a la casa de los Potter y luego te rehusas a decirle a nadie qué demonios has estado haciendo todo este tiempo, ¿No te parece un abuso de confianza?

—¿Abuso de confianza? Estamos usando palabras grandes ahora… —le respondió en un tono burlón.

Otro cojín salió volando hacia el costado de su cabeza, golpeando la colección de cromos de ranas de chocolate expuesta en el anaquel de vidrio y madera.

—¡No a los cromos! —le advirtió. 

Cada uno de esos cromos guardaba el recuerdo de una historia importante para Remus. Pedazos de una vida llena de felicidad y angustia, ambos siempre presentes recordandole lo mucho que tenía y lo mucho que había perdido. 

El más significativo, era el cromo que se encontraba sentado en el tope del anaquel, curioso y diferente a los demás. El cromo de David Bowie que Sirius le había regalado en la navidad del 76. 

—En otra situación te encantarían mis “ grandes palabras ” —lo retó Sirius.

—No voy a negarlo, me gusta cuando abres grande para mí —Sirius lo miró con sorpresa; ojos abiertos de par en par, cejas levantadas y boca abierta. No lo había visto venir, y Remus se regodeó victorioso al haber ganado la batalla de palabras una vez más. Se encogió de hombros—. Es verdad.

—Te estoy dando solo una oportunidad para que me digas en dónde estuviste y para qué te están usando.

—Wow —enderezó los hombros hacia atrás, su humor cambiando repentinamente— ¿Quién eres? ¿Mi madre? Nadie me está usando, decidí hacer esto por mí mismo.

Sirius soltó una risa burlona.

—No hay peor ciego que el que está sentado en una trampa y piensa que tiene todo bajo control.

“Está preocupado, solo es eso ”, se recordó a sí mismo.

—¿Desde cuándo la Orden es más importante que tus amigos? ¿Desde cuándo es más importante que nuestra relación?

—Todos estamos aportando con lo que podemos a la Orden. Lo mejor que podemos hacer es mantener la información lo menos alcanzable posible para fuentes externas. No se trata de ustedes o de mí, no tiene nada que ver con mi compromiso o mi confianza y definitivamente no tiene absolutamente nada que ver con nuestra relación.

Sirius lo miró con impotencia, hombros tensos y los puños cerrados. No quería decirlo, ninguno de los dos quería siquiera tocar el tema ni de lejos con un palo, pero estaba flotando sobre sus cabezas todo el tiempo.

—¿Quieres que jure por mi magia que no le diré a nadie? ¿Esa será la única forma en que me creas de ahora en adelante?

 Después del incidente con Snape en sexto año, una vez que Remus logró perdonarlo y recuperaron pieza a pieza los aspectos más fundamentales de su relación, las cosas mejoraron, pero Sirius nunca dejó de sentir como que aún le debía algo, como si aún no hubiera ganado su confianza de regreso. La realidad era que habían estado bailando alrededor del tema desde que Dumbledore comenzó a enviarlo a La Reserva en misiones de reconocimiento.

—Sirius…

Sirius cerró los ojos con angustia y movió la cabeza de un lado al otro, como si estuviera tratando de olvidar lo que había dicho.

—¿Qué hay de James?

—¿Qué hay de James? —preguntó extrañado.

—Tu mejor amigo se va a casar y tu decides aparecer en su casa, tres días antes de su boda, morhibundo y sin ninguna explicación ¿Cómo piensas que ha sido todo esto para él? — Remus apretó los labios sin saber qué decir—¿Sabes cuántas crisis ha tenido solo esta última semana? —Sirius resopló por lo bajo— ¿Has intentado salvar a un James Potter que está tratando de ahogarse en la fuente de un parque muggle a mitad del día? ¡No es divertido, Lupin! ¡Nada divertido! Es una puta desgracia, eso es lo que es…

No pudo evitar la risa que se escapó entre sus labios al imaginar a Prongs en estado de emergencia.

—Espera… ¿Fue Prongs o James? ¿Estaba en su forma animaga?

Aquella vez, un libro alcanzó su costilla izquierda y lo hizo gemir de dolor.

—¡Se suponía que debías estar aquí! ¡Se supone que debíamos hacer esto juntos! ¡Tu, yo y Peter!

Remus suspiró, un poco más ligero, pero aún sin saber qué decir.

—James estaba contento de que hubiera vuelto.

—¡Maldita sea, Remus!

El pecho de Sirius subía y bajaba al ritmo de su respiración intranquila. Ni siquiera intentó golpearlo de nuevo con el libro que tenía entre manos, lo tiró frente a él con toda la fuerza que pudo. No sabía en dónde más descargar su frustración.

No pasas casi una década conociendo a alguien sin entender cuáles son los botones que ocasionan explosiones en su interior. 

Sirius Black no lloraba, no a menos de que estuviera total y completamente frustrado. Era el resultado de años de negligencia a manos de la familia Black, una tragedia que lo perseguiría hasta el final de sus días. Lo habían fortalecido de una manera sobrenatural, pero en ese momento, el labio inferior le temblaba levemente, sus pupilas estaban dilatadas y sus ojos vidriosos. Se cubrió el rostro con una mano para ocultarlo, respirando profundamente contra ella.

Remus entendía, con mucha más claridad, que lo que Sirius necesitaba era una excusa para sacar toda la impotencia que lo invadía cada vez que se daba cuenta de que no tenía el control sobre ninguno de sus destinos. 

—Lo siento —era lo único que podía decir.

Deseaba que las cosas fueran diferentes para todos ellos, en especial para Sirius, quien parecía perder la cordura un día a la vez, pero desafortunadamente la vida no era justa solo porque uno lo deseara. Nadie baraja sus propias cartas en el juego. Si alguien lo sabía bien, ese era Remus Lupin, el que recibió la peor mano de todos ellos.

Añorar un día más con la persona que amas como si tuvieran una fecha de expiración desconocida nunca estuvo en los planes que tenían para su futuro. Su futuro debía estar lleno de conciertos, chaquetas de cuero, besos sabor a chocolate, tabaco en callejones oscuros y sexo por las mañanas, las tardes, las noches y a todas horas del día. Un festival eterno de profanidad y rock and roll. 

Pero no fue así.

La realidad los golpeó como si nunca hubiera puesto un dedo sobre ellos.

Al comprar el apartamento de Londres, retomaron el camino correcto de su relación. Los primeros años fueron magníficos. Remus comenzó a trabajar en un taller de autos, lo que le daba acceso a Sirius a aprender sobre mecánica muggle -que lo tenía fascinado-, y Sirius decidió que se encargaría de lleno a asuntos de la Orden.

Remus sabe que estuvo considerando por un largo tiempo ingresar a la academia de aurores, pero después de visitar el edificio en persona, por alguna extraña y desconocida razón para él, decidió que no lo haría. James, siendo el maravilloso amigo que era, también abandonó la idea en solidaridad. 

Más tarde Prongs se mudó con ellos, aún en duelo por la pérdida de Regulus -un tema del que intentaban no hablar a menos de que fuera absolutamente necesario-, y no pasó mucho tiempo para que Lily se apareciera en su puerta pidiendo asilo. 

Aquella fue la mejor época de sus vidas, cuando pudieron vivir juntos como si siguieran estudiando en Hogwarts, pero con toda la libertad que la adultez les había proporcionado. A veces ni siquiera recordaba que estaban en medio de una guerra. 

Una vez que James y Lily se mudaron fuera del apartamento y volvieron a ser solo ellos (Coincidiendo con el comienzo de las sospechas de que alguien podía estar filtrando la información de la orden), en vez de fortalecerse, su relación se había convertido en una domesticidad falsa cubierta de ansiedad y preocupación por el mañana.

El asunto era que, por más fuerte e intimidante que Sirius quisiera actuar, la verdad era demasiado para él.

Le podía contar sobre cómo había estado una semana completa, inconsciente, batallando entre la vida y la muerte en un hospital de la zona rural de Escocia sin que nadie supiera siquiera su nombre. Cómo al segundo día habían decidido dejar de administrarle la medicación para el dolor porque no sabían si valía la pena utilizarla en un desconocido al borde la muerte. Podía contarle sobre los sueños febriles en los que veía, una y otra vez, como  sus amigos morían a manos de mortífagos que resultaban ser sus propios compañeros de clase. Sobre cómo no hubo un solo día en el que no anhelara el cálido confort de sus manos enredadas en el salvaje cabello de Sirius o en que su deseo se mezclara con el horrible dolor y estupor de las quemaduras de tercer grado que había sufrido al intentar escapar de las llamas.

La Reserva había sido destruida, y con ella, todos aquellos que no quisieran unirse al bando del Fenrir Greyback y, subsecuentemente, al señor tenebroso. Remus casi muere intentando salvar a la mayor cantidad de personas posible a su salida. Todo por obtener solo un poco de la justicia que les había sido arrebatada. Todo inutil al final.

Kayla había muerto, vio al mismísimo Greyback arrancarle la cabeza de un mordisco, pero más allá de todas las desgracias que habían ocurrido para los lobos, Remus tenía una razón más importante para no querer contarle a Sirius sobre el ataque a La Reserva. 

Su hermano. Regulus Black.

Ese era el último botón que tenía que apretar para que se deshiciera frente a él y no tenía la fuerza para hacerlo. Lo amaba demasiado como para verlo derrumbarse. La guerra no perdona a los inocentes, y en ningún momento tuvo misericordia por los Black. 

Sus ojos se conectaron. Los de Sirius cristalinos, al borde del colapso, los de Remus llenos de paciencia y devoción. Sirius era una bomba de tiempo que tenía que desactivar.

—Nunca había extrañado a nadie de la manera en que te extrañé —le confesó.

Sirius cerró los ojos con fuerza y suspiró pesadamente.

—Te odio —le respondió con la intensidad de una tormenta.

En realidad quería decir que lo amaba . Sirius a veces confundía aquellas dos palabras, tan acostumbrado a amar a una madre que lo único que le había enseñado era a odiarse a sí mismo.

—Yo te amo —le recordó.

Al final del día no había nada que importara más que eso.

Poco se habla sobre las personas que se quedan para verte convertirte en una versión mejor de tí mismo, eso eran el uno para el otro, la persona con la que habían crecido. 

Era su mejor amigo, su mayor confidente, su más grande defensor, la única persona que sabía ver a través de la superficie de su conciencia y la razón por la que seguía luchando cuando todo lo demás parecía no tener sentido.

Lo amaba.

Siempre.

Incluso ahora, lo amaba.

El magnetismo entre sus cuerpos se acrecentó en el aire. 

Remus lo llamaba electricidad y Sirius lo llamaba magia .

Ahora parecía un pecado que no se hubieran tocado hace veinte días, que sus labios aún no se hubieran rozado suspirando: “he vuelto a casa” , que sus dedos no hubieran trazado encantamientos que solo él conocía para aliviar su corazón y que no tenían nada que ver con la magia que corría por sus venas, sino con el amor y devoción que le demostraba con cada respiro que daba.

“Ahora. Te necesito, ahora.” , le gritaba su mirada oceánica.

—¿Acabaste? —le preguntó con voz rasposa.

—Apenas estoy comenzando —Sirius acortó la distancia entre los dos con desesperación—voy a besarte hasta que tus labios me quiten las malditas ganas que tengo de asesinarte con mis propias manos —y sus labios se conectaron deshaciendo cualquier atisbo de tensión entre ellos, reemplazándolo con pura e inhibida pasión que luego se convirtió en ríos de devoción que fluyeron por su piel hasta que sanaron aquellos veinte días de ausencia.

Si le preguntaban, no había mejor cura para un corazón roto.



 

 

Justo cuando pensaba que estaban a punto de sincronizarse al punto de compartir el clímax al ritmo de Walk on the wild side” , el destello azul de un patronus iluminó la oscura habitación disrumpiendo por completo su concentración.

 Remus rodó por la cama y cayó de bruces en el suelo.

—¡Mierda! —soltó mientras llevaba una mano al lugar donde las quemaduras aún seguían cubiertas por vendas. 

Sirius se levantó de inmediato al no encontrar su varita al alcance de su mano. 

Habían estado tan cerca. Solo unos segundos más y… ¡Que se jodiera quien fuera que había enviado un maldito patronus a esas horas de la noche!

—¿De quién demonios es?—preguntó sin reconocer la figura animal parada frente a ellos. 

Era un cisne .

—Alguien que está por descubrir la furia de tres generaciones de los Black.

Sirius lo ayudó a pararse, aún buscando su varita con la mirada por toda la extensión del cuarto, mientras la voz de una mujer comenzó a inundar cada rincón de la estancia.

—No puedo explicar la importancia de su respuesta a este llamado…  

—¿Pandora?

Merodeadores, si hay algo por lo que vale la pena luchar en esta guerra, se encuentra aquí, ahora. Espero que sean capaces de dejar sus diferencias en el pasado y me asistan en el rescate de Regulus Black.

—¿Acaba de decir….?

Mi chimenea estará abierta por treinta minutos después de que reciban este mensaje. Ottery St. Catchpole, Devon, Inglaterra. No hay tiempo que perder.

Puso las piezas del rompecabezas juntas demasiado lento ¿Por qué Pandora, de todas las personas del mundo, estaría enviándoles un patronus al apartamento? ¿Cómo es que sabía dónde vivían? Lo más importante de todo… ¿Había dicho que Regulus Black necesitaba su ayuda?

Encontraron su punto débil” , fue su primer pensamiento, su primera teoría.No había forma de que aquello no fuera una trampa planeada especialmente para engañar a Sirius.

—Mierda… —repitió por lo bajo, dándose cuenta de lo delicada que era la situación y pronosticando la tormenta que estaba a punto de abatirlos.

Sirius abrió las puertas del closet de inmediato y lanzó una camiseta en su dirección.

—¡Sirius! —le pidió Remus—. Un segundo. Voy a llamar a Pete.

Sirius no respondió, salió por la puerta de la habitación de camino a la sala mientras se ponía los pantalones. Remus utilizó la chimenea frente a su cama para comunicarse con la casa de los Pettigrew, susurrando los encantamientos tan rápido como pudo, pero no recibió respuesta. Intentó con su oficina en el ministerio.

—Peter, ¿También lo recibiste?

—Lo acabo de escuchar.

—Sirius está…

—¿Ya hablaste con James? —lo interrumpió Peter, nervioso.

Se pasó una mano por el cabello mientras sopesaba qué tan grave era la situación.

—No puede ser real, Wormtail. Es demasiado conveniente.

—Pensé lo mismo, pero…

—Pero ¿y si lo es? —tragó grueso y miró hacia la puerta que conectaba con la sala.  Escuchó el golpeteo de objetos contra el suelo y los golpes de las puertas de los armarios—. Sirius no va a entrar en razón, no va a haber manera de detenerlo.

—No descartemos que sea cierto tan rápido —Peter parecía bastante seguro—Eh… Monny, tenía un compromiso importante esta noche —le dijo nervioso.

—Aún no sabemos de qué se trata. No perdamos la cabeza. Mañana es la boda y lo mejor sería mantener esto en un perfil bajo hasta que sepamos de qué va.

—Sí, está bien —su amigo suspiró con cansancio—. Estaba a mitad de un reporte cuando lo recibí, me sacó el peor susto de mi vida.

—Sí bueno… no quieres saber lo que nosotros estamos haciendo —escuchó otro estruendo desde la sala que lo estremeció levemente—. Un segundo, Pete.

Corrió hasta la sala, en donde Sirius estaba abriendo y cerrando todos los cajones de la cocina desesperadamente.

—¿En dónde está mi varita?

—Peter está en la chimenea, ¿lo veremos en casa de los Potters?

—No. No hay tiempo. Vamos a ir directamente a Devon ¿Dónde está mi maldita varita?

—¿No crees que deberíamos consultarlo con alguien de la Orden antes?

—No —dijo definitivamente. 

—Tal vez deberíamos pensar por un segundo antes de...

—No hay nada que pensar ¡Es Regulus! ¡Es mi hermano ! —gritó en su dirección enfurecido. Remus cerró la boca de sopetón y regresó a la habitación, agachándose en la chimenea para volver a su conversación con Peter.

—Voy a acompañar a Sirius a la casa de Pandora —dijo seguro hacia las flamas. Tomó los pantalones que habían quedado en el suelo de su habitación y comenzó a subirlos por sus piernas.

—¿Estás seguro? ¿Quieres que llame a Dumbledore?

Remus no estaba seguro de nada en ese momento, pero ni siquiera Dumbledore podría detener a Sirius de intentar salvar a su hermano, si es que siquiera necesitaba salvación, y no podía dejarlo ir solo.

—Intenta comunicarte con Prongs. Merlín sabe cómo se lo ha de haber tomado. Mientras tanto averiguaremos de qué se trata todo esto. No vayas a la casa de Pandora hasta que recibas mi patronus confirmando que es seguro.

—¡La encontré! —escuchó a Sirius gritar desde la sala. 

—Cuidate, Pete.

El pelinegro entró a la habitación, tomó a Remus de la manga de la camiseta y lo jaló hacia la sala.

—¡Hablamos lue-



  Devon, Inglaterra - Hogar de los Selwyn

 

Se subió la cremallera del pantalón después de caer de rodillas en el suelo de la gran sala de estar de la casa de los Selwyn. 

Curiosamente, lo primero que sus ojos divisaron fue a Kreacher, el elfo doméstico de la familia Black, arrugando la torcida nariz en su dirección con disgusto. 

Remus se sintió avergonzado, un leve rubor cubrió sus mejillas. Al menos no habían sido recibidos por un círculo de mortifagos tratando de atacarlos. Sin embargo, no podían ser demasiado cuidadosos. Todo este asunto le daba muy mala espina. Sacó suavemente la varita del bolsillo de su pantalón.

Un par de libros flotaban de la biblioteca hacia el escritorio de la habitación contigua, desde donde se escuchaban pasos intranquilos. Sirius entró a la habitación sin pensarlo y Remus maldijo más de un millón de veces en un solo segundo siguiéndolo hacia ella.

—Que bien que llegaron —suspiró con alivio Pandora.

La estancia estaba repleta de pergaminos que volaban por los aires, y plumas que escribían palabras en libros en blanco.

—¿En dónde está el idiota mi hermano? —preguntó Sirius con urgencia, mientras asentaba con fuerza ambas manos encima del escritorio en un intento de causar el mayor ruido posible. 

Remus entró a la habitación con cautela, un paso a la vez, examinando los títulos de los libros que flotaban en el aire: W.O.M.B.A.T. para Aurores, Luz de los perdidos, Sacerdotes de primera línea ¿Qué carajo estaba buscando Pandora?

—Kreacher, ve al sótano de Grimmauld Place y regresa con estas pociones —La chica le extendió un pedazo de pergamino y Kreacher desapareció de inmediato—Necesito tu ayuda, Sirius. Necesitamos visitar la biblioteca de Alphard —los miró con confusión—¿En dónde está James? ¿Por qué no lo trajeron con ustedes?

—Tienes suerte de que vinieramos en lo absoluto —interrumpió Remus, dando un paso hacia adelante—. ¿Cómo sabemos que esto no es una trampa?

Pandora lo miró duramente, como si lo que acababa de decir fuera la mayor de las ofensas, como si no estuvieran en medio de una guerra en bandos opuestos.

—¿Te parece que esto luce como una trampa, Lupin? ¿Ves a los mortifagos? ¿Quieres revisar si el señor oscuro está en el closet?

—Selwyn, responde la pregunta. ¿En dónde está Regulus? —volvió a preguntar Sirius impaciente, ignorando los cuestionamientos de Remus. . 

—No podemos irnos sin Potter. Regulus no escuchará a nadie más, ni siquiera a su hermano ¿En dónde está?

Remus puso una mano sobre el hombro de su novio en un intento de apaciguarlo, pero él la sacudió violentamente hacia un lado, dejando un nudo en la boca de su estómago

—Siento tener que recordarles esto…—enunció la voz de Peter a sus espaldas. Había entrado en la habitación tan silenciosamente como un fantasma.

—¿Pete? —preguntó Remus exasperado—. Te dije que…

—James está a solo unas horas del día más importante de su vida. Intenté comunicarme con los Potter, pero no recibí respuesta —miró a Remus nervioso— Lo siento, no sabía qué hacer… —se encogió de hombros—¿Qué sucedió con Regulus?

—Selwyn, estaba a punto de responder esa pregunta —dijo Sirius, y levantó su varita frente a Pandora, amenazándola con ella. La tensión se disparó en la habitación. Podía escuchar su corazón palpitando rápido como el de un caballo en trote. Aspiró el aroma de su rabia inundando cada espacio vacío. 

Pandora lo miraba con odio desde el otro lado del escritorio.

Todo estaba ocurriendo demasiado rápido y Remus seguía seguro de que eso era una trampa. Peor, si no lo era, entonces solo estaban ayudando al otro bando a conseguir lo que quería.

—Regulus ha estado atrapado por horas con cientos de inferis en una cueva de la isla de Staffa.

Sirius se tensó en su lugar, pero no bajó la varita.

—Eso no responde absolutamente nada —respondió—¿Cuándo fue la última vez que vimos a Regulus? ¡Ah, sí! La última vez que lo vimos estaba del otro lado de nuestras varitas, vestido de mortifago y con su banda de psicóticos amigos destruyendo la mitad del callejón Diagon. La última vez que lo vimos no tuvo ningún problema en dejarme saber que nunca más necesitaría mi ayuda.

—Tenía sus razones para estar ahí —dijo de inmediato Pandora— Tú, mejor que nadie, deberías saberlo.

—¡Sus razones! Me gustaría saber cuáles eran esas razones porque, Merlín me de paciencia, no las entiendo ni un poco.

Fuego.

Llamas.

Greyback cortando la cabeza de Kayla de un mordisco.

Regulus Black.

—¿Qué hace Regulus en una cueva en la costa de Inglaterra? —preguntó Peter desde el marco de la puerta.

Esa vez, Pandora se enfocó solamente en Sirius.

—Tu hermano lleva meses tratando de encontrar una manera de quitarle su poder a Voldemort y algo me dice que no lo estaba haciendo porque era divertido. Si eso no es prueba suficiente para tí de sus intenciones, puedes regresar de donde viniste, no sería la primera vez que lo abandonas.

Pero las palabras de Pandora no podían ser ciertas, porque Remus lo había visto hacía tres días en La Reserva al lado de Greyback.

Miró a Sirius con preocupación, sabiendo lo mal que se tomaría ese último comentario. Si había algo que no se podía perdonar, era haber dejado a Regulus en Grimmauld Place la noche en que casi recibe la marca tenebrosa, la misma noche en que casi muere. Todos se quedaron en silencio, tratando de procesar las palabras de Pandora. 

—Es una larga historia que no tenemos tiempo de revisitar ¿De acuerdo? Van a tener que confiar en mí. 

—¿Cómo supiste a dónde enviar los patronus? —preguntó Remus.

—Lily —dijo segura—. Sabía del lugar donde se quedó después de que dejó la casa de su madre, y todos saben en dónde trabaja Peter —Pandora suspiró—. No tuve tiempo de planear cómo explicarles esto, ¿de acuerdo? He estado muy ocupada tratando de averiguar cómo ayudar a Reg. Hubo un tiempo en el que todos confiábamos en todos, ¿no es así?

—Eso fue antes de la guerra —alegó Remus.

—Siempre hemos estado en guerra, Lupin —Pandora se llevó una mano al tabique de la nariz—. Si no crees en nada más, al menos confía en el hecho de que nunca trataría de herir a Lily. Hacer daño a sus mejores amigos no está en mi lista de objetivos.

Remus no sabía qué pensar. Se volteó para ver a Sirius:

—¿Estás b-

—No tenemos tiempo de discutir política —los interrumpió la chica, que se puso de nuevo con manos a la obra, abriendo y cerrando libros a su alrededor—¿Alguien puede ir a buscar a Potter? —levantó una mano en el aire y, con un gesto, le pidió a Peter que se parara a su lado. Peter obedeció sin pensarlo dos veces—. Necesito que encuentres la traducción de las palabras “Descanso final” en este libro.

Remus miró de reojo a su novio, sus manos temblorosas, puños a sus costados, emanando la inestabilidad de la magia que se sentía en el aire alrededor de él.

—Sirius… —susurró en su dirección, e intentó tomar una de sus manos, la cual desechó con rapidez y facilidad. Remus sintió su corazón crujir.

—Necesito un momento.

Dejó la habitación, desapareciendo de su vista, y se escuchó el azote de la puerta principal de la casa como si tratara de romperla. Remus se pasó las manos por la cabeza sin saber qué hacer o en quién creer. 

Kreacher se materializó al lado de Pandora y ella metió las pociones en uno de esos maletines extensibles encantados.

—La única forma de salir de la cueva es pasando a través de los inferis.

—¿Todos los medios de transporte están desactivados?

Pandora miró a Peter con curiosidad.

—Así es, ¿Crees que haya una forma de activarlos de nuevo?

—No —movió la cabeza de un lado al otro—, si funcionan como los de Hogwarts solamente el mago que los conjuró podría hacerlo. De otra forma tendríamos que matarlo y… —miró a Remus preocupado—ninguno de nosotros puede hacer eso, ¿verdad?

Remus tragó grueso.

—De vuelta al plan, entonces —retomó Pandora—. Kreacher puede llevarnos a la entrada pero no tenemos forma de llegar hasta Regulus.

—¿Cómo se combate un inferi? —preguntó Peter.

—El calor y la luz funcionan bien cuando se encuentran en lugares oscuros pero, a menos de que hablemos de fuego maligno, no hay forma de acabar con ellos, realmente no están vivos. Solamente son marionetas cargadas de magia oscura. Puedes cortarlos en pedacitos y seguirán arrastrándose hacia tí si pueden hacerlo.

—¿Cuál es el plan, entonces? —preguntó Remus.

Pandora levantó la mirada en su dirección.

—Ganar suficiente tiempo como para poder encontrar otra forma de sacarlo de allí. Kreacher dijo que las escobas no vuelan dentro y no hay forma de aparecerse, así que tendremos que arreglarnos de otra forma… al parecer hay un bote para cruzar el lago pero está de su lado y solo puede transportar a un mago a la vez —la chica suspiró y miró rápidamente hacia el reloj de pie de la habitación.

—Intentaré comunicarme con la casa de los Potter de nuevo —propuso Remus. Sabiendo que necesitarían indiscutiblemente a James si planeaban salir de esto vivos.

Peter los miró con preocupación.

—Prongs no está en la casa de los Potter.

—¿Qué? —preguntó Remus—. ¿En dónde demonios está, entonces?

—Está con Lily, en la casa de sus abuelos, necesitaban un tiempo a solas antes de la boda.

Remus no podía procesar el caos en el que se habían convertido sus vidas en solo minutos.

—No recibió el patronus —razonó Pandora.

Remus no tenía la menor idea de qué estaría pasando por la cabeza de James en esos momentos, pero en la de él, ya no existía espacio para un solo evento fatídico más.

Se dio media vuelta y fue a buscar a Sirius.

Notes:

¡La trama continúa!

Me encanta hablar conmigo misma en estas notas.

Este fue otro de esos capítulos que no estaba lista para publicar pero tuve que hacerlo por cuestiones de que nunca iba a ser perfecto y podía pasar una semana más editandolo. Probablemente al final regrese a darle los toques en esas escenas que aún carecen de fluidez.

Cosas random:
-"Me gusta como abres grande para mí", no saben cómo morí de la risa cuando escribí esa línea.
-Remus the biggest king, te amo.
-La historia de Remus y Sirius en este fic es como me imagino que debió haber sido su relación después de The prank, creo que muchas veces los caracterizan como esta pareja super disfuncional que nunca aprendió de sus errores. Este es el mundo perfecto de Katie, así es como se ve el progreso después de que ocurre algo desastroso para dos personas. Se supone que nuestros errores nos deben hacer mejores personas. Sin embargo, esto raramente ocurre en la vida real, solo quiero recordarles eso. Y sí, Remus sigue teniendo trust issues porque toda su vida los ha tenido y algunas heridas siempre viven contigo.
-¿Regulus con Greyback? -se aleja lentamente sin hacer ruido-
-"No sería la primera vez que lo abandonas" -wow pandora, chill the fuck off-

 

Si llegaste aquí, gracias por leer mi vomito mental. Deja tus teorías en los comentarios, me encanta leerlas y gracias a sus bellos mensajes y por leer esta humilde historia.

El siguiente capítulo seguimos la historia del baby black: REGULUS y el atentado a Diagon Alley.

Chapter 8: Regulus: Lo mejor que puedes hacer por tu apellido

Summary:

Ouch.

Notes:

TW: Walburga's & Orion Black A+ parenting.

Disclaimer: El hecho de que hubiera agregado una capa de profundidad a las razones detrás de que los padres de Sirius y Regulus fueran tan malos padres, no quiere decir bajo ninguna instancia que apruebe su comportamiento. Aunque sean personajes ficticios, Orion y Walburga son padres negligentes que no deben de ser justificados de ninguna manera. Sin embargo, todo trauma viene de alguna parte. Este es el origen que yo decidí darle.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Regulus

Lo mejor que puedes hacer por tu apellido

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

 

Había agotado su baja reserva de buenos recuerdos. 

Ahora su patronus no tenía pelaje, ni ojos, ni garras; era solo una silueta de energía que tenía problemas para mantenerlo a salvo.

Regulus no podía dejar de llorar. 

Sus zapatos mojados estaban tirados a un lado de él. Se había quitado el abrigo que lo cubría porque quería sentir el frío de la cueva, quería que lo entumeciera hasta no poder sentir nada. El tatuaje en su brazo escocía dolorosamente, lo que quería decir que Voldemort lo estaba llamando, pero ni siquiera la magia negra de la marca tenebrosa lo sacó de allí.

No quería morir, no en realidad.

Necesitaba ayuda.

Necesitaba a Sirius.

Necesitaba a su hermano.

 

 

Londres, 1969

 

Regulus aprendió, a una corta edad, acerca de la complejidad de las dinámicas familiares. 

Cuando tenía nueve años -en uno de aquellos días en los que su madre no estaba por casa, Sirius se encontraba en Hogwarts, y Orión era el encargado de cuidarlo-, le fue confiado el secreto familiar que se llevaría a la tumba.

—¿A dónde vamos, papá? —le preguntó mientras caminaban bajo la lluvia, protegidos por un gran paraguas negro. Su pequeña mano era arropada por la calidez de la de su padre, grande y fuerte.

—Vamos a visitar a una vieja amiga.

Merodearon a paso tranquilo por las calles de Londres hasta llegar frente a unas puertas flanqueadas por dos altos pilares de piedra tallados con patrones antiguos. Los pilares estaban coronados por una gran cruz de hierro forjado y, en el centro, un cuervo metálico extendía sus alas sobre el cementerio.

Regulus conocía aquel lugar, habían estado allí para el funeral de su abuela Melina. Recordaba lo aburrido que había sido, como estuvo sentado en un banco por la mayor parte del día sin hablar con nadie, ni siquiera con Sirius porque los habían separado en extremos opuestos del salón. 

Esa vez no pasaron por el pasadizo secreto protegido por hechizos anti-muggle que los llevaba a la cripta de los Black. No, esa vez caminaron por los pasillos de tumbas y árboles hasta llegar a una pequeña y ordinaria lápida al oeste del gran campo.

—Casii-o-peia —leyó con dificultad. Su padre le dedicó una media sonrisa llena de nostalgia— ¿Quién es?

—Es tu hermana, Reggie.

Regulus miró la lápida con los ojos abiertos de par en par.

—¿Tenemos una hermana?

—La tuvieron —aclaró.

Orion se inclinó frente la tumba de al lado y dejó las rosas blancas que traía en la mano sobre el pasto. “ Constance Preece”, decía la lápida, era simple y discreta. Nada más que sus nombres enfrentadose al pasar del tiempo, desvaneciendose a la par de su recuerdo. 

—¿Qué les pasó?

Orion lo miró con ojos cristalinos, dejó el paraguas a un lado de ellos en el suelo y dio un paso hacia la tumba de Constance, en donde sus lágrimas se mezclaron con la lluvia.

—Se convirtieron en una lección —le dijo con tristeza—. A veces tenemos que dejar ir lo que amamos, porque es lo mejor que podemos hacer por ellos.

Regulus se sentó junto a Orion frente a las tumbas por un largo rato, dejando que la lluvia los empapara, agarrado de su brazo, pensando: ¿Cómo hubiera sido tener una hermana? ¿Habría sido como Narcissa o como Bellatrix? Sirius no era como ninguna de ellas ¿Habría tenido que cuidarla o sería al revés? Eso hacían los hermanos, ¿cierto? Era lo que hacía Sirius por él.

De camino a casa, su padre le hizo prometer que no diría una sola palabra sobre su visita al cementerio, y si ese era el caso, podría acompañarlo cada vez que quisiera.

Orion y Regulus fueron juntos al menos una vez al año después de eso.

Años en el futuro, sus palabras adquirían un nuevo significado cuando se enterara de que Constance Preece había sido el primer, y probablemente único, amor de su padre. Una bruja mestiza de la que Melina y Arcturus, sus abuelos, no aprobaban como su pareja; y con la que tuvo un amorío secreto mientras estaba comprometido con su madre. 

En su defensa, Orion y Walburga Black se comprometieron mucho antes de salir de Hogwarts. Eran apenas unos niños. Su matrimonio fue un arreglo entre familias de sangre pura casi al nacer. Nada de amor, solo un negocio. Un contrato. Una lección.

Constance y Cassiopeia murieron en un extraño accidente muggle. La que hubiera sido su hermana tenía solo dos años. Pero ¿hubiera sido su hermana? ¿Hubieran nacido Sirius y Regulus si su padre hubiera sido feliz?

Nunca lo sabría.

Para el momento en que Regulus se enteró de todo eso, Orión ya había fallecido.

Su madre se encargó de que los nombres de Constance y Cassiopeia fueran borrados de sus lápidas. Regulus sabía muy bien por qué lo había hecho. Las estaba condenando, porque no podía hacerlo con su padre. Walburga ni siquiera pensó en recuperar el cuerpo de Orión, solo aceptó que hubiera desaparecido, que lo hubieran llevado a la cueva de escocia.

Regulus se llevaría el secreto de Orión con él hasta el día de su muerte, y con ese, muchos otros más sobre la familia Black.

 

 

Grimmauld Place, 1973

 

¡Imperio! —susurraba Sirius desde el otro lado de la biblioteca— ¡Imperio! —repitió con mayor intensidad.

Regulus bajó el libro que estaba leyendo, dejándolo sobre su regazo, y lo miró apático.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy aprendiendo a hacer magia sin mi varita.

Para asegurarse de que sus hijos perdieran todo el control de sus vidas al llegar a Grimmauld Place, su madre le pedía a ambos sus varitas y las guardaba en la caja fuerte mágica de la familia durante todo el verano. Solo era una vez que estaban a punto de salir de la casa de camino a King Cross que se las regresaba.

—¿Estás tratando de lanzarme un Imperio con la mente? —frunció el ceño.

—Quiero un vaso de agua y madre le ordenó a Kreacher que no obedezca ninguna de mis peticiones —puso los ojos en blanco—, esa maldita bruja quiere matarme de aburrimiento.

—Sirius —lo reprendió—, no hables así de nuestra madre—suspiró y frunció los labios con disgusto—. Ni siquiera sabes hacer ese hechizo con una varita, ¿qué te hace pensar que podrías hacerlo sin ella?

¡Imperio! —intentó de nuevo, futilmente. 

—Solo tienes que levantarte y buscarlo tú mismo o… si en verdad no quieres hacerlo puedes pedirmelo.

—¿A una serpiente? —Sirius aprovechaba cada oportunidad disponible para recordarle que había roto su promesa al “decidir” haberse convertido en un Slytherin. La burla comenzaba a cansarlo—. Prefiero morir —exclamó dramáticamente. Volvió a poner los ojos en blanco y se deslizó por el sofá hasta quedar de boca arriba en el suelo.

Walburga Black entró a la biblioteca en ese momento y ambos se levantaron de inmediato, dejando de hablar, moverse y respirar. El ambiente se tornó tenso. Su madre miró a Sirius de reojo con desprecio y, después de unos segundos, levantó la quijada en su dirección. 

—Vístanse ahora, vamos a visitar a Cygnus —les ordenó.

Regulus asintió con la cabeza sin chistar y, con los brazos tras la espalda, comenzó a caminar hacia la entrada de la biblioteca.

—¿Tenemos que ir? —preguntó Sirius.

Cerró los ojos y sintió cómo golpeaban el aire fuera de sus pulmones.

—Es una orden —le respondió Walburga, impasible.

—Bella y Cissy son muy molestas —se quejó con fastidio.

Su madre lo fulminó con la mirada.

Tenía que darle el crédito a Sirius, después de tantos años, apenas lo veía estremecerse cuando su madre sacaba la varita del bolsillo de su corset. Él aún solía cerrar los ojos con miedo. 

Tal vez fue eso lo que motivó a Walburga. Quien, desde el nacimiento de Sirius, anhelaba el día en que él dejara de refunfuñar ante sus órdenes. Así, comenzó esa horrible costumbre de hacerle ver que, mientras viviera bajo su techo, jamás tendría libertad de albedrío.

Sirius le recuerda a la persona que solía ser”, le había dicho alguna vez su padre. “ He aprendido a no subestimar los extremos a los que iría tu madre para asegurarse de que no vivan la vida que ella tuvo.”

Regulus no comprendía qué había sucedido para que su madre creyera que la vida que llevaban era mejor. Sin embargo, quizás podría vivir sin conocer todos los secretos de su familia.

—Sirius —le advirtió Regulus desde el marco de la puerta.

—¿Qué? ¡Es verdad! —refutó.

Regulus le reprochó con la mirada. Aquello no era valentía, era simple idiotez, impulsividad y masoquismo. Su madre lo miró de reojo con una petición, como si fuera el responsable de hacer que su hermano se callara y obedeciera.

—¿Tienes algo que decirle a tu hermano, Regulus?

Un horrible vacío lo arrastró hacia el suelo, directo a las profundidades del infierno. Sin embargo, respiró hondo antes de responder:

—Vamos a arreglarnos ahora mismo, madre —le aseguró, volviendo a mirar a Sirius con severidad. Su hermano, por su parte, entrecerró los ojos como si lo hubiera traicionado. Por algún milagro mágico de Merlín, Sirius le hizo caso y, refunfuñando, se dirigió hacia Regulus hasta el marco de la puerta. Desde allí, ambos caminaron lado a lado hacia las escaleras.

—¡Genial! Vamos a pasar la tarde con las otras dos serpientes —murmuró por lo bajo.

—¿Podrías callarte? —le murmuró Regulus.

—Sirius —llamó su madre desde el pasillo, justo cuando estaban por llegar al tope de las escaleras. Voltearon para mirar a sus espaldas y ambos se tensaron. 

Regulus pensó, en un segundo de ingenuidad, que habían podido esquivar otro castigo, pero Walburga levantó la varita hacia Sirius y lo miró maliciosamente.

¡Imperio! —susurró delicadamente. 

Un delgado hilo verde recorrió el espacio vacío entre los dos. Los ojos de Sirius se tornaron vacíos y Regulus sintió el corazón en la boca del estómago. Lo tomó de la mano instintivamente y su madre sonrió con satisfacción.

—No tardes —fue lo único que ordenó antes de marcharse a la cocina con Kreacher.

Aquello no había sido un castigo, solo una advertencia, pero esa no fue la única vez en que utilizó uno de los encantamientos imperdonables contra uno de sus hijos.

 

 

Grimmauld Place, 1975

 

Los gritos de Sirius resonaban en todos los rincones de la casa. Aullidos ahogados de dolor y lágrimas combinadas con sangre. Regulus no podía tolerarlo más. Seguía firmemente parado al lado de su madre, rogando que su mente decidiera simplemente apagarse para no tener que presenciar aquello. En algún momento dejó de contener las lágrimas. Las pequeñas perlas de agua eran lo único que demostraba que su rígido semblante no era tan impenetrable como parecía.

—¿Quién es tu maestro?

Otro hechizo.

Más gritos.

—Walburga —dijo la voz serena de su padre a un lado de ella—, es suficiente.

Regulus soltó un respiro de alivio.

—Levántate —le ordenó su madre.

Sirius no se levantó. No creía que fuera un acto de desobediencia, sabía que simplemente no tenía la fuerza para hacerlo. 

—Sirius —le dijo severamente de nuevo—Levántate.

El llanto de Sirius lo estaba destruyendo, como si él mismo estuviera del otro lado de la varita de su madre, tirado en el suelo, recibiendo laceración tras laceración. 

Walburga suspiró con pesadez, como si estuviera cansada de escucharlo quejarse, como si no estuviera suplicando por su vida, y Sirius había suplicado, esa fue la peor parte. Le pidió a su madre que se detuviera, le preguntó por qué lo odiaba, le advirtió que lo iba a matar, le recordó que ella lo había traído al mundo, le dijo que la odiaba, que odiaba que su sangre corriera por sus venas, pero Walburga siempre le respondía con la misma pregunta: ¿Estás listo para tomar la marca? Sirius no había accedido una sola vez. 

Regulus se limpió las lágrimas con la parte trasera de la mano y respiró profundamente.

—¿Ahora estás listo? —le preguntó de nuevo.

“Solo di que sí” , pensó Regulus, “miente, haz lo que tengas que hacer para sobrevivir.” Lo repitió una y otra vez en su cabeza como una oración. No podía tolerar un segundo más de aquella carnicería. Cada vez que Sirius gritaba, perdía una parte de sí mismo.

Pero Sirius no lo hizo y Walburga alzó la mano de nuevo en el aire lista para continuar con la masacre. 

Regulus había tenido suficiente.

Antes de que lanzara otro Crucio en su dirección, se movió frente a ella.

—Lo haré yo —dijo decidido.

La ceja de su madre se alzó apenas, una arruga sutil formándose entre sus ojos mientras lo miraba, como si intentara descifrar un idioma desconocido.

—¿Crees que puedes hacerlo cambiar de parecer?

—No —levantó el mentón en su dirección—. Así que yo tomaré la marca por él.

Walburga se cruzó de brazos y sonrió con satisfacción.

Se preguntaba, si después de todo, ese siempre había sido su plan. Si Sirius solo era una pieza en el tablero destinada a probar su propia lealtad. Si cuando lo vio por primera vez al nacer supo de inmediato que ese no era el hijo que necesitaba. Si por eso había nacido Regulus.

Sirius se había sacrificado suficiente por él, era tiempo de devolverle el favor.

—Reg —susurró Orion a modo de advertencia. 

Regulus lo miró de reojo y negó suavemente con la cabeza.

—Sé lo que estoy haciendo —le aseguró.

Fijó los ojos en su madre y trató de buscar en sus recuerdos algo que le indicara que alguna vez los había amado ¿Alguna vez había amado a alguien? Tenía que haberlo hecho. Se negaba a pensar que incluso Walburga Black no tenía un punto débil, pero estaba seguro de que cualquiera que hubiera sido el suyo, ya no existía.

—Me quieres a mí, no a él.

Su madre se encogió de hombros y, por un segundo, creyó ver solo un toque de lástima en sus ojos, como si en verdad se arrepintiera de que las cosas tuvieran que acabar así.

Tal vez sí había sido un plan.

La marca solo podía ser tomada por voluntad propia y Walburga necesitaba que Regulus tomara la decisión por sí mismo. ¿Qué mejor forma de hacerlo tomar la decisión que esta? Conocía tan bien a sus hijos que de seguro lo supo desde la primera vez en que Sirius recibió un castigo para que Regulus no tuviera que hacerlo.

—¿Cuándo? —le exigió su madre.

—Antes de que termine el verano.

Walburga le dio otro vistazo al cuerpo casi inconsciente de Sirius con desprecio y puso una mano sobre su mejilla. Regulus se tensó ante el contacto. De alguna perversa y torcida manera, su madre le estaba regalando una muestra de afecto.

—Muy bien, Regulus.

Odió la manera en que sus palabras lo hicieron sentir adecuado por primera vez. Odió la manera en que se sintió amado y reconocido. La odiaba y odiaba necesitar su aprobación por el simple hecho de que le hubiera dado la vida. Era injusto.

—Pero tu hermano sabe demasiado, no podemos dejarlo ir.

—Haré lo que sea.

Orión lo miró con reproche.

—¿Lo que sea? —preguntó su madre.

—Lo que sea.

Lo pensó por unos segundos y buscó los ojos de su esposo.

—Deja ir al niño, Walburga —le pidió—, es tu hijo.

Miró a Regulus de nuevo y asintió con la cabeza, dejando un beso en su mejilla antes de pasar a su lado y marcharse.

—Esta noche, Regulus. Llamaré al señor oscuro.

Tragó grueso y sintió un balde de agua fría imaginario caerle encima.

Esa misma noche.

Si se grababa esa marca en la piel esa noche, sería el final. No habría despedidas, ni posibilidad de dar marcha atrás. Una parte ilusa de él, diminuta pero persistente, aún aferraba la esperanza de escapar con James y Sirius, de que lo arrancaran de allí como tantas veces habían prometido. Pero Regulus lo sabía en lo más profundo de su ser: había umbrales de los que no se regresaba, y la Marca Tenebrosa era, sin duda, uno de ellos.

Walburga dejó el jardín mientras inofensivas gotas de agua comenzaron a caer desde el cielo, arrastrando la sangre de Sirius por el piso de piedra.

—Toma a tu hermano —le indicó Orion—, vamos a sacarlo de aquí.

Regulus se agachó a un lado de Sirius, quien inmediatamente se inclinó, escondió el rostro en su pecho, y soltó un llanto ahogado de pura desesperación. Sus lágrimas, la lluvia y la sangre mancharon la ropa de Regulus, que más tarde quemaría en un intento de borrar para siempre el recuerdo.

—Lo siento, estarás bien —lo arrulló.

Orión envolvió su torso desnudo en un abrigo y lo ayudó a levantarse. Caminaron a paso lento hacia la sala de estar, en donde su padre encendió la chimenea.

—Con los Potter —sugirió Regulus.

Orión asintió con la cabeza y tiró los polvos flu hacia las llamas.

—Lo siento, hijo —acomodó uno de los mechones de Sirius para que dejara de taparle el rostro hinchado—, quisiera haber podido ser más fuerte para ustedes.

Regulus y Orión se miraron, entendiendo lo que significaban esas palabras, e inmediatamente pensó en Cassiopeia, su hermana, y en cómo no sólo les había fallado a ellos dos, sino a todas las personas que había amado. 

Nada más que un cobarde.

Se prometió a sí mismo nunca convertirse en su padre.

 

Cuando regresó a Hogwarts después del verano, James le contó sobre la noche en que Sirius había llegado a su casa. Cómo despertó tres días después en San Mungos demandando que sacaran a Regulus de Grimmauld Place.

Hubiera sido más fácil saber que lo había abandonado.

 

 

Hogwarts, 1974

 

—Todos dicen que tus papás son magos oscuros —comentó Barty sin inhibiciones el día en que lo conoció.

Se encontraban en clase de pociones, en donde Slughorn los emparejó como equipo de trabajo para elaborar la Poción Protectora contra Llamas. Regulus movió la mirada hacia el otro lado de la mesa, cortando en rebanadas los hongos explosivos con un cuchillo y agregándolos al caldero.

—Son personas normales —le aseguró.

—Mi papá es una persona normal, pero también es un imbécil.

—No deberías hablar así de tu padre —castigó con disgusto.

Barty se rió.

—¿Qué es lo peor que ha hecho tu familia? —lo retó.

—No pienso compartir traumas, Crouch. ¿Puedes ponerte a trabajar?

—Mi papá asesinó a mi madre durante un ataque de celos, lo encubrió diciendo que había sido un suicidio y se salió con la suya gracias a la corrupción del ministerio —Regulus sintió un extraño peso en el pecho—. Tengo el derecho de llamarle un imbécil. Además, no se va a enterar, ¿cierto? Aquí a nadie le interesa lo que hagas con tu vida o lo que pase cuando regreses a casa durante el verano.

Tenía que admitir que esa era una de las cosas que disfrutaba más de Hogwarts. Regulus suspiró.

—De todas formas, ¿qué significa que un mago sea “oscuro”?

—No lo sé —dijo Barty—, ¿haces cosas jodidas y prohibidas?

—Apuesto a que muchos hacen cosas así y no los llaman “oscuros”.

Barty se encogió de hombros. Regulus revolvió el merjunge en el sentido de las agujas del reloj hasta que la poción se tornó azul.

—Rosier no deja de mirarte —le susurró al oído. Regulus se ruborizó levemente, pero intentó esconderlo bajando la cabeza hacia el vial de sangre de salamandra y revolviendo de nuevo la poción—. ¿Crees que le gusten los chicos?

—¿Qué? —su voz flaqueó.

Barty se encogió de hombros.

—Nunca he estado con uno —le dijo—, sería interesante.

Regulus nunca entendió muy bien por qué decidió contárselo a él, de dónde salió la valentía para admitir que se sentía cautivado por su mismo sexo sabiendo que pudo haberlo acusado con el director o, peor aún, con su madre. Tal vez era un ganar-ganar, porque de todas formas el escándalo enfurecería a su padre.

—Si vas por ahí diciendo cosas como esas te vas a meter en problemas.

Barty lo miró de arriba a abajo sugestivamente.

—Algo me dice que no tendré problemas contigo.

Aplastó el polvo verrugoso en su mano sin decir nada más, pero sintiendo el terror ante la idea de que alguien pudiera haber entrado en sus cabeza y supiera sobre las imágenes de James Potter que lo atormentaban por las noches cuando no podía acallar a su cerebro ni controlar su propio cuerpo.

—Estás delusional —le dijo por lo bajo, titubeando sin querer.

—Tu secreto está a salvo —le dio una palmada en el hombro—, mientras el mío lo esté.

Regulus tomó un momento para calmarse, cerró los ojos y se enfocó en su respiración. Si no confirmaba nada no tendría ninguna prueba. Revolvió la poción una vez más y luego enunció el encantamiento congelador con su varita en el aire.

—Está lista.

Barty dio un vistazo a los contenidos del caldero.

—¿Cómo sabemos que funciona?

Se encogió de hombros.

—Funciona —le dijo seguro.

—¡Nah! Eso no es suficiente. Tenemos que probarlo. Acabas de decir que funciona, ¿No es así? Si tu confías en mí, yo confío en tí.

—No confío en nadie —le aseguró— y tú tampoco deberías hacerlo.

—Pero la poción está bien hecha.

—Por supuesto —respondió con petulancia, cansado de los juegos de Barty. 

Él sonrió con satisfacción.

—Tienes que confiar en al menos una persona en este mundo —se burló tomando uno de sus rizos con un dedo. Regulus se alejó y le golpeó la mano con un pergamino enrollado—Te lo demostraré. Si estás tan seguro de que la poción funciona, voy a confiar en tí primero… y si no es así —se acercó susurrando lo siguiente—, entonces le preguntaras a Rosier si le gustan los chicos.

Regulus frunció el ceño y resopló por lo bajo.

—No haré tal cosa.

—Está bien —Crouch se inclinó sobre la mesa—, entonces no guardaré tu secreto.

—No hay ningún secreto que guardar —se encogió de hombros.

—Ni siquiera hace falta que sea verdad.

Fijó la mirada intensamente en la madera de la mesa, sintiendo el calor de la flama del caldero mucho más abrasadora que antes. Sus manos comenzaron a temblar suavemente, las escondió a sus costados bajo la mesa. Un rumor así podría alterar su vida escolar sin importar si era cierto o no. Lo menos que quería era plantar la semilla de la duda en la cabeza de nadie. 

Tal vez no confiaba en Barty, pero confiaba hasta la muerte en su capacidad de elaborar una poción protectora contra el fuego y aquella situación era fácilmente prevenible.

—Adelante —vertió un poco de la poción en un cuenco y se lo pasó.

Barty lo miró divertido y se la bebió de un sopetón, quemándose la lengua en el proceso y luego estremeciéndose con un suave escalofrío. 

Era un completo maniático.

—Bueno, ¿ahora cómo lo probamos?

—Podrías poner la mano encima de la flama del caldero.

—Hmmm.

Barty dejó que su mirada vagara lentamente por cada rincón de la habitación, analizando el ambiente, los rostros. Cuando sus ojos se encontraron con los de Rosier, una tensión silenciosa se formó. Rosier, impasible, no despegó los suyos, siguiéndolo sin parpadear mientras Barty atravesaba el salón con pasos deliberados, el crujido apenas perceptible de la alfombra bajo sus botas, hasta que se detuvo con una quietud calculada frente a la imponente chimenea.

Regulus lo observó con terror, estaba rogando a Merlín que no fuera a hacer lo que pensaba que iba a hacer. Barty guiñó el ojo sugestivamente hacia Evan y no dudó en poner un pie y después el otro encima de los troncos que encendían la hoguera, plantándose de cuerpo completo dentro de las llamas.

Más de la mitad del salón jadeó con sorpresa ante su proeza, algunos alumnos incluso aplaudieron cuando notaron que no se estaba quemando vivo. 

Por suerte, Regulus había logrado elaborar una poción perfecta.

Para su desgracia, se había ganado la confianza de Barty Crouch. 

Eventualmente, cuando Barty lo enredó en otra de sus estúpidas apuestas, tuvo que preguntarle a Rosier si Barty le parecía atractivo, y aunque no fue lo que Barty pidió, obtuvo el mismo resultado, porque después de eso nunca los vio uno sin el otro.

 

 

Grimmauld Place.

Unos meses atrás.

 

—Una vez más… ¿Qué es lo que tienes que hacer, Barty?

—Hacer que parezca culpa de los aurores —repitió con impaciencia—. Tirar la poción en el suelo y no en las paredes, seguir lanzando hechizos una vez que hayamos terminado, dejar al menos a una persona discapacitada, salir de allí con la capucha bien puesta, blablabla...

—Pensaba que odiabamos a Sirius —argumentó Evan desde el sillón de la sala de estar de Grimmauld Place con desidia mientras leía el periodico.

—Yo no lo odio, pero podría matarlo fácilmente sin sentir ningún tipo de arrepentimiento —Barty encogió los hombros.

—Eso cubre a la mitad de la población —alegó Evan.

—Necesitamos un pedazo de información clave a la que solo Sirius tiene acceso —les recordó. Era parcialmente verdad, pero no les hablaría sobre la necesidad que sentía de asegurarse de que Sirius y James salieran vivos del atentado al Callejón Diagon.

Barty bufó y se levantó de golpe de la silla del escritorio.

—Bueno, al menos esta vez estaremos en medio de la acción. Hace tiempo que no nos divertimos, ¿no es así, Rosier? —levantó una ceja en su dirección.

—Yo me divierto bastante —contestó el rubio. 

Barty se rió con picardía. Regulus pretendía que no los escuchaba, tan acostumbrado a filtrar los dimes y diretes de sus mejores amigos. 

—Esto es serio —dijo con firmeza—Nadie puede verlos, Barty. Es de suma importancia que actúen igual de confundidos que los demás.

—Sí, capitán —respondió firmemente en un tono burlón.

 

 

Por la noche, unas cuántas horas antes del atentado al Callejón Diagon, cuando Evan y Barty iban camino a la habitación de visitas, Regulus detuvo a  Evan, tomándolo suavemente por el brazo.

—Evan.

El rubio se volteó, apoyándose con una mano en el marco de la puerta.

—¿Sí?

—¿Podemos hablar un segundo?

—¡Claro! —Metió la cabeza por la puerta— ¡Ya vuelvo, Barty! —gritó hacia el interior de la habitación.

Caminaron hacia el jardín, en donde el aire frío hacía que se crearan nubes de vapor cada que hablaban. Kreacher les llevó un par de copas y una botella del brandy de su padre.

—Tienes que mantener a Barty en línea —le recordó.

—Se lo dices a la persona equivocada, amigo —se rió.

—Hablo en serio.

—Regulus —le regresó—, yo también. Tienes que relajarte.

Era una noche de luna menguante, su luz se reflejaba en todas las superficies e iluminaba casi todos los rincones. Los aspersores se activaron y una fría capa de agua cayó sobre los pétalos de las flores del jardín.

—Siempre he confiado en ustedes.

—Y nosotros en tí, así que déjanos hacer nuestra parte del trabajo, ¿de acuerdo?

—Tengo un mal presentimiento —desvió la mirada. 

Aunque la sangre se había borrado de los adoquines del suelo hace muchos años, Regulus a veces pensaba que aún podía ver su fantasma.

—Probablemente son los nervios ¿Hace cuánto no ves a Sirius? ¿Desde que dejó Hogwarts?

—Sí.

Evan se tomó el resto del brandy de un trago y Regulus rellenó su bebida.

—Cuando todo esto termine, lo tendrás de regreso —le aseguró.

—No es…

Puso los ojos en blanco.

—No creas que no sabemos por qué estás haciendo todo esto. No somos tan estúpidos como piensas —le golpeó el hombro—la familia es importante.

—No pienso que son estúpidos —suspiró, sin ganas de ahondar en sus propias motivaciones— ¿Qué ganan ustedes con esto, de todas formas?

Evan se encogió de hombros.

—¿Asegurarnos de llegar hasta el final? Ah… y Barty quiere ver la cara de su padre cuando sepa que ayudó a terminar con la guerra. Lo va a disfrutar mucho, demostrarle por segunda vez que es todo lo que no esperaba que fuera —Regulus se rió por lo bajo—. Saldremos de esto juntos, Reg —le aseguró.

En retrospectiva, nunca debió haber confiado en Barty y Evan.

Tal vez, entonces, seguirían vivos.

—Todos juntos —repitió Regulus incrédulo, mientras brindaban bajo la luz de la luna, acabando sus bebidas. Si solo hubiera sabido entonces, que ese sería su última conversación con Evan ¿Qué hubiera hecho diferente?

 

 

Londres, Callejón Diagon.

 

Regulus se aseguró de que nadie supiera que se encontraba escondido en uno de sus pasadizos sin salida, encapuchado y enmascarado. 

Encontró a Sirius y James en la esquina del Emporio de las lechuzas.

Regulus tardó un segundo, sus ojos recorriendo a James. Ya no era el chico que recordaba; ahora, su figura era más alta y notablemente fornida, y una barba corta y algo desaliñada le enmarcaba el rostro, transformándolo en la imagen inconfundible de un hombre adulto.

La vista le robó la respiración por un segundo y tuvo que desviar la mirada cuando sintió el mínimo flaqueo de sus principios. A su lado estaba Lily Evans, tomándolo de la mano y jugando con uno de los gatos de la tienda adjunta. Regulus sintió una nube oscura ceñirse alrededor de su corazón y bloquear la vista de su sol.

Los gritos de auxilio comenzaron a escucharse ante la llegada de los mortifagos en cada una de las esquinas. El infierno se soltó en el Callejón y los cuerpos comenzaron a caer desplomados al suelo con los Adavas Kedabra

Una neblina densa comenzó a obstaculizar la visión de todos y cubrió gran parte de la calle, desubicando a los magos en combate.

No pasó mucho tiempo antes de que Barty y Evan completaran exitosamente su parte del trabajo, soltando entre los adoquines la poción que emanaba un misterioso humo verde. Ningún bando había dejado de lanzar hechizos en direcciones aleatorias, pero ahora nadie sabía a quién apuntaba. 

Era una situación peligrosa. 

Regulus caminó decidido hacia Sirius cuando se separó de sus amigos, lo tomó del brazo y los apareció al primer lugar que se le vino a la cabeza. 

El escenario cambió a su alrededor. 

Estaban en un espacio público, abierto, de áreas verdes, rodeado por una valla de metal. Llámenlo sentimental, pero aquel era el parque al lado de Grimmauld Place al que solían escapar cuando se metían en problemas con Madre. 

Sirius cayó de rodillas en el suelo desubicado. Miró a su alrededor y se tapó los ojos con un brazo al sentir los brillantes rayos del sol sobre su rostro. Le tomó solo unos segundos levantar su varita, pero Regulus fue más rápido.

¡Expelliarmus! 

Se retiró la capucha y la máscara, tomando la varita con una de sus manos en el aire.

—¿Reggie?

—Sirius.

—¿Qué demonios?

Por un segundo, pudo ver la ilusión en el rostro de su hermano cuando pensó que estaba allí para salvarlo.

—No intentes nada —le advirtió.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —Sirius analizó sus alrededores.

Aunque el parque estaba vacío, había personas a la lejanía que podían observarlos.

Repello muggletum.

—¿Qué es esto, Reggie? Hay gente muriendo en este mismo momento en el Diagon. James y Remus están allí.

—Necesito algo —se apresuró a decir.

—¿Qué? —preguntó confundido—. Llévame de regreso en este mismo momento.

Regulus gruñó por lo bajo con descontento y alzó de nuevo su varita, evitando que se acercara más a él. Decidió saltar directamente a la razón de su reencuentro.

—¿En dónde está la llave de la biblioteca de Alphard? Sé que la tienes.

Sirius soltó el aire de un golpe.

—Jódete, Reggie.

—Tan elocuente como siempre.

—¿Qué te hace pensar que voy a ayudarte?

—No estoy pidiendo tu ayuda.

—Cierto, los Blacks no piden nada, solo lo toman ¿No es así?

Eso dolió, de una forma extraña e ilógica. Regulus había sido el que lo había ayudado a salir de Grimmauld Place el día en que su propia madre casi lo mata, y aunque sabía que Sirius no recordaba nada de eso y que no podía explicarle lo mucho que le debía, se sentía con el derecho de exigir cualquier cosa que quisiera de regreso.

—¿Sabes qué? —Sirius avanzó peligrosamente cerca—. Acabemos con esto. Si vas a terminar el trabajo de Walburga hazlo ahora ¡Vamos! Ni siquiera tienes que esforzarte, no tengo varita.

Regulus puso los ojos en blanco.

—No necesito hacer tal cosa.

—Es la única forma en que vas a obtener algo de mí, Reggie. Es eso, o me regresas al Callejón Diagon en este momento y hacemos como que esto nunca sucedió.

—No tenemos tiempo para esto.

Se acercó a Sirius y lo tomó del brazo con fuerza. La aparición los abatió de nuevo hasta que estuvieron, ambos, de rodillas frente a la chimenea de la casa del tío Alphard. 

—¡Argh!

Estúpido, Sirius.

—Nadie te dijo que lucharas contra la aparición —le reprendió mientras, de reojo, notaba la sangre que emanaba de la punta de sus dedos.

Se levantó del suelo, sacudiendo el polvo de sus pantalones, y miró a su alrededor. La casa de Alphard seguía siendo el hogar acogedor y confortable que siempre fue. Los muebles eran cómodos y elegantes, pero no llamativos. El arte en las paredes enmarcaba fascinantes paisajes y animales mágicos. Recordó la última conversación que tuvieron en ese mismo lugar, unos meses antes de su muerte.

La carta:

Estoy dejándole mi herencia a Sirius, él la necesita mucho más que nosotros. A tí, estoy heredandote algo mucho más valioso.”

Su biblioteca, eso era lo que le había dejado, al menos una parte de ella. Regulus conocía la locación, la forma de entrar, lo que encontraría dentro, pero no tenía la llave para abrirla. Estaba seguro de que esa se la había dejado a Sirius en un inutil intento de reconciliarlos.

—¿En dónde está la llave, Sirius?

Sirius se paró firme frente a él y se encogió de hombros.

—No lo voy a decir tres veces —lo amenazó.

—Te conozco —dijo seguro—, solías escabullir pociones pimentónicas cuando madre se rehusaba a curar mis resfriados. Tú me enviaste a casa de los Potter cuando casi… —se detuvo un segundo como si el recuerdo pudiera herirlo físicamente. Regulus lo entendía, le pasaba lo mismo al pensar en aquella noche—. No eres como ellos, Reggie. Nunca lo has sido ¿Por qué seguir fingiendo? —Sirius en verdad desconocía la respuesta—¿Tu orgullo es mucho más grande que tu corazón?

—No tienes idea de mi corazón.

Sirius no tenía la menor idea de nada.

Era mejor así.

¿De qué le serviría saber la verdad? ¿De qué le serviría conocer su corazón? Su corazón, que adoptaba la forma de un perro cuando se encontraba en peligro y le pertenecía a las dos personas más ridículamente valientes que conocía; ambos tan despistados que no le había tomado más que un par de conversaciones convencerlos de que los odiaba.

—Puedes engañarlos a todos: Madre, padre, Cygnus, Voldemort, incluso James —Regulus se estremeció ante su nombre—, pero no me puedes engañar a mí.

Soltó una risa altanera, pero Sirius no dejó de verlo con convicción. 

Oh.

Sirius.

Recordó la conversación que tuvo con James después de que se negara a tomar la marca.

Tuvieron que aplicarle el Confundus para que no atacara a las enfermeras porque se rehusaba a dejarte en esa casa.”

No había podido superarlo aún. No lo había dejado ir. No realmente. Una parte de él seguía creyendo que regresaría. Sus ojos no le hacían el favor de ocultar su más grande debilidad. Seguía amándolo en su agresiva manera de amar a las personas, a pesar del odio y el resentimiento .  

Regulus no iba a dar el brazo a torcer, ya había llegado demasiado lejos, estaba haciendo todo esto justamente por la misma razón. Mientras más lo amara, más sentiría la necesidad de destrozarlo. 

Orion le había dicho que lo mejor que podía hacer por las personas que amaba, era dejarlas ir, y él se había prometido nunca arrastrarlas con él.

Sirius no lo vio venir y esa fue la peor parte de todo.

¡Imperio! 

Sus ojos dejaron de obedecerlo y borraron todo rastro de emoción de su rostro.

—Dame la llave de la biblioteca de Alphard —le ordenó.

Durante los primeros segundos del hechizo, pensó que Sirius en verdad sería capaz de sobrepasarlo. Que había practicado, todos esos años, para nunca más estar a la merced de nadie. Secretamente deseaba que lo hiciera, que su habilidad de revelarse contra la autoridad se hubiera desarrollado tanto que fuera capaz de quitarle la varita y obligarlo a ir con él, pero sus pies lo guiaron hacia el sótano de la casa.

—Eres un maldito hijo de…

¡Silencio!

Estaba utilizando sus mejores éxitos contra Sirius, sus peores recuerdos en su contra.  Su madre solía usar ese mismo hechizo cuando eran pequeños, pasando horas, a veces días sin poder decir palabra. No había nada que angustiara más a Sirius que no poder quejarse.

Bajó las escaleras y, con su varita, la cual Regulus le regresó sabiendo que no podría usarla para nada más que lo que él ordenara, desvaneció el encantamiento ilusivo en la pared del fondo del sótano. Abrió la caja fuerte y sacó una peculiar llave. La dejó sobre la palma abierta de su mano. 

—Gracias.

Le quitó la varita de nuevo.

Sirius estaba luchando contra ambos hechizos. Años de oclumencia y, sin embargo, no fue suficiente. Se sintió un poco decepcionado al terminar, lamentando que todo hubiera sido tan fácil , tan rápido. 

—Madre tenía razón, siempre fuiste el más débil de los dos.

Analizó una vez más a su hermano, sus ojos vidriosos y boca apretada en una línea. Merlín, como quería asegurarse de que estuviera bien después de que todo acabara. Tenía que asegurarse de que no intentara ir de nuevo tras él. Tenía que asegurarse de herirlo tanto, que nunca más dudara de su odio.

—Regresa al callejón y no te atrevas a ir tras tus amigos —le ordenó.

Se dio media vuelta, listo para soltar el agarre mágico que tenía en su mente y salir de allí antes de que pudiera seguirlo, pero antes de hacerlo suspiró y lo vió fijamente a los ojos. Tiró su varita en el suelo frente a él, notando el temblor de su cuerpo ante la resistencia que estaba poniendo.

Aunque no se quedó para presenciarlo, pudo sentir la ruptura de la soga imaginaria que seguía uniéndolos hasta ese día, la oyó crujir como un hueso roto, sintió el dolor en el pecho, la garganta, y los ojos, siseó al sentir la sal en la herida de su abandono.

—Lo mejor que puedes hacer por tu apellido, es morir en esta guerra.

Allí estaba de nuevo, la única familia que Sirius tenía, dejándolo atrás, y esa fue la última vez que vio a su hermano.

 

 

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

Presente

 

La forma de su patronus ya ni siquiera era reconocible.

Notes:

¡Hola! Sí, it's me, I'm the problem.

¿Recuerdan cuando al principio les dije que esto empezó bien y luego se fue un poco a la mierda? Bueno, a esto me refería. Pero aguanten, porque les prometo que serán felices al final.

Cosas Random:
-Cassiopeia, ¿Se imaginan a Reggie y Sirius con una hermana?
-Sirius siendo un buen hermano porque yo sé que si lo fue solo que era demasiado idiota como para entender las cosas.
-Barty manipulando a Reggie desde el primer día en que lo conoció. Que valiente mi muchacho.
-James con Lily -llora-
-"Imperio", sí, a mi también me dolió.

Si llegaste aquí, gracias por leer mi vomito mental. Deja tus teorías en los comentarios, me encanta leerlas y gracias a sus bellos mensajes y por leer esta humilde historia.

 

El próximo capítulo probablemente me tome un poco más de tiempo porque... honestamente el POV de Sirius necesita mucho desarrollo ahora que he agregado tantas escenas. Pero ajá, EL SIGUIENTE ES EL CAPÍTULO DE SIRIUS <3

*Me quiero disculpar por los errores que tengan estos últimos capítulos, los he escrito en un lapsus muy corto de tiempo. Es probable que al terminar el fic haga una revisión general de la fluidez de la lectura pero... por ahora espero que lo disfruten así.

Edición de Mayo 2025: Agregué un par de frases a este capítulo y lo hice más triste, de nada.

Chapter 9: Sirius: Requiere de confianza

Summary:

Un poco de angst Wolfstar.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Sirius

Requiere de confianza

Devon , Inglaterra - Hogar de los Selwyn

Presente

Se encontraba apoyado contra el frío concreto de la entrada de la casa de Pandora, respirando entrecortadamente, sin poder hilar uno solo de sus pensamientos.

Reggie.

Su hermano.

Su hermano pequeño estaba en peligro. 

“No sería la primera vez que lo abandonas.” 

Nunca se había sentido tanto como su hermano mayor. 

Si su trabajo en esta vida era solamente cuidar de Regulus, había hecho un trabajo espantoso; porque aún no podía creer lo fácil que le fue mentirle a la cara. Más allá de eso, lo fácil que fue para Sirius creerle. ¿Había sido fácil? Sirius ya ni siquiera estaba seguro.

—¿Sirius? —le preguntó la cautelosa voz de Remus a sus espaldas— ¿Estás bien? —Sirius bufó con frustración. No , claramente no estaba bien, pero no tenía idea de por dónde empezar a abordar esa situación— ¿Qué piensas de todo esto? 

—Pienso que es una verdadera mierda, eso es lo que pienso. —Pateó una de las calabazas del jardín de los Selwyn, haciendo que Remus se estremeciera. 

Era un día sombrío en esa parte del mundo, el cielo se extendía en brochazos grises sobre sus cabezas, la noche empezaba a romperse con el amanecer, tan diferente a donde habían estado hace solo unos minutos. En casa, bajo las sábanas, a salvo.

—Dumbledores nos advirtió que algo así podría pasar…

—Que se joda, Dumbledore ¿Qué ha hecho nunca por nosotros?

Remus se cruzó de brazos, reservando sus palabras para un mejor momento como lo hacía cuando era imposible hablar lógicamente con Sirius. En su cólera, tal vez no podía recordar todas las cosas que Dumbledore había hecho por Remus, pero ¿qué había hecho por Sirius? Dumbledore nunca había hecho nada por los Black.

—No planeo abandonarlo una vez más.

—Creo que estás cometiendo un error —alegó Remus, cruzado de brazos.

—¿Cometiendo un error? —Sirius tenía que recordarse a sí mismo cuánto amaba al hombre lobo parado frente a él para no explotar en su dirección—. Moony, el único error que cometí fue haber pensado que mi estúpido hermano tenía un gramo de sentido común y no estoy haciéndolo de nuevo.

¿Qué tanto de aquello era su culpa? Por haber decidido dejarlo ir en vez de actuar. 

—Ni siquiera sabemos la historia completa.

Remus seguía firme en su postura, reacio a creer que Regulus estaba en verdad en peligro; lo podía ver en sus duras facciones. Lo miraba con cejas fruncidas y labios apretados, escéptico. Pensaba que era un idiota sentimental.

—No me importa, a este punto solo quiero sacarlo de esa puta cueva para que me la cuente él mismo.

—Sirius —intentó detener su paso poniendo una mano sobre su brazo—, basta. Tienes que calmarte —se volteó, sintiendo la marea de sus emociones subir entre los dos—. Tengo que decirte algo… —su tono de voz cambió, se convirtió en tembloroso e indeciso. Sirius pudo ver la desconfianza en sus ojos como espejos de su alma. 

No esto de nuevo. 

Sirius no podía soportar esto de nuevo. Estaba harto de que Remus lo mirara como si no tuviera la capacidad de tomar sus propias decisiones.  

—¿Qué? —lo apresuró cortante.

—Escucha. Sirius…

Remus lo miró con preocupación, cambiando su peso de una pierna a otra sin saber qué hacer con su cuerpo, parecía estar entre la espada y la pared, incapaz de encontrar las palabras adecuadas o cualquier palabra en general. Entonces, cualquiera que fuera el conflicto mental por el que estaba pasando, llegó a una conclusión.

—Mierda, no puedo decirte realmente —Sirius no podía creerlo—, pero tienes que confiar en mí. Regulus no es la persona que piensas que es.

—Es una puta broma, ¿verdad? —preguntó incrédulo.

—No puedo decirte —repitió lentamente, enunciando cada sílaba—, pero tienes que confiar en mí.

—¿Sabes qué? —soltó una risa cruel de incredulidad—Tú no tienes derecho a decirme eso ¿Quieres saber cuál es el verdadero error? El error es que seguimos ocultandonos cosas los unos de los otros y confiando en las personas equivocadas. Así es como llegamos a este problema —Debería detenerse, Sirius sabía que tenía que detenerse, pero era como presenciar la colisión de un tren y saber que no eres lo suficientemente fuerte como para detenerlo—. Siempre he confiado en tí Moony, cuando me pediste que te dejara en paz, lo hice, cuando me pediste que te dejara pasar dentro de mi mente, lo hice, cuando me pediste que no hiciera preguntas, no hice preguntas, pero ¿Por qué siempre soy yo el que tiene que ceder? ¿Te parece un intercambio justo? —respiró profundamente—. ¡Un solo error! —Sirius no podía creer que estuviera diciendo aquello—. Un error cuando tenía diecisiete años y aun ahora, no sigue siendo suficiente, ¿no es así? —lo miró a los ojos desafiante. Totalmente roto al admitir aquello que le daba tanto miedo decir en voz alta— ¿Algún día lo será? 

Sirius había guardado cada uno de sus pensamientos en una olla a presión que en ese momento estaba a punto de explotar. Su frustración, su arrepentimiento, su vergüenza, todo lo que había decidido embotellar para intentar ser mejor para su luna, pero seguía ahí, y a pesar de que se había aplacado con el tiempo, nunca trataron realmente de ponerle nombre.

Sirius pensaba que la confianza se ganaba, que se regaba como una planta y que, aunque la había arrancado con sus manos de la tierra, después de tanto cuidado había crecido de vuelta.

Pero no era así.

La mirada de Remus se apagó, vacante de la fuerza con la que siempre abordaba cualquier desafío. Esto era lo que los iba a destruir, Sirius estaba seguro, solo había estado caminando en puntitas alrededor de ello porque no querían admitir que podía imaginar un mundo en el que Remus pudiera seguir adelante sin él, pero ¿qué más daba ahora? Cuando las cosas ya estaban tan mal. 

Como si se tratara del movimiento final para ponerlo en jaque mate, lo vio desplomarse ante el entendimiento de sus próximas palabras:

—Es muy fácil para tí, pedirle a los demás lo que nunca das de regreso —le dijo Sirius rotundamente.

Remus suspiró y desvió la mirada hacia la puerta, como si estuviera buscando una salida física de esa discusión. Soltó una risa amarga que trataba de ocultar lo mucho que le habían dolido sus palabras.

—No creo que sea el momento adecuado para hablar de esto.

—Nunca lo es —Sirius sostuvo su mirada, y aunque lo único que podía encontrar en ella era tristeza y decepción, no dejó que nada lo detuviera—. Siempre hay algo más importante.

—Sabes que eres lo más importante para mí —Remus se relamió los labios y se encogió de hombros—. Te a-

—No digas que me amas —lo interrumpió bruscamente, levantando una mano entre ellos—. No digas que me amas y luego me demuestres lo contrario.

—No es tan sencillo —Remus intentó acercarse hacia él pero Sirius dio un paso hacia atrás.

—Voy a salvar a Reggie, puedes quedarte o irte  —le advirtió, sintiendo como su corazón se encogía—, es tu decisión.

—¿Por qué suena como un ultimátum?

Sirius se encogió de hombros.

—Tal vez lo es.

Remus bajó la mirada, tratando de esconder lo aterrado que estaba; Sirius estaba haciendo lo mismo en su propia forma. Era bueno para pretender que nada podía herirlo, para encapsular su dolor y convertirlo en fuerza, y Merlín , en ese momento necesitaba toda la fuerza que pudiera obtener.

“Quédate” , le pidió mentalmente, como si estuviera frente a su altar, rogándole que no lo abandonara, que no lo dejara atrás, asegurandole que podían resolverlo como lo habían hecho en el pasado. Solo tenía que confiar en él.

Pero la guerra había ocasionado una abolladura demasiado grande en su relación. No podía ser reparada con noches enteras de intimidad física o promesas que más tarde deberían, irreprochablemente, romperse ante las necesidades de su situación. Requería de algo mucho más difícil; algo para lo que Sirius y Remus nunca habían sido buenos, eso para lo que parecía que daban un paso hacia adelante y tres atrás. El talón de Aquiles de su relación.

Requería de confianza .

 

 

En algún momento Remus volvió a la casa dejándolo con el silencio como su único acompañante. Odiaba el silencio. Sirius soltó un grito de frustración a los aires y pateó cuantas calabazas que encontró en su camino. Destruyendo, pulverizando, como si pudiera de esa forma acabar con todo lo que estaba saliendo mal.

Necesitaba a James. Era la única persona que podía entenderlo en ese momento. Nunca lo había necesitado tanto.

Se debatió por un largo rato si podía ser tan egoísta, si poner en riesgo la felicidad de su mejor amigo valía realmente la pena. Si lidiar con ello a su manera, bajo su propia mano, no sería lo mejor, pero en ese mundo solo había una persona que entendía lo que realmente significaba amar a Regulus y ese era James Potter.

Levantó su varita, “Expecto Patronus”, y pensó en el día en que Fleamont y Monty le informaron que los papeles de adopción habían sido aprobados. El único recuerdo que nunca le fallaba. Inmediatamente, su patronus tomó la forma de un perro. Sirius se agachó y pasó la mano por su pelaje incorpóreo.

—Prongs… Sé que este es el peor momento para… —se detuvo—pero no sé qué hacer… —la voz de Sirius se quebró ante la fuerza de su tristeza—. Necesito que- que me ayudes a saber qué hacer. Estábamos equivocados. Todo este tiempo pensamos que Regulus nos había dado la espalda y ....—cerró los ojos—. Merlín estábamos tan equivocados. Déjaselo al ingenuo de mi hermano, pensar que puede con el resto del mundo mágico él solo; ese pequeño demonio estuvo manipulándonos por años —bufó con rabia—. Cuando lo vuelva a ver, voy a patearle el trasero tan fuerte, que no va a poder levantarse en días —se llevó las manos a la cara y resopló—. ¡Arrrrrgh!

Intentó recobrar la compostura. Recordando que se encontraban en una carrera contra el reloj, que habían cosas más importantes de las que hablar en ese mensaje.

—Esta es la situación: Regulus está en problemas, serios problemas, y necesita nuestra ayuda—Sirius contuvo la respiración, empujando las lágrimas que amenazaban con cubrir su voz—. No sabes cuánto me está matando hacerte esto. Estoy harto de arrastrarte a mi desastre de vida pero…necesito al hermano que aún no he perdido. Te necesito aquí tanto como Reggie nos necesita a ambos.

Sirius hizo una pausa.  

Lily lo iba a matar.

—Estamos en casa de Pandora, pero no nos queda mucho tiempo. Le ordenaré a Kreacher que vaya a buscarte una vez que estemos en la cueva. Lily …. Si estás allí, lo siento mucho, en verdad lo siento. Espero que ambos puedan perdonarme.

Con el movimiento de su varita, el perro salió corriendo por los aires de camino a la casa de sus abuelos  y Sirius se soltó en el llanto que ya no podía contener.

 

 

Cruzó el marco de la puerta principal de la casa de los Sewlyn veinte minutos después. Las puntas de su cabello estaban mojadas por la suave llovizna que había comenzado a caer y estaba agradecido de que la lluvia hubiera borrado cualquiera rastro de lágrimas de su rostro. Desmontó una de las espadas colgadas de la pared en su camino y se adentró en el estudio, en donde Remus estaba sentado en una esquina, perplejo, mirando al vacío; y Peter y Pandora estaban caminando de un lado a otro de la habitación mientras discutían sobre el libro que tenía entre manos.

—Vamos a salvar a mi hermano —dijo con seguridad, mirando de reojo a Remus y después a Peter. Remus evitó su mirada, quemando a Sirius con el fuego de su indiferencia.

—Tenemos un problema. James no recibió el patronus de Pandora —le informó Peter.

—Ya me encargué de eso. James nos alcanzará en la cueva —le prometió—. ¿Dijiste que teníamos que ir a la biblioteca de Alphard? Solo hay un problema, no tengo una puta idea de dónde está.

—¿Tienes la soga, Peter? —preguntó Pandora, y aseguró la bolsa extensible a su cadera.

—¡S—í!—respondió el rubio nervioso, enroscandola sobre su hombro y apenas siendo capaz de cargar su peso.

—No hay tiempo que perder —repitió la rubia, mirando a Sirius a los ojos—Kreacher conoce la ubicación, pero solo un verdadero Black puede abrir las puertas.

—¿Y la llave? —preguntó confundido. Pandora sacó de su corset la llave que le había robado Regulus de la casa de su tío hacía solo unos meses. Sirius suspiró agradecido y resignado al mismo tiempo—. De acuerdo, ¿Todos listos entonces?

Ni siquiera se atrevió a mirar en dirección a Remus, pero lo vio levantarse y caminar solo unos pasos hacia ellos.

—¿Les parece si los alcanzo en la cueva? —preguntó discretamente.

Pandora y Peter se miraron con duda.

—Es tu decisión —repitió Sirius fríamente, como había hecho hacía solo unos minutos en el exterior de la casa. 

Peter intercambió una mirada curiosa con Sirius, pero él decidió que aquello tendría que explicarse en algún otro momento. Se acercó a ambos y los tomó de la mano.

—Kreacher —el elfo doméstico se apareció a su lado—, llévanos a la biblioteca de Alphard —ordenó con ímpetu.

—Kreacher obedece a la más noble y antigua casa de los Black —dijo como si le costara la vida obedecer sus órdenes.

Los tres sintieron la succión de la aparición, el suelo desaparecer debajo de su pies y transformarse en un extraño túnel de movimiento y colores, las vueltas, subidas y bajadas hasta que llegaron a su destino. 

En un abrir y cerrar de ojos, se encontraban en la entrada de la casa de campo de los Black en Francia.

Notes:

¡Hola, gente del internet! Sí, es un cap corto.

Les voy a ser honesta, vamos a usar este lugar como terapia, he tenido una semana horrible y estoy empezando a creer que la maldición de Ao3 es real, jajaja. Tengo un montón de cosas escritas sobre Sirius en las que estuve trabajando, pero no estoy feliz con nada, así que decidí no hacerlos esperar más y solo... postear este capítulo que solo sigue la trama presente.

Para los que no me conozcan en la vida, mis amigos dicen que soy kinnie James con el pasado traumático de Sirius. Se imaginarán lo difícil que fue escribirlo y que estoy dudando de cada una de las letras que salieron de mis dedos, pero hay algunas frases dentro de esas pequeñas historias sobre Sirius que ME MATAN y siento que vale la pena compartir con el mundo.

Si quieren que postee la biblia de angst que escribí sobre Sirius como un BONUS, ¿déjenme saber? si no les interesa mucho siempre podría seguir con el siguiente capítulo.

PORQUE SÍ, tenemos una muy pequeña intromisión de Reggie y el siguiente capítulo es de James.

Chapter 10: Sirius: En los hombros de los que me precedieron - Parte I

Summary:

¿Cómo fue que Regulus encontró los Horrocruxes y por qué Alphard es el mejor tío del mundo?

Notes:

Las traducciones del frances se encuentran en comillas debajo de los diálogos. Espero que no sea muy confuso.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Sirius

En los hombros de los sabios que me precedieron.

Parte I

Mansión de los Black, Francia

Presente

A la distancia, rodeada de bosque con altos árboles de roble y haya, se alzaba la antigua mansión francesa de los Black. Sus muros de piedra negra estaban cubiertos por musgo, sus techos altos se hacían más estrechos al aproximarse al cielo y estaban decorados con pináculos góticos, sus ventanales en forma de arcada estaban tapados con cortinas carmesí de manera que no pudieras apreciar su interior. Tenía un aspecto lúgubre y misterioso.

—Kreacher nos trajo al lugar donde el amo encontró la biblioteca —explicó el elfo—, pero Kreacher no puede acompañarlos, sería una ofensa para los elfos domésticos que sirven a la casa.

—No creo que sea muy difícil encontrar la biblioteca, ¿cierto? —preguntó Pandora.

—Sé exactamente en dónde está —respondió Sirius y se dirigió a Kreacher—. Vuelve a la casa de los Swelyn en caso de que Remus necesite ayuda.

El elfo desapareció con el chasquido de sus dedos, no sin antes rezongar por lo bajo sobre la vergüenza de servir a los magos mestizos amigos de Sirius. Merlín le diera fuerzas para no ahorcarlo antes de que encontrara a Regulus.

—¿Problemas en el paraíso? —preguntó Pandora con una ceja levantada y Peter volteó la mirada hacia Sirius preocupado, queriendo conocer también la respuesta a esa pregunta. 

—Moony se veía algo… constipado emocionalmente—admitió el rubio, ajustándose la soga al hombro.

Sirius puso los ojos en blanco. No quería hablar de ello, no podía permitirse gastar más del valioso tiempo que no tenían, pensando en algo que no podía arreglar y que dolía; dolía tanto que prefería enterrarlo para un mejor día.

—Solo busquemos este estúpido libro, ¿de acuerdo? No más preguntas.

Comenzó la caminata por el camino de piedra hasta la puerta principal de la mansión. Los hechizos protectores que rodeaban la propiedad lo obedecieron. Podía haber dejado de apellidarse Black, cambiar su apellido a Potter: Sirius Potter, pero nunca se escaparía de la realidad de su genética. 

Ni siquiera se molestó en tocar, la puerta principal estaba abierta y no se escuchaba más que el pasar del viento helado. El interior de la mansión era oscuro y enigmático, muy parecido a Grimmauld Place. Las paredes estaban revestidas por tapices y el suelo cubierto por alfombras gruesas de color verde. Los muebles eran de madera oscura y estaban tallados con motivos florales antiguos. La magia oscura fluía por sus paredes como si fuera la sangre que le daba vida. 

Uno de los elfos de la mansión, Hodby, el más viejo y desgastado de todos, se apareció frente a él. Hodby había servido a su madre desde que tenía memoria. Su pequeño cuerpo estaba envuelto en una túnica verde con destellos en plata y llevaba una banda de tela con el lema de la casa Black alrededor de su pecho. En ese lugar, todo debía estar impecable, y los elfos domésticos no eran la excepción.

—Amo, Sirius —dijo su voz cansada, lenta y áspera gracias a los años—¿Qué lo trae por aquí? —hizo una ovación en su dirección con amabilidad y Sirius suspiró.

—Solo estoy de paso —aclaró rápidamente—Walburga no está por aquí, ¿correcto?

—La benevolente señora Black no se encuentra en la propiedad, es correcto —respondió respetuosamente.

—Gracias a Merlín —murmuró—. Estos son mis amigos —hizo un gesto con su brazo para presentar a sus acompañantes—, solo estaremos en la biblioteca un rato, asegúrate de que nadie nos moleste.

—Claro que sí, señor Black —inclinó la cabeza con obediencia de nuevo.

Estar ahí parado era como hacer un engorroso viaje en el tiempo. Ese lugar lo llevaba de regreso a los veranos con sus primos. Los mórbidos juegos de Bellatrix ( “¿Quién puede caminar por el techo de la casa sin caerse?” “¿Quién puede asustar a más muggles?” “¿Quién aguanta más tiempo con las manos pegadas al caldero?”), la inmiscusión minuciosa de Narcissa (“¿Ya has pensado con quién quieres casarte?” “¿Por qué Wlaburga no te habla?” “¿Por qué tienes cicatrices en el cuello?”) y la sumisión de Regulus ante los otros miembros de la familia Black (“Solo tratemos de no causar problemas mientras estemos aquí.”). 

Todo lo bueno que le había pasado en ese lugar estaba ligado a Alphard e, irónicamente, se había llevado todos sus recuerdos consigo a la tumba. 

Ese era el último lugar en el que Sirius quería estar.

—Por aquí —les indicó, tomando una vuelta a la izquierda para dirigirse a la biblioteca.

—¿Esta es la casa en la que vivió tu tío? —preguntó Pandora a sus espaldas.

—Este es el lugar al que su padre lo envió cuando no pudo controlarlo más. Eventualmente regresó a Londres, al apartamento que ahora es mío.

Peter miraba hacia todas direcciones con fascinación y nerviosismo. Al pasar por una de las habitaciones más grandes detuvo su paso, estupefacto.

—¿Esos son tronos?

Sirius puso los ojos en blanco.

—Algún día te contaré sobre cómo mi familia en verdad cree que es la realeza del mundo mágico —tomó el brazo de Peter y lo encaminó a su lado, para seguir hacia el ala oeste de la mansión.

Mientras caminaban por los pasillos, a los costados se podían ver toda clase de retratos familiares y pinturas mágicas antiguas. Provenientes de ellas se escuchaban cosas como: “traidor de sangre”, “oveja negra” y “pensaba que estaba muerto” . Sirius decidió ensordecerse y aceleró el paso.

—Este lugar es mucho más grande que Grimmauld Place —notó Pandora—¿Por qué nunca lo utilizaron como residencia?

Pasaron el gran salón, con su techo abovedado y pintoresco, lugar en donde le habían enseñado a bailar.

Luego, con unos pasos más, estuvieron frente a la biblioteca.

—No lo sé, a mi padre le gustaba estar en el centro de Londres.

La pequeña estancia se encontraba en un rincón tranquilo y apartado de la casa. Era el lugar preferido de su tío. Solía exaltarse cuando alguno de los niños Black merodeaba por ahí sin supervisión de un adulto alegando que los libros eran demasiado valiosos para ser tratados como juguetes.

—¿Tienes la llave?

Pandora se la tendió y Sirius intentó meterla por el pequeño agujero de la cerradura, pero era mucho más grande que la apertura. No parecía que fuera la llave de esa habitación en lo absoluto. Cuando Sirius le dio vuelta a la perilla, la puerta simplemente se abrió, sin necesidad de haber siquiera metido la llave.

No parecía siquiera estar cerrada para empezar.

—¿Tal vez Regulus la dejó abierta? —teorizó Peter a sus espaldas.

Se encogió de hombros. No parecía tan importante después de todo. Aún así, entraron con cautela en el caso de que hubiera alguien esperándolos adentro. 

Era una estancia hexagonal amplia, pero mucho más pequeña que el resto de las habitaciones de la casa, con estanterías en cada pared llenas de libros de piso a techo e iluminada por el brillo de lámparas de aceite a cada costado. En el centro había una mesa redonda y en una de sus esquinas se encontraban dos grandes sillas aterciopeladas una frente a la otra. Sirius recordaba haber escuchado los cuentos muggles de Alphard en ese mismo lugar, muchos años en el pasado. 

—Te seré honesta, no estoy impresionada con la colección de tu tío —declaró Pandora mientras paseaba la habitación.

—Es un poco pequeña —secundó Peter. 

Sirius analizó la habitación con la mirada. 

Tenían razón. En verdad no era muy impresionante.

—Algo me dice que no estamos en el lugar correcto —confesó Sirius—, tal vez Kreacher nos mintió.

—Kreacher no haría algo así —Pandora lo reprochó con la mirada y él bufó por lo bajo.

—No dirías lo mismo si hubieras crecido con él —contestó con ironía.

Peter observaba con curiosidad la pared con el gran mapa de Europa que había decorado la habitación desde que Sirius tenía memoria.

—¿Qué son esos símbolos?

Se acercó para ver mejor lo que estaba apuntando con su dedo.

—Ah, son los escudos familiares de los sagrados veintiocho, están colocados en los diferentes puntos de su lugar de origen. Los Blacks están en Francia —apuntó hacia el escudo de la calavera floreada encima de los tres cuervos y la banda inferior que decía “Toujours Pur” o “Siempre puros”.

—¿Los Lupin son parte de los sagrados veintiocho? —preguntó sorprendido al notar el escudo del gran lobo en blanco y negro en Gales.

—Lo eran, me sorprende que mi madre no haya quemado el mapa de la misma manera en que quemó el tapiz de nuestra casa.

—Los Pettigrew también están aquí —dijo con emoción. El escudo azul con la cimitarra se encontraba al este de Inglaterra.

—Como los Selwyn —mencionó Sirius en dirección a Pandora—, en caso de que sea de tu interés.

—Hay algo extraño —dijo distraída—. Siento vibraciones protectoras en este lado de la habitación.

La rubia comenzó a ojear los libros de la estantería a su lado izquierdo. 

A Sirius no le podía interesar menos el contenido de aquellos libros. No los quemaba junto con el resto de la mansión por respeto al tío Alphard y su fascinación por ese ridículo lugar.

Pandora levantó su varita y caminó al centro de la habitación.

¡Dearmalización!

Los tres se quedaron en silencio, esperando a que algo sucediera, pero el hechizo no tuvo efecto.

—Podría estar protegido por runas —sugirió Peter. 

Sirius levantó una ceja en su dirección.

—Alguien prestó atención en clase.

¡Rune exarmat! —enunció de nuevo Pandora. Aquel hechizo tampoco pareció cambiar nada en la habitación—. Es algo diferente —murmuró mientras observaba los tomos—. ¿En qué tipo de magia se especializaba Alphard?

—No tengo idea —Sirius se encogió de hombros—, era bueno en todo, supongo.

Pandora puso los ojos en blanco.

—Muy útil, Black.

—Podría ser una ilusión —sugirió, tratando de aportar algo a los esfuerzos. 

Pandora volvió a levantar su varita.

¡Disenchant!

De nuevo, no ocurrió nada. Se quedaron los tres parados, mirando hacia diferentes direcciones de la habitación y esperando a que algo saltara a su atención.

—¿Cómo es que conoces tantos hechizos? —preguntó Sirius con genuina curiosidad.

—Pandora es creadora de hechizos, para poder crearlos tienes que aprender a cómo combinarlos, lo que significa que tienes que conocer muchos de ellos —respondió Peter. 

Pandora lo miró de reojo y sonrió de lado.

—Sí, así es —contestó sorprendida.

Vió a Peter sonrojarse y desviar la mirada hacia una de las paredes, avergonzado, como si lo hubieran atrapado haciendo algo que no debía.

—¡Ah! Cierto —Sirius se llevó la palma de la mano a la frente—, olvidaba esa época en que estuviste obsesionado con Selwyn en Hogwarts.

—¡Sirius! —le reprochó Peter sofocado y lo golpeó en el abdomen y más bajo dijo:— ¿Qué te hizo pensar que este era un buen momento? —Sirius se rió y saltó hacia atrás, tratando de protegerse de un segundo golpe.

—Perdón, pensé que había llegado la hora de compartir secretos —dijo juguetonamente.

—Secretos —murmuró Pandora pensativa mientras paseaba por la habitación. 

Sirius vio los engranes invisibles moverse en su cerebro mientras tocaba las espinas de los libros con la punta de sus dedos. En realidad era bastante impresionante. ¿Todo eso de poder sentir las vibraciones de la magia y saber identificarlas? Nunca había conocido a nadie que pudiera hacer eso. Ni siquiera Moony, quien juraba que podía sentirlas, era capaz de identificar de quién o qué tipo de magia era.

¡Secretum Revelio! —susurró con una entonación perfecta. Otro hechizo que Sirius nunca había escuchado antes. 

Un destello palpitante salió desde la punta de su varita, se dirigió al techo, y cubrió la habitación con un polvo rojo brillante, aglomerandose sobre cuatro libros en específico y desapareciendo después de ello. El único otro lugar que brillaba en carmesí era el mapa que habían estado observando unos segundos atrás. Pandora levantó los libros y Sirius inspeccionó con curiosidad el mapa.

¡Revelio! —enunció hacia el pergamino, e inmediatamente desapareció como si se tratara de un holograma, aún visible pero ahora transparente e incorpóreo. 

Tal vez por eso su madre no había podido quemarlo, se trataba de una ilusión. 

Tras él se encontraba una pared negra, lisa, con acabados de oro floreados de arriba a abajo, y una gran puerta circular como si fuera la entrada de una bóveda, donde los mismos escudos del mapa ahora lucían en placas de metal alrededor de ella. Veintiocho, cada uno perteneciente a una de las familias más prestigiosas del mundo mágico.

—Los trapos sucios de Alphard —murmuró impresionado. 

Entre Pandora y Peter leyeron los títulos de los libros y, por la expresión de su rostro, pudo asumir que no encontraron nada fuera de lo ordinario. Estuvieron ojeando página tras página por un rato, concentrados cada uno en dos de ellos. 

Sirius, quien no quería estorbar, se puso a dar vueltas frente a la puerta de la bóveda, esperando encontrar una forma de abrirla.

—¿Ábrete? —le preguntó inútilmente, pero nada sucedió. Peter se rió ligeramente de él. 

Aquello había sido un tanto optimista. Levantó su varita e intentó con un par de hechizos diferentes que tampoco tuvieron efecto alguno y luego se sentó de cuclillas a analizarla. Leyó los diferentes lemas de las familias sagradas en voz alta, empezando por los Black, pero tampoco  sucedió nada.

—¿Qué necesitamos que sea tan importante? —preguntó mientras pasaba sus dedos por el frío de las placas, deteniéndose en la de los Lupin y recordando que Remus le había prometido que, algún día, cuando se sintiera listo, le presentaría a su madre. ¿Pasaría en el futuro o nunca llegaría a conocer a Hope Howell?

Pandora lo miró compungida y suspiró con cansancio.

—Nuestro plan B.

—¿Cuál es el plan B?

—Un ritual.

Sirius la miró con sospecha y detuvo su mirada en el escudo de los Potter, que se encontraba de cabeza a diferencia del resto.

—¿Siempre eres tan críptica? —preguntó con ironía—. ¿Sabes? A este punto no tendríamos por qué desconfiar los unos de los otros, pudimos habernos matado ya tres veces si lo hubiéramos querido.

—Estar contigo en la misma habitación se siente un poco como me imagino que sería morir —respondió con su típico tono glacial y elegante.

Peter soltó una carcajada y Sirius bufó por lo bajo.

—Con estos amigos…. 

“...para qué quiero enemigos.”

Frunció el ceño, aún mirando el escudo de los Potter con disgusto. Era como si no mereciera un lugar al lado de las demás familias. Tenía que haber sido un prepotente y orgulloso Black el que lo puso de cabeza. Casi podía ver las manos de Walburga torciendo el metal.

Lo agarró fuertemente, y en un momento de impulsividad vengativa, lo volteó. 

Los sonidos de un mecanismo interno comenzaron a sonar desde dentro. Los escudos se desorganizaron y alinearon hasta que la entrada adquirió la forma rectangular de una puerta y en el medio de ella apareció una inscripción en francés: “Déclarez votre humilité devant la connaissance des grands vingt-huit.” o “Declara tu humildad ante en conocimiento de los grandes veintiocho.”

—Chicos… —murmuró Sirius perplejo.

Lo primero que buscó Sirius en la puerta fue la cerradura, pero carecía de una, de hecho, ni siquiera tenía una perilla.

Peter se levantó del sillón de un golpe desviando su atención.

—¡Lo encontré!

—Yo también encontré algo —dijo Sirius con menor emoción.

Peter miró de reojo la pared y abrió los ojos en grande, luego de que la sorpresa inicial se esfumó de su expresión, asintió con la cabeza. Tomó cada uno de los libros y los colocó abiertos en la mesa circular en el centro de la sala, uno al lado del otro. Los tres se reunieron alrededor para analizar lo que Peter había encontrado.

—Todos los libros tienen una frase anotada en las páginas de agradecimientos ¿Lo ven?

Habían cuatro páginas de agradecimientos con frases anotadas en diferentes colores, ya fuera porque habían sido descubiertos en diferentes tiempos o porque no habían sido remarcados por la misma persona, era indudable lo que resaltaba en cada una de ellas.

—¿Crees que estén conectadas? —le preguntó Peter a Pandora.

—¿Cómo un mensaje secreto?

—Sí.

—Si estuvieran conectadas —dijo Pandora—, de seguro formarían una frase. Hay que tratar de organizarlo.

Movió los libros de lugar una y otra vez hasta que encontró la oración completa; luego se acercó a la puerta, carraspeó y levantó su varita, enunciando con elegancia:

“Si he podido ver más allá, es porque me he apoyado en los hombros de los sabios que me han precedido.”

La habitación se sacudió suavemente y la pared del gran mapa se movió como si estuviera ondeando ante sus ojos; las palabras de los libros brillaron en dorado frente a ellos por unos segundos antes de que la puerta se abriera. Una pequeña abertura por la que solo se lograba ver oscuridad. Las palabras que previamente se habían despegado de los libros como si fueran etiquetas y flotaban en el aire, se desintegraron hasta formar un pequeño hilo de luz dorado tenue que, si no se equivocaba, los estaba guiando hacia adentro. 

Todo volvió a la calma. 

Después de mirarse entre ellos sin saber qué decir o hacer, Sirius tomó una de las lámparas de la habitación y asomó la cabeza por la apertura de la puerta sin lograr ver nada más allá.

—Yo iré primero.

Pasó una pierna e inmediatamente, al ponerla en el suelo, el polvo voló por los aires haciéndolo toser; pasó la otra con más cuidado e iluminó el suelo bajo sus pies. Solo se trataba de polvo de piedra. El túnel era bajo y antiguo, sostenido solamente por la presión natural de las rocas, pero parecía seguro.

—Vamos.

Peter lo siguió y Pandora entró de última.

Se adentraron con desconfianza y estuvieron caminando por los estrechos huecos de piedra alrededor de media hora, aburridos y abrumados por el repentino calor que hacía allí dentro, antes de encontrarse con el agua.

—Argh —profirió Sirius con descontento—. ¿En serio? —levantó una bota en el aire y se dio cuenta de que ahora estaba enlodada—. Regulus Arcturus Black, juro por Merlín que cuando te vea voy a asesinarte con mis propias manos —Peter apretó los labios con resignación y le dió un empujón para que siguiera caminando.

Al cabo de unos minutos comenzaron a ver columnas de huesos apilados como si fueran decoración y el camino se volvió más estrecho. Tuvieron que deslizarse en forma horizontal por algunas de las aperturas y Sirius tenía que admitir que, incluso él, que se consideraba uno de los Gryffindors más valientes, estaba un poco nervioso. Empezaron a ver uno que otro graffiti en las paredes hasta que todo estuvo lleno de ellos.

—Sirius ¿Qué dice aquí? —preguntó Peter.

Se acercó para leer la placa que había encontrado en el camino. Estaba escrita en francés, tallada en antigua piedra blanca en relieve marrón y desvanecida por los años.

—Memento irae in die consummationis —Sirius bufó por lo bajo— ¡Genial! Dice: Recuerda la ira del final del día.

—Aterrador —concluyó Peter y Sirius asintió en su dirección.

En su camino encontraron una habitación lúgubre llena de huesos, calaveras y velas recién apagadas. Decidieron seguir a la magia y olvidarse del resto de los espacios del túnel. Pero eventualmente, el suave parpadear de la magia que los guiaba se fue apagando, y Sirius tenía la sospecha de que solo estaban caminando en círculos. 

Fue cuando vieron de nuevo la placa, “Memento irae in die consummationis”, que se dieron cuenta de que algo extraño estaba sucediendo.

—¿Podemos detenernos aquí por unos minutos? —preguntó Peter, respirando entrecortadamente. 

Se sentó sobre el polvo y se secó el sudor de la frente. Sirius hizo lo mismo. El pasillo era lo suficientemente estrecho para permitirle subir las piernas en la pared del frente. Pandora no se sentó, solamente se cruzó de brazos y cerró los ojos al recostarse contra la pared.

—Creo que estamos caminando en círculos —sugirió Pandora.

Sirius no quería pensar en la posibilidad de que no encontraran la salida de aquel lugar o la entrada a ningún otro.

—Te ves acalorado, Worms —dijo a su lado.

Peter aspiró profundamente y los tres se quedaron en silencio por unos minutos, sus mentes yendo en diferentes direcciones con la preocupación como su factor común.

—Padfoot… —comenzó Peter—¿Qué va a pasar cuando encontremos a Regulus? 

Se le escapó una sonrisa, porque Peter no había dicho “Si encontramos a Regulus” sino “Cuando lo hagamos” y eso decía mucho sobre la confianza que tenía en los merodeadores.

—Escucharemos su lado de la historia.

Peter desvió la mirada hacia el final del pasillo pensativo. Sirius creyó notar que había algo entrometiendose en la tranquilidad de la mente de su amigo que no tenía nada que ver con salvar a Regulus de la cueva de Staffa.

—¿Estás bien, Wormy?

Peter asintió rápidamente con la cabeza.

—¿Eso es todo? —preguntó Pandora—¿Tu objetivo es salvarlo para que te explique cómo sucedieron las cosas?

—Bueno… sí, supongo —dijo confundido—. Honestamente no tengo idea, la última vez que nos vimos cara a cara las cosas no salieron muy bien. De todas formas ¿Eso qué te importa? No te incumbe lo que ocurra entre Regulus y yo. No sabes lo suficiente para asumir nada —quiso zanjar el final de aquella conversación, pero Pandora siguió aplicando presión en la herida abierta.

—Sé lo suficiente —replicó—, sé que no has estado para él cuando más te necesitaba.

Sirius se estremeció al escuchar de nuevo esas palabras.

“No es la primera vez que lo abandonas.”

Su mente voló al recuerdo de la última vez que había pensado aquello.

El 25 de junio. 

El cumpleaños de Regulus. 

Ese mismo día, hacía dos años, Sirius se había puesto la borrachera de su vida. Vaso tras vaso de Whiskey de fuego en el apartamento del tío Alphard. Era un experto en escapar del recuerdo de su hermano, pero era en días especiales como esos, que todos sus arrepentimientos lograban alcanzarlo. 

Remus estuvo preocupado hasta la muerte de que algo le hubiera pasado. Después de todo, se encontraban en medio de una guerra y Sirius no le había avisado que no llegaría a casa. 

Lo encontró tirado sobre la alfombra de la sala al día siguiente con la peor resaca de su vida, y Sirius recuerda sus palabras como si estuviera ahí mismo junto a él, usando su voz como el conducto de su sabiduría: “No se puede ayudar a quien no quiere recibir ayuda”.

—No se puede ayudar a quien no quiere recibir ayuda —le devolvió a la rubia. Pandora se quedó en silencio—. Creeme, todo lo que quiero en este momento, sin importar lo que cueste, es compensar todas esas veces en las que no estuve para él. Si salvarlo hará eso, entonces vamos a salvarlo. No significa que todo esté perdonado, pero todo lo que quiero es sacarlo de esa maldita cueva, darle la paliza de su vida, y verlo sangrar solo para saber que sigue vivo. Si el hecho de que esté aquí no es prueba suficiente entonces… ¡Simplemente cierra la boca, Sewlyn! Estás hablando de cosas de las que no sabes absolutamente nada.

Pandora estaba lista para embarcarse en una discusión. Podía ver en sus ojos la tristeza de la guerra, diferente a la tristeza normal. El azul de sus ojos no se veía como la lluvia en un día de verano, se veía como una tormenta en el medio del mar. Sirius conocía esa tristeza porque siempre la había llevado consigo, porque nació con la guerra, entre separatismo y mezquindad, entre sangre que formaba cada una de las letras de su apellido. Era una tristeza que fácilmente se transformaba en odio.

Pandora estaba a punto de atacar de nuevo cuando Peter los interrumpió.

—Chicos —susurró nervioso desde el suelo—. ¿Ustedes también ven lo que yo veo? —apuntó con un dedo tembloroso a un punto del pasillo a su lado derecho y ambos desviaron la mirada. 

En donde antes solo había otro tramo del pasadizo ahora se encontraba una puerta al final de un largo pasillo. Sirius abrió los ojos con sorpresa, jurando mil veces que no estaba allí antes, y Pandora caminó hacia ella sin dudarlo. 

La puerta se encontraba dentro de una habitación circular como un domo. Parecía como si muchos otros caminos desenbocaran en aquel lugar, pero las demás rutas hubieran sido tapadas con escombros, haciendo la suya, la única forma de llegar allí.

—¿Qué dice aquí? —le preguntó Peter a Sirius, acercándose y apuntando a una pequeña placa de metal inoxidable sobre ella.

—Bibliothecae magnae viginti octo —aclaró Pandora—. La biblioteca de los grandes veintiocho.

—¿Las veintiocho familias de sangre pura?

—Realmente son las veintiocho familias mágicas originales, varias de ellas ya no son de sangre pura —añadió Sirius automáticamente, dándose cuenta de lo programado que estaba por su familia para contestar aquello.

—Esta no es la biblioteca de Alphard —susurró Pandora mientras sus dedos acariciaban las bisagras antiguas y cubiertas de polvo de la puerta frente a ella—es mucho más que eso. 

Sirius tragó grueso, nervioso ante el descubrimiento que se presentaba para ellos.

¡Alohomora! —dijo Pandora.

La aldaba de la puerta, aquel objeto con el que llamas antes de entrar a una casa y que Sirius no se explicaba qué hacía en una puerta en el medio de un laberinto de piedra empolvado, adquirió la forma de una mano que estiró sus dedos y les enseñó, groseramente, el del medio para insultarlos. 

Peter abrió la boda anonadado, Pandora frunció el ceño y Sirius soltó una carcajada.

—¿La puerta acaba de…?

—¿Sacarnos el dedo? —preguntó Pete sorprendido—. Creo que sí.

—Eso tiene que ser obra del tío Alphard —dijo Sirius entre risas.

—La llave, Sirius —le recordó Pandora.

—Ah, cierto, la llave —La sacó del bolsillo de sus pantalones y la insertó en la cerradura, satisfecho al notar que esta vez sí tenía el tamaño adecuado. 

Al hacerlo, la magia corrió desde el picaporte hasta lo alto de su brazo como si estuviera escaneandolo. Una pequeña aguja apareció de la nada y flotó por el aire, picándolo en la mano y haciéndolo sangrar. La gota de sangre volvió, con la aguja, a su lugar de origen como parte de la puerta, y después de unos segundos, la magia corriendo entre su brazo y el picaporte pasó de color rojo a dorado y la puerta se abrió sola. 

Esa vez, la mano en la que se había convertido la aldaba les hizo un gesto de bienvenida. 

Los tres quedaron boquiabiertos cuando les dejó ver el secreto que guardaba detrás de ella.

—¡Por Melín! —exclamó Peter.

Sirius pasó rápidamente por el marco de la puerta sin saber en qué dirección mirar. Con nostalgia y amargura, lo primero en lo que pensó fue en Remus y en cuánto le hubiera gustado estar allí.

La biblioteca de las veintiocho familias mágicas era un lugar inmenso. Su techo era más alto que el del gran comedor en Hogwarts y parecía estar encantado para verse como una sustancia líquida que reflejaba lo que había encima de ella como si se tratara de un espejo. Sirius no lo registró de buenas a primeras, pero después de unos segundos de ver las estanterías muggles y el ir y venir de la gente sobre su cabeza entendió en donde estaban.

—Estamos bajo la Biblioteca Nacional de Francia —murmuró estupefacto.

La estancia se extendía a lo largo de metros y metros a lo largo. El lugar incluso tenía varios pisos. Las estanterías a sus lados estaban separadas en secciones por grandes escudos de metal de cada una de las familias. La primera era la de los Abbot, luego los Avery, luego venía la de los Black y esa tenía al menos diez pasillos de libro organizados por orden alfabético.

—Esto es… —Sirius no sabía qué decir.

—Increíble —terminó Pandora.

—¿Cómo es que nadie sabe que esto existe?

—¡Padfoot! —le gritó Peter emocionado, unos pasillos más adelante—¡Aquí están los Pettigrew! ¡Al lado de los Potter!

Sirius iba leyendo los apellidos mientras caminaba por el gran pasillo principal de la estancia: Bulstrode, Burke, Carrow, Crouch, Fawley, Flint, Gaunt, Greengrass, Lestrange, Longbottom…. Se detuvo frente al escudo del gran lobo aullandole a la luna.

—Lupin —murmuró para sí mismo.

Los Lupin tenían una gran colección de libros. No era la más grande pero era de darse a respetar. Sirius paseó por las estanterías, observando los títulos con curiosidad y notando que en sus espinas habían símbolos que nunca había visto en su vida. 

Sacó uno de ellos del estante y lo abrió, pero al hacerlo las palabras se desvanecieron automáticamente, como si estuvieran escapando de él, dejando nada más que páginas en blanco. Tomó otro y sucedió lo mismo.

—¿Ustedes pueden leer los libros? —le gritó a sus compañeros. 

Pandora se acercó con uno de ellos entre sus brazos.

—Sí —dijo con seguridad. Sirius caminó hacia ella y le mostró el de los Lupin.

—Mira este —movió el libro hacia ella.

—Es un libro sobre astronomía ¿Qué tiene de especial?

—Está en blanco —movió las páginas una a una—. No hay nada escrito en este libro.

—Sí, sí hay cosas escritas en él —refutó segura—. ¿Te sientes bien, Sirius?

—¿Qué demonios?

—¡Chicos! —gritó Peter desde el otro lado de la estancia. Los dos levantaron la cabeza—. Creo que van a querer ver esto.

Caminaron a paso acelerado hacia Peter hasta que lograron divisar a qué se refería. Al fondo de la biblioteca, la última pared después de las estanterías, se encontraba un anaquel gigante con la mayor cantidad de recuerdos que Sirius había visto en su vida. 

Como con las filas de libros, todos estaban clasificados por apellidos. Algunas familias tenían mayor cantidad de ellos que otras. La de los Black era de las más grandes, la más pequeña pertenecía a los Gaunt, familia de la que nunca había escuchado hablar antes. Las etiquetas tenían títulos obtusos y el nombre de la persona que había dejado el recuerdo así como la fecha.

En medio de todo aquello había un peculiar elemento. 

Una puerta cerrada en medio de la sala que solo estaba flotando sobre su plataforma. Sobre la madera de cerezo, una placa escrita en francés: “Les souvenirs sont la porte de l'âme” o “Los recuerdos son la puerta al alma”. 

Sirius giró el picaporte y la abrió.

No había tenido el placer de ver muchos pensadores en el pasado, pero nunca había visto uno con forma de puerta. El agua, que normalmente estaría en un gran cuenco, flotaba contenida en el interior como si se tratara de un espejo y brillaba con el color azul grisáceo característico de los recuerdos. 

Peter se acercó y tomó a Sirius por el hombro.

—Te aseguro que esto —levantó un vial con el nombre de Alphard en el aire— es lo que Regulus vino a buscar. Estaba encima del escritorio junto a varios pergaminos que tienen el sello de la familia Black.

Sirius los tomó y leyó la inscripción: “Hogwarts, 1944”

—No deberíamos desviarnos de nuestro objetivo, no tenemos mucho tiempo —sugirió suavemente Pandora—. Regulus necesita nuestra ayuda. Tenemos que encontrar el libro y salir de aquí.

—Un momento. Los recuerdos de Alphard también nos pueden ayudar a entender todo esto un poco más. Tal vez a encontrar algo que nos ayude a sacar a Regulus de la cueva —respondió Sirius, renuente a dejar escapar la oportunidad de saber más al respecto.

—Necesitamos el libro de Perséfone, Sirius. Solo venimos por eso. Aquí tenemos más oportunidades de encontrar la receta y los ingredientes del ritual que puede mandar a los inferis de vuelta a su descanso eterno y así salvar a Regulus. Necesito tu ayuda. Este lugar es enorme y si me pongo a buscarlo yo sola no voy a terminar nunca. Vamos a llegar demasiado tarde, ¿Lo entiendes? Cada segundo que pasa, es una oportunidad menos de salvarlo.

—Yo lo haré —le dijo decidido Peter—. Sirius puede ver si encuentra algo en los recuerdos de Alphard mientras lo buscamos.

Pandora suspiró estresada, pero asintió con la cabeza.

—Como sea. Vamos, Peter —se volteó para ver a Sirius—. No tenemos mucho tiempo —le dijo la rubia—. Si no podemos encontrarlo en menos de dos horas deberíamos regresar. Ya perdimos suficiente tiempo llegando hasta aquí.

—De acuerdo —respondió decidido y tomó el vial entre sus manos.

Ambos desaparecieron por las estanterías hasta que lo dejaron solo frente al pensadero. 

Retiró la tapa de corcho que lo cerraba y una gota del líquido azul fluorescente levitó fuera y se hizo una con el agua dentro de la puerta. Los colores comenzaron a moverse, a cambiar de textura; donde antes había azul ahora veía marrones, verdes y negros, parecía una habitación; la imagen se hacía cada vez más clara, pero estaba congelada. 

Metió con precaución una mano dentro de ella y sintió muy frío, pero nada de húmedad. Suspiró y decidió simplemente cruzarla, sin pensarlo más, lo que fuera que lo esperara del otro lado, era la clave para salvar a Regulus.

 

 

 

 

 

Hogwarts, 1944

Primera apertura de la cámara de los secretos en Hogwarts

Hogwarts de 1944 era mucho más elegante que la versión de la escuela en la que les tocó vivir a ellos. Los pisos eran de mármol brillante, las columnas estaban bañadas en toda clase de metales valiosos y por todas partes se escuchaba la tenue música clásica de la época. Sirius podía jurar que logró ver, por el rabillo del ojo, como unos violines se tocaban solos en la entrada de la biblioteca.

—¡Lyall! —exclamó en un susurro una voz familiar a sus espaldas.

El fantasma del recuerdo de Alphard lo traspasó mientras se dirigía a una de las mesas de la biblioteca. Sirius lo siguió, deteniéndose cuando tomó asiento al lado de un adolescente delgado y atlético, de cabello castaño y ojos oscuros que lo dejó boquiabierto. Lyall Lupin era la viva imagen de Remus.

—¿Lo tienes? —le preguntó Alphard.

—Sí. Pasame tu maletín —Alphard lo levantó del suelo y lo dejó frente a él. Lyall metió algo en el interior con una rapidez impresionante, realizando el intercambio en un abrir y cerrar de ojos—. Úsalos antes de la luna nueva, no estarán frescos para siempre.

—De acuerdo —asintió y le pasó una bolsa de monedas que hizo un sonido metálico al tocar la mesa—, me aseguraré de ello. Gracias—ambos compartieron una sonrisa cómplice.

Sirius sintió una calidez en el centro del pecho.

—¿Qué haces? —miró de reojo el libro que tenía abierto frente a él.

—Un poco de investigación personal antes del toque de queda —contestó tranquilo.

Sirius alcanzó a ver el título del capítulo: “La humanidad en la Licantropía.”

—¿Cómo está tu madre? —preguntó en un susurro todavía más acallado—¿Cómo pasó la última luna llena?

Sirius se congeló al escuchar aquello ¿La abuela de Remus también era una mujer lobo?

—Ah… ya sabes —Lyall suspiró y frunció el ceño, se parecía tanto a Remus cuando hacía eso que sintió un vuelco en el estómago.

—Entiendo —Alphard colocó una mano sobre su hombro tratando de reconfortarlo. Lyall pareció agradecer el gesto—. No te quedes hasta tarde. Las cosas no han sido fáciles últimamente para… —se detuvo y encogió de hombros—...sabes a qué me refiero, con las petrificaciones —Sirius no sabía a qué se refería. 

Alphard le regaló una sonrisa condescendiente a Lyall y levantó la mirada, fijándola en un peculiar estudiante, unos años menor que él, sentado hacia la izquierda.

—Estaré bien, Black —le respondió Lyall despreocupado—. No creo que nadie tenga intenciones de petrificar esta noche al estudiante más irrelevante de la casa de Ravenclaw —lo dijo como un chiste, pero Sirius notó el tono de autocompasión. Era algo que Remus diría, al parecer, era algo que corría en la sangre de los Lupin—. Todos sabemos que los ojos están puestos en la chica Warren. Desde que Honbry comenzó a esparcir la historia de que es hija de muggles no han parado de perseguirla.

Alphard no parecía estar escuchando a Lyall, tenía la mirada fija en aquel estudiante unas mesas más lejos.

Un chico alto y delgado, con cabello negro azabache peinado hacia atrás y ojos fríos e inquietantes de color gris azulado. Su rostro era pálido y angosto, con una nariz afilada y una boca pequeña y fina.

El título de su material de estudio era peculiar: “La milenaria y empoderada descendencia de Slytherin”, pero no fue eso lo que llamó su atención. Lo que llamó su atención fue el pequeño cuaderno de cuero negro en el que estaba escribiendo. 

Sirius se colocó a su lado, pero no pudo leer las palabras escritas en él. Era como si intentara observar una imagen desenfocada a través de una botella de vidrio. Por la mirada de preocupación su tío, podía asumir que algo en su comportamiento era extraño.

Alphard frunció el ceño, se levantó, y entonces la escena cambió de un segundo a otro.

 

 

 

En un abrir y cerrar de ojos se había hecho de noche y se encontraban en la sección prohibida de la biblioteca. Alphard se escabulló dentro ágilmente, esquivando al celador entre las estanterías hasta que encontró el libro que estaba buscando, uno sobre cristales mágicos. Lo metió en su maletín y fue por otro, una extraña copia de los cuentos de Beedle el Bardo. La portada era de piel oscura y tenía un símbolo peculiar impreso en cada una de las esquinas de sus hojas: un círculo, rodeado por un triángulo y una línea vertical que lo cruzaba de arriba a abajo. Parecía antigua, tal vez era una primera edición.

¿Qué interés podía tener su tío en un montón de cuentos para niños?

Ambos, Sirius y Alphard, se estremecieron al escuchar el sonido de pisadas a sus espaldas. Alphard intentó moverse sigilosamente fuera de la sección prohibida, pero se topó en el camino con el mismo chico que había visto en el recuerdo previo y su curiosidad se encendió como flamas junto a gasolina.

Sirius se tomó el tiempo de analizar al estudiante con detenimiento esa vez. Tenía un aura misteriosa. Le parecía extrañamente familiar, como si su nombre estuviera en la punta de su lengua pero no pudiera recordarlo. Se paseaba por la sección prohibida con parsimonia, como si le perteneciera. El celador había desaparecido coincidentemente y nadie lo detuvo en su camino hacia el fondo de la habitación. 

Alphard lo estuvo observando por un rato desde las sombras, prestando especial atención en los títulos de los libros que tomaba: “Historia del mal”, “Secretos de las artes más oscuras”, “Infusiones de sangre en pergaminos” y otro que Sirius conocía, era el que habían utilizado para la creación del mapa del merodeador, para darle un pedazo de sus mentes al pergamino: “Enlaces mentales y voluntades del conocimiento.”  

La escena cambió y Sirius no supo si Alphard había salido de allí sin haber sido descubierto o no.

 

 

 

Ahora se encontraban en el bosque prohibido, era un día agradable, podía sentir el fantasma del frío viento de Agosto en sus mejillas. El sol comenzaba a meterse por el horizonte y Alphard iba camino a los escombros del viejo edificio que Remus usaba como su escondite. 

Allí lo esperaba un muchacho robusto y alto. Sirius lo reconoció por la barba y el cabello crispado largo, así como por su participación en las reuniones de la Orden del Fénix. 

Se trataba de Rubeus Hagrid. 

Estaba discutiendo agitadamente con el mismo castaño del recuerdo anterior. Sirius empezaba a sospechar que todos los recuerdos de Alphard giraban en torno a él.

—Traje los escarabajos, Hagrid —anunció su tío al mismo tiempo que alzaba una bolsa de insectos de color dorado—¡Oh! —Alphard se detuvo en seco al notar la presencia del otro chico, quien lo miró de arriba abajo con curiosidad.

—Interesante —susurró su aterciopelada voz que le puso los pelos de punta—Nos vemos por ahí, Rubeus. Piensa en lo que hablamos —le advirtió antes de marcharse por el mismo camino por el que Alphard había llegado.

—Rubeus —Alphard lo miró con sorpresa—¿Qué haces hablando con Riddle?

—Tom es mi amigo.

—Riddle no tiene amigos, solo seguidores.

A pesar de las circunstancias, de la reciente incomodidad del tema, Alphard le sonrió de lado a lado con simpatía y alzó la bolsa en el aire

—Tengo buenas noticias, mi proveedor consiguió más de estos.

—¡Oh! Alphard, los Aethonans van a estar tan contentos—respiró con felicidad, como si un gran peso hubiera dejado de recaer en su pecho.

—¿Crees que pueda verlos hoy?

Hagrid pareció dudarlo por unos segundos.

—Se está haciendo tarde ¡A ver si nos damos prisa que el castillo se va a cerrar! El toque de queda está a punto de empezar.

—¡Vamos! Solo un rato —lo animó Alphard—. Yo te acompaño de vuelta a la sala común si quieres. Tengo ganas de ver a Biko.

Ambos se adentraron al bosque prohibido, entablados en una conversación ligera sobre las clases, los minotauros del bosque y cuánto faltaba para la próxima luna llena.

—Lyall sigue investigando sobre los hombres lobos —acotó con amargura—¿Estás seguro que no hay nada que puedas hacer por él? ¿Alguna forma en que podamos ayudar a su madre?

—Mira, Alph, no tengo ni idea de más. Si fuera a investigarlo al norte, seguro que lo sabría, pero no puedo hacer eso. Así que, lo siento, pero eso es todo lo que te puedo decir. ¡La licantropía es incurable! Solo hay que aprender a vivir con ella. Lo más importante es que nadie lo sepa. Si la gente se entera, lo mirarán con recelo. ¡No quiere eso!

—Está bien  —Alphard suspiró pero sonrió de lado—, tenía que intentarlo.

Se detuvieron a los pies de un enorme caballo de pelaje marrón y grandes alas que se extendían por metros a su lado. La criatura era majestuosa. Alphard se inclinó ante él en una muestra de respeto y el caballo inmediatamente lamió el costado de su rostro, feliz de verlo de nuevo. En el fondo del claro, se encontraban otros dos caballos iguales, uno negro y uno blanco con machas negras. Sirius no había visto nada igual en su vida.

—Scamander dijo que vendría por ellos antes del invierno —le explicó Alphard—, él se encargará de llevarlos de vuelta a América.

—¡Hay que dejarlo a los expertos! —reflexionó Hagrid emocionado—. El señor Scamander es el mejor.

—Así es —suspiró—. No significa que no los vaya a extrañar un poco.

Se quedó mirando a los caballos por un minuto mientras comían los escarabajos que Hagrid lanzaba uno a la vez.

—Rubeus, ¿qué quería Riddle? —retomó el tema con más seriedad.

—Ah, no lo puedes dejar ir, ¿no es cierto?—respondió pensativo, con ese acento característico del lugar donde había crecido—. Riddle me está ayudando con otro asunto peludo, si sabes a qué me refiero —le guiñó un ojo y soltó una cálida y grave risa. 

Alphard no parecía contento con ello.

—Riddle no hace nada solo por la buena voluntad de su corazón —le advirtió.

—¡Cálmate, Alph! No te pongas así. Riddle es mi amigo, y te aseguro que trata muy bien a Aragog.

—¿Aragog?

—Oh —Hagrid se tapó la boca de inmediato con una mano—. Olvida que dije eso, no debí haber dicho eso. Tengo la boca suelta —se rió nerviosamente y se dedicó a alimentar a los caballos.

El recuerdo cambió repentinamente. 

 

 

 

Mansión de los Black, 1944

Se encontraban en la Mansión de los Black, en el salón de baile. Todos usaban ropa elegante y se pimponeaban por la habitación como si el mundo les perteneciera. Se podían escuchar conversaciones banales por aquí y por allá. Veía a lo lejos, a su madre y padre, la versión jóven de ellos bailando en una de las esquinas; y no podía creer que estuvieran sonriendo. 

Alphard se encontraba desparramado en uno de los sillones, ligeramente alcoholizado y a punto de caerse dormido, pero antes de que cerrara definitivamente los ojos, un chico de piel morena, cabello rubio y ojos claros se sentó a su lado con una sonrisa pícara.

—Hey —el chico le pasó una copa de champagne. Era apuesto, incluso Sirius podía notarlo, pero lo que le sorprendió más fue la reacción de Alphard al verlo sentarse a su lado. 

De inmediato se enderezó como si estuviera nervioso y se tomó de un solo sorbo el líquido de la copa.

—Phillip Goldstein —lo saludó. Phillip sonrió seductoramente y levantó una ceja.

—¿Quieres salir de aquí?

Alphard se rió por lo bajo y asintió con la cabeza.

—¿Seguro?

Phillip se acercó, rozando su oreja con sus labios, y susurró:

—Seguro.

—Está bien —accedió Alphard con picardía—. Te veo en el baño en diez minutos.

—¡Já! Black, no hay forma de que acepte que me tomes en el baño como una prostituta, suficiente tengo con las miradas juiciosas de tu familia —colocó una mano encima de su pecho—, te veo en el estudio de tu padre —le guiñó el ojo y se levantó.

Alphard sonrió de lado a lado divertido.

—Esto es extraño —susurró Sirius para sí mismo. 

No sabía si debía seguir a Phillip. Parecía un recuerdo privado. Después de unos segundos, Alphard también se levantó hacia el estudio de su padre, en donde los dos chicos se encontraban en una pelea de dominancia por la boca del otro. 

—Merlín, esta fiesta acaba de ponerse mil veces mejor —murmuró Alphard sobre los labios de Phillip.

Sirius desvió la mirada. Se sentía un poco entrometido al presenciar aquello, pero no quería dejar la habitación en el repentino caso de que ese recuerdo estuviera allí por una razón, y vaya que estaba en lo correcto. Cuando Goldstein quemó la camiseta de Alphard para sacarla del camino de sus labios y comenzó a dejar besos por la extensión de su abdomen hacia sus caderas, ambos escucharon el tocar salvaje de la puerta a sus espaldas.

—¡ALPHARD! —Gritó su abuelo desde fuera del estudio, con aquella voz demandante que lo aterraba de pequeño—. ¡Sé que estás allí adentro, abre la puerta en este instante!

Alphard cerró los ojos con pesar y algo cambió en la expresión de Goldstein. No estaba asustado o preocupado, parecía satisfecho.

—Tengo que abrirle —dijo con nerviosismo—, escóndete bajo el escritorio.

—Lo siento, Alphard —Phillip se encogió de hombros—. No puedo hacer eso.

—¿De qué hablas? —le preguntó confundido—. ¿Sabes que nos va a matar a los dos si nos encuentra aquí encerrados?

—Le prometí que lo haría —Alphard frunció el ceño—. Riddle me pidió que lo hiciera.

La mirada de Alphard se desvió inmediatamente hacia la puerta, donde su padre seguía golpeándola tan fuerte que parecía que la fuera a tumbar.

—¿Estás loco? ¿Qué estás diciendo?

Pero Phillip no estaba loco, cruzó la habitación de camino a la puerta rápidamente sin mirar atrás. Alphard se abalanzó contra él con fuerza para detenerlo, pero no lo alcanzó. Abrió las puertas de par en par y cuando estuvieron bajo la mirada de todos lo besó. Frente a todas las familias cuya reputación valía la pena mantener en alto y que por alguna razón se encontraban aglomeradas en el pasillo como si aquello fuera un circo. 

Cuando su abuelo cerró las puertas y los amenazó con matarlos si no le contaban la verdad, Phillip juró que Alphard lo había invitado a la oficina y le había dicho que sus padres sabían de sus preferencias sexuales.

Sirius no vio el resto del recuerdo, pero prefería no hacerlo, sabía exactamente qué era lo que había pasado después de esa noche. Su madre lo había sacado de Hogwarts y lo había obligado a cursar sus últimos años de estudio bajo la tutela de tutores mucho más estrictos y abusivos que cualquier maestro que hubiera tenido Sirius. Por dos años después de eso, no se le permitió hablar ni ver a nadie que no fuera miembro de su familia.

Pero incluso eso, no lo detuvo.

 

 

 

Mansión de los Black, 1971

Se encontraban en la biblioteca de la mansión Black, el lugar en donde Sirius había estado hace solo unos cuántos minutos atrás buscando la entrada de la biblioteca. 

Alphard se levantó del sillón de terciopelo y susurró hacia el gran mapa de Europa:

—Si he podido ver más allá, es porque me he apoyado en los hombros de los sabios que me han precedido.

La apertura se abrió lentamente y Alphard pasó por ella con familiaridad, como si no fuera la primera, ni segunda, ni tercera vez que lo hacía. La puerta se cerró detrás de él y su forma fantasmal lo siguió, pasando a través de las paredes.

Caminaron por unos cuántos kilómetros hasta que su tío se detuvo y cerró los ojos.

—Je recherche uniquement le savoir que mes ancêtres veulent m'offrir, mes intentions sont pures et légitimes.

“Busco solo el conocimiento que mis antepasados me quieran ofrecer, mis intenciones son puras y legítimas.”

La misma puerta con la que se había encontrado Sirius apareció en la lejanía, como si se hubiera materializado ante sus palabras. 

Así que eso era lo que daba acceso a la biblioteca. Declarar las intenciones con las que necesitabas llegar a ella. 

Sin querer, había logrado sobrepasar la protección declarando sus intenciones en voz alta mientras estaban buscándola al haber dicho que lo único que quería era encontrar a su hermano, por consiguiente, la biblioteca lo había entendido como una petición de entrada.

La perilla de la biblioteca no adquirió vida cuando Alphard colocó la llave dentro, tal vez para ese entonces aún no la había encantado para que lo hiciera.

—¡Thot! —gritó una vez dentro— !Seshat! 

Una hermosa mujer humana y su acompañante con cabeza de pájaro aparecieron frente a él y le dieron la bienvenida. Ambos lucían extrañas vestimentas egipcias. El hombre-pájaro llevaba una túnica blanca, larga y suelta que lucía símbolos desconocidos para Sirius, una corona de plumas y un cetro decorado con un disco solar. La mujer era hermosa, de piel morena y curvas hipnotizantes, vestía una túnica de color azul y su cabello estaba adornado con pequeñas estrellas doradas que resaltaban en su melena negra como el cielo. En sus manos tenía una paleta de escriba que alzó apenas vió a su tío.

—Alphard —dijo el hombre-pájaro con cortesía—¿En qué podemos ayudarte hoy?

—Estoy buscando información sobre los Gaunt, en específico sobre sus reliquias familiares —los dos personajes inhumanos se tomaron de la mano y apuntaron a las estanterías con el escudo familia de los Gaunt.

—Pasillo veintitrés, estantería treinta, el nombre del libro es: “Registro de antigüedades”, aunque lamento informarte que tendrás que buscar el año tú mismo.

—No pasa nada. ¡Muchas gracias!

Alphard tomó varios libros y se fue a sentar al escritorio en el fondo de la biblioteca, el mismo donde había encontrado el vial de su recuerdo. Después de revisar los registros por unos minutos, encontró lo que buscaba: el dibujo de un peculiar anillo de oro con el mismo símbolo que estaba grabado en el libro de los cuentos de Beedle el Bardo. A su lado, su tío escribió con tinta azul: “La piedra de la resurrección”. La ubicación de la reliquia apuntaba a Pequeño Hangleton.

—Te encontré —suspiró victorioso.

 

 

 

Pequeño Hangleton, 1972

Cuando Sirius dió un paso hacia atrás, la escena cambió de nuevo bruscamente y ahora se encontraban parados frente a una pequeña casa de dos pisos casi en ruinas. El hogar de los Gaunt, escondido entre maleza y los matorrales de la ciudad muggle, estaba rodeado de toda clase de vida salvaje, en especial serpientes que su tío trataba de esquivar con un hechizo protector en su camino hacia la puerta. 

Alphard logró sobrepasar los hechizos protectores y las maldiciones con las que estaba asegurada. No sin sufrir en el intento algunas quemaduras y heridas. En el sótano, debajo de las tablas del piso, descubrió una caja dorada que contenía un anillo ¿Por qué era tan importante aquel anillo? Los recuerdos de Alphard comenzaban a tener menos sentido mientras más se acercaban al presente.

Lo tomó entre sus manos y lo inspeccionó, pero cuando intentó ponérselo, después de unos segundos, lo tiró al otro lado de la habitación como si quemara y lo miró con terror.

Sirius fijó la mirada en el anillo, igual de sorprendido, y la habitación volvió a cambiar.

 

 

 

Estaban en la biblioteca de nuevo. 

Alphard estaba cruzando los pasillos con desesperación de un lado al otro sin ir a ninguna parte. Jalándose el cabello y tapeando en el suelo con sus mocasines. Sus ojos ojerosos y labios partidos le daban un muy mal aspecto.

Sirius se asomó encima del escritorio y vió el anillo vibrar sobre uno de los libros. Lo tocó, pero no podía sentir nada porque no estaba ahí realmente.

Alphard tomó el anillo y lo observó con cautela. Cuando lo hizo, sus ojos se llenaron de alivio, como si hubiera sido la droga que había estado necesitando todo ese tiempo. Pareció sopesar por unos segundos el sentimiento y luego suspiró.

—Thot, necesito libros sobre objetos malditos o infundidos en maldad —dijo suavemente.

Thot, el hombre-pájaro, apareció a su lado y lo miró con preocupación.

—Puedo recomendarte… —su tío parecía estar perdido en un punto fijo en la mesa, ausente, vacante—. Alphard —dijo el hombre-pajaro con paciencia—, que busques en la sección de la familia Gaunt.

Alphard clavó sus ojos en él, tratando de buscar entendimiento. Se dirigió hacia los estantes de la biblioteca Gaunt y estuvo día tras día leyendo sobre ellos. Sirius vio la luz subir y bajar de la parte superior de la biblioteca. Para él solo eran segundos, la escena frente a él pasaba en cámara rápida. ¿Cuánto tiempo había estado Alphard ahí encerrado? ¿Alguien sabía en dónde estaba? ¿Alguien se había preocupado por saberlo? 

—Peverell —susurró para sí mismo—están emparentados con los Peverell —miró con extrañeza al peculiar anillo—, pero no hay nada aquí que hable sobre una maldición.

 

 

 

Mansión de los Black, 1972

La mansión estaba repleta de hombres y mujeres desconocidos, festejando como si fuera el último día de sus vidas y su propósito fuera destruir ese lugar. Todos vestían disfraces extravagantes, pelucas llamativas y maquillaje de la época. Su tío se encontraba en una de las esquinas, acostado en un sillón, sin camiseta y con el pecho pintado con palabras altisonantes escritas en francés mientras un chico y una chica bebían shots de whiskey directamente de su ombligo. 

Sirius solo podía soñar con haber visto esto mientras Alphard seguía vivo. 

La música se detuvo de un momento a otro y se escucharon murmullos a lo lejos. Lentamente, los invitados comenzaron a dejar la habitación uno a uno y un joven rubio vestido con un elegante uniforme de policía entró a la habitación y se paró justo frente a su tío. Carraspeó y se irguió frente a él, estableciendo su dominancia.

—Êtes-vous propriétaire de la maison?

“¿Es usted el dueño de la casa?”

—Puedo ser el dueño de lo que quieras —le respondió Alphard con sarcasmo. 

Su tío estaba completamente perdido en el alcohol. Se paró desafiante frente al policía, casi cayendo en el intento.

—Claude? —preguntó su compañero desde el marco de la puerta del salón de baile.

—D'accord, je m'en occupe. Assurez-vous que tout le monde quitte la propriété.

“Está bien, yo me encargo de Black. Asegúrate de que todos salgan de la propiedad.”

Una vez que todos se fueron, Claude se sentó frente a Alphard y dejó caer sus hombros resignado.

—Qu’as-tu pris ?

“¿Qué tomaste?”

—No importa.

—Tu l’as mis ?

“¿Lo tienes puesto?”

Alphard levantó la mano y le enseñó el anillo.

—En bonne santé et dans la maladie.

“En la salud y en la enfermedad”

—Je ne vais pas y toucher, alors enlève-le.

“No lo voy a tocar, así que quítatelo.”

Alphard se encogió de hombros con sarcasmo, pero lo hizo. El policía tomó a Alphard de la mano y lo llevó al baño. Se encargó de que vomitara el alcohol fuera de su sistema y luego lo ayudó a lavarse la cara y colocarse una camisa. 

Sirius no estaba seguro de por qué estaba viendo aquello. 

Claude dejó a Alphard sobre el sofá y lo cubrió con una manta. Cuando se dio media vuelta para irse, su tío lo tomó de la mano y jaló de ella.

—No te vayas.

—Tu ne peux pas continuer comme ça, Alphard. Tu ressembles à de la merde.

“No puedes seguir así, Alphard. Te ves de la mierda.”

—Reste —contestó su tío.

“Solo quédate.”

Sirius podía notar la duda en el rostro de Claude, pero con un suspiro se dio por vencido. Se sentó en el sofá frente a él y apagó las luces de la mansión. 

 

 

 

Pequeño Hangleton, 1974

—¿Qué sabe sobre los Gaunt? —le preguntó su tío a uno de los muggles del pueblo. 

Se veía enfermo, delgado y débil, apenas capaz de pararse por sí mismo. Pálido y con algunas manchas extrañas asomándose por su cuello. Sirius no recordaba haberlo visto así, pero tal vez era porque no se le permitía verlo en lo absoluto. Walburga había prohibido cualquier contacto con el tío Alphard desde que comenzó a vivir en Francia, “profanando el recuerdo de sus padres un día a la vez” (o eso era lo que su madre decía).

Pequeño Hangleton era una pequeña comunidad sumida en la pobreza y oscuridad. Alphard se veía como si no quisiera estar allí un segundo más de lo necesario. Una señora vieja y esquelética que vestía en ropa curtida estaba hablando con él fuera de su casa. En su mano, había una pequeña cantidad de monedas de oro.

—Eran una familia detestable —respondió con lamento y desagrado—el lugar estaba siempre lleno de serpientes por doquier. Dios los tenga en su guarda y los perdone por las horribles cosas que hicieron.

La señora parecía tener a los Gaunt en el peor de los estimas. Su mano apretaba fuertemente el dije de una gran cruz que colgaba de su collar, como si estuviera asustada de que la sola mención del nombre pudiera traerlos de vuelta.

—Merope fue la única que sobrevivió la locura —la mujer chasqueó con la lengua y se tapó los ojos con la mano—, pero eventualmente la alcanzó.

Alphard frunció los labios pensativo y le mostró la foto del anillo a la señora.

—¿Sabe algo sobre este anillo? ¿De dónde lo sacaron los Gaunt?

La señora meneó la cabeza de un lado al otro como si se sacudiera un mal recuerdo de la mente.

—Sorvolo Gaunt era un viejo ignorante que vivía como un cerdo, lo único que le importaba era su apellido. Usaba ese anillo y se regodeaba de él por todas partes como si significara algo. Eso y su guardapelo de mal gusto fue lo único que le dejó a sus hijos. 

—¿Un guardapelo? —preguntó curioso.

—Sí, lo único que quedaba de la pequeña Merope —volvió a decir el nombre con lástima.

—Merope, ¿Sigue viviendo aquí en el pueblo?

La señora se rió amargamente.

—Oh no, querido. Merope también murió hace años. Su esposo la dejó y eso terminó de llevarla a la perdición. La pobre niña no tenía la culpa de los errores de su familia. Todo eso sucedió solo un poco antes de que Morfin Gaunt matara el resto de los Riddle. Lo único que sigue a los Gaunt es muerte y locura.

Alphard abrió los ojos de par en par en ese momento ante la mención de “Riddle” y Sirius lo imitó, queriendo retroceder el recuerdo para averiguar si había escuchado bien.

—¿Los Riddle? —preguntó con urgencia.

La señora puso una mano en sus hombros y lo volteó hacia el norte del pueblo. Señaló una enorme casa en la punta de la colima con sus arrugadas manos.

—Los Riddle —confirmó.

 

 

 

París, 1975

Se encontraban en las catatumbas de París. Una red de túneles y cuartos subterráneos localizados bajo la ciudad que, en su tiempo, fueron minas de piedra caliza, y ahora conformaban el cementerio más grande de Francia. 

Sirius reconocía el lugar porque había estado allí antes, en la parte turística -que era por donde estaba entrando Alphard esa vez-. Uno de sus tutores les había asegurado que los esqueletos enterrados en las catatumbas pertenecían a todos los muggles que murieron durante el reinado de los Black. Eso, por supuesto, era una completa mentira.

Sirius lo entendió de repente.

Por qué el túnel de la biblioteca le había parecido tan familiar, el por qué de los graffitis y las columnas de huesos. No era un túnel cualquiera, las catatumbas de París eran el pasaje a la biblioteca de los grandes veintiocho. 

Al parecer, ese lugar también era más que solo la vía a la biblioteca. Era el punto de encuentro de Alphard y Claude. Su tío se encontraba frente a un joven muggle de rizos claros, el mismo policía que había visto en la fiesta, y lo miraba como si sostuviera el cielo en sus manos.

—Claude, je jure que je ne pouvais pas respirer en pensant à ce moment —susurró entre sus labios en perfecto francés—. Tu vas bien ? Je ne peux pas rester longtemps, j'ai un endroit où aller, mais je ne voulais pas partir sans t'avoir vu au préalable.

“Claude, juro que no podía respirar pensando en este momento ¿Estás bien? No me puedo quedar por mucho tiempo, tengo un lugar al que llegar, pero no quería marcharme sin verte antes.”

—Cœur, ne retourne pas à Londres. Je n'ai rien à vous offrir et pourtant je peux vous offrir bien plus que ce qu'ils vous donnent.

“Corazón, no vuelvas a Londres. No tengo nada que ofrecerte y aún así puedo ofrecerte mucho más de lo que te dan.”

—Tu es terriblement sexy quand tu essaies de bouleverser mes principes.

 

“Eres terriblemente sexy cuando estás tratando de desequilibrar mis principios.”

—S'il vous plaît.

“Por favor.”

Alphard negó con la cabeza y los guió por las catatumbas hasta que estuvieron en un lugar desierto, uno de esos cuartos vacíos a los que nadie quería adentrarse. Allí lo besó como si su vida dependiera de ello. 

Sirius podía ver el amor y la devoción en sus ojos.

Aquello curó solo un poco del tormento que le causaba pensar en Alphard. Siempre que lo hacía, era con lástima, pesar y tristeza. El hecho de que su tío hubiera encontrado lo mismo que él, alguien por quien seguir luchando, lo hacía sentir solo un poco mejor.

—Je dois te demander une faveur.

“Tengo que pedirte un favor.”

—Peu importe

“Lo que sea.”

Alphard colocó sobre la palma abierta de su mano la pequeña caja dorada que encontró en la choza de los Gaunt.

—Prends ça, cache-le et ne l'ouvre pour rien au monde jusqu'à ce que je sois à nouveau avec toi. Peux-tu me promettre que tu ne le feras pas ?

“Toma esto. Escóndelo, y por nada del mundo lo abras hasta que esté contigo de nuevo ¿Puedes prometerme que no lo harás?”

—Quand je te verrai ?

“¿Cuándo volveré a verte?”

—Pronto, ma chérie . Estamos muy cerca.

Claude tomó la caja entre sus manos con seguridad.

—Je t'aime.

—Je t'aime.

 

 

 

 

 

Mansión de los Black, 1975

Sirius estaba teniendo problemas para adaptarse a los cambios de escenario. 

Se encontraban de vuelta en la biblioteca de la mansión Black en Francia, pero ahora habían tres personas en la habitación y a pesar de que Sirius no se encontraba realmente allí, sentía la tensión en el ambiente.

Sus ojos se agrandaron cuando se encontró cara a cara con el chico de los recuerdos de Alphard, al que llamaban Tom Riddle, el que siempre había tenido aquella estúpida riña con su tío, y al que él conocía como: Lord Voldemort .

El entendimiento llegó a él como la colisión de un tren a toda velocidad.

Cuando escuchó sobre la muerte de Alphard, asumió que había sido su culpa, que por alguna extraña razón, el hecho de que Sirius pidiera su ayuda al escapar de Grimmauld Place lo había puesto en peligro, que había ocasionado los eventos que más tarde acabaron con su muerte, pero no era así, la historia era totalmente diferente. Sirius nunca había estado ni cerca de entenderla. 

—Siempre fuiste una pequeña piedra en mi zapato, ¿No es así, Alphard? Siempre oponiéndote a mí, cuestionando mis decisiones, caminando a mis espaldas. Nada más que desobediencia. Es tan lamentable en un Black. Pero soy un Lord misericordioso, y te voy a ofrecer una última oportunidad de redimirte.

—Nunca me uniré a tu banda de delincuentes, Riddle —le contestó Alphard seguro.

La tercera persona en la habitación era Regulus, quien parecía estoico, como si dejar de respirar lo hiciera invisible.

—No tienes elección.

Alphard se encogió de hombros.

—Haz lo que tengas que hacer.

Voldemort caminó hacia su tío y colocó una mano sobre su hombro con la delicadeza de una serpiente que está a punto de atacar, ubicando sus labios muy cerca de su oído para que solo él pudiera escucharlo.

—No quiero matarte. Quiero que me ayudes. Pero si no lo haces, no tendré más remedio que hacerlo —susurró—. Dime cómo entrar a la biblioteca.

Alphard levantó la quijada y se irguió recto en su lugar, orgulloso, diciendo con su cuerpo lo que no hacía con sus palabras. Un gran “jodete” dedicado para Riddle.

—¿Qué hay del muggle? —le preguntó con su venenosa voz—¿No quieres que él viva?

Su tío no respondió; su mente se mantenía totalmente impenetrable ante las amenazas de Riddle. Aquello hizo que el Señor Tenebroso perdiera por un segundo la compostura que lo caracterizaba, lanzando un hechizo con furia hacia la pared, lo que provocó que todos los libros volaran por los aires.

Sirius vio el gesto de desesperación en el rostro de Riddle. Era sutil, apenas una fisura en su autocontrol, pero lo suficiente para que Sirius lo notara. Comprendió, entonces, que su tío sabía más sobre Voldemort de lo que debía. Quizás el Señor Tenebroso no quería que nadie supiera su origen, la identidad de su familia, o sobre la extraña reliquia que su tío había encontrado y puesto bajo la protección de Claude. Era por eso que Voldemort necesitaba encontrar la biblioteca y destruirla: la información contenida en ella amenazaba su propia existencia.

—Haz lo que tengas que hacer —repitió decidido y cruzó una mirada de entendimiento con Regulus. 

Sirius podía ver el suave temblor en las manos de su hermano y sintió unas terribles ganas de sacarlo de esa situación. Era inutil. Aquello ya había pasado y no había vuelta atrás. Lo que estaba por presenciar no podía ser cambiado.

—Regulus —lo llamó Riddle—, es hora de que demuestres tu lealtad al señor oscuro.

—Sí, señor —le respondió fríamente. 

Sirius podía escuchar el miedo por las grietas de sus palabras. Riddle se acercó y tomó su mano, llevándola a su pecho. Podía apostar lo que fuera a que su corazón ni siquiera latía bajo su piel.

—Tengo grandes planes para tí.

Quería vomitar.

—¿Cuáles son esos planes? —preguntó Regulus nervioso.

—Primero necesito que demuestres que estás de mi lado, que tengo tu absoluta y completa lealtad. Que primero estoy yo, antes que cualquier otra persona —Regulus no despegaba sus ojos de Alphard, como si fuera su línea de vida. Su tío parecía estar tratando de consolarlo cómo podía. Asintió hacia su dirección y le sonrió—. Tu Lord necesita que lo mates.

 

 

Sirius cayó de rodillas en el suelo, de vuelta al presente, frente al pensadero en la biblioteca de los sagrados veintiocho. Frente a él se encontraban los dos personajes de los recuerdos de Alphard: Thot y Sethat.

Notes:

Así que..... ESTO PASÓ.

Les voy a ser honesta, la mayor parte de este capítulo fue creado en una conversación delusional entre Zuze_Carax y yo. Gran parte del crédito de este lore va para ella, así que denle un gran aplauso.

Yo sé que todos queremos ver más romance y que ya queremos leer a James y... estamos tan cerca, EXTREMADAMENTE MUY CERCA, pero antes tenemos que sufrir solo un poquitín más.

Cosas random:
-La biblioteca, LA BILBIOTECA??? Yo pensé que eso fue bastante genial.
-No quería dejar esta historia sin un poco de Lore, he notado que no siempre explican muy bien por qué Regulus llegó a tener conocimiento de los Horrocuxs y yo estaba a punto de hacer lo mismo por el plot, pero mi obsesividad no me dejó hacerlo, tenía que escribir este capítulo. Todo eso está fuertemente inspirado en el canon, like... tuve que hacer la investigación de la familia Gaunt y por eso tardé tanto en publicar esto. Espero que alguien lo aprecie, jajaja, pero sino... yo lo aprecio por mí.
-ALPHARD Y CLAUDE, quisiera que alguien escribiera su historia de amor. En mi mente el fue a la guerra y dejó a Alphard por unos años pero... IDK, no quería extenderme más.
-REGULUS MATANDO A ALPHARD. Spoiler: En el próximo capitulo veremos los recuerdos del pensadero de Regulus.
-Estamos en el capitulo 10, siento que eso es importante, ¿es importante? cada vez agrego más capítulos a esta historia.

 

Gracias a las personitas que me escriben, no saben como le han dado luz a mi complicada vida en las últimas semanas. Esta historia y el tiempo que he invertido en ella es para ustedes.

Chapter 11: Sirius: En los hombros de los sabios que me precedieron | Parte II

Summary:

"No somos nuestras historias, Reg. Somos las personas que las viven".

Notes:

Advertencias: Muerte de personaje secundario en la última parte de este capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Sirius

En los hombros de los sabios que me precedieron.

Parte II

 

Sirius aún estaba conmocionado ante el último recuerdo.

¿Tenía Remus la razón después de todo? ¿Seguía siendo tan ingenuo como para caer ciego ante el amor que sentía por su hermano cuando ya no había nada que salvar, nada que alcanzar con sus manos y traer a la superficie? Dos personas que tenían tanto en común como él y su hermano, que estaban hechas de lo mismo, no podían acabar tomando caminos tan diferentes. 

Sirius se negaba a creerlo, pero escuchaba dos voces en su mente. 

Una que gritaba que conocía al verdadero Regulus, que habían crecido juntos, que compartían las mismas heridas abiertas, que habían estado el uno para el otro hasta el momento en que la vida decidió que tendrían que enfrentar sus batallas separados, solo para regresar y terminar la guerra juntos, y otra voz que solo repetía una y otra vez: “Tu hermano es un asesino”

No sabía a cuál creerle.

Thot, la criatura centenaria con cuerpo de humano y cabeza de pájaro, le extendió la mano para ayudarlo a levantarse y Sirius la tomó por inercia, necesitando algo a lo que sostenerse. Su cabeza estaba dando vueltas entre pensamientos destructivos y recuerdos.

—Lo has visto, descendiente de los Black —dijo amablemente. Su voz no era humana, parecía que se proyectaba a través de su mente mientras sus labios solo imitaban los movimientos que debían de hacer. Había visto a los guardianes de la biblioteca en los recuerdos de Alphard, pero no se asimilaba a la experiencia de verlos en persona. Irradiaban una sabiduría e imponencia fuera de ese mundo.

—Pero no lo has visto todo —continuó Sethat.

Thot apuntó al anaquel lleno de recuerdos en la sección de los Black, y con la gracia de un ave, voló frente a él, invitándolo a seguirlo. 

Sirius no recordaba cómo mover sus piernas. Aún no había aterrizado por completo del viaje que realizó por el flujo del tiempo. Su mente seguía en Regulus. En las últimas palabras de Voldemort: “Tu Lord necesita que lo mates” .

Estar dentro de la cabeza de otra persona no era un paseo por el parque. Si los recuerdos estaban manchados por emociones, si eran lo suficientemente potentes, podías llegar a sentirlas como tuyas, como si lo estuvieras viviendo, y entonces perderte en la extraña sensación de estar fuera de tu propio cuerpo. Sirius había sentido todo lo que Alphard estaba sintiendo: el miedo, la tristeza, la resignación.

Sethat lo tomó del brazo para que se apoyara en ella mientras lo ayudaba a caminar hacia el anaquel.

—El último recuerdo —le indicó.

Levantó la mirada, y en la etiqueta de un vial sin fecha ni título estaba escrito con la desaliñada letra cursiva de su hermano: “Regulus Black” .

—Tendrás que perdonarnos, pero solo podemos guiarte hasta aquí —le dijo Thot amablemente—. Debe ser el “chercheur de connaissances” , quien decida adquirirlo.

El buscador del conocimiento”.

—¿Adquirirlo? —preguntó confundido.

Fijó sus ojos en el nombre escrito en el vial de nuevo: “Regulus Black”. Regulus había estado allí. Había dejado una parte de sí mismo para que alguien la encontrara ¿Esperaba que Sirius lo hiciera o era una simple casualidad? ¿Era eso lo que lo explicaba todo? ¿Cómo se sentirían los recuerdos de su hermano? ¿En realidad quería estar dentro de ellos?

Necesitaba respuestas y estaban frente a él. No le importaba si lo destruían para siempre o lo justificaban todo. Tomó el vial firmemente con una mano y levantó el corcho, dejando que el líquido se agitara dentro de él y buscara donde ser depositado.

Caminó a paso torpe hacia el pensadero mientras los guardianes lo seguían con parsimonia. Asintieron en su dirección cuando se acercó lo suficiente a la puerta como para verter su contenido, incitándolo a hacerlo, como el empujón que necesitaba. Sirius asintió de regreso, nervioso pero decidido, y procedió. 

El líquido de la puerta se hizo uno con la gota del recuerdo, e inmediatamente los colores comenzaron a cambiar y a crear formas en el fondo. Podía ver los retratos de la casa Black desde el otro lado y suspiró profundamente sabiendo que nada que lo llevara de regreso a ese maldito lugar podría ser bueno. 

No estaba listo para entrar a la mente de Regulus, pero estaba listo para conocer la verdad y eso era suficiente. 

Pasó por el marco de la puerta cuando la imagen fue lo suficientemente nítida.

 

 

 

 

Grimmauld Place, Londres, 1944

Su hermano siempre había sido escurridizo y escalofriantemente callado.

En ese recuerdo se encontraba tras las puertas semiabiertas de la sala, escuchando con atención la conversación que tomaba lugar entre sus tíos.

Eran altas horas de la madrugada y todos tenían un vaso semivacío de alcohol en la mano. Las risas presuntuosas resonaban ante el silencio del apartamento. Alphard se encontraba desparramado en el sofá, escuchando sin escuchar, como si no quisiera estar allí, lo que no era una escena poco común. Su tío aborrecía las reuniones familiares tanto o más que Sirius. ¿Por qué seguía asistiendo a ellas?  Eso era un misterio indescifrable.

Vista a través de los ojos de Regulus, Walburga Black era una mujer excepcional, en sus treinta años, cabello azabache y mirada negra como la noche, envuelta en un hermoso vestido largo de seda verde esmeralda, las perlas de su abuela alrededor del cuello, ojos ahumados y labios rojos. Era el ímpetu de la casa Black en persona. 

Su madre se encontraba sentada en uno de los sillones, dandole la cara al fuego de la chimenea y con la mirada fija en Alphard, mientras los hombres se servían otra copa de Whiskey del carrito de bebidas.

—Orion, algo que siempre me he preguntado es, ¿Por qué vivir en Londres cuando la mansión de Francia está vacía? —preguntó Cetus.

Su padre se acomodó en la silla al lado de Walburga. Incómodo ante el cuestionamiento, se rió por lo bajo, esa risa aristócrata que usaba cuando quería ser diplomático. Miró de reojo a su esposa y ella negó con la cabeza.

—Es un desperdicio, una propiedad tan hermosa que solo recibe visitantes unas cuántas veces al año —continuó Ara, otra de sus tías—, tiene los más magníficos jardines, mejores incluso que los de los Malfoy.

—Nos agrada más la ciudad —respondió Walburga.

Alphard bufó por lo bajo en un gesto de burla.

—Sí, claro —murmuró con sarcasmo—, como si te encantara el bullicio y estar rodeada de muggles. Solo los crédulos piensan que pueden escapar de su destino, hermana.

—¿Qué significa eso? —preguntó Ara confundida.

—No me digas que… —Druella se tapó la boca para ahogar una risa incontrolable. Walburga puso los ojos en blanco y suspiró con cansancio— ¿Sigues pensando que es real? Ciertamente no, después de tanto tiempo.

—¿Estás hablando de la lectura? —se rió por lo bajo Lucrecia. Kreacher se encargaba de rellenar su copa cada que parecía que iba a alcanzar el fondo y el alcohol había comenzado a tener efecto en la manera en que hablaba, se movía y reía desinportadamente con las otras mujeres de su familia.

Orión miró a Walburga con preocupación y luego intervino:

—Es un tema de la familia —amenazó a las dos mujeres.

Sus hermanas hicieron caso omiso a las advertencias de Orion.

—¡Vamos! Ara es parte de la familia ahora y quiere saber la historia. Lo que pasa entre los Black se queda entre los Black ¿No es así? —Lucrecia miró a la mujer de reojo y ella asintió animadamente.

—Sí, claro, por supuesto, nunca diría nada. Mis labios están más que sellados.

Ara era diferente a sus otras tías. Más gentil, más ingenua. Tal vez esa fue la razón por la que ella y Cetus dejaron de relacionarse con la familia con el pasar de los años.

—Antes de nuestro último año en Hogwarts —comenzó a relatar con emoción Lucrecia, sin esperar a que su madre les diera la luz verde—, la abuela de Walburga nos regaló una consulta privada con un médium extremadamente cotizado en Francia, esperando que pudiera predecir cuántos hijos tendría cada una.

—Es una ridícula tradición entre las familias de sangre pura —interrumpió Alphard— querer saber si “honrarán” a su familia con un varón —desde el sofá al lado de la chimenea vió a Walburga con descaro. Ella le devolvió la mirada con desprecio. 

Su tío se levantó del sofá y le pidió a Kreacher que rellenara su copa antes de moverse hacia la chimenea. Kreacher lo hizo de mala gala.

—Las tradiciones son la base de nuestra supervivencia —lo corrigió Walburga.

—¡Ciertamente! Es lo que siempre digo —la apoyó Cetus animado, queriendo que la historia continuara.

—Richard Trelawney —continuó Lucretia, interrumpiendo el cuchicheo—, era el más reconocido profeta de este lado de Europa. Muchas de las chicas consultaban su futuro con él en esa época. Lastima que los descendientes de la familia Trelawney no hubieran heredado sus mismas habilidades. Debe ser toda esa mezcla con los muggles que sucedió después.

Druella asintió con la cabeza.

—Terrible —se unió Ara.

—¡Todas queríamos saber cuántos hijos tendríamos! —retomó su tía con emoción— Nuestras madre, nuestra abuela, ¡y claro que nosotras!

—¿No fue Trelawney —interrumpió Walburga con veneno encima de todas las otras voces— quien predijo la muerte de tu primer hijo, Lucretia?

La habitación se quedó en silencio y Orion tomó, discretamente, la mano de su madre. 

Lucretia respiró profundo, conteniendo su reacción. Estas mujeres habían pasado una vida aprendiendo a enmascarar sus sentimientos. Era claro lo que su madre trataba de hacer: desviar la conversación , y eso fue exactamente lo que su tía no dejó que pasara.

—Siendo la persona que es —contestó con resentimiento—, después de que nos dijera a todas cuáles serían los frutos de nuestros matrimonios, Walburga aprovechó para hacer una pregunta más antes de irse.

—Siempre ha sido una mujer determinada —confirmó Orión con orgullo. Sirius sabía que no era genuino. Su padre y madre no se amaban en verdad.

—¿Qué le preguntaste? —Ara estaba completamente cautivada por la historia.

—Le pedí que predijera —respondió su madre con elegancia—, el futuro de mi descendencia.

Druella se tomó de golpe el resto del contenido de su vaso. La conversación era ahora mucho más seria.

—Estoy segura de que Sirius y Regulus pondrán el nombre de la familia en alto —dijo Ara con amabilidad—, son unos niños increíblemente inteligentes, nobles y obedientes.

Alphard puso los ojos en blanco desde la chimenea. Nadie necesitaba abogar por Walburga Black. Ella podría enfrentarse sola contra el mismísimo demonio.

—Sin duda —siguió Lucrecia con sarcasmo.

—En especial Sirius —la secundó Druella con veneno, soltando una risa y ocultando su rostro en su bebida.

—Es mejor que dejemos el tema hasta aquí —les pidió Orion, cortando la tensión que se comenzaba a alzar como marea en la habitación.

—¡Oh! Pero esta es la mejor parte —se rió Lucrecia.

Walburga respiró profundamente con desidia y se levantó del sillón, haciendo que la habitación quedara en un súbito silencio de nuevo.

—Si quieren saberlo, se los diré yo misma. No hay nada que ocultar —Alphard la miró de reojo con incertidumbre—. Mi hermano está equivocado. Los Blacks somos los dueños de nuestro propio destino. Trelawney sacó tres cartas del mazo cortado tres veces por mis propias manos y las extendió frente a mí —hizo un ademán, como si estuviera repartiendo las cartas sobre la mesa frente a ella, de vuelta a aquel momento— La primera, fue la carta del “Bufón”, símbolo de anarquía. Una criatura a la que nadie toma en serio y que vaga de un lado a otro, aparentemente sin saber qué busca ni adónde quiere llegar.

—Sirius, definitivamente —acotó con gracia Alphard desde el otro lado de la habitación, el único que se atrevió a alzar la voz. Walburga frunció los labios con desagrado.

—La segunda fue la carta el “Colgado”.

Las sonrisas de Lucrecia y Druella habían desaparecido de sus rostros, reemplazadas por ceños fruncidos de preocupación.

—¿Qué significa la carta del colgado? —preguntó Ara.

—Autosacrificio —respondió Lucrecia, esa vez más seria.

Fue Alphard quien le respondió.

—Walburga piensa que uno de sus hijos morirá, esa es la historia —dijo con desgana, apresurado por cortar la historia—, lo que le dijo el psicópata de Trelawney años en el pasado y la atormenta hasta el día de hoy fue que uno de sus brillantes hijos morirá en lo profundo del mar, ¿lo estoy contando bien, hermana? Trelawney, por cierto, probablemente estaba totalmente drogado cuando hizo esa predicción, porque solo meses después fue detenido por posesión de drogas mágicas ilícitas —hizo una pausa—. Esa es la razón por la que la mansión de Francia es libre para todos los Black. Orion y Walburga se mudaron al centro de Londres, donde no hay cuerpos de agua que puedan matar a su precioso hijo menor.

La sala se quedó en silencio de nuevo. 

El pequeño Regulus, que hasta ese momento los observaba tras la puerta semiabierta del pasillo, se tropezó con sus propios zapatos al intentar dar un paso atrás, ocasionando un sonoro estruendo. Walburga y Alphard voltearon de inmediato hacia la puerta, pero fue su padre quien se levantó en busca del origen del sonido. Encontró a un Regulus de seis años tirado en el suelo, temblando de miedo.

—Reg —lo reprendió. Lo tomó de la mano y ayudó a levantarse para luego cargarlo entre sus brazos—. ¿Qué haces despierto?

Regulus se encogió de hombros y escondió el rostro sobre su hombro.

La conversación seguía dentro de la estancia.

—Walburga, lo siento mucho. Este tipo de cosas no están escritas en piedra ¿Cierto? —le decía Ara. 

Regulus comenzó a llorar en el hombro de su padre.

—Cierto —asintió Walburga decidida.

Orión suspiró y secó las lágrimas de Regulus con uno de sus pañuelos.

—Shhh, vamos a la cama —dejó un beso sobre su frente y se encaminaron a su habitación.

—¿Cuál era la última carta? —preguntó Cetus con curiosidad y falta de empatía, su esposa le azotó un golpe en el hombro.

Sirius se quedó a escuchar los últimos murmullos de la conversación que se disipaban mientras Regulus se alejaba y el recuerdo se desvanecía con su paso. Su madre miró de reojo hacia la puerta, y después de unos segundos murmuró fríamente:

—La tercera carta era la torre.

—La gran caída de la casa de Black —dijo su tío con sarcasmo.

Grimmauld Place se desvaneció y todo quedó atrás.

 

 

✶✶✶

 

 

Grimmauld Place, Londres, 1975

 

Regulus estaba sentado en el sofá de la sala con la mirada perdida en el fuego de la chimenea. Sus padres entraban y salían, arreglando la habitación a su paso, pero él ni siquiera se percataba de la presencia de otras personas.

—Regulus —le dijo su madre firme—ve a cambiarte ahora mismo. Tu ropa está llena de sangre y el Señor Oscuro llegará en cualquier momento.

Se levantó de la silla y subió lentamente las escaleras, un pie a la vez, como si la subida fuera rocosa y tempestuosa, hasta llegar a su habitación. Allí se acomodó en el borde de la cama y miró con terror sus manos cubiertas de sangre.

Sirius caminó por la habitación buscando algo que le dejara saber la fecha; tal vez un periodico o la entrada en su diario, no entendía de quién era la sangre o porque Regulus estaba cubierto en ella. 

No encontró nada.

Alguien tocó la puerta a sus espaldas y ambos levantaron la mirada exaltados. Regulus se limpió con una mano las lágrimas que ni siquiera llegó a derramar, manchandose la cara de rojo. Respiró profundo, tratando de sacudir el horror en su mirada. Orión abrió la puerta lentamente, se metió en el cuarto, y se sentó junto a su hijo en completo silencio, analizando su aspecto.

—Regulus —le dijo con cuidado y firmeza al mismo tiempo—, levanta la cara, te ves terrible —le alzó el mentón para verlo mejor y movió su rostro de un lado al otro—. Tienes que moverte. Ve a bañarte ahora mismo.

Regulus asintió solo por inercia, obedeciendo como el buen soldado que siempre había sido. Se levantó y dio dos pasos carentes de espíritu hacia el baño antes de que Orion lo detuviera y, con un jalón, lo arropara entre sus brazos en un abrazo. Su hermano comenzó a sollozar incontrolablemente sobre su pecho, mientras Orion acariciaba su cabello en un gesto de afecto que buscaba consolarlo.

Sirius contuvo la respiración. 

Aquello era diferente. 

En todos sus años viviendo en Grimmauld Place, siendo el hijo de sus padres, recibiendo el peor trato de los dos, nunca había experimentado el confort de un padre. Sintió una punzada de celos, tal vez era decepción, que no supo cómo controlar.

Siempre supo que Orion y Regulus compartían una conexión que él no. Tenían un acuerdo silencioso, un entendimiento telepático. Era sólo otra de las formas en las que Sirius se sentía ajeno a su familia, y, realmente, nunca anheló ser parte de, pero ¿por qué su hermano podía tenerla y él no? ¿por qué podía tener la compasión que él siempre quiso? Había vivido sin ella gran parte de su vida, no creía necesitarla, pero saber que era su padre era capaz de amar y que simplemente no había sido capaz de amarlo a él lo hacía sentir… No sabía cómo lo hacía sentir.

—Lo que hiciste, es lo más valiente que he visto en mi vida —le susurró al oído.

Regulus se soltó en otra ola de sollozos.

—Papa, j'ai peur.

“Papá, tengo miedo.”

Orion lo miró firmemente a los ojos.

—Lo único que tenemos que temer es al miedo mismo. Estaremos ahí contigo, nos aseguraremos de que estés bien ¿de acuerdo? —Regulus asintió con la cabeza—. Ahora tranquilízate, recobra la compostura, ve a bañarte y baja de inmediato. Después de todo, eres un Black ¿no es así?

—Soy un Black —repitió su hermano. Asintió suavemente con la cabeza, mientras las lágrimas pintadas en rojo convertían su rostro en un desastre natural, y luego se dirigió con paso decidido hacia el aseo, cerrando la puerta tras de él.

Sirius se sentó en la cama, impactado, y sopesó por unos minutos lo que había pasado. Preguntándose: ¿por qué había decidido guardar ese recuerdo? ¿había sido otra de las formas en que su hermano se vengaba de él? ¿otra de las formas de decirle: “yo lo logré, todo lo que debía ser para tí eventualmente fue mío”?

Cuando Regulus pudo calmarse, cuando dejó de llorar bajo la regadera, después de haberse peinado y vestido, bajó las escaleras convertido en una persona diferente. Limpio de cualquier emoción en su expresión. Camiseta blanca de seda con mangas largas y abombadas, un chaleco de terciopelo con bordados negro y zapatos de cuero listo y brillante. La varita guardada en su bolsillo, una  amatista verde decorando la base, dejándose ver por el borde. 

Era la imagen en vida del heredero de los Black. Todo lo que sus padres siempre esperaron de él.

—Mi señor —saludó cordialmente al dar la vuelta hacia la sala de estar, inclinando la cabeza con respeto hacia los adultos, como se le había enseñado desde pequeño

La sola presencia de Voldemort logró robarle un latido de su corazón y ponerle los pelos de punta. Le generó unas ganas terribles de tomar a Regulus y llevárselo lejos de allí para protegerlo.

En la habitación también se encontraban sus padres, Bellatrix y Narcissa. Bella no despegaba los ojos de Voldemort con admiración. Narcissa tenía el ceño fruncido y miraba atentamente a Orion y Walburga mientras sostenía el brazo de su hermana sin decir nada. Parecía incómoda, como si no quisiera estar allí.

Regulus Black —dijo Voldemort.

El nombre de su hermano resonó en la habitación, como un trueno en un día tranquilo. 

El Señor Oscuro se levantó de su asiento. Su figura alta y delgada proyectando una sombra siniestra sobre el suelo y su capa negra ondeaba a su alrededor, como si estuviera viva. No tenía que alzar la voz para ser escuchado. Así es como sabes que alguien tiene el control total de una habitación.

—Tus padres han hecho de mi conocimiento tu interés en recibir la marca tenebrosa.

—Así es —respondió Regulus seguro, levantando el mentón para hacer clara su intención.

—Maldita sea, Reggie —susurró Sirius con frustración del otro lado del recuerdo, del lado que no podía cambiar las cosas.

—Sin embargo, estaba bajo la impresión de que su hijo mayor, el verdadero heredero de la familia Black, estaría parado frente a mí esta noche para recibirla. Si no es de mi incumbencia, ¿puedo saber por qué no es así? 

—No sé de qué hablas, Tom —respondió Walburga de inmediato. La informalidad con la que dijo aquello lo dejó anonadado, dirigiéndose a él por su primer y verdadero nombre, como si fueran viejos amigos. Tal vez lo eran. No le parecía demasiado descabellado—. Regulus es el único hijo que tenemos.

Como si fuera una confirmación a sus palabras, tras de ella, en el tapiz del árbol genealógico de los Black, su nombre: “Sirius Black III”, comenzó a arder en llamas. Bellatrix soltó una risa pícara e incontrolable a su lado, como si ese fuera el final de la broma que estuvo esperando por mucho tiempo. Se vió a sí mismo arder y, sin poder evitarlo, una profunda tristeza lo consumió al son del fuego que borraba cualquier rastro de su vida en ese lugar. Tal vez nunca esperó mucho de su familia, pero definitivamente esperaba más que eso.

Es terrible, cuando piensas que tus padres ya no pueden herirte más y encuentran maneras de hacerlo de todas formas. A través de un recuerdo, porque esos siempre vivirían contigo, porque las personas solo son la recolección de lo que recuerdan. 

Trató de encontrar consuelo en el hecho de que, por mucho que su madre intentara quemarlo del tapete de los Black y de su memoria, nunca olvidaría que tenía dos hijos. Regulus y Sirius. Simplemente no era posible borrarlos por completo, de la misma forma en que Sirius nunca podría olvidarlos a ellos.

Regulus siguió impasible ante lo que ocurría, con la mirada fija en los ojos de Voldemort, ignorando por completo las llamas y seguro de su decisión. 

—Lo siento mucho, Walburga —susurró Voldemort en su dirección—, las cosas no siempre resultan como esperamos.  Lo sé muy bien —aunque estaba intentando ser un consuelo para su madre, la voz de Voldemort carecía de empatía—, pero los pesos muertos están mejores de esa forma… muertos.

A Sirius lo atravesó un escalofrío.

—Entiendo entonces que tú eres el nuevo heredero…—Voldemort no despegó los ojos de Regulus. Observándolo como si fuera un pedazo de carne a la venta—. Solo tenemos un pequeño inconveniente —se acercó sutilmente, invadiendo su espacio personal con la gracia escurridiza de una serpiente—.  ¿Cuántos años tienes?

—Estoy por cumplir dieciséis —admitió firmemente. Estaba mintiendo.

—Me parece que sería adecuado esperar un poco más a que el chico…—Voldemort buscó la palabra correcta— se encuentre listo. Generalmente esperamos a la mayoría de edad para darles la iniciación, y considerando los recientes acontecimientos —se llevó una mano al mentón, pensativo.

—Regulus está listo —le aseguró su madre.

—¿Lo está? —preguntó con mayor firmeza.

—Sí —dijo sin titubear.

—Aunque la sangre es importante, tu familia va más allá de ella —le explicó a Regulus— ¿Los caballeros de Walpurgis? ¿Los mortifagos? No son más que otro de los grandes nombres que le daremos a una nueva familia, una en la que todos seremos merecedores de respeto y obediencia. Tu familia, aquella que estará ahí para siempre, a la que le debes tu lealtad, y me pregunto si… ¿en realidad estás listo? ¿es lo que realmente quieres?

Voldemort caminó por la habitación mientras lo pensaba y Bellatrix dió un paso adelante, vibrando con anticipación.

—Mi señor —dijo con sagacidad—, si pudiera sugerir algo…

Cinco pares de ojos se enfocaron en la chica de cabello negro salvaje y una sonrisa se extendió por su rostro, como si se regodeara en la atención.

—¿Qué tienes en mente, Bella?

—Hay otra cosa que podría hacer para asegurar su lealtad, mi señor. El juramento —soltó una risita maníaca— inquebrantable.

Sirius se paró frente a Regulus, ignorando por un segundo que aquello ya había pasado y que no había forma de cambiar el pasado.

—Lo haré —dijo sin titubear—, juraré que al cumplir la mayoría de edad tomaré la marca, siempre y cuando el Señor Oscuro considere que soy digno de ella, por supuesto.

Su madre levantó la mirada hacia él sorprendida.

Las madres de la familia Black tienen una forma peculiar de amenazar a sus hijos. Una práctica perfeccionada generación tras generación. Una forma silenciosa de expresar lo mucho que pueden sufrir si no siguen sus órdenes. Esa mirada fría y súbita que dice: “Es esto lo que se va a hacer y no tienes una pizca de libertad de albedrío al respecto”

Walburga la utilizó en ese momento contra Regulus.

—También jurará hacer todo lo posible por ganar el honor de portarla —añadió segura.

Aquello alzó un escalofrío por la espalda de Sirius.

Voldemort estuvo considerando la oferta por unos segundos. Caminando de un lado al otro de la habitación con una mano sosteniendo su mentón. Los ojos de Bella brillaban con emoción y Narcissa miraba la unión de sus brazos con temor.

Sirius quería romper algo. Quería romperlo todo.

—Me parece un intercambio justo, Walburga —se paró frente a su hermano, acortando la distancia entre ellos—. Veo un gran potencial en tí, Regulus. Solo queda averiguar si estamos en lo correcto —le susurró—. ¿Quieres hacer el juramento con tu madre o con tu padre?

—Si no es una ofensa, señor —Regulus se erigió seguro—. Sería un honor hacer el juramento con usted.

Podría jurar que vio a su madre sonreír por primera vez en su vida. Bella soltó otra risa de emoción y Narcissa, esa vez, la hizo callar con un golpe en su hombro. Voldemort sonrió de lado y asintió con la cabeza.

—Magnifico.

Así fue como Regulus obtuvo la marca.

¿En dónde estaba Sirius en ese momento?

 

✶✶✶

 

 

Apartamento de Alphard Black, Londres, 1976

Regulus y su tío, Alphard, se encontraban en la sala de su apartamento en Londres, en medio de una conversación agitada.

Sirius identificó de inmediato en qué tiempo se encontraban gracias al cabello de Regulus: corto y peinado hacia atrás, en el estilo de los Black, como si estuviera interpretando correctamente el papel al que Sirius renunció. Eso había ocurrido después de que Sirius dejara Grimmauld Place. 

Su hermano regresó a Hogwarts ese curso como una persona diferente. No solo su cabello y su forma de vestir, también su mirada y lo que ya no podía encontrar en ella. No podía encontrar a su hermano. Evitaba a Sirius a toda costa, y él optó por hacer lo mismo, guardando un terrible resentimiento después de su primera discusión, cuando le pidió formalmente, en un tono frío y carente de emoción, que dejara de referirse a él como su hermano en público porque su madre lo había expulsado oficialmente de la familia. 

—Cometiste un error —declaró Alphard.

—Hice lo que tenía que hacer.

—Merde ce que tu avais à faire. Tu as pris une mauvaise décision —exclamó serio—. ¿Cómo demonios te vamos a sacar de esto? —su tío suspiró con cansancio.

“Una mierda lo que tenías que hacer. Tomaste una mala decisión.”

—No veo por qué haya que hacerlo. Es lo que es.

—Regulus, no tienes idea del problema en el que estás metido.

—No hay manera de arreglarlo. Si mi madre sospecha que me estoy alejando del camino se encargará de que Sirius pague las consecuencias —Sirius tragó grueso, recordando como su madre había utilizado su hermandad como medio de negociación por años ¿Había utilizado a Sirius como su moneda de intercambio?—. De todas formas el juramento me impide hacer algo para evitar obtener la marca antes de que cumpla la mayoría de edad —Regulus se encogió de hombros—. Estoy bien con mi destino, no planeo cambiarlo. No puedo permitir que todo lo que ya arriesgué haya sido en vano.

Sirius frunció el ceño y se acercó más a Regulus, evaluando su expresión ¿Pensaba que estaba haciendo esto por él? Merlín , en verdad había perdido totalmente la cabeza. Estúpido, maldita pequeña mierda… Lo iba a matar si aún no estaba muerto.

—Este es un sacrificio que nadie te pidió que hicieras —le reclamó Alphard.

—Eso es bastante hipócrita de tu parte.

La tensión comenzó a crecer entre ellos. Una batalla de miradas en la que Sirius no podía predecir el ganador.

—¿Qué estás tratando de decir? —Alphard se acercó a él con sospecha.

—Sé que estás tramando algo…

—Cuidado con lo que vas diciendo por ahí, Regulus.

—No soy estúpido, eso déjaselo a mi hermano. Sé que si hay alguien que ha podido hacerse camino en la familia de los Black a su manera, ese has sido tú y quiero ser parte de ello.

—No sabes lo que estás diciendo.

—¿Qué puede ser peor que la situación en la que estoy actualmente?

Alphard respiró profundo, absorbiendo el peso de sus palabras.

—Ya no me queda nada más que perder —dijo Regulus con seguridad.

—Regulus… —su tío no encontraba las palabras con las que expresarse—, no le desearía esto a nadie. No sabes lo difícil y peligroso que es tener un pie dentro y otro fuera.

—No estoy dentro o fuera, no estoy del lado de nadie.

—¿Entonces qué? ¿Eres tú contra el mundo? —respondió sarcástico.

Regulus no titubeó por un segundo. 

—Sí. 

Alphard se despeinó el cabello claro y suspiró de nuevo profundamente.

—Lo pensaré —a Sirius le sorprendió que Alphard siquiera lo hubiera considerado—. Hablaremos de eso en otro momento. Hasta entonces, no hagas o digas nada que pueda ponerte en peligro ¿de acuerdo?—su hermano bufó por lo bajo con molestia—. ¿De acuerdo, Regulus? —repitió su tío confirmeza, alzando la voz como lo haría su madre.

—De acuerdo —respondió Regulus obstinado y cruzado de brazos.

 

 

✶✶✶

 

 

Hogwarts, 1977

 

Incluso después de tantos años de verlo a la cara y sentirlo en cada fibra de su cuerpo, Sirius aún era ignorante ante los misterios del amor. 

De no haberlo sido, hubiera entendido el siguiente recuerdo. 

Regulus lo había dejado allí con la intención de inmortalizarlo para siempre. Era un capricho. Un regalo para sí mismo. Tal vez una muestra de amor para James, por si algún día su alma encontraba el camino a esos recuerdos.

La cotidianidad de la escena era difícil de creer. Sirius nunca tuvo el placer de ver a su hermano pasar tiempo con James durante el corto tiempo en que fueron pareja. Vivía precariamente, y a veces escépticamente, a través de lo que le contaba su mejor amigo, pero en ese recuerdo tenía primera fila a lo más íntimo de su relación. 

Se encontraban apartados de ojos curiosos,  en una pequeña colina a inicios del bosque prohibido escondida tras la vegetación, desde donde podían divisar la forma del  castillo entre la neblina.

James tenía la cabeza sobre el regazo de Regulus. Los rayos de sol se filtraban por las hojas de los árboles acariciando su piel mientras compartían cortos besos con una familiaridad extraña para él. Su hermano estaba intentando terminar alguna asignación, yendo y viniendo entre un libro de herbología y sus pergaminos, y James estaba jugando con las hebras de su cabello, tratando de distraerlo.

—James —se quejó Regulus—, basta.

—Quiero que seas mi novio —susurró entre risas ligeras, mientras su mano acomodaba uno de sus rizos tras su oreja .

—En verdad necesito terminar esta tarea —el león le regaló una sonrisa inocente pero volvió a jugar con su cabello en cuestión de segundos, bajando por su pecho y envolviendo un dedo en su camiseta—. ¿Sabes qué? —Regulus dejó el libro que tenía entre manos a su lado—. Tu ya terminaste este curso, ¿por qué no haces el trabajo por mí mientras yo te hago la vida insoportable?

—Suena bien —James parecía fascinado con la idea. Un tinte de emoción se asomó por su rostro

—Juro que vas a ser mi fin, Potter… —suspiró y puso los ojos en blanco— ¿No estabas leyendo?

—Me aburrí de leer, esto es más divertido.

Regulus negó con la cabeza y se llevó una mano al cabello, desordenándolo con angustia y preocupación. James se acercó lentamente a él y sus labios se fundieron lentamente, incapaces de negarse. Era extraño ver a su hermano ceder tan fácilmente. Regulus se relajó y se dejó llevar por sus manos y labios. 

Después de eso las cosas tomaron otro rumbo. Terminaron uno encima del otro, besándose hasta que la luz del atardecer se convirtió en la sombra de la noche. Sirius podría haber sobrevivido sin saber lo mucho que a James Potter le gustaba besar a su hermano pequeño. 

Por suerte, en el recuerdo sucedió rápido. En un abrir y cerrar de ojos habían transcurrido horas de caricias, susurros dulces y besos que nunca parecían ser suficiente para ninguno de los dos. Los libros y responsabilidades olvidadas a un lado de ellos. Regulus perdió su suéter, protegido únicamente por la camiseta blanca y delgada del uniforme, y James su camisa, dejando el campo abierto para que Regulus tomara la oportunidad de marcarlo para que todos supieran que era suyo.

Honestamente, Sirius podría haber vomitado.

—Quiero que seas mi novio —repitió James dulcemente.

Regulus bufó por lo bajo y le dedicó una de sus muy esporádicas y secretas sonrisas.

—No.

—Por favor —James hizo una mueca, la misma que utilizaba con Effie cuando quería conseguir algo. Esa misma sonrisa lo había sacado de las situaciones más complicadas.

—No puedes molestar a las personas hasta que te den lo que quieres —lo regañó. A pesar de la dureza de las palabras de su hermano, el tono de su voz fue amable, suave, dando la advertencia con la delicadeza de una pluma. James suspiró y dejó caer el rostro en el hueco de su cuello.

—Es mi chispa —balbuceó.

Regulus se rió y apoyó el mentón sobre la cabeza de James, sus cuerpos entrelazados como si estuvieran tratando de disminuir la distancia entre ellos cuando ya no había forma en que pudieran estar más cerca.

—¿Por qué no me dices de qué se trata tu libro?

—Es de Remus —explicó rápidamente y volvió a desviar la conversación—. No es importante, no cambies el tema. Tu y yo. Seamos otra cosa entonces —sugirió James.

—¿Cómo qué?

—Algo más que amigos.

—Nunca fuimos amigos —le respondió con tono altanero.

—Con más razón entonces.

Regulus cerró los ojos y James, con picardía, comenzó a pasar sus manos lentamente por su espalda en un ritmo avenido con su respiración, como si tratara de espantar sus dudas y miedos con la punta de sus dedos, como si dibujara mandalas sobre su piel y en su mente para tranquilizarlo. Regulus sumergió sus dedos en la cabellera de James experimentalmente y él aceptó el gesto como si fuera un hombre sediento por la más pequeña gota de afecto.

Sirius había visto a James feliz incontables veces. Cuando ganaban un partido de quidditch, cuando alguna de sus bromas salía bien, cuando castigaban a Snape por su culpa, cuando Lily le dirigía la palabra, incluso a veces cuando hablaba sobre Regulus, pero nunca lo había visto en paz .

Su relación con Regulus era totalmente diferente a nada que hubiera visto antes, y si tuviera que llamarlo algo, le llamaría Oasis . Regulus era un lugar en el que descansar, un paraje aislado en el desierto lleno de manantiales y vegetación. 

James rugía con el calor y viveza de una selva. Regulus era el susurro de una noche lluviosa de otoño. Sirius nunca pensó que ambos pudieran complementarse tan bien.

—¿Qué te parece si eres mi promesa? —le preguntó eventualmente.

—¿Tu promesa? —suspiró profundamente con preocupación—James…

—¿Qué?

—No estoy intentando ser deliberadamente grosero, pero ya hemos hablado de esto antes. Si nuestro arreglo no es suficiente para tí entonces…

—Es suficiente —respondió seguro—, pero este “suficiente” es lo mejor que me ha pasado en la vida y no pienso fingir que no lo es. Puedes seguir con tu constipación emocional, pero eso no significa que yo tenga que hacer lo mismo.

—¿Constipación emocional? —preguntó Regulus sorprendido—Esas son palabras de mi hermano. ¿Está diciendo eso a mis espaldas?

Efectivamente, Sirius solía llamar a Regulus su pequeña constipación emocional .

—Sean o no sus palabras, tiene la razón —James se encogió de hombros.

Regulus frunció el ceño, pero se quedó callado, mientras el viento silbaba a través de los árboles.

—En primera: no deberías estar escuchando los consejos de Sirius, es un idiota; y en segunda: No es constipación emocional, solo estoy siendo realista. Esto es lo único que puedo ofrecerte. Esto es lo único que podemos ofrecernos —Había una tristeza incurable en los ojos de Regulus, el resultado de años de la fatalidad de sus vidas, la carencia de esperanza y la incapacidad de creer que cosas como esas pudieran sucederle a personas como ellos. Sirius conocía mejor que nadie el sentimiento, aquel del que había tratado de protegerlo toda su vida y otra cosa en la que había fallado—. ¿Hasta cuándo será lo mejor de tu vida? ¿Cuándo pasará a ser lo peor?

—Nunca —le respondió James seguro.

Regulus sonrió y James pasó una mano por su brazo, subiendo hasta llegar a enmarcar su rostro con ella, tocando sus labios suavemente con sus dedos como si guardaran un tesoro.

Merlín salve a James Potter.

—¿Me permites un momento de cursilería?

—No.

—Solo uno —se rió—, pequeñito —Regulus gruñó con frustración, derrotado.

—Uno —dijo resignado.

James sonrió de lado a lado.

—A veces, cuando piensas que no te estoy mirando, en el gran comedor o en un partido de quidditch, sonríes sin darte cuenta. No hacías eso antes y lo haces un poco más cada día.

—Merlín…. —lo interrumpió Regulus totalmente frustrado.

—Shh —James lo calló con otro corto beso—. Cuando lo noto me siento contento, vivo, tal vez un poco celoso porque no puedo estar ahí y aprovecharlo. No puedo aprovechar ese pequeño rayo de sol que se esconde en tus ojos…—James se rió inocentemente y Regulus puso los ojos en blanco—, y luego llega ese momento en que tu sonrisa desaparece, se oculta de nuevo, y siento este… vértigo en la boca del estómago —James posó una mano encima de su tronco—, como si estuviera a punto de caerme de la escoba en medio de un partido de quidditch. Me digo a mí mismo: “ James, eres el mejor jugador de toda la escuela ” —Regulus apretó los labios para no reírse de la soberbia natural de James—. Es como si dejara de verme a mí mismo en tí, en las maneras en que estoy contigo cuando no puedo estar contigo, soy ese rayo de sol en tus ojos, y eso me aterra. Estoy completamente aterrado y no es de perderte, sino de que tu me pierdas a mí ¿Tiene sentido?

—Te das demasiado crédito —le contestó Regulus. James suspiró y posó sus manos sobre su pecho, allí donde estaría su corazón.

—Llegué a la conclusión de que el amor es un momento, no es algo que puedas fabricar, es algo que te encuentra cuando no lo estás viendo venir. Nos encontramos el uno al otro y no importa la situación en la que ocurrió, ni lo que ocurrirá. Nunca me había sentido así por nadie. En este momento, te amo, y es lo único que importa —James no despegaba la mirada de sus labios.

—¿Acabaste? —preguntó Regulus, que se comenzaba a sonrojar—. Eres totalmente ridículo, ¿Alguna vez te lo han dicho?

—Llamale como quieras, pero por tí estoy listo para caer de mi escoba si tengo que hacerlo ¿No es eso lo que se supone que debes sentir cuando conoces a la persona correcta? ¿Cómo podría convertirse en lo peor que me ha pasado si en este momento es absolutamente todo lo que siempre quise?

La mirada de Regulus se ensombreció de repente.

—Sueles ver lo mejor en las personas, James. A veces creo que no estás acostumbrado a que te decepcionen.

—Lo han hecho.

Sirius sintió un pinchazo en el estómago. Algo le decía que aquello tenía que ver con lo que había pasado en quinto año. La pelea entre Snape y Sirius, aquella que casi acaba con la amistad de los merodeadores. Su relación se había fracturado de la única manera en que podía hacerlo para ellos. James estaba decepcionado y Sirius recuerda haberse sentido tan avergonzado de sí mismo que no podía siquiera verse al espejo sin sentir una repulsión compulsiva.

—Sirius —dijo su hermano.

James asintió con la cabeza.

—¿Vas a perdonarlo?

—Sí —respondió seguro.

—¿Cómo puedes justificar lo que hizo?

James suspiró.

—¿Sabes, Reggie? Me sorprende que no entiendas a Sirius, considerando lo mucho que se parecen —le regaló una sonrisa que no le llegó a los ojos y el pelinegro puso los ojos en blanco—. Esta es la manera en que me lo imagino… ¡no te burles! 

—Has pensado mucho en ello.

—¡Claro que he pensado en ello! Es mi mejor amigo.

James puso un dedo sobre sus labios, callandolo.

—Shh. De acuerdo —se detuvo—, es así: A veces las luces en el interior de Sirius se apagan y no hay nadie para recordarle cómo encenderlas. Está completamente solo, en la oscuridad, encerrado con sus monstruos. Son partes de él que ha adoptado a lo largo del tiempo; que en algún momento le sirvieron y pensó que podía sanar, pero ahora no sabe cómo decirles adiós, a veces ni siquiera sabe que son monstruos, a veces piensa que en realidad son sus salvadores  —Regulus frunció el ceño—. Sirius no es activamente una mala persona, no le haría daño deliberadamente a ninguno de nosotros, solo le falta… algo.

—¿Empatía? —bromeó Regulus con veneno. 

—No es eso.

James había descubierto eventualmente parte de lo que le faltaba. El día en que lo perdonó, el mismo día en que Sirius le confesó que estaba enamorado de Moony, que sus sentimientos lo hacían sentir vergüenza y culpa, y que no sabía cómo lidiar con ellos porque a veces lo amaba tanto que solo quería alejarse de él, que estaba permitido para James estar enamorado de su hermano, pero Sirius era diferente, Sirius rompía todo lo que tocaba, Sirius no era merecedor del amor que tenían para ofrecer. James descubrió lo que le faltaba y se convirtió en la otra mitad de su corazón, aquella que había perdido sin saberlo.

“Lo enfrentaremos juntos” , le había prometido, “lo que sea que venga después.”

Ahora, la otra mitad de su corazón, miraba a Regulus con adoración. Sus ojos pegados como imanes en la constelación de su vida. 

No había duda de por qué, cuando las cosas terminaron como lo hicieron, James nunca volvió a ser la misma persona. Nadie podía escapar de una pérdida así de grande teniendo un corazón como el de él. Sirius no había sobrevivido, no realmente, aún seguía cargando con el duelo de su pérdida. 

De ser necesario James partiría su corazón en mil pedazos por las personas que le importaban, porque creía que era lo suficientemente grande para todos ellos, y tal vez, en el camino se había olvidado de guardar una parte para él mismo. 

A una corta edad, James Potter había descubierto lo que le faltaba al mundo. Había crecido creyendo que la maldad, realmente, no existía. Así como la oscuridad solo se trataba de la ausencia de luz, la maldad del mundo no era más que la falta de amor.

—Yo no soy mi hermano —respondió Regulus serio unos segundos después—, me ves con ojos de cariño, pero es solo porque no sabes realmente quién soy. Si supieras la historia completa no me verías de la misma manera.

James dejó un beso corto y dulce sobre sus labios.

—No somos nuestras historias, Reg. Somos las personas que las viven. 

—No crees realmente eso —le aseguró.

—No estaría aquí si no lo creyera.

Regulus no dijo nada, clavó sus ojos en los de James, sintiendo la confianza con la que decía esas palabras, dejando ir la resistencia y permitiendo que se acercara, que lo intoxicara con la repentina falta de espacio personal. 

Ambos respiraron el mismo aire.

—No importa lo que hayas tenido que hacer para sobrevivir. Si vas a creer algo, entonces cree que yo te veo como ninguna otra persona lo ha hecho antes y estoy tan, pero tan orgulloso de tener el honor de conocer al verdadero Regulus Black.

James lo arropó con sus brazos y Sirius vió algo que pensó que nunca en su vida tendría el desagrado de presenciar de nuevo. Fue repentino, lento, como cuando ves la lluvia comenzar a caer en etapas, primero solo un rocío y luego un torrencial del que no sabes cómo escapar.

Regulus estaba llorando.

Escondió el rostro en el pecho de James silenciosamente, porque no quería ocupar demasiado espacio con su tristeza, porque ninguno de ellos, ninguna de las personas en su vida, entendía realmente el tamaño de sus problemas y la tragedia de sus decisiones. 

Regulus tomaría la marca solo unos meses después, cumpliendo así su promesa con Voldemort, y lo perdería todo ¿Por qué? ¿Porque creía que les estaba haciendo un favor? ¿Porque creía que los estaba protegiendo? ¿Porque les habían enseñado que el amor estaba escrito en sacrificio y no conocía otra forma de amar?

—Quiero que seas mi promesa —susurró James, y dejó un beso corto sobre sus labios con sabor a mar—. La promesa de que algún día serás lo suficientemente valiente para ser todo lo demás.

Regulus estrechó fuertemente a James entre sus brazos, pero no dijo nada de regreso. No le prometió el cielo y las estrellas porque, como Sirius sabía, no podía darle más que el presente. Eventualmente, sus ojos se cerraron, sus respiraciones se reprodujeron juntas al ritmo de la paz de sus corazones y se quedaron dormidos uno al lado del otro.

Sirius nunca olvidaría la calma en el rostro de Regulus, la manera en que a pesar de estar a la intemperie, donde cualquier persona pudiera llegar a verlos, lucía como si no tuviera una sola preocupación en el mundo. James las había absorbido todas.

 

 

✶✶✶

 

Hogsmeade, 1977

 

—Estoy buscando a…. Abraxan —le dijo Regulus al pelirrojo tras el mostrador de la Tienda de plumas Scrivenshaft en Hogsmeade. 

El dependiente asintió con  la cabeza y abrió la compuerta de madera a su izquierda para dejarlo acceder a la parte trasera de la tienda. Cuando estuvieron lejos del ojo del público, abrió una cortina roja de terciopelo y tocó la puerta dos veces con el puño y una con la palma abierta. La puerta se abrió y Regulus pasó dentro con cautela, a la oscuridad de la habitación.

Alphard estaba sentado en una silla de madera alta con un vaso de whiskey de fuego frente a él; cuando escuchó los pasos de Regulus se levantó de inmediato y puso ambas manos sobre los hombros de su sobrino con preocupación.

 —Regulus, ¿cuál es la emergencia?

Regulus miró a sus espaldas, esperando a que la puerta del almacén se cerrara, y luego miró a su tío decidido.

—No quiero tomar la marca —respondió con seguridad—, no importa qué tenga que hacer. No quiero tomarla y… dijiste que podías ayudarme. Necesito tu ayuda.

Tenía que haber decidido dejar atrás su orgullo y sus prejuicios para pedirle algo así a su tío. Sirius lo podía ver por el milagro que significaba y sintió otra punzada de celos al pensar que, después de tantos intentos de su parte, fue James Potter quien logró hacer que su hermano cambiara de opinión. 

Pero aquello no tenía sentido, porque la historia ya estaba escrita. Regulus había tomado la marca y se había convertido en seguidor de Voldemort. ¿En qué momento habían cambiado tanto las cosas?

Alphard lo miró con alivio.

—¿Qué te hizo cambiar de idea? 

Regulus contorsionó el rostro.

—Solo pasó, no quiero hablar de eso.

—Regulus —insistió Alphard.

—No quiero hablar de eso —repitió con mayor intensidad.

Alphard frunció el ceño.

—Para que esto funcione tenemos que confiar completamente el uno en el otro. Tengo que saber que tus intenciones son honestas y que tus motivaciones son lo suficientemente fuertes como para no abandonarlas. Es una decisión importante, probablemente la decisión más importante de tu vida.

Su hermano caminó alrededor de la habitación, sopesando qué tanto decir, y probablemente llegando a la conclusión de que si quería la ayuda de su tío, tendría que, efectivamente, confiar en él. 

Confiar no estaba en el instinto de los hermanos Black.

—James Potter —susurró con dificultad por lo bajo, casi esperando que no lo escuchara.

La confesión tomó desprevenido a Alphard, quien esperaba escuchar algo muy diferente. Sus cejas se arquearon en señal de sorpresa y ,después del shock inicial, unos segundos de silencio incómodo y un intercambio de miradas, trató de disimular la sonrisa que se filtró por sus labios sin mucho éxito. 

Regulus puso los ojos en blanco.

—Potter ha hecho maravillas con los hijos de la familia Black, ¿No es así? —bromeó cautelosamente. Sabía qué botones apretar y en qué momento hacerlo, y no presionó por más información—. De acuerdo —levantó las manos en un gesto de rendición—, no quiero los detalles. No son importantes y probablemente sean privados —Alphard se detuvo un momento—. Pero Regulus…

Su hermano levantó el rostro.

—¿Qué? —preguntó a la defensiva.

Con dificultad, y tal vez porque eso es lo que Alphard hubiera deseado escuchar cuando él mismo salió del closet, su tío dijo:

—Sé que es difícil.

—¿Qué parte de toda esta situación no lo es? —preguntó de mala gana.

—No me refiero a el juramento que hiciste —aclaró Alphard, y luego, tal vez por el miedo a no haberse explicado bien dijo:—. Todo lo que no cae en la categoría de “ normal ”, generalmente lo es, y amar a otro hombre… bueno —se encogió de hombros—, no serías el primero en pasar un mal rato al respecto.

Regulus volteó la cara, evitando su mirada.

—Es muy tarde para que me des ese discurso.

—Lo es, pero nunca es tarde para escucharlo.

Regulus se quedó callado, avergonzado, volcando la mirada hacia la pared para no tener que verlo a los ojos.

—Es… —no encontraba las palabras—. Aún estoy intentando entenderlo.

—Lo harás —confirmó su tío.

Regulus asintió con la cabeza.

 —Entonces, ¿ya no quieres tomar la marca?

—No, no la quiero.

—¿Sabes que los Potter son fieles seguidores de Dumbledore?

—Lo sé.

—Aunque no la tomes, el hecho de que ya hayas…

—No importa. No estoy buscando redimirme.

—¿Y estás seguro?

—Completamente seguro.

—Porque esto no significa que vayas a estar de su lado. Si eso es lo que buscas, odiaría ver que…

—Lo sé, ¿de acuerdo? —dijo alzando la voz y luego suspiró cansado—. Lo sé, pero tampoco significa que estaré en su contra.

—Bien, bien. Bueno. Eso es un alivio —el semblante de Alphard se volvió serio, dejando de lado cualquier muestra de informalidad.

Se tomaron unos segundos para procesar todo lo que se había dicho y luego:

—Tú y Sirius son sumamente importantes para mí. Walburga siempre será parte de mi familia, por mucho que desee creer que ya no lo soy, y por eso mismo tengo que ser honesto contigo —puso una mano sobre uno de sus hombros—, hay muy pocas probabilidades de que no tengas que tomar la marca.

Los ojos de Regulus no se despegaron en ningún momento de los azules de su tío. Estaba preocupado, expectante. Eso claramente no era lo que esperaba escuchar.

—Pero existe la posibilidad.

—Bueno, la única forma de desvalidar un pacto inquebrantable es que la persona con la que hayas establecido la deuda no esté para cobrarla. Ahora, ¿con quién hiciste el pacto? ¿fue con Walburga o con Orion?

Los ojos de su hermano se enfocaron en un punto vacío en el infinito.

—Con ninguno de los dos.

Alphard lo miró con sospecha.

—¿Con quién lo hiciste entonces?

Regulus se quedó callado, esperando unos segundos antes de responder.

Sirius podía notar el temblor en sus manos.

Su estúpido hermano.

—Con Voldemort.

Alphard tragó grueso, sabiendo lo que significaba aquello. 

No había salida para Regulus.

—Bueno, eso nos pone en un aprieto, ¿no es así? 

Posó dos manos sobre la chimenea de la habitación, dándole la espalda a Regulus mientras sopesaba sus opciones. Conjuró varios hechizos silenciadores a su alrededor antes de continuar con aquella conversación, e invitó a Regulus a tomar asiento frente al fuego.

—Hay otra forma —apretó los labios en una fina línea y se pellizcó el puente de la nariz con los dedos—, pero será difícil y… Regulus, tienes que saber que si hubiera otra persona que pudiera hacer esto no pensaría un segundo en pedírselo a alguien más.

Regulus bajó la mirada hacia sus manos y las cerró en dos puños.

—Haré lo que sea —repitió decidido.

—Necesito saber que estás de acuerdo con todo lo que conlleva.

—Estoy de acuerdo.

—Ni siquiera sabes qué voy a decir.

—No importa.

Alpard suspiró.

—Lo que vamos a hablar no debe salir de esta habitación y cualquier persona a la que se lo cuentes estará en peligro inminente de algo peor que la muerte.

—¿Esto se trata de lo que has estado escondiendo todo este tiempo?

—Supongo que si alguien iba a averiguarlo, serías tú —sonrió de lado, una chispa de orgullo se escondía en sus ojos.

—Lo que sea —repitió Regulus seguro—. Haré lo que sea.

—De acuerdo… —llevó uno de sus hombros atrás y se sentó rígido frente a Regulus—. La única otra opción que tenemos para evitar que tomes la marca es que no haya necesidad de que te conviertas en un mortifago —su tío bajó el tono de voz a un susurro, como si alguien pudiera escucharlo—. Los guerreros derrotados van primero a la guerra y luego tratan de ganarla, nosotros vamos a intentar detenerla. Vamos a ponerle fin a la guerra antes de que comience —interrumpió la queja de Regulus antes de que siquiera abriera la boca—. Es posible, y estoy más cerca de lo que piensas. Nos queda muy poco tiempo y nadie puede enterarse de lo que estamos haciendo, pero si estás dispuesto, la carta está sobre la mesa.

—¿Pretendes que solo tú y yo acabemos con una guerra que está preparándose incluso antes de que hubiéramos nacido?

—Imperios completos han caído por mucho menos —le aseguró—, y así como la guerra se ha estado cocinando por años, otras fuerzas han estado tratando de detenerla por otros más.

Regulus no parecía convencido.

—¿Cuál es el plan? —su tío lo miró con pesar. 

—Casualmente, estaba en la necesidad de una segunda mano.

Regulus lo leyó en unos pocos segundos.

—No puedes hacerlo solo, ¿no es así? Solo por eso estás ofreciendome esa salida.

—No lo sé —respondió honestamente—, pero ambos estuvimos condenados a ser parte de esto desde el día en que nacimos y hoy necesitamos la ayuda del otro. Eso es lo único que importa.

 Regulus se tomó su tiempo en contestar, probablemente con la cabeza llena de dudas y el corazón temblando de miedos, pero eventualmente aceptó su destino:

—¿Qué tengo que hacer?

Lo único que Sirius aún no podía entender, era por qué las personas más inteligentes y astutas de su familia habían fallado.

 

 

✶✶✶

 

 

La mansión de los Malfoy, 1977

La boda de Narcissa Black y Lucius Malfoy

 

Regulus, Barty y Evan, se encontraban sentados en las mesas adornadas de azul pastel, a la intemperie de la mansión Malfoy. 

Slughorn, a petición de la familia, los había dejado utilizar su chimenea para transportarse a la celebración de la boda de Narcissa y Lucius. No se había dejado de hablar del gran evento por todo el castillo, ni siquiera la boda de Bellatrix había sido un suceso tan grande. Sirius estuvo de mal humor hasta que el cuchicheo se aplacó semanas después. Realmente no querría haber asistido, pero el constante recordatorio de que era la paria de los Black no lo dejaba estar completamente en paz.

—¿Los Malfoy tienen una bodega secreta? —preguntó Barty sorprendido y fascinado.

—Corrigeme si me equivoco, pero no tienes la necesidad de robarle a tu familia. Estás nadando en galeones —argumentó Evan.

Había sido una ceremonia tradicional. Comenzaron con el intercambio de reliquias familiares, la atadura del nudo mágico y acabó con el desfile de los novios bajo las espadas. Había sido hermosa, la decoración era espectacular y la comida exquisita, pero algo no encajaba. 

Sirius sintió una punzada de amargura al ver a la recién consumada pareja a la distancia. Narcissa parecía perdida en sus pensamientos. Su mirada estaba ausente y su sonrisa era forzada. Era el día de su boda, pero se veía miserable.

—Hay cosas más importantes que el dinero —respondió Regulus crípticamente.

—¿Qué necesitas que hagamos? —preguntó el rubio.

—Una distracción —Regulus posó sus ojos en él—. Necesito desaparecer por unos minutos y Bellatrix no deja de mirar en nuestra dirección.

—Tal vez está tratando de llevarte a la cama —sugirió Barty divertido—. Tal vez ya la alcanzó la locura máxima y quiere mezclar el ya mezclado linaje de los Black.

Regulus puso los ojos en blanco con asco y se levantó de la mesa.

—Necesito que deje de vigilarme.

—Ve a hacer lo que tengas que hacer —le aseguró Evan—. Nosotros nos encargamos.

—¿Qué tienes en mente?

—Venganza —sonrió maliciosamente—. Barty, voy a necesitar de tu ayuda, sígueme la corriente, ¿quieres?

Se levantó decidido y se paró frente a él.

—Esto es por lo de anoche, “lieb” —susurró en su oído antes de darle una cachetada con toda la fuerza que pudo conjurar. Barty no la vio venir y actuó realmente sorprendido, gimiendo de dolor y aferrándose con una mano al dolor de su mejilla. 

—Hijo de…

La conmoción logró el efecto deseado y comenzó a atraer la mirada de varios de los invitados a su alrededor.

—¡Evan! —gritó su madre, la señora Rosier, furiosa desde otra de las mesas— ¿Qué estás haciendo?

—Solo apresúrate —le susurró Evan a Regulus, antes de guiñarle el ojo y comenzar la escena de celos más estúpida que Sirius había visto en su vida.

—¡Sabías que me gustaba y aún así te acostaste con ella! —le reclamó a Barty—. ¡Me das asco!

Barty se lanzó contra él y comenzaron una pelea de puños y sonrisas secretas que luego escaló hasta que los hechizos volaron por los aires de un lado al otro del jardín. Invitando así a todos los invitados a su pequeño caos. Regulus desapareció por los pasillos empedrados mientras los demás se encontraban distraídos con la pelea. Sirius lo siguió. 

Llegó frente a las grandes puertas de madera de un almacén en la parte trasera de la mansión Malfoy y abrió las puertas sin mayor complicación, sabiendo exactamente qué hechizo tenía que conjurar para lograrlo. Después de evaluar una vez más sus alrededores, asegurándose de que nadie estaba cerca, se metió dentro y cerró las compuertas tras él.

La bodega de objetos malditos de la familia Malfoy era un secreto a voces en la comunidad de magos de sangre pura. De enterarse, el ministerio confiscaría al menos la tercera parte de lo que había guardado en aquel sótano, pero nadie era tan estúpido como para ser el soplón que los acusara de magia negra. 

Regulus buscaba algo en específico, ignorando todo aquello que no tuviera la forma del objeto que necesitaba hasta que llegó a él. Levantó unos cuántos libros y luego fijó la mirada en una caja de madera con el escudo de Slytherin tallado en ella. Regulus abrió la caja. Dentro se encontraba un cuaderno de cuero afectado por el pasar de los años. En la cubierta escrito en letras doradas tenía el nombre: “Tom Marvolo Riddle”

El diario de Voldemort. El mismo libro que no había podido leer en el recuerdo de Alphard.

Regulus lo abrió sólo para darse cuenta de que no había nada escrito en él, hoja en blanco tras hoja en blanco hasta llegar al final, y frunció el ceño con confusión. Fue entonces cuando escuchó una risa juguetona bajar desde las escaleras y se escondió rápidamente tras uno de los barriles. 

Dos personas bajaron, tropezando con cuanta cosa encontraban en su camino, y se detuvieron con la colisión de sus cuerpos contra una de las paredes. Los gemidos de placer le revolvieron el estómago a Sirius. 

En un rincón apartado de la bodega, Cygnus Black y una de las chicas mitad veela de la familia Delacourt se besaban apasionadamente. Se habían escabullido del bullicio de la fiesta para disfrutar de un rato del pecado de su amorío secreto, que para ese punto ya no era tan secreto. Al menos la mitad de la familia sabía que Cygnus simplemente no tenía la capacidad de ser fiel a su esposa. Le importaba muy poco lo que pensaran de él. Sirius sentía repugnancia al pensar que todos ellos simplemente dejaban que aquello ocurriera en silencio, como si estuviera bien, como si fuera normal.

Regulus se movió lentamente por las sombras hasta salir del almacén y el recuerdo cambió de un momento a otro.

 

 

✶✶✶

 

 

Ahora se encontraban en la oscuridad, a espaldas de la mansión Malfoy, fuera de su establo. El aire estaba frío y húmedo, y el sonido de los grillos llenaba el silencio de la noche.

—Lo vi con mis propios ojos —le aseguró Regulus a su tío—, estoy seguro de que era el mismo cuaderno.

—Estuvo bien que lo dejaras allí, no queremos levantar sospechas.

—¿Por qué es tan importante?

Su tío suspiró, miró de un lado hacia el otro, asegurándose de que nadie los hubiera seguido, y entonces conjuró un hechizo silenciador a su alrededor. 

—¿Estás seguro de que quieres saberlo todo? Después de esto, no hay vuelta atrás.

—¿Tengo otra opción?

—Puedes marcharte y obedecer a tu madre, esa es la otra opción. No parece una muy buena opción, pero es más segura.

Regulus negó con la cabeza.

—De acuerdo —siguió su tío. Tomó fuerzas antes de comenzar el relato, seleccionando sus palabras con precaución—. Lo primero que debes saber es que Voldemort solía responder al nombre de Tom Marvolo Riddle . El dueño del diario. Su verdadero nombre solo es conocido por las personas que llevan el suficiente tiempo alrededor de él. No le gusta que sea de conocimiento público. El cuaderno que encontraste le perteneció durante su adolescencia. No tengo pruebas de esto, pero el hecho de que lo haya resguardado en la bodega de los Malfoy me hace pensar que es importante para él y… estamos buscando objetos de suma importancia para Tom.

—El cuaderno está vacío —lo interrumpió Regulus—, cuando lo abrí no había nada escrito dentro ¿Por qué tendría que proteger un cuaderno en blanco?

—No es solo un cuaderno —respondió enigmáticamente. Sacó del bolsillo de su abrigo una vieja hoja doblada en la que se veía la fotografía de un anillo. El anillo que había encontrado en la casa de los Gaunt—. ¿Reconoces este símbolo? —Regulus negó con la cabeza y su tío pasó los dedos sobre las diferentes formas dibujadas que lo conformaban. El triángulo que encerraba el círculo y la línea recta que los cruzaba, el mismo del libro de los cuentos de Beedle el Bardo—. La capa, la piedra y la varita —explicó con detenimiento.

—¿Como…las reliquias de la muerte?

Alphard asintió, aliviado de que hubiera entendido la referencia.

—Exactamente como las reliquias de la muerte.

—Es un cuento de niños —alegó Regulus.

—Todos los cuentos tienen su origen en algún suceso real. La historia de las reliquias de la muerte está inspirada en los más grandes magos de la edad media: Los Peverell. Cygnus -mi abuelo, no mi hermano mayor- estaba completamente obsesionado con ellas. Sabía que eran reales. Tuvo en su posesión la capa de invisibilidad por un tiempo, y la pasó a su hija preferida, Dorea, cuando falleció, quién más tarde se casó con uno de los Potter —Regulus frunció el ceño con confusión—. Crecí escuchando las historias de los Peverell. Cygnus lo convirtió en un juego para mí: “El detective de la familia Black” —sonrió con nostalgia—, por muchos años estuve cautivado por el misterio. ¿En dónde estaban? ¿Quién las tenía? ¿Qué poder podría obtener la persona que las uniera todas? Soñaba con ser yo el que lo hiciera. El abuelo era la única persona que creía en mí y quería enorgullecerlo, probarle que no se había equivocado al confiar en mí.

—¿Y las encontraste? —interrumpió su hermano.

Alphard se encogió de hombros.

—No todas —aclaró—, pero encontré otra cosa en el camino que ahora es mucho más importante, mucho más valiosa. La vida da muchas vueltas, Regulus. Con el tiempo me he dado cuenta de que a veces nos toca estar en el momento y lugar correcto, como si ya estuviera escrito, pero no siempre es el destino al que pensábamos llegar.

»Cuando Tom comenzó a acercarse a las familias puristas, nadie contaba con que toda una generación de magos se volteara en contra de sus progenitores, que fue lo que sucedió al final. Los hijos de los Black, de los Malfoy, de los Lestrange, todos leales a Voldemort antes que a sus propios padres. Si hay algo que debemos reconocerle a Voldemort, es su capacidad de manipular hasta al más fuerte de sus soldados sin que se de cuenta. 

»Tienes que entender que tus padres, Walburga y Orion, así como mis hermanos y primos, eran abusados y utilizados constantemente, como lo hacen ahora con ustedes, para pelear por los intereses de sus familias. Los Malfoy contra los Lestrange, los Ivory en contra de los Malfoy y todos, absolutamente todos, contra los Black . Las ansias de poder desataron constantes enfrentamientos entre ellos. No se nos permitía ser nada más que nuestro apellido. Aunque no lo creas, para ellos -para nosotros- era mucho peor.

»¡Tom aprovechó la oportunidad! Cuestionó a las cabezas de las familias más importantes del mundo mágico con gracia y elocuencia. ¿Qué hacían peleando entre ellos cuando tenían un enemigo mucho mayor que erradicar? Pronto los tuvo a todos comiendo de la palma de su mano, convencidos de que la riña no era entre ellos sino contra los muggles. 

»Todo empeoró cuando mataron al hijo de los Malfoy. Ya no se habla de él. Lo quemaron vivo en un pequeño pueblo de Suiza. Hasta el día de hoy no estoy convencido de que el propio Tom no haya organizado el asesinato. Al día siguiente el profeta titulaba: “Tragedia en el Mundo Mágico: Un Malfoy muere víctima de muggles ¿Quién es el verdadero enemigo?”. Había una nueva amenaza en nuestro mundo, una que nos sobrepasaba. No hay nada peor, que lo que no podemos entender, y hasta el día de hoy somos ignorantes ante el mundo de los muggles.

»Tom siempre aborreció el hecho de que yo fuera el único Black al que no pudo doblegar. Antes de Sirius, por supuesto. Aunque no lo creas, el hecho de que Walburga lo haya expulsado de la familia, en sí mismo, fue un acto de misericordia. Si Voldemort hubiera pensado que Sirius significaba algo para ella aún y no podía controlarlo por completo, se hubiera encargado de matarlo.

»Nunca pensé que mi investigación, la de las reliquias, me llevara a conocer a la familia de Tom. Verás, nunca se había escuchado del apellido Riddle en el mundo mágico, era totalmente irrelevante. Odiaba que los maestros lo llamaran por el apellido de su padre, incluso intentó hacer que el director de la escuela cambiara sus credenciales en Hogwarts. Se proclamó a él mismo uno de los Gaunt.

»Los Gaunt son la única descendencia de los Peverell, los herederos de las reliquias, pero la codicia los volvió locos por siglos y perdieron la mayor parte de ellas a manos de otras personas. Todas excepto una. Una reliquia que, casualmente, terminó en manos de una chica llamada Merope. Una ilusa bruja que se enamoró perdida e insanamente de un muggle, tanto que utilizó una versión alterada de Amortentia para obligarlo a casarse con ella. 

»Los residentes del pueblo dicen que era maltratada por su padre de una manera inhumana y que solo quería escapar de allí. Una vez que el hechizo dejó de tener efecto y Riddle despertó del encantamiento, a pesar de estar ya embarazada de su hijo, la abandonó. 

»Merope dio a luz en el hospital del orfanato de Wool en Londres a un varón llamado Tom Riddle Gaunt —Regulus abrió los ojos como platos.

—¿Qué pasó con Merope?

—Murió durante el parto —su tío se encogió de hombros con lástima—. Tom es el último descendiente de una de las familias más poderosas del mundo mágico, pero lo único que queda de ellos es el vago recuerdo de la tragedia que los siguió hasta sus últimos días, y ahora quiere de regreso todo ese poder que le fue arrebatado. 

»Solía pavonear este mismo anillo por el castillo con orgullo, decía que era el escudo de su familia. Totalmente ignorante sobre lo que tenía en sus manos, debo agregar, si lo hubiera sabido, Merlín sabe qué hubiera hecho con él.

—¿El anillo era una reliquia de la muerte?

—Así es, la piedra de la resurrección está incrustada en la última reliquia de la familia Gaunt. Cygnus lo identificó la primera vez que lo vió, ahora entenderás por qué pudo infiltrarse fácilmente en la familia Black. Mi abuelo nunca llegó a encontrarlo, y cuando yo lo hice hace dos años en la casa de los Riddle, sucedió algo que no esperaba—soltó una risa amarga. 

—¿El diario también es una reliquia? —preguntó confundido.

—No.

Regulus frunció el ceño.

—Estoy confundido, no entiendo a donde va esto.

—¿Sabes de la biblioteca, Reggie?

—¿Qué?

—La biblioteca.

—¿Qué biblioteca? —preguntó ansioso.

—La biblioteca secreta de las veintiocho familias sagradas, el secreto mejor guardado de la familia Black —su hermano levantó una ceja con curiosidad, sus ojos brillando con interés—. Es la mayor concentración de conocimiento del mundo mágico desde la biblioteca de Alejandría. Desde la mitología Egipcia hasta la verdadera historia de Merlín, puedes encontrar lo que menos te imaginas allí dentro. 

Regulus lo miraba estupefacto sin saber qué decir. Tal vez ni siquiera le creía, Sirius no lo hubiera hecho de no haberlo visto con sus propios ojos.

—¿Por qué nadie sabe de esto? Y… ¿qué tiene que ver con Voldemort?

—Es una larga historia —Alphard sacó un cigarrillo del bolsillo de su abrigo y lo encendió con el chasqueo de sus dedos. A Sirius siempre le había fascinado ese truco. Su tío había sido la primera persona en regalarle una cajetilla de cigarrillos—. Hace mucho tiempo, cuando el mundo mágico comenzaba a descubrir su grandeza, las veintiocho familias originales se reunieron para proteger su legado. Conscientes de lo pequeña que era su comunidad, decidieron preservar el conocimiento de su descendencia en un mismo lugar. Para ello, hicieron un pacto de sangre con dos de los seres más fascinantes del mundo: Thot, el dios de la sabiduría, y su acompañante, Seshat, la señora de los libros.

»Cada familia tenía acceso a la biblioteca desde sus respectivas residencias, pero con el tiempo, alguna de esas familias decidieron mezclarse con muggles, lo que ocasionó un gran revuelo en la comunidad mágica. Eran nuestros enemigos, en especial después de todo el asunto con la caza de brujas, y no teníamos permitido fraternizar con el enemigo. En palabras de Cygnus: “Decidieron traicionar a la sangre, llevando a sus apellidos las desgracias que los siguieron”

»Aquellos que aún conservaban su estatus de pureza se negaban a compartir el conocimiento con ellos, cerrando así, uno a uno, los accesos que tenían de la biblioteca, borrando sus memorias y utilizando toda clase de trampas para evitar que llegaran a ella.

»La guerra por la pureza de sangre no es algo nuevo, más que pureza es sobre poder,  es una batalla que nos sobrepasa a todos, comenzó hace cientos de años con nuestros antepasados y no acabará antes de que veamos nuestro fin.

»Eventualmente la biblioteca quedó olvidada, un secreto de generaciones que solo mantuvieron los Black y los Gaunt; y que no compartían con nadie más por miedo a que les fuera arrebatado. El papá de Cygnus decidió cerrar la última entrada, la de los Gaunt, cuando lo perdieron todo. Nunca le confesó a Tom que existía. Los Blacks se convirtieron en los únicos conocedores. 

»Tal vez siempre fue su plan que la familia Black se quedara con todo. El poder del conocimiento le daría lo que siempre quiso: el control sobre el resto de las otras familias. Antes de morir… Cygnus le dejó la llave a la única persona en la que confiaba.

—A tí —terminó Regulus.

—Así es. Si mi abuelo hubiera sabido… —Alphard se rió por lo bajo—. Bueno, ya no está aquí, ¿cierto? Estoy seguro de que tampoco era su nieto preferido, sin embargo sabía que era el único que protegería el secreto porque era el único interesado en él. Mis hermanos y sus hermanos estaban muy ocupados revelándose o buscando pretendientes con los que preservar el legado de los Black. 

»Cuando murió fue difícil para todos, pero especialmente para mí. A pesar de todo, era el único miembro de mi familia al que parecía realmente interesarle. Hay algo especial, una conexión única que haces con las personas que logran verte. Es peligroso, debes recordarlo Regulus. Nunca dejes que el miedo a la soledad te haga conformarte con la miseria.

Regulus tragó grueso.

—Para honrar su último deseo, dediqué mi adolescencia a tratar de encontrar las reliquias que faltaban y fue entonces cuando me topé con información sobre la familia Gaunt en la biblioteca de las veintiocho familias y, más tarde, con su único descendiente.

—Voldemort —susurró Regulus.

—Tom siempre ha sido una persona despreciable —admitió—, supongo que, de esa forma, aún lleva consigo la maldición de los Gaunt. Otra cosa que Tom siempre ha sido, es rencoroso, en especial cuando los demás tienen algo de lo que él carece, y la familia Black tiene absolutamente todo lo que él anhela. Un legado puro, el control del conocimiento y el poder político para elevarlo. No es una casualidad que haya estrechado fuertes lazos con Walburga y Bellatrix. ¿Crees que es una coincidencia que su conejillo de indias en Hogwarts se llamara “Los caballeros de Walpurguis” ? Le puso el nombre en honor a tu madre. No podía ser más obvio con lo que intentaba hacer.

—Mi madre no dejaría que nadie la controlara —dijo seguro Regulus.

—Walburga siempre ha pensado que puede manejar a las personas mejor de lo que lo hace. Solo hace falta ver a Sirius —Alphard levantó una ceja—, pero tienes razón. Ni mi hermana es una persona fácil de manipular, ni mis papás la querían cerca de Tom. Riddle es sumamente inteligente, ha sabido mover las cuerdas tras los telones manteniéndola cerca todos estos años.

—¿Y el diario? —interrumpió Regulus ansioso— ¿Qué tiene que ver en todo esto?

—El diario y el anillo comparten una característica en común —Alphard le dio una calada larga a su cigarro y miró de reojo a su hermano—, ambos son una parte de Tom. Están infundidos con su alma a través de una magia negra tan fuerte que parece casi irreversible. Mientras los objetos existan, Tom será inmortal.

—Es imposible.

—Oh, pero no lo es —replicó con gracia—. Son horrocruxes, el más siniestro invento mágico, ni siquiera “Historia del mal” se atreve a hablar de ellos. ¿No te has preguntado qué hace a Voldemort tan especial? ¿Por qué los que se han atrevido a desafiarlo acaban siempre muertos? ¿La grandiosa magia que se rumora que tiene? Es todo una ilusión. Conexiones e influencias. Miedo. Hay más poder en el dedo índice de Bellatrix que en la existencia de ese payaso. Si logramos encontrar todo lo que lo hace invencible, podemos terminar la guerra. Tom es solo otro de nosotros, no mejor que tú o yo.

Regulus parecía estar teniendo dificultades para absorber la bomba de información que Alphard estaba lanzando sobre él. No lo culpaba. Sirius se sentía totalmente abrumado.

—Siempre hemos sido honestos el uno con el otro, ¿cierto? 

Su hermano asintió con la cabeza suavemente.

—No te voy a mentir, la razón por la que necesito que me ayudes es que tienes una posición privilegiada. Nadie sospecha de tí, eres el único descendiente de la familia más poderosa del mundo mágico. Tom te necesita, porque sabe que no siempre logrará controlar a Walburga a menos de que tenga algo que perder, y confiará en tí mientras tu le demuestres que puede hacerlo. Confiara en tí lo suficiente para que encontremos todas las piezas de su alma y lo matemos de una vez por todas —Regulus entrecerró los ojos.

—No basta con cortar la cabeza de la serpiente para asegurar la victoria.

—No —admitió Alphard—, pero es un inicio.

Regulus fijó su mirada en el suelo.

—Si Tom no tenía sus ojos en tí antes, si por alguna razón pensó que Sirius continuaría con el legado, ahora ha cambiado de opinión. Esa es la razón por la que hizo el juramento contigo, de otra manera no se hubiera molestado. Eres una pieza clave en su juego. Me sorprendería que no estuviera tratando de meterse en tu mente para saber qué tanto puede confiar en tí.

—No podría.

—No —sonrió con orgullo—, Walburga los entrenó muy bien para ello. Mi hermana nunca hace nada solo porque sí.

—¿Es esa la razón por la que no me habías contado la historia completa? ¿Porque podía haberlo visto en mi mente? —Alphard negó con la cabeza suavemente y apagó el cigarrillo en el suelo, pisándole la chispa con la punta de sus mocasines.

—Necesito que lo que te voy a contar no altere tus motivaciones, Regulus, y si es así, necesito que me lo digas.

—¿Por qué cambiaría mis motivaciones?

Alphard lo miró con pesar y se encogió de hombros.

—Ya te habrás dado cuenta —rió por lo bajo—, es bastante obvio.

Lo era.

—Estás enfermo —concluyó Regulus.

—Estoy maldito —dijo su tío con gracia—y no, no lo digo en broma —sonrió de lado—. El anillo de los Gaunt estaba maldito, cualquiera que lo tocara hubiera muerto sin importar qué. El hecho de que haya aguantado tanto tiempo su influencia es una proeza de la que no estoy orgulloso —su tío se subió una manga para mostrarle el camino de venas negras y envenenadas, comenzando en su dedo índice y subiendo por su brazo.

Regulus tragó grueso y sus ojos se llenaron de preocupación. 

—¿Cuánto tiempo?

Alphard se encogió de hombros con tranquilidad, tomándolo a la ligera. Tal vez, para ese entonces ya había hecho las paces con el hecho de que pronto llegaría el momento de dejarlo todo atrás, que había servido su propósito en el flujo del destino.

—Poco —respondió seguro. 

—Tal vez podemos encontrar…

Alphard lo calló con el movimiento de su mano y puso una mano sobre su hombro.

—Te conozco desde el día en que naciste, Reggie. Desde el día en que Walburga nos dio la noticia de que tendría un segundo hijo. Sé lo que han pasado tu y tu hermano. Probablemente lo entiendo mejor que ustedes. Sé que no mereces hacer esto solo, ningún niño merece cargar con la responsabilidad del mundo sobre sus hombros, pero esta es la única manera en que va a funcionar. Así que no intentes cambiar los planes que ya están escritos.

Regulus se llevó una mano al cabello y respiró profundo.

—Se acaba el tiempo —dijo su hermano con preocupación—, tengo que tomar la marca en el verano.

—Está bien —lo tranquilizó Alphard—, encontraremos una forma. Siempre que estés comprometido con ello.

Regulus asintió suavemente.

—Lo estoy.

Alphard clavó su mirada en Regulus, con una intensidad que traspasaba las palabras. Un silencio expectante, cargado de tragedia. Respiró hondo, reuniendo el valor para continuar: 

—No estarás solo después de que me vaya —sus palabras, aunque cargadas de pesadumbre, ofrecían un atisbo de esperanza. Regulus asintió en silencio, asimilando la promesa contenida—, pero si lo llegas a estar—continuó, tomando un tono más severo—, recuerda no conformarte con la miseria. Recuerda que la familia no acaba con la sangre.

Sirius pudo haber jurado que vió una tormenta comenzar a formarse en sus ojos, pero el recuerdo cambió demasiado rápido como para confirmarlo.

 

 

✶✶✶

 

 

—Adelante —anunció la voz vieja y cansada de Albus Dumbledore. Al levantar la cabeza de los documentos que estaba firmando, el mago de casi cien años, se encontró con los ojos vacíos de Regulus Black.

Su hermano menor, pequeño e indefenso, a los pies de la enorme oficina del director de Hogwarts, intentaba abordar la situación con valentía, pero era claro que la situación era mucho más grande que él. Por un segundo, a Sirius lo arrolló un sentimiento de orgullo que no pudo explicar. Lo había visto crecer, desde ser un niño tímido y retraído hasta convertirse en un joven lleno de determinación y coraje. Ahora, en ese momento crucial, Regulus se enfrentaba a una situación que exigía más de lo que pensaba que era capaz de dar, y aún entonces, lo hacía con gracia.

—Buenas noches —saludó cortésmente, mientras ingresaba por completo y caminaba hacia la plataforma en la que se encontraba el escritorio grabado en oro del director. Los retratos en las paredes, que aún seguían despiertos, comenzaron a cuchichear con especulación en su dirección.

—Buenas noches, joven Black.

Dumbledore no había estado esperando su visita, y había muy pocas cosas que sorprendieran al director, pero le dedicó una de sus cálidas sonrisas de acogimiento a pesar de haberlo tomado desprevenido. 

—¿A qué se debe el placer de esta visita?

—¿Puedo? —señaló el sillón de terciopelo que se postraba frente a él con respeto. Dumbledore asintió suavemente con la cabeza.

Regulus, quien probablemente nunca había estado antes allí, comenzó a observar con curiosidad cada uno de los objetos de la habitación. Entre ellos, lo que más llamó su atención fue el fénix color fuego que se erguía en la posadera.

—¿Alguna vez lo ha escuchado cantar? —preguntó Regulus con curiosidad.

Dumbledore sonrió de lado y negó con la cabeza.

—Mi hermano Aberforth me dijo que lo hizo en el funeral de Ariana —reveló con un deje de tristeza en su voz—, nuestra hermana menor —Regulus bajó la mirada, tal vez encontrando tristeza compartida en la situación.

—Los libros dicen que tienen capacidades mágicas restaurativas.

—Los libros están en lo correcto —Albus volvió a sonreír cálidamente—. A veces me pregunto si estaba intentando traerla de regreso —Regulus volvió la cabeza hacia el ave—, pero no creo que usted haya venido hasta aquí en medio de la noche para hablar de Fawkes, o ¿me equivoco?

Regulus negó con la cabeza.

—Eh… —se erigió en la silla con nerviosismo—, quería preguntarle algo. El año pasado… ¿recuerda lo que sucedió con Sirius?

—¿A qué se refiere?

—Cuando estuvo en el hospital —aclaró su hermano.

—Lo recuerdo —admitió tranquilo—, el señor Black estuvo en San Mungo por varios días antes de regresar permanentemente con los Potter.

Regulus asintió con la cabeza. Era doloroso verlo tratando de encontrar las palabras correctas.

—Señor… —intentó—, lo que le pasó a Sirius… bueno, no fue algo fuera de lo normal.

—Lo sé.

Los labios de su hermano se fruncieron en una línea delgada, como si protegiera de esa forma sus palabras, para no decir algo que estuviera fuera de lugar. 

Sirius sintió la pequeña llama de un fuego extraño sentarse en su pecho. Nunca se había cuestionado si Dumbledore estaba al tanto de las condiciones en las que vivían algunos de los hijos de familias de sangre pura. Estaba seguro de que, de haberlo sabido, habría hecho algo al respecto… ¿habría hecho algo al respecto? ¿si hubiera sabido antes sobre Regulus y Sirius? Ciertamente los hubiera sacado de ahí antes.

—Agradezco que lo haya ayudado a salir de allí —dijo honestamente.

—Era lo menos que podíamos hacer en el momento.

Regulus no sabía cómo abordar el tema, Sirius no entendía qué estaba tratando de hacer.

—En el discurso de inicio de año, dijo algo que… se quedó conmigo.

—En Hogwarts, siempre se prestará ayuda a quien la requiera — recitó Albus seguro.

Sirius recordaba haber escuchado esas palabras, y lo mucho que significaron para él cuando regresó en sexto año. Habiendo sido acogido y salvado por los únicos adultos a su cargo que les mostraron un atisbo de compasión. ¿Estaba allí Regulus para pedir ayuda?

Los Potter hicieron todo lo posible, Regulus —le aseguró Dumbledore—. Intentaron denunciar a la familia Black, pero no hay forma de sobrepasar la influencia que tienen en este momento en el Wizengamot. Si hubiera algo que pudiéramos hacer…

—Si en verdad lo quisiera, ya hubiera hecho algo por nosotros —respondió, con un resentimiento que trataba de no llevar consigo a la superficie—. No —declaró—. No se trata de eso. No estoy aquí para pedir su ayuda —respiró profundo y levantó la cabeza con ese desafío típico de un Black—. Estoy aquí por Nicolas Flamel —dijo seguro.

—¿Nicolas Flamel? —preguntaron ambos, Sirius y Dumbledore, al unísono.

—En el discurso de comienzo de año, dijo que había pasado el verano en compañía del alquimista Nicolas Flamel.

—Así es.

—No hay mucha información en la biblioteca sobre él, me preguntaba si… los rumores eran ciertos. Si es verdad que logró crear la piedra filosofal, si es inmortal. Debió haberlo hecho, ¿cierto? Si sigue vivo después de tanto tiempo. Pero muy pocas personas saben de su paradero, y usted es su amigo. Solo quería asegurarme de que estuviera a salvo —admitió valientemente—, porque alguien podría usar la piedra para hacer cosas verdaderamente irreparables, y porque… quiero saldar nuestra deuda. Estoy agradecido —levantó la cabeza—, de que haya hecho lo posible para que mi hermano no regresara a casa.

Sirius se quedó anonadado ante la escena tomando curso frente a sus ojos. Tragó grueso, evitando las lágrimas que amenazaban con ahogarlo. Desde ese momento, Regulus había decidido que no saldría vivo de aquella situación ¿cierto?

Regulus.

Oh , Regulus.

—Solo quería decir eso, y que… mi hermano no debería pagar por los errores de nuestra familia. Así que, espero que los mantenga a salvo, a todos, porque confían en usted se levantó rápidamente—. Era todo lo que quería decir —se limpió la palma de las manos en sus pantalones—. Debería regresar a la sala común. Gracias por su tiempo, señor. Siento haber interrumpido sus ocupaciones .

—¿Regulus? —lo detuvo Dumbledore. Se levantó del asiento que ocupaba en la cima de la estancia cuando su hermano se dio media vuelta—. Si hubiera algo más que pudiera hacer…

—Lo entiendo —respondió con la voz cortada—, todos tenemos un rol que cumplir. ¿No es así?

Regulus se encogió de hombros y le sonrió con resignación antes de marcharse.

 

✶✶✶

Grimmauld Place, 1977

 

La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando un efecto de mosaico en el suelo. El aire fresco y limpio, perfumado por la fragancia de las flores, le resultaba intoxicante, porque tenía muy malos recuerdos de ese lugar. 

El jardín de los Black había sido su lugar preferido en Grimmauld Place, un refugio de la oscuridad de la casa, antes de que lo torturaran sobre el suelo de piedra hasta quedar inconsciente. Ahora estaba infectado por la escena de las dos personas que más aborrecía en el mundo.

—Rodolphus parece interesado en Bella —murmuraba su madre desde la mesa que habían colocado bajo uno de los robles—. Ya es tiempo de que se case —Voldemort y ella estaban tomando el té, como dos viejos amigos.

—Tal vez lo hagan para el siguiente verano —conjeturó sin emoción—. No vendría mal consolidar la alianza con los Lestrange.

Regulus se paró a un lado de su madre y dejó un beso sobre su mejilla, ofreciéndole los  buenos días. Por la manera en que aceptaba la escena con naturalidad, le era claro que no era la primera vez que Voldemort tomaba residencia en el departamento de los Black.

—Regulus —lo saludó Voldemort con un movimiento de su cabeza y una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

—¿En dónde está papá? —preguntó a su madre.

—Fue a atender una emergencia de trabajo, querido —miró a Voldemort de reojo—. Siéntate a desayunar. El Señor Oscuro esperaba poder tener una conversación contigo cuando terminemos aquí.

Regulus se endureció para no demostrar el miedo que ahora se plantaba en sus ojos.

—Así es —Voldemort cerró la edición del profeta que había estado ojeando hasta ese momento—me preguntaba si podíamos tener una charla. Solo los dos.

Regulus miró a su madre, esperando que ella respondiera por él, y cuando asintió con la cabeza dándole su aprobación, se armó de valor y levantó la mirada.

—Será un placer.

✶✶✶

Londres.

Ciudad de contrastes, donde la historia se entrelaza con la modernidad y la magia se esconde en cada esquina. Un laberinto de posibilidades, un refugio y una prisión al mismo tiempo. Las calles estaban relativamente vacías durante el invierno, era una época especialmente cruel.

Regulus y Voldemort habían salido a caminar por el vecindario de Islington.

—Un laberinto de miseria —reflexionó Voldemort por lo bajo con aburrimiento. Regulus no reaccionó ante el comentario, su vista estaba perdida en la trayectoria que marcaban por la ciudad—. ¿Sabes cuál es la mayor amenaza que imponen los muggles para el mundo mágico? —su hermano se quedó callado y negó con la cabeza. Le habían enseñado que, de no saber qué decir, lo mejor era quedarse en silencio—. Le temen a lo que desconocen. Las criaturas frágiles son las primeras en querer tomar el control de sus destinos, pensando que de esa forma estarán más seguras.

Sirius caminaba tras ellos, escuchando con dificultad su conversación. No podía ver la reacción de Regulus ante sus palabras, pero estaba seguro de que no había cambiado. Debía ser una de estoicismo y quietud.

Caminaron hasta llegar a un parque vacío y tocado por la nieve. Se sentaron con elegancia en uno de los bancos. Un contraste perfecto entre la blancura del día y el aura de ominosidad que los rodeaba, parecían pintados sobre un lienzo barroco de carne y hueso.

—¿Qué quieres obtener de esta guerra, Regulus? —le preguntó casualmente.

—Ganarla —respondió Regulus, demasiado rápido.

Voldemort sonrió de lado.

—Y cuando la ganemos, ¿Qué es lo que quieres haber logrado?

Lo pensó por unos segundos y luego levantó el mentón decidido.

—Haber honrado a mi apellido.

Ah —Voldemort hizo una pausa, analizando su respuesta—, pero eso es lo que te han enseñado a responder, ¿no es así? —metió una mano en su bolsillo y sacó su varita, utilizandola para echar a andar un hechizo calentador alrededor de ellos—. No hay por qué guardar las apariencias, pronto seremos parte de la misma familia.

Si Voldemort hubiera conocido un poco más a Regulus, sus microexpresiones le hubieran dejado saber lo poco que creía que aquello fuera cierto.

—Te daré un consejo. Una de las primeras lecciones que aprendí, fue que el peor error que puedes cometer, es ser ignorante ante el egoísmo que nos controla a todos. El humano siempre necesita algo. Si lo sabes, tienes el control, sino, eres controlado por tus deseos—suspiró con pesadez—. Mi objetivo no es ser amado, el amor siempre termina. Mi objetivo es conseguir lo que quiero, y para eso descubrí que es necesario ayudar a cada uno de los mortifagos de mis filas a conseguir lo que ellos quieren también. Objetivos compartidos. Es la base de cualquier relación duradera —le sonrió de lado—. Así que, ¿qué es lo que quieres, Regulus?

Regulus no respondió.

—¿Qué tal si lo averiguamos?

Sirius notó el brillo rojizo en los ojos del señor oscuro antes de que se volvieran completamente negros. La magia se acumulaba en la punta de sus irises y trataba de traspasar a su hermano como espadas que topaban con piedra. Sirius sintió las frías y esqueléticas manos de Voldemort entrar en su cerebro (el de Regulus), buscar dentro de él como si fuera un gabinete con archivos de su vida. 

Estaba intentando entrar a su mente con Legilimancia.

El cuerpo de Regulus se contorsionó con tensión y temió verdaderamente por él, a pesar de saber que no moriría.

La violación de sus límites mentales lo golpeó con la fuerza de un Erumpent, una de esas criaturas enormes, rocosas, inclementes, que podían asesinarte de una embestida. Sirius revivió a través del recuerdo, lo ultrajado y usado que se sintió Regulus al dejarlo entrar. Cómo había manchado cada lugar por el que lo dejó pasar con su propio egoísmo y desfachatez. La mirada de Voldemort le estaba depurando hasta el último rincón de su libertad.

Pero su madre los había entrenado para esto toda su vida.

La respiración de Regulus se hizo entrecortada mientras su mente luchaba por mantener el control. Le tenía que dar algo, algo que lo convenciera, algo que fuera real. Lo podía sentir buscando, seleccionando, protegiendo. Era lo que le había enseñado a hacer Sirius. “Tienes que darle algo importante que te puedas costear perder” , le había dicho bajo las sábanas de su cama a la edad de diez años. 

Regulus hizo lo posible por esconder lo que debía, y, eventualmente, comenzó a abrir esas puertas que había cerrado para asegurar su propia supervivencia. Cuando lo encontró, cuando encontró aquello que se podía costear perder, lo lanzó contra Voldemort con una fuerza tan grande, con un poder tan explosivo y caótico, que lo expulsó fuera de su mente.

Sirius nunca supo qué fue lo que utilizó para hacerlo. Regulus no había almacenado todos los recuerdos que Voldemort tocó con sus largas y huesudas manos, en el recuerdo de la biblioteca. Esos recuerdos era tan importantes para él, que decidió que no serían de nadie más.

—Vivirá —le aseguró Voldemort con tranquilidad sin esperar a que se recuperara—, después de todo, es uno de nosotros. 

—Ambos lo son —reiteró su hermano con la voz entrecortada por sus exhalaciones—, ambos son de sangre pura. Eso es lo que quiero. Ambos vivos al final de esta guerra. Nadie puede tocarlos, nuestra pelea no es contra ellos. Una vez que ganemos, yo mismo me aseguraré de que lo entiendan. Garantizaré su lealtad.

No.

No podía ser lo que se estaba imaginando.

Voldemort asintió suavemente con la cabeza, impasible a pesar de la cantidad de magia oscura que había utilizado en Regulus para poder entrar en su mente.

—Es un sentimiento muy noble —admitió Voldemort con lástima, como si su hermano ya hubiera perdido la batalla.

—Puede que lo sea, pero no queda lugar a dudas señor, de que cruzaría cualquier límite para verlo hecho realidad.

—Lo sé —Voldemort lo miró con seguridad—. Debes saber que, de no poder convencerlos de unirse a nuestra familia, el castigo será igual de grande que la hazaña —Regulus tragó grueso pero asintió con seguridad—. Eso fue algo muy valiente de tu parte, Regulus —el señor oscuro estaba satisfecho—.  Gracias por compartirlo conmigo —bajó la cabeza en sumisión y Voldemort habló con desidia—. Realizaremos el ritual de la marca esta noche.

Sirius no podía creer lo que estaba presenciando. Era mucho peor de lo que había pensado. Ahora que Voldemort conocía su debilidad, había cruzado un punto de no retorno, y aquello hizo mucho peor lo que siguió después.

✶✶✶

Regulus estaba caminando impacientemente por su habitación en Grimmauld Place. Su mascota, un pequeño cuervo blanco, picoteó la ventana desde fuera para llamar su atención y él corrió a abrirla. Desató la carta de su pata y la abrió con desesperación. Sirius se asomó por su hombro para leerla mejor.

“Querido Arcturus,

Para cuando recibas esta carta, ya habré visitado a un mazoologo marino en el norte de Australia. Si sus suposiciones son correctas, el veneno de una avispa de mar podría ser lo suficientemente fuerte como para solucionar nuestro problema. Los objetos están seguros y bajo mi posesión. En el caso de que algo extraordinario suceda antes de volvernos a ver, mi testamento se encuentra en el apartamento de Londres. Estoy dejándole mi herencia a Sirius, él la necesita mucho más que nosotros. A tí, estoy heredandote algo mucho más valioso. La encontrarás cuando el momento sea adecuado.

-Abraxan”

 

✶✶✶

Mansión de los Black, Francia, 1977

 

Regulus estaba pasando las puertas de la biblioteca como un cohete.

—Tío —respiró con alivio al ver a Alphard y se hundió en un abrazo con él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó su tío extrañado y cerró la puerta con cautela.

—Voldemort nos llamó a todos a una reunión de emergencia —miró hacia la puerta preocupado, de reojo al escritorio y luego al mapa en la pared—. Algo salió mal—continuó Regulus—, lo que sea que hiciste en Australia solo trajo la furia de Voldemort a la superficie.

—Escuchame, Regulus —lo tomó de los hombros e hizo que lo mirara fijamente— ¿Recuerdas que hablamos sobre la importancia de los horrocruxes? Fuimos ingenuos al pensar que solo había un par, hay más de ellos, no sé exactamente cuántos pero tendrás que seguir buscándolos. Para eso necesitamos que Tom siga confiando en tí, ¿me oyes? Tú no sabes nada, nunca lo has sabido.

—Nunca lo he sabido —repitió Regulus asustado.

—Tienes que hacer lo que sea para conservar su lealtad.

Asintió con la cabeza. Alphard arropó su rostro con la palma de su mano y sonrió con orgullo.

—Lo siento, Reggie. ¿Sabías que fui la primera persona que te escuchó hablar? La primera palabra que dijiste fue el nombre de tu hermano —se rió suavemente, tratando de borrar la tristeza que comenzaba a abatir su rostro, el fantasma de lágrimas en sus cansados ojos—. Estoy completamente orgulloso de la persona en la que te has convertido. Eres un joven determinado a proteger a aquellos que ama. Es por personas como tú, que la casa de Black sigue siendo noble. No tienes idea de lo importante que es que aquello no muera con nuestro apellido.

Regulus lo miró con terror, la boca ligeramente abierta como si quisiera decir algo pero no supiera cómo mover sus labios para entonar los pensamientos en voz alta.

—Prométeme que harás lo que sea necesario para terminar lo que empecé.

—¿Por qué esto suena como una despedida?

Alphard lo interrumpió y le dijo seriamente:

—Promételo, necesito escucharlo.

—¿Qué quieres que prometa?

—Necesito que me prometas que harás lo que tengas que hacer para detener la guerra.

—Yo…—su hermano miraba la puerta con nerviosismo. Esperando que en cualquier momento alguien irrumpiera en la habitación—. Sí, está bien. Lo prometo. ¡Lo prometo! —contestó rápidamente—, pero ¿qué se supone que tengo que hacer?

—Llegado el momento, todas las explicaciones estarán disponibles para tí. Aquí —Alphard apuntó un dedo a la sien de su cabeza y luego apuntó al mapa de las familias de sangre pura, en donde Sirius sabía que se encontraba la entrada a la biblioteca—y aquí.

Las puertas de la biblioteca se abrieron con un violento estruendo, y con ellas, como la otra cara de la luna, pasó el segador de su muerte: el mismísimo Lord Voldemort. Alphard lo recibió con los brazos abiertos.

—¡Oh! ¡Tom! ¿A qué debemos esta grata visita?

✶✶✶

Sirius había visto ese recuerdo antes, pero ahora lo estaba observando desde la perspectiva de su hermano y había ligeras diferencias en la manera en que ambos, él y su tío, guardaban la memoria. 

En el de Alphard la habitación no era tan oscura, los rostros eran más suaves, y estaban tocados por una ligera lluvia de luz dorada. El recuerdo de Regulus tenía tintes verdes y rojos, estaba manchado de melancolía y ansiedad. Se desvanecía, como si quisiera borrarlo, pero, al no poder, todo parecía una gran mancha tiznada en su mente.

—Nunca me uniré a tu banda de delincuentes, Riddle

—No tienes elección.

—Haz lo que tengas que hacer —Alphard cruzó una mirada de entendimiento con Regulus.

—Regulus —lo llamó Voldemort—, es hora de que demuestres tu lealtad al señor oscuro.

La voz de Voldemort era como el suave siseo de una serpiente, sacando su larga lengua y extendiendola hasta llegar a los oídos de su hermano, entrando con ella a su cerebro y tomando el control de su mente.

—Sí, señor.

—Necesito que me demuestres que puedo confiar en tí, que estás de nuestro lado —Voldemort le sonrió con orgullo, la malicia que se escurría por su tono de voz lo delataba— Necesito saber que tengo tu absoluta y completa confianza, que primero está la causa, que primero están tus ideales y tus intereses, antes que cualquier otra persona —Regulus no despegaba sus ojos de Alphard y con un último susurro en su oído, la serpiente dejó ver el as bajo su manga—. Tu Lord necesita que lo mates.

Sirius respiró profundamente y cerró los ojos, queriendo salir de allí. Ya había sido suficiente. Ya tenía lo que necesitaba. No tenía que verlo todo.

—Señor… —refutó suavemente Regulus.

—Es un traidor —dijo severamente, mirando a Alphard de reojo con odio—, muestrale como tratamos a los traidores.

—¿Le vas a enseñar a asesinar a un niño de dieciséis años? —lo desafió Alphard.

Voldemort lo miró de reojo con desprecio, pero sin perder por un momento el control de su temperamento.

—Tu y yo aprendimos mucho más jóvenes.

La habitación de heló.

Regulus tenía solo dieciséis años, apenas estaba descubriendo lo que se sentía amar, pero ya le estaban pidiendo que asesinara a alguien. ¿En qué mundo era eso justo? ¿En donde estuvo él ese día?

—Bellatrix te enseñó la maldición ¿no es así? —recitó Voldemort en su oído.

—No tienes que hacer nada para lo que no estés preparado, Regulus —intervino Alphard.

Regulus parecía intocable, su debilidad sólo era perceptible para aquellos que lo conocían de verdad. 

—Reggie, dime que no lo hiciste —le pidió Sirius a su recuerdo—, dime que no llegué demasiado tarde.

No hay nada más desgarrador que no poder proteger a los que amas de las duras realidades de la vida. Sirius lo había intentado una y otra vez, pero ¿no era él solo otro adolescente? ¿por qué aquella responsabilidad había caído en sus hombros cuando no sabía cómo ayudarlo?

Se recordó a sí mismo, mirando en el espejo de Oesed durante su primer año, y lo que había visto cuando James le había pedido ayuda para confirmar si él también se veía ganando la copa de quidditch; pero no, Sirius se veía junto a Reggie, su hermano usando la bufanda de Gryffindor y portando una sonrisa en su rostro con orgullo.

Sirius siempre imaginó que su primer departamento lo compartiría con Regulus. Se imaginaba cumpliendo la mayoría de edad y arrebatándoselo de las manos a sus padres, porque solo él sabía cómo protegerlo. “Volveré, Reggie” , le prometió antes de entrar a Hogwarts, “y te llevaré conmigo”

Todavía no le daba la vida que siempre soñaron. Pain au chocolat por las mañanas. Un lugar en el que no reinara el silencio. Sirius educaría el oído de su hermano con la magia de sus cantantes preferidos y el sonido de guitarras y percusión. Dejarían atrás el cementerio en el que vivieron. Harían de su casa un hogar, ventanas abiertas y puertas sin cerraduras. 

Era injusto que la vida le hubiera arrebatado la oportunidad antes de siquiera llegar a tenerla. ¿En dónde estaba Sirius en ese momento? ¿En dónde estuvo durante el momento en que tuvo que tomar esa decisión?

Disfrutando del sol del verano en el patio de los Potter, tirando migas de pan en el estanque de los Pettigrew, disfrutando de la vida que Regulus no pudo llegar a tener, la vida que intercambiaron. Remus le había dicho incontables veces que el hecho de que Regulus no pudiera tener lo que merecía, no significaba que él debía sufrir el mismo destino, que no le hacía un favor al universo hundiéndose con él.

Pero….

¿No se supone que eso deben hacer los hermanos mayores?

—Levanta tu varita —ordenó Voldemort.

Tomando la mano de su hermano entre la suya, levantó la varita en dirección a Alphard y las miradas de los tres se enfocaron en ella.

—Podemos usarlo para algo más —sugirió Regulus.

Voldemort lo miró con perspicacia y sonrió maliciosamente, regodeándose en el hecho de que fuera algo difícil para su hermano.

—Es un traidor —susurró, dirigido por completo hacia él—, planea traicionar a nuestra familia. ¿No quieres protegerla, Regulus? ¿No quieres protegerlos? Es necesario proteger todo por lo que estamos luchando tan arduamente.

Alphard soltó una risa sarcástica desde el otro lado de la habitación.

—Eres un maldito psicópata, Tom.

—Es su vida o la de ellos —la voz de Voldemort ahora solo se escuchaba en sus mentes. La visión falsa de un futuro llegó en imágenes, Sirius pudo ver todo lo que Regulus. James en el suelo de su hogar en Godric’s Hollow con los ojos vacantes de vida, nublados por la tela de la muerte. Sirius en Azkaban, su cuerpo esquelético y el beso de un dementor—. Una visión —serpentó la voz en su mente—, de lo que viene si no logras cumplir tu juramento aquí y ahora.

—Nunca he… 

Matado a nadie , eso era lo que quería decir.

—Si no lo haces, no tendrás a nadie a quien salvar.

—Es parte de mi familia, ¿eso no es importante? —intentó futilmente.

—¡Ahora nosotros somos tu familia! —le aseguró Voldemort en un grito autoritario.

—¡Esto es ridículo! No tienes una familia, Tom —se burló Alphard con odio—. Eres el hijo de un detestable hombre sin magia y una mujer desquiciada que fue lo suficientemente inteligente para dejar este mundo antes de pasar un segundo más contigo, y puedes gastar los siguientes cien años tratando de volver a nacer, tratando de drenar la sangre de la que vienes, pero nunca, escuchame bien, nunca vas a poder borrar quien eres.

Aquellas palabras calaron a Voldemort, y en un segundo las cosas cambiaron radicalmente. La explosión de un hechizo los propulsó a diferentes lados de la habitación. Regulus estaba en el suelo y Alphard blandía su varita contra Voldemort. Sus hechizos se encontraban en el medio. Ataque y defensa, un baile de luces y movimientos ligeros.

Regulus sostenía su varita con fuerza mientras intentaba cubrirse.

A pesar de los intentos de Alphard por salir victorioso, la magia de Voldemort era claramente mucho más potente que la suya. El hechizo lo alcanzó y su tío cayó en el suelo, retorciéndose de dolor. Sus gritos llenaban cada espacio vacío de la biblioteca. La maldición era un crucio

Voldemort soltó una risa maníaca y sus ojos brillaron con satisfacción mientras una sonrisa malévola se asomaba en su rostro. 

El hechizo se detuvo por unos segundos, y Alphard intentó levantarse antes de que Voldemort lo azotara de nuevo. Sirius cerró los ojos, pero fue inutil, podía seguir escuchando los gritos.

—Esto es lo que pasa —maldición—, cuando interfieren —maldición—, en mi camino.

Regulus miraba la escena con terror desde el otro lado de la habitación.

Voldemort hizo levitar las espadas que se lucían en las paredes, pertenecientes a viejas generaciones de los Black, y las ordenó todas frente a él antes de clavar a su tío en la pared del mapa con ellas. La sangre comenzó a brotar de cada una de las heridas abiertas como si escapara desesperadamente de su cuerpo.

Sirius, por muchos años después, desearía nunca haber presenciado ese recuerdo. Había visto la crueldad de la guerra, las heridas de los caídos en San Mungo, pero lo que vió ese día nunca se borraría de su mente. Lo perseguiría en sus pesadillas, en sus malos días, en los momentos en los que perdía la esperanza de que nada volviera a la normalidad.

Alphard aún no había perdido la conciencia, lo que lo hacía todo todavía peor. Solo sufría una muerte dolorosa y lenta. Voldemort levantó del suelo a Regulus y lo empujó frente a su tío. 

—Hazlo, Reg —soltó con dificultad Alphard, salpicando sangre sobre su rostro.

No puedo —articuló silenciosamente.

—Despiadada es la misericordia para con nosotros mismos —escupió su tío, entre sangre y quejidos de dolor.

—Hazlo —le ordenó Voldemort.

—Tal vez…

—¡HAZLO! —gritó la voz en su mente.

Regulus cerró los ojos.

El destello del Adava no brilló en colores verdes, parpadeó en colores azules y terminó con el sufrimiento de su tío en un segundo. 

Sirius está seguro de que no estaba creado a partir de odio, como le había enseñado Bellatrix, sino de misericordia. “Despiadada es la misericordia para con nosotros mismos”. 

Alphard Black murió con una sonrisa en el rostro, que más tarde Voldemort se encargó de borrar para siempre, pero que siempre viviría en sus propios recuerdos.

La única persona que nunca pudo doblegar.

Notes:

¿Pensaron que nunca más iba a escribir? ¡PUES NO! Este capítulo ha tomado SIGLOS, SIGLOOOS, y ustedes pensarán: "Es que Moonleen solo estaba siendo floja y no había escrito", pero no es así. Tuve muchas conversaciones a altas horas de la noche sobre Voldemort en estos meses para escribir esto porque no soy muy buena poniéndome en los zapatos del villano.

Además, ¿esa escena jegulus? no saben cuánto evolucionó con el tiempo.

Hay varias referencias a cosas que amo en este capítulo y ya no las recuerdo. Pero la más importante para mí es la última frase que dice: "Despiadada es la misericordia para con nosotros mismos". Es una traducción muy cutre que hice de las palabras que Poseidón le dice a Odiseo en la Odisea (duh), y habla de la lección que aprende al darse cuenta de que mostrando compasión solo estaba empeorando la situación que lo rodeaba y perdiendo a las personas que ama, y que a veces, ser despiadados es la mejor misericordia que podemos ofrecernos.

Si quieres preguntar/platicar sobre todo lo que no logró quedarse en el capítulo pero está plasmado como lore de esta historia, o solo sobre cosas random porque estás aburrido, este es mi tumblr: https://www.tumblr.com/moonleen y este es mi tiktok: @closetedbookworm

Un abrazo en "no les voy a pagar la terapia, apenas me alcanza para la mía".

Chapter 12: Sirius: En los hombros de los sabios que me precedieron | Parte III

Summary:

"Todo lo que yo soy, lo soy gracias a tí y todo lo que le pase a Regulus, habrá pasado solo porque tu lo permitiste."

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Sirius

En los hombros de los sabios que me precedieron.

Parte III

Mansión de los Black, Francia

Presente

 

Sirius regresó al presente de rodillas. Las palmas de sus manos temblaban contra el suelo. Estaba pidiéndole a la fuerza universal de la que provenía la magia que cambiara el pasado: “ No, por favor. No dejes que sea verdad. No dejes que no haya nada que pueda hacer ahora para cambiarlo. No dejes que mi hermano lo haya perdido todo. Necesito algo para traerlo de regreso.”

La guerra, así como la vida, nunca había sido justa con los hermanos Black.

—¡Sirius! —Peter y Pandora lo tomaron por ambos brazos y lo ayudaron a levantarse—. ¿Estás bien? —le preguntó la rubia preocupada al ver su expresión. ¿Qué encontraba en ella? ¿desesperación o vacío? No sabía qué responder. No. No estaba bien. Nada de eso estaba bien.

—Encontramos lo que necesitábamos para rescatar a Regulus —le susurró Peter—. Encontramos el libro.

Como si eso fuera a aliviar todo. No podía importarle menos. Sirius aún sentía el frío de aquellos últimos segundos en la cabeza de Regulus.

Los guardianes de la biblioteca se habían esfumado. Cumplida su tarea, no tendrían mucho más que hacer. Ya no había nada más que ver. Ningún recuerdo que tratar de alcanzar. Ya lo había visto todo.

Sirius estaba perdiendo el poco tiempo que Regulus tenía.

—Vámonos de aquí —dijo decidido—. Vamos a buscar a mi hermano.

Peter y Pandora asintieron con obediencia y lo ayudaron a levantarse. Corrieron por los pasillos largos y altos de la oscura mansión. Sus zapatos estaban enlodados, dejando un rastro de tierra tras ellos, y su ropa llena de polvo. Pero eso no importaba. Cada segundo era una oportunidad menos de encontrar a Regulus con vida. 

Cuando llegaron a la salida de la biblioteca de los Black, los estaba esperando Kreacher.

—¡Sirius Black! —se frotó las manos y miró hacia todas direcciones—. Kreacher la intentó detener pero… pero no pudo hacer nada. ¡Tiene que irse! Usted y sus amigos. ¡No hay tiempo! Señorita Selwyn —la tomó del brazo—, la llevaré ahora… con el maestro Re-

La voz de Kreacher se vio interrumpida por el crujido de una maldición. El elfo cayó al suelo, abatido por una fuerza mágica poderosa y oscura. 

No había necesidad de haberlo golpeado con tanto odio, pero Walburga Black no perdonaba la mínima debilidad.

—¡ Expelliarmus ! —las tres varitas volaron hacia las puertas de la habitación en donde se encontraba su madre.

Walburga lucía cansada, deteriorada, tan diferente a los recuerdos de un Regulus joven. Su rostro de porcelana se había marchitado  con los años. Sirius no recordaba haberla visto tan despojada de vida, tan carente de alma. Se preguntaba: ¿qué le había prometido Riddle a cambio de poder a alguien como su madre?

—¿Qué hiciste, Sirius? —le preguntó con frialdad y una desesperación ajena a ella.

—¿Qué hice ? —preguntó sorprendido.

¿Qué había hecho él?

La pregunta tenía que ser: ¿qué había hecho ella? 

¿En dónde había estado cuando Regulus tuvo que matar a Alphard y por qué lo dejó hacerlo? ¿Cómo pudo vender a su hijo como si no fuera más que una pieza de intercambio? ¡La hipocresía con la que hablaba esta mujer lo hacía querer volar en pedazos toda esa habitación! 

Pero siempre era así, ¿cierto? Siempre había otro culpable para todos sus errores. Siempre era Sirius .

Tenía ocho años de nuevo, parado frente a una hoguera de libros que le pertenecían a Andrómeda, pero debían ser destruidos porque eran muggles, porque Sirius los había traído a la casa y le estaba llenando la cabeza a Regulus de ideas pervertidas. Tenía once años de nuevo, encerrado en su habitación por días atendiendo las heridas de algún castigo. Tal vez había dicho en voz alta lo que pensaba. Tal vez simplemente no había hecho exactamente lo que Walburga esperaba de él. Tenía doce años y su cabello estaba al ras porque: Un león no es nada sin su melena . Un castigo por haber desgraciado a su familia al haber quedado en Gryffindor. Tenía dieciséis años de nuevo, desangrado en el piso de adoquines del jardín; decidido a morir siendo él mismo y no lo que otros esperaban de él y su madre preguntaba: “ ¿Quién es tu maestro? ”. Tenía veintitrés años, viendo a su hermano asesinar por primera vez a alguien y a punto de perderlo.

Y su madre aún pensaba que era su culpa.

Bueno, esa vez no lo era. Sirius había intentado sacar a su hermano de allí desde que se dio cuenta de que existía la posibilidad.

—Kreacher… ¿estás bien? —escuchó susurrar a Pandora detrás suyo. 

Walburga se acercó con la varita en alto. Tras de ella, los elfos domésticos de la mansión se tapaban los ojos con miedo.

—Si lo tengo que preguntar una vez más… —amenazó en su dirección.

—Perdiste la cabeza —la interrumpió Sirius con la misma frialdad de regreso.

—¿A dónde te llevaste a tu hermano, Sirius? —le preguntó con odio.

Sirius se detuvo en shock, y luego, soltó una risa maníaca de satisfacción. Regulus los había engañado a todos. Incluso a ella. 

Notó el tinte de desesperación en la mirada de su madre. Nunca había estado así de desesperada por él. Sirius no importaba, no cuando había un reemplazo. ¿Habría algo de amor en su preocupación? Tal vez amor era una palabra muy grande. ¿Había algo de lástima? ¿O solo estaba preocupada porque existía la posibilidad de manchar su reputación si Regulus no aparecía? 

Sirius se quedó callado, pensando. 

Tenían que salir de allí. ¿Cómo iban a salir de allí? ¿Podrían tratar de regresar a la biblioteca? Tal vez podrían perderla a través del laberinto de túneles. Pero no tenían tanto tiempo. Necesitaban llegar a Regulus ahora.

Regulus, regulus, regulus.

Cada segundo, un latido.

—¿El Kneazle te comió la lengua o quieres que te la arranque yo? ¡TE HICE UNA PREGUNTA! —gritó su madre con desprecio.

—Dile, Sirius —susurró Peter nervioso, a su lado—. Tal vez pueda ayudarnos… 

Pero Peter no conocía a Walburga como él lo hacía.

Sintió una fuerza invisible penetrar su cabeza y escuchó un silbido agudo mientras su madre intentaba meterse en su mente. La empujó fuera, aunque se llevó con ella algunas imágenes. Recuerdos inofensivos. La última vez que había visto a Regulus durante el ataque del Diagon.

—Sabía que habías puesto tus asquerosas manos llenas de sangre sucia en él ¡Tráelo de vuelta! ¡AHORA!

Su madre, que siempre había permanecido estoica, era muy diferente a la señora frente a él. Ella estaba rodeada de un aire de locura parecido al de Bellatrix. La magia negra rodeándola, como si fuera una prisión.

—Aún piensas que seré la caída de la familia Black, ¿no es así? —le preguntó Sirius.

Una maldición cruzó el aire y apenas tuvo tiempo de pensar antes de que lo lanzara contra una pared de libros. Hojas llenas de letras salieron volando y quedaron destruidas por su hechizo.

—Dime donde está en este momento o juro que…

—¿Qué? —preguntó Sirius mientras se levantaba, adolorido—. ¿Qué vas a hacer, mère?

—Sirius… —susurró Pandora como una advertencia—. Señora Black, solo queremos encontrarlo igual que usted —le imploró con preocupación. Lágrimas al borde de sus palabras.

—Pand… —comenzó Sirius, con la intención de explicarle que no había forma de razonar con su madre, pero fue interrumpido por un dolor agonizante.

Otra maldición voló en su dirección y todas las plumas de la habitación se le incrustaron en la rodilla. No pudo esquivarlo. Gimió de dolor y, al caer, sintió algo romperse. Pandora y Peter estuvieron a su lado en un abrir y cerrar de ojos, evaluando la herida que comenzaba a sangrar. La sangre de Sirius hervía con la ira de su decepción. 

Walburga era su madre.

La única que tendría en toda su vida. ¿Cómo pudo fallarle a ambos tan descaradamente? Orion y Walrburga debían de haberlos cuidado, no haber estado del lado contrario de los hechizos que los herían.

—Debí haber terminado con esto hace años —le dijo cruelmente.

—Señora Black… —le rogó Pandora con una voz acuosa y lágrimas en los ojos—, por favor. Deténgase. No es lo que usted piensa. Solo tratamos de ayudar a Regulus.

Su madre la ignoró.

—Sabes que puedo estar aquí hasta que te desangres, Sirius. ¿En dónde está tu hermano?

Sirius volvió a reírse.

—¡Te odio! —escupió con convicción desde el suelo—. ¡TE ODIO! Nunca he odiado más ser tu hijo.

En algún momento, las risas se convirtieron en lastima.

—Y yo nunca había deseado más no haberte tenido —le respondió de regreso.

No debió haber dolido.

Sus palabras no debieron haber roto otro pedazo de su corazón.

Pero no fue así. Porque puedes entender que tus padres son personas detestables y que no mereces lo que te dieron, pero nunca podrás sanar el hecho de que solo tienes un par. El hecho de que gracias a ellos estás respirando. No puedes explicar cómo tu existencia no es un error si ellos dicen que lo fue.

Tal vez eso era lo único que tenían en común él y su madre. Solo odio. Solo ganas de no haber sido parte de esa historia.

Alphard le había dicho una vez: “No tienes idea de lo que tu madre tuvo que hacer para mantener a su familia a salvo” , pero Sirius pensaba que estaba equivocado. Era el único que lo sabía, porque cada una de las cosas que ella vivió, infringió en Sirius en un intento de que nunca sucedieran de nuevo. Repitiendo patrones, porque era lo único que conocía.

¿Le había hecho lo mismo Pollux antes de obtener su obediencia?

—Solo me odias porque no puedes controlarme —tragó grueso—, pero madre… ¿no es eso lo mejor que le ha pasado a esta familia? Que a pesar de lo mucho que intentaste convertirme en uno de ustedes, solo soy lo que necesitaban y no lo que querían.

—Sin tí —lo interrumpió Walburga con una rabia descomunal, y preparó la varita para lanzar otro hechizo—, todo hubiera salido como debía.

—Sin mí… no hubieras tenido una excusa para odiar a nadie más que a tí misma —le devolvió Sirius—. Tal vez tienes razón y soy la caída de la familia Black. Tal vez es lo que siempre deseaste-.

Vio a Walrburga arder con odio.

—Así que madre… No es mi culpa que estés sembrando lo que cosechaste. Todo lo que yo soy, lo soy gracias a tí y todo lo que le pase a Regulus, habrá pasado solo porque tú lo permitiste.

La varita de Walburga tembló en el aire, la punta brillando con una luz verde enfermiza. Sirius conocía ese hechizo. Sus ojos, antes fríos y calculadores, ahora estaban inyectados en sangre y sus labios temblaban incontrolablemente. La máscara de superioridad que siempre había llevado toda su vida se había resquebrajado, revelando un monstruo atormentado por sus propios demonios.

Con cada respiración, Walburga se acercaba más, su varita apuntando directamente al corazón de Sirius. Su rostro, antes aristocrático, se contorsionó en una mueca de asco. Era como si estuviera viendo, no a su hijo, sino a su propia destrucción reflejada en los ojos de otro.

Sirius retrocedió, pero no pudo escapar. La ira de su madre lo había consumido todo, convirtiéndola en una sombra de sí misma. En ese momento, Walburga ya no era la matriarca de la familia Black, sino una mujer desesperada, ahogándose en un mar de resentimiento y dolor.

Con un grito gutural, lanzó la maldición. El aire se llenó de chispas y el suelo tembló. Sirius cerró los ojos, esperando el impacto.

Sintió el suelo caer bajo él mismo.

Y en ese momento se arrepintió de no haber sido más rápido, y de que “Te amo” no hubieran sido las últimas palabras que le dijera a Remus Lupin.

Notes:

¡Hola!

¿Pensaron que ya más nunca iba a escribir? Sí, yo también. La verdad este capítulo está más rancio que mis matemáticas. Es corto, es absolutamente nada de lo que quería escribir, es tan real que me quema, pero tenemos que pasarlo para poder continuar la historia. En mi mente Sirius y su mamá tenían una batalla muchísimo más épica, tenía muchas ganas de solo escribir: *inserte batalla épica aquí*, pero... no es así. Quejense con el universo porque yo ya no estoy soportando.

 

EN OTRA NOTA: verdaderamente no saben lo mucho que me ayudan escribiendo esos comentarios de apoyo cuando siento que quiero rendirme, que no quiero volver a escribir una palabra en mi vida, que solo quiero desaparecer. Así que gracias, gracias, gracias. Porque ustedes son los que me sacan del hoyo.

Chapter 13: Regulus: Un gran hombre

Summary:

—La persona que conocía no me hubiera dejado de lado.

Notes:

Este capítulo es un capricho. Lo estoy publicando desde el aeropuerto en un momento de valentía. Ni siquiera está bien editado, léelo bajo tu propio riesgo. Me tomé muchas libertades con los extractos del libro de Wilhem Reich, todo está reorganizado y parafraseado de manera en que encajara con la historia.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Regulus

Un gran hombre

 

 

Lo único que le dejó Alphard antes de morir fue un viejo libro muggle con el nombre “El pequeño hombrecito” de Wilhem Reich. Su madre le pidió a Kreacher que lo destruyera, pero ella no lo conocía como él. No sabía lo mucho que le costaba deshacerse de los objetos valiosos de la familia. Si no los guardaba bajo los trapos de su cama en el sótano, los llevaba a lugares donde pudiera recuperarlos luego de ser posible. Así fue como Regulus encontró el libro en la tienda de objetos de medio uso de Cecil Court.

La narración comenzaba con:

 

Escucha, pequeño hombrecito.

Te conozco, te entiendo y voy a decirte quién eres, porque creo en la grandeza de tu futuro, que sin duda te pertenecerá; por eso mismo, antes que nada, mírate a ti mismo

 

El funeral de su tío fue el más concurrido de todos los de la familia Black. Tom no quería que se llevara a cabo, y Regulus nunca estuvo seguro de qué hizo o negoció su madre para que le permitiera quedarse con el cuerpo, pero fue la primera vez en que vio las grietas en el corazón de Walburga. 

Le importaba. 

Era su hermano después de todo, su hermano menor. 

¿Se sentiría Sirius de la misma forma cuando Regulus falleciera?

Aunque su madre estaba ciega de odio por la noticia de que la herencia de Alphard caería en manos de Sirius, no era solo fuego lo que se escondía tras su mirada, sino el peor tipo de calma. 

La ceremonia fue mágica, a pesar de que Alphard había pedido que lo enterraran en un cementerio muggle. Se castearon los hechizos, se virtieron las pociones y se leyeron los pasajes del descanso. No se incinera a los miembros de la familia Black, tienen su propia cripta en el cementerio de París y quedan sumergidos en un perpetuo estado de alteración temporal, presos ante la oscuridad de sus paredes para siempre.

Su madre no derramó ni una sola lágrima, se dedicó a actuar el papel que se le había asignado: el de la hermana en duelo. Muy en lo profundo, Regulus presentía que no solo era un papel.

 

Ni siquiera te atreves a pensar que podrías ser diferente, libre en lugar de oprimido, directo en lugar de cauteloso, amando a plena luz y nunca más como un ladrón en la noche.

Te desprecias a ti mismo, pequeño hombrecito, y dices: “¿quién soy yo para tener opinión propia, para decidir mi propia vida y tener al mundo por mío?”

 

Mientras el ataúd flotaba hacia la cripta, Regulus se cocía en su propia tragedia. Ahora portaba la marca tenebrosa. El dolor más perpetuante de su vida, peor que cualquiera otro que hubiera experimentado antes. La tinta no sólo penetró la primera capa de su piel, ni la segunda, fluyó por sus venas y quemó cada espacio de su cuerpo hasta convertirse en su sangre. Estaba seguro de que si sangraba, lo haría en color negro, y de que ahora su cuerpo le pertenecía a Tom Riddle y no a él.

 

Negoció consigo mismo por el resto del verano:

Miedo.

Negación.

Culpa.

Resignación.

Al final solamente quedó odio y determinación.

Estaba haciendo las paces con el hecho de que nunca más sería capaz de sentir de nuevo el sol sobre su piel. En todos los lugares en los que James era puro y noble ahora Regulus era vil y descompuesto. Así se sentía, como si su cuerpo estuviera lentamente desmoronándose al son del que debió haberlo hecho el de su tío. Un olor nauseabundo, huesos que crujían como ramas secas, un escalofrío, como si la maldad lo acechara y, al mismo tiempo, estuviera dentro de él.

Le tomó mucho tiempo volver a salir de su habitación después del funeral. El solo recuerdo de Alphard era insoportable y cada espacio de la casa de Francia, donde habían tomado residencia mientras su madre se ocupaba de todas las responsabilidades que había dejado atrás, estaba impregnado de él.

Y con él, lo que Regulus había tenido que hacer.

Los retratos susurraban por las noches sobre lo que había pasado. Lo miraban con miedo y sospecha.

Solo dieciséis años y ya era un asesino.

Nunca más volvería a ver el sol.

 

El pequeño hombrecito es aquel que no reconoce su pequeñez, le teme; trata de enmascararla con ilusiones de fuerza y grandeza. Que admira las ideas que no tuvo, pero nunca las que tuvo realmente.

 

Voldemort lo entrenó personalmente. 

No recuerda la mitad de las cosas que tuvo que hacer. Su mente acabó nublándolas. Una vez que cruzas la línea, ¿qué caso tiene volver atrás? Sabe que no tuvo que matar a nadie más. Sabe que no utilizó el hechizo Imperio porque le recordaba demasiado a Sirius. No puede decir lo mismo sobre la maldición de la tortura, pero no está seguro, si era él quien perpetuaba los crímenes o solo los estaba presenciando.

En su mente solo había espacio para el plan de Alphard, para la búsqueda de los Horrocruxes, para el fin de la persona que lo había arruinado.

 

Difieres del gran hombre apenas en un punto: todo gran hombre fue, en otro momento, un pequeño hombrecito. El gran hombre es, pues, aquel que reconoce cuándo y en qué es pequeño.

 

Fue entonces cuando comenzó a ejercitarse. Cada vez que estaba cerca del borde de un pensamiento intrusivo se paraba de la cama y hacía treinta sentadillas y veinte lagartijas. En los verdaderos malos días se ejercitaba hasta que perdía el conocimiento y al fin podía conciliar el sueño. Era lo más cerca que estaba de descansar.

Quería darse por vencido.

No quería darse por vencido.

Había días en que no sabía qué era lo que quería.

Había días en que desearía no tener que querer nada.

Había días en que lo único que podía pensar era en James.

 

Tú lo tienes adentro, pequeño hombrecito, en algún lugar escondido, en un rincón de tu ser; cuando tu forma de pensar esté en armonía con tu forma de sentir, cuando te sea posible vivir el pensamiento de los grandes hombres, en lugar de los crímenes de los grandes guerreros; cuando puedas reconocer tus errores reflexionando a tiempo y no demasiado tarde.

Desearía que la vida aprendiese a demandar sus derechos. Que fuese posible modificar los espíritus duros que sólo desencadenan guerras porque la vida se les ha escapado. Pero está en tí, pequeño hombrecito, accionar su voluntad.

 

Lo peor fue tener que verlo de nuevo después de haber recibido la marca, o mejor dicho, pretender que no lo veía. 

Si James Potter no existiera, no habría estándares bajo los cuales juzgar lo perdido que estaba. 

Regulus destruía cobertizos de escobas completos en sus tiempos libres solo para soportar la tentación de ir corriendo y contárselo todo.

Su voluntad flaqueó de una forma alarmante cuando se enteró de lo que había pasado con los Potter ese verano. Fleamont, el papá de James, había sido víctima de uno de los ataques de los hombres lobos. No se convirtió en uno, gracias a Merlín, pero había perdido la movilidad de una de sus piernas. James estuvo en el hospital la mayor parte de ese último verano.

 

Cuando James logró encontrarlo solo al final del segundo mes de vuelta a Hogwarts, la decepción en sus ojos ni siquiera se sintió como una pérdida. No podía perder algo que sabía que jamás tendría.

 —Mírame a la cara y dime qué está pasando, ¿así es como quieres pasar nuestro último año? ¿qué pasó, Reggie? Vuelves a Hogwarts como un fantasma, ¿siquiera has comido en todo el verano? —Aquello no tenía por qué doler, pero lo hizo. Regulus no era vanidoso, pero la idea de que físicamente se viera como se sentía: enfermo, muerto, como un fantasma; era deprimente. James dejó una mano sobre su mejilla, y allí donde antes había calidez ahora solo podía sentir frío—. Solo quiero ayudar —se acercó demasiado. Sabía que tenía la intención de besarlo—.  Sigues siendo mi estrella.

Regulus le sostuvo la mirada firmemente demostrando su punto, y seriamente dijo:

 —Estás mirando estrellas en el cielo que ya no están ahí.

Fue poético. Porque aunque James podía verlo parado frente a él, ya estaba muerto en vida.

—Estoy harto de las palabras crípticas y los secretos —reclamó James decidido—. Si no me dices que está pasando voy a contarle a Sirius sobre nosotros.

—Te creía por encima del sabotaje.

—No me estás dejando muchas opciones, Reg. A este punto no sé qué más hacer ¿Sabes lo difícil que fue encontrarte solo? Cuando antes… —se llevó una mano al cabello con frustración—, antes era tu persona.

Lo estaba hiriendo. 

Estaba aplastando con un pie el castillo de arena que habían construido en la solitud de su propio paraíso, sin saber que eventualmente, si él no lo hacía, entonces se encargaría la marea.

Subió la manga de la camiseta, doblando hasta llegar a su codo, y le dejó ver la enfermedad que lo estaba matando. La marca tallada en su brazo como si fuera ganado marcado por su amo. La serpiente que lo había envenenado.

—¿Qué es esto? —James le tomó el brazo con brusquedad, analizando el tatuaje de un lado al otro—. ¿Qué es esto, Reggie?

—Sabes qué es.

—No —bufó por lo bajo—. No, porque me prometiste que me dirías si estabas en peligro.

—No hice tal promesa—alegó con firmeza.

—Prometiste que lo intentarías.

—Mentí —concluyó.

 —Reg —los ojos de James estaban hirviendo en frustración—. Teníamos un plan.

Regulus negó con la cabeza, serio.

—¿Tu plan? —se rió con sarcasmo—. ¿En verdad crees que podías ganarte a la familia Black? ¿En verdad crees que mi madre lo hubiera permitido? No tienes ni idea de lo que hablas. 

—Sirius lo hubiera aceptado —Reggie bufó por lo bajo —¡No! Porque… lo hubiera hecho eventualmente —respondió alterado—, dijimos que enfrentariamos esto juntos, que llegado el momento buscariamos una forma. Ambos. Que eramos un equipo, nuestro propio equipo Reggie. ¿Por qué fuiste y lo hiciste sin mí?

—Porque no quiero tu ayuda, ni la de mi hermano, ni la de nadie. Tomé mi decisión, Potter.

Otra daga.

—Ahora soy Potter de nuevo.

—Es todo. Se acabó. Tenía que acabar en algún momento, ambos lo sabíamos.

—Este no eres tú.

—¡¿Qué sabes de quién soy?! —le gritó de regreso con odio—. ¿Qué sabes realmente de quién soy? He hecho cosas horribles, James. Cosas que no podrías perdonar. ¿Quieres que te cuente sobre ellas? ¿Sobre los muggles que asesinaron? ¿Sobre las torturas y los prisioneros?

Su relación había sido honesta, pero la vida de Regulus estaba tan entrelazada entre mentiras y sospechas, que había espacio suficiente para que James no estuviera seguro de que sus palabras fueran reales, de que este nuevo Regulus no fuera, en realidad, lo que siempre estuvo destinado a convertirse.

—Tienes razón —James lo soltó—, esta no es la persona que conocía.

Allí estaba.

La realidad.

James no estaba preparado para lidiar con lo que era necesario para acabar con la guerra.

—Era tiempo que lo entendieras.

James lo interrumpió.

—La persona que conocía no me hubiera dejado de lado.

Oh.

Oh, eso dolía. Quemaba. Arañaba el interior de su estómago.

Regulus nunca lo dejó de lado, era la razón por la que había decidido tomar su propio camino, pero no podía decirle eso.

—De acuerdo, Black —entonces perdió a James—. Se acabó.

 

Pero, a veces, cuando mi hijo pregunta: “Papá, el sol desapareció, ¿a dónde fue? ¿Crees que vendrá pronto?”.  Lo único que se me ocurre responder es: “Sí, hijo, ha de volver mañana para calentarnos”.

A veces, lo único que podemos hacer es esperar.

 

—James… de haber una solución, ya la habría encontrado. 

Lo siento. 

Lo siento. 

 

Lo siento. 

 

Lo siento. 

 

Obliviate .

 

Todo por James, siempre por James.

Todo por Sirius, siempre por Sirius.

 

Al final del libro, escrito en la letra de Alphard se encontraba solo una frase:

“Si he podido ver más allá, es porque me he apoyado en los hombros de los sabios que me han precedido.”

 

Les demostraría lo contrario.

Les demostraría quién era verdaderamente.

A James, a Sirius, y a todo el mundo mágico.

Regulus no era un cobarde.

Amar, requería una inmensurable cantidad de valentía.

Iba a ser un gran hombre , tan grande, como los que lo habían precedido.

Notes:

El texto: "Escucha, hombre pequeñito", no es un texto con el que coincida de manera integra y no es parte de la estructura de cómo manejo o quiero que nadie maneje su vida, sin embargo, me sirvió para propósitos de esta historia y quería añadirlo como un guiño a algo importante que sucedió en mi vida en estos días.

Próximo capítulo seguimos en la montaña rusa de emociones.

Ahora sí, después del siguiente va el POV de James.

Chapter 14: Kreacher: Una vez en Diciembre

Summary:

"Que lindo lugar para estar con amigos".

Notes:

Edité toda esta historia de principio a fin. ¡SÍ! ¡ASÍ ES! VERSIÓN 2.0
Si ya pasó mucho tiempo y quieres leerla de nuevo: este es un buen momento.
Creo que llegé a un punto en el que estoy cómoda con su desarrollo y puedo seguir escribiendo.

Agradezco cada mensaje y espero que sepan que me ayudan mucho, con sus kudos y comentarios, a seguir motivada para escribir esto aun cuando odio todo lo que escribo.

Me debatí mucho si dejar este capítulo de lado, porque en realidad no aporta demasiado al plot y solo nos atrasa de llegar al POV de James, pero desde el principio quería escribir una pequeña historia sobre Kreacher, así que aquí la tienen. Leanla, no la lean. Pero si la leen creo que podrían disfrutarla. Tal vez si es relevante, ahora que lo pienso. Tenemos una escena con Remus que es clave para el desarrollo de la historia. Les mentí. Si tienen que leerla.

Cualquier paralelo con el canon es totalmente a propósito.

Escribí este capítulo escuchado en bucle estas dos canciones:

Queendom y Once upon a December

La "melodía" que le canta la mamá de Kreacher a Kreacher es totalmente "Once upon a December". Haz con eso lo que gustes. Yo lloré.

Si quieres escucharlas mientras lees, van a mejorar tu experiencia un 190%

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Kreacher

Una vez en Diciembre

 

Kreacher no lo sabía, porque los elfos domésticos raramente celebran sus cumpleaños, casi todos pierden la cuenta del tiempo pasado, pero pronto llegaría a cumplir los doscientos y dos años de edad. 

Era un gran logro para un elfo. La expectativa de vida que daba el ministerio para los pequeños ayudantes mágicos no era de más de doscientos años, y Kreacher ya la había sobrepasado.

Kreacher estaba cansado, pero un elfo doméstico no tenía permitido quejarse.

Los elfos domésticos tienen dos simples reglas: 

1.-Obedecer cualquier orden que le de su amo siempre y cuando la orden no ponga fin a sus propias vidas.

2.-La libertad solo se gana con la ofrenda de una prenda de ropa.

Kreacher había pertenecido a la familia Black por ocho generaciones. Ocho diferentes amos. Cada uno con una forma muy diferente de gobernar, de disciplinar, y nunca había desobedecido a ninguno. Dejó su sudor, lágrimas y alma en los pisos de la casa Black por casi dos siglos. 

En todos esos años, el único amo que lo trató como si valiera algo fue: el valiente Regulus Black

 

 

Mansión de los Black en Francia, 1780

Kreacher estaba acostado sobre una cama de viejas sábanas en una esquina del sótano  de la mansión. Era invierno y una corriente de frío nevado se colaba por las grietas de las minúsculas ventanas tapadas con vieja madera roída, pero Kreacher estaba recargado cerca del calentador y su calor lo estaba arrullando.

Sus manos eran pequeñitas encima de la palma de su madre. Parecían las manos de un gigante. Una risita inocente, como el tintineo de una campanilla, le brotó del pecho, y su mamá le devolvió una sonrisa tan cálida que le iluminó el corazón. Él no sabía aún que los elfos no sonreían, o que, la verdad, no tenían muchas razones para hacerlo.

Recuerda haberse sentido a salvo en el calor de los brazos de su madre, a pesar de ser de noche. La felicidad de pertenecer a una familia.

Recuerda su voz, aunque las palabras se le escapaban de la memoria. Solo quedaba la melodía, una canción que, con el tiempo, se convertiría en un arrullo.

Una vez en Diciembre…

Recuerda las estrellas que sobre su cabeza contarían su historia y regirían el resto de su vida. Cómo brillaban en el techo del mundo por la ventana.

—Krietsch —susurraba su madre. Su nombre, un sonido dulce y cercano, que apenas se atrevía a existir. Un nombre que, con el tiempo, fue cruelmente reemplazado por Kreacher, que en lugar de recordar un "llanto tempestuoso", ahora solo significaba "criatura".

Recordaba la voz de su madre, tan clara y llena de amor, y si los elfos pudieran soñar, sus sueños más cálidos y hermosos estarían tejidos con ese sonido.

Recuerda su primer recuerdo, incluso después de tantos años.

Una vez en Diciembre…

 

 

Grimmauld Place, 1963

El amo Regulus iba corriendo por los pasillos resbaladizos de Grimmauld. Kreacher iba tras él, sus piernas cansadas y tropezando una tras la otra, temeroso de que se lastimara. Trataba de no hacer demasiado ruido para no despertar a la señora Walburga, que había aclamado una de sus famosas migrañas antes de pedirle que preparara su habitación para una siesta.

—¡Amo Regulus! —susurraba Kreacher—. ¡Amo Regulus! ¡Deje de correr! 

Regulus corría de una puerta a otra persiguiendo a su hermano mayor entre risas y gritos. Kreacher estaba seguro de que habían traído a Sirius Black a ese mundo como una prueba de su paciencia y obediencia. Prueba que estaba fallando.

—¡Amo Regulus! —susurró de nuevo antes de tropezarse con él de frente. 

Entonces, ambos casi del mismo tamaño, cayeron al suelo en direcciones opuestas.

Regulus parpadeó unas cuántas veces, sorprendido por la fuerza de la colisión, e inmediatamente los ojos se le llenaron de lágrimas. Kreacher se levantó de inmediato y se acercó al pequeño mago.

—Shhh, shhh. Amo Regulus —intentó arrullarlo, para que no se soltara en una sarta de sollozos incontrolables—. Shhh —lo ayudó a inclinarse—. Si llora, la señora Walburga se va a despertar.

Kreacher no debía decir esas cosas. Estaba muy cerca de ser una queja y los elfos solo podían estar agradecidos. Tendría que castigarse apropiadamente antes de ir a dormir.  

—Shhh —susurró de nuevo en un intento de consolarlo.

Regulus comenzó a sollozar en silencio. Pequeños quejidos sordos. Inhaló por la nariz y se la frotó con la mano, luego la subió a sus ojos y, con mucho esfuerzo, borró las lágrimas. 

Kreacher lo observó con una curiosidad escéptica, su cabeza ladeandose primero hacia un lado y luego hacia el otro, intentando descifrar el enigma. Le había pedido muchas veces al amo Sirius que no llorara, pero nunca había funcionado. El amo Regulus siempre fue diferente, sus reacciones imprevisibles para Kreacher.

Regulus se quedó en silencio por un momento, el único sonido era su respiración entrecortada, y luego, de repente, se inclinó y abrazó a Kreacher. 

El elfo, sorprendido por el inusual contacto, se apartó instintivamente, con el cuerpo rígido. Los ojos del niño, que acababan de secarse, se sumergieron en otra ola de lágrimas, más intensas que las anteriores ante el rechazo. Esa vez, de seguro, su llanto resonaría en las paredes del apartamento y despertaría a la señora Walburga. Kreacher se preparó para el llanto tormentoso.

El elfo analizó la situación rápidamente, lleno de confusión y una pizca de incomodidad, sin saber muy bien qué hacer. Luego, lenta y torpemente, como si estuviera aprendiendo un nuevo movimiento, se acercó de nuevo. Su pequeña mano esquelética se alzó con vacilación y le dio una palmadita suave en la espalda de Regulus, un gesto torpe pero genuino. El amo Regulus se tumbó contra él en otro abrazo, pero esa vez, dejó que el joven manchara los viejos trapos de su ropa con sus lágrimas.

Incluso entonces, el elfo podía ver todas las formas en que Regulus Black era diferente a todos los Black que había servido. 

Cuando Regulus se calmó, Kreacher lo tomó de la mano y lo ayudó a levantarse del suelo. 

—¿El amo Regulus necesita algo? —le preguntó, aún confundido.

—Siri —dijo suavemente—. Mi serpiente no está. Él la agarró.

—Está bien.

Kreacher asintió obedientemente y con un chasquido de sus dedos fue a buscar al hijo mayor de los Black.

 

 

Grimmauld Place, 1968

 

Regulus siseó de dolor, mordiéndose el labio con fuerza mientras un hilo de sangre brotaba de su rodilla. Kreacher se arrodilló de inmediato, sus ojos grandes y redondos fijos en la herida que manchaba el adoquín de piedra.

—Está sangrando —le advirtió Kreacher preocupado.

El amo se había caído sobre los adoquines de piedra en un intento de alcanzar una de las flores más altas. La señora Walburga le había pedido que lo cuidara. Kreacher había fallado. El castigo sería terrible, no solo para él, sino quizás también para el joven amo.

—Voy a llamar a su madre.

Regulus lo tomó del brazo con una fuerza sorprendente, ignorando su propio dolor, deteniéndolo antes de que pudiera levantarse.

—No —dijo seguro—. Si le dices a madre, te va a castigar.

Kreacher bajó la mirada al punto en que sus manos se conectaban.

—Kreacher falló, es lo mínimo que merece —se deshizo de su agarre, decidido a cumplir con su deber.

—¡No! —El amo Regulus se levantó del suelo, tambaleándose un poco. Su voz se quebró ligeramente con la desesperación—. Mira. Estoy bien. No pasó nada —pero Kreacher no le creía—. No voy a dejar que te castiguen por esto.

El amo estaba cojeando. 

Kreacher parpadeó varias veces.

—Voy por la señora Walbur-

Regulus lo detuvo de nuevo.

—No —suplicó—, por favor.

—Pero…

—Por favor —volvió a pedirle, y en sus ojos Kreacher vio una determinación inamovible, una seguridad que nunca antes había presenciado.

Kreacher no podía ir en contra de lo que le había pedido la señora Walburga. Merecía otro castigo mil veces peor que el primero. 

Sin embargo, la súplica de Regulus, el miedo en sus ojos no por sí mismo, sino por lo que le pudiera pasar a Kreacher, lo paralizó. No estaba seguro de qué hacer en ese caso.

En ese momento, el amo Sirius salió de la casa con su paso despreocupado, sus ojos se fijaron en la rodilla del amo Regulus inmediatamente, de donde brotaban finos hilos de sangre.

—¿Te caíste? —le preguntó en tono burlón.

—No —mintió el amo Regulus y se tapó la rodilla con una mano, llenándose de sangre en el intento.

Sirius arqueó una ceja.

—Ajá —le dijo sarcásticamente.

—¡Callate, Sirius! Metete en tus asuntos.

Regulus se hizo paso al interior de la casa de un aparente mal humor, dejando pequeñas gotas de sangre caer tras él.

—¡Pff! —se quejó el joven Sirius—. Cualquiera diría que yo lo empujé —rodó los ojos y se marchó del jardín.

Un sentimiento que Kreacher desconocía, una mezcla de confusión y una lealtad inesperada hacia su joven amo, lo dejó plantado en su lugar.

 

 

Londres, 1970

—Llevalo fuera de la casa —le ordenó Walburga, mientras con su varita arreglaba el orden de los cubiertos de la mesa de la sala. Kreacher nunca los ordenaba correctamente. Tendría que castigarse por eso luego. Juntó sus manos y arrugó el ceño preocupado mientras la perseguía a tropezones.

—¿A dónde, señora?

La señora Walburga ni siquiera volteó a verlo.

—No me importa. Donde sea que no sea aquí. El parque, el callejón diagon, solo… —se detuvo—, no lo lleves a ningún lugar donde haya demasiados muggles. Lo último que necesito es que regrese hablando de las maravillas del mundo de los sangre sucia como su hermano.

Kreacher asintió obedientemente.

Armó una cesta con lo que había en el refrigerador de días anteriores: un sandwich de pepino, un rollito de salchicha, unas frutas y té. Luego fue a buscar al amo Regulus a su habitación, que se encontraba apoyado en el reposacabezas de la cama leyendo un libro.

—Amo, Regulus. Su madre ordenó que vayamos al parque.

Regulus bajó el libro y lo miró con sospecha.

—¿En serio? —un brillo de emoción se hizo presente en sus ojos. 

Kreacher hizo aparecer una manta con el chasquear de sus dedos y asintió con la cabeza.

—¡Vamos! ¡Vamos! —lo jaló suavemente del brazo para que se bajara de la cama.

—Pero… ¿Por qué? 

—No son de la incumbencia de Kreacher los asuntos de su ama.

—¡Espera! Dejame buscar un abrigo y ponerme los zapatos.

Kreacher lo apuró con una palmada de sus manos, pero esperó pacientemente con la cesta en mano en la puerta hasta que estuvo listo.

El parque que estaba cerca de Grimmauld era el lugar al que Kreacher llevaba a los niños Black cuando su madre le pedía que los sacara de la casa. Claremont Square era un pequeño lote frente al conjunto de apartamentos a los que pertenecía Grimmauld. Kreacher prefería ese lugar a otros porque tenía más control de los niños. Una vez, en una visita al callejón Diagon, los hermanos se habían escapado de su cuidado y corrido hasta desaparecer en el Londres muggle. Kreacher había recibido veinticinco latigazos por eso.

 —Kreacher —llamó el amo Regulus, sentado sobre la manta mientras observaba las ramas de los árboles moverse sobre su cabeza—, ¿alguna vez has pensado en escapar de casa?

El corazón de Kreacher se detuvo con indignación.

—El amo Regulus no debería pensar en esas cosas.

Regulus frunció el ceño con preocupación.

—Perdón, no quería incomodarte con esa pregunta.

Sacó el libro que había estado leyendo en su cuarto, lo abrió, y sus ojos comenzaron a moverse de izquierda a derecha. Kreacher no podía saber si en verdad estaba leyendo. Kreacher no sabía leer. Se acomodó en el pasto y sacó todo lo necesario para preparar el té. Con un chasquido de sus dedos, calentó el agua, y luego sacó la bolsita de especias.

—Sirius cree que puede escapar —acotó con tranquilidad.

Kreacher arrugó el rostro en desagrado, pero no dijo nada de regreso, no le estaba permitido tener una opinión al respecto. El amo Sirius decía toda clase de cosas de las que su madre reprobaba, y por consecuente, Kreacher también.

Regulus se terminó casi todos los bocadillos que Kreacher había llevado, y luego se extendió en el suelo con la cabeza mirando hacia el cielo.

—Es un buen día, ¿no es así?

Kreacher asintió con la cabeza y se permitió tocar el césped a un lado de su delgada mano. Fresco. Limpio. Le recordaba al verano aunque estaban en otoño.

—Es un buen día, amo Regulus —repitió.

—Ojalá todos pudieran ser como este.

Kreacher miró a su alrededor, a la manera en que los rayos de sol se colaban tras las ramas de los árboles, un sol tan escaso en Londres, y el sonido de los pájaros, y la manera en que sus nidos flotaban sobre sus cabezas. Miró a su amo, tranquilo, en paz. Esa mañana había recibido una carta de Hogwarts, una de su hermano, tal vez eso era lo que lo tenía de buen humor.

—¿Qué vas a hacer cuando vaya a la escuela, Kreacher? —preguntó el amo Regulus con curiosidad.

Kreacher inclinó la cabeza a un lado con curiosidad.

—Lo mismo que ha hecho siempre Kreacher, amo. Servir a la familia Black.

El amo Regulus hizo un sonido de aprobación.

—Tal vez deberías dejar Grimmauld y venir a Hogwarts.

La respiración de Kreacher se detuvo en su garganta. Sus ojos se abrieron con una mezcla de sorpresa y un horror mudo, tan grande que la idea era casi impensable. Sus labios temblaron, abriéndose y cerrándose una y otra vez sin producir sonido alguno. ¿Dejar Grimmauld? ¿Dejar a la familia Black? Era una traición a su juramento, una promesa a su existencia misma. 

Su pequeño cuerpo se encogió, una angustia profunda se apoderó de él. El solo pensamiento de no servir a la familia Black, de no estar en la casa de sus amos, era un tormento impensable, una disonancia en su mente.

El amo Regulus se levantó, la sonrisa curiosa desvaneciéndose de su rostro, y miró a Kreacher con un arrepentimiento instantáneo.

—Lo siento, era una broma. Solo era una broma.

A Kreacher se le llenaron los ojos de lágrimas. 

—Lo siento, Kreacher —repitió Regulus.

Se borró las lágrimas que no sabía por qué estaba derramando. Los elfos no tenían permitido tener sentimientos. Tendría que castigarse por eso después.

—Lo siento. Solo era un decir.

Kreacher asintió con la cabeza y la bajó hasta mirar a sus pies descalzos.

—Kreacher siempre servirá a la más noble y ancestral familia de los Black —dijo con una voz acuosa que no parecía suya. Walburga ya le hubiera pegado las manos a la cocina prendida de haberlo visto llorar. Regulus puso una mano sobre su esquelética espalda en un gesto de consuelo.

—Está bien —lo tranquilizó Regulus. 

Kreacher asintió con la cabeza, y dejaron de hablar por el resto de la salida.

Esa noche, antes de que Kreacher apagara la lámpara de su habitación con un chasquido de sus dedos, el amo Regulus preguntó:

—Siempre serás mi amigo, ¿verdad, Kreacher?

La pregunta resonó en el pequeño elfo como un conjuro. Kreacher se frotó las manos una y otra vez con ansiedad, sus ojos fijos en el suelo de madera. Su mente, acostumbrada a la rígida estructura del deber y el servicio, no encontraba una respuesta adecuada. 

Las vidas de los elfos domésticos estaban definidas por la obediencia, no por los lazos emocionales. La palabra "amigo" era ajena a su vocabulario, algo prohibido, casi sacrílego para un elfo de casa. ¿Cómo podía él, un simple sirviente, aspirar a una relación tan personal, tan... humana? 

Un nudo se le formó en la garganta, impidiéndole articular cualquier sonido. Cada fibra de su ser deseaba responder, pero el miedo al castigo invisible por siquiera concebir tal idea, y la incapacidad de procesar lo que esa palabra significaba en el contexto de su existencia, lo paralizaron.

En vez de decir algo, de responder a la mirada expectante de su amo, Kreacher apagó la lámpara y se retiró silenciosamente, su corazón latiéndole con una cadencia acelerada. 

Esa noche, escondido en el pequeño clóset de servicio al que llamaba su alcoba, rodeado de objetos viejos y roídos que los hermanos le habían regalado durante los años y los que atesoraba como si fueran trofeos de su buen servicio, estuvo repitiendo esa palabra un millón de veces en su mente.

Amigo. 

Kreacher nunca antes había tenido un amigo. Y la idea, a pesar de su miedo, hizo que una chispa extraña, desconocida y a la vez cálida, se encendiera en lo más profundo de su pequeño pecho.

 

 

Grimmauld Place, 1972

Kreacher no odiaba a Sirius Black.

Los elfos no tenían permitido quejarse, y Kreacher era bueno respetando esa regla, siempre y cuando no se tratara de hijo mayor de los Black. Sirius Black solo le hacía la vida tan difícil que no podía evitar reaccionar.

Pero Kreacher no lo odiaba.

De hecho.

Regulus no fue quien le envió comida con Kreacher cuando su mamá lo castigó sin comer por tres días. El amo Regulus tenía miedo de que lo descubrieran. No. Eso lo había hecho él solo. Porque Kreacher había aprendido algo de su amo Regulus, algo muy importante: A perdonar en otros, los castigos que no le gustaba que impartieran en él.

 



Grimmauld Place, 1977

Kreacher le llevó una poción para el dolor al amo Regulus. Sus manos, temblorosas no solo por los años, sino por la angustia, apenas le permitían sostener la botella. Aún así, con un esfuerzo sobrehumano, logró acercarla a los labios de su amo, derramando un poco, pero lo suficiente para que el líquido pasara por su boca y luego por su garganta. Regulus cerró los ojos, agotado, y se dejó caer sobre la cama, sumido en un dolor silencioso.

El amo se tomaba el brazo, donde estaba la horrible marca del señor tenebroso, con tal fuerza que parecía querer arrancárselo y Kreacher temía que lo hiciera. Las lágrimas de sus ojos no dejaban de brotar. 

Kreacher no estaba seguro de qué hacer para aliviar el dolor de su amo.

Se paró a un lado de la cama, sus pequeñas manos se juntaron instintivamente, y entonces, con una voz apenas audible, comenzó a tararear. Era la única melodía que conocía, la única que guardaba de su propia infancia lejana. Una canción sin palabras que, extrañamente, se acompasaba con los sollozos rotos de su amo, como si la tristeza de uno encontrara eco en la ternura del otro.

Una vez en Diciembre…

 

 

Grimmauld Place, 1979

 

—Es hora de dormir, amo Regulus.

Kreacher le llevó una manta de terciopelo que pasó con dificultad por los hombros del amo. Estaba encorvado sobre unos papeles en el escritorio de la biblioteca con los ojos a punto de cerrarsele. Regulus se espabiló, pero no había nada que hacer por sus ojeras y su semblante casi esquelético.

—¿Quiere que le prepare algo de cenar?

Regulus movió la mano en el aire, desaprobando la idea, y volvió la mirada con un suspiro hacia los libros.

—Sí —asintió—, tienes razón, Kreacher. No hay nada más que hacer por hoy.

Kreacher asintió, y ayudó al amo hacia su habitación. Mientras pasaban por el borde de las escaleras, el amo Regulus echó un vistazo a las cabezas de los elfos colgadas en la pared.

—Kreacher.

—¿Si? Amo, Regulus.

—Alguna vez me dijiste que eran tus hermanos, ¿cierto?

Kreacher levantó la cabeza, solo por un segundo, hacia las cabezas congeladas en el tiempo, con sus ojos abiertos y brillosos, sus expresiones de miedo y desesperación. Eran un testamento silencioso de un destino que Kreacher conocía demasiado bien. Los elfos no soñaban, pero si lo hicieran, tal vez esos rostros atormentarían sus pesadillas. El elfo asintió levemente.

—Tal vez es tiempo de que le demos una despedida apropiada, ¿no crees? —Kreacher levantó la mirada sorprendido, sin saber qué decir—. ¿Te parece si mañana las enterramos en el jardín? Podemos plantar unas flores encima —lo pensó por unos segundos antes de decir:—.  Unas amapolas.

—La señora Walburga…

—No creo que mi madre regrese de la mansión de Francia.

Kreacher asintió con la cabeza. Desde la muerte de su esposo, la señora Walburga no se aparecía por allí.

—Todos merecen un final digno, ¿no crees?

Kreacher se quedó callado, pero volvió a asentir con la cabeza, sin entender exactamente a qué se refería.

 

 

Devon , Inglaterra - Hogar de los Selwyn

Presente

 

Kreacher estaba seguro y orgulloso, de que su paso por el mundo terminaría antes de que alguien lo liberara, de que moriría de la misma forma en que nació: sirviendo a su familia. Casualmente, cuando el amo Regulus le entregó el relicario, una de las primeras cosas que hizo con su nueva libertad fue dejar de obedecerlo.

Kreacher iba a salvar a su amo.

Cuando Sirius Black lo envió de regreso de la mansión de Francia a la casa de la familia Selwyn, el sangre sucia de su amigo, Remus Lupin, y Kreacher pasaron unos minutos en incómodo silencio.

—Kreacher —lo llamó Lupin, su voz áspera por la ansiedad. Se detuvo en el umbral, su mirada frenética recorriendo la habitación vacía—. ¿No deberían haber regresado ya? Han pasado horas.

Kreacher no le respondió, su pequeño cuerpo inmóvil, como una gárgola de piedra.

Lupin comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación, sus pasos resonando en el silencio. Sus manos se apretaban en puños, luego se frotaban la cara con frustración. 

Kreacher, por su parte, consideró desaparecer, esfumarse de vuelta a la cueva y asegurarse de que su amo siguiera con vida. 

Pero entonces Lupin comenzó a balbucear:

“Tiene que ser una trampa”.

“Sirius está equivocado”.

“Regulus nos traicionó una vez y volverá a hacerlo”.

Kreacher no se iba a quedar allí escuchando cómo insultaban al amo Regulus después de todo lo que había hecho por el sangre sucia. Su pequeño cuerpo se tensó, hirviendo de una furia que rara vez le era permitida. 

Los Black le habían enseñado desde que era un elfo joven que los sangre sucia eran una plaga, una mancha en la nobleza de la magia, indignos de confianza y respeto. Le habían inculcado que eran seres inferiores, incapaces de comprender el verdadero honor y el sacrificio. Y sin embargo, el amo Regulus, el más puro de los Black, que encarnaba todo lo que su familia valoraba, se había sacrificado por uno de ellos. Era una contradicción que Kreacher no podía resolver, pero que alimentaba su desprecio.

—El amo Regulus es la persona más bondadosa y leal que Kreacher ha conocido —dijo con tensión en su tono de voz.

Lupin volteó la mirada rápidamente hacia Kreacher, como si hubiera olvidado que estaba allí. La gente solía hacer eso, olvidar su existencia. El amo Regulus nunca olvidaba que estaba en una habitación.

—Kreacher, tu sabes… —Lupin se detuvo un segundo para pensar lo que iba a decir—, ¿Tu sabes por qué Regulus estuvo involucrado en el ataque de La Reserva de los hombres lobo?

Sí.

—Kreacher sirve a la más noble y ancestral casa de los Black —respondió estoico.

Lupin lo miró con una frustración que le quemaba por dentro. Sus ojos buscaron los del elfo, intentando encontrar alguna señal, una grieta en esa fachada de obediencia ciega.

—¿Qué significa eso? —se llevó las manos a la cabeza—. Mira. Quiero ayudar a Regulus, ¿de acuerdo? Pero aún hay cosas que no encajan en su historia.

Kreacher se quedó callado. ¿Qué quería Remus Lupin que hiciera Kreacher al respecto?

—Si solo pudieras decirme lo que sabes…

—Kreacher no traicionará nunca los secretos de su amo.

Levantó el mentón reaciamente.

—Está bien, solo responde esto: ¿Estaba o no relacionado con Greyback?

Kreacher se quedó callado.

Lupin desistió después de eso, aunque no sin antes haber soltado un bufido de frustración. Se sentó en uno de los sillones y volvió a balbucear para sí mismo. Kreacher lo vió enviar más de un patronus a direcciones desconocidas. Los minutos pasaron, y con ellos, la preocupación, no solo de Lupin sino ahora también de Kreacher, fue en aumento.

Sintió el jalón en su magia repentinamente. La señora Walburga lo estaba llamando.

—Kreacher —volvió a llamarlo Remus Lupin, esta vez con un dejo de tristeza en el tono de su voz. Kreacher no simpatizaba ni un poco con él—. Regulus y yo solíamos ser amigos —confesó el sangre sucia, sus palabras intentando tender un puente en el que Kreacher no quería poner ni un pie—. En la escuela. Durante un tiempo.

—El amo no sería amigo de una criatura tan abominable —respondió Kreacher al instante, la frase saliendo sin pensar, un eco de las palabras de la señora Walburga, de las reglas, de lo que debía ser. Se sentía bien decir la verdad, la verdad que la familia le había inculcado.

Lupin se retrajo un poco. Kreacher vio la mueca de dolor en su rostro. Bien. Tal vez así entendería que no había lugar para los de su clase en el mundo de los magos.

—Si solo supiera que esto no es una trampa, entonces… —murmuró el sangre sucia, su voz perdiéndose en el aire, como si hablara consigo mismo.

Kreacher se quedó callado, no tenía por qué darle explicaciones a Remus Lupin. Se enfocó mejor en la magia de su anterior dueña, Walburga, llamándolo. Le sorprendió descubrir que la magia que lo unía a ella ya no era como un collar que lo jalaba hasta asfixiarlo sino iba en su dirección, sino más como un pequeño empujoncito que podía ignorar con facilidad.

El amo Regulus le había regalado aquello.

Era la primera vez que experimentaba esa libertad, y se sentía extraño. Culpable. ¿Era una traición a la señora Walburga sentir algo así? La confusión era un torbellino en su pequeña cabeza.

—Kreacher… —intentó de nuevo Lupin.

Kreacher gruñó por lo bajo, y entonces, cansado de la insistencia dijo:

—El amo Regulus no traicionaría a sus amigos. El amo Regulus siempre ha intentado proteger a todos a los que ama. Incluso a Kreacher. Por eso Kreacher tiene que salvarlo. Porque nadie más se preocupa por el amo Regulus de la forma en que él lo hace por los demás.

Vio cómo el sangre sucia, Lupin, abría la boca con sorpresa, y luego la cerraba.

La señora Walburga seguía llamándolo.

—¿En verdad crees eso? —le preguntó Remus Lupin, no en un desafío, sino porque necesitaba una confirmación.

—Los elfos no mienten —le aseguró.

Lupin asintió con la cabeza, y entonces Kreacher siguió:

—Todo lo que el amo Regulus hace, es por el bien de sus amigos y familia.

—¿Qué hizo? —Lupin preguntó, con miedo a conocer la respuesta. Kreacher lo podía notar en la duda y el temblor de sus palabras.

—Lo necesario —respondió Kreacher.

Si la señora Walburga lo estaba llamando, ¿se habría enterado ya de que el amo Regulus había desaparecido? Kreacher no podía regresar. El señor oscuro pensaba que estaba muerto. Atrapado en la cueva. ¿Y si el señor oscuro se había enterado de que Kreacher no estaba muerto? ¿Y si regresaba a la cueva? ¿Y si castigaba al amo Regulus?

—Kreacher tiene que ir a arreglar unas cosas —dijo seguro, bajándose del taburete en el que estaba sentado esperando.

—¡Espera! —gritó Remus Lupin—. Espera, ¿qué se supone que tengo que hacer?

—Remus Lupin debe ir a la cueva a salvar a Regulus Black. Kreacher debe llevarlo.

Lo tomó del brazo rápidamente y la succión de la transportación los desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Kreacher debía moverse rápido, no había tiempo que perder.

 

 

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

 

Remus Lupin se arrodilló frente al suelo y vomitó los contenidos de su estómago apenas tocó el suelo. Los humanos se veían más afectados por las apariciones que los elfos. Tal vez Remus Lupin solo era demasiado quisquilloso. Kreacher evitó mirarlo con asco, pero no hizo un muy buen trabajo de ello.

—Kreacher debe regresar por los demás —anunció.

—¡Un segundo! —Lupin lo tomó del brazo desesperado, apenas absorbiendo sus alrededores.

Estaban en la entrada de la cueva de Escocia. Las olas del mar chocaban contra las piedras, haciendo eco en cada esquina de la entrada, y mojaban sus zapatos. Aquello le recordó a su amo, descalzo en la cima de aquella pequeña formación de rocas dentro. Esperando. 

—No hay tiempo —se intentó soltar del agarre de Lupin—. Debe salvar al amo Regulus, así como el amo Regulus lo salvó. Los favores se pagan con favores.

Lupin lo miró con desconcierto.

—¿Qué?

Kreacher se quedó callado, se detuvo, y se dio cuenta de lo que había dicho.

—Kreacher sirve a la más noble y ances…

—¡Mierda! ¿Puedes saltarte ese discurso estúpido y decirme de una jodida vez a qué te refieres? ¿Quieres que te ayude a salvar a Regulus o no?

Remus Lupin estaba temblando, y Kreacher no sabía si era por el frío o el miedo en sus ojos. El amo Regulus alguna vez le había dicho que la ayuda de los demás se ganaba a base de favores, y Lupin le debía uno muy grande.

—Kreacher salvó a Remus Lupin de Fenrir Greyback —confesó con seguridad y resentimiento—. Remus Lupin le debe su vida y va a salvar al amo Regulus.

—¡¿Qué?! —preguntó Lupin, todavía más desconcertado y desesperado. Apretó el agarre en su mano delgada de nuevo y Kreacher siseó del dolor.

Kreacher no podía seguir perdiendo tiempo. 

Walburga lo seguía llamando.

—El amo Regulus ordenó a Kreacher que salvara a Remus Lupin, así que Kreacher lo sacó de la batalla y lo llevó al pueblo más cercano donde lo ayudaron a sanar —frunció el ceño decidido—. Remus Lupin vive porque el amo Regulus así lo ordenó —Kreacher nunca había dado una orden, pero había visto a suficientes magos hacerlo, así que se paró recto, miró a Lupin con firmeza y repitió:— Remus Lupin va a salvar al amo Regulus.

Luego, con un chasquido de sus dedos, desapareció en el aire en busca de James Potter.

 

 

Mansión de los Black en Francia

—¡¿En dónde estabas?! 

La señora Walburga lo recibió con un hechizo punzante, del que Kreacher intentó defenderse alzando los brazos para proteger su rostro.

—Criatura inservible —lo tomó de las ropas y lo zarandeó—, ¿en dónde está mi hijo? ¿EN DÓNDE ESTÁ REGULUS?

Kreacher balbuceó sin decir nada y se tapó el rostro para no tener que ver sus ojos endiablados.

—Kre-kreacher no lo sabe —mintió, algo que no sabía que podía hacer hasta ese momento. Otro beneficio de su reciente libertad. Tendría que castigarse por eso luego.

—¡¿Qué clase de utilidad tiene una criatura como tú, carente de intelecto, si ni siquiera puede realizar la única tarea para la que existe: cuidar a su protegido?! —Walburga lo lanzó con la ayuda de su varita contra la pared de la sala. Algo crujió en su espalda, pero no era momento para enfocarse en el dolor físico. Kreacher la miró con terror, y se arrastró hacia una esquina.

En ese momento se dio cuenta de que no era el único elfo en la habitación. Una línea de elfos vestidos en pequeños trajes de gala se abrazaban temblorosos en la esquina opuesta. Uno de ellos dijo en voz baja y cabizbajo:

—Ama, t-tiene que- que saber… 

Walburga se volteó rápidamente y casi lo golpea con la palma de su mano.

—¡¿QUÉ?!

—Si-si-Sirius Black.

A Walburga se le incendiaron los ojos con rabia y Kreacher dejó de respirar. 

—Sirius Bl-Black está… —se detuvo con temor y soltó un sollozo—, está en- en la ca-casa.

Kreacher tenía que advertirles. Chasqueó los dedos, y desapareció de inmediato, apareciendo en la biblioteca, en donde podía ver la silueta de los tres magos que había dejado en la entrada hace unas horas salir de una puerta oculta.

 

 

—¡Sirius Black! —gritó con desesperación. Se frotó las manos y miró hacia todas direcciones—. Kreacher la intentó detener pero… pero no pudo hacer nada. ¡Tiene que irse! Usted y sus amigos. ¡No hay tiempo! Señorita Selwyn —la tomó del brazo—, la llevaré ahora… con el maestro Re-

Un estruendo de magia oscura.

A pesar del dolor, seguía escuchando voces distantes: gritos agudos, el lamento de súplicas desgarradoras y, sobre todo, el olor a sangre. La vista se le nubló, pero cuando recuperó el enfoque, fue para ver a Walburga, con el rostro desfigurado por la furia, apuntando su varita hacia una cabeza de rizos oscuros que le recordaban al único amigo que había conocido.

Kreacher no odiaba a Sirius Black. Pero su hermano... su hermano era la única persona que había llegado a querer de verdad, el único que lo veía, que recordaba que existía.

La varita de Walburga tembló en el aire, la punta brillando con una luz verde venenosa, directamente al corazón de Sirius. La muerte sería una misericordia comparada con el destino que Walburga le tenía preparado al mayor de los Black, pero Kreacher no tenía el derecho de determinar su destino. Su deber, su única misión, era salvar a su hermano menor. 

Con un grito de odio, Walburga lanzó la maldición.

Y entonces... en un borrón de movimiento, Kreacher se interpuso entre ellos. Su diminuto cuerpo encima del hijo mayor de los Black. Un instante después, el rayo verde impactó contra su cuerpo, y el mundo se disolvió. Cuando la luz se disipó, ya no quedaba nadie. Todos habían desaparecido, arrastrados por la rápida magia de la aparición.

 

 

 Staffa, Escocia - La cueva de hielo

 

Con la poca magia que podía conjurar, después de dejar a los salvadores de su amo en la puerta de la cueva, se trasladó a un lado de su amo, en la cima de aquella pequeña formación de rocas frías en medio de la tempestad.

La escena que lo recibió fue la de sus peores pesadillas. 

La forma del amo Regulus ya ni siquiera era divisible entre la montaña de cadáveres putrefactos que se amontonaban, empujando y arañando, la pequeña y menguante protección mágica a su alrededor. Su Patronus, que había sido un luminoso escudo, ahora era solo una niebla blanquecina, sin forma, sin luz, parpadeando débilmente. Estaba a segundos de ser engullido por la marea de cuerpos.

Kreacher puso manos a la obra y con un chasquido de sus dedos comenzó a empujar, uno tras otro, los cuerpos muertos. Su magia también parpadeaba y se disipaba. Tenía una mano sosteniendo su estómago y la otra encantando de un lado al otro, pero seguía moviéndose a pesar del horrible dolor que estaba experimentando. Casteó un hechizo resbaladizo en las rocas, para que las manos se deslizaran y no pudieran seguir subiendo.

—¡Amo Regulus! —gritó con desesperación y alivio, arrandose a su lado—. ¡Amo! Sus amigos están por llegar. Aguante un poco más —había lágrimas en los ojos de Kreacher. Tal vez porque lo había logrado, tal vez porque sabía que no viviría para confirmarlo.

Los labios del amo Regulus estaban secos y partidos, como si hubiera pasado días sin tomar agua. Sus palabras eran como polvo viejo que se desmoronaba en el aire. Kreacher no podía entender lo que intentaba decirle.

Con el poder de una palmada hizo que el oleaje apartara los cuerpos de la pequeña isla solo por unos segundos, solo para ganar más tiempo, para que el amo Regulus no tuviera que esforzarse tanto en mantener la protección en pie.

—Kre-kreacher.

Débilmente, sus manos se deslizaron hacia el lugar donde los cortapapeles habían abierto un agujero espantoso en su estómago. Pudo haber sido el corazón de Sirius Black. Kreacher, en lo más profundo de su ser, agradecía que no lo hubiera sido. Estaba seguro de que el mayor de los Black guardaba un pedazo del corazón de Regulus en él.

—Está bien, amo Regulus —intentó consolarlo, pero el pequeño elfo desfalleció a su lado, colocando la cabeza contra una roca—. Sus amigos están muy cerca. Pro-pronto saldrá de aquí.

Los ojos del amo simularon al mar que los rodeaba, una ola de lágrimas. Como cuando era niño , pensó Kreacher. ¿Qué había funcionado en ese entonces? ¡Ah! Sí. 

Kreacher se acercó para pasar un brazo por su espalda, mientras con el otro seguía tapando el hueco en su estómago.

—¿Qué hiciste, Kreacher? —preguntó Regulus con una voz rota por la tristeza, sus ojos fijos en la herida del elfo.

—Kreacher se encargó de que salven al amo Regulus —le dijo con una sonrisa—. Kreacher prometió que iba a salvarlo y lo cumplió.

—Kreacher… ¡NO! —La protección del amo estaba palpitando sin fuerza alrededor de él. Se desvanecía mucho más rápido que cuando lo dejó la primera vez.

—Solo un poco más —le recordó el elfo y tomó su mano, manchandola de sangre—. Ya casi llegan.

Kreacher comenzó a hiperventilar, su pequeño cuerpo convulsionando con cada aliento forzado. Regulus se borró las lágrimas, pero otras las sustituyeron.

—Aguanta, Kreacher ¡Por favor, aguanta! —su voz se volvió un ruego desesperado

Observó la mano llena de sangre que había estado tapando la herida de su estómago y negó con la cabeza.

—Ha llegado el final de Kreacher —le aseguró el elfo, la voz apenas un hilo entre quejidos que le rasgaban el pecho.

—¡NO! —El mar en los ojos del amo Regulus siempre le había parecido demasiado tormentoso—. No, no, no. ¡Kreacher! No. No se supone que esto pasara así. ¡TIENES QUE AGUANTAR UN POCO MÁS!

El pequeño cuerpo del elfo convulsionó una, dos, y tres veces, cada espasmo arrancándole un gemido. 

La magia que los protegía, que los mantenía a salvo de la muerte inminente, se iba con él, desvaneciéndose con cada exhalación. Kreacher ya no podía aguantar más. Dolía demasiado. Más que cualquier otro castigo que hubiera vivido antes, o tal vez, pensó en su agonía, como si lo estuvieran castigando por todas las veces que se había equivocado, en un último y cruel castigo.

El amo Regulus puso su cabeza sobre sus piernas y, de haber sentido algo, hubiera sido la calidez de sus lágrimas sobre sus mejillas.

—Afuera es un buen día, amo Regulus.

—No, Kreacher —sollozaba.

El amo Regulus ya no era un niño, ahora era un hombre.

Kreacher sonrió.

—El amo dijo que todos merecen un final digno.

—Sí —asintió el amo entre lágrimas, la voz ahogada.

—¿Pondrá amapolas en la tumba de Kreacher?

—S-sí. Sí, Kreacher. Pondré amapolas.

El amo Regulus, con manos temblorosas, cerró suavemente los ojos de Kreacher. Luego, con un gesto de profunda ternura, llevó el pequeño y frágil cuerpo del elfo hacia su pecho, donde lo meció con desesperación.

Kreacher recuerda una melodía, que se convirtió en una voz.

Recuerda el calor de un invierno.

Kreacher no lo sabía, porque raramente recuerda sus cumpleaños, pero nunca llegaría a cumplir los doscientos y dos años de edad. 

Recordaría, sin embargo, con especial cariño, a la persona más valiente que habría conocido en su vida. Un pequeño niño corriendo por los pasillos de una casa fría. Un joven listo para desafiar su destino. Un gran hombre.

Regulus recordaría una melodía, en la voz de ese gran hombre, y todo terminaría cíclicamente. Todo el dolor y la tristeza. De la misma forma en que había empezado.

El calor de un invierno, una melodía, y las palabras acuosas de un niño resonando en el interior de su memoria:

 

Una

                     Vez

                                    en Diciembre…

 

En otra vida, sus últimas palabras también serían dedicadas al valiente Regulus Black.

Notes:

Las últimas palabras de Kreacher en el canon:

"Fight! Fight! Fight for my Master, defender of house-elves! Fight the Dark Lord, in the name of brave Regulus! Fight!"

¿Lloraron? Yo lloré. Pero tal vez solo soy yo. Al final de cuentas, yo lo escribí. No esperaba que este capítulo tomara vida propia.
Adios Kreacher. Cumpliste tu cometido en este mundo.
¿Listos para rescatar a Regulus Black?

Decidí (creo) que esta historia va a tener un final alternativo. LO SÉ, PERDÓN. Dije que no iba a matar a Regulus Black, pero voy a dejarlo en tus manos qué final quieres leer.

Nos vemos en el próximo capítulo. AHORA SI. LO PROMETO. JAMES FUCKING POTTER. Le estoy metiendo nitro para terminar esta historia pronto.

Chapter 15: James: El hermano que aún no he perdido

Summary:

"A veces lo único que puedes hacer por las personas que amas es dejarlos recorrer su propio camino y desear poder verlos del otro lado."

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

James

El hermano que aún no he perdido

James Potter creció creyendo fervientemente que nació para salvar a sus amigos.

Escuchaba a las personas alrededor suyo decir cosas como: “Eres muy suertudo, tienes los mejores padres. Te depara el mejor futuro.”, “Effie, si más personas criaran a sus hijos de la manera en que tú y Fleamont lo han hecho con James, el mundo sería un mejor lugar”, “Eres un joven maravilloso y te convertirás en un hombre ejemplar”.  

Aprendió desde una corta edad acerca de su poder.

Un poder que no provenía del dinero de su familia, ni de la pureza de su sangre, ni de un talento nato superior al de otros. Su poder eran sus padres. Su poder era haber nacido en un hogar que le permitió entender sobre el bien antes de conocer el mal. Su poder era haber podido descubrir quién era antes de que nadie le dijera quién debía ser. 

Al parecer, el resto de las personas no tenían ese privilegio.

A veces se preguntaba si no era esa la razón por la que comenzó a creer que era el héroe de la historia. Estaba muy equivocado. Los héroes no nacen de la comodidad y  el amor incondicional. Esa sería una lección que aprendería mucho más tarde.

El punto de todo el meollo era: ¿qué hacer con ese poder?

Dicen que no hay mejor forma de guiar que con el ejemplo. James era el ejemplo . La persona que los demás necesitaban para seguir adelante, el recordatorio de que las cosas, a veces, si podían salir bien. Era la serenidad. Peter solía decirle que las personas a su alrededor guardaban la calma hasta que lo veían preocuparse, porque si James Potter estaba preocupado quería decir que algo andaba seriamente mal.

El problema con creer que puedes salvar a todos y que tienes el suficiente poder para luchar las batallas de los demás, es que olvidas que en algún momento necesitarás que te salven a tí. Que por más que hayas tenido una ventaja, las desgracias de la vida nos alcanzan a todos. En especial cuando estás atrapado en medio de una guerra.

Y entonces…

¿Quién se convierte en el salvador cuando te aseguraste de ser el único capaz de ocupar el puesto?



 

Hogwarts, 1972

 

—¿Puedo preguntarte algo?

Sirius levantó la cabeza desde el suelo de madera de su dormitorio en la torre de Gryffindor. Estaba escuchando música. James no sabía quién cantaba, nunca lo hacía. Otra de las bandas que solo él y Remus conocían.

—¿Qué quieres saber?

No sabía cómo abordar el tema. 

La rivalidad entre los hermanos Black era algo que aún no entendía por completo. 

Siempre había querido tener un hermano o hermana menor. Lo deseaba especialmente en aquellos días de verano en los que Peter no estaba cerca para pasar tiempo con él. Cuando la casa de los Potters parecía inmensa, y él era tan pequeño, que creía que podía perderse en su silencio. Tal vez, por eso, siempre anheló el sonido de las conversaciones de sus padres y los elfos domésticos. Tal vez por eso siempre intentaba hacer que todos rieran a su alrededor.

James fantaseaba con la idea de un hermano/a seguido. 

Imaginaba tardes recolectando flores y plantas con una pequeña niña, quien disfrutaría de concoctar pociones como su padre y compartitía la pasión por la cocina como su madre. Se veía enseñándole a defenderse, protegiéndola de cualquier pretendiente inoportuno, planeando jugarretas juntos. Ella sería más inteligente que él, por supuesto. Probablemente la mejor amiga de Moony. 

Si tuviera un hermano, por las tardes saldrían a volar. Apoyarían incondicionalmente al mismo equipo de quidditch y compartirían la emoción de convertir su propiedad en un campo improvisado. Tal vez Sirius le hubiera contagiado su amor por la música y Peter le hubiera enseñado a jugar ajedrez mágico.

Todos estos escenarios vivían solo en su mente. James nunca iba a tener un hermano o hermana. Sus padres tuvieron muchos problemas para concebirlo, pasaron años antes de dar a luz a James. Por eso eran más viejos que los padres de los demás niños de Hogwarts. 

No entendía por qué Sirius, teniendo esa oportunidad con Regulus, decidió darle la espalda.

—¿Por qué dejaste de hablarle a Regulus?

Sirius frunció el ceño y puso los ojos en blanco.

—No lo entenderías, Jamie.

—Puedo intentarlo —presionó. Sirius se levantó del suelo y caminó hasta su cama, en donde se sentó frente a él con las piernas cruzadas—. ¿Lo odias?

—¡No! ¡Claro que no! ¡No podría odiar a Reggie! —Sirius se retrajo en sí mismo, tratando de que sus sentimientos no ocuparan tanto espacio—. Pero si actúo como si todo estuviera bien, como si no me hubiera molestado que hiciera lo que todos esperaban de él, entonces pensará que puede convencerme de hacer lo mismo, lo que mi madre quiere.

Se quedaron en silencio.

—¿Sería tan malo?

Sirius lo juzgó con una expresión de horror indescriptible.

—¿Es enserio?

—No sé…, ¿qué tan posible es que Regulus solo esté tratando de cuidar de tí? Tú mismo dijiste… que la única razón por la que es tan obediente es para evitar los castigos.

—¡Pff! Te dije que no lo ibas a entender —respondió Sirius con molestia y bufó por lo bajo.

El problema con Sirius era que siempre pensaba que estaba en lo correcto. En especial en lo que correspondía a su familia, y cuando lo dudaba, entonces achacaba esa duda al hecho de que ninguno de sus amigos había vivido su vida. Ninguno de ellos llevaba el apellido Black como una maldición en su sangre. Ninguno de ellos había vivido en Grimmauld.

Tal vez tenía razón. 

James podía imaginarse la clase de cosas que le pasaban en el verano; lo asumía por las cicatrices, las pesadillas y, muy rara vez, los sollozos que escuchaba por las noches antes de que silenciara el espacio alrededor de su cama, pero nunca sería lo mismo que haberlo vivido. 

Nunca comprendería ese dolor, y estaba consciente de lo suertudo que era por ello. Nunca lo comprendería, de la misma forma en que nunca entendería lo que significaba tener un hermano de sangre. El amor que Sirius sentía por Regulus y como convergía en el odio de haberlo perdido, siempre sería un misterio para James. Tal vez, por eso, no se sentía con mucho derecho de entrometerse.

—Está bien —respondió derrotado.

Sirius le golpeó el hombro, pero James siguió cabizbajo, analizando el color de las sábanas para tener algo más en lo que pensar. Sirius lo golpeó de nuevo, y esa vez, cuando James levantó la mirada, lo vio sonreír.

—Deja de pensar en eso, ya no tiene importancia. Los tengo a ustedes, ¿no es así?

—Hmm —James se encogió de hombros, asintió, y dejó pasar el tema; pero definitivamente no dejó de pensar en ello. Porque Sirius los tenía a ellos, claro, pero ¿a quién tenía Regulus Black? 

 

 

Hogwarts, 1973

 

No está seguro de cuando comenzó a preguntarse seriamente qué había detrás de la expresión estóica de Regulus. 

Tal vez después del segundo cumpleaños de Sirius en Hogwarts. Cuando Sirius le pidió que se llevara el mapa que le había regalado su hermano a casa para que Walburga no se lo quitara. Ese verano pasó, religiosamente, al menos diez minutos antes de acostarse leyendo la inscripción detrás del mapa del cielo estrellado, preguntándose qué significaba: 

“¿Qué quieres ser cuando crezcas?”

Sirius le había dicho que quería ser un cazador de dragones. ¿Qué querría ser Regulus? ¿y de qué forma esa pregunta era un recuerdo compartido entre los hermanos? Después de la primera semana de vacaciones, comenzó a preguntárselo a sí mismo: “ ¿Qué quiero ser cuando sea grande? ” y se dió cuenta de que nunca se había tomado el tiempo de pensarlo.

Su curiosidad no se apagó al regresar a Hogwarts. Había veces en las que se descubría a sí mismo mirando al chico pelinegro de ojos perdidos en el gran comedor y se imaginaba caminando hasta su mesa e invitándolo a comer con ellos. Tal vez James no podía cumplir su fantasía de tener un hermano o hermana menor, pero Sirius aún tenía la oportunidad, y James quería recuperarla. 

—Regulus te pidió ayuda para el regalo del cumpleaños de Sirius, ¿verdad? —le preguntó a Remus un día de la nada.

Estaban camino a Encantamientos, pasando por el puente empedrado, el cielo gris y a punto de descargarse sobre sus cabezas.

—Amm, sí —respondió algo descolocado—. Sí, me pidió ayuda para saber qué darle.

—Eso significa que quería arreglar las cosas con él, ¿no?

Remus se rascó la nuca pensativo.

—No sabría decir si…

—¿Tú qué crees? —lo interrumpió James.

El castaño frunció el ceño confundido y se llevó la mano al puente de la nariz como si le doliera la cabeza.

—No lo sé, James ¿Por qué estás tan interesado?

—Creo que tengo un plan —confesó.

—¿Un pla- —Remus suspiró cansino. Incluso a tan corta edad, ya parecía que llevaba la responsabilidad del mundo sobre sus hombros—. James… lo mejor es no entrometernos en ellos.

—No te preocupes —puso un brazo sobre sus hombros—, todo está bajo control.

Sin embargo, conforme los años pasaron, mientras Sirius y James se convertían en un alma dividida en dos cuerpos, la relación entre Sirius y su hermano solo empeoraba.

—Necesito que hagas algo por mí —le pidió Sirius en Enero, después de las vacaciones de navidad.

James no lo pensó siquiera un segundo.

—Sí, claro, ¿qué es? ¡Dispara!

Sirius suspiró con seriedad y juntó la valentía que necesitaba para alzar el mentón y decirle:

—Necesito que me enseñes a bloquear la maldición Imperio .

James soltó una risa, esperando que la siguiera la de Sirius, pero eso no sucedió. Frunció el ceño. Claramente aquello tenía que ser una broma, otra de las ideas descabelladas de su mejor amigo que había ido muy lejos.

El rostro de Sirius ni siquiera se inmutó.

—Lo digo enserio, James.

El aire a su alrededor se volvió muy delgado, como si le costara trabajo atraparlo en sus pulmones. Tragó grueso y sintió un nudo en la boca del estómago. 

—Es ilegal —le dijo seriamente—, y aunque no lo fuera, aunque supiera cómo y estuviera dispuesto a ayudarte, no podría hacerlo —se rió con sarcasmo—, ¿verdaderamente crees que sería capaz de controlarte de esa forma? No podría vivir conmigo mismo —Sirius suspiró, se sentó sobre el baúl frente a su cama, se llevó una mano al cabello con frustración y asintió—. Sabes que haría lo que fuera pero…

—¡Lo sé! —lo interrumpió Sirius estresado—. Lo sé. Solo era un intento desesperado.

James apretó los labios en una fina línea y se sentó a su lado. Ambos se rindieron ante el silencio de su dormitorio. Los demás habían bajado al gran comedor a desayunar.

—¿Quieres hablar de ello?

Ya conocía la respuesta, pero siempre preguntaba, en caso de que ese fuera el día en que quisiera hacerlo.

—No, solo olvidalo James —pero después de unos segundos, lo pensó mejor y dijo:— Solo quiero estar preparado para la próxima vez —admitió con pesar.

—¿Sirius? —le preguntó James, tratando de esconder la impotencia que sentía—. ¿A qué te refieres con “la próxima vez”?

—No digas nada, ¿de acuerdo? No hay nada que hacer al respecto.

Pero James no podía quedarse callado.

—¿Intentaron…? —las palabras se atoraron en su garganta—. ¡Eso es inhumano…! ninguna persona, mucho menos un niño debería pasar por es…

—Ya dije que no importa —lo interrumpió bruscamente—. Basta, ¿de acuerdo? No quiero hablar de ello. De todas formas, no quería aprender para mí —bajó la mirada al suelo empedrado de su dormitorio y tardó unos segundos más en continuar—. Walburga puede hacerme lo que quiera —y entonces bajó la voz, como si alguien lo fuera a escuchar—, pero no soportaría que se lo hiciera a Reggie.

Oh.

Descubrió entonces que toda su vida odiaría a Walburga Black.

También descubrió otra cosa: ser un hermano mayor no es un paseo por el campo por el resto de tu vida. No era sólo la fantasía en su cabeza, no solo los buenos momentos, las tardes de concoctar pociones o los partidos de quidditch. Ser un hermano mayor también requiere de sacrificio y de estar dispuesto a asumir un dolor inimaginable para mantener a otra persona a salvo cuando es necesario. 

En el caso de Sirius, su amor era tan grande que estaba dispuesto, incluso, a perder su propia libertad. 

A veces se preguntaba, si a falta de alguien a quien proteger, a falta de un hermano, Sirius se había convertido en el proyecto más ambicioso de James.

Sirius era el hermano que nunca tuvo y, para él, James era el que aún no había perdido.



 

Presente

Quantock Hills, Somerset - Casa de campo de los Potter

 

James estaba sentado sobre la cama frente a las ventanas abiertas de la casa de campo de sus abuelos. Era un lugar precioso. El clima era perfecto . Los rayos del sol se escapaban entre los bordes del techo y el viento iba y venía entre ventanas abiertas. Un día para volar por los aires en su escoba. 

Sin embargo, toda la experiencia estaba cubierta por una fina capa de melancolía. 

En su regazo, yacía una vieja caja de zapatos de piel desgastada que emanaba un aroma floral. En su interior reposaba, como un tesoro olvidado, un collage de recuerdos del pasado. Cada fotografía, cada carta, cada objeto, evocaba una historia, una emoción, un pedazo de vida que lo había llevado hasta allí.

Lo primero que sus ojos encontraron fue el reloj encantado que su padre le había regalado el día de su graduación. Era una pieza clásica de Dervish & Banges con una gran cantidad de funcionalidades. Una en específico había hecho que su pecho se inflara con afecto al recibirlo. El reloj que había sido modificado para mostrar los días faltantes para cada luna llena. Sirius recibió uno igual con el apellido Potter tallado en el reverso, y con lágrimas en los ojos lo llamó “el mejor regalo que he recibido en mi vida” .

Desgraciadamente, ese recuerdo lo llevó de camino hacia otros menos agradables.

También había sido esa noche, durante su fiesta de graduación, la noche en la que Regulus le había roto por completo el corazón. El golpe final de una serie de valles entre ellos y el futuro que había visionado.

Tal vez eso fue lo que más lo rompió, que se había imaginado que al final todo acabaría por resolverse y no fue así.

Regulus siempre había sido reservado, retraído. El contacto físico no era una experiencia de placer hasta que James cambió la manera en que le habían enseñado a sentir. Él había hecho eso. Él le había enseñado a sentir con los labios y la punta de sus dedos. A cambio, lo único que esperaba era la oportunidad de, algún día, poder mostrarle al resto del mundo lo que un amor como el suyo puede florecer incluso en las peores condiciones.

“Una promesa”, fue la única condición que puso.

Pero Regulus decidió darle todo lo que él siempre quiso a otra persona. 

Aún recuerda la manera en que tomó a Evan Rosier por el cuello de su elegante traje y lo besó frente a toda su generación al finalizar la noche. La manera en que la mitad de su curso estaba disgustada y la otra mitad aplaudían y vitoreaban ante su valentía. 

Él había soñado con eso por años.

Incluso entonces, en medio de los vitoreos, las ofensas y la amargura, lo único que pudo pensar fue: “Al menos no estará solo. Al menos habrá alguien que lo cuide, que esté con él, que lo entienda. Regulus necesita ser amado.”

No recuerda el resto de la noche.

Ya estaba tomado para el momento en que sucedió el beso, pero después de eso perdió la cuenta de la cantidad y calidad de las bebidas subsecuentes. Lily les había confesado que Sirius y él habían saltado al lago desnudos en busca del calamar gigante después de que Mckinnon los retara a darle un beso de despedida.

La mañana siguiente, unos minutos antes del amanecer, cruzaron el lago en los mismos botes que los habían llevado durante su primera noche a Hogwarts. El pasaje simbólico de la niñez a la madurez. 

James se sentía como el mismo niño ingenuo de once años.

No creía nunca poder dejar de amar a Regulus. Pero ese día, envuelto en la nostalgia de la etapa que se cerraba para él, tomó la decisión de, al menos, empezar el proceso de dejarlo ir; y eso lo había llevado a tomar muchas otras decisiones, una detrás de otra alejándolo más y más de Regulus Black a través de los años.

El día de mañana, la promesa que estaba por hacer, era el golpe final que rompería con todo lo que alguna vez fueron. Porque aquí estaba James, tomando la decisión más importante de su vida: la decisión de casarse con Lily Evans.

Sacó un pequeño cuaderno del fondo de la caja de recuerdos. Sus páginas protegían las flores secas que Regulus le había regalado con el pasar de los años después de la noche de su graduación. Era lo único que le quedaba de él. La única señal de que tampoco lo había podido dejar ir por completo.

—Floreografía —le había explicado durante su quinto año. Tumbados a la orilla de una de las islas de los terrenos de Hogwarts—es el lenguaje de las flores. Lo usaban como un medio de comunicación durante la época victoriana .

—¿Cómo sabes eso?—preguntó curioso. Regulus conocía los más extraños datos sobre el mundo. Nunca dejaba de fascinarlo. 

El pelinegro se encogió de hombros.

—Andrómeda tenía muchos libros muggles —continuó explicando mientras observa las pocas flores a su alrededor—. Las personas en ese entonces eran incapaces de expresar sus sentimientos y utilizaban flores para enviar mensajes codificados que, de otro modo, nunca podrían decirse cara a cara.

Irónicamente, James comenzó a recibir estas flores marchitas cinco meses después de su graduación. Solo unos meses después de que Regulus cumpliera la mayoría de edad. Un año después de que tomara la marca tenebrosa.







La primera flor fue una Anémona Azul : lamento.  

La segunda, unos meses después, fue una Ortiga : eres cruel.

La tercera, un Jacinto Amarillo : celos.  

Esta llegó cuando Lily y él comenzaron a pasar una increíble cantidad de tiempo juntos. Sus amigos y, más de una persona en el Ministerio -lugar donde trabajaba en su momento-, comenzaron a conjeturar sobre la posibilidad de que estuvieran saliendo juntos. James se preguntaba si los rumores habían llegado, de alguna forma particular, a los oídos de Reggie. 

La cuarta, un año más tarde, fue un Clavel Rojo : corazón que suspira.  

La quinta, una Camelia Amarilla : te querré por siempre.



 

La sexta, ocho meses después, fue un Crisantemo : eternidad.  

La última flor había llegado hace un mes y era una Rosa Blanca : soy digno de tí.

¿Qué historia quería contar Regulus? Y ¿por qué sentía que no podía decirla en voz alta?

James tendría que dejar de recibir esas flores una vez que estuviera casado. Si no por su propio bien, entonces por respeto a Lily. Se planteó muchas veces enviar una él mismo. Una despedida, tal vez. De tener la oportunidad, lo llenaría de rosas de rojo intenso, de aquí al final de sus días: amor para toda la vida. 

 

 

Pero aquello desafiaba el punto que trataba de probarse a sí mismo.

Estaba tratando de dejarlo ir.

Aún recordaba con vergüenza aquella vez después de su primer año fuera de Hogwarts, durante las vacaciones de invierno, cuando irrumpió, borracho y en un momento de valentía estúpida, en Grimmauld Place. Listo para llevárselo con él, pero no había nada que salvar. Ni siquiera pudo obtener un vistazo al apartamento, las protecciones lo detuvieron en el recibidor, y de todas formas no importaba, porque no había nadie en casa. 

Pasó el resto de la noche explicando a los aurores que no estaba tratando de robar Grimmauld.

Regulus nunca le dio la posibilidad de amarlo de verdad y, tal vez, era eso lo que lo tenía reviviendo recuerdos del pasado un día antes de su boda: La esperanza de poder dejarlos ir.

Sintió la presencia de alguien más en la habitación antes de escuchar su voz.

—¿Las flores? —preguntó Lily suavemente a sus espaldas. James se congeló con las manos apretando el cuaderno— ¿Debería estar preocupada? —la pelirroja colocó las manos sobre sus hombros y dio un suave masaje a sus músculos tensos.

—Soy el peor novio del mundo, ¿no es así? —James se rió por lo bajo, avergonzado.

Lily le sonrió, cruzó la distancia para estar frente a él y puso una mano sobre su mejilla con afecto.

—Las bodas suelen tener ese efecto —le aseguró—. Te recuerdan al pasado y lo comparan con el resto de tu vida.

James asintió con la cabeza, indeciso.

—Lo siento, en verdad no debería estar.. —intentó guardar el cuaderno y luego la caja, pero Lily lo detuvo con una mano sobre la suya y negó con la cabeza.

—Está bien, James —sus ojos solo hablaban con cariño—. Prometimos que íbamos a hacer esto juntos hasta el final —observó la caja llena de recuerdos y se rió ligeramente—. Mañana vamos a ser marido y mujer. Lo que es… honestamente, una locura —sonrió cariñosamente—. Creo que… si vamos a pasar el resto de nuestra vida como un equipo, la mejor forma de empezar es sin secretos ni vergüenza.

James asintió pesadamente.

Los ojos de Lily se ensombrecieron un poco. James conocía esa mirada, conocía el nombre detrás de ella.

—Yo también he estado pensando en el pasado.

Suspiró.

¿Cómo habían llegado allí?

—¡Promételo! por tus hijos aún no nacidos —James había apuntado a Lily con un dedo mientras sostenía un vaso de whiskey de fuego que se derramaba una gota a la vez. Estaba total y absolutamente borracho—. Si ninguno de los dos encuentra pareja para el final del año, nos mudamos juntos ¡Tú y yo, Evans! Le demostraremos al mundo que no pueden con nosotros.

—¡James Fleamont Potter! —Lily se ahogó en la última sílaba de su nombre—. Me sonrojas —estaba igual o más intoxicada que él. De cabeza en el sillón del apartamento de sus mejores amigos, dando suaves patadas en el aire sin poder sofocar sus carcajadas—, pensé que nunca me lo pedirías, he estado esperando este momento desde que besaste a mi mejor amiga en tercer año.

James se ruborizó de pies a cabeza y los dos explotaron en carcajadas frente a las miradas extrañadas de Sirius y Remus.

—Yo quiero estar así de borracho —había suspirado Sirius. Remus dejó un beso sobre su cabello.

—¡Espera! —señaló a Sirius con un dedo—. ¡No! Un segundo. Tengo una explicación para eso. ¿Cómo decía Sirius en tercer año? 

—Si tienes los ojos cerrados no cuenta… —terminó Remus.

—¡Si tienes los ojos cerrados no cuenta!

La habitación explotó en risas y Sirius puso los ojos en blanco. De todos ellos, era el que había tenido más problemas para aceptar su sexualidad. A veces a James le gustaba recapitular sobre sus más ilógicas justificaciones para su falsa heterosexualidad. Era hilarante.

Las risas se apagaron y, de un momento a otro, Lily se enderezó en el sillón y su rostro se descompuso.

—Chicos —dijo seriamente—, tengo algo que confesarles…

—¿Lily? —preguntó James con preocupación.

Remus adoptó una posición vigilante.

—Nunca se lo he confesado a nadie, ¿de acuerdo? Y ustedes son mis mejores amigos así que… espero que lo entiendan —miró con especial atención a Remus y Sirius—. ¿Por qué no lo entenderían? —suspiró con nerviosismo—. Es sobre… Yo… —se mordió el labio—, me gustan los hombres… —hizo una pausa y miró a James con tristeza—, pero creo que también las mujeres.

James frunció el ceño, luego la miró con sorpresa, atónito, tratando de que el corazón no se le arrugara ante la tristeza con la que Lily decía esas palabras. 

Los cuatro dejaron que el silencio los absorbiera, cada uno procesandolo a su manera. En verdad los había tomado desprevenidos. Nunca habían tenido que hablar del tema de su sexualidad en voz alta. Cuando Remus y Sirius decidieron comenzar su relación, solo sucedió. Cuando James le confesó a Sirius que había estado viéndose con Regulus en secreto no hubo falta que explicara desde cuándo se sentía atraído por otros chicos o por qué.

Era un acuerdo tácito de tolerancia.

Lily rompiendo el silencio con el filo de su honestidad era… sorprendentemente incómodo. Le recordó a James a un chico de rizos oscuros y ojos grises.

Por eso fue James quien rompió el silencio.

—¡Genial! —dijo torpemente.

Remus rió, con esa risa que decía “James Potter, eres un idiota” .

—Es decir… —comenzó a balbucear—. Eso es genial, porque… a mi también me gustan las mujeres tanto como… los hombres. En realidad creo que podría gustarme cualquier persona que fuera lo suficientemente absurda para soportarme. Y a Remus definitivamente no le gustan las mujeres y…

Sirius resopló con gracia a su lado.

—James Potter, tan elocuente como siempre—se burló Sirius.

—Otra de las razones por la que son mejores amigos —rezongó con gracia Remus.

—Bueno, todos aquí saben lo que me gusta a mí —Sirius suspiró y realizó un gesto obsceno entre su mano y su boca al que James gruñó con desagrado.

Remus levantó una ceja sugestivamente.

—¡Basta! —James arrugó el rostro— ¡No! No quiero esa imagen visual en mi mente.

Lily se reía, un poco más tranquila, desde el sofá.

Sirius fue el primero en levantarse y abrazarla. Los tres la arroparon con sus brazos y entre susurros de aceptación que intentaban tranquilizarla, la chica comenzó a sollozar silenciosamente.

—Un paso más cerca de probar tu teoría Moony —bromeó James cuando se separaron.

—¿Qué teoría? —preguntó Lily con una sonrisa acuosa.

—La teoría de que las amistades no son coincidentes. Los fenómenos llaman a otros fenómenos —dijo con gracia.

Durante una temporada, los meses en que vivieron juntos, le recordaron a James a una versión mejorada de Hogwarts. 

Y por un tiempo, olvidó cómo se sentía tener el corazón roto.

—Creo que deberíamos intentarlo —le dijo Lily después de su primer beso.

Había ocurrido en un parque de Londres. Estaba nevando. James le había prestado su abrigo a Lily y se le estaban congelando las manos. Sus labios tenían sabor a cacao y le recordaban al otoño. Su cabello rojizo hacía un lindo contraste contra la oscuridad del invierno.

—Creo que deberíamos hacerlo —le respondió James seguro, la sonrisa más ancha del mundo en su rostro.

Lo que empezó como una broma terminó por convertirse en realidad unos meses después cuando Lily y James se mudaron a Godric 's Hollow.

—De acuerdo…

Habían sentado a Sirius y Remus en el sofá del apartamento. Lily y James se encontraban parados frente a ellos, la pequeña mesa de café separándolos y la chimenea brindándoles calor a sus espaldas.

—Hay algo que queremos decirles.

—¡James está embarazado! —bromeó Sirius.

Remus puso los ojos en blanco y Lily se rió por lo bajo.

—Muy gracioso, Pads —intervino James.

—Alguien tiene que sacudir un poco la incomodidad de la situación. Están parados ahí danzando como si tuvieran que ir al baño. ¡Escúpelo de una vez!

—¿Lily estás…? —Remus la miró con temor.

—¡No! —Soltó Lily.

—Moony, ¿enserio? —preguntó James, algo avergonzado.

—Dios, ¡No! —siguió Lily—. Nadie está embarazando, ¿de acuerdo? 

Remus se encogió de hombros, pero el alivio cruzó su rostro.

—James y yo decidimos que nos vamos a mudar.

Sirius fue el primero en hablar:

—¿A dónde nos vamos a mudar? Este lugar es más que suficiente.

Remus frunció el ceño a su lado.

—Pads… no…

—Lily y yo —James movió sus manos entre ellos—, vamos a mudarnos. Juntos. A Godric's Hollow.

No podían vivir para siempre con Remus y Sirius, quienes necesitaban la privacidad que le habían quitado de regreso. Más que dar el siguiente paso en su relación, la decisión había sido influenciada por otra necesidad.

Lily era una de sus personas favoritas en todo el mundo.

¿Era el amor de su vida? Probablemente no, pero definitivamente estaba enamorado de ella ¿La veía solo como una amiga? No sabía explicar esa parte, no habían tenido problemas para satisfacer sus respectivas necesidades físicas y a James, honestamente, le encantaba su cuerpo. Así que no, no era solo su amiga. ¿Era una de las personas más importantes en su mundo y no se imaginaba viviendo sin ella? ¡Absolutamente!

Tal vez no sentía por ella los fuegos de pasión que alguna vez sintió por Regulus, pero eso no significaba que no apreciara la maravillosa vida que habían construido juntos en tan solo unos años. Se entendían el uno al otro. Los dos estaban completamente conscientes de que, incluso después de tanto tiempo de duelo, seguían afligidos por el amor de dos personas que nunca les correspondieron de la manera en que esperaban. Y aún así, se podían dar la oportunidad de amar a alguien más. 

James ya había pasado por eso.

Por el duelo, la negación, el odio.

Había intentado abstenerse de tener cualquier otra relación pensando que eso era lo mínimo que podía hacer para rendirle respeto a lo que sentía por Regulus.

Había días en que lo odiaba, odiaba la manera en que lo había hecho de lado tan fácilmente, odiaba las flores que le enviaba, como si supiera que aún sostenía un collar invisible alrededor de su garganta.

Había otros días en que lo extrañaba y se preguntaba: ¿qué había hecho mal?

Había intentado vivir solo durante un tiempo, antes de la temporada que pasó ocupando la habitación de invitados en el departamento de Sirius y Remus. Y cuando estaba solo, lo único en lo que podía pensar era en Regulus y en cómo nunca logró que lo eligiera a él. 

No fue hasta que estuvieron los cuatro juntos (Lily, Remus, Sirius y él), que algo finalmente encajó en su lugar. Una familia lejos de su familia. 

Tal vez había sido Lily quien lo había rescatado. Quien, después de que James se hubiera comportado como un completo idiota por años,  le había dado la misma oportunidad que le habían arrebatado. Una promesa.

—¿Sabes? —le dijo Lily una noche de invierno—Creo que entiendo un poco a Regulus.

Se encontraban tumbados en el patio bajo un manto de estrellas.

—¿A qué te refieres?

—¿Alguna vez has sentido que… no eres suficiente para los demás?

James levantó una ceja. Lily soltó una risa ligera.

—Claro que no… ¡Con ustedes! ¡James Potter!

—¡Hey! Sé que no soy perfecto, ¿de acuerdo? Pero… no sé. Siempre he pensado que de no ser suficiente para alguien solo… trabajaría en serlo.

—Eso es porque Effie y Monty te enseñaron que no hay nada que su precioso hijo no pueda conseguir. Personas como Regulus… personas como yo… aprendimos lo contrario, y pasamos todo este tiempo fallando al desaprender nuestros peores hábitos.

¿Había sido James el culpable de que Regulus no se sintiera suficiente? ¿Era esa la razón por la que no había aceptado su ayuda?

—¿Piensas que pude haber hecho más por él?

Lily se cruzó de piernas y lo miró a los ojos seriamente.

—James, no estoy tratando de justificar a Regulus. Lo que hizo… lo que sigue haciendo… 

El corazón se le arrugó con tristeza.

Lily no lo había dicho, pero James lo había entendido. Regulus era una mala persona. Era lo que los demás solían decir cuando salía el ocasional tema. Él había tomado sus propias decisiones y no había una excusa lo suficientemente buena para justificarlo. Sirius había ido tan lejos como para decirle: “Nunca te mereció, James, y no entiendo por qué no puedes verlo”. A su favor, eso había ocurrido solo un día después del atentado en el Callejón Diagon.

—Lo que estoy diciendo es… que James Potter no amaría a alguien que no tuviera algo rescatable en su corazón y, por eso mismo, te quiero dar un consejo.

James se levantó, apoyando los codos en el suelo, y la miró con admiración, cautivado por sus palabras.

—No es tu responsabilidad pelear las batallas de los demás.  A veces lo único que puedes hacer por las personas que amas es dejarlos recorrer su propio camino y desear poder verlos del otro lado.

—Es solo que…

James se quedó callado.

—A veces nunca llegará al otro lado —terminó Lily—, y eso también está bien.

La miseria ama a la compañía. Remus tenía un disco con ese título. James nunca pensó que Lily pudiera convertir su miseria, en los años más divertidos de su vida. 

Y luego estaba el tema de la familia de Lily…

La familia de Lily era sumamente estricta. James no supo cuánto hasta que tuvo que convivir con ellos. Su hermana era abominable y estaba seguro de que había tratado de envenenarlo la noche en que sus padres se conocieron. La presión era constante e ineludible. 

—Así que se van a mudar —comenzó Petunia—, juntos —Hizo una pausa—. Sin haberse casado.

Aunque en un principio lograron safarse de ese compromiso, no pasó mucho tiempo antes de que Lily perdiera la cabeza.

—¡Vamos a hacerlo! —le dijo un día desesperada—. Vamos a casarnos. Juro que haría lo que fuera por dejar de escuchar sus quejas por solo un mes.

Honestamente, James no estaba en contra de la idea, no dudó ni un momento en proponerlo como una opción pasado el calor del momento. Si pudiera vivir de esta forma por el resto de sus días entonces no tendría que pedirle de nuevo ningún favor al amor.

Lily entendía su situación mejor que nadie. Eran honestos el uno con el otro de una forma en la que nunca lo habría sido ni con sus mejores amigos. Se preocupaba por sus sentimientos, por su bienestar, se convirtió en su mayor confidente y él, de regreso, en su mayor protector.

Tal vez Lily no era su alma gemela, pero se había convertido en una parte enorme de su corazón.

Luego llegó una razón mucho más grande para contraer matrimonio.

 

Sin embargo…

Regulus Black.

Estás mirando estrellas en el cielo que ya no están ahí.

 

—¿Viste el cuadro que envió Pandora?—le preguntó a Lily con cautela, tratando despejar sus pensamientos y regresar de vuelta al presente.

Ella sonrió con melancolía.

—Es precioso —admitió.

—¿Crees que asista a la boda?

Lo negó con un movimiento de su cabeza.

—Parte de mí quisiera que Regulus asistiera —le confesó—. Me siento un poco culpable por ello.

—Oh, James —Lily lo abrazó y suspiró en su oído—¿Estamos totalmente locos por hacer esto?

James se encogió de hombros, pero luego la apretó más contra su cuerpo.

—Aún así, quiero hacerlo.

La boda le había traído inmensa felicidad a sus padres, amigos e incluso a ellos mismos. Nada que causara tanta unión y esperanza podía ser un error. Era una bendición dentro de la tragedia en la que se habían convertido sus vidas. Cuando hay tan pocas razones para celebrar la vida, es el momento perfecto para tomar cualquier oportunidad de hacerlo.

—James....—susurró Lily suavemente y colocó una mano sobre la suya.

James levantó la mirada con preocupación y, justo en ese momento, interrumpiendo su conversación abruptamente, el patronus de un lobo entró corriendo en la habitación.

—¿Es el patronus de Sirius?

El perro se subió a la cama e inclinó su cabeza hacia él.

—Prongs, sé que este es el peor momento para… pero no sé qué hacer… necesito que estés aquí, ahora…

James se levantó de golpe de la cama, alarmado. La voz de Sirius. Sirius no le hubiera enviado un patronus a ese lugar si aquello no fuera importante. Solamente él y Peter sabían de la localización de la casa de sus abuelos.

—Lily, prepara los polvos Floo.

La pelirroja bajó las escaleras como alma que lleva el diablo.

Estábamos equivocados. Todo este tiempo pensamos que Regulus nos había traicionado y ....  

James Potter estaba completamente paralizado por el miedo. ¿Había conjurado ese momento? ¿Lo había atraído al abrir la caja de recuerdos esa mañana?

Mi hermano pequeño está en peligro…

El mundo se cerró a su alrededor.

Estoy harto de arrastrarte a mi desastre de vida pero…

—Sirius…

—... necesito al hermano que aún no he perdido. Te necesito aquí tanto como Reggie nos necesita a ambos.

Lily entró a la habitación antes de que terminara el mensaje.

—Estamos en casa de Pandora, pero no nos queda mucho tiempo. Le ordenaré a Kreacher que vaya a buscarte una vez que estemos en la cueva. Lily …. Si estás allí. Lo siento mucho, en verdad lo siento. Espero que ambos puedan perdonarme.

—¿Cuál es la emergencia?—preguntó asustada.

James levantó la mirada con terror.

—Es Regulus.

No tuvo que decir nada más. La conexión entre James y Lily era tan profunda, que podía sentir lo que él sentía, después de todo, ella era parte de su corazón.

—Voy a buscar mi abrigo —dijo con seguridad.

Treinta minutos después, el paisaje colorido y acalorado del sur cambió por la fría humedad del norte. No podía haber escenario más adecuado para ese momento de sus vidas.

Notes:

¡Hola! Ahora que esto es público me voy a ir a esconder bajo una roca. Esto es una mierda pero es mi mierda.
Decidí que voy a agregar un capítulo más en la perspectiva de James que va a seguir toda la relación de James y Regulus desde su perspectiva. Va a llenar esos vacíos de ¿cómo llegaron a quererse tanto? y ¿qué tuvo que hacer James para ganarse la confianza de Regulus? Eso va después del próximo capítulo que voy a subir, que es solo un interludio de Reggie.

¿Qué les pareció? La verdad no edité taaaaanto como pensé, casi todo este capítulo se quedó igual a como estaba en un principio de la historia que había escrito. Creo que más que mostrar al James que puede con todo, muestra al que quedó después de su ruptura con Regulus y... ufff ¿por qué escribí esto?

Gracias por sus kudos y comentarios. Si no están muy apurados, me gustaría escuchar sus teorías, ¿cómo van a sacar a Reggie de la cueva? Nos acercamos tanto a la escena de la cueva OMG. ¡Vamos! ¡A terminar esta historia de una vez por todas!

Tengo en mente un Wolfstar muy bonito que me gustaría escribir y también quiero terminar de escribir mi novela original este año.

Chapter 16: Regulus: Sirius hubiera sido más valiente

Summary:

"Fue tan fácil reír juntos y era tan difícil llorar solo."

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Regulus

Sirius hubiera sido más valiente 

 

 

Regulus no iba a salir de la cueva.

Sostenía el cuerpo de Kreacher para que no se lo llevara la marea, pero en algún punto, uno de los inferis se lo arrebató de las manos.

Tenía que hacer algo.

Kreacher había mentido. Se lo había imaginado. Era una alucinación. Nadie venía por él. No le había contado a nadie sobre sus planes. Ni siquiera había planeado terminar ahí.

Podía utilizar un hechizo adormecedor y acabar con eso rápidamente antes de que los inferis destrozaran su cuerpo.

Regulus no quería morir.  

La idea de utilizar el Avada Kedavra contra sí mismo le causaba náuseas. 

Regulus no quería morir.

Sirius hubiera sido más valiente.

Regulus no quería morir.

La luz de la cueva se apagaba suavemente, como el sol que se esconde tras las montañas al finalizar el día. 

Extrañaba el sol.

Kreacher había dicho que afuera hacía un buen día. ¿Podría arrastrarse a la salida? 

Extrañaba a James. 

Fue tan fácil reír juntos y era tan difícil llorar solo.

El sol y James. Nunca volvería a ver a ninguno de los dos.

Notes:

Un pequeño interludio.

¿Listos para rescatar a Reg?

Chapter 17: James: ¿Por qué las rosas necesitan espinas?

Summary:

"James no lo sabía entonces, pero para que las rosas nacieran, primero debían crecer espinas."

Notes:

Este capítulo es para los que vinieron aquí por el Jegulus.

Va entrelazado con este otro: El juramento mágico. Decidí no repetir las escenas desde la perspectiva de James, pero si quieres leerlo secuencialmente, cada que James hace la recapitulación de uno de sus encuentros con Regulus es porque está escrito en ese otro capítulo.

Esta es la sección de la torre de astronomía en donde ocurre todo lo que sucede en el capítulo. Esta es la lechucería. Puedes ver el video para tener una mejor imagen mental de sus alrededores.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

James

¿Por qué las rosas necesitan espinas?

Parte I

 

Hogwarts, 1974

 

Sirius irrumpió en la sala de estudio como una tormenta, lanzó un libro contra James y empujó su silla con el pie para que lo viera a la cara. Remus venía cojeando tras de él, con la respiración entrecortada y una expresión de preocupación en el rostro.

—¿Cómo es eso de que estás planeando hablar con mi hermano?

James miró a Remus automáticamente, quien desvió la mirada y luego suspiró con cansancio.

—¿Le contaste? —preguntó ofendido.

—¡Claro que me contó! —gritó Sirius, llamando la atención de varios alumnos alrededor de ellos.

Remus envió una mirada avergonzada en su dirección y se encogió de hombros.

—Bien —James respiró profundamente—, escucha, Sirius… 

—¡No! Escúchame tú a mí, Prongs —apuntó un dedo a su rostro amenazadoramente—. No quiero verte a medio metro de él, ¿me entiendes?

—Un momento, no puedes…

—¿No? ¿Quieres probarme?

James frunció el ceño en descontento.

—¿Qué tiene de malo? —alzó la voz, repentinamente enfurecido, igualando la de Sirius.

—¿Qué- ? —Sirius se agarró de una de las mesas como si se fuera a desmayar ahí mismo ante la pregunta. James puso los ojos en blanco ante su dramatismo innecesario.

—No es como si fuera a hacer algo malo, Pads. Solo quería… ¡no sé! Tratar de ser su amigo o algo…

—¿Tratar de- ? —se llevó una mano a la boca—. No puedo con esto, Remus —lo miró, como si buscara apoyo—. James —le dijo con dureza, como si hablara con un niño—, hay una razón por la que no hablo de Regulus ni con Regulus cuando estamos en el colegio, ¿de acuerdo?

James ya se había dado cuenta de eso.

—¿Y esa razón es…?

—¡No de tu incumbencia! —le gritó de regreso. James cruzó los brazos y frunció, imposiblemente más, el ceño—. Si digo que no te acerques a Regulus, lo haces y punto, ¡Porque eso es lo que hacen los amigos!

James se quedó callado, mientras Remus los miraba con preocupación pero no parecía tener ninguna intención de intervenir.

—Que sea tu amigo, no significa que no pueda pensar ni actuar por mí mismo —le respondió serio.

Sirius pateó una de las sillas. James no se inmutó ante su berrinche.

—Está bien, entonces tienes dos opciones: Ve y hablale a Regulus, hazte su amigo si quieres, pero no vuelvas a dirigirme la palabra a mí.

James soltó una risa sarcástica.

—Eso no es una opción.

Sirius levantó las manos en el aire con frustración.

—Es lo que tienes.

—Tú —James miró a Remus de reojo—, ¿no piensas decir nada?

—Es su familia —intentó razonar Remus, poniéndose de su parte. James ni siquiera podía culparlo, sabía que su propia amistad con Sirius estaba colgando de un delgado hilo. Pero estaba enojado y le parecía totalmente injusto.

—Solo quería ayudarlos —intentó una última vez.

—No necesito tu ayuda —mordió Sirius con veneno.

James no pudo evitar sentirse un poco herido por esas palabras.

—Está bien. Si no quieres que le hable, no lo voy a hacer. No me voy a meter entre ustedes.

—¡Bien! —exclamó Sirius.

—¡Bien! —lo secundó James.

El pelinegro se dio media vuelta y salió de la sala de estudio, tirando todo en su paso solo para demostrar el punto de que estaba enojado. Remus se quedó quieto en su lugar con la mirada fija en James.

—¿Qué? —preguntó James exasperado.

—Lo siento, Prongs.

James suspiró y negó con la cabeza, incrédulo aún ante lo que había ocurrido y enojado por haber sido arrinconado a tomar una decisión. Se dio media vuelta, y regresó la mirada a sus pergaminos, pero ni siquiera se acordaba de qué había estado haciendo antes de que Sirius irrumpiera el lugar. Remus jaló la silla a un lado suyo y se sentó en ella.

—Sirius solo está pasando por un mal momento —explicó.

—No puedo creer que le contaras.

—No era mi intención, solo… salió en la conversación.

James suspiró con frustración.

—Está bien —miró de reojo al castaño, que seguía con el ceño fruncido. Parecía ayer cuando se ganaron la confianza de Remus, tan frágil y tambaleante. James no quería ser la causa de que se retrajera más—. Solo… no entiendo cuál es su problema.

Remus se encogió de hombros.

—Regulus se hizo amigos de esos dos chicos —James no conocía sus nombres, pero sabía a quiénes se refería—. Mi teoría es que siente que está siendo reemplazado. Regulus nunca tuvo muchos amigos.

James volvió a suspirar, una extraña bola de fuego instalada en su pecho que no entendía y que achacaba al enojo que sentía por las acciones injustas de Sirius.

—¿Y qué? ¿piensa que yo también- ? —James no tuvo que terminar la frase. Remus asintió con la cabeza con pesar—. ¡Merlín! Eso no tiene sentido.

Fue el turno de Remus de suspirar con pesadez a su lado, fijando la mirada al frente, lejos de los ojos de James.

—Sirius no tiene mucho sentido en general —comenzó a jugar con sus dedos sobre la mesa en un gesto de ansiedad—. Entonces, ¿vas a desistir?

—¿De hablar con su hermano? —preguntó con sarcasmo—. No es como si tuviera otra opción, ¿no? Y de todas formas, creo que a este punto solo sería contraproducente.

Remus asintió.

—James… ¿por qué- ?

Pero entonces los interrumpió una cabeza de fuego que llevaba una montaña de libros en las manos a punto de caerse. James se levantó de inmediato y ayudó a Lily a cargarlos.

—No necesito tu ayuda, Potter —le dijo de mala gana, pero dejó que colocara los libros sobre la mesa y los acomodara, James lo hizo sin chistar. Lily miró de reojo a Remus con alivio—. ¡Bien! Lupin. A ti te estaba buscando. El profesor Flitwick me pidió que te ayudara a practicar para el siguiente examen. Vamos a ir a un lugar en donde no puedas prender nada en llamas.

Remus puso los ojos en blanco. Últimamente, tal vez debido a la adolescencia y las emociones disparatadas que sentía, su magia había estado actuando en protesta. Fue cuando encendió el escritorio del profesor Flitwick en llamas azules que los maestros decidieron que tenían que hacer algo al respecto. James no comentó nada, le hizo un gesto con la cabeza a Remus para que siguiera a la pelirroja, quien lo miró con sospecha.

—De acuerdo —respondió el castaño con fastidio y se levantó de la mesa.

Lily se detuvo e hizo una doble toma de James, mirándolo de arriba a abajo como si buscara algo fuera de lugar.

—¿No piensas autoinvitarte? —le preguntó con extrañeza.

—No el día de hoy —admitió James, quien lucía una sonrisa, pero no podía ocultar su inconformidad.

—Vamos, Lily —la instó Remus. Recogió la mitad de los libros y le dio un empujoncito hacia la salida.

Mientras los veía partir, y la cabeza pelirroja volteaba para observalo a la lejanía, James se puso a pensar en que era la primera vez que Lily le prestaba tanta atención. Y aún así, no podía sacudirse el sentimiento de tristeza que, repentinamente, lo había embriagado.

 

 

Hogwarts, 1975

 

Sirius dijo que no podía acercarse a Regulus, pero nunca dijo nada de Regulus acercándose a él. Por eso, cuando un chico rubio de mirada estrellada lo interceptó después de la práctica de quidditch no pensó dos veces antes de tomarlo como su señal. 

—¡Hey, Potter! 

Evan Rosier se acercó trotando hacia él.

—Hey —Sus cejas se fruncieron ligeramente, un atisbo de confusión cruzando su rostro y una leve sonrisa suavizando la expresión. Se secó la frente con una toalla y con un movimiento rápido de su varita, una de las botellas de agua levitó desde la mesa y aterrizó suavemente en su mano extendida.

—Buena práctica —lo felicitó el rubio.

No sabía que Rosier era fan del quidditch.

—Gracias —logró decir, aunque la palabra sonó un poco forzada.

Evan se relamió los labios y, al parecer, decidió dejar las formalidades de lado.

—Bien, este es el asunto. Conoces a Regulus —comenzó. 

Apenas escuchó el nombre de "Regulus", los ojos de James se abrieron de golpe, redondos como platos. Toda la tensión que había estado acumulando se disipó de golpe, reemplazada por una incredulidad palpable. Definitivamente, esta conversación no iba por el camino que esperaba.

—Sí, claro que conozco a Regulus. Es el hermano de mi mejor amigo.

—Perfecto, entonces…—Evan entrecerró los ojos—. Solo vine a decirte que quiere hablar contigo.

—¿Qué? ¿Por qué querría Regulus hablar conmigo?

Evan se encogió de hombros inocentemente.

—No lo sé. Deberías preguntarle, eso fue todo lo que me dijo.

James se rascó la nuca, la piel tensa bajo sus dedos, y tomó un largo sorbo de agua, solo para asegurarse de que esa conversación no fuera una alucinación producto de su deshidratación. No. Evan Rosier todavía seguía frente a él.

—¿Te dijo cuándo o…? ¿Por qué?

Evan se volvió a encoger de hombros.

—¡No lo sé! Solo dijo eso, ¿vale? —le dio una palmadita en el pecho—. ¡Buena suerte! —luego se dio media vuelta y desapareció entre las grandes puertas de madera del campo de quidditch.

—¿Qué demo…. ¡Espera! ¡Rosier! 

Pero el rubio no se detuvo.

¿Por qué Regulus no fue a hablar con él por sí mismo? Era un misterio que no lograba descifrar por sí solo. 

Tendría que investigar más al respecto.

 

 

—¿Qué estás haciendo, James Potter? —se preguntaba a sí mismo mientras caminaba por los pasillos nocturnos de la escuela bajo la capa de invisibilidad con el mapa del merodeadores en mano—. Está bien. Esto no es nada raro. ¡No! Nada raro.

Llegó al tope de las escaleras de piedra, frente a la gran puerta que llevaba a la torre de astronomía, donde, del otro lado, el nombre de Regulus se encontraba inmovil en el mapa.

Era la segunda noche, luego de que Regulus quemara su nota en el gran comedor (La que decía: “¿Tu amigo dijo que querías hablar? J.P.”) , que subía allí con la intención de preguntarle qué había querido decir Evan. 

La primera, James pasó cinco minutos frente a la puerta discutiendo consigo mismo si era o no apropiado entrar, antes de regresar al dormitorio.

Esa segunda noche, tampoco se atrevió a hacerlo 

La tercera noche, abrió la puerta decidido a encontrar respuestas sólo para ser insultado por Regulus, quien le dijo con seguridad que nunca serían amigos.

James se sentía un poco avergonzado, pero por alguna razón que aún no lograba entender, no podía dejar de pensar en Regulus.

El fin de semana llegó y, con él, la visita de invierno a Hogsmeade. Una de sus favoritas, ya que el pequeño pueblo estaba decorado con luces, árboles, guirnaldas; y Las tres escobas cocinaba un tronco de navidad delicioso que le recordaba a la comida de su madre.

—Sirius —pateó su cama—, ¡vamos! No te va a ayudar de nada quedarte aquí.

—¡Vete al diablo, Potter! —gruñó antes de cubrirse aún más con la sábana de su cama.

James suspiró con tristeza.

Esa mañana, Sirius había recibido una carta de su madre negándole la visita a casa de su tío esas navidades. Era una literal patada en los huevos, porque Sirius había estado planeando ese viaje a Francia desde el verano anterior con unas ansias implacables, además, James sentía que necesitaba hablar con alguien, en específico Alphard, acerca de su creciente interés por Remus Lupin, pero no había nada que hacer hasta que cumpliera la mayoría de edad. Walburga sostenía la llave de su libertad.

James cruzó la habitación, se inclinó en el suelo para estar al nivel de la mirada de Sirius, y acarició su melena rebelde de rizos.

—Lo siento, Pads. Sé que no es justo, pero las próximas navidades las pasarás con nosotros —le prometió—. En este momento no hay nada que puedas hacer, ¿vas a dejar que también arruine tu salida a Hogsmeade? Es como si la dejaras ganar esta batalla también.

Sirius suspiró, su rostro apenas visible entre el montón de sábanas.

—No quiero ir —respondió con la voz amortiguada, cada palabra cargada de resistencia.

—¿Tengo que llamar a Moony? —amenazó James.

—¡No! —se quejó Sirius, y su cabeza emergió de la montaña de tela—. Solo déjame cocerme en mi miseria, ¿de acuerdo? ¡Vete y disfruta con los demás!

—¿Qué clase de amigo sería si te dejara hacer eso? —le respondió James, tratando de deshacer la maraña de sábanas en la que se encontraba sin ningún éxito—. ¡De acuerdo! —exclamó con una falsa resignación—. Entonces… ¡Está decidido! Moony se queda contigo esta tarde —Justo en ese momento, como si lo hubiera invocado, Remus abrió la puerta del dormitorio, su expresión ligeramente confusa, probablemente ante la mención de su nombre. James cruzó la habitación y le palmeó el hombro al castaño—. ¡Perfecto! ¡Qué bien que llegas! Sirius no quiere salir de la cama.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Remus, el olor a pastelillos aún en su ropa después del desayuno.

—No pensabas ir a Hogsmeade, ¿cierto? —James vió de reojo el lugar en donde Sirius ahora gruñía en reclamo. Se acercó a Remus y bajó un poco la voz—. ¿Puedes quedarte con él? Su mamá le envió una carta y…—No tuvo que explicar más. Notó el entendimiento en los ojos de Remus, quien apretó los labios en una línea fina y asintió con la cabeza.

—Está bien, Prongs. Yo me quedo con él.

Luego desenvolvió a Sirius de las sábanas y se hizo espacio a un lado de él a pesar de sus protestas. James recogió sus cosas tan rápido como pudo.

—Deja de lloriquear —escuchó decir a Remus—, ¿no estás ya grande para andar con este tipo de berrinches?

James sonrió, una calidez se extendió por su pecho mientras se dirigía hacia la puerta. Su sonrisa se ensanchó aún más cuando la cabeza de Sirius emergió renuentemente de entre las almohadas y se apoyó en el hombro de Remus. Con el corazón inflado de una ternura desbordante, cerró la puerta para darles su espacio.

Hogsmeade estaba envuelto en colores rojos, verdes y dorados, el olor a vainilla y pino inundaba sus calles y los villancicos se oían a la lejanía embelleciendo la atmósfera del pequeño pueblo con su magia. Había un conjunto de niños rodeando la carreta del señor Fork, el vendedor ambulante de pirotecnia mágica, practicando hechizos para lanzar fuegos artificiales con sus varitas. James deseaba volver a tener esa edad solo para unirseles.

Entró primero a Gladrags Wizardwear. Su madre había encargado que le midieran un traje en color vinotinto para la fiesta de navidad ese año. James bufó internamente, sintiendo cómo el modista lo jaloneaba sin piedad de un lado a otro, mientras los inevitables pinchazos de alfileres lo hacían querer estar en cualquier lugar menos allí. 

Si bien su familia no solía organizar bailes pomposos, ese año sus padres sentían la necesidad de estrechar lazos con sus aliados. Después de todo, en momentos como esos, era bueno recordar qué era lo que los unía. James no estaba seguro de entender por completo la política detrás de todo el asunto, pero no le parecía mala idea. Cualquier oportunidad para pasar las navidades con un largo grupo de amigos era bienvenida. Hubiera sido más agradable haber podido invitar a Remus y Sirius, pero, como la vida se había encargado de demostrarle ya muchas veces antes, no siempre podía obtener lo que deseaba.

Después de eso, Peter y él hicieron su recorrido por Zonkos, Hondeydukes y Scrivenshaft. James se encontraba del brazo de Marlene, de camino a la taberna, cuando entre las casas logró ver un destello de magia y una masa de cabellos ondulados. Se detuvo en seco, haciendo que la chica a su lado se tropezara.

—Acabo de recordar que se me olvidó algo —le dijo, la mirada fija en la distancia, y soltó el brazo de Marlene—. Los veo adentro, ¿de acuerdo?

—¿Qué? —preguntó Marlene ofendida.

—¡James! —gritó Peter, mientras este ya se abría paso entre la gente.

—¡Los veo dentro! —repitió sin girarse—. Vayan pidiendo una cerveza para mí, ¿de acuerdo?

Escuchó sus murmullos de confusión a la distancia, pero eso no lo detuvo. Caminó entre las casas hasta llegar a uno de los patios exteriores. La nieve cubría el suelo y sus zapatos hacían un sonido sordo con cada pisada que daba. Regulus no se dio cuenta de su presencia de inmediato.

—¡Depulso! 

Los tablones de madera de una caja salieron volando por los aires.

—¡Incendio!

Una de las lámparas de aceite se encendió en llamas.

¡Bombarda!  

Uno de los arbustos explotó, todas sus ramas esparciéndose y aterrizando sobre las hombreras de la chaqueta de piel que estaba usando.

—¡Vaya! —suspiró James.

Regulus apuntó su varita de inmediato en su dirección, amenazandolo con ella. James subió los brazos en señal de rendición.

—Vengo en son de paz —aclaró rápidamente.

—¿Qué haces aquí, Potter?

James no pudo evitar sonreír de lado con soberbia.

—Mi nombre es James —soltó con la única intención de burlarse, porque hacía sólo unos días Regulus le había pedido que no lo llamara “ Reggie ”.

—No me puede importar menos cuál es tu nombre.

El pecho de Regulus subía y bajaba con agitación. James se preguntaba, qué furia podía rebasar el límite de lo que alguien como Regulus podía soportar.

—¿Sabes? Ese arbusto no tiene la culpa de tu mal humor.

Regulus entrecerró los ojos con odio.

—¡Lárgate! —lo amenazó—. ¡Lárgate o te voy a maldecir!

James hizo algo arriesgado. Ante los ojos sorprendidos de Regulus, sacó su varita del bolsillo de la chaqueta de piel y la blandió en el aire frente a él, adoptando una posición defensiva.

—De acuerdo, ¿quieres un compañero de duelo? Puedo ser tu compañero de duelo.

Regulus se tensó en el acto, pero lo consideró por unos segundos. Su mirada desafiante no dejó la de James en ningún momento, como si estuviera probando sus límites, preguntándose: "¿Qué tan lejos estás dispuesto a llegar, Potter?" Pero James no flaqueó.

Si Regulus necesitaba un saco de golpes, ¿qué mejor que enfrentarse con alguien de su tamaño? Alguien como James, que estaba listo para desafiarlo, pero nunca sería capaz de hacerle daño. Honestamente, la idea de un duelo contra Regulus le parecía repentinamente emocionante, un torrente de adrenalina corriendo por sus venas.

—¡Mérde! —gritó Regulus exasperado, su voz ensordecida por las paredes de piedra, tomándose de la cabeza con ambas manos. James se arrepintió cuando vio el comienzo de lágrimas en sus ojos resultado de la frustración. Tal vez había llegado demasiado lejos. Tal vez había malinterpretado la situación. Bajó su varita lentamente.

—Lo siento…

Regulus lo silenció con un movimiento de su mano.

—¡No! No digas nada más. Debería cortarte la lengua para que no puedas volver a hablar.

A James le cruzó un escalofrío en la espalda ante la idea, pero atribuyó la crueldad de sus palabras a su enojo. No lo conocía, pero creía ciegamente que Regulus no sería capaz de hacerle eso. De todas formas, se quedó callado por unos segundos, para luego acercarse unos pasos, con cuidado, y sentarse en una de esas cajas de maderas que estaban a su lado.

—¿Reg? —le dijo con suavidad. El pelinegro se estaba cubriendo el rostro con las manos, así que James no sabía si en realidad había comenzado a llorar o sus lágrimas habían sido solo una alucinación suya—. ¿Estás bien? —preguntó con preocupación.

—¡Todo es culpa de Sirius! —soltó, de un momento a otro, con una voz ahogada y el odio encendiendo cada sílaba que salía de sus labios como un dragón—. Si mi estúpido hermano se hubiera quedado callado, si hubiera hecho lo que le dije en un principio y me hubiera dejado manejar la situación no tendriamos que… —Regulus no utilizó su varita, lo que fue sorprendente, pero había chispas saliendo de la punta de sus dedos como si no pudiera contener la magia que fluía por su cuerpo, como si buscara una desesperada salida. James nunca había visto algo así—. ¡Pero no! —una risa sarcástica—.  Claro que no. Sirius piensa que las cosas solo pueden estar bien hechas si él las hace. Y ahora, gracias a que tiene el ego más grande que la cabeza… —Regulus se detuvo y soltó otra maldición, afortunadamente, en dirección al lago tras de ellos— ¡lo volvió! —hechizo— ¡a arruinar! —hechizo— ¡TODO!

James miraba la escena con curiosidad y preocupación.

—¿Estás hablando de la visita que le iban a hacer a Alphard? —preguntó con cautela.

Regulus capturó sus ojos con una intensidad y tristeza que no había experimentado antes. El entendimiento lo cruzó como una daga.

—¡Por supuesto! ¿Por qué no te contaría cada detalle de nuestra vida?

James se sintió un poco avergonzado. No que hubiera nada malo con ello, Sirius era su mejor amigo y estaba en su derecho de contarle lo que quisiera.

—Lo que sea que haya hecho, solo lo hizo porque en verdad quería ir…—alegó James.

—No lo suficiente para mantener la boca cerrada, al parecer —respondió Regulus con rabia.

Se quedaron en silencio por unos segundos. James lo dejó calmarse, recuperar el aire, caminar de aquí a allá dejando atrás el fuego de su ira con cada paso en la nieve hasta que se congeló y se sentó a su lado derrotado. Los hombros caídos, sus músculos relajados. La batalla consigo mismo dejando su cuerpo.

—¿Puedo preguntar algo?

—Si la historia nos ha enseñado algo, es que lo harás de todas formas —respondió sarcásticamente.

James suspiró, como si exhalara el cansancio que Regulus sentía, y luego dijo:

—¿Qué fue eso tan malo que hizo Sirius?

Cuando Regulus respiró profundo antes de responder, no estuvo cargado de ira, sino de resignación. James sintió el impulso de rodearlo con los brazos, de ofrecerle un abrazo, o al menos acercarse y posar una mano sobre sus hombros; era lo que haría para cualquiera de sus otros amigos. Sin embargo, Sirius le había comentado alguna vez que Regulus tenía problemas con el contacto físico, y James no quería provocar un nuevo ataque de ira o que Regulus se marchara, dejándolo con las palabras en la boca.

—No lo entenderias…

James recordó esas mismas palabras de los labios de otro de los hermanos Black.

—Pruebame. 

Y para su sorpresa, esa vez, algo cambió. El rostro de Regulus se endureció, una fracción de segundo de duda antes de que una decisión se asentara en su mirada. Algo en los ojos de James lo convenció de que valía la pena confiar, y ¿no era eso un verdadero milagro?

—Sirius no era el único que quería pasar las navidades en Francia. Ambos estábamos esperando esa visita desde el día en que recibimos el patronus de Alphard las vacaciones pasadas —James juntó los cabos, recordando la manera en que Sirius había saltado de la emoción al contárselo cuando abordaron el tren—. Madre nunca quiere que vayamos a la mansión, mucho menos si él está ahí, pero este año es diferente… este año… bueno… ¡En fin! Ya habían aceptado, solo esta vez, solo si prometiamos comportarnos, pero entonces Sirius tuvo que ir y escribirle a madre sobre ello… “Solo para asegurarme de que sigue en pie, Reggie” —Regulus imitó a la perfección una voz ridiculizada de Sirius. James no pudo evitar soltar una pequeña risa por lo bajo y Regulus suspiró de nuevo—. ¿Sabes cuál es la peor parte?

James tenía miedo de abrir la boca. No podía recordar la última vez en que Regulus le había dirigido la palabra por tanto tiempo. Se encontró a sí mismo entre la emoción y el nerviosismo, deseando no quemar el puente que iban construyendo con el peor tipo de materiales y, aún así, esperando que resistiera su peso.

—¿Cuál es la peor parte?

Regulus no lo miró a los ojos esa vez, y se tomó un tiempo antes de hablar de nuevo.

—Que esta era nuestra última oportunidad.

Su corazón se detuvo como si fuera un reloj descompuesto. El mundo se había detenido. Porque, por primera vez durante todo ese tiempo, el universo le daba la razón a James.

—¿Qué quieres decir?

Regulus se retrajo de inmediato.

—Olvidalo, no debería estar hablando de esto, mucho menos con… —levantó la mirada y encontró la suya, y James supo entonces que no necesitaba decirlo porque ya sabía a qué se refería.

Era la última oportunidad para recuperar su relación con Sirius.

—Juro que no diré nada.

Regulus negó con la cabeza, como si se arrepintiera, como si lamentara haber cedido tan fácil cuando no había sido para nada fácil llegar a ese punto. Entonces levantó la varita frente a su rostro, casi tocando sus lentes, y James intentó no inmutarse ante la acción.

—Dame una razón para no borrarte la memoria.

—No lo harías… —dijo incrédulamente. La mirada decisiva de Regulus lo inmutó. No lo haría. Regulus no sería capaz. James tragó grueso con nerviosismo, sabiendo el peso que tenían sus próximas palabras—. No soy tu enemigo, Regulus, y puedo demostrarlo si me dejas.

James se preguntaba si Regulus alguna vez había tenido algo más que enemigos.

—No has hecho un muy buen trabajo de ello.

—Puedo hacerlo mejor.

Regulus bufó por lo bajo.

—Claro que puedes —respondió con sarcasmo y casi escupió sus siguientes palabras:— ¿Hay algo que no pueda hacer el magnífico James Potter?

James frunció los labios.

—Muchas cosas, de hecho.

Los ojos de Regulus brillaron con repentina sorpresa ante esa pequeña demostración de honestidad. Bajó la varita lentamente y la guardó en uno de los bolsillos de su abrigo. Fue entonces que se dio cuenta de lo cerca que estaban.

—No le vas a contar a nadie sobre esto —ordenó Regulus, como si estuviera sellando un acuerdo, su voz baja y cargada de una amenaza implícita.

—No lo haré —juró solemnemente. 

—O lo lamentarás.

—Lo juro por mi magia —James lo dijo con firmeza, como si la gravedad de sus palabras se deslizara de su conciencia, una característica que solo confirmaba el hecho de que fuera un león. Nadie juraba tan fácilmente por su magia, pero James estaba seguro. Regulus asintió una vez con la cabeza y su rostro se mantuvo estoico, negándose a mostrar cualquier atisbo de asombro aunque James lo podía ver en las grietas de su expresión. En la manera en que su garganta se tensaba y la tensión a flor de piel estiraba su cuello—. Solo quiero ayudar, de la manera en que quieras permitirme.

Regulus pareció considerarlo, a pesar de la resistencia y la duda, a pesar de que probablemente iba en contra de todo lo que conocía, y James solo pudo estar agradecido por ello.

—Tus amigos deben estar esperándote —le recordó.

James pestañeó una, dos, tres veces y luego salió del trance de sus ojos grises.

—Sí… Sí, debería… —James se levantó despacio, como si no quisiera que esa conversación acabara—. Gracias —dijo torpemente. ¿Gracias por qué? —. Y sobre lo otro…

—Mejor no digas nada —le aconsejó Regulus.

James asintió con la cabeza aliviado. No sabría qué decir para arreglar su situación cuando, claramente, no había podido ayudar a Sirius a salir de la cama esa tarde.

—Nos vemos —dijo antes de regresar, intentando cerrar su propia promesa con esas palabras. La promesa de que no sería tan fácil deshacerse de él ahora.

Escuchó el bufido de Regulus a sus espaldas, pero no volteó, con miedo a que todo fuera producto de su imaginación.

 

 

James había estado repasando la breve conversación una y otra vez en su cabeza. Si antes Regulus le daba vueltas por ella, ahora ocupaba cada rincón de sus pensamientos sin pagar renta, como si hubiera armado un campamento y se hubiera acomodado en el sillón más cómodo. Alice, la capitana del equipo de Gryffindor, tuvo que regañarlo por haber perdido la Snitch, y lo amenazó con hacerlo pagar por la siguiente que perdiera.

“Nuestra última oportunidad”.

Esa frase se repetía en un bucle infinito y James se preguntaba: ¿por qué era la última? ¿por qué no podía ser la primera de muchas más?

James había subido una vez más después de su encuentro en Hogsmeade a la torre de astronomía con el objetivo de ver a Regulus. 

—Hola.

Regulus bufó en descontento y se separó del barandal, listo para salir de allí.

—¡Un segundo! Solo… —puso las palmas en el aire frente a su pecho—. ¡Espera! Solo quiero hacerte unas preguntas y luego me iré.

—No.

Regulus intentó escapar por un costado y James se lo impidió, poniendose de nuevo en su camino.

—¡Por favor! 

—Dije que no —repitió molesto.

Una vez más, se interpuso entre él y la puerta hasta que las palmas de James casi tocaban el pecho de Regulus. Era muy consciente de evitar tocarlo.

—¡Está bien! No tienes que responder nada. Solo… ¡no te vayas! —Había un brillo de duda en los ojos de Regulus—. No tenemos que hablar de Sirius.

—¿De qué quieres hablar entonces? Dejaste muy claro que lo único que tenemos en común es mi estúpido hermano.

No estaba seguro de ello, pero le parecía escuchar un dejo de celos en sus palabras.

Regulus se llevó las manos a las sienes, como si le doliera la cabeza. James se selló la boca con un cierre imaginario y tiró la llave. Lo vio sopesar la idea, pero tan pronto como se sintió con la libertad de hacerlo, se dirigió a la puerta—. Lo digo en serio, Potter —tomó el picaporte con una mano—. No estoy en busca de nuevos amigos.

James sintió su estómago hundirse con decepción, respiró profundo.

Pasaron dos semanas antes de que James lo intentara de nuevo, específicamente porque Regulus, quien visitaba la Torre de Astronomía con frecuencia, no había vuelto a pisarla después de su último encuentro, algo que James empezaba a lamentar profundamente. Su intención nunca fue robarle el único lugar donde conseguía algo de paz.

Fue una extraña noche de melancolía, tras una de las peleas entre Moony y Padfoot, en la que James necesitaba hablar con alguien porque el silencio era demasiado desafiante. Cuando, sin intención de buscar a Regulus para reparar su relación con Sirius, subió a la torre y, sin decir palabra, se sentó en el suelo junto a él cerca del borde, manteniendo una distancia segura.

Esa vez, Regulus no hizo ademán de levantarse e irse como las otras veces. Su mirada estaba fija en la distancia entre sus pies y el vacío hasta llegar al suelo. Después de unos minutos de silencio, James dijo:

—Cuando tengo un mal día, me gusta hablar de los días en que estaba mejor.

Regulus respondió en un tono monótono y sarcástico:

—Fascinante.

El chillido del aire parecía ser lo único entre ellos. James se recargó en uno de los tubos del barandal y movió los pies de un lado al otro, preguntándose si otro tipo de personas tenían vértigo al mirar hacia el suelo sabiendo que podían caer.

—¿Te importa si lo hago?

—¿Si haces qué? —la voz de Regulus parecía vacía.

—Si te hablo de mejores días —James esperaba un resoplido, un insulto, una salida dramática, pero Regulus no le ofreció ninguna de ellas. Nunca había interpretado el silencio como una invitación hasta ese día—. Cuando tenía doce años, me llevaron a Brighton. ¿Alguna vez has visto la playa? —Regulus no dijo nada de regreso—. ¿Sabías que Brighton no tiene arena? El suelo está lleno de rocas…

James habló hasta que los ojos se le cerraron solos y las palabras se le enredaron. Entonces, Regulus se levantó, lo pateó en el costado suavemente, y dijo: “Hora de dormir” , como si estuviera dandole un ultimatum. Después salió por la puerta de madera sin mirar atrás. 

Alguien le había dicho una vez que las personas que cargaban tanta tristeza solo podían entender a otras que hablaran su mismo lenguaje, y recapitulando, se preguntó si Regulus solo lo consideraba como una opción cuando se mostraba vulnerable ante él.

Después de eso, adoptó la costumbre de regresar en los días que se sentía vacíos, solo para ocupar los silencios entre él y Regulus con historias. Al principio, le parecía que no lo escuchaba; nunca pedía detalles y a veces lanzaba alguna queja en su dirección. Sin embargo, con el tiempo, James empezó a notar la atención que Regulus prestaba a sus microexpresiones: la pequeña curvatura de sus labios cuando decía algo gracioso, el fruncido de sus cejas cuando hablaba de Sirius, o el giro sutil de sus ojos cuando le contaba sobre alguna estupidez que había hecho. Su amistad no fue fácil de crecer. James a veces sentía que la regaba una y otra vez, pero que solo crecían espinas. 

Su siguiente encuentro fue lo que lo cambió todo.

Esa tarde se encontraba en la lechucería, acariciando a su pequeña lechuza blanca y preparándola para el incierto vuelo a casa. James no estaba seguro de querer enviarla; por la mañana había escuchado que se planeaba instaurar un toque de queda gracias a la tormenta de nieve que se avecinaba esa noche. Pero sentía una urgencia por preguntarle a su madre si de verdad no había nada que pudieran hacer para rescatar a Sirius durante las navidades. Incluso había llegado a preguntar: "¿Y si invitamos a toda la familia Black a la fiesta?" , una pregunta que se auto contestó inmediatamente después de escribirla. Aun así, no la borró.

El crujir de la madera, el viento aullando como un lamento por las ventanas, y el ulular asustado de las mascotas, se estaban convirtiendo en una advertencia para James. La puerta se cerró sola con un estruendo en el piso inferior y le puso los vellos de punta.

—Tal vez otro día, ¿qué te parece, Aurora? —El ave se acurrucó a un lado de su mano y tiritó de frío. 

James la llevó de vuelta a su hueco en la pared y suspiró con derrota. Era hora de regresar al castillo. Bajó las escaleras a toda velocidad, deteniéndose sólo cuando observó la puerta cerrada. Intentó abrirla, dándose cuenta rápidamente de que la fuerza del viento no lo dejaba hacerlo. 

—Vamos…

Intentó jalandola de nuevo, solo para abrirla y que, inmediatamente, se cerrara con un golpe frente a él. James suspiró con pesadez y sacó la varita de uno de los bolsillos de sus pantalones. 

¡Accio! 

Mantuvo, con la fuerza del hechizo, la puerta abierta por unos segundos, pero era como nadar contra la marea, como la tensión de una cuerda entre la punta de su varita y la perilla de la puerta, y cuando esta se rompió, James salió propulsado hacia atrás con fuerza, cayendo en el suelo.

—¡Ouch!

Escuchó el quejido de otra persona en su oído y entonces se dio cuenta de que no había caído al suelo, sino contra otro cuerpo.

—Lo siento —dijo de inmediato, levantándose y extendiendo la mano para ayudar al otro estudiante, solo para darse cuenta de que…— ¿Reg?

—Mi nombre es… —el pelinegro se levantó y se irguió recto frente a él con orgullo—. Regulus.

James no pudo evitar sonreír de lado ante lo que se había convertido en su broma personal.

—¿Qué haces aquí?

—¿Qué crees que hace alguien en una lechucería, Potter?

—Mi nombre es James —lo corrigió con socarronería. Regulus puso los ojos en blanco—. ¿Estuviste ahí parado todo este tiempo?

—¡Por supuesto que no! —pero James podía ver el atisbo de una mentira y sus labios se curvaron inconscientemente ante la idea de que Regulus estuviera esperándolo. Lógicamente, sabía que no era así, pero contemplar la posibilidad no le hacía mal a nadie—. Es triste ver a alguien de un curso más alto enfrentarse y fallar contra una puerta.

—Eh… —James se rascó la cabeza.

Regulus lo apartó de en medio y apuntó su varita hacia la puerta.

¡Accio! 

De la misma forma en que sucedió con James, la fuerza del hechizo se rompió como un hilo y lanzó a Regulus en sus brazos. Él lo sostuvo con fuerza de los hombros, impidiendo que ambos se cayeran, y lo regresó a su posición inicial. Regulus se apartó de inmediato, un ligero y adorable rubor cruzando su rostro que hizo a James sonreír sin haberlo planeado.

—No tan fácil como parece, ¿eh? 

El pelinegro puso los ojos en blanco de nuevo e intentó conjurar el hechizo unas tres veces más antes de gruñir con frustración y tirar la toalla. James lo miraba con curiosidad, una sonrisa burlona dibujándose en su rostro cada vez que Regulus salía disparado al suelo por la fuerza del hechizo.

—Bueno —declaró James—, ya descubrimos que no vamos a salir de esa forma.

Regulus subió las escaleras a toda velocidad, saltándose escalones de dos en dos, y se paró frente a uno de los grandes ventanales de la lechucería. Lo abrió, y se paró justo en el borde, copos de nieve entrando salvajemente y cubriendo todo a su paso. Las aves se acurrucaron un poco más en el interior de sus pequeños agujeros en la pared. James subió rápidamente tras de él y lo miró con asombro y terror.

—¿Qué haces? —le gritó.

—¡Voy a saltar! —respondió Regulus, con voz firme.

—¡¿Qué?!

Había perdido la cabeza. No había forma en que James dejara que Regulus saltara por esa ventana. Mucho menos que caminara al castillo solo cuando, lo más probable, es que se enterrara en la nieve antes de llegar. Lo peor era la determinación con la que Regulus había dicho aquello. Como si morir congelado fuera mejor que pasar más tiempo en aquel lugar con James.

—No es tan alto —se trató de convencer a sí mismo, lo que James pensó que era una locura. No esperó a averiguar si lo iba a hacer o no. Lo jaló de la camiseta para que se metiera y cerró la ventana con toda la fuerza que podía, utilizando un depulso cuando se quedó corto. Agitado, se volteó para ver a Regulus y negó suavemente con la cabeza.

—¿Estás loco? ¿Cómo crees que vas a saltar de un edificio en medio de una tormenta de nieve? Apenas tus pies tocaran el suelo te quedarías atascado en ella.

—Pensaba que tu eras el gryffindor, ¿en dónde quedó tu valentía?

—Al parecer en el mismo lugar donde dejaste tu sentido común.

Regulus lo miró sorprendido e hizo lo imposible por ocultar una sonrisa burlona que James, aun así, notó fácilmente.

—¿Qué? —preguntó confundido.

—Nada —el pelinegro intentó guardar la compostura—. Nunca había visto a James Potter insultando a alguien, eso es todo.

—¿Insul- —James entrecerró los ojos, la confusión cruzando su rostro—. No, no te estaba insultando —Regulus levantó una ceja con incredulidad y luego se encogió de hombros.

—¿Qué vamos a hacer entonces para salir de aquí?

Esa era una muy buena pregunta. ¿Cómo demonios iban a salir de allí ?

James tenía en el bolsillo el espejo con el que se comunicaba con Sirius. Podía llamarlo y pedirle que le contara a algún maestro que se habían quedado encerrados allí; ciertamente ellos sabrían qué hacer. Metió la mano y pasó sus dedos por el relieve, sopesando si utilizarlo para pedir ayuda, pero se detuvo en el último momento y dijo:

—No se me ocurre nada. Es más, creo que no deberíamos salir en absoluto. Lo sensato es quedarnos aquí hasta que alguien venga por nosotros o la tormenta pase.

—No podemos quedarnos aquí toda la noche.

—Bueno —James se encogió de hombros—, si se te ocurre algo más, soy todo oídos.

—Podríamos intentar enviar un mensaje —sugirió Regulus lógicamente.

James abrió los brazos y dio una vuelta sobre sus talones.

—Adelante, eres libre de poner en riesgo la vida de cualquiera de estas lechuzas.

El rostro de Regulus se desfiguró por la indignación.

—Podríamos enviarlo con un hechizo.

—¡De acuerdo! ¿Conoces alguno que llegue tan lejos?

—No —respondió en un susurro, como si no quisiera que lo escuchara. James se volvió a encoger de hombros, esta vez con soberbia. Regulus cerró la boca y apretó los dientes con rabia.

—No es tan malo. No es como si no hubiéramos pasado la noche juntos antes —James no se dio cuenta del tono de insinuación con el que dijo eso hasta que se escuchó a sí mismo hablar. Más sorprendente aún fue la respuesta de Regulus, quien escondió el rostro de inmediato, ruborizado de vergüenza. Eso era… interesante . Consideró disculparse, lo último que quería era incomodar a Regulus, pero decidió no poner el dedo sobre la llaga y actuar como si nada hubiera sucedido.

—Como sea.

Resignado, Regulus buscó un lugar en el que sentarse. La fría piedra de la lechucería, húmeda por la nieve, era una promesa de escalofríos. James conocía un par de hechizos calentadores, pero ninguno que funcionara en más de una persona, y aunque aún no parecía que lo fueran a necesitar, prevenía que esa sería una larga y helada noche. Se sentó del otro lado de la estancia, se cerró la cazadora, metió las manos en los bolsillos y fijó la mirada en un punto vacío.

No era su intención aparcar la conversación como cada una de las últimas noches, pero ninguno de los dos parecía tener la intención de dormir, y el aullido del viento era aterrador. James hubiera hecho cualquier cosa por ahogarlo con otro sonido.

Regulus, eventualmente, sacó un pequeño cuaderno de su maletín y comenzó a escribir en él.

—¿Qué escribes? —preguntó James con curiosidad, haciendo como que trataba de leer desde la distancia, aunque claramente no podía hacerlo. 

—Es mi tarea de adivinación.

—¿Tomas adivinación? —preguntó con sorpresa. Regulus dejó de escribir y alzó una ceja en su dirección.

—¿Qué? ¿Tienes algún problema con ello?

—¡No! —se apresuró a decir—. No. Es solo… que no pensaba que sería una materia que llevaras. Ya sabes, todos dicen que es… —James no sabía mucho de sutileza, pero aún así lo intentó— inexacta

—El resto del mundo no vive para complacer tus estereotipos.

—No dije que tuvieras que hacerlo —James podía ver los dedos largos de Regulus sostener la pluma con un ligero temblor mientras se disponía a escribir de nuevo. James señaló el diario—. ¿De qué es tu tarea?

—¿Qué te importa? ¿Me vas a ayudar a hacerla?

—Tal vez —James se encogió de hombros.

Regulus se tardó un poco, tanto que James pensó que no le iba a responder, pero finalmente dijo:

—Sueños. Es un diario de sueños.

James sintió un impulso de confianza, su tono de voz cobrando un interés palpable.

—¿Y qué clase de sueños escribe Regulus Black en su diario?

—En los sueños agradables: mil y un maneras de deshacerse de James Potter, esos son los mejores.

Soltó una risa desde lo más profundo de su pecho y Regulus curvó los labios también.

—Cuéntame uno. Aunque no sea uno de los mejores —intentó.

Regulus dejó la pluma sobre el cuaderno y suspiró con cansancio. Hasta ese momento no había despegado los ojos de las páginas blancas.

—A veces sueño que me ahogo —confesó suavemente.

Una pesadilla. James rara vez tenía de esas, pero cuando las tenía, lo despertaban gritando y sudando. Su madre le había dicho que las pesadillas eran solo la práctica que nuestra mente nos brindaba para enfrentar nuestros miedos en el mundo real. Él no entendía muy bien cómo era que soñar con una serpiente de tres cabeza comiéndose la cabeza de sus amigos lo entrenaba para el mundo real, pero no refutó su teoría.

—Yo también —replicó—. A veces también sueño que me ahogo.

Regulus irguió la cabeza de golpe, un atisbo de algo inesperado cruzando su rostro.

—¿Enserio?

Asintió con la cabeza suavemente.

—Sí. ¿Qué crees que signifique? 

Represión de emociones, ansiedad, miedo a perder el control. James sabía lo que significaba, lo había buscado en los libros de Oniromancia antes.

—No lo sé.

Fue entonces cuando descubrió un gesto que delataba a Regulus: siempre que mentía, su mirada se desviaba, como si no pudiera sostener una mentira con los ojos. James no lo retó; simplemente se levantó, dio unos pasos hacia él y, aún guardando el espacio, se sentó a su lado, inclinando la cabeza para darle un vistazo a su maletín.

—¿Qué dice tu libro de texto al respecto?

Regulus no hizo amago de sacar el libro.

—Tal vez… son cosas sin decir.

James asintió firmemente con la cabeza.

—Eso tendría sentido.

Regulus levantó una ceja en su dirección, el peso de su juicio en su persona que había visto muchas veces antes.

—¿Por qué James Potter sonaría que se ahoga?

—¿Qué? ¿Crees que lo sabes todo de mí? —se señaló a sí mismo—. ¿Ahora quién está creando estereotipos alrededor de las personas?

El pelinegro entrecerró los ojos y volvió los ojos hacia el cuaderno, el cual cerró inmediatamente como si James pudiera leerlo.

—¿Por eso hablas tanto? ¿Escondes algo detrás del constante vomito verbal?

James se encogió de hombros.

—Nadie lo había puesto así antes, pero supongo que tienes razón.

—¿Y…

—¿Qué es lo que te falta decir a tí? —James lo interrumpió.

Regulus guardó el cuaderno y se cerró el abrigo. La temperatura empezaba a bajar sin que se dieran cuenta.

—¿Qué te hace pensar que te lo contaría? —respondió con resentimiento.

—¿Qué tal si intercambiamos? Tu me dices algo que no le hayas dicho a nadie y yo te digo algo que no le haya dicho a nadie. Tal vez, entonces, dejemos de soñar que nos ahogamos y podemos dar paso a cosas mejores.

—Esto es ridículo.

James le tendió la mano de todas formas. A Regulus le agradaban los intercambios y no sería el primero que cerraran entre ellos.

—¿Tenemos un trato?

—¿Cómo es que llegamos a esto? —Resopló por lo bajo, resistiéndose a ceder.

—Bueno, todo empezó un día de septiembre cuando…

—¡De acuerdo! —lo interrumpió Regulus, saltando en su lugar—. ¡Merlín! Lo que sea para detener este suplicio.

—¡Oh, vamos! No es tan malo.

—Malo es una palabra amable.

Fue el turno de James de poner los ojos en blanco y reír. Tenía que admitir que los reclamos de Regulus empezaban a parecerle adorables, al darse cuenta de que eran pura mordida, pero nada de veneno.

—Los Black son tan drámaticos.

Regulus bufó por lo bajo.

—Sin embargo, aquí estás.

—Sin embargo, aquí estoy —ames suspiró con dramatismo mientras una sonrisa se abría paso en su rostro. Regulus lo miró de reojo, y en ese momento sus miradas se cruzaron por unos segundos que a James le parecieron una eternidad. Su corazón, extrañamente, se aceleró con una emoción desconocida, como si miles de mariposas estuvieran revoloteando en su caja torácica y flores se abrieran de sus capullos. "Sonríe" , suplicó su interior, pidiendo a Regulus que le regalara al menos una señal de que iba por el camino adecuado y rezando a dioses que no conocía para no estar equivocándose. Entonces dijo:— ¿Qué es algo que no le has dicho a nadie?

Ya había aprendido a darle tiempo a Regulus, y aunque James estaba incómodo con los silencios, comenzaba a aprenderse de memoria los del chico, encontrando tranquilidad en el conocimiento de que: si esperaba lo suficiente, habría una recompensa del otro lado.

—Realmente no creo en la filosofía de mi familia —dijo suavemente, un secreto, y otra de las formas en que James podría confirmar que estaba en lo correcto, que había mucho más de lo que el ojo dejaba ver en Regulus Black—. No creo que los hijos de muggles sean menos poderosos que los de sangre pura. Creo que los muggles han logrado hacer cosas con las que nosotros, los magos, no podríamos soñar, y que realmente solo somos una parte auto marginada del mundo —Una vez que Regulus comenzó, no hubo fuerza que lo detuviera de decir lo que pensaba, y James observaba todo con una fascinación inigualable. Nunca había estado tan interesado en lo que alguien tuviera que decir—. Creo que la magia y la ciencia podrían lograr cosas grandes, pero que no viviremos para verlo, porque los prejuicios bajo los que vivimos son mucho más grandes aún. Creo que los muggles tampoco son inocentes. Han castigado, impresionado y quemado vivos a nuestra gente —Regulus frunció el ceño con disgusto—, pero también creo que están tan asustados de nosotros, como nosotros de ellos.

James tragó grueso mientras absorbía la información que acababa de recibir.

—¿Crees que algún día cambie?

Regulus desvió la vista hacia una de las ventanas y una melancolía extraña cruzó sus ojos.

—Todo está cambiando todo el tiempo, es lo único seguro en la vida.

De estar volando a la velocidad más rápida de su escoba, su corazón se detuvo en seco.

—¡Wow! —exhaló impresionado—. Regulus Black.

—¿Qué? —Regulus lo miró confundido y un poco apenado.

—Eso es…

—Deja de mirarme así.

—¡No! No. Es… —no encontraba las palabras.

—James.

—Eres asombroso —terminó.

Regulus no sabía dónde enfocar sus ojos, intentando mirar a todo lugar excepto a James. ¿Alguien se lo habría dicho alguna vez antes? ¿Cuántas personas? ¿Serían suficientes? Tal vez James podía hacerlo, tal vez podía ser su recordatorio de lo grandioso que era. Porque lo era. No de la manera en que Sirius era grandioso, con ruido, rebelión y cambio. Regulus era sutil, amable y tremendamente noble.

Tal vez, ese fue el momento en el que James conoció realmente a Regulus.

Tal vez, también, fue el momento en que, sin darse cuenta, comenzó a enredarse en su corazón.

—Creo que alguien como tu podría ser un muy buen ministro de magia —sugirió James.

—Ugh.

—¡No! Enserio. Lo digo en serio. Creo que eso es lo que necesita el mundo en este momento. Alguien que pueda ponerse en ambas posiciones, ¿sabes? Que sepa ver las fortalezas y las debilidades de ambos puntos de vista.

Regulus negó con la cabeza.

—No soy un experto. Solo trato de mantener la mente abierta.

—Te sorprendería saber que no es algo que se le de muy fácil a la gente —el chico se encogió de hombros, desestimando sus propias cualidades como si carecieran de valor—. Lo digo en serio —repitió, a veces James debía recordar a los demás que no siempre estaba bromeando, no fuera que no le creyeran—. A veces creo que… a veces me siento un poco hipócrita sabiendo que defiendo los derechos de otras personas sin entender realmente por lo que han pasado.

—¿Esa es una de las cosas que no le dices a nadie? —preguntó Regulus sin atisbo de prejuicios. Solo una pregunta. Solo por curiosidad.

—Sí, esa es una.

Regulus asintió como si intentara reafirmarle que estaba escuchándolo.

—¿Y qué otra cosa no le dices a nadie?

Cierto. Era un intercambio.

—Tal vez… — “Tal vez que pasar tiempo con Regulus Black es la mejor parte de mi día” , pero James no podía decir eso, ¿cierto?—. Tal vez, que no siempre tengo la respuesta a todo. Las personas me miran esperando que tome el liderazgo de las situaciones, pero no es como que yo sepa algo que ellos no.

Otro de esos silencios tormentosos se instaló entre ellos y el viento lanzó un objeto no identificado contra la torre de la lechucería, provocando un estruendo horrible que hizo ulular a todas las aves. James se encogió contra Regulus, con la intención de cubrirlo con su cuerpo en caso de que el techo se desplomara, una ventana se rompiera o algo parecido. Nada de eso ocurrió, pero un montón de nieve cayó sobre sus cabezas, disminuyendo su temperatura corporal unos grados más, al punto en que James comenzó a tiritar y decidió lanzar un hechizo calentador sobre Regulus.

—Gracias —susurró Regulus, el color regresando a su rostro.

James se levantó, bajó las escaleras y comenzó a buscar entre las cajas tiradas por los rincones los tablones de madera que no estuvieran mojados para iniciar una fogata. De pequeño, cuando su padre lo llevaba de campamento, le había enseñado a encender una sin magia. "En caso de que te encuentres sin varita", le había dicho Monty. La realidad era que su padre intentaba incluirlo en actividades que no requirieran magia, porque James aún no podía hacerla.

Dejó caer los tablones sobre el suelo y, con la mirada, buscó un contenedor que le sirviera para contener el fuego.

—¿Qué haces? —le preguntó Regulus.

—Voy a encender una fogata. Si vamos a estar aquí toda la noche, no quiero que nos congelemos.

Regulus flexionó sus piernas frente a él y apoyó el mentón en sus rodillas mientras miraba a James ir de un lado a otro, probando con diferentes contenedores, hasta que halló una estructura ovalada de hierro y decidió utilizarla como base. Colocó los tablones dentro y la encendió con su varita. También encendió las lámparas sobre sus cabezas; no se había dado cuenta hasta ese momento de lo oscuro que se estaba poniendo al caer la noche.

Se tiró al lado de Regulus, acercando sus manos al fuego para que se calentaran.

Repentinamente, recordó algo. Un pequeño mapa del mundo y la inscripción:

—¿Qué quieres ser cuando seas grande? —las palabras salieron de su boca como un eco de sus pensamientos, esperando resolver el misterio que lo había cautivado durante todas las vacaciones.

—¿En serio? —preguntó Regulus, una ceja ligeramente alzada, con un matiz de cansancio en la voz.

—Sí, en serio. ¿Qué quieres ser cuando te gradues?

Los ojos del chico se dirigieron al fuego, las llamas reflejadas en su iris. Así, Regulus se veía más pequeño de lo que aparentaba, más inocente. Se le ocurrió entonces que, en realidad, no eran todos más que adolescentes. A veces lo olvidaba. A veces no lo creía. Le parecía que lidiaban con cosas más grandes que ellos mismos.

—No importa lo que quiera —su voz un susurro cargado de amargura.

—Difiero —dijo James de inmediato—, creo que es lo más importante.

Regulus bufó por lo bajo.

—Por supuesto que tu creerías eso.

—¿Sabes? Haces eso bastante.

—¿Qué?

James lo miró de reojo con un poco de lástima.

—Sobrestimarme mientras me subestimas. Creer que no puedo entender otras perspectivas —se encogió de hombros—. Sirius hace lo mismo —El chico se retrajo ante la mención de su hermano—. Mi punto es… que todos tienen algo a lo que aspiran, así sea un sueño que piensas que nunca se cumplirá. Es decir —soltó una suave risa—, ¡incluso Voldemort tiene un sueño! —Regulus intentó esconder una risa con un ceño fruncido. James sabía que era una idea ridícula, pero eso no la hacía menos cierta—. ¿Puedo saber el tuyo o… esa es otra de las cosas de las que no hablas?

Regulus lo consideró por unos momentos, encogiéndose más en sí mismo y acercándose al fuego, y consecuentemente, a James.

—No es un sueño —aclaró súbitamente. James asintió mientras se le escapaba una sonrisa—, pero siempre he pensado que…

—¿Qué… —James lo instó a seguir hablando.

—Siempre he pensado que al ministerio le hacen falta varios departamentos.

—Interesante —dijo sinceramente. El objetivo era mantener a Regulus hablando—, ¿como cuáles?

—Como… un departamento de educación, que regule a los maestros y sus prácticas —se relamió los labios—, y un departamento de… —se detuvo, buscando las palabras— un lugar que se encargue del bienestar de… los menores.

—¿A qué te refieres? —preguntó, encargándose de que sus palabras estuvieran cubiertas de curiosidad y asombro.

—No lo he pensado muy bien, solo es una idea.

—¡Mejor aún! —exclamó James—. Podemos desarrollarla. Dices que sería un departamento en el que supervisaran a los menores de edad, ¿algo como el departamento del uso de magia?

—No —se apresuró a decir—, sería algo diferente. No solo para la magia. Un lugar donde personas como nosotros pudieran sentirse a salvo si estuvieran en peligro.

A James se le detuvo el corazón cuando lo entendió, sus hombros se tensaron y sus ojos se fijaron en el semblante de Regulus.

—Regulus…

El chico comenzó a mover la pierna con nerviosismo, los ojos clavados en las llamas frente a ellos.

—No es solo mi idea. Alphard siempre quiso abrir un orfanato, pero después del escándalo… —Regulus se detuvo. James no sabía a qué se refería con “el escándalo”—. En fin, es solo un sueño, como dijiste, y los sueños son…

—Formas que tiene la mente —lo interrumpió James—, de lidiar con nuestros miedos en la vida real —dijo haciendo eco de las palabras de Effie—. Es lo que dice mi madre —aclaró para Regulus.

—Eso… —tragó grueso—. Tienes suerte de tener a unos padres como ellos —terminó por decir.

—Lo sé —respondió James con melancolía.

—¿Podemos dejar este tema? —preguntó Regulus repentinamente, había una constricción en su voz, un pequeño lamento, una súplica.

—Sí —dijo James—. Lo siento, no era mi intención…

—No es tu culpa.

James sentía como si hubiera hecho algo malo, pero no sabía qué. No había intentado herir a Regulus conscientemente, pero la familiaridad del reproche, aunque no fuera explícito, le dolía. No era la primera vez que sentía que, al hablar de su propia familia, se estaba regodeando de su felicidad y privilegio frente a otros. Sabía que Regulus tenía razón: no era su culpa directa, no había arrojado esas verdades intencionalmente a la cara de Regulus, pero la punzada de responsabilidad lo acompañaba siempre. Se sentía como si su propia dicha fuera un arma invisible en este mundo, una que, a pesar de sus mejores intenciones, siempre terminaba hiriendo a aquellos que no la compartían. Regulus había dicho que no era su culpa, y James lo creía con la mente, pero lo sentía en lo más profundo de su corazón, porque ¿qué estaba haciendo él para mejorar el dolor de los demás? ¿qué estaba haciendo con el único talento que tenía?

Los minutos pasaron, y con ellos, los ojos de James se fueron cerrando hasta que cayó en un sueño ligero. Fue el chirrido de una de las aves lo que lo despertó. El sol aún no estaba en el cielo, pero una inesperada calidez emanaba del cuerpo pegado al suyo. En algún momento de la noche, Regulus se había inclinado sobre el hombro de James en busca de calor y ahora su cabeza reposaba tranquilamente sobre él. James se quedó congelado en su lugar, con el aliento suspendido, observando lo poco que podía ver detrás de la maraña de rizos del chico. Una oleada de ternura, tan potente como desconocida, lo invadió, y una suave sonrisa se hizo paso entre sus labios al escuchar unos suaves ronquidos.

Era una quietud tan perfecta, tan frágil, tan inocente, que temió de cualquier movimiento que pudiera romperla. En ese instante, todo el caos de la noche, la tormenta, los insultos, la resistencia, los problemas de Sirius y los suyos propios, se desvanecieron ante la simple presencia de Regulus, seguro y cálido a su lado. 

Una extraña sensación de protección se instaló en su pecho, algo que nunca había sentido con tanta claridad antes.

Notes:

El capítulo estará dividido en ¿3? partes, tal vez. Aún no estoy muy segura. Depende de cuánto me tome escribir su relación y llegar a donde se conecta con James llegando a la cueva (la parte que ya está escrita).

PERO DIGANME,
¿Qué les pareció? ¿debería continuar escribiendo su historia de esta forma? ¿les gustó? ¿lo odiaron? ¿es mejor o peor que los capítulos anteriores? ¿qué piensan de las escenas explicitas? ¿debería? ¿no debería? ¡Ayuda! Necesito validación para continuar. Somos yo y el James Potter de mi cabeza contra el mundo escribiendo esto.

Cosas que considero son GRACIOSÍSIMAS:

-James pensando que Regulus nunca le borraría la memoria (risa malvada)
-Regulus diciendole a James que no debería de encajonarlo en estereotipos pero la verdad es que el nunca quiso llevar adivinación como matera, solo lo hizo porque Pandora lo obligó.

Estos dos idiotas son mi línea de vida. En fin. Espero estén teniendo una bonita semana. La maldición de ao3 me atacó por unos meses, pero vi en tiktok que si vives lo suficiente la maldición se convierte en bendición, así que aquí estoy. Por cierto, ¡VOY A IR A VER A CONAN GRAY A LA CDMX! Esto me tiene muy emocionada, en mi cantante favorito para escribir esta historia.

Chapter 18: James: ¿Por qué las rosas necesitan espinas? | Parte II

Summary:

El amor florece.

Notes:

Para las personas que venían a esta historia por el Jegulus x2

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

James

¿Por qué las rosas necesitan espinas?

Parte II

 

Antes de que se fueran a casa esas navidades, James tuvo otra extraña interacción con Evan Rosier. 

Ocurrió al salir de clase de Defensa contra las artes oscuras, mientras los de quinto año bajaban al comedor para el almuerzo. Ambos se tropezaron subiendo las escaleras, lo que los hizo quedarse atrás mientras estas se movían en otra dirección. 

"Estúpidas escaleras de Hogwarts," hubiera dicho Remus, "¿a quién se le ocurrió que se movieran en patrones aleatorios como si fueran rutas de autobuses muggles?" Sabía esto porque lo había escuchado quejarse de ellas millones de veces antes, James nunca había tenido que tomar un autobús en su vida.

—Lo siento —balbuceó distraído cuando sintió el golpe en su costado, revisando que no se le hubiera caído ningún libro en la colisión, solo para ver al dueño de la cabellera rubia con un brazo encima de los hombros de Barty Crouch.

Solo había una razón para que James Potter supiera de la existencia de Barty Crouch, y esa era su amistad con Regulus. Sirius había lanzado una de sus famosas rabietas cuando, el año pasado, Regulus comenzó a andar por los pasillos descaradamente al lado del chico. No había nada específicamente malo con Barty más allá de su actitud. James pensaba que Sirius lo odiaba, no solo porque le había, en sus palabras, “arrebatado” la atención de Regulus, sino porque le recordaba a sí mismo y ese era un espejo en el que no se quería ver.

—Evan —saludó más cortesmente una vez que lo identificó.

—¡Uh! Mira a quién tenemos aquí —Barty lo escaneó con la mirada de una manera que le hizo querer esconderse en el closet de escobas más cercano.

—Barty —saludó amablemente, pero un poco más serio, sin saber exactamente cómo comportarse. Estos eran los mejores amigos de Regulus.

—Sí, lo puedo ver —siguió Barty, teniendo una conversación consigo mismo en la que James no estaba involucrado—. Un poco desesperado, si me preguntas —suspiró—, pero lo puedo ver.

James carraspeó a su lado, tratando de ignorarlo.

—Barty —susurró Evan, en lo que sonó como una advertencia.

—¡Hey! —Barty chasqueó los dedos con fuerza frente a su rostro, unas pequeñas chispas de magia saliendo de la punta de ellos y captando la atención de James, quien giró la cabeza hacia él de inmediato.

—¿Disculpa?

—Estoy hablando contigo, prestame atención.

James miró a su alrededor, sólo para asegurarse de que no le estaba hablando a otra persona, pero no había nadie más cerca de ellos. Una punzada de nerviosismo le apretó el estómago mientras tragaba grueso, y luego se giró para enfrentar al chico de lleno.

—No entiendo lo que estás diciendo.

Barty sonrió vanidosamente, y con una sonrisa venenosa arrastró las sílabas al decir:

—Regulus —El solo nombre del pelinegro fue suficiente para que James desviara la mirada con vergüenza. ¿Sabían sus amigos de sus encuentros? ¿Por qué les había contado? James se imaginó a Regulus burlándose de sus patéticos intentos de convertirlo en su amigo y se le hizo un frío vacío en el estómago, como cubos de hielo cayendo en seco. El conocimiento de aquello, también sirvió para marcar la diferencia entre la situación de ambos. James no podía hablar de lo que había sucedido con nadie. No lo había hecho, en parte porque se lo había prometido a Regulus, y en parte por miedo a que llegara a oídos de Sirius—. Eso es adorable —se burló Barty.

—Barty… —volvió a advertir Evan a su lado, mucho más calmado. Eso no lo detuvo de seguir con lo que James ahora entendía que eran sus provocaciones.

—¿Qué pasa si digo su nombre completo? —murmuró a su lado como si en realidad tuviera curiosidad—. ¿Vas a salir corriendo?

James no entendía qué clase de juego enfermo estaba jugando Crouch, pero no pensaba participar en él.

—No es lo que piensas —le dijo firmemente.

Barty pareció deleitarse con esa respuesta. Soltó a Evan y se inclinó un poco más hacia James. Este clavó la mirada en los cuadros de la gran estancia. En específico, en el de un monje sentado en la barra de un bar que, para su asombro, ahora los observaba con un estupor borracho y un brillo de diversión en los ojos.

—Entonces… —Barty señaló con un dedo a Evan—, ¿este no es el trol que Regulus ha estado espiando bajo las gradas del campo de quidditch?

La mirada de James se volvió por completo a Barty con sorpresa.

—¿Qué?

—Suficiente —interrumpió Evan, quien ahora portaba una expresión incómoda—. Cierra la boca Barty —le replicó entre dientes.

Barty soltó una risa diabólica a su lado, mientras que James seguía esperando una respuesta.

—¿Qué quieres decir con…

Las escaleras comenzaron a moverse en su dirección, escalón tras escalón apareciendo frente a ellos, y Evan tomó la oportunidad para jalar a su amigo y llevárselo lejos de allí lo más pronto posible, antes de que tuviera la oportunidad de explicarse o cavar un hoyo más profundo.

—¡Nos vemos, Potter! —lo escuchó gritar a la distancia.

James se quedó pegado al suelo, tratando de darle sentido a las palabras que habían salido de la boca del chico. Una cruel punzada de duda le retorció el estómago. ¿Podría ser? La idea se enroscó en su mente, como una serpiente en su cabeza, apretándose con cada tock del reloj. 

Antes de caer en una espiral de paranoia, preguntándose si todo aquello —los encuentros secretos, la cercanía, la vulnerabilidad— no era más que un plan elaborado de Regulus y su grupo de amigos para burlarse de él, para reírse de su amabilidad, la imagen de Regulus, apoyado en su hombro, sonrojado y sincero apareció en su mente. 

Fue entonces cuando, con un esfuerzo poco natural, llegó a la conclusión de que solo estaba en su imaginación, y de que Barty estaba tan loco como todas las personas del castillo rumoreaban.


 

Fue unos días después, cuando estaban vaciando los lockers del campo de quidditch antes de regresar a casa para las vacaciones, que esa conversación cobró sentido.

James cerró la puerta de su compartimiento con un golpe seco. Sirius, a su lado, tenía la mirada fija en el banco de madera frente a él y los brazos cruzados mientras se apoyaba en el suyo, ya vacío.

—Incluso fui tan lejos como para pedirle que invitara a tu familia a la fiesta de navidad —le confesó James decepcionado—, pero bueno… ya conoces a mamá —se encogió de hombros—. Me dijo amablemente que no había nada que pudiera hacer —frunció sus labios—, y créeme, si hubiera algo que pudiera hacer…

Hasta ese momento no se dio cuenta de que en verdad esperaba poder salvar a Sirius del tormento de su familia esas vacaciones. Sirius bufó por lo bajo, pero su mirada estaba perdida en pensamientos que James daría todo por alcanzar.

—Está bien, Prongs. Gracias por intentarlo —pero su voz sonaba vacía—, y dale las gracias a Effie por intentarlo.

Sirius solía entrar en un extraño trance unos días antes de las vacaciones, como si se estuviera preparando para dejar atrás todo lo que sus padres pudieran destruir: su felicidad, su risa, sus mejores recuerdos, su poca esperanza.

Lo maravilloso de su amistad, es que James no tenía que contenerse, simplemente podía tomar a Sirius de los hombros, arroparlo con sus brazos e intentar alejar la tristeza, si no podía de su mente, al menos de su cuerpo.

—Lo siento —susurró suavemente.

Sirius no sabía cuánto lo sentía. Sentía la tristeza como si fuera suya, como una bestia arañando sus entrañas que deja solo una sangrienta escena de crimen, y si hubiera alguna opción que no resultara contraproducente, ya tendría un pie en ella. Pero sus padres lo habían amenazado con cambiarlo de escuela, probablemente a Durmstrang. James no sabía qué tan lejos estaba Noruega, pero no quería averiguarlo. Al menos, de esa forma, lo tenía con él la mayor parte del año, y estaba listo para luchar con dientes y uñas, en cuanto Sirius cumpliera la mayoría de edad, para que no tuviera que regresar jamás a aquel manicomio en el que creció.

Por ahora, lo único que podía hacer era sostener las piezas rotas de Sirius. Escuchó un suave sollozo resonar en su pecho, y lo sostuvo más fuerte todavía. Puso un poco de distancia entre ellos, solo para ver los ojos rojos de Sirius evitando su mirada.

—Si en verdad no quieres ir…

Pero James no tuvo tiempo de retomar esa conversación antes de que tuvieran que irse, porque Marlene Mckinnon entró en los vestuarios y gritó a todo pulmón:

—¡TENEMOS UNA RATA!

James y Sirius se miraron confundidos. Sus pensamientos yendo directamente a Peter.

—¿Crees que…? —los ojos de Sirius se ensancharon con miedo.

¿Lo habían descubierto?

—No puede ser.

Salieron como balas fuera y fueron recibidos por una cabellera rubia paseando de un lado al otro del pasillo, mientras alguien, del lado que conectaba con las gradas, lanzaba objeto tras objeto fuera de ellas.

—¡HAGAN PASO! —gritaba mientras lanzaban fuera una bufanda verde, una taza (que se rompió al tocar el suelo), y un cuaderno que cayó con sus hojas expuestas.

—¿Qué está pasando? —le preguntó a Frank.

—No tengo la menor idea.

Mary, quien no era parte del equipo pero pasaba tanto tiempo con ellos que era como un estandarte, respondió con gracia:

—Al parecer había un par de slytherins observando las prácticas bajo las gradas. Marlene no los pudo atrapar, pero vaya que lo intentó —se tapó la boca para ahogar una risa.

—¿Un par de slytherins? —preguntó Sirius confundido, aunque en realidad no esperaba que nadie le respondiera. Probablemente le estaba poniendo nombres a los culpables en su mente.

—¿Y qué hay del inmobiliario? —preguntó James, levantando uno de los libros y reconociendo la letra de inmediato.

—Creo que no era la primera vez que los espiaban —dijo divertida—, al parecer ya habían hecho campamento en uno de los puntos ciegos.

Era la letra de Regulus .

Las palabras de Barty hicieron sentido de inmediato: ¿este no es el trol que Regulus ha estado espiando bajo las gradas del campo de quidditch?

James escondió el cuaderno tras él, esperando que nadie notara que lo estaba sosteniendo. Sirius, por supuesto, envió una mirada extrañada a su dirección, pero no dijo nada.

Era evidente por qué Regulus lo había estado observando durante las prácticas de quidditch. James sonreía tontamente cada vez que pensaba en ello. Era tan infantil, una táctica tan poco ética. ¿Quién lo acompañaba? ¿Goyle? ¿Talkalot? Si esperaban ganar la copa de esa manera, estaban equivocados. Enserio, ¿pensaban que James era un idiota?

Porque era claro que Regulus lo había estado espiando —con la sutileza de un hipogrifo en una tienda de cristalería— con el objetivo de desentrañar sus jugadas y ganar algún tipo de ventaja para el partido en el que se enfrentarían en los próximos meses.

Sirius no había preguntado por el cuaderno, gracias a Merlin, pero si había teorizado con los demás sobre quién se estuvo escondiendo bajo las gradas todo ese tiempo y por qué nadie los había visto antes.

A James se le ocurrió la idea más divertida de camino al dormitorio.

—Moony —lo llamó con emoción—, justo el hombre que necesitaba.

Remus lo miró con curiosidad desde el sofá, en donde estaba sentado con las piernas encima de la mesa y un libro en las manos.

—James —dijo su nombre como si sospechara de él.

James se sentó de sopetón en el lugar vacío al lado de él.

—Sabes como abrir cerraduras de la forma muggle, ¿cierto?

Remus entrecerró los ojos.

—¿Qué estás tramando?

Se encogió de hombros.

—Tienes que prometerme que no le dirás a nadie, ¿de acuerdo?

Remus suspiró, pero cerró el cuaderno, bajó las piernas de la mesa y se volteó para verlo a la cara.

—Escúpelo, Prongs.

—De acuerdo —James no podía evitar sonreír al pensar en ello—, quiero jugarle una pequeña broma a alguien del equipo de quidditch de Slytherin, pero esto tiene que quedar entre nosotros, esa persona no sabe que yo sé.

Remus sacudió la cabeza con confusión, como si así pudiera ordenar sus pensamientos.

—Espera, ¿qué es lo que no sabe que tu sabes?

—Que yo sé quién es —aclaró James, dándose cuenta enseguida de que su aclaración solo enredaba más las cosas—. ¡No importa! El punto es que… los casilleros están cerrados con el rastro mágico de la persona a la que le pertenece de modo que un “Alohomora” solo sirve si viene de la varita de su dueño, ¿cierto? La única forma de abrirlos, si no es con magia, es de la forma muggle. ¡Y ahí es donde entras tú! —le dio una palmada amistosa en el pecho.

Los labios de Remus se curvaron en una sonrisa. A James le agradaba Moony, era un buen amigo. A pesar de ser el más maduro de ellos, aún se las arreglaba para seguir siendo un adolescente. Aún cuando sabía que las cosas saldrían mal, nunca decía que no. Sabía ver la recompensa en el riesgo.

—De acuerdo, entonces, ¿Necesitas que te ayude a abrir el casillero de una de las serpientes y luego…?

—¡Eso es todo! Yo me encargo del resto —le sonrió con pillería—, te prometo que no es algo que vaya a herir a nadie. Es solo una pequeña broma con el propósito de hacerle saber que sé quién es. 

Remus se relamió los labios mientras pensaba.

—¿Y cuándo tienes planeada esta violación de su privacidad?

—Ah… bueno…

 

 

Esa noche, Remus y James se metieron bajo la capa de invisibilidad y cruzaron los terrenos de Hogwarts hasta llegar al campo de Quidditch. El frío gélido de diciembre y el viento indomable hacían difícil su traslado, pero lograron llegar a pesar de la manera en que la capa se movía y apenas los ocultaba.

—¿Cuál es el casillero? —preguntó Remus, mientras frotaba sus manos para recuperar un poco de calor en sus dedos.

—Por aquí —James los guió por los pasillos, a través de las columnas vacías de madera hacia el extremo del campo en el que se encontraban los vestidores de Slytherin. Creía que podría adivinar cuál era el compartimiento de Regulus por los rastros de su magia, después de esa demostración en Hogsmeade había dejado una impresión en él, pero no hizo falta, al parecer el equipo identificaba sus casilleros con pequeñas placas de plata y las iniciales de sus nombres inscritas en ellas—. Es esta.

Remus sacó el kit de agujas y utensilios extraños para abrir la cerradura. James le conjuró un Lumos para que pudiera ver mejor. Cuando subió la mirada y se topó de frente con la placa, una sombra extraña cruzó su rostro. En un inicio, James pensó que se trataba de la plata, haciendo que el lobo dentro de él se descolocara.

—Es el casillero de Regulus.

—Sí —respondió James, moviéndose de un lado a otro en un intento de calentarse.

—¿Por qué queremos abrir el casillero de Regulus? —Repentinamente, el tono de Remus se había vuelto muy serio. Se volteó para enfrentarlo—. James… Sirius dijo que…

—Sé lo que dijo Sirius —admitió desvergonzado—, pero esto es diferente.

Remus frunció el ceño.

—¿Cómo es esto diferente?

La frustración estaba creciendo en su interior con cada segundo que pasaba. Tal vez porque no quería pensar en Sirius, o en su amenaza, o en el infierno que se desataría si se enterara de que había estado teniendo conversaciones nocturnas con su hermano a sus espaldas. Tal vez porque un nudo de ansiedad se le formaba en el estómago al pensar en Remus contándole a Sirius, tal como la última vez.

—Es diferente —alegó con lo primero que se le ocurrió—, porque es solo una broma.

El castaño lo pensó por unos segundos antes de que James viera su batalla interna acabarse con un movimiento de sus hombros.

—Si Sirius se entera, no quiero que le digas que tuve nada que ver en esto.

—No lo hará —se puso las manos bajo los brazos, buscando algo de calor. Remus sacó su varita y casteó un hechizo calentador en James. A veces no sabía si se olvidaba de satisfacer sus necesidades básicas o si olvidaba que era un mago.

—Más te vale —le advirtió. 

—Gracias, amigo —James sonrió.

Entonces, puso manos a la obra.

Una vez que el casillero estuvo abierto, Remus tomó sus instrumentos y salió a fumar un cigarrillo. James se quedó solo con el silencio de la oscuridad y las repentinas ganas de explorar lo que había dentro.

—No —se dijo a sí mismo. Revisar el casillero de Regulus era una línea que no quería cruzar. Por encima, podía ver su uniforme, unos guantes que ya mostraban rupturas en los nudillos y que pronto tendrían que ser cambiados, y una botella de agua vacía.

De su bolsillo sacó los Omniculares. Los había adquirido de pequeño en uno de los torneos internacionales de quidditch al que había asistido con su madre, y los llevaba consigo todos los años a Hogwarts. Los Omniculares te dejaban ver y repetir jugadas de quidditch en cámara lenta, era la referencia perfecta. Los colocó encima del cuaderno que estaba devolviéndole y, de su otro bolsillo, sacó la nota que había escrito:

“Para que no te pierdas ningún detalle la próxima vez.

J.P”.

James nunca se había sentido tan satisfecho con ninguna otra broma.

 

 

La caminata al castillo fue más silenciosa e incómoda de lo que James hubiera querido. Remus, evidentemente, seguía pensando en el nombre de Regulus grabado en la placa de metal. No sabía qué decir para tranquilizar a su amigo cuando él mismo no estaba seguro de no estar metiéndose en un problema del que tendría problemas para salir. Sin embargo, James no tenía ningún remordimiento al respecto. No había roto ninguna norma. Le había prometido a Sirius que no se metería entre él y su hermano, y hasta ese momento, no lo había hecho realmente. Regulus no le había dejado acceder ese espacio de su mente.

—Lo siento, Moony —le dijo cuando llegaron al acceso del ala este y se quitaron los abrigos—. No quiero que sientas que te estoy metiendo en problemas.

Remus suspiró con cansancio.

—No, está bien, Prongs. En verdad no es nada de mi incumbencia. Solo he estado muy preocupado por Sirius últimamente. Hay días en que ni siquiera entiendo qué es lo que quiere de sus amigos.

James entendía a qué se refería. Era aterrador reconocer que no era el único que había notado cómo la situación familiar de Sirius había tomado un tono mucho más sombrío desde que regresó esas vacaciones, y ahora usurpaba cada una de sus actitudes.

—Intenté hacer todo lo que pude para que mi familia lo pudiera albergar, pero…

—Sí, lo sé. Sirius me contó —movió sus hombros en círculos hacia adelante y hacia atrás, como si le dolieran los músculos, y James se preguntó cuánto faltaba para la luna llena—. Es solo que tengo un mal presentimiento.

—¿Sabes? —apretó los labios en una línea fina—. Yo me siento de la misma forma —buscó en sus ojos algún consuelo—, pero no tengo idea de qué podemos hacer.

—Nada, Prongs —dijo con derrota—. Creo que ya hicimos todo lo que podíamos.

—Odio esa frase —dijo James renuente.

—Todavía no entiendo por qué Sirius no puede dejar su casa si ya es mayor de edad —se quejó Remus. De todos ellos, era lógico que a Remus, quien había tenido que mudarse tan joven a la reserva, fuera a quien menos sentido le hiciera. James empezaba a percibir los pequeños vacíos de injusticia en su sociedad: ¿cómo era menos importante sacar a Sirius de una situación de violencia en comparación a lo que Remus había sufrido?

—Es lo suficientemente mayor para hacer magia fuera de la escuela, pero no para vivir solo —aclaró James—. En teoría, no dejas de estar bajo la responsabilidad de tu familia hasta los dieciocho. Es solo entonces cuando realmente puedes elegir por ti mismo. Es como si tu libertad solo se te concediera a partir de ese momento. Nunca lo había pensado, honestamente, pero me parece una completa tontería.

—¿Y si Sirius se escapa? —preguntó Remus con temor, la voz apenas un hilo, como si la mera idea pudiera hacerlo desvanecerse en el aire.

—¿Te ha dicho que tiene planes de hacerlo?

El castaño suspiró con pesar.

—Es difícil saber cuándo lo dice en serio y cuándo no. A veces creo que lo tienen tan amenazado que no sería capaz de mover un solo dedo. Y otras… otras veces lo miro y siento... No tengo idea de qué no sería capaz. Parece que cualquier límite, cualquier norma, puede ser rota si está lo suficientemente desesperado.

James asintió con entendimiento, pero ninguno sabía a dónde ir a partir de allí, como si estuvieran al final de la cuerda.

Ambos retomaron un paso más tranquilo por los pasillos y las escaleras hacia la torre de Gryffindor.

—Esto de Regulus, ¿en verdad es solo una broma? —preguntó Remus.

James se encogió de hombros, inesperadamente ansioso y escapando de los ojos de Remus.

—No —admitió—. La verdad es que hemos tenido un par de conversaciones.

Le parecía que Remus estaba tratando de dejar de lado los prejuicios que tenía sobre Regulus para tener una conversación amena con James, y él lo apreciaba.

—Nunca le dije a Padfoot, pero una vez lo encontré ayudando a uno de los estudiantes de primer año a encontrar su sala común —se detuvo para pensarlo. El corazón se le infló con ternura al imaginarse a Regulus en esa situación—, y era como si hubiera visto a una persona totalmente diferente a la que Sirius presenta. No quiero juzgar a un libro por su portada, no me gustaría que hicieran lo mismo si yo estuviera en esa situación, pero Pads tiene problemas para ver los tonos grises cuando se trata de su familia, y tengo que admitir que, es probable que Regulus no sea tan mala persona como él piensa.

—Sé a qué te refieres.

—Al mismo tiempo, no lo puedo culpar. Las veces en que me ha hablado sobre lo que le dice Walburga… —Remus se negaba a reconocer a los papás de Sirius como sus padres, usando en cambio sus nombres—. Sobre la manera en que lo… Su familia es tan… —Notó su falta de palabras para explicarlo.

—Generaciones de intolerancia le pueden hacer eso a las personas —se encogió con lástima.

—Hay batallas que no podemos luchar por él, ¿no es así?

Cuando Remus lo miró a los ojos, le pareció que había otra pregunta escondida en ellos. Años después, pensando en el recuerdo de esa conversación, se preguntaría si le estaba preguntando sobre los prejuicios de Sirius, sobre el closet de cristal en el que vivía, si tal vez le estaba preguntando cuándo, ¿cuándo se daría cuenta de que todo lo que quería estaba frente a él?

Esa noche solo respondió:

—Solo espero que tenga una buena estrategia de guerra.

 


 

Correspondencia entre Regulus Black y James Potter, 1975

“No respondas a este mensaje. Le rompieron todos los dedos de la mano derecha y tiene laceraciones en la espalda, entre otros lugares de los que no hablará, va a intentar ocultarlo, llevenlo a San Mungo. No es algo que se pueda curar en casa. Nunca te he pedido nada, pero no dejes que regrese.

-R.A.B.”

 

 

James pasó las navidades y año nuevo al lado de la cama de Sirius en San Mungo. Dos semanas enteras. Cuando despertó, al tercer día —"Como Jesús", había bromeado Remus, un chiste que ninguno de ellos entendió—, fue él quien estuvo ahí para recibirlo de las manos de su inconsciencia. Fue él quien lo escuchó gritar el nombre de Regulus. Fue él quien tuvo que explicarle que su hermano menor lo había sacado de la casa y que su cuerpo había caído desplomado en un charco de sangre frente a todos los invitados de los Potter. Fue él quien lo cargó hasta la entrada, y quien se apareció de la mano de su padre a San Mungo. Fue él quien escuchó sus gemidos de dolor cada noche y se aseguró de que siguiera respirando.

Así que no. 

Nadie tenía el derecho de separarlo de Sirius.

No se retiró de su lado, ni siquiera cuando Peter y Remus llegaron a visitarlo –aunque dejó que Sirius y Remus tuvieran un momento a solas bajo la demanda de Peter, quien lo llevó a comprar un café–, ni siquiera cuando las enfermeras necesitaban cambiar sus vendas, ni siquiera cuando sus padres le pidieron que regresara a casa y durmiera al menos una noche en su propia cama. 

Estaba anclado allí, una promesa silenciosa esculpida en presencia.

James se sentía culpable. Remus y él habían presentido que algo iba a suceder, pero no hicieron nada al respecto.

Era su culpa.

Era su culpa.

Era su culpa.

Sirius empezó a hablar al cuarto día, y cuando lo hizo, solo fue para preguntarle a James:

 —¿Debería intentar recordar lo más que pueda al respecto?

Eso le rompió el corazón a James. Una oleada de rabia impotente lo inundó. Los aurores habían intentado sacarle hasta el último detalle de lo que su madre había dicho en busca de información que les beneficiara. No para ayudar a Sirius, por supuesto; James sabía mejor que eso. Solo les importaba la información sobre Voldemort a la que Sirius tenía acceso, una información que a ellos, en su ceguera o ineptitud, les faltaba desesperadamente.

—Si no es útil, no te aferres a ello.

Sirius asintió con la cabeza, sus ojos tornándose huracanados. James se subió a la cama junto a él, pero no lo abrazó. Las enfermeras le habían advertido que sus heridas estaban a carne viva y cualquier movimiento podría causar un dolor inimaginable.

—Tengo que mostrarte algo —le dijo James, y sacó la carta de Regulus del bolsillo trasero de su pantalón. Estaba arrugada y gastada, porque la había mirado hasta que las letras dejaron de tener sentido por los últimos cuatro días—. Regulus me envió esto unos segundos después de que regresaras.

Sirius leyó la carta y un sonrojo de vergüenza se instaló en sus mejillas.

—Oh —dijo suavemente, su mente en otra parte.

—Padfoot, quiero darle un traslador a Regulus —Sirius levantó la mirada con los ojos ensanchados—. Un traslador a la casa de mi familia, por si alguna vez tiene que escapar.

—No lo va a aceptar —dijo instantáneamente—. Ni siquiera va a querer hablarme cuando regresemos a Hogwarts, madre va a decirle que corte cualquier contacto. Tu no los conoces como yo lo hago, James. No te he contado lo que pasó esa noche.

Tomó valentía de donde no creía tenerla para decir:

—A su tiempo —le aseguró con firmeza—, me lo vas a contar. Pero tu no vas a ser el responsable de entregárselo.

Sirius descuadró el entrecejo confundido.

—¿Qué?

—Voy a ser yo.

Eso lo abatió incluso más. James podía ver los engranajes moverse detrás de su frente.

—¿Por qué lo aceptaría de tí?

James lo miró fijamente a los ojos en una súplica.

—¿Confías en mí?

Quería creer que ya no importaba si Sirius le había pedido que no se metiera entre ellos, si quería o no que se hablaran o que fueran amigos, porque ahora habían cosas más grandes e importantes en la cuerda.

—Claro que confío en tí —dijo con un tono de decepción que James quiso borrar.

—Solo necesito que me des tu permiso para hacerlo.

Los labios de Sirius estaban resecos y partidos, se los relamió mientras pensaba. Tal vez James era el villano que había aprovechado el momento en que Sirius no tenía energía para pelear, para traer el tema a colación.

—Incluso si lo acepta, no tendría donde esconderlo —tragó grueso—. Madre pone un hechizo de detección de objetos mágicos en nuestras pertenencias al regresar de Hogwarts.

—Entonces nosotros encontraremos la forma de esconder la magia del traslador —sugirió James con confianza—. Lo que tengamos que hacer para que tenga la opción de salir de allí cuando lo necesite.

—No estoy opuesto a ello, pero… —Algo que le agradaba de Sirius, era que podía verlo a los ojos por horas sin incomodarse. Podía entrar a ellos, buscar lo que tuviera que buscar, y estar seguro de que nunca se llevaría con él nada que necesitara. Que nunca apagaría la confianza que le tenía en su camino a la salida—. ¿Por qué tú?

—Porque no soy su hermano —Sirius se retrajo como si eso lo hubiera herido, y James se apresuró a explicarse, sintiendo un pinchazo amargo en el pecho por el dolor que sin querer le había causado. —Porque es más probable que Regulus confíe en alguien sin prejuicios, alguien dispuesto a tenderle una mano sin esperar nada a cambio —James creía estar hilando algo coherente, una explicación que, por fin, lo liberara de esa carga—, y porque no puedo permitir que esto suceda de nuevo. Porque lo siento tanto, Sirius. No merecías que algo así pasara y… —se encogió de hombros, sus ojos aguantando una muralla de sentimientos—. Siento no haber hecho más.

—James… —fue casi un susurro—, nada de esto es tu culpa —se rió, aunque su risa sonó acuosa, como si estuviera bajo el agua. Entonces se movió, ignorando el pequeño quejido de dolor que se le escapó, y lo abrazó lo más fuerte que sus heridas le permitieron—. Es su maldita culpa, de mis padres. Solo de ellos. Los odio más que a la vida —admitió, la voz quebrada por un rencor tan profundo como su tristeza.

—No digas eso —le pidió James con un dolor inmensurable. 

Ningún hijo debería sentir que las personas que lo trajeron al mundo eran sus más grandes enemigos. Ninguna persona debería odiar a la vida misma por culpa de quienes la crearon. Era injusto.

—Es verdad.

Intentó sonreír, aunque eso solo hizo que un par de lágrimas corrieran por sus mejillas. No le daba vergüenza llorar, mucho menos frente a Sirius que lo había visto en cada uno de sus más vergonzosos momentos, pero no quería sentirse así, no quería permear de tristeza hasta que pareciera que nunca iban a escapar de ella.

—Acabas de ganarte dos nuevos padres, de todas formas. Escuché a mamá y papá decir que iban a reclamar legalmente el permiso para tenerte en casa hasta que cumplas la mayoría de edad.

Al decir eso, fue Sirius quien finalmente se rompió en lágrimas, su cuerpo temblaba con cada sollozo liberado. James había pensado, con una amargura que le apretaba el pecho, que si el departamento del Ministerio que Regulus quería abrir ya estuviera en operaciones, entonces nada de eso hubiera pasado. Lo sostuvo en todo momento. Sus piezas rotas, buscando repararlas de una vez por todas. 

Cuando se separaron, ambos envueltos en la tragedia de lo que había pasado, Sirius fue el primero en hablar:

—Voy a doblar la apuesta.

—¿A qué te refieres?

—Voy a proponerte algo más —comenzó, y luego tomó fuerza más decidido—. No solo quiero que Reggie tenga una oportunidad para salir de Grimmauld, quiero que lo ayudemos a hacerlo —James no entendía por completo qué tramaba Sirius, pero aceptó en su mente en el momento en que lo propuso—. Vamos a sacarlo de allí nosotros mismos.

 

 

Hogwarts, 1976

 

Habían llegado tarde y el expresso de Hogwarts estaba repleto de alumnos.

—¡Los alcanzo en un momento! Voy a ir al baño —le gritó James a sus amigos mientras pedía permiso para atravesar los minúsculos pasillos del tren entre el mar de estudiantes. Sirius soltó un gruñido de descontento.

—¡Tenías todo el camino para haber ido! —James se encogió de hombro, y lo perdió de vista en cuanto cruzó la puerta del primer vagón. 

Para encontrar un baño desocupado, James tuvo que cruzar tres vagones. Los del frente siempre estaban más llenos, pero a Sirius le gustaba conseguir compartimiento allí para ser los primeros en salir. Justo cuando cantó victoria mentalmente y estaba a punto de poner un pie dentro del baño, una mano lo tomó del cuello de la camiseta y lo jaló hacia el compartimiento más cercano.

Regulus cerró la puerta, tapó todas las ventanas con sus respectivas cortinas, y colocó un hechizo silenciador y protector sobre la puerta.

—¿Qu-? 

—¿Cómo está? —preguntó de inmediato, tomando asiento frente a James. Este se acomodó la camiseta y se erigió en su asiento antes de responder.

—¿Te refieres a Sirius?

—¡Claro que me refiero a Sirius! ¿Por quién más crees que te preguntaría?

—Bien —respondió con la respiración un tanto acelerada—, está bien. Yo… —se detuvo, sin saber muy bien qué decir—, es decir…

—Potter —lo amenazó Regulus sin paciencia.

—¡Merlín! ¿Me puedes dar un segundo? Aún estoy tratando de entender qué hacemos aquí —James pasó la mirada por la oscuridad del lugar.

El otro chico frunció el ceño, pero le dio unos segundos en los que James llevó los latidos de su corazón a un paso normal y absorbió sus alrededores. Regulus tenía bolsas bajo los ojos que estaban oscuras como la tierra, las podía ver a pesar de la poca luz que se colaba entre las cortinas, era como si no hubiera pegado un ojo en todas las vacaciones. El resto de él parecía tan pulcro y perfeccionado como siempre, pero una tensión latente, casi eléctrica, emanaba de su magia, como la cuerda de un arco antes de disparar una flecha.

—Sirius está bien —comenzó—. Aún está tratando de entender qué fue exactamente lo que pasó y cómo se siente al respecto, pero a pesar de eso, está bien.

—¿Qué hay de sus heridas?

—Nada permanente —aclaró rápidamente—, hay un par de… un par de ellas que no pudieron cerrar en San Mungo, y es probable que no pueda jugar quidditch con la mano izquierda, pero además de eso… Lo más preocupante fue la cantidad de sangre que perdió, pero lo llevamos lo más rápido que pudimos a San Mungo y los sanadores le dieron las pociones necesarias a tiempo.

La rigidez en sus hombros de Regulus se disipó un poco, así que James continuó hablando:

—Los aurores pasaron por el hospital. Lo entrevistaron. Dumbledores también, ayudó a mis padres a realizar el papeleo para que no pudieran llevarse a Sirius de regreso en el verano. Falta ver que lo aprueben, pero todos parecían muy seguros, en especial luego del recuento de los daños del hospital —James no quería siquiera pensar en eso—. En cuanto a Sirius… No recuerda la mayor parte de lo que pasó, pero– bueno, no sé si sea verdad o solo esté tratando de olvidarlo —bajó la mirada por un segundo—. Honestamente, lo más preocupante es su estado mental. Los sanadores no estaban seguros de que el daño que sufrió no afectara a su núcleo mágico, y Sirius no ha querido hacer magia desde que regresó, así que nadie está seguro de cuáles son las verdaderas consecuencias. Mis padres creen que si pudiera ver a un sanador de la mente…

—No hablará de ello —le dijo Regulus con una seguridad aplastante.

—Tal vez en un tiempo.

—No. No lo hará —suspiró con cansancio.

Ambos se sumieron en un silencio nostálgico, aquel que solo daba a paso a pensamientos en los que James no quería profundizar, así que hizo lo que hacía mejor:

—¿Tú cómo estás?

El chico subió la mirada, del piso a sus ojos, con sorpresa. Claramente no esperaba esa pregunta. Se encogió de hombros, y James entendió que eso sería lo único que le ofrecería al respecto.

—Gracias —admitió Regulus por lo bajo.

—No tienes por qué agradecerme.

—Lo sé —admitió—, pero de todas formas, gracias.

James se encogió de hombros. En verdad quería saber cómo estaba Regulus, quería preguntarle qué había pasado esa noche, si él portaba heridas similares, si había algo que pudiera hacer, pero no parecía el momento o el lugar. Solo quería que supiera que no estaba solo.

—Cuando Padfoot despertó, tuvieron que aplicarle el Confundus —recordó con amargura—, para que no atacara a las enfermeras. Estaba pateando y gritando tu nombre. Quería regresar a Grimmauld porque se rehusaba a dejarte en esa casa.

Regulus desvió la mirada para ocultar su reacción.

—Mi hermano siempre ha sido un insensato idealista.

—Sirius te adora —le confesó James tan seguro como de que el día de mañana saldría el sol y de que ese año Gryffindor ganaría la copa de quidditch. El pelinegro se retrajo, cerró los ojos con fuerza como si intentara borrar sus palabras, y luego negó con la cabeza.

—Sería mejor si no lo hiciera —murmuró con tristeza.

Después de unos segundos de silencio, en los que la impotencia de no poder tomarlo de los hombros y arroparlo con sus brazos le oprimió el pecho, James carraspeó, interrumpiendo su conversación.

—Mis amigos deben estar esperándome —dijo, recordando de pronto las ganas que tenía de ir al baño.

Regulus asintió con la cabeza.

—No le digas que…

—Lo sé —interrumpió James, su voz suave, llena de una comprensión inesperada para Regulus—. Sé cuáles son las reglas.

El pelinegro volvió a asentir con la cabeza, esta vez con un atisbo de sorpresa en sus ojos, y se levantó.

—Reg —lo llamó antes de que abriera la puerta.

—Mi nombre es Regulus —le recordó, y a James le pareció escuchar un tono de sarcasmo en su voz y ver el fantasma de una sonrisa melancólica en sus labios. Su chiste personal.

—¿Podemos hablar de nuevo?

—¿Hablar de nuevo? —preguntó confundido.

—Me gustaría que pudiéramos vernos de nuevo sin tener que buscar una excusa para hacerlo —admitió James. Había practicado esas palabras durante sus noches en vela en el hospital. 

Regulus asintió con la cabeza.

—Ya veremos —dijo antes de deslizar un poco la puerta y voltearse al último momento para añadir:—. No salgas inmediatamente después de mí.

James se quedó sentado en la oscuridad de un compartimiento vacío, sin entender muy bien qué era lo que estaba sintiendo.

 

 

 

Racionalmente, James sabía que las personas asistían a Hogwarts para estudiar. Sin embargo, a menudo lo olvidaba, absorto en pasar tiempo con sus amigos. Ese año, los ÉXTASIS estaban listos para darle una patada en el trasero y recordárselo.

No había mentido cuando dijo que no quería tener que buscar una excusa para ver de nuevo a Regulus, y ahora que Sirius sabía, parcialmente, que tenía una relación amena con su hermano, no había nada que lo detuviera de buscarlo. Pero siempre había algo: o Remus y Lily, quienes se aseguraban de que él, Peter y Sirius hicieran sus tareas y estudiaran a fondo para las asignaturas en las que querían sobresalir; o Alice, arrastrándolos a prácticas de Quidditch a horas intempestivas de la mañana, insistiendo en que, si ella lo había conseguido a su edad, ellos también podían. 

Cuando por fin había hallado el momento idóneo para pagarle una visita a Regulus, Peter lo interceptó de camino a los invernaderos.

—¡James! Tienes que hacer algo —se quejó seriamente, tomándolo de los hombros y volteandolo en la dirección opuesta—. Moony y Padfoot no dejan de pelear. Cuando no es una cosa, es otra… ¡Parece que lo único que Sirius quiere es tener alguien con quien pelear! No lo soporto más.

—Worms, ¿podemos hablar de esto luego? Estaba a punto de… —señaló a los edificios envueltos en cristalería detrás de ellos.

—No —contestó súbitamente—, tenemos que tomar cartas en el asunto ahora, cuando todavía podemos, o esto se va a salir de control.

—Peter, peter, peter —lo detuvo—. Tranquilo. Sirius solo está… pasando por algo.

—¡Sirius siempre está pasando por algo! —exhaló el rubio. James tenía que darle la razón, esto era diferente, Sirius había regresado de su estadía en San Mungo con el carácter de un escreguto de cola explosiva. Lo desconcertaba, sin embargo, que Remus fuera su diana favorita. Por más que se esforzaba en hallar un motivo, en comprender por qué Sirius parecía tener más problemas con él que con el resto, la respuesta se le escapaba. Quizás Remus solo sabía cómo darle cuerda a su ira—. Tú eres su mejor amigo, ¡haz algo! Habla con él o… no lo sé, ¡simplemente haz tu magia de James Potter! —Peter movió los brazos en el aire con una urgencia que casi parecía un conjuro.

Peter usualmente no se quejaba de nadie, era la persona más tolerante que James conocía. Fue lo que, en un principio, los hizo convertirse en mejores amigos. Ninguno de los otros chicos del vecindario soportaba a James, quien a sus nueve años no sabía más que hablar hasta los codos sobre su familia y meter a todos en problemas. James pensaba que no era sano que Peter guardara tanto coraje por dentro, pero el rubio lo manejaba impresionantemente bien.  Alguna vez le había preguntado cómo lo hacía, y Peter le había dicho que en realidad no le afectaba de la misma manera. Para él, las quejas no le traían gozo ni alivio, no le reportaban ninguna satisfacción. Era como si su mente simplemente dejara ir las ofensas o las frustraciones, sin darles el espacio para crecer en amargura. Lo que era impresionante, porque a James no podía no importarle absolutamente todo.

Por eso, el hecho de que estuviera quejándose de Sirius ahora dejaba mucho que decir.

—También es tu amigo, podrías intentar hablar con él.

Peter se rió con un sarcasmo, tan poco común en él, que hizo que James le diera su absoluta atención.

—¿Crees que no lo he intentado?

—Bueno… 

—No —lo calló—, no James.

James se llevó las manos al cabello con frustración, jalando de él. En ese preciso instante, los estudiantes de quinto año comenzaron a salir de los salones, inundando el camino hacia el castillo. James intercambió una mirada de confusión con Regulus, y la urgencia lo golpeó de lleno: debía pedirle que esperara, que no se fuera de allí sin hablar con él. Sabía que esa era su última clase del día y solo le quedaba exactamente una hora antes de cenar. 

No apartó los ojos del pelinegro en ningún momento, siguiéndolo con la mirada hasta que lo perdió de vista, y entonces supo, definitivamente, que había perdido su oportunidad.

—Peter —lo tomó de los hombros y le habló firmemente—, estaba en medio de algo, ¿de acuerdo? Hablemos de esto en otro momento.

—¿En medio de qué? —la tensión subiendo en cadencia.

—En medio de… —James dudó, sin tiempo ni ganas de intentar una explicación que, en su estado actual, sabía que no convencería a Peter.

—¡James! —lo interrumpió Peter, su voz ahora alzándose, cargada de una furia que James nunca había visto en él. Sus puños se apretaron a los costados, y la indignación lo hacía temblar ligeramente—. Sinceramente, ¿qué demonios puede ser más importante que esto?

James suspiró pesadamente y dio fin a su batalla interna, porque el rubio tenía razón. Lo mejor era que dejara sus intentos de hablar con Regulus de lado y atendiera ese problema.

—Tenemos que hablar de algo —le dijo James resignado.

 

 

 

—Regulus Black —repitió Peter, tan sorprendido que las palabras sonaban como una pregunta.

Estaban sentados frente a la fuente de la entrada del castillo, el chapoteo del agua y el olor a especias en el aire, compartiendo un par de bocadillos que les habían regalado en el camino un par de estudiantes de Hufflepuff por el día de la calabaza. La gente, pensaba James, celebraba fiestas como esas solo porque podía. No es que él estuviera en contra de ellas. "¿Quién está en contra de bocadillos gratis?", había dicho Peter, y James le había dado la razón.

—Así es.

—¿Entonces ahora son amigos? —James se encogió de hombros. 

Peter se relajó en cuanto empezaron a charlar y James sintió un pequeño alivio al notar que había logrado calmar, al menos un poco, de su ansiedad.

—Espero que sí. Yo lo llamaría mi amigo, no estoy seguro de que él hiciera lo mismo. ¿Qué tan malo crees que sea eso?

—Es… —Peter miró al vacío por un instante, con los ojos bien abiertos como si acabara de comprender algo monumental, y luego dejó escapar un largo suspiro—. Es algo —lo miró de reojo—. Y pensabas interceptarlo para… ¿qué, exactamente?

—¿Hablar con él? No lo sé, supuse que se me ocurriría algo cuando lo tuviera frente.

—Vaya.

—¿Crees que deba planearlo mejor? Pensé que podría solo acercarme y saludarlo. Con tanta tarea no he tenido tiempo de pensar en nada. Merlín, ¡daría lo que fuera por un día libre!

Peter se rió suavemente a su lado.

—La última vez que te había visto tan interesado por alguien, saliste por los pasillos a gritar que te ibas a casar con Lily Evans —bromeó.

Se detuvo a meditarlo. Hacía ya un tiempo que Lily no ocupaba sus pensamientos de esa manera. Quizás, tal como la pelirroja había predicho, finalmente había madurado, comprendiendo que no podía reclamar a las personas como su propiedad. Su relación actual era, sin duda, mucho más amena. Tal vez un tanto contenida. Aún le embargaba una particular emoción cuando la veía unirse a ellos para estudiar, pero la experiencia ya no estaba cubierta de esa descarga de adrenalina sin sentido que la definía antes.

—Bueno, tal vez ahora me case con Regulus —James se rió, pero el silencio que le siguió fue incómodo. Era una tontería, ¿por qué lo había dicho? ¿Por qué James no podía mantener la boca cerrada?—. Es una broma —aclaró.

—James —comenzó el rubio, cualquier atisbo de diversión desapareciendo de su tono de voz.

—Era solo una br-

—¿Vamos a hablar de Sirius y Remus? —lo interrumpió, mirándolo con seguridad, como si hubiera tenido que juntar una fuerza inimaginable para sacar las palabras por sus labios—. ¿Vamos a hablar en verdad de Sirius y Remus?

—Sirius solo está…

—... pasando por un mal momento —terminó Peter por él—. Si lo escucho una vez más voy a… voy a…

—¡Está bien! ¡Está bien! —James levantó las manos en el aire—. ¿Qué debería hacer entonces? ¿Quieres que hable con Sirius? ¿Con Remus?

—Es muy tarde para eso. Creo que tenemos que hacer que hablen entre ellos.

—Acabas de decir que lo único que hacen es pelear.

—Sí, pero… ¿alguna vez te has preguntado por qué? —James frunció el ceño confundido—. ¿En verdad no lo has descubierto aún? —¿Qué era lo que James no había descubierto aún?—. Podemos hablar de ello, ¿sabes? Yo también tuve problemas para entenderlo en un principio, pero… luego pensé: ¿qué haría James Potter en esta situación? —James no pudo evitar la pequeña sonrisa que se pintó en su rostro—. Y me dije a mí mismo: “¡Está bien, Peter! Mientras no hiera a nadie, no tiene por qué ser tu problema. ¡Es su vida!”

—Creo que no estamos en el mismo canal —advirtió James.

—Es bastante evidente, si te pones a pensarlo.

—¿Qué es bastante evidente?

Peter suspiró, el aliento escapando de sus pulmones como si arrastrara consigo el agotamiento de haber sido malinterpretado demasiadas veces. 

—Sirius tiene un problema con los hombres homosexuales.

 

 

 

James llevaba consigo el dulce favorito de Regulus: chocolate oscuro con nibs de café de Honeydukes. Sirius, renuentemente, lo había ayudado a escogerlo en la visita a Hogsmeade. 

—¿Intentas ser su amigo o cortejarlo como un caballero victoriano? —había resoplado Sirius de mal humor ante la vergüenza de James.

Las conversación con Peter lo había dejado fuera de balance, como si se tratara de aguantar con un solo pie. 

En primera, porque no se había dado cuenta de que a Remus le gustaban otros chicos. James ni siquiera había considerado la posibilidad. Peter tuvo que explicarle cómo fue que él se dio cuenta. El hecho de que nunca se interesara en ninguna chica, la constante culpa que cargaba como si cometiera un gran error solo existiendo, y, últimamente, las cartas que recibía de su mejor amigo de vuelta en casa. James no había querido husmear, pero Peter y Sirius aprovecharon la oportunidad cuando Remus dejó su baúl abierto y no pudo evitar escucharlos recitarlas con asombro desde la cama. Es cierto, había un cariño en aquellas palabras que no parecía ser solo amistad, ciertas frases que prometían cosas con las que James apenas soñaba. Es solo que… bueno, James pensó que Alex era una chica, no un chico. Y tal vez era su culpa por asumirlo. 

En segunda instancia estaba la actitud de Sirius. Esa era la más difícil de entender, porque nunca habían hablado de su sexualidad. Cierto, compartieron el relato de su primer beso, de la primera vez que una chica aceptó salir con ellos, pero nunca hablaban de lo que sentían por esas chicas. James solía hablar hasta los codos de Lily, pero había dejado de hacerlo en cuanto le pareció que Sirius lo iba a maldecir si decía otra palabra, y últimamente no había pensado mucho en ella de esa forma.

James pensó que solo era… todo lo demás. Que estaban muy ocupados como para hablar de cosas que parecían pasajeras. Pero, ¿podría ser que habían dejado de hablar de ello porque Sirius no quería admitir en voz alta que tenía problemas con la sexualidad de Remus?, y la pregunta que más lo atormentaba: ¿qué postura tenía él sobre el tema? ¿estaba bien con ello o…?

James se detuvo un momento a pensar en el chocolate, en lo ridículo del gesto y lo mucho que revelaba sus verdaderos sentimientos. Porque en realidad le agradaba Regulus, deseaba genuinamente que lo considerara su amigo y anhelaba ganarse su afecto. Sin embargo, vivía con el constante miedo de estar pisando más allá de la raya.

Eso dejó de importar la semana siguiente, cuando James se apretó las agujetas de los tenis y decidió dejar de pensar y solo actuar . Iba subiendo las escaleras con el corazón acelerado de camino a lo más alto de la torre norte, cuando, un poco antes de llegar al salón de adivinación, notó la fila de estudiantes recargados a un lado de la pared esperando su turno para entrar. 

Entonces, fue interceptado por Pandora.

—¡Pts! James —chistó desde unos pasos más abajo.

—Hola, Pandora —James bajó hasta quedar a un lado de ella—. ¿Por qué la fila?

—Es nuestra primera evaluación del curso.

James movió la cabeza en entendimiento.

—¿Regulus está por aquí? —preguntó, intentando no sonar demasiado desesperado.

—Está por entrar —señaló a la entrada, y luego, con una sonrisa amable, sugirió:—. Es mejor que no arruines su concentración. Estaba bastante nervioso. Creo que fue un error haberlo obligado a tomar esta clase.

James frunció el ceño y luego sonrió. Podría haber soltado una risa desde lo más profundo de su pecho, pero se abstuvo de hacerlo, en cambio, le sonrió y se relamió los labios tratando de ocultar la ironía de lo que acababa de escuchar. 

Regulus lo había hecho quedar como un idiota por juzgarlo premeditadamente y, al parecer, ni siquiera había querido estar en esa clase desde un principio. Había algo adorable en la manera en que Regulus trataba de llevarle la contraria.

—Creo que esperaré hasta que salga entonces.

—¿Quieres hacerme compañía? Tengo una larga espera por delante.

Nunca había pasado tiempo con Pandora, sabía que estaba en Ravenclaw, que era amiga de Regulus y Lily, que pertenecía a un club de artistas, y que su familia no tenía ninguna afiliación política. De hecho, había asistido a la fiesta de Navidad en su casa ese año. James había agradecido que lo ayudara a cargar a Sirius hasta la entrada con la sangre arruinando por completo el lindo vestido que estaba usando.

—¡Claro! ¿Por qué no?

—Cuéntame, ¿cómo estuvieron el resto de tus vacaciones? —preguntó la chica atentamente. Hablaron un poco sobre Sirius en el hospital, sobre las materias a las que estaban optando para los EXTASIS. Pandora no le preguntó qué hacía allí o por qué estaba buscando a Regulus, lo que James agradeció. Cuando los temas de conversación se agotaron, los ojos de Pandora se posaron en él, llenos de un misterio y una curiosidad palpables.

—¿Por qué no me ayudas a practicar para mi examen?

La chica se sentó en un peldaño de las escaleras y extendió un pañuelo de uno de los bolsillos de su túnica, mientras sacaba una baraja de cartas del otro. James dudó un segundo, pero luego se acomodó como pudo a su lado, un poco apenado por bloquear el paso de los estudiantes que intentaban subir. 

Observó cómo Pandora revolvía las cartas frente a él, luego las cortaba en tres mazos distintos, y le extendía una mano pidiéndole que los reorganizara.

—¿De esto se trata tu exámen? —preguntó con gracia.

—Así es. Una tirada de cartas de media hora en la que intentas predecir tu propio futuro.

—¿Y cómo puede saber el maestro si estás en lo correcto?

—El tarot no es solo sobre suerte. Tiene que ver con simbolismo y la interpretación de quien lo lee. Si le dieras una oportunidad, estoy segura de que te fascinaría.

James se rió por lo bajo, pensando que eso nunca llegaría a pasar.

—¡De acuerdo! ¿Qué tengo que hacer?

La rubia abrió el mazo de cartas frente a él.

—Piensa en algo que quieras preguntarle al universo, y luego escoge tres cartas —Sin pensarlo demasiado, lanzó una pregunta general: “¿Vamos a ganar la copa de quidditch?” , y escogió una carta de cada extremo. Se las entregó a la chica, quien cerró el mazo y las colocó frente a ellos sobre el pañuelo—. Esta es la tirada más común —le explicó—, la de tres cartas: Presente, pasado y futuro. La primera carta representa el pasado o los orígenes de la situación —Pandora volteó la primera carta—. El Caballero de Espadas, invertido.

 

 

—¿Significa algo malo cuando están invertidos?

—¡Oh! No, para nada. Solo tiene un significado diferente. Es como… lo opuesto a lo que debería ser.

No sabía si Pandora estaba siendo honesta o solo amable.

—El Caballero, boca abajo, nos habla de tu tendencia a saltar antes de mirar —James sonrió con pillería—. Es como ese caballero que suele galopar sin pensar, y ahora está como en estampida sin riendas, tropezando con sus propios pies o apuntando su espada a las nargles en vez de al problema real —James quería preguntar qué eran “nargles”—. Significa que, a veces, tu valentía se vuelve un poco descontrolada o va en la dirección equivocada. Es esa energía impulsiva, pero como si se le hubieran enredado los cordones de los zapatos.

James rió un poco ante la alegoría.

—Vale… —No se lo dijo, pero encontraba sentido en lo que decía.

—Ese es tu pasado, ¿de acuerdo? Ahora vamos con tu presente —reveló la segunda carta.

—Dos de copas —leyó James. Dos chicos intercambian copas en el centro de la carta y un león se sienta en el tope de sus cabezas.

 

 

—Eso es adorable —susurró Pandora con emoción y James se rió en respuesta—. Dos de Copas... ¡qué carta tan preciosa! —A primera vista, la carta no prometía la emoción que Pandora le atribuía, sin embargo, su lectura resultó sorprendente—. La carta del dos de copas es como esa sensación cálida que te abraza por dentro cuando ves a alguien muy especial. Las copas, claro, son las emociones, el amor, el respeto compartido entre dos personas. Tenemos el símbolo del Caduceo de Hermes —apuntó a las dos serpientes entrelazadas en medio de ambos chicos—, que es el dios mensajero en la cultura griega y simboliza la comunicación entre ellas. El león habla de pasión, de atracción sexual inevitable...—James sintió un extraño calor subirle por el cuello—. Esta carta habla sobre una conexión tan auténtica que, a pesar de cualquier dificultad, es para toda la vida.

—¿Estás diciendo que pronto voy a conseguir novia? —bromeó James.

Pandora negó con la cabeza mientras reía suavemente.

—Es tu trabajo interpretar su significado, no el mío —le respondió juguetonamente, una seriedad oculta en su ligereza—. Vamos con tu última carta, tu futuro.

Cuando Pandora intentó voltear la última carta, descubrió que en realidad eran dos, una encima de la otra. Se habían pegado en algún momento y se negaron a separarse hasta ese instante.

— Interesante —susurró ella, un poco más seria.

—¿Qué es interesante?

—En clase nos hacen mucho hincapié en considerar que nada es una simple coincidencia.

—¿No es coincidencia que sean dos en vez de una?

—Tal vez… 

El movimiento de la fila los interrumpió. Uno de los estudiantes pidiendo permiso para moverse. James vio a Regulus entrar al salón de adivinación con una expresión de súbito terror, nada listo para comenzar su examen. James y Pandora subieron un escalón más, moviendo toda la parafernalia al siguiente peldaño.

—Tal vez, ¿qué? —retomó James.

—Estaba pensando que tal vez tu destino está partido a la mitad.

—¿Qué quiere decir eso?

—Como si estuvieras en una encrucijada. La decisión entre dos caminos diferentes. El universo aún no sabe cuál tomarás.

Hasta ese momento, James no había prestado mucha atención a las dos cartas restantes que relataban su futuro. Ahora que las veía mejor, ambas contaban una historia muy diferente, casi opuesta.

 

 

—La primera carta, la del Juicio, está invertida —explicó con una ligera inclinación de cabeza—. Normalmente, la trompeta celestial te despierta para aceptar cosas nuevas —señaló el instrumento que el ángel tocaba encima de la cabeza de una familia—. Pero así, invertida, es un poquito como si ese despertador sonara y tú... te taparas la cabeza con la almohada —James frunció el ceño—. Significa que te aferrarás a lo que dolió, a la culpa o al arrepentimiento, sin querer soltar el pasado. Es como una llamada a empezar algo nuevo que no escuchas y podría llevarte a… —Pandora no terminó, sumida en una repentina sombra.

—¿Es malo?

Pandora se fijó atentamente en la segunda carta.

 

 

—El nueve de espadas —susurró pensativa—. Es solo un presentimiento, pero pareciera como si en esta carta es en donde se divide tu destino. El Nueve de Espadas, es como un arma de doble filo. Si estuviera de pie, te mostraría mucha tristeza y noches sin dormir —la movió para que estuviera invertida—. Pero así, lleva consigo más esperanza. Significa que, aunque sientas un dolor inmenso, no te vas a quedar ahí. Vas a enfrentar esos miedos grandes y oscuros que tienes escondidos y vas a empezar a reconstruir tu pequeño universo. No es un final triste.

—¿Y cuál es? ¿Está de pie o de cabeza? —preguntó James cautivado por el misterio.

—No lo sé —dijo Pandora sorprendida—. No… —frunció el ceño—, lo siento, James, creo que no me fijé en qué posición estaba —James podía sentir las arrugas de su rostro haciéndose paso en una expresión de confusión y preocupación—. Es una lucha, sí, pero con un final donde aprendes muchísimo sobre ti, sobre los sacrificios que no hay que hacer y lo importante que es tu propia vida.

Ambos se quedaron en silencio. Toda clase de pensamientos pasando por la mente de James, cada palabra de Pandora resonando y tejiendo nuevas conexiones con su propia situación. No pudo evitar pensar en la guerra, y en lo que les deparaba el próximo, su último, año en Hogwarts.

—Pandora…

—¿Sí?

—Solo pregunté si iba a ganar la copa de quidditch este año.

Los labios de la chica se curvaron en una sonrisa tan amplia que poco después se convirtió en una risa, y luego, en una carcajada. James la siguió, contagiándose de la paz que parecía emanar la chica. Tal vez Pandora era como él, la persona a la que buscaban otras personas cuando querían sentirse tranquilos y seguros.

—Oh James —suspiró la rubia—. Bueno, a veces el universo nos envía lo que necesitamos y no lo que queremos —dijo segura, y luego apuntó al tope de las escaleras mientras recogía las cartas y tapete del suelo—. ¡Mira! El chico de la hora acaba de salir.

James subió la cabeza y sonrió con decisión. 

—Gracias —le dijo con sinceridad—, y suerte en tu examen. Estoy seguro de que lo harás de maravilla —James le dio un beso en la mejilla y salió corriendo escaleras arriba tras Regulus, quien tenía una expresión de terror y la piel más blanca que una hoja de papel—. ¡Hola! —lo saludó animado y, rápidamente, sacó el chocolate que tenía guardado, poniéndolo sobre su palma abierta—. Te traje esto. Moony dice que el chocolate es el mejor remedio para el susto —bromeó, pero Regulus no cambió de expresión.

—¿Qué haces aquí, Potter? —preguntó sin ninguna chispa de odio, solo miedo, algo inusual en él.

—¿Quieres ir a caminar? Se ve que necesitas un poco de aire.

Regulus tragó grueso, y ya fuera por el terror que cruzaba su semblante o porque en verdad sí quería pasar tiempo con James, se dejó arrastrar hacia los terrenos de Hogwarts.


 

En su defensa, Regulus nunca mencionó que tuviera miedo del bosque prohibido, y James había pasado tanto tiempo convertido en venado, saltando de un lado al otro de sus senderos, que la fascinación y el misterio habían quedado atrás.

—Cuando los lugares llevan “prohibido” en su nombre, generalmente significa que no deberían de visitarse —le susurró Regulus tras de él.

Era una sorpresa que no se hubiera dado media vuelta y regresado al castillo. James cree que no lo hizo por miedo a quedar como un cobarde. Si había algo que Regulus no soportaba, era tener el ego aplastado.

—Es solo una advertencia —dijo James tranquilamente.

En lo profundo del Bosque Prohibido, se escondía un pequeño claro donde yacían las ruinas de una antigua casa. Sirius, siempre curioso, había investigado su historia: la de un viejo profesor que enloqueció por el amor de una ninfa y por eso pidió vivir en aquel rincón apartado en la oscuridad del bosque. En su momento, Sirius había reclamado el lugar como “suyo y de Moony” , pero con el pasar del tiempo se convirtió en el refugio de los Merodeadores. 

Colocaron un sofá viejo, una silla, una mesa sostenida por el cuerpo de una lámpara, varias lámparas, robadas una noche de travesuras de la sala de mantenimiento, que iluminaban el lugar, y le aplicaron un hechizo de impermeabilización a todo para protegerlo de la lluvia (ya que las ruinas solo conservaban parte del techo).

—Bienvenido —James observó con placer que Remus había dejado el tocadiscos muggle allí.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Regulus con desconfianza.

—El cuartel de operaciones de los Merodeadores —dijo con orgullo. El otro chico puso los ojos en blanco, pero se estaba paseando por entre los objetos que habían apilado, tocando y examinándolos sin disgusto alguno en su expresión.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—Tu me mostraste tu lugar, ahora yo te estoy mostrando el mío —James se desplomó en el sofá y palmeó el asiento al lado suyo para que Regulus lo acompañara. En cambio, el pelinegro tomó un desvío y se sentó en la silla frente a él.

—James… —comenzó Regulus con un suspiro exasperado. James sabía a dónde iba aquello, así que lo interrumpió de inmediato, negándose a recibir su rechazo.

—¿Ya encontraste mi regalo de navidad? —preguntó emocionado.

—Tu regalo de… —Regulus cerró la boca en un instante y sus ojos se ensancharon tanto que James no estaba seguro de que no se salieran de sus cuencas, lo que le resultaba totalmente hilarante. Una risa profunda brotó de su pecho y la sonrisa que se había hecho casa en sus mejillas se negaba a dejarlas—. Los binoculares —exhaló con terror.

—Si quieres consejos para mejorar tu vuelo solo tienes que pedirlos, Reg —se regodeó James entre risas.

—Merlín, eres insoportable —dijo Regulus, sonando tan arrepentido como avergonzado.

—En realidad es adorable —terminó James con un suspiro y una sonrisa en su dirección.

—No te estaba espiando.

James se llevó una mano al mentón.

—No sé, Barty parecía muy seguro de que si era así.

Regulus saltó de su asiento con mortificación.

—¿Qué te dijo Barty? —se pasó una mano por la cabeza.

—Tranquilo —le dijo James entre risas. No iba a mentir, se estaba divirtiendo bastante viendo cómo podía sacar reacción tras reacción del pelinegro—. Lo que te delató fue el cuaderno. Tienes suerte que haya sido yo quien lo haya encontrado y no Sirius o Marlene.

—Voy a matarlo —seguía murmurando Regulus por lo bajo sobre Barty.

James se movió de un lado a otro, en busca de una posición más cómoda en el sofá, y luego intercambió una mirada con Regulus, pidiéndole de nuevo silenciosamente que tomara el asiento a un lado de él. Esa vez, el pelinegro detuvo su caminar tomando el lugar sin decir nada más.

—¿Cómo te fue en el exámen? —preguntó James casualmente.

Los labios de Regulus se fruncieron.

—Bien —dijo de mala gana.

—¿También tuviste que utilizar las cartas?

El chico negó con la cabeza y luego dijo:

—Mi curso está trabajando con sueños.

—¡Cierto! ¿Y? ¿Qué tuviste que hacer para tu examen?

—La interpretación Onírica de casos prácticos —pasó solo un segundo antes de que Regulus se acomodara en el sofá, como si estuviera aceptando que no iba a salir corriendo de un momento a otro, y fijara la mirada en James—. El profesor toma uno de sus sueños al azar, los que él ha tenido, y te pide que lo analices, luego toma el ejemplo de alguno de los otros alumnos sin decirte de quién es, probablemente de alumnos de generaciones pasadas, y el último es uno de tus propios sueños, de los que has escrito en el cuaderno.

—¿Y cómo te fue? —preguntó James, fascinado, tal como habría dicho Pandora.

—Bien —Regulus tragó grueso—, sorprendentemente bien.

James entrecerró los ojos en su dirección con sospecha.

—Entonces, ¿por qué te ves como si hubieras pisado la mierda de un Abraxan?

Regulus suspiró.

—Nada.

—Pensé que ya habíamos dejado de hacer eso —alegó James.

—¿Qué?

—Evadirnos.

Regulus fijó los ojos en James buscando entendimiento, pero no había nada que buscar, sus palabras eran tan claras como parecían.

—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué eres tan… amable?

—Bueno —James se inclinó hacia adelante, los codos sobre las rodillas, mientras miraba a Regulus seguro de sus siguientes palabras—, porque me agradas.

—Todo lo que he hecho es ser grosero contigo.

—En parte —movió la cabeza de un lado al otro—, pero también has sido honesto, y me agrada la honestidad.

Había algo en los ojos de Regulus para lo que no tenía una explicación. Era un sentimiento y un presentimiento al mismo tiempo. Era intuición. Pero James no sabía hacia donde lo estaba llevando o que quería decirle.

—¿Qué hay de Sirius? —preguntó Regulus muy serio.

—Sirius no tiene nada que ver con nosotros.

—Es tu mejor amigo —refutó—, y es mi hermano.

—Así es. Ambos tenemos suerte de tener partes de él. —¿Era tan fácil como James lo estaba planteando? La verdad, era la primera vez que lo formulaba de esa manera, incluso para sí mismo—. De la manera en que yo lo veo, podemos dejar que eso sea una barrera o simplemente algo que tenemos en común —movió la cabeza hacia Regulus, esperando su respuesta—. ¿Qué va a ser?

Regulus se mordió los labios, lo que hizo que James enfocara su mirada en ellos, en la manera en que su lengua los tocaba y cómo, después de que la saliva los empapara, se veían brillantes y...

—Algo que tenemos en común —aceptó Regulus.

Los labios de James se ensancharon tanto que estaba seguro de que le dolerían al día siguiente. Un canto de victoria resonó en su interior, emanando de cada una de sus expresiones corporales.

—¡Genial!

—Genial —repitió Regulus sin tanta emoción.

Entonces, un crujido insistente en las hojas secas despertó todos los sentidos de James. Se levantó de un salto, extendiendo una mano hacia Regulus para indicarle que se quedara donde estaba. Su mente corrió a la posibilidad de que fuera alguno de los chicos, quizás Peter, o incluso Sirius y Remus. Caminó sigilosamente por el perímetro, siguiendo la dirección del sonido con la mirada y el oído, pero por más que buscó huellas, ramas rotas o cualquier otro indicador de que alguien estuviera por allí, nada saltó a su atención, salvo la persistencia de aquel crujido inquietante.

Fue el grito de Regulus lo que cortó cualquier otro pensamiento.

—¡Regulus! —gritó James mientras corría de regreso a las ruinas.

Lo primero que notó fue la enorme araña que lo intentaba alcanzar con sus pinzas peludas. El sonido del crujir de mientras se abrían y cerraban. ¡Vaya suerte! Que el único día en el que se encontraba con una de las bestias del bosque fuera el día en que Regulus lo había acompañado.

El pelinegro tenía la varita en el aire, listo para atacar, pero se estaba conteniendo.

—¡Reg! —gritó James—. No la ataques, solo la enfurecerás más.

La araña, con sus múltiples ojos inyectados en furia y sus patas peludas arañando el suelo, se lanzó hacia Regulus.

¡Reducto! —atacó el chico—. ¡Incendio! —los hechizos resbalaban de la criatura como si no le hicieran nada—. ¡Sectumsempra! —ese último lo esquivó, y James pensó que era una tragedia, porque era el único lo suficientemente poderoso como para haberla imposibilitado.

—¡Reg! ¡Tienes que dejar de atacar! —le gritó James desesperado.

Regulus retrocedía, sus movimientos tensos y precisos, mientras lanzaba hechizo tras hechizo, buscando un punto débil en la coraza de la bestia.

No había tiempo para encantamientos complejos de ataque. No iban a ser capaces de herirla lo suficiente para que los dejara en paz, tenían que ahuyentarla. James sólo sabía dos datos sobre las arañas que recordaba de sus clases de defensas contra las artes oscuras. 

El rostro de Regulus estaba cubierto en miedo, pero había una determinación en sus movimientos que hacía que James no despegara los ojos de él con ansiedad y necesidad. No podía pasarle nada, apenas comenzaban a ser amigos.

Mientras la araña se preparaba para otro salto, abriendo sus mandíbulas, James apuntó su varita con determinación, visualizando en su mente lo que quería materializar, y gritó:

¡Prestidigitación! 

De la punta de su varita salió una doble ráfaga: una densa neblina con olor a menta fresca, y una onda de aire mágico que resecó instantáneamente el ambiente.

La araña se detuvo en seco, sus movimientos se volvieron espasmódicos. Se tambaleó, y sus innumerables ojos se desorbitaron con lo que parecía puro asco ante el repentino y abrumador aroma a menta. Con un chillido agudo y desesperado, la criatura se dio la vuelta torpemente y se internó de nuevo en el Bosque Prohibido, huyendo del insoportable hedor y el aire seco que le erizaba las patas.

Regulus, con la varita aún en alto, observó cómo la araña desaparecía, luego bajó lentamente el brazo, el ceño fruncido en una mezcla de asombro y una tenue exasperación.

—¡Te lo dije! —le reclamó de inmediato entre respiraciones descontroladas.

—De nada —exhaló James con sarcasmo.

—Ustedes, ¡estúpidos e insensatos Gryffindors! ¡Todos son iguales! ¡Lanzándose al peligro sin importarles a quién se lleven por delante!

James pensaba que eso era injusto, considerando que le acababa de salvar la vida.

—Reg —se acercó a él con una voz calmada—, respira —le recordó, notando como su pecho subía y bajaba desesperadamente en busca de aire—. Respira —le volvió a decir suavemente antes de tomarlo por los hombros—. Mirame a los ojos —levantó su cabeza con un dedo en su mentón para que lo viera—. Todo está bien. La araña se fue. Solo quedamos nosotros. Respira —puso una mano en su pecho, olvidando en ese momento las advertencias que había escuchado por años, de Sirius y de sí mismo, recordandole que Regulus odiaba el contacto físico—. Respira —repitió de nuevo.

Había tantos momentos en los que James se había enamorado de Regulus que, a veces, no sabía a cuál culpar. ¿Habría sido cuando sus respiraciones se sincronizaron ese día? ¿O cuando Regulus lo dejó tocarlo? En retrospectiva, no se había enamorado de él una sola vez, sino un millón de veces de todo tipo de formas. Pero en ese instante, James no entendía lo que sentía. No sabía por qué los ojos de Regulus brillaban de esa manera tan particular, o por qué sentía un globo de aire subirle por el pecho con una emoción contenida, o por qué quería abrazarlo, o por qué deseaba que ese momento nunca acabara.

James solo sabía, sin saber.

—Tienes un estilo de pelea terrible —le dijo cuando sintió que Regulus volvió a la realidad, y soltó una risa imposible de contener cuando lo vio como si acabara de apuñalarlo—. ¡No estoy bromeando! —aunque solo podía reir—. ¿Si sabes que puedes batirte en duelo con más que maleficios?

—Te odio —dijo Regulus sin ningún veneno.

—Tienes la misma forma de pelear que Sirius —bromeó, sabiendo que eso le tocaría el ego.

—¿Y qué forma es esa?

—Daño, pero nada de ingenio —dijo con altivez.

—Puedo hacer más que daño —alegó, pero inmediatamente continuó con:—. Puedo hacer tanto daño que no necesito jugar trucos baratos para ganar un duelo.

James elevó los hombros, despreocupado.

—No lo dudo, pero sería mejor si tuvieras ambos —Regulus entrecerró los ojos, clavándolos en él—. ¿Quieres que te enseñe?

No planeaba decir eso, pero salió tan natural como un saludo en la mañana. De repente, todo adquirió sentido. James había pasado semanas tratando de encontrar algo que ambos tuvieran en común, una actividad —además del Quidditch— que les diera el tiempo suficiente para forjar un vínculo, para persuadirlo... porque James tenía que recordarse que el objetivo era convencerlo de que dejara a su familia y viniera a vivir con ellos, con Sirius y con él.

—¿Tú? ¿Enseñarme a mí?

—Soy mayor que tú.

Regulus exhaló un bufido, divertido y exasperado a la vez.

—Solo en edad, pero no mentalmente.

James se rió ante la elocuencia de la broma.

—Sácame de aquí, Potter. No quiero pasar un segundo más en este lugar.

James se encogió de hombros con una expresión de resignación divertida, pero hizo una reverencia y dijo:

—A su orden, majestad.



 

A pesar del encuentro con la araña, o tal vez gracias a él, James había tenido un día maravilloso. Era en momentos como esos, en los que agradecía tener la oportunidad de asistir a Hogwarts, ¿en qué otro lugar sería atacado por arañas gigantes que querían comérselo?

Mientras caminaba junto a Regulus, envueltos en un silencio que dejó de ser incómodo, no pudo evitar sentir cada vez que sus dedos, intencionalmente, se rozaban.

—Entregado, sano y salvo, en las puertas de tu sala común —exhaló James con victoria al llegar frente a la gran puerta con serpientes enroscadas en sus columnas. Regulus suspiró con cansancio. James creía que el camino le había dado tiempo para calmarse un poco.

—Gracias —dijo a regañadientes.

James le dedicó una sonrisa.

—Es un gusto —Regulus miró de un lado al otro, como si buscara algo.

—Ya te puedes ir —le ordenó con toda la seguridad de un príncipe, y se dio media vuelta.

—Espera —lo tomó del hombro y lo volteó en su dirección—. Entonces, ¿cuándo empezamos? —preguntó emocionado.

—¿Qué?

—¿Cuándo empezamos el club de duelo?

—¿El club de...? —Regulus se llevó las manos al puente de la nariz—. Mira —se detuvo junto con sus palabras—, está bien —resopló—, no eres tan terrible como pensé —A James se le dibujó la fase del sol más brillante en el rostro—, pero no puedo simplemente ser amigo de James Potter. Si llegara a oídos de mi familia, ellos…

—Está bien —interrumpió James—, lo entiendo.

Regulus frunció el ceño.

—Creo que no lo entiendes.

—¡Sí! Lo entiendo —lo simplificó—. No podemos dejar que nadie sepa que somos amigos —Regulus parpadeó en desconcierto—. Me parece bien, no tengo problema con eso. Entonces, ¿cuándo empezamos?

Regulus suspiró con cansancio. A James le parecía que hacía eso más veces de las que lo merecía, pero no dijo nada al respecto.

—¿Sabes? Como sea. Está bien. Tengo tiempo libre el fin de semana.

El corazón de James amenazaba con irrumpir como un volcán, explotando de emoción y quemando todo a su paso. Estaba seguro de que su rostro no dejaba nada a la imaginación.

—¡Me parece maravilloso! —dijo con emoción—. Encontraré un lugar.

—No puede ser un lugar público —lo amenazó Regulus.

James levantó las manos en señal de rendición.

—¡No lo será! No te preocupes. Está todo bajo control.

—De acuerdo —le regaló una mirada precavida—, ahora lárgate.

James volvió a reír, una risa sincera.

—Nos vemos pronto, Reg.

—Como sea —dijo antes de darse media vuelta y darle la contraseña al protector de la sala común.

James se quedó mirando a la pared vacía una vez Regulus desapareció, aún sin poder creer que lo había logrado. Se había ganado a la única persona a la que siempre temió nunca poder tener como amigo. Sirius estaría, indudablemente, orgulloso de él. James estaba orgulloso de sí mismo. Su corazón latía con la necesidad de que llegara el fin de semana tan rápido como se habían ido las vacaciones.

Se dio cuenta entonces, de que la respuesta al acertijo de Regulus Black siempre estuvo frente a él:

Para que las rosas nacieran, antes que cualquier otra cosa, debían crecer espinas.

Notes:

Es difícil saber si un capítulo es bueno porque es bueno o porque yo misma lo escribí, jajaja. ¿Pude haberlo editado mejor? Probablemente, pero tu edita diez mil palabras en una sentada y luego me dices si quieres hacerlo. La única que referencia que tengo son las dos personas que comentan aquí y me dejan saber que tuvo algun tipo de mínima relevancia en sus vidas. A esas personas, los aprecio mucho. En verdad no tienen idea de cuánto.

Les dejo esto en viernes, en esperanzas de mejorar su fin de semana.

No puedo recordar qué partes del capítulo quería resaltar así que solo diré... LETS FUCKING GO! El próximo capítulo los dos idiotas enamorados se dan cuenta de que están enamorados. Y... ¡ah si! La cueva. Casi olvido que de eso se trataba todo esto. Preparemonos para volver a la tragedia pronto.

Chapter 19: James: ¿Por qué las rosas necesitan espinas? | Parte III

Summary:

Al menos, si mantenía su mente ocupada en resolver ese problema, no tendría espacio para caer en el pánico de lo que acababa de suceder.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

James

¿Por qué las rosas necesitan espinas?

Parte II

Hogwarts, 1975

 

Enseñarle a Regulus el arte de un duelo fuera de lo convencional fue una de las experiencias más memorables de su vida. Fue, sin duda, lo que consolidó su amistad, lo que más tarde, sin haberlo planeado, se convertiría en la base de su relación. 

Es un sentimiento como ninguno, el compartir momentos en los que la felicidad va de puntillas tras de ti hasta que te toma en sus brazos y pareciera que nunca te va a dejar ir. Es maravilloso, ver a los ojos de otra persona, y darte cuenta de que ambos crearon aquello, ambos bajaron las murallas y dejaron entrar ese sentimiento. 

Así fue como se construyó su relación.

—No puedes utilizar ningún maleficio o hechizo de ataque —empezó James con seguridad a delinear las reglas—, y no puedes lastimar gravemente a tu contrario, ¿entendido? —le dedicó una mirada en busca de una respuesta.

Debido a que el Bosque Prohibido estaba tachado de su lista de lugares disponibles después del ataque de la araña, James había tenido que ingeniárselas para encontrar un sitio que fuera al aire libre y estuviera lejos del ojo del público. Por suerte, él y sus amigos se habían dedicado exclusivamente a explorar cada rincón del castillo para crear el Mapa del Merodeador. Le tomó un tiempo, pero encontró el lugar perfecto: una almena (La parte superior de la torre, fortificada con una serie de salientes y huecos) en el último piso de la Torre Oeste. Esta almena en particular era lo suficientemente amplia y poco conocida como para batirse en duelo sin llamar la atención de nadie. Ni siquiera las personas que volaban, lo hacían tan alto.

—¿Es un duelo o vamos a tomar el té agarrados de la mano? —Regulus se había burlado. 

James movió su varita hacia las agujetas de Regulus, haciendo que las de ambos zapatos se enredaran entre sí. El truco más viejo del libro, pero Regulus cayó en él. Literalmente cayó en el. Regulus se tambaleó en cámara lenta en un intento de alcanzarlo y James explotó en risas que ni siquiera tuvo la delicadeza de ocultar cuando cayó en su costado. Mientras Regulus se desamarraba y volvía a amarrar las agujetas, escupiendo insultos, James le ofreció una mano para levantarse.

—Vamos. Muero por ver con qué puedes defenderte —y un brillo feroz y competitivo se incendió en los ojos de Regulus.

A Regulus le tomó unos intentos entender a qué se refería James. 

Ignis.

Un león en llamas salió de la varita de Regulus y abrió su enorme boca en un rugido contra James. Por un momento, pensó que no podría esquivarlo, pero en el último segundo logró recordar el hechizo para sofocarlo.

Vacuo Sphera —realizó un movimiento circular rápido alrededor del objetivo, terminando con un punteo firme y la esfera logró encerrar al león y privarlo del oxígeno que necesitaba para encenderse—. ¡Eso cuenta como un hechizo de ataque! —se quejó de inmediato—. Sin hablar de cómo podías haberme causado quemaduras de tercer grado.

Regulus bufó por lo bajo y se cruzó de brazos.

—Malos perdedores —murmuró para sí mismo, aunque James lo escuchó claramente—. ¿Qué es lo que se supone que tengo que hacer entonces?

—Tienes que ser astuto, intentar quemar a alguien vivo no es astucia, es simple… —pero James no acabó la frase, porque Regulus había soltado una risa altanera—. Empecemos con algo sencillo, ¿está bien? —buscó mentalmente en su repertorio de hechizos hasta que encontró uno que podía servir fácilmente de ejemplo—. ¡Fumos! —Una densa niebla oscura salió de su varita y rodeó a Regulus.

¡Ventus! —gritó el chico, haciendo que una fuerte corriente de aire que venía de todos lados lo disipara.

—Exacto, ¿ya lo entiendes? Así es como debes contraatacar. Con lógica e intelecto, no con fuerza bruta.

Regulus frunció el ceño.

—Estos son hechizos de estudiantes de primer año —se quejó.

—No tendría que usarlos, si no tuvieras el sentido común de un estudiante de primer año —Sus palabras despertaron una determinación en Regulus que no había visto antes y James no pudo evitar sonreír de lado al notar su reacción—. ¡Acuamenti Tsunam!

Ese hechizo fue más difícil de castear, requería de más concentración. El agua saliendo de la varita de James se convertía, lenta y acumulativamente, en una ola del tamaño de la altura de Regulus que amenazaba con desembocar contra él.

¡Accio Escudo!  —Uno de los escudos de las armaduras de Hogwarts voló por el aire en dirección a la mano de Regulus, quien se tapó con él, protegiéndose así del chapuzón que se hubiera dado de otra forma. Sus zapatos, sin embargo, no tuvieron tanta suerte—. Esto es ridículo —dijo por lo bajo.

—Apenas estamos comenzando —advirtió James divertido.

En la segunda ronda, Regulus atacó con un hechizo de cosquillas. Se había tomado muy enserio lo de utilizar hechizos de primer año, o tal vez solo fue lo que saltó en su mente en ese momento, no estaba seguro. Nunca estaba seguro de cuándo Regulus estaba siendo sarcástico para probar un punto. James se protegió con un hechizo resbaladizo, lo que hizo que las manos imaginarias se deslizaran sin poder tocarlo. 

Para la tercera, cuando Regulus intentó conjurar una maldición solo porque sí, James lo interceptó antes de que pudiera decir las palabras: alzó la varita e hizo que de la boca de Regulus comenzaran a salir pequeñas burbujas rosadas de jabón cada vez que intentaba hablar. Entonces, Regulus había conjurado un ¡Finite Incantatem! al mismo tiempo que dirigía una expresión asesina hacia James.

Al final de aquella primera sesión, Regulus se había despedido entre murmullos, pisando pesado, tirando la puerta y claramente enfurecido porque James había logrado evitar cada uno de sus hechizos como si hubiera nacido con un talento para ello. 

James temía que no regresara, pero el siguiente fin de semana apareció por la puerta justo a la hora que habían acordado y asumió la posición de combate inicial sin siquiera saludar a James.

Habían pasado la mayor parte de los fines de semana de Marzo buscando la manera de utilizar los hechizos más sencillos, o simplemente aquellos que, siendo aún adolescentes, conocían lo suficiente, para defenderse en maravillosas muestras de ingenio. Había algo en aquella contienda inusual que había cautivado a Regulus, y James se regodeaba al saber que él había logrado eso: le había presentado un reto para el que no estaba preparado.

—¿Listo? —preguntó James, poniéndose de pie de nuevo.

—Listo —le respondió Regulus, con la respiración aún entrecortada, mientras se exprimía la ropa.

James le había lanzado un Aguamenti que lo había empapado de pies a cabeza. Era su defensa contra la bandada de aviones de papel que Regulus le había enviado, pequeños proyectiles dispuestos a picotearlo sin piedad. Mojarlo no había sido el plan; pero ver a Regulus empapado había resultado una sorpresa gratamente divertida.

—Los ganadores empiezan —dijo James con picardía—. ¡Ligamentum Textilia! —Con un rápido movimiento de su varita, envió la bufanda mojada de Regulus a volar a su alrededor, buscando el ángulo perfecto para atar sus manos o sus pies.

Pero Regulus fue más rápido. Notó sus intenciones de inmediato.

¡Inmobulus! —La bufanda se tensó en el aire, y Regulus sonrió con malicia, ya con un plan en mente. Se había vuelto más rápido, más calculador, al pasar las semanas— ¡Glacius! —La tela, ahora rígida, se congeló de golpe, convirtiéndose en un proyectil puntiagudo. ¡Depulso! —Con una ráfaga, lo envió disparado hacia James, quien apenas tuvo el tiempo de hacerse a un lado y lanzar un Protego por si acaso lo rozaba. No lo hizo, y James soltó un suspiro de puro alivio—. Estoy mejorando —declaró Regulus con arrogancia, una sonrisa de satisfacción abrió paso en su rostro.

—Lo estás —admitió sorprendido y sonrió de regreso—. Creo que eso fue suficiente por hoy.

Cada fin de semana antes de ese, Regulus había balbuceado una despedida rápida e incómoda y se había marchado por la puerta. James estaba preocupado, no tan seguro de que su plan de hacerse su amigo estuviera funcionando.

—¡Reg! —lo llamó al verlo darle la espalda en dirección a la salida. James se acercó a la muralla, sobre la cual había dejado una canasta con comida bajo su capa—. ¿Quieres comer algo? —La invitación era casual, simple, nada detrás de ella más que honestidad. Tal vez eso fue lo que hizo que Regulus aceptara.

Se sentaron sobre el borde de la almena, los pies colgando en el vacío, mientras masticaban y observaban el atardecer.

—Hay una buena vista del lago desde aquí —comentó Regulus después de un rato de silencio. James se tomó unos segundos para apreciar los últimos rayos del sol, naranjas y rosados, cubriendo los terrenos de sus tonos. Miró a Regulus, con la piel tocada por el sol, y su sonrisa se agrandó. No era el retrato frío que pertenecía a la casa de una familia de sangre pura, era como la obra de arte de un Impresionista. Dibujado en colores pasteles y libre como el viento de primavera.

—Sí, creo que le he agarrado cariño a este lugar en las últimas semanas —confesó—, tiene su encanto.

—No tanto como la torre de astronomía —se apresuró a decir Regulus y James se rió suavemente.

—No, no tanto —mintió James.

En la torre de astronomía, Regulus estaba pintado en los colores de la noche y había un aire de melancolía que rondaba al chico como si fuera parte de él. Allí, bajo la luz del sol, era como si viera a otra persona. James prefería esa versión.

—¿Qué piensas de nuestro club de duelo? —se aventuró a preguntar James.

—No creo que sea un club si solo somos dos personas en él —dijo Regulus serio, sus bromas siempre eran secas, pestañeas y te las pierdes—. Es… —su mirada estaba perdida en el horizonte—. No es lo que esperaba.

—¿Qué esperabas?

Regulus lo miró de reojo.

—¿Nunca te cansas de hacer preguntas?

—Me gusta recibir respuestas.

A pesar de su resistencia, las comisuras de Regulus se alzaron en la más minúscula de las sonrisas.

—Entiendo a qué te refieres con usar el ingenio para combatir.

—¿Ya empezaste a aprender hechizos nuevos? ¿Los buscas en la biblioteca?

—¿Cómo lo supiste? —entrecerró los ojos con sospecha—. ¿Me has estado espiando?

James sonrió de lado y se encogió de hombros.

—Fue lo primero que hice después de la primera vez que mi papá me pateó el trasero en un duelo. Él me enseñó a combatir de esta forma. Cuando cumplí doce años, ese verano en que comenzaron los ataques de los hombres lobos. Me dijo: “James, espero que nunca tengas que usar este conocimiento, pero no me podría perdonar si el día llegara en que lo necesitaras y no lo tuvieras.”

Regulus tenía los ojos fijos en el vacío bajo sus pies. James lo podía ver cayendo en el mismo vacío dentro de su cabeza.

—Suena como que Sirius está en buenas manos —Con el dolor de un puñal, James sintió el filo de esas palabras traspasarlo justo en el medio del pecho. ¿Era muy pronto para ofrecerlo? ¿Para ofrecerle una salida? No estaba seguro. No quería romper la frágil confianza que había crecido entre ellos. Así que no lo hizo.

—Lo está —terminó por decir. Después de unos segundos de silencio, levantó la mirada—. ¿Reg? —el pelinegro se volteó, y en ese momento James se dio cuenta de la manera en que sus rodillas se tocaban, discretamente, naturalmente—. Quería preguntarte…

—¿Qué?

—Es que…

—¡Escúpelo, Potter!

James frunció el ceño y luego soltó una risa.

—Deberías trabajar en tu paciencia.

Regulus envió otra mirada desesperada en su dirección.

—Va a ser mi cumpleaños —vio cómo la sorpresa desdibujaba por un instante el control habitual en el rostro del pelinegro—, y quería saber si quieres venir a mi fiesta.

Oh… —las palabras se atoraron en su garganta y un suave rubor subió por el collar de su camiseta hacia sus mejillas.

—Será en la sala común de Gryffindor, al final del mes. En realidad no sé los detalles, Remus se está encargando de organizarlo, pero pensé que tal vez…

Oh —volvió a decir Regulus. Esa vez fue casi como una exhalación. James no podía creer que una sola sílaba pudiera estar llena de tanta decepción. Podía ver el entendimiento cruzar la mirada de Regulus—. Sirius estará allí.

—Sí, pero no será la única persona —se apresuró a decir—, y puedes invitar a alguno de tus amigos si te sientes más cómodo.

—No —dijo de inmediato. Seco. Frío. Absoluto. 

James bajó la mirada hacia sus manos. Esperaba el rechazo, pero guardaba la esperanza de que las cosas fueran diferentes.

—Entiendo.

—No, no lo entiendes —le aseguró Regulus—. ¿Por qué me estás invitando?

Odiaba la manera en que Regulus pensaba tan poco de sí mismo. Porque eso era, ¿cierto? No era falta de confianza ni odio, era incredulidad. Regulus no le creía cuando decía que quería ser su amigo.

—Me agradas —James ya se lo había dicho antes.

—Solo… no puedo creerlo. Es ridículo —su voz exasperada.

Quería demostrarle cuánto le agradaba, pero le parecía que las palabras se quedarían cortas. Era extraño, para alguien que siempre había sabido explicarse, encontrar algo a lo que no pudiera poner un nombre.

—No me parece tan ridículo. Eres honesto, inteligente, gracioso…—Regulus lo fulminó con la mirada—. ¿Qué? —James se rió suavemente—. ¡Lo eres! —hizo una pausa—- Ocasionalmente —sonrió y se encogió de hombros sin vergüenza—. Me gusta pasar tiempo contigo. ¿Es tan malo eso?

El sonido de los pájaros a la distancia era su único acompañante. Allí arriba, en el lugar en el que podían tocar las nubes, todo parecía mucho más fácil, incluso las cosas más complicadas en sus vidas.

—Tu también me agradas —confesó Regulus, deteniendo su corazón—. Ocasionalmente —concluyó con socarronería. James puso los ojos en blanco y se rió suavemente, el pelinegro lo imitó. Era un milagro, ver la sonrisa de Regulus. James no sabía si era la primera vez o todas las veces se sentían como la primera. Sus latidos dando saltos esporádicos en su pecho, comportándose de manera errática e inentendible para él—. Iría —dijo cuando se tranquilizaron, de esa manera en que decía las cosas cuando quería guardarlas solo para sí mismo—. Si las cosas fueran diferentes, iría.

James asintió con la cabeza, entendiendo a qué se refería. Después de todo, había sido una posibilidad remota. Demasiados factores en su contra: Sirius estaría en la fiesta, Regulus era un Slytherin, no conocía a ninguno de sus amigos lo suficiente, ni siquiera sabía si le gustaban las fiestas.

—Creo que eso es suficiente —aceptó James y el semblante de Regulus se relajó a su lado.

 

 

 

 El cumpleaños de James vino y se fue en un abrir y cerrar de ojos. Consigo trajo, como siempre, drama para repartir. En especial en esa época en que Remus y Sirius no necesitaban mucho más que una excusa para empezar a pelear. 

Fue en uno de esos juegos de bebidas, cuando a alguien se le ocurrió retarlos a besarse, y Sirius salió de la habitación expulsando humo de las orejas. Remus parecía querer que se lo tragara la tierra de vergüenza. Más tarde, los encontró gritando en el balcón de la sala común y tuvo que detenerlos antes de que hubieran maleficios de por medio.

Al final, James consideraba la ausencia de Regulus como una bendición, aunque no puede negar que pasó ciertas partes de la noche pensando en él y en cómo hubiera sido todo en un universo en el que los hermanos Black no se odiaran.

Eso también era nuevo y extraño. 

James no podía dejar de pensar en Regulus, de buscarlo con la mirada. No era suficiente con verlo un día a la semana, con esas breves conversaciones después de sus sesiones de práctica. Era como si lanzara un deseo al universo cada que su mirada recorría el gran comedor, esperando encontrarlo, esperando de alguna forma tener una excusa para hablar con él, para preguntarle todo lo que quería preguntar.

No podía hablar con nadie al respecto. Tal vez eso era lo que lo tenía al borde. Después de la fiesta, por razones aún inentendibles para él, James comenzó a evitar hablar de Regulus con Sirius. Con el estado en el que se encontraban las cosas, eso solo podía deshilachar la fina cuerda de la que se sostenían él y sus amigos.

—¿Listo? —le preguntó a Regulus. Una tarde bajo el sol de Abril.

—¡Listo! Dame lo mejor que tengas, Potter —lo retó.

¡Accio!

La corbata de Regulus comenzó a jalarlo en todas direcciones. Dio pasos tambaleantes mientras intentaba quitársela y, antes de que James pudiera hacer algo al respecto, se tropezó de espaldas con él y ambos cayeron al suelo encima del otro emitiendo gruñidos de dolor interrumpidos sólo por la risa de James y la finalización del encantamiento.

A James le tomó unos segundos entender que Regulus había caído encima de él, que todo su peso recaía en su pecho, que su rostro estaba peligrosamente cerca y que podía escuchar los latidos de su corazón como si fuera el suyo mismo. 

Aún así, ninguno hizo el esfuerzo por moverse. James estaba seguro de que ya había pasado demasiado tiempo desde que sus miradas se cruzaron, pero aún no encontraba la respuesta que estaba buscando, y no le apetecía moverse hasta encontrarla.

Fue Regulus quien se alejó primero.

—Lo siento —James pudo escuchar la vergüenza y el pánico en su tono de voz.

—Está bien —se inclinó hacia adelante apoyándose en sus codos y lo vio dar vueltas, dándole la espalda—. ¿Te hiciste daño?

—No —respondió rápidamente—. No. No —repitió, su voz un poco más aguda de lo normal. —¿Tú?

James dejó escapar una risa suave.

—No —dijo mientras sacudía suavemente la cabeza de un lado a otro—, pero creo que ya fue suficiente por hoy —sonrió, a pesar de que no podía verlo, y se levantó del suelo con ayuda de sus manos—. No traje nada de comer, pero, ¿quieres quedarte un rato?

Regulus se volteó y lo miró con sospecha. Como si no esperara que James quisiera pasar más tiempo con él cuando era todo lo que había estado intentado en los últimos meses. James caminó hacia el borde de la almena y tomó asiento. Escuchó los pasos discretos de Regulus tras de él y lo sintió a su lado en un instante.

—Has mejorado bastante —dijo James, con una sonrisa siguiendo sus palabras.

—Tal vez tu has empeorado —bromeó Regulus. No había ninguna pista en su rostro o su tono de que eso fuera una broma, pero James estaba aprendiendo a ver a través de su estoicidad—. ¿Qué tal estuvo la fiesta?

James suspiró y pasó a hacer un recuento detallado de la noche, dándole contexto sobre la relación de Remus y Sirius, al menos el poco que él tenía. Regulus escuchó atentamente, sorprendido al escuchar sobre su hermano, sobre cómo había dejado la fiesta ante la insinuación con Remus, y aunque James no sabía si era apropiado contarle aquello, secretamente esperaba analizar su reacción, como si eso le diera más información sobre qué esperar de Sirius.

—Mi hermano es un idiota —dijo por lo bajo—, era de esperarse.

—Hmm —James torció los labios hacia un lado—, ¿tú qué piensas al respecto?

Regulus frunció el ceño con confusión.

—Al respecto de ¿qué?

—Sobre dos chicos estando juntos en una relación.

Una de las cosas que definía a James era su facilidad de hablar sobre temas incómodos como si no lo fueran. “Mejor fuera que dentro” , decía el dicho, y James necesitaba expulsar sus opiniones al respecto. Al fin y al cabo, ¿qué mejor manera de evitar que algo se convirtiera en un tabú que hablando abiertamente sobre ello? No todas las personas pensaban igual. Esto era algo que James sabía muy bien, pero que no le importaba en absoluto. Regulus, sin embargo, era de esas personas.

—No deberías hablar sobre eso —le dijo de inmediato. Su mirada buscando un escape.

—¿Por qué no?

—Es incorrecto en toda clase de niveles.

James frunció el ceño, la frustración creciendo en su pecho.

—¿Por qué? Si Remus quiere estar con otro chico, si en verdad lo ama, ¿qué es lo incorrecto? —Realmente no lo entendía—. Piensalo, si no están lastimando a nadie, si solo están el uno para el otro, si encontraron una manera de ser felices, ¿por qué debería ser problema de los demás lo que hacen con sus vidas? ¡No es como si ellos tuvieran que vivirla! 

En las últimas semanas, la cabeza de James era un panal lleno de pensamientos volando alrededor de la misma pregunta: ¿cuál era su opinión al respecto? ¿en dónde estaba parado? James no lo supo realmente hasta que tuvo la oportunidad de hablar de ello en voz alta. Y cuando lo hizo, se dio cuenta con alivio, de que sí tenía una opinión, de que era algo personal para él, y de qué importaba lo que Sirius pensara.

—Nombrarlos. Todos los niveles —exigió James con determinación.

—¿Qué?

—¿Qué es lo que está mal con que a Remus le guste otro chico?

—Bueno… —Regulus tragó grueso, evitando sus ojos—. ¿Cómo puedes hablar de eso tan abiertamente? ¿No te sientes… extraño?

—No me importa si es extraño o no. No me siento extraño, me siento… ¡enojado!

—¿Enojado?

—¡Sí! —expulsó, con la voz cargada de indignación—. ¡Enojado!

James —el tono de voz de Regulus era condescendiente. Como si supiera algo que él no. Ese tono de voz que utilizaba la gente cuando te creían demasiado ingenuo. James odiaba ese tono de voz.

—Porque yo no creo que haya nada de malo con mi mejor amigo. Creo que es una persona valiente, leal, el mejor estudiante de Gryffindor, y ya ha tenido que pasar por demasiado, no se merece que lo traten de la forma en que Sirius lo hace. ¡Esa es la peor parte! —admitió decepcionado—, que no puedo creer que Sirius actúe de esa forma. ¡Con todo lo que ha pasado! Lo esperaba de cualquier otra persona, pero ¿de Sirius? ¡No tiene sentido!

Regulus se quedó en silencio a su lado, dando paso a que los pensamientos de James se golpearan contra las paredes de su cabeza.

—No es su culpa —dijo finalmente, suavemente, tratando de brindar consuelo—. No sé si está bien o mal. No sé quién se encargue de decidir si está bien o mal, pero no es tan simple como lo planteas.

—¿Por qué no? —demandó James honestamente.

—Porque no es lo normal, y las personas suelen temer a aquello que no entienden.

La manera en que Regulus lo dijo, como si se hubiera rendido ante esa realidad desde hace mucho tiempo, lo hizo querer romper un grito de desesperación.

—Así que nunca llegaremos a ser mejores porque las personas tienen miedo de cambiar. ¡Es estúpido! —James tiró los brazos al aire con frustración.

Regulus se encogió de hombros, su mirada perdida en algún punto más allá de James, en un silencio que se estiraba. James esperaba una réplica, un consuelo o incluso una discusión, pero solo obtuvo el vacío de la resignación de Regulus.

—Lo bueno es que nunca tendrás que preocuparte por eso —A James le pareció escuchar un dejo de rencor en sus palabras, la ironía, una punzada amarga—. Te gusta Evans.

Repentinamente, James arrugó el rostro con consternación. Regulus lo estaba haciendo sentir como si tuviera la culpa de algo, como si su propia historia con Lily lo eximiera de la conversación.

—No lo hace menos mi problema —respondió con seguridad, su voz firme—. Las personas reales allá afuera sufren las consecuencias de estas ideas obsoletas e intolerantes, de prejuicios que los persiguen y los convierten en versiones de sí mismo que solo pueden odiar. ¡Mi mejor amigo…! —James no terminó de desarrollar su idea. Frunció los labios y se quedó callado. No era personal, era una cuestión de principios. Y odiaba que Regulus intentara desviarlo así—. No creo que la respuesta correcta sea quedarse de brazos cruzados y no hacer nada al respecto.

Regulus se movió incómodo a un lado de él.

—Tienes razón —susurró después de un rato.

Los segundos se arrastraron, cada uno más pesado que el anterior, y la frustración de James se transformó lentamente en agotamiento. Estaba a punto de decir algo más, quizá una acusación o un lamento, cuando Regulus, sin cambiar su expresión neutra, casi de la nada, dijo:

—No sabía que a mi hermano le gustara Remus Lupin —y eso hizo que James levantara la mirada tan rápido como una bala.

—¿Qué?

—Dijiste que pelean todo el tiempo, pero que se arreglan a los pocos días, que cuando están bien no dejan el lado del otro, y que los atrapaste en una situación incómoda en navidad  —James lo miraba estupefacto—. Sirius solo sabe odiar de una forma. Créeme, lo sé y no se ve de esa manera —el tono amargo de su voz hizo que se le arrugara el estómago—. No odia a Remus, solamente se odia a sí mismo por no poder decirle lo que siente.

—¿Crees que…

—Solo hay una forma de saberlo —lo interrumpió Regulus.

Claro. Tenía razón. Solo había una forma de saberlo, y esa era hablar con Sirius al respecto. Pero ¿era James lo suficientemente valiente para hacerlo?

En todo caso esa no era la razón principal por la que había llevado el tema a colación, ¿cierto? James comenzaba a entender algo más, algo que aún no tenía forma pero que había estado buscando la manera de materializarse en su mente por mucho tiempo. El entendimiento de sus propios sentimientos.

Lo sentía tan cerca, y sin embargo…

—Lo siento —dijo James, su voz apenas un susurro, mientras apartaba la mirada.

—¿Por qué? —preguntó Regulus confundido.

—No era mi intención que tuvieras que escuchar todo eso —se encogió de hombros, incómodo.

El pelinegro bufó por lo bajo y luego soltó una risa inesperada y fuerte, como si James hubiera contado el mejor chiste de su vida.

—Por los últimos meses, no has hecho nada más que llenar mis oídos de las historias más ridículas. El constante vómito verbal sobre tu familia, tus amigos, tus equipos de quidditch favoritos, ¿sabías que ahora sé cuántos pares de calcetines tienes? Esa información inútil solo está ocupando espacio aquí —se dio un toquecito en la sien—, donde podría haber algo mucho más valioso. ¿Recibí algún tipo de disculpa por eso? ¡No! Claro que no, pero cinco minutos hablando sobre algo que en realidad importa y… —Regulus parecía encontrarlo gracioso—. Si no fuera imposible, pensaría que James Potter piensa que sus preocupaciones son una carga para los demás. 

Nadie lo había enfrentado de esa manera. James pensaba que a nadie le importaba.

“Afecto” , pensó James. Era afecto lo que sentía. Aún no lo entendía, pero eran las mil maneras en que se enamoró de Regulus antes de saberlo.

Se quedaron en silencio, y Regulus no intentó consolarlo, no le brindó palabras de apoyo, no le dijo que no tenía ningún problema con escucharlo, que estaba bien si James quería calentar su oreja con sus problemas, pero no lo tuvo que decir, porque ¿no era eso lo que había estado haciendo todo ese tiempo?

James estaba acostumbrado a que los demás lo buscaran en una habitación llena de gente ansiosa que necesitaba un poco de tranquilidad, pero no estaba acostumbrado a recibirla de los demás.

—Reg —sus ojos buscaron los grises y carraspeó antes de decir:— ¿Te gustan las fiestas?

Regulus soltó otra risa de incredulidad.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Solo responde —urgió James, pidiéndole con la mirada que le siguiera la corriente—, ¿te gustan?

—¿Qué clase de fiestas? —preguntó con desconfianza.

—El tipo de fiestas donde hay comida, bebida y música.

—¿Este es tu intento de invitarme de nuevo a una de las fiestas de los Gryffindor, por que si lo es…

—No —se apresuró a decir James—. Es un intento de invitarte a una fiesta, pero no esa clase de fiesta. Una en la que solo estaríamos nosotros.

—Potter —suspiró—, ¿cuántas veces tengo que decirte que dos personas no son una multitud?

—¡No seríamos solo tú y yo! —James se apresuró a corregir, viendo la expresión de Regulus—. Solo que seríamos los únicos invitados... vivos.

Regulus parecía a punto de tener un aneurisma, su rostro contraído en una mueca.

—De acuerdo, solo deja que me explique —James continuó, levantando las manos en señal de rendición—. Estaba dándole vueltas a por qué no pudiste venir a mi fiesta de cumpleaños. Y luego, me puse a pensar: ¿cuál sería la situación ideal para que sí pudiéramos pasar tiempo juntos? Es complicado, porque si nadie puede saber que somos amigos, tendríamos que ir a un lugar donde no conozcamos a nadie, o a un sitio donde a nadie le importe quiénes somos. Y bueno, normalmente no creo en las casualidades. Eso de que "eres el dueño de tu propio destino" , ¿sabes? Pero entonces el Fraile se puso a hablar de esta fiesta y...

—¿El fantasma del Fraile? —interrumpió Regulus, con una ceja ligeramente arqueada.

—¡Sí! Al parecer los fantasmas también celebran sus cumpleaños, y ¿adivina quién más cumple años este mes?

Los labios de Regulus se fruncieron en una línea recta. Su mandíbula se tensó ligeramente, reflejando su creciente irritación.

—No tengo la menor idea de a dónde vas con esto.

—¿Quieres ir conmigo a la fiesta de cumpleaños del Barón Sanguinario?

El Barón Sanguinario era el fantasma de la casa de Slytherin. James estaba seguro de que Regulus sabía de quién hablaba. No sabía si el pelinegro estaba a punto de soltar una carcajada o estrangularlo. Nunca se sabía con Regulus.

—¿Sabes que estás completamente loco?

—Ya establecimos eso, sí, pero ¿quieres ir? —El cuerpo de James se inclinó ligeramente hacia adelante, ansioso por la respuesta.

Regulus suspiró, miró de reojo a James con sospecha, sus ojos escrutando cada detalle de su rostro como si buscara una trampa, pero pareció tomar una decisión repentina. Un atisbo de resignación cruzó su semblante.

—¿Cuándo sería esta “fiesta”?

 

 

 

La fiesta de los fantasmas de Hogwarts no era lo que James tenía en mente cuando invitó a Regulus a pasar tiempo juntos. Tampoco era un cumpleaños, James no sabía que los fantasmas celebraban el aniversario de su muerte en vez de el día de su nacimiento. De alguna manera, eso se perdió en la traducción de la conversación que había escuchado.

Por suerte, los fantasmas no tenían ningún problema con tener invitados de carne y hueso, y al parecer no eran el primer par de estudiantes que se escabullía a una de sus fiestas.

—Siempre estamos halagados de que las mentes del futuro nos acompañen en celebración —había dicho el Fraile al recibirlos.

—¡Barón! —Nick gritó en la dirección de el fantasma con la enorme peluca de época y el costado de la ropa manchada de sangre—. ¡Este año te lucistes con los bocadillos!

Los tan famosos bocadillos estaban podridos. Las moscas revoloteaban encima de ellos y podía ver la textura terciopelo del moho sobre ellos. James esperaba que Regulus no saliera corriendo al primer vistazo. Sorpresivamente, no lo hizo.

Así que, no había comida, pero había música y James había llevado consigo una botella de whisky de fuego que había sobrado de su cumpleaños. La situación era rescatable.

—Genial —suspiró Regulus sarcásticamente.

—Una fiesta es tan buena como sus participantes —lo animó James con determinación.

—Ya estoy arrepintiéndome de esto —Regulus le dió una mirada especulativa a la botella que llevaba en la mano—. Ni siquiera trajiste con qué combinar el alcohol.

—¿Qué? ¡Oh!

Regulus tenía razón. Le arrebató la botella de la mano y tomó una de las copas de cristal de la gran mesa de “bocadillos”. Virtió en ella una módica cantidad de alcohol y levantó la copa en el aire.

—Así será —y luego se bebió los contenidos de un sorbo. 

Por la expresión de Regulus, su rostro contraído con desagrado, James podía asumir que nunca antes había tomado alcohol directo de una botella. La escena era tan graciosa, que James no pudo contener la sonrisa histérica que se abrió paso en su rostro.

—De acuerdo —le dio una palmada en la espalda y le quitó la botella de las manos—. Solo no perdamos el control, ¿de acuerdo? —se rió y tomó un sorbo directo de ella, siseando al sentir el ardor caer por su garganta y luego directo en su estómago vacío.

Fue difícil entrar en la atmósfera de la fiesta, pero James dio lo mejor que pudo de sí mismo. Dándose tiempo para entrar en calor, le presentó a algunos fantasmas a Regulus, quien resultó tener muchas preguntas para ellos y estaba en un debate abierto sobre si los fantasmas debían de descansar en paz o seguir viviendo a través de los años.

Cuando todos estuvieron lo suficientemente distraídos, James se escabulló al fondo del salón de baile para cambiar la música, y aunque la estancia se llenó de murmullos de descontento en un principio, fue Myrtle, el fantasma del baño del tercer piso y probablemente la más joven, quien abrió la pista de baile al son de uno de los discos de Remus.

James sonrió satisfecho y buscó a Regulus, escaneando el salón con la mirada. Lo encontró en una de las esquinas al lado de la mesa de aperitivos, en una conversación que parecía ser demasiado seria para el humor del resto de la sala, con la Dama Gris. Decidió que era momento para robarse a Regulus y mostrarle lo que en realidad era diversión.

—¡Oh, disculpe! —James carraspeó con un aire de falsa formalidad, una mano en la espalda y una exagerada inclinación hacia la Dama Gris, cortando la pregunta de Regulus a mitad de frase—. Lamento profundamente la interrupción —la Dama Gris le concedió una reverencia fugaz, pero James notó la forma en que sus labios se apretaron apenas sus ojos se posaron en él—. ¿Sería tan amable de permitirme llevarme al joven más codiciado de la velada? —le preguntó, con una sonrisa encantadora.

Regulus frunció el ceño a su lado, totalmente mortificado.

—Claro —el fantasma de la chica comenzó a flotar suavemente hacia atrás, su figura translúcida desvaneciéndose un poco más con cada movimiento—. Disfruten el resto de la celebración. Yo me retiro. Un gusto conocerle, Regulus Black —dijo con una última inclinación apenas perceptible, y con eso, desapareció sin un sonido, como si se disolviera entre los ladrillos de la pared.

—Estaba en el medio de una conversación —se quejó Regulus.

James extendió su mano frente a él, esperando que la tomara.

—¿Quieres bailar?

El pelinegro lo miró con sospecha, aunque James notó la manera en que sus hombros se tensaron, como si hubiera estado esperando la invitación y no pudiera creer que fuera real.

—No sé cómo bailar esto —hizo un movimiento con sus manos hacia la pista.

James se rió, se acercó un poco y susurró secretivamente.

—No creo que ellos lo sepan tampoco.

Le tendió la botella con la otra mano, una ceja levantada sugestivamente, y Regulus la tomó de sopetón, olvidando la copa y tomando un sorbo allí donde los labios de James habían estado toda la noche. Eso hizo que algo en el pecho de James diera un salto inesperado. Sonrió y le quitó la botella, tomando otro sorbo el mismo mientras miraba a Regulus como si lo estuviera desafiando. Regulus no despegó los ojos de sus labios por un segundo.

—Está bien —dijo abruptamente, y aunque no tomó la mano de James, él lo persiguió hasta la pista con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

Uno frente al otro, James comenzó a mover los pies de un lado al otro al ritmo de la música. Había bailado al ritmo de esta canción en su cumpleaños también, Sirius había gritado la letra de la canción en su cara, aliento a hidromiel y demasiado alcohol, y luego lo había abrazado, le había susurrado al oído que “lo amaba demasiado” , y James había reído, envuelto en la felicidad de ver a su mejor amigo feliz.

Regulus tenía la intención de imitarlo, pero sus movimientos eran tan sutiles que parecía que estaba trotando en su propio lugar. James encontraba esto terriblemente adorable, y no pudo evitar soltar una risa que el pelinegro tomó como una burla. Regulus puso los ojos en blanco e hizo además para irse, moviéndose solo unos pasos antes de que James lo tomara del brazo y lo detuviera sin perder el ritmo de la canción. 

—Solo sígueme.

Lo atrajo, con el corazón en la garganta, lentamente hacia él y trató de marcar el ritmo con sus manos, que ahora sostenían las suyas. Había una distancia segura entre ellos, pero sentir las manos frías de Regulus bajo las suyas hacía que su corazón volara más rápido que la mejor escoba diseñada por un mago.

Se preguntaba cómo Regulus podía guardar la compostura de esa forma, cómo, con miedo pero sin dejar que lo venciera, se dejó guíar y sus pies comenzaron a tomar el ritmo. Cómo después de unos minutos, James estaba dandole vueltas por la pista y ambos estaban saltando de un lado al otro.

Otro sorbo, sus labios compartiendo la boca de la botella. James tragó grueso e intentó suprimir el remolino de adrenalina que circulaba de arriba a abajo por todo su cuerpo.

Regulus estaba sonriendo. Adoraba su sonrisa. Esa que intentaba disimular, como si tuviera un precio muy alto, uno que nadie podía costear, pero James la había puesto allí y se sentía, definitivamente, el adolescente más rico del mundo.

—¿Te estás divirtiendo? —gritó James sobre la música

Regulus no respondió, pero envió una sonrisa peligrosa en su dirección mientras tomaba otro sorbo directo de la botella, cualquier tipo de etiqueta perdida en la noche.

 

 

 

—¡Merlín!

La risa de Regulus había explotado en el momento en el que salieron del salón de baile. Una bomba que rebotaba por las paredes de los pasillos de la planta baja y James trataba de salvarse entre los escombros, protegiendo su corazón de la manera en que lo hacía sentir, desbordante de felicidad.

Guardaba el miedo de que algún prefecto los encontrara en ese estado, borrachos y tambaleándose y se metieran en problemas. Entre los dos habían dejado la botella a un cuarto de acabarse y, al parecer, ninguno necesitaba mucho para sentir los vergonzosos efectos del alcohol.

—Shhh —susurró Regulus, solo para soltar otra risa como si fuera el final de la mejor broma del mundo. 

James respiró profundo y evitó reírse, porque uno de los dos tenía que mantener el control de la situación. Pasó un brazo debajo de Regulus para sostenerlo y que no cayera de nuevo, como lo había hecho cuando se tropezó con uno de los peldaños, y comenzó a guiarlo. 

—¡Jaaames Potter! —Regulus repetía su nombre una y otra vez, casi arrastrando las palabras, haciendo ese sonido seco y explosivo en la "P", y luego soltándose en carcajadas.

—Reg —susurró—, tienes que bajar la voz, ¿de acuerdo? Pueden haber prefectos o profesores fuera y no queremos que nos descubran.

—Sería un escándalo —dijo Regulus entre risas—. ¿Te imaginas? ¿James Potter y Regulus Black, juntos, en detención?

James podía imaginarlo.  

Pasaron el pasillo de los tapices. Cada uno de los retratos gruñendo con descontento cuando la luz de su varita pasaba cerca. James abrió, con el mayor de los cuidados, la gran puerta de manera que salía al puente de piedra y la cerró a sus espaldas.

Una vez allí, dejó a Regulus en el suelo, donde este soltó otra risa incontenible con los ojos cerrados y alzó el rostro para sentir el viento tocar su piel. Eso era exactamente lo que ambos necesitaban: aire fresco y un respiro antes de regresar a sus respectivas salas comunes. Además, James no quería que la noche terminara aún. Se sentó a su lado, cansado después de cargar el peso de Regulus por el castillo, y soltó un suspiro profundo.

—¿Tienes más alcohol? —le preguntó Regulus, arrastrando cada una de las sílabas de sus palabras. James soltó una risa y negó con la cabeza.

—No vas a tocar una sola gota más de alcohol esta noche —le advirtió.

—¡Pero James! ¡Nos estamos divirtiendo tanto! —se inclinó hacia su cuello—. ¿No era lo que querías?

James movió el rostro hacia él. La cercanía era inesperada y su boca estaba tan próxima que podía oler los tonos amaderados del whiskey de fuego, intensificando la peligrosa intimidad de esa posición.

—Sí —dijo sinceramente—, era lo que quería —la sonrisa de sus labios había hecho un hogar allí.

—Ahora lo tienes —susurró Regulus.

El mundo le daba vueltas.

—¿Cómo te sientes? —Regulus se volvió a reír por lo bajo y el sonido eran como campanas de victoria para sus oídos—. Sí, mañana vas a arrepentirte de haber bebido tanto —confirmó con gracia.

Regulus apoyó su cabeza sobre el hombro de James y cerró los ojos.

—Ese es un problema para mañana —dijo suavemente.

Le agradaba esto. El peso de Regulus sobre su él, sus cuerpos tocándose de arriba a abajo, el calor arrebatado y la respiración suave que iba y venía con el movimiento de su pecho.

—¿James? —su voz se tornó repentinamente seria, melancólica.

—¿Si?

—¿Me permites un momento de sinceridad?

James se rió suavemente, pensando que sería otra de sus ocurrencias borrachas, y asintió con la cabeza pacientemente.

—No confío fácilmente en las personas —admitió inseguro, tocando terreno desconocido. James no sabía por qué había dicho aquello o por qué había escogido ese momento para hacerlo, si había sido producto del alcohol o solo el eco de un pensamiento que se repetía en su mente. Su corazón se contrajo al escuchar las palabras—. ¿Me haces un favor?

—Sí —dijo sin dudarlo.

—No me decepciones.

El pecho de James estalló en una sinfonía de fuegos artificiales, como lo hacía cada vez que era capaz de acercarse un paso más cerca al verdadero Regulus.

—No lo haré —le prometió. 

Tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de él. Se sentía personal, tal como lo había sido hacía unos días en la torre de Astronomía cuando Regulus le susurró que estaba bien, que aquello, lo que sea que fuera, estaba permitido para ellos.

Regulus levantó el rostro, buscando sus ojos, y una vez que los encontró, sin un atisbo de duda ni reserva, acortó el resto de la distancia. 

Sus labios se encontraron con los de James.

Los labios de Regulus se movían con una familiaridad que James no conocía. Sin inhibiciones, sin temor. Era como si estuviera buscando cómo hacerse un espacio entre su lengua y sus labios, como si poseyera un mapa preciso para hacerle sentir absolutamente todo aquello que James ni siquiera sabía que podía sentir. Eran cálidos y suaves, gentiles en su urgencia, amables, como el resto de él, aunque solo guardara esa versión para contadas personas. El sabor del chocolate oscuro y la menta se mezclaron con el alcohol, una embriagadora combinación que James quiso saborear por siempre.

Quería pedirle al tiempo que se detuviera, porque no había encontrado aún una palabra para lo que sentía hasta ese momento y el miedo lo abatió como una ola fría de realidad. No entendía cómo, ni por qué, ni cuándo esa inicial curiosidad por Regulus había mutado en un cariño tan profundo, pero había sucedido.

Porque esto. 

Quería quedarse con esto.

Regulus despegó sus labios lentamente, con una delicadeza que le pareció a James un intento de capturar el espacio entre ellos, de atrapar cada microsegundo entre el antes y el después de ese beso. Sus ojos se abrieron y encontraron los de James. James sabía cómo se veía: completamente aterrado, sus sentidos enloquecidos, y el corazón desbocado en su pecho. No sabía cómo reaccionar, mucho menos qué decir. Y sin embargo, quería decir tantas cosas. Quería explicarle a Regulus que nunca antes se había sentido así con nadie, que aún no entendía por qué, pero que eso no importaba. Porque si podía ser así de feliz… si podía ser así de feliz, ¿por qué negárselo?

—Merde —susurró Regulus, pero había algo mal con su expresión.

Entonces, inclinándose hacia el suelo frente a ellos, comenzó a vomitar los contenidos enteros de su estómago. 

—¡Oh! —James se hizo hacia un lado.

Entró en acción rápidamente, colocando una mano sobre la espalda de Regulus y apartando el cabello de su cara. Tratando de ayudar como podía, como lo había hecho por sus amigos en el pasado, porque irónicamente, nunca le tocaba ser el que terminaba tirado en el piso del baño al final de la noche.

—Está bien, solo.. Sácalo —le aconsejó, mirando el desastre con arrepentimiento y un poco de asco.

Al menos, si mantenía su mente ocupada en resolver ese problema, no tendría espacio para caer en el pánico de lo que acababa de suceder.

Notes:

Actualicé el conteo de capítulos, nos faltan 7 más para llegar al final.
Les seré honesta, tuve que dejar el capítulo hasta aquí porque llevo escritas 7mil palabras solo en esta parte.
Todo comenzó porque me rehusaba a ignorar el hecho de que todos están pasando por una crisis de identidad con su sexualidad.
Al ritmo que vamos, esto va a tener como 5 partes. ¿Está bien? ¿Debería seguir? No es el formato normal que tenía para esta historia pero creo que ya fui demasiado lejos como para regresar. Tal vez en el futuro junte todo esto en un solo capítulo para que no tenga tantas partes, no lo sé.

Un guiñito de ojo a los que saben por qué Regulus estaba hablando con Helena Ravenclaw.

Por ahora, esto es lo que tengo para ustedes. Espero que lo disfruten y nos vemos en el siguiente para el pánico gay de James.

De nuevo, no hubo tiempo para editar, si encuentras algo que corregir puedes enviarme un mensaje, te lo agradeceré siempre.

Este es mi tumblr, por si alguien quiere decir "¡Hola!" por allá.
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