Chapter 1: Prólogo
Chapter Text
(Libro de Satán 1:5)
"No me inclino ante ninguno de vuestros ídolos pintados, y quien me diga «tú lo harás» es mi enemigo mortal."
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La mansión Holmes, con sus paredes altas y sombrías, se cernía sobre Sherlock como una prisión de lujo. Los pasillos estaban llenos de retratos de sus antepasados —cortesía de Mycroft— y no despertaban en él el orgullo que su hermano mayor intentaba inculcarle desde que tenía memoria. Para Sherlock, aquellos rostros severos y moralistas no eran más que reliquias de una época de ignorancia y miedo, de hombres que preferían apuntar con dedos acusatorios antes que desafiar sus propios ideales.
La caza de brujas. Un deber sagrado, decían. Una tarea otorgada por Dios para purgar a la humanidad del mal que se esconde bajo formas aparentemente humanas. Pero para Sherlock, solo eran cuentos de hadas retorcidos. Relatos que los hombres contaban para justificar su violencia y su intolerancia hacia lo que no podía entender.
— Es ridículo, Mycroft, —murmuró en un suspiro.— No hay pruebas, no hay lógica, solo supersticiones que llevamos arrastrando durante siglos.
Mycroft Holmes, el mayor de los dos únicos Holmes que aun vivían, se encontraba sentado elegantemente en uno de los sillones del salón, y lo observaba con la paciencia de alguien que ha repetido el mismo argumento muchas veces.
—No es cuestión de pruebas, Sherly. Es cuestión de fé. Nuestro trabajo como Holmes no se basa únicamente en lo que podemos ver o tocar. Es un legado que está más allá de la comprensión racional.
Sherlock pateó a un lado una pila de libros, algunos de los tomos del Antiguo Testamento, que había en el suelo.
—¿Fé? —escupió. —¿De verdad esperas que aceptes todo esto basándome en algo tan frágil como la fé? Sabes tan bien como yo que las historias de brujas, demonios y maldiciones no son más que mitos arcaicos. La fé no resuelve crímenes. La fé no desvela la verdad. La fé no salva vidas. Y ciertamente, no tiene ningún valor en el mundo real.
Mycroft no se inmutó ante el tono acerado de su hermano menor, pero dejó escapar un leve suspiro.
— No puedes ignorar quién eres, Sherlock... Nuestra familia ha protegido a este país de las sombras desde hace generaciones. Creas en ello o no, los brujos existen, y son peligrosos. No se trata solo de creencias. Se trata de preservar el equilibrio entre lo que es natural y lo que no debería existir.
Sherlock dejó caer su cuerpo sobre el sofá en una postura indecorosa con un golpe seco, el sonido resonando en la sala silenciosa. Su irritación aumentaba con cada palabra de su hermano.
— Lo que no debería existir es este absurdo propósito, esta ridícula caza de fantasmas. ¿Realmente piensas que el mundo aún necesita cazadores de brujas, cuando lo que necesitamos son mentes racionales, lógicas, que enfrenten los problemas reales?
Mycroft, con calma medida, entrelazó los dedos sobre su regazo, sus ojos observando a su hermano como si fuera un niño que no comprendía las reglas del juego.
— Hay más cosas en este mundo de las que tú, con toda tu razón y lógica, puedes ver.—Dijo con severidad— La caza de brujas es mucho más que atrapar a los criminales visibles a simple vista. Es enfrentarse a fuerzas que escapan de lo natural. Pero tú siempre has renegado de todo aquello que no puedes controlar, ¿no es así?
La sangre de Sherlock hervía en su interior ante tal afirmación, por muy cierta que fuera. La frialdad con la que Mycroft hablaba, como si supiera algo que él nunca podría entender, lo enfurecía.
Desde su niñez, Sherlock había visto a su hermano como un hombre que no buscaba respuestas, sino que simplemente aceptaba lo que se le había inculcado. Pero él no era así. Sherlock necesitaba pruebas, hechos. Y la religión, la fé ciega, nunca habían sido más que cadenas que la humanidad usaba para mantener su mente prisionera.
— ¿Y tú? —replicó con saña.— ¿Aceptas todo esto porque lo crees o porque es lo que te dijeron que debías hacer?
Mycroft lo miró largamente, como si considerara si valía la pena contestar, antes de inclinarse ligeramente hacia adelante.
—Ambas cosas, Sherlock. Porque sé que hay un orden que debemos preservar, y porque he visto cosas que no puedo explicarte de forma que lo entiendas. Aceptarlo te haría un favor a ti mismo y al legado de nuestra familia.— murmuró, como si soltar esas palabras fuera doloroso.
Sherlock soltó una risa fría, casi amarga.
—Orden... ¿Te refieres al orden que tú y tus Santos han impuesto durante siglos con esa cruz que llevas al cuello y el revolver en tu bolsillo?— retó.— Dime, ¿cuántos inocentes han muerto bajo esa "sagrada misión"? ¿Cuántas vidas arruinadas en nombre de una fé ciega que solo busca controlar a los demás?
La furia de Sherlock no era simplemente desdén. Había una profunda frustración en su corazón. No entendía cómo Mycroft, con toda su inteligencia, podía someterse a un sistema tan opresivo, uno que había causado tanto sufrimiento en nombre del supuesto "amor al prójimo".
— No me interesa tu religión, ni tu caza de brujas. Y no voy a seguir las huellas de nuestros antepasados solo porque tú piensas que es mi deber. Mi verdadero trabajo está aquí, en el mundo real, resolviendo crímenes que pueden ser explicados con lógica, salvando vidas de la gente que luego va a tu amada Iglesia y se arrodilla a dar las gracias, no persiguiendo fantasmas que solo existen en la Biblia.
El silencio cayó en la sala, pesado como una niebla densa. Mycroft lo observó con una mezcla de cansancio y desilusión, aunque no mostró signos de ira. Sabía que su hermano era testarudo, inquebrantable en sus convicciones. Lo había sido desde siempre.
— Eres libre de creer lo que quieras, Sherlock, —dijo con calma.— Pero tarde o temprano, la verdad te alcanzará. Y cuando lo haga, te darás cuenta de que hay cosas en este mundo que no puedes simplemente razonar o deducir. Cosas que están más allá de tu control.
Sherlock desvió la mirada, apretando los labios. No respondería a eso. No podía. Porque en lo más profundo de su ser, aunque no quería admitirlo, había una pequeña parte de él que temía que Mycroft tuviera razón.
Sin embargo, lo que no podía aceptar era someterse a un destino que no había elegido, especialmente uno basado en lo que él veía como mitos y supersticiones. No, no sería el cazador de brujas que Mycroft quería que fuera. Él se forjaría su propio camino, lejos de la fé, lejos de la caza.
Y con esa resolución firme en su mente, Sherlock salió de la sala, dejando a Mycroft en la penumbra del salón, con las brasas de la chimenea chisporroteando en el frío de la noche.
Chapter 2: Moriarty
Summary:
Sherlock conoce a la familia Moriarty y su hermano le hace una proposición interesante
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 5:8)
"Benditos sean los valientes, pues ellos obtendrán grandes tesoros. ¡Malditos sean los que creen en el bien y en el mal, pues se dejan asustar por sombras!"
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Habían pasado unas semanas desde la última confrontación con Mycroft, y aunque Sherlock había logrado escapar momentáneamente de las responsabilidades familiares, las palabras de su hermano seguían resonando en su mente. Mycroft era experto en plantar semillas de duda en su mente, y Sherlock odiaba esa sensación de incertidumbre que lo perseguía. Sin embargo, la lógica era su ancla. Sabía lo que era real y lo que no, y no permitiría que las historias de brujas y hechicería nublaran su juicio.
Se refugió en Londres, en su pequeño apartamento del 221B de Baker Street, donde la vida era más sencilla. Allí, entre experimentos químicos y casos de robos menores, Sherlock pudo entregarse completamente a su trabajo. Las horas se le iban entre observaciones y deducciones, cuando de pronto un día cualquiera, recibió una llamada de su hermano mayor. Esta fue inusualmente cortés, lo había invitado a una cena formal con una familia "muy importante".
Sherlock, por supuesto, había intentado negarse, pero Mycroft era un bastardo persistente.
— La familia Moriarty tiene vínculos con asuntos importantes, Sherly, —había dicho su hermano en tono neutro, sin dar más detalles—. Es conveniente que los conozcas. Hay ciertos intereses en los que podrían ser útiles para ambos.
Sherlock lo dudaba mucho, harto de la relación de intereses de su hermano mayor con la aristocracia, pero accedió. No por curiosidad, sino por simple deseo de que Mycroft dejara de insistir. Y ahora se encontraba caminando por las calles adoquinadas de Londres hacia una de las residencias más exclusivas de la ciudad.
La mansión Moriarty era una imponente construcción de piedra, elegante y fría a la vez, situada en una calle tranquila, alejada del bullicio de la ciudad. Sherlock se encontró observando cada detalle con un ojo crítico: las ventanas perfectamente alineadas, las esculturas talladas en los pilares de la entrada, el silencio que parecía envolver el lugar. Era una casa que ocultaba secretos, de eso estaba seguro.
Un mayordomo de avanzada edad y cabellos largos de color blanco lo recibió en la entrada, y tras un corto saludo, lo condujo al salón principal, donde su hermano ya lo esperaba. Junto a Mycroft, había tres hombres, todos sentados alrededor de la mesa del comedor, esperando con elegancia.
Sherlock no podía evitar que su mente comenzara a trabajar de inmediato. Había algo en la forma en que los tres hermanos estaban sentados, de la manera calculada en la que observaban la habitación, en la sutil tensión que colgaba en el aire. Era como si cada uno de ellos estuviese librando batallas estratégicas contra los demás con simples miradas.
— Sherlock, finalmente, —dijo Mycroft con su habitual calma cuando entró en la habitación. El ambiente de pronto cambió a uno menos serio.— Permíteme presentarte a los Moriarty. Este es Albert, el mayor de los hermanos; Louis, el menor; y William, el del medio. —Mycroft hizo un gesto con la mano, y cada uno de los Moriarty inclinó ligeramente la cabeza.
Sherlock saludó brevemente a todos, su mente ya en marcha, analizando el entorno y las personas a su alrededor. Había algo en los Moriarty que no encajaba, pero no lograba precisar qué. Sin embargo, como siempre hacía cuando algo en el entorno chirriaba, no lo mostró.
— Sherlock, —dijo Mycroft, con su voz habitual cargada de una autoridad implícita.— Gracias por venir. Esta velada tiene un propósito importante. Hay ciertos asuntos que requieren tu atención, y sé que los Moriarty también estarían interesados en escuchar tu opinión.
Albert, el mayor, inclinó ligeramente la cabeza, mostrando una sonrisa educada. — Es un honor tenerle aquí, señor Holmes. Mycroft me ha contado mucho sobre sus talentos en la resolución de casos.
—Mi hermano tiende a mentir más que hablar, no es una fuente fiable —respondió Sherlock con un tono seco, mientras tomaba asiento.
Los hermanos Moriarty lo miraban con interés ante la directa quemadura a su hermano mayor, aunque Louis, el menor, se mantenía notablemente más reservado, con la mirada fija en su copa de vino, como si toda la situación le fuera de lo más molesta.
El ambiente cambió repentinamente cuando Mycroft fue directo al asunto.
— Hay algo de lo que debemos hablar, Sherlock, —dijo su hermano—. En los últimos meses, ha habido desapariciones inquietantes en Londres, casos extraños que no siguen un patrón convencional. Se rumorea que están vinculados a... prácticas oscuras.
— ¿Prácticas oscuras? —Sherlock levantó una ceja, claramente escéptico.
— Brujería. —respondió Mycroft, con total seriedad.
El silencio en la habitación se hizo palpable. Los Moriarty intercambiaron una breve mirada, pero no dijeron nada. Sherlock rodó los ojos, como si todo el asunto fuera una pérdida de tiempo.
— Hazte un favor, Mycroft, no empieces otra vez con ese asunto. Ya hemos discutido este tema hasta la saciedad. No creo en las brujas ni quiero asociarme con los actos vandálicos y sanguinarios que rodean nuestra familia. El legado de cazadores de brujas es solo una reliquia del pasado, y me niego a ser parte de ello.
Mycroft suspiró, como si hubiera anticipado esa respuesta, pero no haba terminado. — Este no es un simple caso de desapariciones, Sherlock. Esto va más allá. La Iglesia me está presionando, creen que hay una conspiración más profunda en marcha. Necesitamos toda la ayuda que podamos obtener.
Antes de que Sherlock pudiera responder, Albert intervino con suavidad. — Entiendo que esto pueda sonar algo... arcaico, pero la situación es grave. Mi familia está al tanto de algunos de estos casos, y puedo asegurarte que no son simples desapariciones. Hay pruebas de que algo inusual está ocurriendo en las sombras de Londres.
Sherlock lo observó detenidamente. Albert hablaba con la convicción de alguien que sabía más de lo que decía. — Y dime, Lord Moriarty, ¿por qué una familia tan ilustre como la tuya estaría interesada en estos casos?
Albert sonrió, casi condescendiente. — Tenemos nuestros propios intereses en asegurarnos de que Londres siga siendo una ciudad segura para todos. Cuando los rumores de actividades ilegales o prácticas oscuras llegan a nuestros oídos, solemos prestar atención.
Sherlock permaneció en silencio un momento, observando las dinámicas entre los hermanos. Había algo raro en ellos, pero no lograba definirlo.
William, que hasta ese momento había permanecido callado, decidió intervenir. — Quizá pueda cuestionarse, señor Holmes, que a veces la lógica no puede explicarlo todo. Hay cosas que escapan a la razón pura. Eso no significa que deba ignorarlas, sino todo lo contrario: investigar con la mente abierta.
— La lógica siempre es suficiente, —acortó Sherlock, sin dudar—. Las desapariciones, los rumores de brujería, todo tiene una explicación racional. Solo hay que encontrarla. No estoy dispuesto a dejarme arrastrar por supersticiones.
William avanzaba con sus palabras lentamente, con una sonrisa de admiración, como si estuviera evaluando cada palabra de Sherlock. — Su mente es impresionante, señor Holmes, eso está claro. Pero incluso las mentes más brillantes deben reconocer que el mundo está lleno de cosas que no siempre encajan en nuestros esquemas. ¿O me equivoco?
Sherlock lo miró, ligeramente intrigado. Había algo en su forma de hablar que lo desafiaba, pero no de manera frontal, y eso le estaba haciendo chispear sus entrañas, como la piedra de un mechero a punto de encender.
Mycroft, sin perder la paciencia, aprovechó la intervención de William para presionar un poco más. — Precisamente, querido hermano. No te estoy pidiendo que aceptes ciegamente el legado familiar. Sé que tu fé en la Santa Iglesia flaquea...— Sherlock tosió sonoramente, pero Mycroft decidió ignorarlo.— Te estoy pidiendo que lo consideres como una herramienta para resolver este caso. Si hay algo en estos rumores, es tu deber como Holmes descubrir la verdad, sea cual sea.
William, más discreto en su enfoque, agregó con una leve sonrisa: — Si la verdad está del lado de la lógica, no perderá nada con investigar. Pero si ignora los detalles por su apariencia, podrías perder algo crucial. A veces, las historias más descabelladas tienen un núcleo de verdad.
Sherlock frunció el ceño, claramente molesto. Él sabía que las cosas nunca eran tan simples, y que después de un encargo, siempre le seguiría otro, y luego otro más grande.— Lo que ustedes están sugiriendo es que acepte cazar fantasmas y brujas como si fuera un personaje sacado de una novela gótica.
— No te estamos pidiendo eso, —dijo Mycroft con calma.— Te estamos pidiendo que utilices tus habilidades para ver lo que otros no ven, y para actuar en consecuencia. Nadie puede hacerlo mejor que tú, Sherlock, y es tu deber, ya sea que lo veas como parte del legado o no.
Sherlock, sin embargo, se mantuvo firme. — No veo por qué sería mi deber perseguir delirios de otros, Mycroft. Mi trabajo es desentrañar misterios con la lógica, no seguir los pasos de supersticiones bíblicas.
Fue entonces cuando William tomó de nueva la palabra, con una voz casi hipnótica. — A veces, señor Holmes, uno se enfrenta a algo más grande que la simple lógica. Y aunque no lo creas, lo importante no es solo lo que tú creas, sino lo que los demás creen.— luego de un momento, su tono cambió a uno más serio:— Si la gente tiene miedo, si las desapariciones continúan, si la tensión crece en la ciudad, es su deber, según sus principios a los que tanto se aferra, entender el por qué. Tal vez descubra que detrás de las sombras hay más de lo que se ve a simple vista.
Sherlock permaneció en silencio por un momento. Las palabras de William resonaban en su mente, provocando una duda que no quería admitir. Aunque seguía reacio a aceptar la existencia de brujas o fenómenos inexplicables, algo en la lógica del Moriarty mediano lo inquietaba.
Sherlock miró a su hermano, luego a los Moriarty, y finalmente a William. Había algo extraño en toda la situación, pero no lograba identificar qué. Empezando porque Mycroft sabía más de lo que decía, y los Moriarty, aunque parecían estar de acuerdo, parecían tener una agenda propia.
Pero si había algo que Sherlock amaba, era resolver misterios.
— Está bien, —dijo finalmente, su tono seco y frío—. Lo investigaré. Habrá que poner fin a estas especulaciones de una vez por todas... — suspiró y se levantó de su asiento, antes de girarse hacia su hermano, advirtiendo— Pero sepa tu querida Iglesia que yo no trabajo gratis.
Mycroft esbozó una pequeña sonrisa, satisfecho, asintiendo a la petición de su hermano.— Por supuesto, serás recompensado por ello, Sherly.
William, por su parte, lo miró con una expresión serena, casi como si hubiera esperado ese resultado desde el principio.
— Estoy seguro de que llegarás a una conclusión interesante. —Dijo William, interesado, con una sonrisa amplia pero astuta, a modo de despedida para el Holmes menor.
Sherlock notó esos penetrantes ojos rojos mirándole, esa sonrisa pseudo-juguetona, y finalmente la chispa en su interior prendió, provocándole el subidón de adrenalina característico de un buen misterio en ciernes.
—Vendré a compartirte mis descubrimientos al respecto, Moriarty.— Dijo con un ligero guiño, antes de desaparecer por la puerta.
Notes:
Los capítulos empezaran a ser el doble y el triple de largos a partir de ahora, no me juzguéis, mi inspiración va y viene con el tiempo.
Chapter 3: La investigación
Summary:
Sherlock investiga el caso. William le ofrece nuevas perspectivas.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 2:7)
"El que no se apresura a creer en todo es sumamente inteligente, pues disponerse a creer en un dudoso principio es carecer de sabiduría."
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Las semanas siguientes a la cena en la mansión Moriarty fueron mortales para Sherlock. Aunque su lógica insistía en descartar cualquier cosa relacionada con la brujería, había algo en el caso que no podía dejar de lado. La desaparición de personas en circunstancias extrañas era un hecho, y eso lo preocupaba, aunque aún no estaba convencido de que la respuesta estuviera en supersticiones.
Durante días, se había sumergido en los archivos del MI6 que Mycroft le había facilitado a regañadientes, revisando los casos de desapariciones más cercanas. Había patrones, por supuesto, pero no los que su hermano o la Iglesia parecían sugerir. Eran patrones de comportamientos humanos, de miedos compartidos, en lugares con historias de violencia o pobreza. ¡Eso no era brujería!
Sin embargo, había algo que lo inquietaba. Algunos testigos afirman haber visto fenómenos inexplicables en las zonas donde habían ocurrido las desapariciones: luces extrañas en el cielo, personas que murmuraban en lenguas desconocidas, y símbolos que aparecían dibujados en las paredes de los callejones más oscuros.
Estos detalles lo mantenían ocupado, y aunque su mente racional seguía en marcha, no podía ignorar el peso creciente de las evidencias.
A pesar de su repentina reclusión en Baker Street, había una persona con quien compartía estos descubrimientos: William James Moriarty, quien había aceptado su invitación a escuchar sobre los avances de su caso.
Tras aquella reunión, Sherlock se había dado cuenta de que, aunque los Moriarty no eran lo que parecían, al menos William era alguien con quien podía hablar de forma sincera, alguien que no intentaba imponerle ninguna creencia, sino que simplemente le ofrecía su perspectiva.
Sherlock, como era habitual en él, no se fiaba de nadie. Pero William tenía una capacidad única para hacerlo sentir desafiado y, al mismo tiempo, comprendido. Sus diálogos eran como una partida de ajedrez: sutiles, cuidadosos, llenos de movimientos implícitos que sólo alguien con su mismo nivel de astucia podría comprender.
Esa, en concreto, era una tarde lluviosa en Baker Street.
— Se ha sumergido bastante en esto, señor Holmes. —comentó William divertido, mientras observaba a Sherlock revolviendo papeles dispersos sobre la mesa, con su habitual mirada serena.
— No soy alguien que deje las cosas a medias, —respondió Sherlock, sin levantar la vista de los documentos.— El caso plantea puntos interesantes, aunque no puedo evitar pensar que todo esto es un intento de Mycroft de arrastrarme de nuevo a su juego de supersticiones.
William, sentado cómodamente en una de las sillas del salón, lo miró con interés.
— ¿Y si no se trata solo de supersticiones? —preguntó William con su habitual calma.— ¿Y si, en esta ocasión, hay algo más, algo que se esconde detrás de lo evidente?
Sherlock lo miró de reojo, intrigado por la sugerencia de William, aunque no se dejó llevar por completo.
— Si hay algo más, Liam, entonces lo encontraré. Pero no será magia ni brujería. Será algo tangible, algo que pueda explicar con hechos.
William asintió levemente, admirando la determinación de Sherlock. A veces, su obstinación le resultaba divertida, pero también admirable. Había algo muy puro en la forma en que Sherlock se aferraba a la razón, aunque el mundo estaba lleno de irracionalidades.
— Dígame entonces, —continuó William,— ¿qué ha descubierto hasta ahora?
Sherlock lanzó un suspiro y se levantó de su escritorio, comenzando a caminar por la habitación. Había recopilado suficiente información como para empezar a ver los hilos del caso, pero aún quedaban cabos sueltos.
— Los lugares de las desapariciones coinciden con áreas de Londres que han estado marcadas por tensiones sociales: pobreza, violencia y marginación. Sin embargo, —hizo una pausa, levantando un papel con un mapa de la ciudad,— también encontré algo más. En cada una de estas zonas, hay reportes de testigos que afirman haber visto símbolos extraños, grabados en las paredes o en las entradas de edificios abandonados.
William se inclinó ligeramente hacia adelante, interesado en ese detalle. — ¿Y qué representan esos símbolos?
— Eso es lo que estoy tratando de averiguar, —contestó Sherlock, arrojando el mapa sobre la mesa para que el rubio lo viera.— Busqué en todas las referencias conocidas y no encontré nada concreto. No son símbolos religiosos tradicionales, ni nada que esté registrado en los estudios sobre supersticiones.
William revisó los papeles sobre la mesa y los símbolos dibujados en ellos. Él sabía perfectamente qué eran.
— Interesante, —dijo finalmente, volviendo a apoyarse en la silla, mientras una suave sonrisa ocultaba sus verdaderos pensamientos.— Puede que sean símbolos de algún tipo de sociedad secreta. Hay grupos en las sombras que operan fuera de los márgenes de la sociedad, siempre buscando controlar lo que no entienden. Como sectas.
Sherlock avanzaba lentamente en su deducción, aunque todavía estaba más interesado en la lógica de los hechos que en las conjeturas supersticiosas.
—Es posible. Pero la pregunta es: ¿por qué ahora? ¿Por qué estas desapariciones de repente, y por qué en estos lugares específicos? —murmuró, más para sí mismo que para William.
William sonrió de nuevo, con esa calma calculadora que siempre mantenía. Sabía que Sherlock estaba a punto de hacer una conexión, aunque no fuera la que esperaba.
Quizá tendría que encaminarle hacia otro lado si quería verle avanzar.
— Quizás esos lugares no sean tan específicos como piensa, señor Holmes, —sugirió William.— A veces, lo importante no es dónde ocurren las cosas, sino quién las provoca. Quizá esté buscando en el lugar correcto, pero mirando en la dirección equivocada.
Sherlock se detuvo, frunciendo el ceño, reflexionando sobre las palabras de William. Había una lógica extraña en ellas, y eso lo inquietaba. Podría ser que estuviera perdiendo algo, algo que no había considerado todavía.
— ¿Y qué sugieres que debería hacer entonces? —preguntó Sherlock, sin darse cuenta de que estaba comenzando a confiar más en las sugerencias del hombre.
William se puso de pie y caminó lentamente hacia la ventana, observando la lluvia que caía por el cristal.
— Creo que deberías seguir investigando, pero no solo con los ojos de un científico. A veces, las respuestas no están solo en los hechos, sino en las personas. Habla con los testigos, descubre qué temen, qué han visto. Quizás ahí encuentres algo que no se revela en los libros o en los archivos.
Sherlock lo miró con atención, sorprendido por la profundidad de sus palabras. Había algo en la forma en que hablaba que lo intrigaba, como si estuviera tocando una fibra que él mismo no reconocía del todo. William tenía razón en algo: la gente siempre veía más de lo que estaban dispuestos a admitir. Las pistas no solo estaban en los símbolos o en los informes.
A estas alturas, Sherlock podía estar seguro de que William sabía más de lo que decía, y no solo por su forma de hablar del asunto. Y estaba convencido de que, sí no decía más, era por verle a él descubrirlo.
Aquella tentación emocionaba a Sherlock mucho más que los juegos de fantasmas de Mycroft.
— Tienes razón, —admitió Sherlock finalmente con una sonrisa.— He estado centrado demasiado en los hechos, cuando quizás debería haber prestado más atención a lo que los testigos están diciendo entre líneas.
— Exactamente, —respondió William, dándole una mirada que reflejaba tanto admiración como una ligera provocación intelectual.— Lo que no se dice puede ser igual de importante que lo que se revela. En estos casos, la verdad suele estar escondida tras una fachada de superstición y miedo. Desenmascararla requiere más que pura lógica, señor Holmes. Requiere comprender el miedo mismo.
Sherlock asintió, dándose cuenta de que, aunque se resistía a admitirlo, William lo había hecho reflexionar de una manera que nadie más podría haber conseguido. Había algo en ese hombre, algo en su mente y su forma de ver el mundo, que lo desafiaba y lo intrigaba al mismo tiempo.
Durante los días siguientes, Sherlock siguió el consejo de William y comenzó a entrevistar a los testigos. A medida que hablaba con más personas, su comprensión del caso se expandía.
Descubrió que todos los testigos compartían una cosa en común: un miedo profundo e irracional a algo que no podía explicar. Algunos hablaban de figuras sombrías observándolos en las noches, otros de susurros que les invadían la mente, como si fueran llamados por fuerzas invisibles.
Sherlock tomaba notas meticulosas de todo, aunque aun seguía buscando una explicación racional a todas las experiencias.
Sin embargo, lo más perturbador eran los símbolos. Eso se sentía como si estuviera mirando una verdad de frente que no quería aceptar.
Sherlock se reunió con una de las testigos más importantes, una anciana que había visto a una de las víctimas la misma noche en que desapareció, en un bar de mala muerte en Whitechapel. Era una mujer de rostro cansado y manos temblorosas, pero sus ojos estaban llenos de miedo.
— Vi esas luces, —dijo la mujer en un susurro.— Se movían en el cielo, como si algo... algo estuviera buscándonos.
— ¿Algo? —inquirió Sherlock, tratando de no mostrar impaciencia con la pobre anciana.
— No eran humanos, ¡lo parecían pero no lo eran! —Susurró la mujer, bajando la voz aún más, como si temiera que alguien la oyera.— Había figuras... sombras. Me miraban, lo sé. Y luego los símbolos, esos símbolos en el suelo. Sabía que algo malo iba a pasar.
La descripción no era nueva, pero el terror en la voz de la mujer era algo que no había notado antes. Este miedo no era irracional, no era solo una invención de su mente.
Era real, visceral.
Sherlock tomó nota mentalmente de la conversación, y al salir de la taberna, comenzó a entender lo que William había querido decir. La clave no solo estaba en lo que la gente había visto, sino en el miedo, en lo que creían que estaba detrás de las desapariciones.
Eso era lo que movía a las personas. El miedo... ¿Pero por qué?
— Es curioso cómo, incluso cuando descartas lo sobrenatural, la gente sigue viéndolo en todas partes. —Comentó Sherlock, de nuevo en la comodidad de Baker Street, sumido en sus pensamientos mientras revisaba por enésima vez los símbolos dibujados en sus papeles desordenados.
William estaba sentado frente a él, con una taza de té entre las manos, observándolo en silencio con su calma habitual.
— El miedo hace que las mentes vean lo que no está ahí, —replicó William, dejando la taza sobre la mesa.— Pero eso no significa que no haya algo que temer.
Sherlock dejó caer un lápiz sobre los papeles, frustrado por no encontrar respuestas claras. Sabía que William tenía razón de nuevo: no estaba viendo el panorama completo. Se concentraba demasiado en los hechos tangibles y olvidaba la parte más impredecible: las personas.
— Revisé todos los informes disponibles. Los testigos mencionan lo mismo una y otra vez: luces en el cielo, sombras en los callejones, símbolos dibujados que no tienen sentido y susurros. No hay ninguna lógica detrás de ello, Liam.
William se inclinó hacia adelante, con un brillo de interés en sus ojos. Sherlock tuvo que pestañear varias veces para no verse sumergido en sus profundidades.
— ¿Y si la lógica no es la misma que la que tú sigues? Cada mente es un mundo, cada persona pudo haber vivido una situación diferente que los llevara a esas... visiones...—sugirió, con esa voz suave y calculada que siempre lo hacía parecer mucho más sabio de lo que dejaba ver.
Sherlock miraba esos ojos escarlata con un deje de fascinación, sonriendo de medio lado, antes de bromear— ¿Cuántos años has vivido para ser tan sabio, Liam?
William sonrió a su vez, encantado de entrar en el juego de Sherlock— Hace medio siglo que perdí la cuenta.
Sherlock estalló en carcajadas, disfrutando de la aparente broma. El aire de juguetonería y cercanía que se había instalado en el 221B de Baker Street hacía que William se sintiera más cómodo a la hora de disfrazar la verdad.
— Si algo existe, tiene una explicación. Solo necesito encontrarla. —Respondió finalmente Sherlock, tozudo, aunque sabía que estaba chocando una y otra vez con el mismo muro.
William esbozó una pequeña sonrisa, casi imperceptible.
Había algo en Sherlock que le fascinaba. Esa combinación de brillantez, obstinación y, a veces, una extraña inocencia ante el mundo real. Para William, cada conversación con él era un reto, pero también una oportunidad para explorar los límites de su propia mente como nunca en su existencia había podido experimentar.
— No dudo de tu capacidad para encontrar respuestas, señor Holmes, —dijo William dejando de lado los formalismos, con una suavidad casi cariñosa, que contrastaba con la firmeza de sus palabras—. Sin embargo, hay ocasiones en que las respuestas no están en los libros ni en los hechos evidentes. A veces, lo que no se dice es tan importante como lo que se dice.
Sherlock lo miró por un momento, sintiendo que había algo más en esas palabras. William siempre tuvo esa manera de hablar, de dejar caer una idea que quedaba suspendida en el aire, como una verdad implícita que nunca se decía del todo.
— ¿Estás insinuando que me estoy perdiendo algo importante? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y desafío.
— No estoy insinuando nada, —respondió William, con una sonrisa desafiante.— Solo te animo a mirar el caso desde otro ángulo. Has estado inmerso en los hechos, hasta que ha dado con las emociones. Ahora se plantea otra incógnita, ¿estás realmente considerando cómo estos hechos impactan a las personas?
Sherlock se quedó en silencio, reflexionando sobre las palabras de William. Las emociones no eran algo en lo que solía detenerse. Para él, las emociones eran irrelevantes, meros adornos en un mundo regido por la lógica. Sin embargo, la intuición de William lo hacía replantearse sus métodos. Había algo en él que siempre lo empujaba a ver las cosas desde un ángulo diferente.
Durante los días siguientes, Sherlock continuó con su investigación, ahora con una perspectiva diferente. Empezó a construir un perfil psicológico de las víctimas y de los testigos, buscando patrones no solo en los hechos, sino en las emociones. Había un miedo común que conectaba a todos los involucrados, un miedo a algo más grande, a algo que no comprendían.
En cada encuentro con William, compartían sus avances. La relación entre ellos se había vuelto más cercana, más cómplice. William no solo era un oyente atento, sino que siempre tenía una observación sutil, una pregunta que lo hacía reflexionar aún más.
Sherlock, sin darse cuenta, comenzó a confiar en él de una manera que nunca había confiado en nadie. No porque William le diera todas las respuestas, sino porque lo empujó a encontrar las suyas propias.
— ¿Y qué piensas de lo que has descubierto hasta ahora? —preguntó William un día, mientras ambos caminaban por la calle, ajenos a todo que se saliera de su burbuja.
— El miedo lo es todo,— afirmó el detective. —Las desapariciones, los símbolos, las luces... todo eso alimenta el miedo de las personas. Pero no puedo averiguar aún qué lo causa.
William lo miró de reojo, con esa sonrisa enigmática que siempre portaba y que cada vez estaba haciendo más estragos en el interior de Sherlock.
— Quizás lo que buscas no es la razón del temor, sino lo que temen perder.
Esas palabras resonaron en la mente de Sherlock. ¿Se había vuelto a ir hacia la racionalidad, no? Cuando debía centrarse en las emociones, su mente se desviaba a buscar el por qué de las cosas.
Sherlock empezaba a ver el caso desde un ángulo nuevo, y aunque no lo admitiera abiertamente, mucho de eso se lo debía a William.
—Es el miedo más racional del ser vivo, ¿no?— suspiró, dando finalmente con la solución.— Miedo a morir.
Sherlock sabía lo que tenía que hacer a continuación.
Notes:
Tuve problemas para que William no sea un sabelotodo condescendiente, ¡pero es que Sherlock aun es como un patito aprendiendo a caminar!
Chapter 4: Con las manos en la masa
Summary:
Sherlock descubre que se está apegando a William... y luego le rompen el corazón.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 3:3)
"¿Puede la víctima desgarrada y mutilada 'amar' las fauces ensangrentadas que le van arrancando miembro tras miembro?"
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Sherlock se inclinaba sobre un conjunto de papeles dispersos por la mesa, su mirada fija en las notas que había tomado de las entrevistas con las víctimas. El ambiente en la habitación era denso, cargado por el humo que salía de su cigarro encendido.
El humo serpenteaba perezosamente hasta el techo, mientras Sherlock tomaba otra larga calada sin siquiera darse cuenta de lo habitual que el gesto se había vuelto en los últimos días. El caso le ocupaba la mente, pero algo más persistente comenzaba a incomodarle, algo que le llevaba a encender un cigarro tras otro, sin siquiera pensar en la acción.
A su lado, William estaba leyendo en silencio, revisando otro conjunto de documentos, pero Sherlock sintió su mirada por un instante. Apenas un segundo después, William habló, con ese tono suave pero firme que había llegado a reconocer como señal de que algo serio iba a ser dicho.
— Sherlock, deberías considerar fumar menos. —Comentó sin apartar la vista del papel, aunque su tono delataba su preocupación.
Sherlock se detuvo a media calada, sintiendo un ligero fastidio, aunque no del todo dirigido a William. Era una mezcla de agotamiento y hastío por ese hábito molesto de los demás de señalar detalles que él prefería ignorar. Dio una última calada antes de apagar el cigarro con más fuerza de la necesaria en el cenicero cercano.
— No veo cómo esto afecta nuestra investigación. —Respondió con una nota de frialdad en su voz, aunque apenas perceptible. Lo que menos necesitaba en ese momento era otra charla moralista sobre su estilo de vida.
Para eso ya tenía a su hermano.
William, sin embargo, no cedió. Levantó la mirada por primera vez desde los documentos y lo observó detenidamente. Había algo en sus ojos rubíes que hizo que Sherlock se estremeciera. Quizás era su calma imperturbable, la manera en que William parecía ver más allá de las capas superficiales.
— No hablo de la investigación. Hablo de ti. —Habló con una suavidad que casi rozaba lo íntimo.— Has estado fumando mucho más últimamente.
Sherlock se mantuvo en silencio por unos momentos, sus dedos tamborileando en la mesa. Era consciente de lo que decía William. Sabía que en las últimas semanas, el cigarro había sido su refugio, pero reconocerlo en voz alta sería como admitir una debilidad, algo que él rara vez se permitía.
— Estoy manejándolo, Liam, —respondió al fin, sin alzar la vista.— El tabaco no es lo que me preocupa en este momento.
— Precisamente porque no es lo que te preocupa es que debería preocuparte más, —presionó William con gentileza, sin ceder terreno.— Las adicciones pueden ser peligrosas cuando no las controlamos.
Sherlock sintió un ligero nudo formarse en su estómago. No era por las palabras en sí, sino por la forma en que William las había dicho, como si realmente le importara más allá del interés profesional, como si la preocupación fuese genuina, no un intento vago de creerse moralmente superior.
Era extraño y reconfortante al mismo tiempo. Un sentimiento que hizo su corazón acelerarse.
— Lo tendré en cuenta, —murmuró finalmente, poniendo fin a la conversación con un tono seco, sin saber qué hacer con ese sentimiento.
No le gustaba que alguien viera más allá de lo que él permitía, y menos aún cuando empezaba a notar que ese alguien podía estar empezando a importarle más de lo que había previsto.
William no insistió. Simplemente volviendo a sus papeles, pero Sherlock podía sentir la preocupación persistiendo en el aire.
Cuando la conversación se apagó y el humo del último cigarro comenzó a disiparse, Sherlock se quedó mirando los papeles frente a él, pero su mente estaba en otra parte. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de que alguien, fuera de su propio círculo, parecía preocuparse por él de manera genuina.
Y eso, de cierto modo, era más desconcertante que cualquier misterio sin resolver.
Los días que siguieron a las últimas conversaciones con William estuvieron marcados por una actividad febril e hiperactiva en la mente de Sherlock. Había avanzado en el caso más allá de lo que inicialmente quería. Cada pieza del rompecabezas comenzaba a encajar: las víctimas no solo habían sido testigos de fenómenos extraños, sino que todas compartían algo en común. No era solo lo que habían visto —las luces, los símbolos, las figuras encapuchadas—, sino lo que habían sentido.
El miedo a la muerte.
Había entrevistado a testigos, estudiado los relatos y reconstruido el estado mental de las víctimas antes de desaparecer. Todas parecían haber sido consumidas por un miedo irracional, un terror abrumador a que sus vidas se les escaparan de las manos. Este miedo las había llevado a la desesperación, a ser presas de una especie de histeria colectiva. Sherlock no estaba seguro de cómo, pero parecía que ese terror compartido había sido catalizado por algo más profundo.
Los símbolos y las luces no podían haber sido reales. Al menos esa era la deducción lógica. Sin embargo, seguían siendo elementos clave en el desarrollo del miedo. ¿Qué clase de fenómeno había inducido tal nivel de histeria? ¿Una manipulación psicológica? ¿Drogas? Sherlock no podía decirlo con certeza, pero cada vez parecía más lejana la posibilidad de algo natural.
Por desgracia no podía simplemente aceptar que esas visiones que tuvieron las víctimas eran brujas. La brujería, la magia... Todo eso seguía siendo un pensamiento complicado de tragar para él.
Por suerte no estaba solo en el camino. En sus charlas con William, había encontrado en él una mente afín. William comprendió la naturaleza del miedo y las emociones humanas con una profundidad que sorprendió incluso a Sherlock. Las conversaciones entre ellos habían sido cada vez más personales, más íntimas, y Sherlock se había encontrado confiando en William como en nadie más antes. Había algo en la manera en que William lo escuchaba, en cómo compartía sus ideas, que hacía que Sherlock bajara sus barreras.
Incluso en las noches más solitarias, cuando su mente se llenaba del humo de un cigarro y deducciones, Sherlock pensaba en él. Había una chispa, un entendimiento entre ambos que era innegable. Y, aunque Sherlock no lo admitía abiertamente, William James Moriarty le atraía de una forma que no había experimentado antes.
Para él, la idea de la sodomía no le era repugnante, pero tampoco era algo fácil de interiorizar cuando había pasado toda su vida ignorando todo rastro emocional en su ser.
Pasaron los días y Sherlock fue convocado nuevamente a una reunión con Mycroft y los Moriarty, solo que esta vez, el ambiente era claramente diferente.
Sherlock se encontraba en la sala de estar de los Moriarty, consciente de que algo había cambiado. Algo dentro de él.
Albert no tardó en notarlo. Sentado en un sillón de cuero oscuro, cruzó las piernas y miró a Sherlock y a su hermano con una sonrisa que apenas disimulaba su curiosidad, mientras estos yacían sentados, casi pegados el uno al otro, frente a una mesa llena de informes.
— Es interesante ver cómo se complementan. —Comentó Albert en tono casual, mirando a Mycroft con sorna, sabiendo que él también había notado el vínculo entre sus hermanos menores.
Mycroft, por su parte, se mantuvo en silencio, observando a su hermano con una mezcla de preocupación y desaprobación. Sabía que Sherlock se estaba acercando a William de una forma que no solo complicaría su misión, sino también sus emociones en un futuro muy próximo.
William, sin embargo, parecía completamente entusiasmado con la situación. Se inclinó ligeramente hacia Sherlock mientras este explicaba sus últimos avances en el caso, asintiendo con interés y añadiendo comentarios incisivos que provocaban que Sherlock lo mirara con una mezcla de cariño y admiración.
El intercambio de miradas entre ellos tampoco pasó desapercibido.
Louis, siempre reservado y serio, observó la escena en silencio, con la misma expresión distante que había mostrado desde el primer encuentro. No decía nada, pero sus ojos captaban cada detalle, llenándose de una mezcla entre rabia y resignación. Mientras Albert sonreía con su típica sutileza, Louis le reprochaba con la mirada, como si así pudiese incitarle a su hermano mayor a que separe a los tortolitos.
Sherlock, aunque totalmente inmerso en su exposición, no podía ignorar la cercanía de William. Cada vez que sus miradas se cruzaban, había algo que se encendía en su interior. No era solo la admiración por su inteligencia, sino algo más íntimo, más personal.
Sacudiendo esa idea y se centró de nuevo en el tema que los ocupaba.
— Hablé con los testigos de las desapariciones, —dijo Sherlock, dirigiéndose a Mycroft y al resto de la sala.— El miedo es un elemento constante. Pero no es un miedo natural; es un pánico profundo, irracional, que los llevó a ver cosas... Improbables. Sin embargo, no creo que fuera solo una cuestión psicológica. Hay algo más en juego aquí, algo que ha provocado esa histeria colectiva.
— ¿Y qué crees que ha sido? —preguntó Albert, con una sonrisa que indicaba que estaba disfrutando del análisis de Sherlock.
Sherlock frunció el ceño, sin apartar la vista del tablero mental que estaba construyendo.
— No puedo explicarlo del todo, pero dudo que se trate de algo natural. —Hizo una pausa, sus ojos buscando los de William por un instante, como si esperara encontrar en él una respuesta que no podía encontrar en la ciencia.— Las luces, los símbolos... Quizás fueron solo detonantes, pero lo que realmente provocó este pánico fue algo más profundo. Algo que escapaba a la comprensión de las víctimas. El miedo a lo desconocido usualmente lleva al miedo a la posibilidad de morir inminentemente.
William, en su papel de siempre analítico, intervino con tono tranquilo.
— Es posible que lo inexplicable siempre tenga una razón de ser, Sherlock, —dijo William, sus palabras llenas de sutileza.— Solo que aún no hemos descubierto qué es. No es prudente descartar ninguna posibilidad.
Sherlock notó que William le había llamado por su nombre de pila, después de tantas semanas trabajando juntos, y su corazón dio un pequeño saltito de emoción en su pecho.
— Es extraño escuchar que apoyas una idea como esa.—respondió Sherlock con una sonrisa desafiante y juguetona.
— No se trata de apoyarla o no, —replicó William, manteniendo su mirada fija en la de Sherlock a la vez que igualaba su sonrisa a la de él.— Simplemente me interesa ver hasta dónde puede llegar la mente humana para comprender lo que no entiende. A veces, las respuestas no están donde las buscamos primero.
La conexión entre ellos se intensificó en ese momento. Sherlock sintió que, de alguna forma, William lo estaba empujando a cuestionar aún más sus creencias. Pero, ¿era eso algo bueno?
Mycroft, como siempre, intervino en el momento justo.
— Sherlock, hay algo más que me preocupa, —dijo su hermano mayor, mirando de reojo a William, casi como advertencia.— El hecho de que sigas rechazando el trabajo familiar es peligroso. En este caso, podrías estar enfrentándote a algo que no puedes comprender solo con ciencia, y tener aliados dentro de la Iglesia sería beneficioso...
Sherlock sintió de pronto una oleada de irritación.
— No me interesa ese trabajo, Mycroft, —replicó con frialdad.— No necesito supersticiones ni cacerías de brujas para resolver esto. La lógica es suficiente.
El silencio que siguió fue pesado. William suspiró. Era como si Sherlock hubiese vuelto sobre sus pasos todo lo que había recorrido en abrir su mente a nuevas posibilidades.
Albert miró a William con una expresión que sugería lástima, pero fue el rubio quien, una vez más, suavizó la tensión en el detective.
— Creo que es un error subestimar cualquier herramienta, señor Holmes, —dijo William con voz calmada pero distante.— Quizás tu lógica sea la clave para resolver esto, pero... —se detuvo, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras— ¿por qué no estar abiertos a otros enfoques?
Las palabras de William hicieron que Sherlock se detuviera un momento, pensativo. ¿De nuevo estaba Liam sugiriendo que había algo más, algo que no quería decir abiertamente...?
Esa noche, después de la reunión, Sherlock se sintió más intranquilo que nunca. Había demasiadas preguntas sin respuesta. Mientras caminaba por las calles de Londres, sus pensamientos volvieron una y otra vez a William. Algo en él lo atraía, lo desconcertaba y lo mantenía en constante estado de emoción.
Decidió dar un paseo antes de regresar a Baker Street, pero algo lo impulsó a volver a la mansión Moriarty. Necesitaba hablar con William, entenderlo mejor.
Al llegar a la casa, no había nadie en el hall para recibirlo, así que decidió pasar sin anunciarse como había hecho más veces con anterioridad. Las luces estaban apagadas, salvo una en el despacho de William. El mayordomo lo dejó vagar por el pasillo, acostumbrado a sus visitas no anunciadas.
La conversación que había tenido con Mycroft y los Moriarty seguía pesando en su conciencia, pero más que eso, la figura de William no dejaba de ocupar sus pensamientos. Cada palabra que intercambiaban, cada mirada compartida, lo sumía en una mezcla desconcertante de admiración y fascinación. Había algo en William que lo atraía, pero también algo que lo inquietaba, algo que no lograba identificar completamente.
Llegó a la puerta del despacho de William, pero esta vez algo era distinto. A través de la madera maciza, podía escuchar un murmullo bajo, casi imperceptible. No eran palabras comunes; sonaban como susurros de un idioma antiguo, ¿era latín? La curiosidad, esa que siempre lo empujó a ir más allá, lo llevó a entreabrir la puerta, con la intención de observar sin ser visto.
Lo que vio en el interior lo golpeó como una ola de realidad que no estaba preparada para enfrentar.
William estaba arrodillado en el suelo, inclinado sobre un círculo de símbolos trazados con tiza, claramente rituales, que formaban una figura compleja en el centro del cuarto. Velas dispuestas con precisión iluminaban el espacio con una luz tenue, y en medio del círculo reposaba un cigarro, uno de los que Sherlock fumaba habitualmente. El aroma inconfundible de su tabaco preferido flotaba en el aire, mezclándose con el murmullo ininteligible que salía de los labios de William.
Por un momento, Sherlock quedó petrificado. Aquello desafiaba todas sus convicciones, todo lo que creía posible. El William que él había llegado a admirar profundamente, ese hombre brillante y meticuloso con quien compartía una conexión intelectual única, estaba...
El corazón de Sherlock empezó a latir desbocado. Sintió cómo el peso de la traición se le hundía en el pecho como una daga. Lo que estaba viendo no era un simple acto sin importancia. No era una simple excentricidad de William. Esto... Era malo. Algo que escapaba completamente a la lógica, lo que tanto valoraba.
Algo desconocido. El miedo más profundo de todo ser.
¿Por qué William estaba haciendo esto? Sus ojos no podían apartarse del ritual que se desarrollaba frente a él. ¿Era esto real? ¿Podría confiar en sus propios sentidos?
Finalmente, cuando el peso en su pecho se volvió insoportable , Sherlock empujó la puerta con fuerza, interrumpiendo a William en pleno ritual. El murmullo cesó de inmediato y las velas parpadearon como si fueran conscientes del repentino quiebre de la atmósfera.
— ¿Qué demonios estás haciendo...? —la voz de Sherlock salió mucho más aguda y quebrada de lo que había planeado, casi temblorosa. Su incredulidad se mezclaba con la sensación de traición, y el resultado fue un tono que expresaba mucho más que enojo.
Era dolor.
William giró lentamente la cabeza hacia él , sus ojos rojos brillaban bajo la luz temblorosa de las velas. El rostro de William estaba marcado por una expresión de sorpresa contenida, pero también había algo más, algo más profundo que Sherlock apenas podía interpretar en ese momento: una mezcla de pena y algo que se parecía al remordimiento.
— Sherlock... puedo explicarlo. —La voz de William era baja, casi suplicante, como si estuviera a punto de confesar algo que él mismo no estaba preparado para decir.
Pero Sherlock no quería escucharlo. No en ese momento. No después de haberlo visto allí, rodeado de símbolos como los del caso que estaba investigando, realizando un acto que no podía comprender.
Todo lo que William representaba para él—la lógica, la racionalidad, la brillantez intelectual—se desmoronaba en ese preciso instante.
— ¡No! —exclamó Sherlock, con una mezcla de incredulidad y furia. Dio un paso adelante, observando cada detalle del ritual interrumpido: los símbolos, las velas, el cigarro, todo. Cada pequeño detalle se clavaba en su mente como agujas ardientes.— ¡Esto... esto no tiene sentido! ¿Qué estabas haciendo, Liam? ¡¿Por qué?!
El aire entre ellos estaba cargado de tensión, un abismo emocional que Sherlock no sabía cómo manejarlo. Sentía que había sido engañado en el nivel más profundo. William, el hombre con quien compartía esa conexión indescriptible, había roto un pacto implícito entre ambos: el de la verdad. Y ahora, ese lazo se veía manchado por lo irracional, por lo oculto, por lo inexplicable.
Su hermano tenía razón, Sherlock le tenía un profundo miedo a todo aquello que escapara a su control.
William no respondió inmediatamente. Parecía debatirse internamente, buscando las palabras correctas, pero el silencio que se prolongaba solo incrementaba la desesperación de Sherlock.
— Estaba... —empezó William, pero se interrumpió, mordiéndose el labio mientras desviaba la mirada. Por primera vez, William parecía vulnerable, como si el propio Sherlock, en su brusca irrupción, hubiera roto algo en él también.— Intentaba ayudarte, Sherlock. —Finalmente, las palabras salieron en un susurro, cargadas de una sinceridad que solo intensificaba el dolor.
Ayudarle. Sherlock sintió una punzada en el pecho. ¿Ayudarle? ¿Cómo?
El cigarro en el centro del círculo parecía ahora una ironía dolorosa, y Sherlock recordó su conversación con él sobre dejar de fumar.
— ¿Ayudarme? —repitió Sherlock, y su tono estaba lleno de una incredulidad amarga.— ¿Con brujería? —Su voz se quebró ligeramente al decir esas palabras, pero lo disimuló en un tono más frío.— ¿Quién eres realmente?
William dio un paso hacia atrás , con una expresión de dolor en su rostro que Sherlock no esperaba ver. Había una profundidad en esos hermosos ojos que revelaba más de lo que William hubiera querido dejar ver, y eso solo empeoró las cosas.
Ver a William siendo vulnerable no aliviaba la traición que Sherlock sentía; solo lo intensificaba, porque ahora estaba más consciente del impacto emocional que compartían.
—Soy el mismo que siempre he sido, Sherlock. —La voz de William sonaba frágil, rota, pero firme.— Y tú... Tú también eres el mismo. Solo... quería liberarte de algo que te hace daño.
Sherlock apartó la mirada, incapaz de procesar la complejidad de las emociones que lo invadían. El hecho de que William realmente creyera que estaba ayudando solo a complicar las cosas. Era un engaño hecho con buenas intenciones, y eso dolía aún más.
— No vuelvas a acercarte a mí. —Las palabras de Sherlock salieron suaves, pero llenas de una determinación glacial. No podía permitirse ser vulnerable. No ahora, no después de lo que había visto.
William, aún de pie entre el círculo de símbolos, no dijo nada más. Solo lo observó marchar, consciente de que había cruzado una línea que no podría desdibujar.
Sherlock salió de la habitación sintiendo un vacío en el pecho. Una mezcla de traición y dolor lo perseguía , mientras las imágenes de William, los símbolos y el cigarro se repetían en su mente, como un eco que no podía silenciar.
Supuso que fumaría al llegar a casa, pero para su sorpresa enfurecida, la idea le repugnó.
Notes:
William solo quería ayudar :( ... Me esforcé por representar bien las perspectivas de un fumador y las de un no-fumador, espero que lo haya conseguido
Chapter 5: Las consecuencias de mentir
Summary:
William lidia con las consecuencias de su engaño. Mycroft aparece de improvisto con una revelación.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 2:10)
"Cada vez que una mentira se haya instalado en un trono, asaltémosla sin piedad y sin escrúpulos de conciencia, pues nadie puede prosperar bajo el dominio de una falsedad inconveniente."
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William se había encerrado en su habitación desde hacía días, refugiándose en el silencio de su mansión. Las cortinas, pesadas y gruesas, mantenían la luz del sol fuera, mientras el frío de las paredes de piedra le hacía compañía. Había evitado las miradas preocupadas de sus hermanos, evitando incluso los sonidos del exterior. No era habitual en él escapar de las situaciones, pero esta vez, el dolor había sido demasiado grande.
El peso del error seguía aplastándolo, hundiéndolo en la profunda sensación de fracaso. ¿Cómo pudo haber sido tan descuidado? Él, que siempre calculaba cada palabra, cada acción, había dejado que un simple gesto de preocupación por el Holmes lo traicionara. Lo había empujado más allá de los límites, y en lugar de ayudar, lo había perdido para siempre.
Los pensamientos se acumulaban en su mente como una tormenta. Sherlock, con su rostro marcado por la decepción y la incredulidad, había sido tan claro como el agua. Lo había apartado, rechazado, y William no podía culparlo por ello. Aun así, el vacío que sentía en su interior no desaparecía.
Sentado en el borde de su cama, William observaba un pequeño objeto que sostenía en las manos: un cigarro a medio consumir, el mismo que había usado en su ritual para liberarlo de la adicción. "Debería haber sabido que esto no era sensato", se repetía a sí mismo, sintiendo la traición de su propia magia. "Debería haber sabido que él lo descubriría."
Pero su afán de ayudar a la persona que le estaba provocando un revoltijo de sentimientos en su corazón fue más fuerte.
¿Había sido egoísta intentándolo, no?
El leve sonido de un golpe en la puerta rompió el silencio.
— William, soy yo. Déjame entrar. —La voz de Albert era calmada, suave, como siempre lo había sido.
William apenas asintió, sabiendo que Albert podía sentirlo incluso desde fuera de la habitación. Unos segundos después, su hermano mayor entró, con esa expresión imperturbable que solo Albert lograba mantener incluso en los peores momentos.
— No puedes seguir así, hermano —dijo Albert mientras se acercaba lentamente—. No es tu estilo quedarte encerrado, ni huir de los problemas.
— No es un problema que pueda solucionar —murmuró William, con la mirada perdida.— Sher...—se tragó esa palabra antes de que saliera por su boca.— El señor Holmes ya no confía en mí. Lo decepcioné...
— Hiciste lo que creías correcto, —dijo Albert con compasión.— No podías saber que te descubriría, y mucho menos que reaccionaría así. Pero no puedes seguir culpándote. Sherlock... —hizo una pausa, buscando las palabras correctas.— Sherlock es un hombre complejo, con sus propias sombras. Puede que no lo entienda ahora, pero en el fondo, sabe que actuaste con buenas intenciones.
— Y aun así, lo lastimé, —replicó William con la voz quebrada.— Sabía lo que piensa de la brujería, y aun así lo hice. Es incluso peor que si hubiera querido que me descubriese a propósito.
Albert se sentó junto a él, sin decir nada por un largo rato. Su presencia era suficiente; a veces, las palabras sobraban. William sentía el consuelo que solo Albert podía darle, esa serenidad tranquila que lo hacía sentirse comprendido, pero aún así no lograba aliviar el peso de su propia culpa.
— No esperaba que te quedaras encerrado tanto tiempo, —dijo Albert en tono calmado, tratando de desviar la atención de William.— Sabes que Louis está preocupado.
William sonrió con tristeza. Sabía que Louis no era el único que se preocupaba, pero también sabía que su hermano menor expresaba su preocupación de formas más intensas. Louis nunca había confiado en Sherlock, y ahora, con lo que había sucedido, esa desconfianza se había transformado, probablemente, en una abierta hostilidad.
— No quiero enfrentarme a Louis ahora, —admitió William, finalmente sentándose frente a su hermano.— Ya sé lo que piensa. Siempre creyó que el señor Holmes era una amenaza...
Albert lo miró con sus ojos serenos, la sombra de una mueca apenas perceptible en sus labios.
— Louis es... protector. De formas que a veces no entendemos. Pero en el fondo, sabes que lo hace porque te quiere.
— Lo sé. —Respondió William, bajando la mirada al suelo. Pero no podía evitar sentir que, en este caso, Louis tenía razón.
Había sido un error acercarse a Sherlock, un error haber pensado que podía confiar en alguien que no pertenecía a su mundo.
— Sherlock es complicado, —continuó Albert, como si hubiera leído sus pensamientos.— Pero no es alguien que rechace a las personas por capricho. Lo que sucedió... fue un malentendido. Uno que no puedes resolver quedándote aquí.
William suspiró profundamente, apoyando los codos en sus rodillas y llevándose las manos a la cabeza. Aún podía recordar el brillo en los ojos de Sherlock cuando compartían ideas, cuando discutían casos.
Había sentido algo genuino en él, algo que no podía ser ignorado, quizás una sombra de reciprocidad en los sentimientos que había empezado a desarrollar, y eso lo hacía todo más difícil.
— Le fallé, —murmuró William.— No sé si pueda arreglar esto.
Quizás era lo mejor. William era un brujo, y Sherlock era solo un mortal. Dentro de lo que para William habrá sido un mero suspiro, Sherlock habrá envejecido y perecido, mientras él continuaría joven y poderoso durante mucho, mucho tiempo.
El solo pensar en ello le desgarraba por dentro.
— Todos cometemos errores, incluso los más sabios entre nosotros, —Albert respondió con suavidad.— No se trata de arreglar todo de inmediato, sino de entender que lo que hiciste no fue malintencionado. Sherlock, con su mente lógica, lo comprenderá tarde o temprano.
William quería creerlo, pero el miedo de que esa distancia entre ambos se convirtiera en un abismo insalvable lo abrumaba.
De pronto, un golpe seco en la puerta interrumpió el silencio. Louis entró sin esperar invitación, con el ceño fruncido y los puños apretados, su semblante más frío y severo de lo habitual. Era evidente que había estado conteniendo su ira, pero al ver a William en ese estado, su fachada de calma finalmente comenzó a resquebrajarse.
— No puedo creer que sigas justificándolo, —dijo Louis, con una mezcla de rabia y dolor.— Ese hombre te trató como si fueras... como si fueras... Inhumano.
— Louis, por favor... —intentó interceder Albert, pero su hermano menor no estaba dispuesto a escuchar.
— ¡No! —Interrumpió Louis.— Hermano, no puedo soportar verte así por culpa de él. Lo he dicho desde el principio: Sherlock no es como nosotros, nunca lo fue y nunca lo será. Él no entiende lo que somos, y nunca lo hará. ¿Cómo sabes que no te delatará a la falsa Iglesia ahora que sabe lo que eres? Querer involucrarte con él ha sido muy peligroso.
William levantó la mirada, encontrándose con los ojos furiosos de su hermano. Sabía que Louis solo estaba protegiéndolo a su manera, pero esas palabras dolían, porque sabía que en el fondo, había algo de verdad en ellas.
— Louis, no es tan simple, —respondió William, intentando calmarlo.— Sherlock tiene sus razones para reaccionar de esa manera. No fue culpa suya.
— ¿Razones? —replicó Louis, su voz llena de amargura.— ¿Qué razones puede tener para tratarte como si fueras un monstruo, cuando lo único que intentabas era ayudarlo? ¡Deberías haberle dejado que se le pudran los pulmones! Se cree mejor que nosotros, hermano. Lo he visto en su mirada. ¡No lo dice en voz alta, pero lo siente!
— Louis... —Albert intervino, alzando la voz, poniéndose de pie y colocando una mano en el hombro de su hermano menor.— Esto no es útil. La ira no ayudará a William, ni a ninguno de nosotros.
Louis apretó los puños, su semblante frío y distante, pero finalmente dejó escapar un suspiro. Sabía que Albert tenía razón, aunque no podía evitar sentir la rabia bullendo en su interior. Para él, Sherlock Holmes era una amenaza, alguien que no solo había herido a su hermano, sino que podría complicar las vidas de todos ellos, incluso las de su aquelarre.
Que sus hermanos insistieran en mantener contacto con Mycroft Holmes por su influencia podía comprenderlo, aunque fuera arriesgado debido al trabajo que desempeña el apellido Holmes para con la falsa Iglesia.
Pero el menor de los Holmes era inservible para ellos, y que haya hecho daño a su hermano así...
En ese momento, un susurro apenas perceptible resonó en la sala. Un parpadeo en la atmósfera, seguido por la tenue luz de un sigilo dibujado en el aire, sobrevolando la figura de William.
La energía de Louis era más difícil de controlar cuando sus emociones estaban desbordadas, y más en su profundo deseo de proteger a su hermano. Sin embargo, por suerte, el sigilo de protección que había conjurado alrededor de William comenzó a desvanecerse al darse cuenta de su error.
Albert lo miró en advertencia por su acto descuidado, severo pero comprensivo. Louis respiró hondo y cerró los ojos, disipando cualquier rastro de magia antes de que se causara algo más que proteger energéticamente a su hermano.
— Lo siento, —murmuró Louis, antes de girarse para salir de la habitación, aunque no antes de dirigir una última mirada de desdén.— Pero si vuelvo a ver a ese hombre, no respondo de mis actos.
La puerta se cerró tras él, y la habitación quedó en silencio. William sentía un nudo en el pecho, la sensación de que todo estaba colapsando a su alrededor.
Albert, permaneciendo aún junto a William, le puso una mano en el hombro.
— Louis se preocupa por ti, —explicó con suavidad.— No sabe cómo manejar su propia preocupación, por eso está tan afectado.
William asintió, aunque el nudo en su garganta seguía apretado. Sabía que sus hermanos lo amaban profundamente, pero el remordimiento que sentía tras el problema con Sherlock era algo que tendría que enfrentar tarde o temprano.
Sus sentimientos eran algo inexplorado para él, quizás por eso no podía hablar con claridad de lo que llegó a significar para él estas últimas semanas de resolver casos con ese mortal. Quizás solo era un leve encaprichamiento, quizás se le pasaría en cuanto comprendiera que, incluso si Sherlock no lo hubiese descubierto, no podía acercarse más de lo que lo había hecho ya.
Después de un rato, Albert se levantó, entendiendo que William necesitaba tiempo a solas.
Caminó hacia la puerta, su expresión serena.— Lo que sientes no es un error, William. Todos somos vulnerables, incluso nosotros, los brujos. A veces más de lo que queremos admitir.— dijo, para luego salir de la habitación.
William sabía que Albert tenía razón. Llevaba días encerrado, sin abrir un libro, sin meditar, sin encender ni una mísera vela... Sabía que no podía permanecer en la oscuridad de su cuarto para siempre, así que decidió salir al jardín, a que la luz de la luna menguante le diera algo de energía.
Bajó las escaleras hasta los jardines, donde el aire frío de la noche lo recibió como una bofetada refrescante. El cielo estaba despejado, y las estrellas brillaban con intensidad, como si fueran los únicos testigos de sus problemas emocionales.
Por primera vez en días, William se permitió respirar profundamente. Sus pensamientos seguían siendo un torbellino, pero al menos, por ahora, el aire fresco y la luna lo ayudaban a despejarse.
Mientras caminaba por los jardines, escuchó el sonido de un carruaje acercándose por el largo sendero de entrada. Se detuvo, observando cómo las luces del vehículo rompían la oscuridad.
William abrió los ojos, sorprendido, viendo como el carruaje se detenía frente a la entrada principal de la mansión. Las luces de las lámparas brillaban, y una figura familiar descendió del vehículo con la elegancia y seguridad características.
Era Mycroft Holmes.
William sintió una presión en el pecho. No había esperado ver a Mycroft tan pronto, y mucho menos después de lo ocurrido con Sherlock. Sin embargo, no dijo nada. Simplemente, lo observó mientras cruzaba la entrada con una calma imperturbable, casi mecánica.
Con un suspiro, William se sacudió los hombros murmurando una oración, tratando de deshacerse de sus malas energías, sintiendo que su corazón latía con fuerza mientras se dirigía hacia la sala de estar.
Mycroft lo esperaba allí, con su habitual semblante imperturbable, y una ligera sonrisa que no llegaba a sus ojos. Cuando William lo alcanzó, sus hermanos también estaban ahí, y Mycroft lo miró con la calma calculada que siempre mostraba.
— Lamento interrumpir en un momento tan delicado, —dijo Mycroft con su tono controlado,— pero era necesario. He venido a hablaros de algo importante que no puedo posponer. No después de que mi hermano se haya enterado de... Tu naturaleza.
William sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en el modo de hablar de Mycroft que siempre le resultaba inquietante para ser un simple mortal.
— ¿De qué se trata? —preguntó William, aunque una parte de él ya intuía que tenía que ver con Sherlock.
— Sherlock, —empezó Mycroft, caminando lentamente por la sala,— es complicado. Mucho más de lo que cualquiera de ustedes podría imaginar. Y no es solo por lo que sucedió entre ustedes dos.— dijo mirando a William directamente.
Sin hacer ruido, Albert y William se intercambiaron una mirada, ambos conscientes de que Mycroft siempre traía consigo complicaciones, especialmente cuando se presentaba de forma inesperada.
William solo esperaba que las noticias no fuesen tan confusas y devastadoras como lo que ya estaba sintiendo por dentro.
Notes:
William se autocompadece de sus errores durante todo el fic, tenedle paciencia al pobre, hay que cuidarle
Chapter 6: El verdadero legado de los Holmes
Summary:
Un visitante inesperado le revela a Sherlock lo que su hermano le había estado ocultando.
Chapter Text
(Libro de Satán 2:4)
"A la mano muerta se le ha permitido durante demasiado tiempo que esterilice el pensamiento vivo"
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El aire en el 221B de Baker Street estaba cargado de un silencio inquietante, como si la habitación misma respirara la soledad que la habitaba.
Sherlock Holmes permanecía sentado en su sillón, las piernas cruzadas, la cabeza recostada contra el respaldo, mirando al vacío. El techo era un lienzo en blanco donde sus pensamientos se proyectaban sin orden ni claridad, y su mente, normalmente precisa y afilada, ahora estaba embotada por un torbellino de emociones que no sabía cómo procesar.
Habían pasado varios días desde que había descubierto lo que en realidad era William, y el dolor seguía ahí, intacto, como una herida que no cicatrizaba. La traición de William, tan sutil y a la vez tan devastadora, lo había dejado completamente destrozado.
William James Moriarty, el hombre que había despertado en él algo más allá del intelecto, algo que nunca había querido explorar hasta el mismo momento en que lo tuvo entre sus dedos, lo había engañado. No con malicia, quizá, pero el hecho seguía ahí.
Cualquier verdad ocultada es una mentira expresada.
Un cigarrillo apagado descansaba en sus dedos, una simple prolongación de su mano temblorosa. Desde aquel incidente, el tabaco había dejado de ser un placer. Intentaba ignorar el rechazo que su propio cuerpo sentía ahora hacia el humo, pero cada vez que trataba de encender uno, la sensación de náusea le invadía, como si algo en su interior le prohibiera disfrutar de ese antiguo vicio. Y lo odiaba. Odiaba que William le hubiera robado eso, una parte de su rutina, una parte de su identidad que, aunque perjudicial, era lo único que parecía ayudar.
El problema, se repetía Sherlock, no era el cigarro. Era todo lo que representaba.
William había cruzado una línea, había quebrado la confianza entre ellos, esa confianza que había sido construida poco a poco, a través de miradas cómplices, conversaciones interminables y esa conexión intelectual y emocional tan inusual. Pero había algo más, algo que Sherlock había intentado evadir incluso más que a la querida religión de su hermano mayor.
Sentía algo por William, de una manera que jamás había permitido en su vida sentir. Quizás era pronto para hablar de amor, pero había algo.
Sherlock siempre había sido consciente de que sentía algo distinto por los hombres, una inclinación que, gracias a las creencias religiosas de la población, era motivo de vergüenza y persecución.
No es que él mismo condenara ese sentimiento; simplemente, no se había permitido explorar esa parte de sí mismo. No había espacio en su vida para ese tipo de complicaciones. Prefería mantener su mente ocupada con la lógica, la deducción, la resolución de casos. Pero William... William, sin saber cómo, había conseguido colarse entre esos muros, derribando las barreras que Sherlock había construido a lo largo de los años.
Y ahora, todo estaba arruinado.
El mero pensamiento de que William le había ocultado su naturaleza, incluso mientras jugaba con él a resolver el caso de Myrcoft, era como una espina clavada en su pecho. Para él, el caso seguramente fue como ver un ratón de laboratorio resolver un laberinto. ¿Se habría divertido de verle renegar de la brujería todo este tiempo? ¿De verle dar vueltas en círculos cuando él ya sabía lo que estaba pasando?
Era vergonzoso, y le provocaba querer romperlo todo en pedazos.
Aunque, si era honesto consigo mismo, lo que más le dolía era la intensidad de su propia reacción. Había sentido ira, sí, pero también un dolor tan profundo que le resultaba imposible de ignorar. ¿Cómo era posible que alguien como William, a quien apenas conocía desde hacía ni dos meses, hubiera llegado a afectarlo de tal manera?
Quizás le dolía más lo mucho que pudo haber sido, y lo poco que duró.
Al otro lado del apartamento, el silencio era roto ocasionalmente por los carruajes que pasaban por Baker Street, pero nada en ese bullicio exterior alcanzaba a tocar a Sherlock. Ni siquiera Mycroft había logrado abrirse paso hasta él. Su hermano mayor había intentado contactarlo repetidamente, pero Sherlock lo había apartado como la peste, aun más de lo que ya lo hacía, al menos.
No quería saber nada de él, ni de los Moriarty, ni de las brujas. Ni de las malditas responsabilidades familiares que Mycroft seguía insistiendo en imponerle. Lo único que quería era desaparecer en el olvido, hundido en la soledad de su propia mente.
Las sombras en la habitación se alargaban con el caer de la tarde, pero Sherlock no encendió ninguna lámpara. Se quedó allí, sumido en la penumbra, con el cigarrillo aún en sus dedos, recordando. Recordando a William, sus conversaciones, su risa suave y su mirada penetrante. Y también recordando aquel momento en que lo había encontrado realizando el ritual.
Una mezcla de emociones complejas, de atracción, furia y desilusión, lo consumía. Había empezado a admitir ante sí mismo que William le interesaba de una forma que no se reducía solo al intelecto, que había algo en él que le atraía de una manera visceral, un deseo que había ignorado durante toda su vida y que ahora lo asaltaba con una intensidad que lo desarmaba. Pero, ¿cómo podía lidiar con ese sentimiento cuando todo lo que representaba William había sido empañado por la traición?
Un viento helado recorrió su espalda de manera súbita, interrumpiendo el flujo de sus pensamientos. Una sensación de inquietud, como si el aire en la habitación hubiese cambiado, haciéndose más denso, más frío. Sherlock se incorporó lentamente, su mirada recorriendo la estancia.
— Sherlock... —una voz profunda resonó en la estancia, una voz antigua, grave y solemne, cargada de una autoridad que no necesitaba imponerse.
El corazón de Sherlock dio un vuelco.
— ¡¿Quién anda ahí?! —exclamó, su voz alta y firme.
Nadie respondió. El silencio era total, sofocante. Pero algo estaba mal. Sherlock podía sentirlo. Su instinto, afinado por años de experiencia, le decía que no estaba solo.
De repente, un destello en la esquina de su visión lo hizo girarse bruscamente.
Al principio, la figura fue solo una sombra entre las sombras, un contorno etéreo que apenas se distinguía en la penumbra. Sherlock no lo reconoció. La forma era alta, imponente, pero había una calidez que contrastaba con el frío ambiente. Con cada parpadeo, la figura se hacía más nítida, hasta que pudo discernir el rostro del hombre que se encontraba frente a él.
Era mayor, con los rasgos duros y severos que reconocía en su propio rostro cuando se miraba al espejo. Algo en él le resultaba vagamente familiar, como si perteneciera a un recuerdo muy lejano.
Sherlock sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo. Se frotó los ojos, pensando que era producto del agotamiento, pero al abrirlos, el espectro seguía allí. Era real. O lo parecía.
— No puede ser... —murmuró Sherlock, su voz quebrada por el asombro.
El miedo se apoderó de él. No era un hombre propenso a dejarse llevar por el miedo irracional, pero la visión de la figura semi transparente lo dejó paralizado. No podía moverse, apenas podía respirar. La lógica, su ancla en momentos de incertidumbre, no tenía respuesta para lo que estaba viendo.
— ¿Quién eres? —preguntó Sherlock, la voz más temblorosa de lo que habría deseado.
El hombre avanzó un paso, flotando en el aire de una manera que no correspondía a las leyes de la física. Cada detalle de su figura se volvía más claro: el cabello entrecano, el porte imponente, y esos ojos azules, similares a los suyos propios, que parecían observarlo con un conocimiento antiguo.
— ¿Qué quién soy? —replicó el hombre, con una ligera sonrisa, cálida pero melancólica.— Mi nombre es Sherrinford, y tú, mi querido muchacho, si no me equivoco, eres mi nieto.
Sherlock sintió que el suelo se movía bajo sus pies. No, esto no podía ser real. Era una ilusión, algún juego de su propia mente afectada por el cansancio y la confusión. ¿Acaso el dejar de fumar de repente le hacía tener alucinaciones?
Respiró profundamente, tratando de recomponerse, de recuperar su compostura. Todo esto no podía estar sucediendo. No podía ser real. ¿Un fantasma? Era absurdo. Pero al mismo tiempo, no podía negar lo que sus ojos le mostraban.
La figura seguía ahí, inmutable, observándolo con una mezcla de ternura y gravedad.
— Esto es una alucinación. Mi abuelo debería llevar unos 50 años muerto. Y los fantasmas no existen. —dijo tras unos momentos, con firmeza, aunque su voz sonaba más vacilante de lo que hubiera querido.
— Podría ser que tengas razón, —respondió Sherrinford con una suave carcajada.— Pero también podría ser que estés ante algo que nunca has comprendido del todo. La naturaleza de lo que soy no importa tanto como el mensaje que traigo, Sherlock.
Sherlock frunció el ceño, manteniéndose en su postura defensiva. Si bien el temor aún se aferraba a su pecho, la curiosidad -su eterna compañera- comenzaba a tomar el control.
— ¿Un mensaje? ¿Qué mensaje? —Inquirió con cautela.
El fantasma lo observó por un largo momento, como si estuviera decidiendo la mejor manera de hablar.
— Mycroft te ha estado ocultando algo esencial, algo que cambia todo lo que crees saber sobre nuestra familia, —dijo con una calma aterradora.— La historia que te han contado sobre tus padres no es la verdad completa. El legado de los cazadores de brujas, Holmes, no viene de ese apellido.
— ¿Qué estás diciendo? —preguntó Sherlock, sintiendo el nudo en su estómago apretarse con cada palabra del espectro.
— Tu padre era un orgulloso sacerdote de la Iglesia en un pueblo de Oxbridge y vivió la mayor parte de su vida ejerciendo el sacerdocio, capturando brujas y brujos de todo el país, hasta que fue excomulgado de su Iglesia. Contrariamente a lo que se esperaba de él, se había enamorado de una bruja, —la declaración fue directa, como un cuchillo que atravesaba el corazón de Sherlock.— Y esa bruja no era otra que tu madre.
Sherlock sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies. Todo lo que creía saber, todo lo que había aceptado como verdad, se desmoronaba ante él.
— Eso no tiene sentido. —Replicó, con un hilo de voz.— Mi madre no... Ella no podía ser...
— Mi hija, tu madre, era una bruja, Sherlock. Una de las más poderosas de su tiempo, si me permites ese orgullo.— El espectro de Sherrinford sonrió nostálgicamente.— El legado de los Holmes como cazadores de brujos vino de tu padre, pero su apellido no era Holmes, era Knights. Por circunstancias ajenas a su control, tuvo que adoptar el apellido de tu madre al casarse...— dijo el espectro dubitativo, antes de añadir, solemne:— Ese apellido puede que muriese con él, pero su sangre, junto con la de mi hija, no.
El moreno tenía un ligero temblor en el labio, su mente ágil tratando de conectar todos los puntos.
—¿Y que me estás diciendo con eso...? ¿Qué yo soy...?
El espectro lo miraba con ternura, como si estuviese viendo a un pequeño patito desplegar sus alas por primera vez. Sherrinford asintió lentamente, confirmando así las dudas de Sherlock.
—Mitad brujo, por parte de madre.
Pero él negó con la cabeza, incapaz de aceptar lo que oía.
— No puede ser... -murmuró, casi para sí mismo.
Sherrinford dio un paso más cerca.
— Si no me crees, hay una forma de comprobarlo. —Dijo, su voz imperturbable.— Los brujos llevan una marca en su cuerpo desde su nacimiento, una cicatriz de un color oscuro que, si la pinchas, no sangrará. Tú la tienes, Sherlock. Y también tu hermano. Esa marca es el verdadero legado de los Holmes.
Un escalofrío recorrió su espalda. La marca... Él tenía una marca de nacimiento. Una pequeña mancha en su nuca, oculta bajo la línea de su cabello.
Siempre había pensado que era solo eso, una marca de nacimiento. Pero ahora, las palabras de Sherrinford llenaban su mente de dudas. Sabía que Mycroft también la tenía, bajo su manga izquierda, pero jamás había pensado que tuviera algún significado más allá de una simple coincidencia genética.
— Mycroft no te ocultó esto por maldad, pese a lo que puedas pensar, —agregó Sherrinford, como si pudiese leer sus pensamientos, en un tono más suave.— Lo hizo porque te ama, y quería que tuvieras la vida que tus padres deseaban para ti. Sin las complicaciones, sin los peligros que ellos vivieron.
Sherlock permaneció en silencio, sintiendo que todo su mundo se tambaleaba. Podía tratar de creer en todo lo que el fantasma le había dicho, todo, menos que Mycroft le había ocultado la mitad de su vida por amor.
Sherrinford, notando el tumulto en la mente del más joven, sonrió cálidamente- Veo que tienes mucho en lo que pensar, pero yo debo irme ya. Espero que logres honrar a tus padres como se merecen ahora que lo sabes,- se despidió el anciano.- Hasta más ver, mi querido muchacho.
Antes de que Sherlock pudiese detenerlo, el espectro de Sherrinford se desvaneció lentamente, dejándolo solo, sumido en una tormenta de pensamientos imposibles de ordenar.
Temblando, llevó una mano a la nuca, acariciando la piel donde se encontraba la marca que siempre había ignorado. ¿Honrar a sus padres?
Tras unos largos minutos mirando el lugar donde el espectro de Sherrinford Holmes había desaparecido, Sherlock decidió tomar el asunto en sus propias manos. Fue hacia su mesa, donde tenía un pequeño bisturí que usaba para sus experimentos y se colocó frente a un espejo, usando el reflejo de la ventana para guiarse por su nuca.
Clavar el bisturí en aquella mancha no fue tan complicado como esperó, ni tampoco tan doloroso. Decidió clavarlo lo suficiente para llegar a la dermis, sin cortar tejido muscular, pero definitivamente llegando a los vasos sanguíneos, solo para asegurarse.
Si aquella herida empezaba a sangrar, podría darle sus más sinceras felicitaciones a su mente por haber alucinado un escenario con un fantasma tan realista, y haberle hecho cortarse la nuca con un bisturí. Sería algo que nunca antes habría experimentado, ni con las dosis mas altas de opio.
Sin embargo, al retirar el instrumento afilado, sintió ganas de vomitar.
—Oh, mierda...
Su hoja estaba completamente limpia, como si nunca hubiese atravesado su piel.
Chapter 7: Los De Holme
Summary:
Sherlock enfrenta a Mycroft por todos los secretos que le ha ocultado
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 2:14)
"Aquella mentira que se muestra a nosotros como una media mentira está medio erradicada, pero aquella mentira que incluso las personas inteligentes aceptan como un hecho- la mentira que ha sido inculcada al niño cuando reposaba en las rodillas de su madre- ¡esa es más peligrosa de afrontar que una pestilencia insidiosa!"
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La noche era oscura, con una niebla densa que te impedía respirar con normalidad, pero nada comparada con la tormenta que se desataba en el corazón de Sherlock Holmes mientras recorría las calles de Londres como un hombre poseído.
Un sexto sentido le decía a Sherlock a donde tenía que ir.
Cada paso que daba hacia la mansión de los Moriarty estaba cargado de furia, de confusión, de una mezcla explosiva de emociones que nunca antes había experimentado. Su mente, normalmente analítica y precisa, ahora estaba sumida en un caos que no podía controlar.
Los recuerdos del espectro de su abuelo Sherrinford lo golpeaban sin descanso. La conversación con el fantasma había dejado una marca indeleble en su mente, y ahora esa furia hervía en su pecho. Sherlock no podía procesar cómo algo tan descabellado podía ser real. Y, sin embargo, lo había visto, sus sentidos no le engañaban, y su instinto tampoco.
Y lo más aterrador era que todo encajaba, como si piezas ocultas de un rompecabezas se unieran de golpe.
Las palabras rebotaban en su mente una y otra vez, repitiéndose como una letanía absurda. ¡El espectro de su abuelo había revelado más sobre su vida en unos minutos que Mycroft en años de silencios y medias verdades! Todo lo que creía saber sobre sí mismo, su familia, su propia identidad, estaba desmoronándose bajo el peso de una verdad que ni siquiera había pedido.
Cuando llegó a la mansión de los Moriarty, no se detuvo a anunciarse. Empujó las grandes puertas de madera con una fuerza que no sabía que poseía y entró en el salón como un vendaval, sin importarle las miradas sorprendidas que lo siguieron. Dentro, Mycroft, William, Albert y Louis estaban sentados en una reunión que parecía privada, pero Sherlock ya no tenía respeto por las formalidades.
No en este momento.
— ¡Un fantasma, Mycroft! —gritó, con los ojos encendidos por la furia.— ¡En mi habitación! ¡Delante de mis narices! ¿Tienes algo que quieras contarme, hermano?
El salón quedó en silencio. William, Albert y Louis intercambiaron miradas, sorprendidos, confundidos. Louis, siempre el más impulsivo de los tres, se levantó del sillón, su expresión endurecida.
—¿Qué diablos crees que...? —Louis apenas murmuró, pero Albert lo silenció con un leve gesto. Sabía que había algo mucho más profundo detrás de la explosión emocional de Sherlock.
Sherlock lo ignoró olímpicamente, para añadir con un deje de desprecio sarcástico:—El abuelo Sherrinford te manda saludos, hermano, maldito bastardo...
Mycroft, por su parte, quedó inmóvil, congelado por la sorpresa genuina ante las palabras de su hermano. Los ojos normalmente impenetrables de Mycroft mostraron un destello de duda, algo que rara vez se vio en él. La mención de Sherrinford lo dejó atónito.
— ¿Sherrinford? —murmuró Mycroft, con incredulidad.— Eso... es imposible, Sherlock.
Los Moriarty se miraron, aquel nombre les sonaba de algo, pero decidieron no interrumpir la arrasadora escena.
— ¿Imposible? —escupió Sherlock, su furia en ebullición era tempestuosa.— ¿En serio? ¿Eso es lo que tienes que decirme después de todo esto? ¿Después de las mentiras?
William, que había estado observando en silencio, frunció el ceño, desconcertado por la mención de Sherrinford. No sabía qué tenía que ver aquel nombre con la furia desatada de Sherlock, pero notaba la gravedad en las palabras de su amigo.
— Sherlock, cálmate, —intervino William, con su voz calmada, intentando acercarse.- Cuéntanos qué ha pasado.
— ¿Calmarme? —Sherlock se giró hacia él, pero el tono no era desprecio. Era más una súplica desgarrada, como si le doliera incluso dirigirle la palabra.— No me piden que me calme. No ahora. ¡Mycroft me ha estado ocultando algo toda mi vida!
En su frustración, Sherlock agarró un cuchillo que reposaba sobre la mesa cercana. Los ojos de Louis se agrandaron al ver el gesto, pensando lo peor, y estuvo a punto de intervenir, pero William lo contuvo.
—¡Quiero la verdad! —gritó Sherlock, acercándose aún más a Mycroft. El cuchillo brillaba a la luz de las velas.
— Sherlock, por favor... —dijo Mycroft, con una mezcla de autoridad y súplica, observando el cuchillo con los ojos abiertos como platos, incrédulo ante lo que pensaba que Sherlock haría con ese cuchillo.
Pero Sherlock no planeaba asesinar a su hermano mayor, aunque era una opción tentadora.
—Remángate, —exigió Sherlock, su mirada clavada en el brazo de Mycroft.— Quiero verla. Quiero ver si es cierto.
— ¿Verla? —preguntó Albert, alzando una ceja sin comprender.
Mycroft, sin entender lo que Sherlock pretendía, suspiro profundamente, decidiendo que lo más sensato sería hacer caso a los delirios de su hermano, y más cuando tenía un maldito cuchillo en sus manos.
Empezó a remangarse lentamente la manga derecha, pero Sherlock lo interrumpió.
—No esa, —dijo con los dientes apretados.— La otra.
La habitación quedó en un silencio helado.
Mycroft finalmente comprendió que era lo que su hermano buscaba y, con lentitud casi ceremonial, remangó su manga izquierda. Cuando el antebrazo quedó expuesto, ahí estaba la marca: pequeña, circular, como una cicatriz normal y corriente.
El aire pareció congelarse en ese instante, los Moriarty observaban con expresiones incrédulas, reconociendo aquella marca al instante.
—No puede ser... —murmuró William, aún sin comprender del todo.
Louis apretó los puños, sus ojos recorriendo la habitación como si tratara de encontrar una respuesta.
—Myc... —la voz de Albert era apenas un susurro roto.— ¿Qué significa esto? Yo... Yo nunca vi...
Mycroft exhaló, sus hombros se hundieron levemente, como si todo el peso de su vida le cayera encima en ese momento. Sabía que ya no podía ocultar nada, a nadie.
—Sherlock y yo somos... casos inusuales en la brujería, —dijo Mycroft finalmente, mirando a los Moriarty, que seguían intentando similar la revelación.— Mestizos, si prefieren ese término. Nuestra madre era una bruja, una de las más poderosas de su aquelarre. Nuestro padre... un mortal.
Sherlock, con la mirada perdida en la marca de su hermano, apretó los puños.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó en un susurro quebrado.— Toda mi vida, Mycroft... ¿Por qué?
—Quería protegerte, —respondió Mycroft, con voz firme pero llena de dolor.— Nuestra madre fue excomulgada de su aquelarre por casarse con un hombre mortal, Sherly. Y cuando naciste, fuiste bautizado bajo la Santa Iglesia para evitar que siguieras el mismo camino de la noche que yo tuve que recorrer. Cuando las fuerzas de la oscuridad me encontraron, tuve que pasar por mi bautismo oscuro para evitar que tu hicieras lo mismo. Eras muy pequeño en ese entonces...
—¿El bautismo oscuro? —preguntó Sherlock, su tono desconfiado.— ¿Qué es eso?
William, aún aturdido por lo que estaba ocurriendo, fue el primero en intervenir.
— El bautismo oscuro es el rito por el que los brujos son consagrados a la Iglesia de la Noche, —explicó, su voz más baja de lo normal, casi como si hablara de un secreto.— A los dieciséis años, deben jurar lealtad a Satán y abrazar su magia, renunciando a todo lo que los mantiene atados a lo mortal.
— Es una elección de vida, —añadió Albert.— La elección más importante de todo brujo, más incluso que el impío matrimonio.
— Fuiste bautizado por la Iglesia Católica cuando naciste, Sherlock, —explicó Mycroft.— Quería evitar que llegaras a los dieciséis años y te intentaran obligar a seguir el camino oscuro. Yo tuve que hacerlo. Tuve que tomar esa decisión, y no quería que tú fueras arrastrado a ello.
La ira de Sherlock no disminuyó, pero ahora era más un dolor profundo, un sentimiento de traición que lo ahogaba.
— ¿Y pensaste que mantenerme en la ignorancia era lo mejor? —replicó Sherlock, con tono afilado.— ¿Crees que no podría soportar la verdad?
—No, no es eso... No quería que te arrastraran a ese mundo, —respondió Mycroft con firmeza.— Quería que tuvieras la libertad de elegir por ti mismo.
— Eso no cambia el hecho de que me mentiste. —Insistió Sherlock, sus ojos llenos de amargura.— ¡¿Por qué nadie comprende lo mucho que duele que me oculten las cosas?!
William tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para evitar encogerse sobre si mismo ante aquellas palabras.
El dolor en la mirada de Mycroft era palpable, pero no retrocedió.
—Te mentí, sí, te oculté muchas cosas sobre ti y sobre mamá y papá. —Admitió Mycroft, con el tono más suave que Sherlock había oído nunca en él.— Pero lo hice para protegerte. Si alguna vez llegara a sentir que te pierdo por la oscuridad, no habría podido perdonarme.
Sherlock, aún con la mandíbula apretada, respiró con dificultad. Las palabras de Mycroft lo atravesaban, pero no podía ignorar la sensación de traición que lo consumía. Sabía que, aunque Mycroft había tenido sus razones, la verdad había llegado demasiado tarde.
Un torrente de emociones incontenibles lo recorría, una mezcla de rabia, dolor y confusión que no podía controlar. Todo lo que había creído cierto sobre sí mismo se había desmoronado en cuestión de horas, y la magnitud de lo que su hermano le había ocultado era simplemente insoportable.
Mycroft, observando el estado devastado de Sherlock, suspiró profundamente y dio un paso hacia su hermano.
— Sherlock... —dijo con una voz más suave de lo que acostumbraba,— sé que esto es mucho... demasiado, tal vez. Pero si tienes preguntas, cualquier pregunta, estoy aquí para responderlas, si puedo. No quiero que sientas que te he abandonado en esto. Ya no más.
Sherlock levantó la vista, su mirada aún encendida por el resentimiento, pero también por el dolor. La idea de hacer preguntas le parecía absurda en ese momento, cuando todo lo que había conocido parecía volverse polvo ante él. Sin embargo, algo en su interior pedía desesperadamente respuestas, necesitaba entender cómo todo había llegado hasta ese punto, y sobre todo, por qué.
— ¿Por qué ahora, Mycroft? —preguntó con la voz rota, sus manos temblando levemente.— ¿Por qué decidiste ocultármelo durante tanto tiempo? Ya basta de medias tintas, quiero toda la historia.
Mycroft lo miró fijamente, la preocupación y la culpa visibles en sus ojos, algo que pocas veces permitía mostrar.
— Porque nunca quise que recorrieras el mismo camino que yo, —respondió Mycroft con sinceridad.— El bautismo oscuro, la renuncia a tu humanidad... no es un paso que puedas dar a la ligera. Yo lo hice por necesidad, por presión, y desde entonces he vivido con el peso de esa decisión. Te quería a salvo, Sherlock. Cuando el señor oscuro descubrió que el mestizaje de sangre existía quiso reclutarnos para evitar que fuésemos por libre, me ofrecí a pasar por ello si así desviaba su atención de ti.
Sherlock presionó los puños, pero su fuerza flaqueaba. Estaba cansado. Exhausto, no solo básicamente, sino emocionalmente. Todo lo que había conocido, todo lo que había creído entender sobre su familia, sobre su vida, se tambaleaba. A pesar de su furia, sus sentimientos lo estaban desbordando, y ya no sabía si podía mantener su corazón intacta.
—Cazadores de brujas... Eso me decías que fuera, ¿no?— Sherlock soltó una risa cínica.— ¿Qué debería hacer entonces, hermano? ¿Colgarme a mí mismo? ¿Quemarme en la pira?
Mycroft supo que esas palabras no iban del todo para él, solo era Sherlock sacando toda su frustración y agotamiento en forma de ataques, y simplemente le dejó hacerlo, sintiendo que lo merecía.
William, que hasta entonces había permanecido en silencio, observando con creciente preocupación, dio un paso adelante, con una expresión suave y comprensiva. Había estado intentando medir cuándo podría intervenir sin ser rechazado de nuevo por Sherlock, sabiendo que su sola presencia podía ser irritante para él en ese momento. Pero al ver el estado vulnerable en el que se encontró, no pudo contenerse.
— Señor Holmes... -susurró William con una voz casi inaudible, tratando de acercarse con cautela.- Esto es mucho para similar, lo entiendo. Pero hay tiempo para todo... No trates de tomar más de lo que puedas abarcar de una sola vez.
Sherlock, aunque agotado, lo miró con ojos entrecerrados, todavía dolido por el engaño del ritual que William había intentado realizar en secreto.
Aunque la furia que sentía hacia él había disminuido, aún no podía olvidar lo ocurrido. Sin embargo, algo en la calidez de William le provocó una sensación inesperada: una pequeña chispa de alivio en medio de su caos interior.
Aun así, no estaba listo para bajar del todo las defensas.
— No necesito tu lástima, Moriarty. —Replicó Sherlock con severidad, su tono aún áspero, aunque mucho más débil que antes.
William se detuvo, tratando de no sentirse destrozado por sus palabras. No quería forzar nada, pero tampoco podía simplemente dar un paso atrás y dejar que Sherlock se derrumbara solo. Sabía que su amigo estaba herido, no solo por la revelación de su naturaleza, sino por la red de secretos en la que había sido envuelto.
—No es lástima. —Insistió William con suavidad, su mirada firme y honesta.— Es preocupación.
Los hermanos Moriarty habían seguido el intercambio entre Mycroft y Sherlock con el mismo asombro que William.
Albert, el más sereno, había permanecido observando, tratando de similar la magnitud de la revelación, sus ojos estaban clavados en el mayor de los Holmes como si así pudiese ver a través de su mente. Más tarde, Satán sabe que Mycroft pasará por un interrogatorio más exhaustivo por su parte.
Louis, aunque impaciente y lleno de preguntas, sabía que la situación requería más sutileza de lo que su temperamento habitual le permitía y decidió sabiamente no intervenir.
—Espera un momento, —murmuró Albert finalmente, su tono calmado pero inquisitivo.— Ese nombre... Sherrinford. Lo mencionaste antes, Sherlock. ¿Sherrinford... De Holme?
Sherlock, aunque aún tambaleante, frunció el ceño ante la pregunta. No entendía por qué el nombre causaba tal impresión en los Moriarty, pero sus ojos buscaron a William en busca de una explicación.
William frunció el ceño en confusión, sus propios recuerdos comenzando a alinear las piezas.
— Sherrinford De Holme... —murmuró William, dirigiéndose a sus hermanos, la comprensión comenzando a formarse en su mente.— ¿El ex sumo sacerdote de la Iglesia de la Noche?
Louis, que hasta entonces había mantenido su frustración bajo control, no pudo evitar explotar en incredulidad.
— ¡Espera, espera! ¿Nos estás diciendo que su abuelo fue Sherrinford De Holme? —dijo, su tono lleno de incredulidad.— Eso no tiene sentido. Él era... una leyenda. Murió hace poco menos de 50 años. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer.
Sherlock hizo una mueca, preguntándose cuántos años tenían en realidad los Moriarty.
Mycroft asintió lentamente.
—En efecto, fue nuestro abuelo —confirmó, pensativo.— Pero no esperábamos que su espíritu apareciera de repente. Lo que haya hecho que se manifestará ante Sherlock sigue siendo un misterio para mí.
Sherlock sintió cómo su cabeza comenzaba a darle vueltas. Estaba sintiendo que, para los demás, todo esto era hasta cotidiano. Su realidad se tambaleó como una hoja. La cantidad de información nueva que estaba recibiendo era abrumadora, cada pieza nueva añadía más peso a la ya aplastante verdad que había descubierto. Se mareó ligeramente, sus manos temblaban mientras intentaba procesar todo.
—No puedo... —murmuró, llevándose una mano a la frente, casi al punto del desmayo.— Es demasiado. Todo esto... Es demasiado.
William, viendo cómo Sherlock luchaba por mantenerse en pie, se acercó un poco más. Esta vez no hubo resistencia. Sherlock, agotado por completo, no pudo evitar inclinarse ligeramente hacia él, como si buscara apoyo a pesar de sí mismo. William, con cuidado, posó una mano en su hombro, y esta vez, Sherlock no se apartó.
— Sherlock... —dijo William con una calidez genuina en su voz.— ¿Por qué no descansas un poco? Todo esto te ha golpeado de una manera brutal. Hay habitaciones libres aquí, donde podrías quedarte y recuperar fuerzas.
Sherlock levantó los ojos hacia él, y por primera vez desde que había irrumpido en la mansión, pareció dudar. Estaba agotado, física y mentalmente. Su cuerpo pedía descanso, y aunque aún había una furia latente hacia Mycroft y un resentimiento hacia William, no podía negar lo que necesitaba.
—No sé si podré dormir con todo esto en la cabeza. —Murmuró Sherlock, su voz apenas un susurro.
William esbozó una leve sonrisa, pero fue más un gesto de comprensión que de alegría.
—No tienes que dormir. Solo descansa. Todo lo demás puede esperar.
Sherlock, aún perdido en su propio caos interno, avanzó lentamente, sin fuerzas para discutir. William, con una mirada de alivio contenida, lo guio hacia la puerta que conducía a una de las habitaciones cercanas. Mientras los demás permanecían en el salón, sumidos en sus propios pensamientos, el eco de los pasos de Sherlock y William se desvaneció lentamente, dejando atrás la tensión acumulada.
Notes:
El abuelo Sherrinford murió hace 50 años. En términos de la inmortalidad de los brujos, eso no es nada, pero para Sherlock es mucho tiempo. En el futuro se verá el cambio que tiene Sherlock en cuanto a su visión sobre el tiempo, es un detalle del fic del que estoy especialmente orgullose.
Chapter 8: Sin rumbo
Summary:
Sherlock y William tienen una conversación difícil.
Chapter Text
(Libro de Satán 2:9)
"Cuando el medio ambiente cambia, ¡ningún ideal humano permanece seguro!"
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William guio a Sherlock hacia la silenciosa habitación, dejando que los pasos de ambos resonaran por el pasillo vacío. Sherlock estaba exhausto, su cuerpo casi se tambaleaba, pero su mente seguía en una tormenta constante de preguntas, de revelaciones y de un agotamiento emocional que no le daba tregua.
William, aunque preocupado, mantenía una distancia cautelosa, sin querer forzar nada. Sabía que Sherlock necesitaba tiempo, y aun si lo único que quería era mantenerse a su lado y acompañarle en su evidente caos, estaba dispuesto a darle su espacio con gusto si el moreno lo necesitaba.
Al llegar, el brujo abrió la puerta de una habitación amplia y decorada de forma sencilla, lo suficiente como para ofrecer paz sin distracciones. Sherlock entró sin decir una palabra, moviéndose con pesadez hacia la cama. Pero, aunque se dejaba caer sobre el colchón, no parecía poder relajarse.
—Te dejaré descansar... —murmuró William, observando cómo Sherlock cerraba los ojos con el ceño fruncido. Su instinto le decía que Sherlock necesitaba espacio para recomponerse, y no quería agobiarlo más de lo que ya lo había hecho.
Cuando William se movió para salir por la puerta, el ruido fue suficiente para sacar a Sherlock de su torbellino de pensamientos. Lo observó de reojo, viendo cómo se preparaba para salir de la habitación en silencio.
Sherlock no lo culpaba; Después de todo, le había dejado claro que necesitaba espacio para pensar, para asimilar. Sin embargo, en el momento en que vio que William se disponía a irse, una súbita oleada de pánico irracional lo golpeó.
—Liam. —Murmuró, su voz apenas un susurro.
William se detuvo, mirándolo con sorpresa desde la puerta entreabierta.
—Quédate. —Pidió Sherlock, y se sintió vulnerable, apenas capaz de creer lo que estaba diciendo.
William lo miró fijamente durante un largo segundo, como si estuviera decidiendo qué hacer, antes de asentir y volver a su lugar junto a la cama.
—¿Estás seguro? —preguntó William en voz baja, caminando hacia él con precaución.
—No lo sé, —admitió Sherlock, abriendo lentamente los ojos y mirándolo, su expresión un reflejo del caos interno que lo consumía.— Pero... No quiero estar solo.
William asintió lentamente, sin hacer preguntas. Movió una silla hacia el lado de la cama y se sentó, observando en silencio a Sherlock, que respiraba con dificultad, como si cada inhalación trajera consigo una nueva oleada de angustia.
Durante unos instantes, el silencio entre ambos fue denso, pero no incómodo. Era un silencio lleno de tensiones no resueltas, pero también de una especie de entendimiento tácito sobre tomarse las cosas con calma en estos momentos caóticos.
—Si tienes preguntas... —dijo William finalmente,— estoy aquí. Lo que sea que quieras saber, te lo contaré. No quiero que sigas sintiendo que estás solo en la oscuridad.
Sherlock volvió a mirarlo de reojo. Por alguna razón, la presencia de William, aunque complicada y llena de resentimientos recientes, era también algo que lo anclaba a la realidad. Sabía que no estaba solo en esa mansión extraña, ni en ese caos que su vida se había convertido en las últimas horas.
Y aun si se había sentido traicionado, eso no borraba todos los sentimientos que había estado desarrollando por él.
—Dijiste que Mycroft trató de protegerme... —comenzó, su voz aún cargada de confusión—. Pero ¿protegerme de qué exactamente? ¿De los brujos? ¿De la magia?
William lo miró con calma, percibiendo la mezcla de miedo, rabia y curiosidad que emanaba de Sherlock. Sabía que estas preguntas eran inevitables y William quería responder de la manera más sincera que podía.
—Mycroft no intentaba protegerte de la magia en sí, Sherlock —respondió William en un tono bajo, buscando ser lo más claro posible.— Intentaba protegerte de los compromisos que vienen con ella. El mundo de las brujas tiene reglas, leyes muy antiguas. Cuando un brujo elige su camino, acepta esas reglas... y renuncia a algunas vivencias que tendría como mortal.
— ¿Qué tipo de reglas? —preguntó Sherlock, frunciendo el ceño.
William tomó un respiro profundo. Sabía que debía ser honesto, aunque al principio fuera difícil de escuchar.
—Los pactos con la Iglesia de la Noche no son simbólicos... Se firman con sangre. A los dieciséis años, la mayoría de brujos firman su nombre en el Libro de la Bestia, renunciando, de una manera más literal que metafórica, a su alma mortal. En esencia, entregamos nuestra vida al Señor Oscuro a cambio del poder y el conocimiento que nos concede. El Bautismo Oscuro no es solo un ritual, es un pacto eterno. Al evitar que lo supieras, Mycroft intentaba evitar que vivieras con las cargas que vienen con ello.
Sherlock lo miraba fijamente, sus ojos oscuros reflejaban una profunda incredulidad. La idea de renunciar a su alma a cambio de poder le parecía inconcebible, aunque había pasado su vida resolviendo crímenes, desvelando las peores partes de la naturaleza humana. Pero esto, la idea de comprometer su ser, su identidad, lo sacudió en lo más profundo.
—¿Y Mycroft firmó ese pacto? —preguntó incrédulamente, incapaz de imaginar a su hermano sometiéndose a algo así.
William asintió lentamente.
—Lo hizo. Mycroft aceptó su naturaleza de brujo y, con ella, su lealtad al Señor Oscuro. Es el precio que pagamos, Sherlock, los brujos tendemos a escoger ese camino. Aunque... —hizo una pausa, dudando antes de continuar.— En tu caso, Mycroft quería recomendarte la opción de no firmar, de mantenerte en el mundo mortal. Como mestizo, tienes la posibilidad de vivir una vida completamente mortal, sin conocer nunca el peso de lo que implica dar tu devoción a nuestro Señor.
Sherlock se quedó en silencio, procesando lo que William acababa de decir. La palabra mestizo resonaba en su cabeza.
Esa palabra, que hasta hace unas horas no había tenido relación alguna con él, ahora lo definió de una forma que jamás habría esperado. Era como si toda su vida hubiera estado observando el mundo desde una ventana, creyendo que lo entendía, sin darse cuenta de lo que se ocultaba en las sombras más allá del cristal.
—¿Por qué yo? —preguntó, sin poder evitar que su voz temblara levemente—. ¿Por qué a mí? ¿Qué tiene de especial mi existencia como mestizo para que Mycroft quisiera protegerme de eso?
William lo miró con suavidad, consciente de lo que implicaba la pregunta, aunque ignoraba la respuesta.
—No estoy muy seguro de eso, pero...— William lo pensó por un momento.— Los mestizos son extremadamente raros, Sherlock... Dudo siquiera que exista algún caso como el vuestro. La unión entre un brujo y un mortal es muy difícil. La Iglesia de la Noche no ve con buenos ojos esas relaciones, precisamente por el riesgo que conllevan. Tú y Mycroft sois casos excepcionales porque vuestros padres desafiaron esas normas. Tu madre, una poderosa bruja, y tu padre, un hombre mortal que desafió a la Iglesia Católica al enamorarse de ella. Ambos fueron excomulgados de sus respectivas iglesias, ambos desterrados, y tú y Mycroft sois el resultado de ese sacrificio.
La mirada de Sherlock se endureció, la comprensión golpeando su pecho como un puño cerrado. La historia de su familia, de sus padres, había sido una mentira o, al menos, una verdad a medias durante toda su vida. Ahora se veía a sí mismo como un producto de un conflicto mucho más grande que él, una guerra entre dos mundos de la que nunca había sido consciente.
—¿Y qué significa eso para mí ahora? —preguntó, su voz sonando más débil.— ¿Qué hago con todo esto? ¿Tengo que firmar también ese maldito libro?
William negó con la cabeza.
—No. No tienes que hacerlo si no quieres. Nadie está obligado a caminar por el mismo sendero que nosotros. Pero la cuestión, Sherlock, es que ahora sabes lo que eres. Tienes toda la información a tu alcance. Tu otra naturaleza está ahí, esperando que decidas si quieres abrazarla o rechazarla. Esa decisión es tuya y solo tú debes tomarla.
Sherlock apretó los labios. La confusión, el miedo y el dolor seguían presentes, pero también empezaba a aflorar otra emoción: la ira. No podía evitar sentirse furioso, tanto con Mycroft como con el mundo en general. La vida que había conocido estaba cambiando a su alrededor, y no había nada que pudiera hacer para detenerlo.
De nuevo, deseó con esmero que la gente empezara a percatarse de lo doloroso que es que le oculten las cosas.
William observó las emociones se agolpaban en el rostro de Sherlock. Decidió permanecer en un silencio dócil hasta que el moreno decida romperlo.
Sherlock lo miró desde la cama, su mirada ya no tan dura, sino más vulnerable. Las emociones seguían girando en su mente, pero había algo en la calma de William que lo tranquilizaba, al menos un poco. Sabía que había muchas preguntas que necesitaba hacer, pero la primera que salió de su boca fue más simple de lo que había esperado.
—¿Por qué me lo ocultaste también?—preguntó, su tono suave, sin la dureza que había usado antes— Sabías que estaba dando vueltas en círculos con el caso de Mycroft... ¿Por qué nunca dijiste lo que eras? Sí sabías que a mí no me interesaba el estúpido trabajo de cazar brujas...
William lo miró durante unos segundos, tomando un respiro antes de responder.
—Incluso si sabía que no ibas a herirnos, los brujos debemos separarnos de los mortales. Es una de las reglas, puede ser peligroso revelar nuestra condición. Y además... —se detuvo un momento, eligiendo sus palabras con cuidado, con cierto dolor en cada sílaba.— Los brujos, una vez firmamos en el libro de la Bestia, adquirimos una longevidad muy superior a los mortales. Sabía que no hubieses estado listo para entender cómo tú estabas envejeciendo mientras yo me mantenía joven... Ese entendimiento, por desgracia, solo se gana firmando en el Libro.
Sherlock soltó una risa amarga, comprendiendo ahora la situación tan complicada en la que William se había encontrado.
—De acuerdo... Nunca habría estado listo para algo así. —murmuró, casi para sí mismo.
William asintió levemente, aceptando la verdad de esas palabras con un leve sonrojo en sus mejillas. Y entonces, en un tono aún más suave, añadió:
—Y por lo del tabaco... sé que fue un error. Traté de librarte de esa adicción sin preguntarte, sin tu consentimiento, y lo lamento profundamente. No era mi lugar hacerlo, ni mucho menos a tus espaldas.— Admitió, y luego prosiguió, casi con un tono suplicante:— Realmente solo quería cuidarte... Estabas fumando demasiado, a ese ritmo no hubieses durado más de medio año y... Mi preocupación me consumió y me hizo actuar impulsivamente. Me disculpo por ello.
Sherlock lo miró por un largo momento, procesando la disculpa. El dolor por lo que William había hecho aún estaba ahí, pero la sinceridad con la que hablaba, y la preocupación en sus ojos, suavizaba los bordes afilados de esa traición. Aunque no estaba seguro de cómo sentirse al respecto, sentía que una pequeña parte de él empezaba a soltar ese rencor.
—No te preocupes por eso... Comprendo que querías ayudarme. —Murmuró finalmente, casi sorprendiéndose a sí mismo por decirlo. Algo dentro de él se sentía más ligero al pronunciar esas palabras. Tal vez no había perdonado del todo, pero al menos podía empezar a dejar ir ese peso.— Pero nada de librarme de vicios con magia sin consultarme primero.— advirtió con una pequeña sonrisa, en un modo de aceptar sus disculpas.
William parecía aliviado, expresando una pequeña sonrisa de gratitud.— Lo prometo.
Por unos segundos, ambos permanecieron en silencio, dejando que la tensión de las últimas horas empezara a disiparse.
Sherlock lo miró en silencio, notando la genuina preocupación en sus ojos. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, de la traición que aún dolía, había algo en la voz de William que lo calmaba, algo que lo hacía sentir, por primera vez en horas, que no estaba completamente perdido.
—Nunca había necesitado tanto que alguien me explicara algo, —admitió Sherlock, con un cansancio extremo en su voz.— Toda mi vida la dediqué a encontrar respuestas, desentrañando misterios. Pero ahora... parece que estoy rodeado de preguntas para las que no tengo solución.
William esbozó una pequeña sonrisa, comprensiva y amable.
—Y aquí estoy, para intentar darte esas respuestas —respondió suavemente—. Lo que necesitas saber, si acaso está bajo mi conocimiento, te lo diré. Eso también es una promesa.
Sherlock bajó la mirada, sus manos temblaban levemente, no solo por el cansancio, sino por el torbellino de emociones que aún lo sacudía.
—¿Cómo fue para ti? —preguntó de repente, sorprendiéndose a sí mismo.— ¿Cómo fue tu Bautismo Oscuro?
William parpadeó, un destello de perplejidad cruzando por su rostro, pero no apartó la mirada.
—Es... difícil de describir.— murmuró, tratando de hacer memoria.— Te enfrentas a tu propia oscuridad de frente, la aceptas y sientes cómo tu vida cambia en ese instante. No es algo fácil de hacer, pero te libera en cierto modo, aun si con eso renuncias a otras cosas... Es una elección que hacemos sabiendo lo que implica. Y, aunque no puedo decir que lo lamente, sé que es un camino que no todos están hechos para recorrer.
Sherlock cerró los ojos, agotado. Sentía un vacío, una falta de rumbo. ¿Qué debía hacer? ¿Rechazar ese lado oscuro de su naturaleza, como había hecho hasta ahora? ¿O adentrarse más en ese mundo prohibido, a pesar de las consecuencias?
— ¿Cómo lo hacéis vosotros? —preguntó finalmente—. ¿Cómo vivís con esto?
William lo miró con una sonrisa. Gracias a sus hermanos, para él esa fue la parte más sencilla.
—A veces no es fácil. Pero al final, somos lo que somos. La magia es una parte de nosotros que no podemos negar. Podemos aprender a vivir con ella, a usarla sabiamente... o podemos dejar que nos consuma. Pero en el fondo, aceptamos quiénes somos, con todo lo que eso conlleva.
Toda la conversación era demasiado para Sherlock, y su cuerpo le exigía descanso, pero su mente se resistía a detenerse. Sentía que necesitaba más respuestas, más detalles sobre todo lo que ahora definía su existencia. Pero, a pesar de su resistencia, el agotamiento físico y emocional lo estaba venciendo, haciendo que sus párpados se fueran cerrando.
William lo observó con atención, notando cómo el moreno parecía aún luchar contra el sueño, por lo que se atrevió a inclinarse hacia él con suavidad.
—Descansa, señor Holmes, —murmuró.— No tienes que procesar todo esto de golpe. Hay tiempo para las preguntas y para las respuestas, pero primero debes descansar.
Sherlock, demasiado agotado para discutir, asintió levemente. A pesar de todo lo que aún quedaba por resolver, a pesar de las dudas que lo asaltaban, una parte de él se sintió aliviada. William estaba allí, con él, dispuesto a ayudarle a atravesar este nuevo mundo que acababa de descubrir. Y aunque la tormenta seguía rugiendo en su mente, al menos por un momento, sintió un pequeño destello de paz.
Mientras cerraba los ojos y finalmente caía en el sueño, William se quedó a su lado por un rato, vigilante.
Solo Satán sabría que dejaría un pequeño atrapasueños en la mesilla para ayudar a Sherlock a descansar.
Chapter 9: Incertidumbre
Summary:
Sherlock tiene su primer gay panic. El resto de espectadores ruedan los ojos al unísono.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Lucifer 8: "Complacencia... no compulsión")
"Una compulsión nunca es creada por el complacerse, sino por no ser capaz de hacerlo. El hacer de algo un tabú solo sirve para intensificar el deseo. A todo el mundo le gusta hacer cosas que se le dice que no hagan. 'Las frutas prohibidos son las más dulces' "
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Sherlock se despertó con una sensación extraña, una que hacía tiempo no experimentaba: paz. Por primera vez en semanas, su cuerpo ya no se sentía como si estuviera siendo arrastrado por una tormenta implacable. Los rayos del sol entraban suavemente por la ventana de la habitación en la mansión Moriarty, iluminando el mobiliario oscuro y lujoso. Respiró profundamente, notando la falta de aquella opresión constante en su pecho.
Durante la noche, había dormido profundamente, sin los sueños inquietantes que lo habían acosado desde hacía semanas, e incluso sus pensamientos, que normalmente giraban en mil direcciones, se sentían en calma, por lo menos temporalmente.
Se levantó lentamente de la cama, sintiendo su cuerpo un poco más ligero. Mientras se vestía, sus pensamientos comenzaron a reorganizarse. Todavía quedaba mucho por procesar, mucho por comprender. Era como si su mente intentara darle sentido a un rompecabezas cuyas piezas le habían sido ocultadas durante toda su vida y que, de repente, las habían arrojado sobre la mesa sin previo aviso.
"Brujo". La palabra seguía resonando en su cabeza, junto con las revelaciones de la noche anterior. Las explicaciones de William, sus disculpas, y la forma en que, a pesar de todo el caos, había sentido una pequeña chispa de tranquilidad al estar junto a él.
Terminó de vestirse, sacudiendo los pensamientos antes de que se volvieran demasiado complicados. De todas formas, tenía muchas preguntas más. Y su hermano tenía muchas más explicaciones que darle.
Decidido, salió de la habitación y bajó hacia el salón. Al acercarse, escuchó el suave murmullo de voces, conversaciones que parecían tranquilas, casuales. Sherlock empujó la puerta ligeramente y la escena frente a él le resultó casi cómica.
Mycroft, William, Albert y Louis estaban sentados alrededor de una mesa, cada uno con una taza de té en la mano, conversando como si nada estuviese fuera de lo común. Los rayos de sol que entraban por las ventanas dibujaban sombras suaves en la estancia, creando una atmósfera casi acogedora.
Sherlock parpadeó, confundido por un momento.
—¿Acaso los brujos no duermen? —preguntó con perplejidad, su voz impregnada de una mezcla de curiosidad y frustración.
Mycroft levantó la vista y, con su tono habitual, le contestó sin inmutarse.
—Claro que dormimos, hermano, —respondió con calma. Sherlock advirtió el uso de la primera persona del plural en su oración.— Pero tú has dormido casi doce horas.
Sherlock se detuvo en seco, sorprendido. No recordaba haber dormido tanto tiempo en años, y menos en una situación tan caótica como esta. La tranquilidad en sus músculos no coincidía con el caos en su mente, y eso le generaba una disonancia inquietante.
Antes de que pudiera replicar algo, William se levantó de su silla, abrochándose el abrigo con calma.
—Tengo que ir a la Academia. Hay clases que debo preparar. —Anunció con suavidad.
Sherlock, intrigado por las palabras de William, no pudo evitar preguntar.
—¿Academia? —inquirió, buscando algún tipo de explicación que pudiera calmar su creciente curiosidad sobre este mundo que ahora formaba parte de él.
Albert intervino con su característico tono educado.
—La Academia de Artes Ocultas, —explicó.— Es una institución de aprendizaje para brujos. Allí se perfeccionan sus habilidades y se imparten conocimientos arcanos. Para nosotros, es como lo sería una universidad para los mortales.
Louis intervino con una chispa de orgullo en su voz.
—William es el profesor más joven en los últimos siglos. —Presumió, mirando a Sherlock con cierto desafío, como si quisiera que el medio mortal comprendiera la magnitud de esa hazaña.
A Sherlock los elogios no le sorprendían; William siempre había sido un hombre excepcional, pero ahora que sabía que también era un brujo, solo podía imaginar el alcance de sus habilidades.
Sin embargo, algo en esas palabras sacudió algo dentro del detective. Si William enseñaba en esa Academia, ¿por qué no podía él asistir también? La necesidad de aprender todo lo que pudiera sobre esta parte de su vida recién revelada se hizo más fuerte, casi desesperada.
—Entonces, ¿puedo ir contigo? —preguntó Sherlock, casi de manera impulsiva, sintiendo cómo el deseo de aprender más se apoderaba de su mente hiperactiva.— Quiero verlo, quiero... entender.
El silencio que siguió a su afirmación fue casi ensordecedor. Mycroft y William intercambiaron una mirada rápida, como si supieran que tendrían que enfrentarse a esta situación tarde o temprano.
Mycroft fue el primero en hablar.
—Sherlock, no puedes asistir a la Academia. Sólo los brujos consagrados en la Iglesia de la Noche pueden ir allí. —dijo con firmeza, pero no sin una nota de pesar en su voz.
Sherlock sintió cómo la frustración comenzaba a arremolinarse en su pecho, cual niño pequeño al que le habían negado un dulce. Sabía lo que significaba ser consagrado en la Iglesia de la Noche: firmar el Libro de la Bestia, entregarse por completo al camino oscuro. Pero... Él podría hacerlo ahora que sabía la verdad sobre su naturaleza, ¿no?
—¿Y si me consagro? —preguntó, con la mandíbula apretada, su voz tensa de frustración contenida. No estaba dispuesto a seguir siendo tratado como un niño al que le ocultaban la verdad por su propio "bien".
Quería respuestas, y las quería ahora.
William se acercó a él con cautela, intentando apaciguarlo con su tono calmado.
—No es una decisión que debas tomar a la ligera, Sherlock. Consagrarte significa más que aprender magia. Es un pacto, una promesa que no puedes romper. Una vez que firmas el Libro de la Bestia, tu vida cambia para siempre. No hay vuelta atrás. —Explicó, manteniendo su mirada fija en la de Sherlock.
La calma de William, que normalmente lo habría apaciguado, esta vez solo logró frustrarlo más. Sherlock quería respuestas. Quería estar al mismo nivel que ellos. No paraba de sentir como si todos a su alrededor le trataran como un ignorante, casi infantilizándolo, mientras él luchaba por abrirse paso en un camino se le estaba siendo negado en cada esquina.
Mycroft, que parecía haber leído sus pensamientos, rompió el incómodo silencio al dirigirse a una mesa cercana. De allí sacó una pila de libros, gruesos y polvorientos, y los dejó frente a Sherlock con una sonrisa enigmática y casi burlona.
—Si realmente quieres aprender, Sherlock, —dijo con esa calma exasperante que siempre lo había caracterizado.— Te sugiero que empieces a aprender latín.
Los ojos de Sherlock se estrecharon mientras miraban los libros, cada uno de ellos tan horrible como un ladrillo. Resopló con disgusto, los libros eran voluminosos, pesados, y aunque la idea de pasar horas descifrando texto antiguo le resultaba exasperante, sabía que no tenía otra opción.
Si quería respuestas, supuso que tendría que empezar desde lo más básico.
—Latín, —murmuró, como si la palabra le supiera amarga en la boca.— Por supuesto.
Antes de que pudiera refunfuñar más, William, que lo observaba con una pequeña sonrisa en los labios, se inclinó hacia él.
—Cuando regrese de la Academia, —dijo con una sonrisa genuina,— puedo ayudarte a estudiar. No es difícil, lo vas a dominar rápido.
El contacto visual que siguió fue breve, pero suficiente para que el corazón de Sherlock se acelerara. Había algo en la cercanía de William, en la forma en que le ofrecía su apoyo, que le provocaba una mezcla de emociones contradictorias. Quería rechazarlo, pero al mismo tiempo anhelaba más de ese contacto, más de esa atención que parecía desarmarlo tan fácilmente. Algo en su pecho se encendió ante la idea de estar solo con William, estudiando juntos. ¿Por qué su presencia lo afectaba tanto?
Y entonces ocurrió. William posó su mano en el brazo de Sherlock, en un gesto que pretendía ser tranquilizador. El contacto fue suave, breve, pero el efecto en Sherlock fue inmediato. Su corazón comenzó a latir con fuerza, de manera casi descontrolada. No era incómodo, ni desagradable. Al contrario, la calidez de la mano de William sobre su brazo le provocó una sensación que no logró identificar. Nerviosismo, sin duda, pero no el tipo de nervios que sentía cuando estaba a punto de enfrentar un desafío intelectual. Era algo más profundo, algo que no sabría explicar con palabras.
Trató de mantener su expresión neutral, como si ese pequeño gesto no hubiera provocado nada, pero no podía ignorar el hecho de que su cuerpo había reaccionado con una intensidad que lo desconcertaba. El calor de la mano de William permaneció en su piel incluso después de que este se apartara. Y lo peor de todo era que Sherlock no podía dejar de pensar en ello. Se sentía vulnerable, pero no de la forma en que había experimentado vulnerabilidad antes. Esto era diferente. Era un tipo de vulnerabilidad adictiva.
Los ojos de los demás presentes también captaron el gesto.
Albert lo observó con una ligera alzada de cejas, como si estuviera tomando nota de cada pequeña interacción para luego interrogar a su hermano. Louis, por otro lado, frunció ligeramente el ceño, como si la cercanía entre su hermano y Sherlock le provocara molestia. Hasta Mycroft le lanzó una mirada de reconocimiento, como si hubiera visto más de lo que dejaba entrever, pero tampoco intervino.
—Nos vemos esta noche. —Dijo William, con una sonrisa suave antes de girarse para salir de la habitación y dirigirse a la Academia.
Con un leve temblor en la punta de sus dedos, Sherlock tomó los libros y se dirigió a su habitación, casi huyendo del salón, intentando ignorar el pulso acelerado que lo traicionaba con cada paso. Mientras subía las escaleras, no podía dejar de pensar en ese breve momento en el salón, en la caricia en su brazo, en la mirada de William. Todo se sentía demasiado confuso, demasiado intenso.
Ya en su habitación, dejó caer los libros sobre el escritorio y se sentó frente a ellos, abriendo el primer tomo con resignación. El latín no era completamente desconocido para él, Mycroft había intentado inculcárselo cuando era pequeño para poder recitar versículos de la Biblia, pero sabía que no sería fácil dominarlo al nivel necesario para entender los textos mágicos. Aun así, lo que más lo inquietaba no era la barrera del idioma, sino el hecho de que su mente seguía regresando, una y otra vez, al toque de William.
Pasaba las páginas del libro, pero sus pensamientos estaban muy lejos de las palabras impresas. ¿Por qué su cuerpo había reaccionado de esa manera? ¿Por qué sintió ese nerviosismo, esa extraña anticipación, cada vez que William estaba cerca? Intentaba racionalizarlo, encontrar una explicación lógica, pero lo único que lograba era sentirse más confundido.
Sabía que no se trataba de incomodidad. No, lo que sentía cuando William lo tocaba era algo mucho más complejo. Había una chispa, una electricidad en el aire que lo hacía sentir más vivo, pero también más vulnerable. ¿Por qué? ¿Y Por qué William?
Mientras intentaba concentrarse en el estudio, esos pensamientos lo invadían, haciendo sentir cada vez más inquieto. Su vida había sido lógica, controlada, basada en hechos y deducciones. Pero ahora, todo eso parecía desmoronarse bajo el peso de emociones que no entendía y no sabía cómo manejar.
Mientras Sherlock se encerraba en su habitación para enfrentar los pesados volúmenes de latín, el ambiente en el salón de la mansión Moriarty era diferente.
La atmósfera estaba cargada de una mezcla de tensión contenida y silenciosa reflexión. Albert, Louis y Mycroft se sentaban en sus respectivos lugares, con tazas de té a medio beber, esperando una conversación que no se había tocado hasta ahora, pero que era inevitable.
Albert, siempre observador, fue el primero en romper el silencio. Sus ojos brillaban con una chispa de diversión que parecía fuera de lugar para el tema que estaba a punto de abordar.
—Nunca pensé que vería el día en que Will se interesara por alguien... de esa manera, —comentó, con una ligera sonrisa en los labios mientras se recostaba con naturalidad en su silla. Sus palabras eran ambiguas, pero el significado estaba claro.
Louis, sentado con el cuerpo rígido, levantó la vista de su taza y fulminó a su hermano con una mirada intensa.
—No hay nada gracioso en esto, hermano, —replicó con frialdad. Su tono era cortante, como el filo de una navaja, reflejando claramente el desagrado que le producía la situación.— El hermano William no necesita ese tipo de distracciones. Mucho menos de alguien como Sherlock Holmes.
Albert soltó una leve risa, como si la molestia de Louis no fuera más que una parte del espectáculo que él disfrutaba observar.
—Oh, Louis... El amor, o lo que sea que esto sea, no entiende de conveniencias o situaciones. —Dijo, agitando una mano con desdén.— Además, no puedes negar que es fascinante ver a Will comportarse así. No lo habíamos visto... mostrar interés personal hacia nadie. Nunca.
Louis apretó los labios, visiblemente molesto. Para él, William siempre había sido un hombre cuya mente estaba concentrada en un propósito superior. La distracción que ofrecía el menor de los Holmes, especialmente como un posible interés romántico o emocional para William, lo consideraba peligroso, algo que podía herir a su hermano.
—¡Sherlock es una complicación! —siseó Louis, sin ocultar su desprecio.— Es arrogante, prepotente, y lo último que necesitamos es que el hermano William se deje llevar por... por lo que sea que esté sintiendo.
—Sentimientos, Louis. Se llaman sentimientos, —intervino Albert con sorna.— Algo que todos experimentamos en algún momento, aunque algunos más tarde que otros...
Mycroft le lanzó una mirada que solo Albert podía leer, una mezcla de advertencia y complicidad resignada. Albert soltó una leve risa, un sonido bajo y melodioso que contrastaba con la tensión de la conversación.
Louis resopló, viendo la interacción. No era que quisiera mantener a William encerrado en una burbuja, pero el temor de verlo involucrado en una situación complicada lo carcomía. Su apego por su hermano era profundo, y aunque no detestaba a Mycroft de la misma manera que a Sherlock, no podía evitar sentir que la relación entre el hermano William y el detective, al contrario que la del hermano Albert y Mycroft, traería problemas.
Mycroft, que había permanecido en silencio hasta ese momento, observaba la conversación con los ojos entrecerrados, su mente ya trabajando en las posibles implicaciones de lo que estaba sucediendo. No era alguien dado a frivolidades o distracciones. Su preocupación no radicaba únicamente en el hecho de que su hermano pareciera sentir algo por William. No. Lo que le inquietaba era lo que ese vínculo podía significar para Sherlock y su futuro.
Finalmente habló, con la voz grave y controlada.
—William será el detonante que arrastre a Sherlock al camino de las brujas. No tengo ninguna duda de ello, —dijo, con una nota de resignación en su tono.— Mi hermano siempre ha mostrado una inclinación hacia lo prohibido, hacia lo desconocido. William... solo está acelerando lo inevitable.
Albert levantó una ceja, intrigado por el análisis de Mycroft.
—¿Así que lo ves como una influencia negativa? —preguntó. Aún con ese aire de diversión, su rostro se ensombreció levemente, defensivo.— Pensé que tú, de todos, estarías más complacido de ver a Sherlock explorar su otra naturaleza de forma voluntaria.
—No me malinterpretes, Albert, —respondió Mycroft, cruzando las manos sobre la mesa con serenidad calculada.— El problema no es que Sherlock explore su lado oculto, eso eventualmente habría ocurrido. El problema es la velocidad con la que esto está sucediendo. Sherlock nunca ha sido un hombre de decisiones pensadas con paciencia. Es un hombre de lógica, pero las emociones le confunden, y William... —Mycroft hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras.— William será el que le anime, directa o indirectamente, a dar ese salto. Y me preocupa lo que pase después.
Louis, a pesar de su furia, asintió con la cabeza, encontrando un punto de acuerdo con Mycroft.
—Exactamente. El hermano William es demasiado importante para distraerse con alguien tan volátil como Sherlock. No quiero verlo atrapado en ese torbellino emocional. —Añadió Louis, su voz impregnada de una mezcla de celos y preocupación.
Albert, siempre el más despreocupado de los tres, bebió un sorbo de té y miró a Mycroft con cierta fascinación.
—Veo lo que dices, Myc. Pero al final del día, todos tomamos decisiones basadas en algo más que la lógica. Y... —se detuvo un momento, como si ponderara algo divertido.— Conociendo a mi hermano, debe estar internamente como un huracán tratando de darle explicación a su necesidad repentina de estar cerca de Sherlock.
Louis bufó, claramente irritado por la visión de Albert.
—William no necesita ser el sacrificio personal de Sherlock para que él encuentre su camino. —Replicó con dureza.— No permitiré que se autodestruya por alguien como él.
Mycroft, que rara vez permitía que las emociones personales se interpusieran en su juicio, observaba todo desde una perspectiva más analítica.
—Mi objetivo siempre ha sido proteger a Sherlock, —dijo, más para sí mismo que para los demás—. Pero ahora... me temo que esa protección no puede llegar más lejos. Con William a su lado, Sherlock se sumergirá en este mundo, y lo que ocurra después será algo que escape a mi control.
Albert se rió entre dientes, divertido por lo sombrío que se había vuelto el tono de la conversación.
—Mycroft, querido, por lo que veo Sherlock siempre ha sido propenso a sumergirse en lo que no entiende. Eso es algo que comparte con Will.— Se levantó de la silla y dejó un beso coqueto en la mejilla del moreno, antes de retirarse.
Mycroft, con una mirada pensativa, se inclinó hacia atrás.
—Eso es precisamente lo que me preocupa.
Notes:
Me encanta el Mycroft/Albert, no se nota, ¿no?
Chapter 10: Plantando la semilla de la curiosidad
Summary:
William lleva a Sherlock a presenciar un rito importante.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Satán 2:8)
"El deber principal de toda nueva época es enseñar a las personas a determinar sus libertades, a dirigirlas hacia el éxito. [...] Aquellas teorías e ideas que pudieron haber significado vida, esperanza y libertad por nuestros antepasados, es posible que ahora representes para nosotros destrucción, esclavitud y deshonor."
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William había vuelto de la Academia agotado, pero satisfecho. Las lecciones habían sido intensas, y aunque disfrutaba de su rol como profesor, su mente no podía evitar regresar una y otra vez a Sherlock.
Desde la revelación de la noche anterior, William había notado la creciente curiosidad en el detective, un deseo latente de aprender más sobre el mundo que había permanecido oculto para él toda su vida. Y, para su propia sorpresa, él mismo se sentía deseoso de compartir su cultura y su historia con el recién descubierto mestizo.
Trataba de ignorar, en vano, que su deseo venía de antes de eso, cuando aun veía a Sherlock como un simple mortal, completamente alejado de su mundo. Y que ahora, tras descubrir que no tenía que ocultarle a Sherlock lo que era, su corazón palpitaba desbocado por el deseo de acercarse.
Al llegar a la mansión, hizo una parada rápida en el salón. Albert y Louis seguían conversando con Mycroft, pero William no tardó en excusarse con una sonrisa que, en él, se podría interpretar como nerviosa.
—Voy a ver a nuestro huésped, —dijo con un leve gesto, y aunque Albert respondió con una sonrisa cómplice, Louis solo frunció el ceño, como siempre hacía cuando el nombre de Sherlock surgía.
—Dale un respiro, hermano. —Comentó Albert, divertido, soltando una carcajada cuando William fue demasiado lento en ocultar la pequeña vergüenza en sus mejillas.
Pero William no esperó a ser bombardeado por las bromas intrusivas de su hermano mayor y subió las escaleras rápidamente, recorriendo el largo pasillo que conducía a la habitación donde Sherlock pasó horas enterrado en libros de latín.
Llamó suavemente a la puerta antes de entrar.
Sherlock estaba reclinado en una silla, con un pesado tomo de latín abierto frente a él, pero su mirada perdida en algún punto fijo de la habitación dejaba claro que su mente no estaba concentrada en la lectura. Suspiraba con cierta frustración, y apenas notó la presencia de William hasta que este cerró la puerta tras de sí.
—Veo que estás haciendo grandes avances. —Comentó William con una sonrisa divertida.
Sherlock le lanzó una mirada cansada, entrecerrando los ojos con fastidio.
—El latín está sobrevalorado, Liam.
William soltó una pequeña risa y se acercó a la mesa donde Sherlock había esparcido varios de los textos que Mycroft le había dejado. Se inclinó para echar un vistazo.
—Es algo aburrido, lo admito. Pero la magia requiere comprensión absoluta, y muchas de nuestras raíces y nuestra cultura están en este idioma. Aunque... —William hizo una pausa, pensativo.— Tal vez haya algo más interesante de ver esta noche.
Sherlock arqueó una ceja, intrigado.
—¿Más interesante que horas y horas de gramática antigua?
—Mucho más, —respondió William con una sonrisa cómplice.— Hay algo que quiero mostrarte. Algo que no tiene nada que ver con libros polvorientos.
William vio cómo los ojos de Sherlock se encendían de curiosidad, una chispa que siempre había admirado en el detective. El modo en el que sus ojos azules brillaban con cada cosa interesante que encontraba hacía surgir en el pecho del brujo un sentimiento parecido a la adoración. Y tendría Satán por seguro que William le otorgaría cada ápice de este mundo a Sherlock si con ello le veía así de feliz.
Sin embargo, guardaba esa sensación en lo más profundo de su interior, sabiendo que Sherlock ya tenía demasiado por asimilar.
—Deberás prepararte, puedes ponerte una de mis capas.— sugirió el rubio, para luego bajar la voz levemente, como si le contase un secreto.— Oí en la Academia que esta noche se celebra un ritual importante, en el bosque. Creo que te ayudará a comprender más sobre lo que significa andar por el camino de las brujas.
Sherlock lo miró durante unos segundos, evaluando la propuesta, antes de cerrar los libros con un golpe seco y levantarse. La perspectiva de sumergirse en algo más tangible que el latín era demasiado tentadora como para resistirse.
—¿Es seguro? —preguntó, más como una broma que por una preocupación real.
—Estarás conmigo. —William le dio una mirada reconfortante, y por un instante, sus ojos se encontraron más de lo necesario. Cuando sus miradas se desviaron, Sherlock tuvo que reprimir una sonrisa tonta.
William pareció pensarlo por un momento antes de añadir:— Pero mejor no le digas a tu hermano a donde fuiste...
Sherlock soltó una carcajada, cada vez le gustaba más la idea.
...
El bosque parecía más oscuro de lo habitual, como si las sombras que rodeaban a Sherlock y William se volvieran más densas cuanto más se adentraban en él. El aire tenía un toque pesado, y el sonido del viento se mezclaba con murmullos lejanos. Habían caminado durante varios minutos hasta llegar a un claro, oculto entre árboles viejos y retorcidos. Frente a ellos, una antigua estructura de piedra, cubierta de musgo y con símbolos grabados, se alzaba ante la tenue luz de la luna.
—Para ser un lugar donde se hacen rituales herejes... —murmuró Sherlock con sorna, observando el altar oscuro que dominaba el centro del claro.— Es diferente a lo que me imaginé.
—Este es uno de los lugares más antiguos y sagrados para los brujos de nuestro aquelarre, —dijo William con voz tranquila.— Aquí es donde se realizan algunos de los rituales más antiguos y ceremoniales. Por debajo de la tierra fértil y las raíces de estos viejos árboles cruzan una serie de poderosas líneas ley que nos ayudan a canalizar la energía. No todos los brujos pueden acceder a este tipo de eventos.
—¿Y por qué yo sí? —preguntó Sherlock con una sonrisita, sabiendo la respuesta.
William le golpeó ligeramente en el brazo a modo de advertencia con una risa.—Porque necesitas ver con tus propios ojos lo que significa ser brujo, o al menos lo que significa para aquellos que han abrazado por completo su naturaleza, señor Holmes.
Sherlock hizo un falso puchero, claramente divertido por la idea de que William le hubiese colado en un ritual privado de su aquelarre y no esté dispuesto a admitirlo.
Alrededor del altar, figuras vestidas con túnicas negras y capuchas, los rostros ocultos en las sombras empezaban a reunirse y, cuando la luna estuvo en su pleno apogeo, empezaron a murmurar oraciones que Sherlock no comprendía del todo, aunque comenzaba a reconocer algunos términos del latín.
William se detuvo a su lado, observando el ritual en silencio. Sherlock notó cómo la energía en el aire cambiaba, volviéndose más densa, más tangible. Había una oscuridad presente, pero no le inspiraba miedo. Lo que sentía era una mezcla de curiosidad y asombro. A diferencia de lo que había imaginado, no sentía rechazo ante lo que veía, sino una extraña necesidad de saber más.
Los brujos murmuraban en un tono monótono mientras una figura joven, de no más de dieciséis años, se acercaba lentamente al altar. Sherlock observó cada detalle: el nerviosismo en los ojos del joven, la forma en que sus pasos vacilaban ligeramente, como si estuviera consciente del peso del ritual que estaba a punto de realizar.
—¿Un Bautismo Oscuro? —dedujo lentamente, recordando las palabras de Mycroft sobre ello.— Es lo que Mycroft mencionó... Lo que él hizo para protegerme.
—Exactamente. —William asintió, acercándose más a él inconscientemente.— Es el ritual en el que un brujo se consagra al servicio de la Iglesia de la Noche, renunciando a su vida mortal y entregándose a la oscuridad. Firman su nombre en el Libro de la Bestia, y a cambio, reciben poder y conocimiento más allá de lo que cualquier mortal podría soñar.
Sherlock lo miró intensamente, su mente calculando cada palabra, cada concepto. Había algo en la idea del bautismo que lo atraía y lo inquietaba al mismo tiempo. Parte de él quería rechazarlo, la lógica implacable que había cultivado como detective gritaba que no se dejara llevar por ceremonias oscuras. Pero otra parte, más profunda, anhelaba saber.
Anhelaba ver.
Una figura con el rostro cubierto por su capucha y envuelto en túnicas— que Sherlock supuso que era la figura de autoridad— se acercó al joven y, con una voz grave y solemne, comenzó a recitar los votos del Bautismo.
—Estamos reunidos en este bosque, ante nuestro Señor Oscuro, con las almas vivas y muertas de nuestro aquelarre...— comenzó a decir el Sumo Sacerdote, mientras un par de brujos ayudaban al muchacho a deshacerse de su ropa hasta quedar completamente desnudo.
Sherlock alzó una ceja ante el acto.
Para él, la desnudez humana era lo menos interesante de este mundo, pero eso no quitaba que fuese la primera vez que veía tanta naturalidad al respecto. Los brujos y las brujas ahí reunidos no lo miraban de forma distinta a como lo harían si estuviese vestido. No se escandalizaban, ni tapaban los ojos de los más jóvenes, pues en su mirada se reflejaba que no había nada sexual en la desnudez del cuerpo.
También notaba la mirada de William clavada en él de forma perpetua, como si tratase de adivinar lo que pensaba. Sherlock mentiría si dijera que no disfrutaba de la atención del brujo, y un ligero cosquilleo recorrió sus dedos.
—El señor Oscuro quiere saber, ¿quieres ser feliz, niño? ¿Ser libre? ¿Libre para amar a tus cercanos y odiar a tus enemigos? ¿Ser lo que la naturaleza quiso de ti, fiel únicamente a sus leyes y a ti mismo?— inquirió el sacerdote entonces, el muchacho asintió.
Sherlock ni siquiera pestañeó cuando el brujo superior presentó el tan nombrado Libro de la Bestia, un tomo oscuro y gigante, encuadernado en lo que parecía ser piel. El joven temblaba ligeramente, pero no retrocedió.
Tomó la daga que le ofrecieron y, casi sin dudarlo, la arrastró por su mano, dejando que un par de gotas color carmesí mancharan la hoja del libro. Entonces se le fue ofrecida una pluma y, sumergiéndola en su propia sangre, firmó su nombre en el libro con un gesto lento pero decidido.
Cuando el brujo ofreció unas gotas de su propia sangre en el altar, Sherlock no apartó la vista. No se estremeció. Lo observó con calma, con curiosidad.
No dejaba de preguntarse, ¿cómo había pasado toda su vida sin que nadie le dijera de la existencia de este mundo? Una mezcla de emoción y ansiedad lo recorría, pero no era miedo. No temía lo que veía; más bien sentía una especie de fascinación, una conexión profunda con algo que hasta hace poco desconocía que formaba parte de él.
Era como si se le hubiese abierto todo un mundo de posibilidades por explorar.
William lo observaba de reojo, atento a cada una de sus reacciones. Esperaba que Sherlock estuviera incómodo o al menos perturbado, pero lo que vio en él fue algo muy diferente: Sherlock estaba absorto, fascinado, casi cautivado.
No pudo evitar sentir su corazón palpitar más rápido. Era una bella ilusión. Como si pudiese imaginar al detective aceptando esta parte tan sombría de él con los brazos abiertos, como si estuviese dispuesto a abrazar y comprender esta oscuridad.
—Al firmar en el Libro de la Bestia, nunca habrás de arrodillarte ni rendir culto ante nuestro Señor Oscuro, pues él te entregará su poder y caminareis como iguales sobre la Tierra.— recitó el sacerdote.— Él te dará conocimiento y fuerza para protegerte a ti y a los tuyos y, a cambio, tú le jurarás lealtad a él y a los ideales por los que fue desterrado.
Todos los brujos alrededor corearon.— ¡Salve Satán!
Una energía densa se alzó del altar, envolviendo al joven como un manto invisible.
Sherlock abrió los ojos como platos, sintiendo algo en sus venas, como si hubiera un pulso en el suelo bajo sus pies, conectándolo de alguna manera con toda la gente de ese lugar.
—Ya está, —murmuró William a su lado.— Ahora es un brujo consagrado.
Sherlock asintió en silencio, su mente procesando cada detalle. Sabía lo que significaba firmar en ese libro. Mycroft había pasado por lo mismo, y aunque su hermano había intentado protegerlo de ese destino, Sherlock sintió una creciente necesidad de entender más. No podía evitar preguntarse qué se sentiría al tener ese poder corriendo por sus venas.
William, que había permanecido en silencio a su lado, se acercó más. Su proximidad era reconfortante, pero también inquietante para Sherlock, que aún no sabía cómo interpretar lo que sentía cuando William estaba tan cerca. No era miedo. Ni incomodidad. Era algo más intenso.
Mucho más intenso.
Cuando finalmente el ritual terminó, William y Sherlock se apartaron del claro, alejándose de los brujos que aún permanecían en el altar. El silencio entre ellos era denso, lleno de pensamientos no dichos.
—Pensé que estarías más perturbado por esto. —Murmuró William, con la voz baja y cercana al oído de Sherlock.
Sherlock negó con la cabeza, sus ojos todavía fijos en el altar, pero su mente fija en el agradable cosquilleo que le produce sentir el susurro del brujo tan cerca.
—Es extraño... pero no es como lo imaginé. No son sugestiones ni pseudociencia... Realmente sentí la energía. Esto es tangible, palpable. —Hizo una pausa, luego añadió:— Es... impresionante.
William se sonrojó, mirando brevemente hacia el cielo ennegrecido por la noche.
—La magia tiene su belleza, incluso en la oscuridad. No es solo poder convencional. Es conexión, conocimiento, libertad de las cadenas mortales. Solo nosotros, los brujos, podemos ver más allá de lo que la sociedad puede asimilar...— murmuró con una suave sonrisa. Pese a las cosas oscuras y terribles de su camino, la brujería y todo lo que conlleva siempre fue su razón de seguir adelante.
Sherlock lo miró de reojo. Se atrevió a pasar su mano por la del rubio en un gesto íntimo y suave, como si así pudiese darle las gracias por lo que acababa de experimentar.
William, consciente de su proximidad, terminó de entrelazar sus dedos lentamente, disfrutando del contacto cálido que le ofrecía el moreno. Sentía la atracción entre ellos crecer con cada interacción, con cada revelación.
Sherlock no retrocedió. El toque de William lograba un efecto en él hasta ahora desconocido. Había algo reconfortante, algo que hacía que su corazón latiera más rápido. Era como si las fronteras que había mantenido durante tanto tiempo, las murallas que había levantado para protegerse del mundo, comenzando a desmoronarse lentamente.
—No estás horrorizado. —Murmuró William maravillado, casi para sí mismo en un intento de reafirmarse que Sherlock seguía ahí con él y no había salido corriendo.
—No, —afirmó Sherlock en voz baja.— No lo estoy.
William sintió un alivio inesperado.
Había temido que el ritual empujara a Sherlock lejos de este mundo oscuro, lejos de él. Sin embargo, Sherlock no solo lo comprendía, sino que también lo aceptaba. William sintió algo encenderse dentro de él, algo más allá del deber de proteger a Sherlock. Había algo en el detective, algo irresistible.
Antes de que pudiera cuestionarse, William se acercó lentamente a Sherlock, guiado por una mezcla de deseo y una necesidad inexplicable de confirmar lo que ambos parecían sentir. Sherlock no se apartó; por el contrario, sus ojos se entrecerraron levemente, expectantes, el leve aliento de ambos suspendidos en el aire entre ellos. William alzó una mano y, con la suavidad de quien teme romper algo frágil, la colocó en la mejilla de Sherlock, rozando apenas su piel.
Sin decir nada, Sherlock inclinó el rostro hacia él, cerrando los ojos en un suspiro apenas audible. Era una rendición silenciosa, una invitación a algo que ambos habían estado negando hasta entonces. William se inclinó, sus labios rozaron los de Sherlock en un primer toque suave, casi tímido, como si temiera romper el hechizo que los envolvía. Pero entonces, incapaz de resistirse, profundizó el beso, dejándose llevar por la emoción de tenerlo cerca.
Sherlock, sintiendo una explosión de emociones encontradas, dejó que sus manos viajaran hasta los hombros de William, acercándolo más, mientras el ambiente pesado y cargado de energía parecía envolverlos en su propio secreto.
El beso se profundizó. Sus respiraciones se entrelazaron, sus cuerpos se acercaron aún más, y Sherlock sintió un calor arrollador en su pecho, uno que le dejaba claro que la línea que había entre ellos acababa de romperse de una manera irreversible. El sabor de William, mezclado con el aroma de las brasas y el bosque nocturno, lo embriagó, y cada roce, cada contacto, fue una revelación, una aceptación silenciosa de lo que ambos sentían sin haberlo dicho nunca.
Finalmente, con una mezcla de temor y satisfacción, ambos se apartaron apenas un par de centímetros, respirando entrecortadamente. William lo miró, con los ojos rojos brillando de algo parecido a la adoración, aún atrapado en la intensidad del momento, y Sherlock, con el rostro enrojecido, no pudo sostenerle la mirada.
Ambos, demasiado avergonzados para hablar, permanecieron en silencio, pero una sonrisa algo nerviosa empezó a formarse en sus rostros.
—Esto... no estaba en mis planes... —murmuró William, incrédulamente, sin poder ocultar la mezcla de vergüenza y gozo que se reflejaba en sus ojos.
—Ni en los míos. —Admitió Sherlock, mirándolo de reojo, tratando de recuperar la compostura mientras sentía el corazón aún galopando.
Unos segundos después, mientras las llamas de las antorchas comenzaban a extinguirse, ambos rieron suavemente, nerviosos, aún atrapados en el hechizo del momento. Sin necesidad de decir más, comenzaron a caminar de regreso hacia la mansión, cada uno perdido en sus pensamientos y todavía aturdido por lo que acababa de suceder.
Las brasas del bautismo oscuro, el aire denso del bosque y el eco del beso compartido seguirían con ellos hasta la mañana siguiente.
Notes:
Sherlock no deja de ser mitad brujo por parte de madre, su instinto siempre será la curiosidad y la sed de conocimiento por encima de su propia seguridad o de las advertencias. Por eso se ve tan atraído en primer lugar por el mundo de William. Posiblemente un mortal corriente encontraría el Bautismo un poco desagradable (ehem, posible spoiler?)
Chapter 11: ¿Que lo invite a salir?
Summary:
Sherlock tiene una charla honesta con John, John es un aliado.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Lucifer 8— "Complacencia, no compulsión")
"El Satanista pregunta, ¿qué hay de malo en ser humano, y tener limitaciones humanas, así como recursos humanos? Al negar sus deseos, el místico no se acerca más a compulsiones que su alma gemela, el cristiano."
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Sherlock cerró la puerta de Baker Street y se detuvo en el vestíbulo, respirando profundamente. Aún tenía en mente los ecos de la noche pasada, el bautismo oscuro, el beso y la proximidad de Liam.
Tras haber pasado varios días en la mansión de los Moriarty, con Liam, con el mundo de las brujas, sentía que debía volver a su piso, a su tranquila vida mortal, si quería reordenar sus pensamientos. Cada momento parecía haber quedado grabado en su piel, especialmente la forma en que los labios de William habían encendido una emoción que apenas podía reconocer en sí mismo. Un torbellino en el pecho y la mente.
Fue interrumpido cuando la puerta se abrió de nuevo, y John entró con una sonrisa alegre y un aire de satisfacción inconfundible. Sherlock observó el ligero brillo en los ojos de su amigo y supo de inmediato que su luna de miel con Mary Morstan— ahora Mary Watson— había sido un éxito.
—¡John! —exclamó Sherlock, feliz de volver a ver a su amigo, aún con esa sensación indescriptible quemando en su interior.— ¡Bienvenido de vuelta, compañero! Veo que el viaje con tu esposa te ha tratado bien.
—¡Sherlock! —John le dio una palmada en el hombro.— Ha sido un viaje increíble. Italia es un país fascinante, aunque algo agotador cuando intentas ver todo en pocos días. —Sacudió la cabeza con una sonrisa, como si ya recordara con nostalgia sus días recientes.— ¿Cómo te ha ido aquí sin alguien que te diga cuándo estás ignorando una comida o encerrándote demasiado?— bromeó, mientras ambos subían las escaleras hacia la sala de estar, cerrando la puerta tras de si.
Sherlock intentó pensar en algo para definir los días que había pasado mientras John se encontraba en Italia con su mujer, pero era obvio que su mente no estaba cooperando, así que su expresión acabó en una mueca.
John lo observó con una mirada perceptiva, su expresión pasando de ligera burla a sincera curiosidad.
—Oye, ¿está todo bien? —Preguntó John, el tono de su voz mucho más serio.
—Estoy bien. —Respondió Sherlock con rapidez, aunque notó que el tono era mucho más nervioso de lo que pretendía.
John entrecerró los ojos, agudizando su mirada, y Sherlock sintió cómo la incomodidad se intensificaba. Finalmente, ante la insistencia de la mirada de su amigo, se dejó caer en el sillón y suspiro.
Si había alguien con quien podía ser honesto en este mundo de locos, ese era John.
—En realidad... algo extraño me ha estado pasando. —Murmuró, evitando la mirada de John y fijando la vista en algún punto indeterminado de la pared.
John se acomodó en su propio sillón, claramente intrigado.
—A ver, suéltalo. Me intriga mucho saber qué podría hacer que tú, Sherlock Holmes, te sientas tan... ¿Preocupado?—agregó, riéndose un poco, aunque con genuina amabilidad en el rostro.
Sherlock se pasó una mano por el cabello, algo que solía hacer solo cuando estaba muy inquieto.
—Es difícil de explicar... —comenzó, titubeante. —John, ¿cómo sabes que te estás... sintiendo de una manera extraña por alguien? —preguntó, intentando sonar indiferente, pero fallando miserablemente.
John lo miró fijamente, sorprendido y al mismo tiempo divertido.
— ¿De una manera extraña? Vaya, eso sí que suena interesante... ¿Cómo de extraña? —Sus palabras eran amables y alentadoras, aunque el doctor ya podía imaginarse a que se refería su amigo, solo quería escucharlo de los labios de el orgulloso detective consultor.
Sherlock tragó saliva y, después de una pausa y un par de maldiciones, continuó.
—Al principio pensé que era simple curiosidad, un intento de comprender su mente como lo haría con cualquiera. Pero... con el tiempo, esa curiosidad ha cambiado. Empieza a invadir mis pensamientos de formas que no puedo controlar, como si... no pudiera concentrarme en otra cosa. —Se detuvo, sintiéndose vulnerable ya la vez extrañamente liberado al decirlo en voz alta.
John lo observaba con interés, tratando de contener la risa y manteniéndose en silencio para no interrumpir.
—Cuando estoy con a su lado, todo parece... más intenso. Y lo peor de todo es que cada vez que trato de analizarlo, de descifrar lo que está pasando, me encuentro perdido. Y eso me molesta más de lo que debería, porque no es propio de mí.— Terminó diciendo en un tono de frustración.
Una sonrisa se formó lentamente en el rostro de John, y Sherlock sintió que sus mejillas se calentaban, notando por primera vez que sus manos temblaban un poco.
La sonrisa de John se ensanchó, y no pudo evitar una breve carcajada.
—Sherlock Holmes, ¿te estás escuchando? ¡Eso suena a que estás enamorado! —dijo, tratando de contener su emoción ante una revelación tan poco común en su amigo.— Y estoy seguro de que es la primera vez que escucho decir algo parecido en todos los años que te conozco. ¡Esto es fascinante!
Sherlock lo miró, sintiendo que esas palabras, al ser pronunciadas, resonaban en su mente con una claridad que lo dejó sin palabras. Aun así, la incomodidad de ese término lo hizo tensarse.
—¿Enamorado? —repitió, como si intentara convencer a su cerebro de asimilar la palabra.
John asintió, riéndose suavemente.
—No es tan raro, Sherlock. Enamorarse es... algo bastante normal para la mayoría de las personas... Aunque quizás solo sea nuevo para ti.— explicó John, incapaz de evitar carcajearse por lo perdido que se encontraba su amigo.— Lo que describes, ese tipo de inquietud, los pensamientos constantes... ¡son muy claros!
Sherlock apartó la mirada, preguntándose si era posible que realmente estuviera en lo cierto.
—Es sólo que... —vaciló.— Se siente tan... intenso, y no estoy seguro de cómo manejarlo.
Sherlock frunció el ceño, mirando hacia la ventana. La idea de "enamorarse" le resultaba extraña, casi ajena, y no había estado preparado para enfrentarse a ella. Era algo más allá de la lógica, y eso lo incomodaba. Aun así, las palabras de John hacían eco en su mente, y no podía evitar pensar que quizás, solo quizás, había algo de verdad en ello.
John observó a su amigo en silencio, fascinado por la intensidad con la que Sherlock hablaba. Y aunque estaba claro que Sherlock intentaba racionalizarlo todo, John también podía ver cómo una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro al pensar en esa persona.
—Entonces, quizás lo que necesitas es dejar de intentar controlarlo. —John se encogió de hombros, divertido—. No todo tiene que analizarse. Lo que describes es una de las cosas más normales del mundo, Sherlock. Deberías tomarlo como una experiencia nueva... hasta emocionante.
Sherlock se quedó en silencio un momento, procesando las palabras de John. ¿Una experiencia emocionante? La idea, aunque inusual, no le parecía del todo mal. Y, en el fondo, algo dentro de él le decía que sería interesante averiguar hasta dónde podría llevar este sentimiento.
—No estoy seguro, John. Para ser honesto, esto es completamente... ajeno a mí. La lógica se disuelve cuando pienso en él... —explicó, casi en un susurro, sin darse cuenta de la revelación que acababa de hacer, ni de la sorpresa de John por sus palabras.— Pero no puedo dejar de pensar en esa posibilidad, y resulta... desconcertante. Irritante, incluso.
John tenía los ojos abiertos como platos desde hace un rato.
Aunque el doctor ya había tenido ciertas sospechas sobre las... inclinaciones de su amigo, durante los largos años que llevaba viviendo con él en este piso, escuchar a Sherlock admitirlo en voz alta lo impresionaba.
Por desgracia, vivían en un mundo donde las relaciones entre hombres eran algo de lo que se evitaba hablar en sociedad, y obviamente eran penadas por ley, pero ver a su amigo enfrentar esto hacía que John lo respetara aún más.
—Sherlock... —dijo John con voz suave, captando la atención de su distraído amigo.— ¿Esa persona es... un hombre?
Por un instante, Sherlock pareció congelarse.
Miró a John, como si buscara alguna reacción en su expresión, algo que pudiera darle una pista de cómo tomaba la revelación. Su mandíbula se tensó; no era fácil ni sensato decir algo así en voz alta hoy en día, y un extraño sentimiento de vergüenza lo invadió, algo que no le resultaba común ni mucho menos cómodo.
—Sí —contestó al fin, en voz baja.— Es... un hombre.
John parpadeó, y una leve sorpresa apareció en su rostro antes de que pudiera evitarlo. Sin embargo, al ver la tensión en Sherlock, suavizó su expresión, mostrando una comprensión profunda y genuina.
—Eso... no cambia nada para mí, Sherlock, —dijo John con sinceridad.— La verdad es que ya lo sospechaba... ¡No porque fueras distinto! Sino porque, siendo quien eres, nunca vi en ti interés en nadie, y menos en una mujer... Así que esto, que tú sientas así por alguien, me parece... bueno, casi una buena noticia.— murmuró John entre tartamudeos, tratando de expresar su aprobación de la mejor manera que podía ante este tema tan delicado.— Me alegra ver que tienes a alguien que logra romper las barreras de esa cabeza tuya.
Sherlock soltó un pequeño resoplido, claramente avergonzado, y se recostó en el sillón, dirigiendo una mirada incómoda hacia John. No sabía si eso era precisamente lo que esperaba escuchar, pero no podía negar que el apoyo de John le daba una sensación de alivio que no creía necesitar.
—Si algo he aprendido estos días es que, cuando se trata de él, nada sigue una lógica clara. —Admitió finalmente.— Y para alguien como yo, eso es... perturbador.
John se acercó, tratando de contener una risa ligera que, pese a todo, reflejaba una comprensión sincera. Podía ver cuán aterrador debía ser para Sherlock enfrentarse a algo que no podía diseccionar, analizar y archivar en su conocido palacio mental.
—Si realmente sientes algo tan intenso por él, ¿por qué no llevarlo a algún lugar? —John alentó, animándolo.— Invítalo a una cita, Sherlock. No tienes que saber cómo va a terminar. Solo ve a disfrutarlo. Tú lo conoces, id a algún lugar que pueda gustarle. Obviamente tenéis que andaros con cuidado, ya que en estos tiempos que corren, cualquiera puede denunciaros a la Iglesia y llevaros a un tribunal... ¡Pero podréis disfrutar de la compañía del otro!
Sherlock tuvo que reprimir un bufido, no le preocupaba la Iglesia precisamente por ser homosexual si su acompañante era un brujo, pero decidió callarse ese pequeño detalle, por el bien de William y su familia. Pero como la idea le resultó un concepto inusual y atractivo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
—De acuerdo, —dijo, finalmente aceptando, y un leve brillo de entusiasmo iluminó sus ojos.— Creo que sé qué podríamos hacer.
John le dio una palmada en el hombro, sonriendo orgullosamente, como si su amigo acabara de resolver un misterio más importante que todos los casos que habían enfrentado juntos.
Sherlock miró a John, sintiéndose agradecido. No estaba acostumbrado a compartir sus emociones, pero en este caso, John había sido un apoyo fundamental.
Pensó que debería contarle a John lo que había descubierto de su propia familia, lo que era y en lo que probablemente se convertirá tarde o temprano, pero aun no estaba listo para dar ese paso con su mejor amigo, su ancla en el mundo mortal.
Pero prometió hacerlo pronto.
Sherlock subió las escaleras hacia su habitación con una emoción creciente y un leve rubor en las mejillas que apenas logró ocultar. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó en el escritorio, contemplando los papeles frente a él, y con manos un poco temblorosas, tomó pluma y papel, dispuesto a escribir una invitación formal, como si aquello pudiera servir de barrera contra el torbellino de emociones que lo invaden.
Sin embargo, antes de escribir la primera palabra, un escalofrío le recorrió la espalda. Notó una presencia detrás de él, una figura familiar que, a pesar de no esperarla, la reconoció al instante.
Giró lentamente sobre su propio eje, con la mirada llena de asombro y sin apenas poder contener la sonrisa que asomaba en sus labios.
— ¿Liam? —susurró, sorprendido.
—En carne y hueso... o mejor dicho, en alma. —William esbozó una sonrisa cálida.— No quería interrumpirte por si estabas haciendo algo importante, pero... me he estado preguntando si estabas bien. —Confesó, y aunque intentaba sonar despreocupado, sus ojos lo traicionaban, mostrando una mezcla de preocupación y vergüenza sinceras al tiempo que sus transparentes mejillas adquirían un tono más opaco. Por fin, añadió en un murmullo—: Después de lo de anoche, y de... bueno, de todo.
Sherlock sintió un calor inesperado en el pecho. No estaba acostumbrado a que alguien se preocupara de ese modo por él, y mucho menos con esa intensidad. Aunque la situación era extraña —al fin y al cabo, William estaba ahí en una especie de aparición, como si fuera un sueño,— la sensación de cercanía era palpable.
—¿Es... es esto real? —preguntó Sherlock, mirándolo con fascinación y tratando de encontrar lógica en su forma etérea.
—Se llama viaje astral, Sherlock. Solo mi alma está aquí, es un desprendimiento temporal de mi cuerpo físico.— Sherlock abrió los ojos con genuina sorpresa, se levantó de la silla y caminó en círculos alrededor del rubio, analizándolo desde todos los ángulos, todavía un poco incrédulo. William continuó con tono explicativo, pero sin poder contener la risa al ver a Sherlock dando vueltas a su alrededor como un cachorro curioso. —Es un tipo de proyección... pero no es completamente segura porque voy contrarreloj.
— Eres impresionante, Liam.— Murmuró Sherlock, cada vez más maravillado con todo lo que el mundo de las brujas tenía para ofrecer, haciendo que el espectro de William se sonrojara visiblemente de nuevo.
William miró hacia la ventana, donde solo él podía distinguir formas sombrías, espectros que acechaban en la penumbra. Psicopompos. Espíritus del plano astral que detectan almas fuera de lugar, y no tienen intenciones pacíficas.
—Tenemos poco tiempo antes de que se den cuenta de que estoy aquí.— dijo él.
Sherlock apenas asimilaba a que se podía referir cuando alguien tocó la puerta. El detective sintió un ligero sobresalto, y William se rio suavemente ante su reacción.
Solo era John, por supuesto.
—¿Sherlock? ¿Estás hablando solo? —preguntó John desde el otro lado de la puerta, con una nota de diversión.
Sherlock intentó pensar rápido, y la primera excusa que acudió a su mente fue: —Estoy... conversando con Yorick. Ya sabes, una especie de ejercicio mental. —Contestó, manteniendo un tono de naturalidad.
John guardó silencio un segundo antes de responder.
—¿Con Yorick? —preguntó, divertido.— Sherlock, empiezo a pensar que tú y ese anillo de calavera necesitáis terapia de pareja. Bueno, ya no te interrumpo; Iré a darme una ducha. ¡Con cualquier cosa pega un grito!
Esperaron hasta escuchar los pasos de John alejándose, y cuando se oyeron los grifos de la ducha, William dejó escapar una risa baja.
—Yorick, ¿eh? —dijo, con una mirada burlona y cariñosa a la vez—. No sabía que tenías un compañero tan... especial.— dijo mirando el anillo que portaba Sherlock en su dedo índice.
El moreno se sonrojó ligeramente, pero se defendió con una sonrisa igual de desafiante.
—Tal vez prefiero reservar mis compañías más... interesantes para momentos como este.—dijo con un toque juguetón, haciendo que William volviera a reír.— Oye Liam... Quería invitarte al teatro. Hay una obra que presenta estos días, del señor Oscar Wilde... "La importancia de llamarse Ernesto". —Le lanzó al rubio una mirada expectante.— Me preguntaba si te interesaría acompañarme.
El rostro de William se iluminó con una expresión de sorpresa y deleite. Era evidente que no se había esperado aquella invitación, pero la idea parecía entusiasmarlo profundamente. Sherlock sintió que su pulso se aceleraba, y por un segundo, ambos quedaron atrapados en un silencio denso y expectante.
—¿Me está invitando a una cita, señor Holmes?— William inquirió con una sonrisa llena de picardía, acercándose al detective.
Sherlock, no pudo evitar estremecerse, incluso si el cuerpo físico de William no estaba ahí, sentía su calor corporal como un placebo, volviendo loco a sus sentidos. Aun así no se dejó avergonzar, respondiendo con una sonrisa a su juego.
—Maldita perspicacia la tuya, Liam.— Sherlock rio.— Ahora tendré que admitir directamente lo mucho que me gustaría llevarte a una cita...
William sintió un súbito calor en el pecho, algo que se transformó en una emoción genuina, casi desconocida.
Una cita. Con Sherlock Holmes.
La idea lo hizo sonreír, y una chispa de emoción, incluso de timidez, lo embargó.
William no recordaba la última vez que alguien lo había invitado a algo tan simple y a la vez tan íntimo. Acompañar a Sherlock a una obra teatral, y especialmente a una de Wilde, le pareció una experiencia que rozaba lo poético.
Mientras los psicopompos revoloteaban en la ventana, recordándole que debía ser breve, sintió un tirón casi físico en su pecho que reconoció rápidamente; Quería permanecer más tiempo con el detective. Sin embargo, tuvo que conformarse con ser un poco más paciente y esperar hasta volver a verlo esa misma noche.
—Lamento que nuestra conversación tenga que ser tan breve. —William bajó la voz, su tono íntimo y cercano, con un destello de anticipación.— No puedo correr el riesgo de quedarme atrapado en este plano. Pero acepto tu invitación, Sherlock. Nos vemos en el teatro Royal Haymarket a las 7.
Sherlock, emocionado por la idea de compartir la velada con él, apenas ocultó una sonrisa.
—No puedo esperar para verte allí. —Dijo con suavidad, sosteniéndole la mirada con una intensidad que ni él mismo esperaba.
William esbozó una última sonrisa y, con un último destello, se evaporó en el aire, como si nunca hubiese estado en el 221B.
Sherlock se quedó mirando el lugar donde desapareció con los ojos abiertos de la sorpresa, solo y en un estado de anticipación electrizante, con el corazón latiéndole desbocado y una sonrisa que apenas podía disimular.
Notes:
El Royal Haymarket es un teatro histórico en donde Oscar Wilde presentó varias de sus obras más controversiales, entre ellas "An Ideal Husband" en 1895 o "A Woman of No Importance" en 1893. La obra que irán a ver Sherlock y Liam; "The importance of being Earnest", fue presentada por primera vez en el St James's Theatre y coincidió con el inicio de su escándalo público, pero este teatro está en América, y preferí mantener las cosas en Londres :)
Chapter 12: La cita
Summary:
Sherlock y William tienen una cita romántica en el teatro. Un nuevo misterio se cierne sobre Sherlock.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Lucifer - 6: "Sexualidad satánica")
"Debido a la falta de oportunidades para expresarse, muchos deseos sexuales secretos no llegan jamás a trasponer el estado de la fantasía. El no descargarlos suele llevar a la compulsión y, por lo tanto, una gran cantidad de personas idean indetectables para dar rienda suelta a sus deseos."
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La niebla londinense, fría y densa como un velo, cubría las calles de aquella noche. Sherlock avanzaba hacia el teatro con pasos decididos, pero cada fibra de su ser estaba revoloteando en el nerviosismo y la expectativa.
No era su primera vez en un teatro, y sin embargo, era la primera vez que iría acompañado de una persona tan especial, en todos los sentidos de la palabra.
En el fondo, una emoción que apenas comenzaba a admitir agitaba sus pensamientos: aquella era su primera "cita"—al menos una real, que no tenía nada que ver con sus casos—. Era un término que había ignorado y hasta despreciado durante toda su vida, pero que esa noche, por una vez, no le incomodaba del todo.
Cuando llegó a la entrada, el teatro brillaba con luces cálidas y doradas, y los sonidos de las conversaciones y risas animadas llenaban el aire a su alrededor. Sherlock se sintió levemente fuera de lugar, y al mismo tiempo, una inesperada sensación de entusiasmo le recorrió.
Buscó con la mirada a William, pero para su sorpresa, no parecía haber llegado aun.
Se apoyó contra la pared del edificio y se disponía a esperar pacientemente cuando sus ojos se posaron en una figura femenina, elegante y distinguida, con el cabello rubio recogido y un abanico cerrado en una mano delicadamente enguantada. La mujer parecía aguardar con una quietud calculada y, aunque no pudo verlo de inmediato, hubo algo en su presencia que le resultó innegablemente familiar.
Sherlock caminó hacia ella y se detuvo a unos pasos, perplejo. La mujer, de pie junto a la entrada del teatro, alzó unos ojos escarlata como la sangre hacia él, y allí fue cuando Sherlock comprendió. Eran los ojos inconfundibles de William, su expresión serena pero llena de curiosidad, esa mirada intensa que ahora había aprendido a reconocer, incluso en el disfraz más elaborado.
El moreno, incrédulo, se acercó aun más con una pequeña sonrisa asomando en su rostro.
—Liam... ¿eres tú? —murmuró, observándolo con una mezcla de sorpresa y maravilla.
La figura femenina lo miró de reojo, inclinándose hacia él con un gesto elegante tras el abanico.
En voz baja, le susurró, con un tono ligeramente burlón, pero feminizado por el disfraz:
—Es una pequeña poción de transformación, cortesía de mi hermano menor. —Confesó en voz baja con una risita.— No puedo permitir que los Moriarty se expongan a rumores innecesarios, ¿no? Esta pequeña ilusión nos durará lo suficiente como para disfrutar la noche sin levantar sospechas.
Sherlock se permitió soltar una carcajada contenida, asombrado ante la habilidad y el ingenio de William para cuidar cada detalle. Nunca antes había presenciado esa faceta de él, tan juguetona y misteriosa, y el hecho de que estaba dispuesto a hacer algo tan arriesgado para encontrarse con él en una cita privada hizo que el corazón de Sherlock latiera con una intensidad desconocida.
Lo observó durante unos instantes más con el leve atisbo de asombro que rara vez mostraba, pero que en ese instante era completamente genuino.
—Será suficiente para que no me ejecuten públicamente por invitar a un caballero al teatro, supongo. —Respondió Sherlock con una media sonrisa, sus palabras enmascaradas de sarcasmo, aunque el tono de su voz era suave, incluso cálido.
William lo miró con diversión en los ojos, y Sherlock casi podía ver en ellos la chispa de complicidad que ambos compartían. Sherlock alzó su brazo y William, en su disfraz femenino, lo tomó resueltamente, caminando juntos hacia la entrada del teatro.
—Precisamente. No todos los días hago una excepción para respetar las convenciones sociales, —respondió William con una sonrisa discreta.— Debería sentirse privilegiado, señor Holmes.
—Oh, lo hago, Liam, no te haces una idea de cuanto.— respondió Sherlock con un guiño, y finalmente riendo al ver un suave enrojecimiento en las mejillas de su acompañante.
Conforme las palabras se apagaron entre ellos, Sherlock sintió que el aire que los rodeaba se volvía más cálido. William, con su nueva apariencia, se había adaptado al papel con una facilidad sorprendente, y Sherlock no podía evitar sentirse embelesado.
No era por el disfraz; se dijo, era la manera en la que William lo había planeado todo para hacerle sentir en ese momento como si el resto del mundo no importara, siendo capaces de moverse entre los ojos de la sociedad con libertad.
El lugar estaba lleno de murmullos y risas cuando entraron, pero en cuanto el público se acomodó en las butacas y las luces se atenuaron, un silencio reverente se apoderó de la sala.
Sherlock y William subieron unas escaleras y tomaron asiento en uno de los palcos privados, las cortinas de terciopelo rojo cerrándose a sus espaldas y brindándoles una intimidad que, en otras circunstancias, habría sido peligrosa.
A solas en el palco, cualquier pequeña palabra, cualquier gesto entre ellos adquiría una intensidad electrizante.
—He de decir que ver esta obra me intrigaba. Un conocido mío es un...— William pareció dudar antes de describirlo,— "amigo íntimo" del señor Wilde y siempre que puede me ha estado recomendando sus obras.— Explicó, deslizándose cerca de Sherlock.
—¿Un conocido de Don Oscar Wilde, dices?— inquirió Sherlock alzando una ceja, al mismo tiempo que reprimía sus ganas de rodear a William con un brazo y pegarlo a su cuerpo.—¿Es una persona tan especial como tú?
El rubio soltó una ligera risa que sonó algo más agudizada por la poción, captando la pregunta implícita del detective.— Sí, es una persona especial como yo. Aunque si hablamos de singularidad, diría que usted es mucho más único.— apuntó William con la mirada fija en los orbes azules de Sherlock, antes de añadir con un tono suave y cariñoso:— Algún día te lo presentaré.
Cuando comenzó la obra, Wilde pronto captó la atención de ambos con su ingenio mordaz y su crítica de la sociedad, algo que tanto William como Sherlock apreciaron profundamente. Sus manos, sin darse cuenta, terminaron acercándose en el borde de la barandilla, rozándose, y los toques inocentes, aunque sutiles, fueron suficiente para hacer que Sherlock sintiera una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo.
Le fue imposible concentrarse en la obra de la misma manera en que lo habría hecho en otras circunstancias. Su mente estaba atrapada en el momento, en el contacto casi imperceptible de sus dedos contra los de William, en la proximidad silenciosa pero significativa entre ellos.
La obra seguía desarrollándose, pero Sherlock, consciente de la sensación de que lo embargaba, se giró hacia William con una sonrisa que contenía una chispa de desafío y afecto.
—"En realidad, es absurdo dividir a la gente en buena y mala. La gente es encantadora o aburrida..." —citó Sherlock, su voz apenas un susurro, reproduciendo una de las frases de la obra y mirándolo con una expresión traviesa.— ¿Qué piensas de eso, Liam?
William se sonrojó, sus ojos rubíes brillando a la tenue luz del palco, y se acercó apenas, como si ese leve acercamiento pudiera expresar lo que las palabras no podían.
—Es totalmente cierto, —respondió en voz baja.— Aunque creo que la sociedad se complace en crear esas reglas arbitrarias. Todo se vuelve más fascinante cuando te deshaces de esas limitaciones.
Ambos se miraron, y Sherlock sintió cómo una especie de conexión se encendía entre ellos. Era consciente de que estaba sentado junto a un hombre con el que, en otra situación, en un contexto diferente, jamás hubiera podido mostrar tal intimidad. En sus ojos había una mezcla de admiración y deseo, un reconocimiento de que lo que compartían esa noche era algo que sobrepasaba los límites de una amistad convencional.
Con cada línea de la obra, cada movimiento en el escenario, sentía que la tensión entre ambos se hacía más tangible. William también parecía estar en sintonía, su mirada frecuentemente se desviaba de la obra para posarse en Sherlock, y esa intensidad entre ellos hacía que ambos se inclinaran hacia el otro, rozando sus hombros y sus manos bajo la privacidad que ofrecía ese palco, conscientes de que estaban cruzando una línea que hacía tiempo habrían bordeado.
Con el corazón latiendo con fuerza, Sherlock, que siempre había tenido el control en todas las situaciones, sintió cómo este momento escapaba a su dominio. Sentía que, en esa cercanía, su propio deseo se mezclaba con algo más profundo, algo que lo desbordaba, como si al lado de William no hubiera necesidad de barreras ni de reservas. Atrapado en ese impulso, Sherlock inclinó su rostro hacia él y susurró, su voz cargada de afecto y una intensidad que apenas contenía:
—Liam... Me temo que el personaje ficticio que nos ha traído hasta aquí podría no ser el único con una vida llena de problemas. —La mirada de Sherlock se entrecerró, y la sonrisa burlona se desvaneció mientras su confesión se transformaba en algo mucho más sincero.
William lo miró fijamente, la expresión en sus ojos una mezcla de sorpresa y emoción contenida.
—Y si así fuera... —respondió William en voz baja, sintiendo que cada palabra resonaba entre ellos, que en ese momento estaba pasando algo que los unía en un nivel más profundo—. Entonces, Sherly, me temo que me vería obligado a no dejarte solo en dichos problemas.
Sherlock sintió cómo el peso de esas palabras se hundía en su corazón, como un ancla que lo conectaba a algo más profundo. Atrapado en la intensidad de su mirada, sin pensar más, sus labios se acercaron a los de William, estrellándose en un gesto de pura necesidad, amparados por la privacidad que ofrecía la cortina de terciopelo del palco.
Los labios de William esta vez supieron al labial que llevaba por su disfraz, pero a Sherlock no podía importarle menos. Dejaría que el rojo quedara esparcido por todo su rostro si eso significaba haber sido besado por el brujo hasta el cansancio.
William se atrevió a dejar un pequeño mordisco en el labio inferior del moreno, solo para volverlo loco, antes de dejar que su lengua encontrara el momento justo para unirse.
El rubio, al haber caminado toda su vida por el camino de las brujas, no se avergonzaba por cosas tan naturales como la sensualidad, el deseo o la libertad sexual. Pero aun así tenía que admitir que, en su longevidad, nunca se había sentido tan nervioso por un beso. Su mente rumiaba los mismos pensamientos, ¿y si iba demasiado rápido? ¿y si lo acababa asustando? ¿será capaz William de mirarle a los ojos si acaso sobrepasa algún límite inconscientemente?
Su corazón latía desbocado por un anhelo que hacía mucho no sentía. Y todo por un mestizo de brujo que había logrado atraerle con su mente y, desde hace escasos segundos, sus labios.
Al separarse, ambos hiperventilaban, pero Sherlock era quien más visiblemente trastocado estaba por el deseo.
—Maldición, Liam...— respiró Sherlock agitado, tratando en vano de recobrar la compostura.— Realmente eres un demonio sobre la Tierra...
William inspiró hondo, también intentando guardar las apariencias, aun en su palco privado con las cortinas a medio cubrir.
—Eso en mi mundo es un halago, Sherly. — alcanzó a decir con una sonrisa, sintiéndose nervioso pero emocionado por como había escalado su relación con el detective.
El detective soltó una carcajada, entrelazando sus dedos con los de William en un gesto tan íntimo que el rubio se deshizo en suspiros.
—En el mío ahora también.— murmuró Sherlock con una sonrisa, queriendo reflejar el acercamiento interno que tenía hacia su otra naturaleza.
William le miró con ternura, pero no pudo ocultar su rostro colorado cuando vio las marcas de sus labios, pintadas de un color rojo intenso contra los de Sherlock.
El rubio sacó un pañuelo, entregándoselo con una risa nerviosa.
Sherlock miró el trozo de tela con una ceja alzada antes de captar la situación y volverse de un color cercano al terciopelo de las cortinas.
Si algo en él se decepcionó al tener que borrarse las marcas de los besos de William, no lo admitiría jamás.
...
Mientras salían del teatro, Sherlock sentía que cada paso que daban le hacía más difícil contener lo que se había estado gestando en su interior durante toda la velada.
Miró de reojo a William, quien aún conservaba la apariencia de aquella mujer rubia gracias a la poción de su hermano. Pero, aun así, podía discernir como sus rasgos ligeramente afeminados comenzaban a volver a la normalidad con lentitud, por lo que supuso que la poción estaba perdiendo sus efectos.
Al detenerse frente a la salida, la brisa nocturna los envolvió.
El aire fresco era revitalizante, aunque Sherlock apenas lo notaba; su mente seguía embriagada por la cercanía de William y la intimidad que acababan de compartir en el teatro. Las farolas callejeras alrededor de la entrada del teatro proyectaban sombras alargadas que danzaban en el suelo y, por un instante, no hubo necesidad de palabras entre ellos. Era como si ambos comprendieran que aquel momento, aunque breve, era suficiente para prolongar todo lo que no podía decir en voz alta.
William le dirigió una sonrisa, cálida y sincera, que hizo que Sherlock sintiera un calor en el pecho que apenas logró comprender.
—Me alegra que hayas disfrutado de la obra. —Dijo William, con una suavidad en su voz que no podía ser otra cosa que una muestra de afecto puro y sincero.
—"Disfrutar" es un término insuficiente... —Respondió Sherlock, permitiéndose una sonrisa jocosa mientras sus ojos se posaban en los de William.— Ha sido... diferente. Especial.
Los labios de William temblaron en lo que parecía ser el inicio de una risa nerviosa, aunque rápidamente se contuvo. Sus miradas se encontraron una vez más, y por un instante, Sherlock se sintió casi desnudo ante él. Había algo en William que lograba atravesar sus defensas, desarmarle sin esfuerzo.
—Entonces tendremos que hacerlo de nuevo alguna vez, ¿no crees? —murmuró William, acercándose peligrosamente a él, y la tensión entre ambos creció con sus palabras coquetas.
Pero justo cuando Sherlock estaba a punto de responder, cautivado por el fuego en su mirada rubí, algo detrás de William captó su atención y le hizo perder el hilo de sus pensamientos.
A unos metros de distancia, en la penumbra al borde de una farola parpadeante, apareció una figura oscura y maciza, tan alta que su sombra parecía crecer aún más con cada segundo. Era una silueta imponente, una especie de cabra enorme y antropomorfa, de espalda arqueada y cuernos largos que se retorcían hacia el cielo. Sus ojos, oscuros como pozos sin fondo, parecían clavarse directamente en él, como si lo estuviera estudiando.
El aliento se le atascó en la garganta.
La sensación de asfixia era abrumadora, como si aquella figura pudiese colarse en su mente y desentrañar sus miedos más profundos. Por un instante, Sherlock sintió un escalofrío, un miedo primitivo que luchaba por abrirse paso a través de su lógica y razón.
Aquello que estaba viendo no tenía explicación alguna, no pertenecía a su mundo, pero lo estaba viendo ahí, con sus propios ojos.
—¿Sherlock? —La voz de William lo sacó del trance, y sus ojos azules volvieron a enfocarse en el brujo. William le miraba con una leve preocupación en su expresión.
—Yo... —Sherlock se quedó en silencio unos segundos, intentando recuperar el control de sus pensamientos. Su mirada buscó de nuevo aquella figura, pero ya no había nada allí; la penumbra estaba vacía. No quería que William notara el temblor en sus manos.— No ha sido nada.
William frunció el ceño, claramente sin convencerse. La preocupación estaba latente en su mirada, como si pudiera percibir la agitación en Sherlock incluso si él intentaba ocultarla.
—¿Seguro que estás bien? Parecías... distraído, y pálido... —comentó William, sin dejar de mirarlo, como intentando leerle entre líneas.
Sherlock, todavía sintiendo el peso de aquella presencia observarle, tragó en seco y decidió desviar el tema.
—Quizá solo estoy cansado. Ha sido una noche... intensa. —Murmuró, esforzándose por mantener la compostura, aunque en su interior aún sentía el residuo de aquel extraño miedo.
William lo observó en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Luego, esbozó una sonrisa suave y dio un paso más cerca de él, lo suficiente para que la distancia entre ambos desapareciera casi por completo.
— Deberías dejar que te lleve a casa, Sherly. —William ofreció sus palabras con suavidad, pero había una firmeza oculta detrás de ellas, una que no dejaba lugar a reproches.— O, si lo prefieres, puedes quedarte en la mansión esta noche. No quisiera que regresaras solo en este estado.
Sherlock sintió un calor inesperado al notar la preocupación en la voz de William. Aunque William no sabía lo que realmente había visto, parecía genuinamente preocupado por él, y sabía que no se estaba encontrando bien. Era una sensación extraña; pocas veces había experimentado algo así, y menos aún por parte de alguien que él mismo considerara un igual.
La idea de pasar la noche en la mansión de los Moriarty era tentadora, pero no solo por la comodidad del lugar. Era la cercanía con William lo que más le atraía.
—Quizá sea lo mejor, —respondió Sherlock, dejando entrever una leve sonrisa.— Pero solo si me aseguras que no piensas convertir esto en una costumbre.
William rio suavemente, y el sonido de su risa, bajo la luz de los faroles, resonó como una suave melodía en la noche. Había algo profundamente cautivador en él, algo que hacía que Sherlock sintiera que estaba cayendo en un abismo del que no deseaba escapar.
—No prometo nada, —murmuró William, con una chispa de picardía en sus ojos.— Después de todo, tenerte cerca tiene sus... ventajas...
Sherlock tosió, decidido a mirar hacia otro lado con tal de evadir la sugerente mirada del rubio que, hasta ahora, no había hecho más que provocarle infartos.
William se mordió el labio, disfrutando inmensamente de ver a Sherlock avergonzarse por su faceta descarada.
—Liam, maldito, apiádate de mí... — se quejó Sherlock, sacando otra risa del brujo.
Ambos comenzaron a caminar, esta vez en la misma dirección, dedicándose sonrisas y sutiles bromas coquetas durante todo el camino hasta la mansión.
Notes:
¿Era este capítulo una excusa para hacer que Sherlock y William se coman la boca como dos adolescentes hormonales en la última fila del cine?
Sí.
Chapter 13: La amenaza del Diablo
Summary:
Sherlock se queda a dormir en la mansión Moriarty pero pasa una noche horrible.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(Libro de Belial — 2:"Los tres tipos de ritual satánico")
"Mientras el hombre conozca el significado del miedo, necesitará de medios y formas para defenderse. Nadie lo sabe todo, y mientras exista la capacidad de asombro, habrá fuerzas potencialmente peligrosas."
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La luna estaba alta y llena cuando Sherlock y William llegaron a la imponente mansión Moriarty. Sherlock no podía evitar sentir una mezcla de emociones al cruzar esas puertas otra vez: una combinación de nervios y entusiasmo que se apretaba en su pecho. Caminaba al lado de William, cuyas pisadas resonaban firmes sobre el suelo de mármol, hasta que los recibió la figura inconfundible de Louis.
El menor de los Moriarty los esperaba en el vestíbulo con los brazos cruzados y una expresión impenetrable en el rostro, claramente calculada para mostrar desaprobación.
Louis vio primero a William, quien todavía llevaba rastros del maquillaje de su disfraz y el vestido de la velada, un atavío femenino que, en su mente, estaba claramente diseñado para ser removido en la primera oportunidad.
Sherlock miró a William de reojo, intentando no sonreír al recordar la transformación que había experimentado aquella noche y la forma en la que William había captado todas las miradas en el teatro. Sin embargo, la intensidad de la mirada de Louis devolvió a Sherlock a la realidad.
—Así que me pediste una poción de feminización para... ¿esto, hermano? —preguntó Louis, dirigiendo su fría observación a William con un tono que no dejaba lugar a dudas sobre su desaprobación.
William sonrió con suavidad, sin perder la compostura. Su respuesta fue clara y decidida, como si nada de lo que Louis pudiera decir tuviese el poder de alterar sus decisiones.
—Tuvimos una velada interesante. —decidió responder en un tono casi despreocupado, pero en sus palabras había una firmeza que su hermano menor alcanzó a notar.
Mientras William hablaba, Sherlock sintió una caricia leve, una mano que se posaba brevemente sobre su brazo. El roce era sutil, pero suficiente para enviarle una corriente de calidez, un recordatorio tácito de que el brujo seguía junto a él, que toda esta noche no fue un sueño febril.
Por su parte, Louis mantuvo la compostura, pero el brillo de incomodidad en sus ojos rojos no pasó desapercibido. Observaba a Sherlock como si analizara cada centímetro de su presencia, buscando algún resquicio, algo que desarmara el vínculo que había intuido entre él y su hermano.
—Sherly, si quieres, puedes instalarte en la misma habitación de la otra vez. —Murmuró William, girándose para dedicarle una cálida sonrisa y, sin que Louis pudiera reaccionar previamente al mote cariñoso, se inclinó y le dio un beso breve en la mejilla, dejándo a un Sherlock atontado y sin palabras.
La acción fue inesperada y demasiado íntima para Louis, cuyo rostro se crispó, petrificado ante lo que acababa de presenciar. Sherlock miró de reojo al hermano menor de William, quien tenía los labios apretados y una expresión que no se molestaba en disimular su creciente desprecio.
Sin embargo, William ya se alejaba hacia las escaleras.
—Iré a cambiarme. Andar con tacones es demasiado hasta para mí. —Dijo con una sonrisa, antes de desaparecer por el pasillo, dejándolos a él ya Louis solos en el vestíbulo.
Sherlock se quedó inmóvil unos instantes y decidió encaminarse hacia la habitación, hasta que una figura, con un aura oscura y fría, se interpuso en su camino.
Louis se acercó hasta él, su mirada de acero penetrante y un aire de absoluta hostilidad rodeándole.
—Escúchame, mestizo, —comenzó en un susurro afilado, con una calma inquietante en su voz.— No sé de qué manera has convencido a mi hermano de esta... curiosidad por ti, pero te lo advierto: no permitiré que le causes ningún daño. Si estás aquí para jugar con sus sentimientos, o peor aún, si planeas algún truco para aprovecharte de él... será lo último que hagas. ¿Me has entendido?
Sherlock apenas parpadeó. Era la primera vez que alguien le llamaba "mestizo", y además de un modo tan despectivo. Sin embargo, el no consideraba que su linaje fuese algo vergonzoso, ni inferior. Él no iba a permitir que nadie le rebajara por ello, ni siquiera Louis James Moriarty.
No se intimidó, no se alejó ni un solo centímetro, y en cambio mantuvo la mirada de Louis, sus propias emociones controladas y afiladas.
—Entiendo que no confíes en mí, Louis. Pero si eso es lo que temes, quizás deberías volver a evaluar lo que crees que sabes sobre tu hermano. —Respondió Sherlock, con una mueca de reproche escasamente oculta.— Y te aseguro que mi interés en él no tiene que ver con lo que ganaré a su costa.
Louis lo observó por un instante más, y aunque sus labios formaban una línea recta, sus ojos se afilaron como si se preparara para responder, pero se limitó a guardar silencio. Después de lo que parecía una eternidad de tensión en el aire, el hermano menor de William se retiró, dándole la espalda a Sherlock y alejándose hacia los pasillos sin volverse a mirarlo.
Sherlock avanzó por los pasillos de la mansión Moriarty, tratando de dejar atrás el incómodo encuentro con Louis. Las palabras de advertencia del hermano menor resonaban en su mente, pero por alguna razón no lograban distraerle por completo de los recuerdos de la velada. Su mente volvió, incontrolablemente, a la imagen de William en el teatro, la suavidad de sus labios y los sentimientos que apenas empezaba a reconocer.
Se dirigió al baño para refrescarse antes de retirarse a la habitación. El recuerdo de todo lo vivido esa noche, desde la obra hasta el encuentro incómodo en el vestíbulo, parecía haber acumulado un peso enorme en sus hombros y necesitaba urgentemente despejarse.
Al llegar, cerró la puerta con cuidado, observando las sombras que las velas lanzaban sobre las paredes de mármol. Encendió un par de lámparas de gas y se inclinó sobre el lavabo, dejando que el agua fría del grifo se deslizara entre sus dedos antes de llevarla a su rostro. El alivio fue inmediato, como un retorno a la sobriedad después del caos que la noche había dejado en su ánimo.
Mientras pasaba un paño húmedo por su rostro, Sherlock alzó la mirada hacia el espejo. Su reflejo le devolvió la imagen de alguien que apenas reconocía: sus ojos parecían más oscuros, más intensos, como si guardaran un pensamiento que solo él comprendía. Aun tenía una pequeña mancha de pintalabios en la comisura de su sonrisa atontada, apenas perceptible, que le hizo soltar una risita infantil.
No obstante, de repente, algo en el espejo cambió. Su mirada se desvió hacia la derecha de su rostro reflejado en el espejo y vio como, justo detrás de él, emergió una figura que le heló la sangre.
Era de nuevo la sombra alta y retorcida, vagamente humana pero grotesca, con la cabeza de una gran cabra. La reconoció como la figura que vio a la salida del teatro por como sus cuernos oscuros y retorcidos parecían extenderse más allá del marco del espejo, y como los ojos de un negro profundo le miraban sin pestañear, perforándole con una atención que iba más allá de lo que un simple reflejo podía capturar. Parecía vibrar con una energía densa y malsana que llenaba el aire del baño, envolviéndole en una atmósfera opresiva que pronto se tornó casi irrespirable.
Sherlock sintió que el corazón le latía con violencia, y la piel de su nuca se erizó de manera instintiva. Se giró de golpe, dispuesto a enfrentarse directamente a la amenaza. Pero...
Nada.
El baño estaba vacío. Solo el reflejo del espejo, la luz de las velas y el agua que goteaba lentamente desde el grifo del lavabo rompían el silencio que lo rodeaba.
Trató de racionalizar la visión, de convencerse de que solo había sido una alucinación momentánea, el producto de la tensión y el cansancio.
Sin embargo, el aire seguía pesado, cargado de un olor penetrante que apenas lograba identificar. Ese rastro punzante y asfixiante que permanecía en el aire incluso cuando ya la figura había desaparecido.
Respirando con dificultad, trató de mantener la compostura mientras salía del baño y se dirigía a la habitación que William le había indicado. Se esforzó por calmarse, por convencerse de que solo era su mente jugándole una mala pasada. Pero el olor seguía allí, impregnando sus pensamientos con una sensación de amenaza latente.
Se apresuró por el pasillo con pasos silenciosos y firmes. Cerró la puerta con cuidado, asegurándose de girar la llave varias veces, y se dejó caer sobre la cama, mirando al techo en busca de alguna explicación que le diera sentido a lo que acababa de ver. La mansión permanecía en silencio, y en medio de esa quietud, Sherlock intentó encontrar en su lógica alguna razón que explicara aquella presencia. Pero cada vez que trataba de racionalizarlo, la imagen de la cabra negra volvía a su mente con la misma claridad perturbadora, como si le acechara.
Apagó las lámparas con manos temblorosas y se deslizó bajo las sábanas como un niño, tratando de calmar su respiración y darle fin a lo que fuera que estuviera ocurriendo en su mente. Cerró los ojos, casi con desesperación, obligándose a dormir para dejar atrás ese recuerdo inquietante que le atormentaba.
Sin embargo, su tiempo de sueño fue ligero y fragmentado, y pronto el suave sonido de los relojes de la mansión avisaron de que la medianoche había llegado. Fue en ese momento cuando, de manera inconsciente y sin motivo aparente, sus ojos se abrieron, como si una fuerza externa lo hubiera arrancado del poco descanso que había logrado.
Y entonces lo vio, de nuevo.
Frente a su cama, en la penumbra de la habitación, la cabra oscura estaba ahí nuevamente. De un color negro que parecía absorber toda la luz a su alrededor, sus cuernos rizados, su figura grotesca apenas se distinguían de la oscuridad, y sus ojos... esos ojos negros, inhumanos, le miraban con una intensidad que le congelaba. Sherlock sintió cómo sus músculos se tensaban, el miedo latente que antes había reprimido afloraba sin control.
La figura permanecía quieta, mirándole con una fijeza que parecía examinar algo en su interior. Sherlock sintió el sudor frío descendiendo por su frente mientras la observaba, tratando de reprimir el temblor que recorría su cuerpo. En algún punto, el miedo se transformó en una furia impetuosa, una necesidad urgente de romper aquel contacto perturbador que ese ser mantenía con él.
— ¡¿Qué quieres de mí?! —gritó, fuera de sí, su voz rompiendo el silencio de la habitación con desesperación.
La figura parecía inclinar la cabeza, como si considerara responder a su pregunta, antes de que una voz profunda y grave resonara en el cuarto, llenando el aire de una presencia aplastante.
— Hueles a miedo, mortal, mis hijos de la noche no huelen a eso, —dijo con una voz grave y ensordecedora que rebotaba contra las paredes de su cráneo.— Pero también llevas mi marca en la nuca, una marca que solo pertenece a los míos. No eres un simple humano; eres un brujo. Un brujo que no ha sido consagrado, y eso... es un insulto.
La mano de Sherlock se dirigió instintivamente hacia la nuca, rozando la piel donde sabía que llevaba aquella marca, aquella evidencia de su herencia materna.
Aquel ser continuó.
— Deberás firmar en mi libro y abrazar el sendero de la noche, o te arrepentirás. No hay escapatoria para un brujo; mi marca exige lealtad.
La furia de Sherlock se intensificó ante la exigencia. Había soportado toda su vida las presiones del mundo en el que vivía y ahora, esa sombra, esa criatura de otro plano que parecía ser el mismísimo Satán, intentaba imponerle su voluntad.
— ¿Y qué si elijo no seguirlo? —escupió con un tono desafiante, sin dejar que su miedo dominara sus palabras.— Si no quiero llevar tu camino, ¿qué harás?
La figura pareció estremecerse, y de ella brotó una energía densa, furiosa, que llenó el aire con un olor más intenso a azufre, un hedor a muerte y amenaza. Y entonces, con un tono que le provocó un terror casi paralizante, respondió:
— Te arrepentirás, hijo de la noche...
Sherlock reunió todo su autocontrol y, pese al temblor de sus manos, logró señalar hacia la puerta con un gesto brusco.
— ¡Fuera! —gritó, su furia opacando momentáneamente el temor. No tenía ni idea de cómo combatir aquella entidad, pero su rabia interna era más fuerte en ese momento que su raciocinio.— ¡Piérdete!
Por un segundo, la figura pareció intensificar su oscuridad, y después, en un parpadeo, desapareció.
Sherlock se quedó solo en el cuarto, temblando inconscientemente, mientras el eco de aquella presencia aún parecía flotar en el aire, su esencia perturbadora impregnando la estancia.
Permaneció inmóvil durante largos minutos, sintiendo cómo el sudor frío bajaba por su espalda, su respiración aún agitada y la mirada fija en el punto donde la figura había desaparecido. Las palabras del ser resonaban en su cabeza, su amenaza latente aún vibrando en el aire como si le hubiera marcado de alguna forma invisible, dejándole con una sensación de vulnerabilidad que hacía mucho no experimentaba.
Se llevó una mano a la nuca, como si al tocar la piel pudiera encontrar algún rastro físico que confirmara lo que había escuchado: la marca que el ser había mencionado, la conexión entre él y ese oscuro linaje que lo atraía y lo repelía a partes iguales.
El tacto de su propia piel le tranquilizó ligeramente, pero el aire seguía impregnado de ese olor sulfuroso, pesado y oscuro que le daba vueltas en el estómago.
Fue entonces cuando escuchó pasos apresurados en el pasillo.
La puerta de la habitación se abrió de golpe, y los tres Moriarty entraron en la habitación. William fue el primero en aparecer, la preocupación dibujada en sus ojos, algo tan genuino y profundo que Sherlock sintió que, pese a todo, no estaba del todo solo. Louis, con su expresión ceñuda habitual, apareció justo detrás de su hermano, pero incluso él mostró algo de inquietud.
— ¿Qué ha pasado, Sherock? Estabas gritando como loco...—preguntó William con un tono que irradiaba preocupación, mientras su mirada se posaba en él con una mezcla de alarma y ansiedad.
— ¿Fue una pesadilla?— inquirió Albert, con un tono más suave y tranquilo.
Sherlock trató de reordenar sus pensamientos. Se levantó de la cama, negando con movimientos rígidos, tratando de enmascarar su agitación bajo una fachada de control, aunque el sudor frío en su frente le traicionaba.
— Hubo... algo aquí. —dijo en voz baja, casi como si estuviera revelando un secreto que le costaba aceptar.— Una figura... Oscura, amenazándome... Una cabra negra sobre dos patas.
William y Louis intercambiaron una rápida mirada de alarma. Sherlock se dio cuenta de que ellos sabían algo, que la imagen de la cabra no era desconocida para ellos. Pero antes de que pudiera preguntar, William dio un paso adelante, colocando una mano en su hombro para brindarle algo de consuelo.
Sherlock se dio cuenta de que la expresión de William era aún más afectada que la suya propia.
Notes:
Dejaré que os imaginéis a William tirando la puerta de Sherlock (cerrada con varias vueltas de llave) abajo por la preocupación.
Chapter 14: ¿Cómo se rompe un pacto con Satán?
Summary:
A Sherlock no le gusta la idea, pero debe pedir ayuda cuando la necesita.
Chapter Text
(Libro de Lucifer 4— "Del Infierno, del Diablo y de como vender tu alma")
"No es necesario que vendas tu alma al Diablo o hacer un pacto con Satán para ser Satanista. Esta treta fue ideada por el Cristianismo para aterrorizar a la gente, de manera que no escaparan del redil."
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La luz de las lámparas en la mansión Moriarty apenas lograba disipar la inquietante penumbra que se había cernido sobre todos ellos.
Sherlock, sentado al borde del sillón con el rostro pálido cubierto entre sus manos, relataba los detalles de sus encuentros con el ser oscuro: cómo aquella figura había aparecido primero al salir del teatro, luego en el baño de la mansión y, finalmente, en su propia habitación, mirándole desde las sombras.
Los hermanos Moriarty escuchaban en un tenso silencio, pero la perturbación era evidente en cada uno de ellos. Albert frunció el ceño, esforzándose en no mostrar su consternación; Louis mantenía los labios apretados, echando miradas rápidas a William, quien, con los ojos entrecerrados y las manos unidas en el regazo, parecía perdido en sus pensamientos.
Para cuando Sherlock dejó de hablar, la tensión en el ambiente seguía vibrante. En su expresión, la furia se mezclaba con el terror en una extraña simbiosis, cada uno amplificando al otro. El miedo, un sentimiento al que rara vez se veía sometido, estaba latente en él, incluso si intentaba enterrarlo bajo la ira.
—Me dijo que, como "brujo", no tengo escapatoria, que llevar su marca exige lealtad hacia él. Me ha acosado para que firme en su libro, para que tome el Bautismo Oscuro... como si fuera una obligación ineludible.— Sherlock terminó su relato con un gesto de frustración y miedo mal disimulado.
Albert, se inclinó hacia adelante, el ceño aún más fruncido.— El sendero de la noche es voluntario, Sherlock,— dijo con voz calmada, aunque una sombra de inquietud se deslizaba en sus palabras. —Ese es el principio fundamental que nos diferencia del falso dios. Nadie, ni siquiera el Señor Oscuro, debería forzarte a algo semejante. No existe ningún... contrato de lealtad. Nunca ha sido así.
William asintió, sin apartar la vista de Sherlock. —En efecto, la lealtad no se exige, sino que se ofrece libremente,— dijo, sus ojos buscando a los de Sherlock con un toque de suavidad. —Nuestro Señor se aparta de la manipulación de la falsa Iglesia; respeta la voluntad de cada bruja y brujo sobre la Tierra, y sobre todo, los principios de sus libertades individuales...
—¿Y entonces cómo se explica esto?— Espetó Sherlock, con una amargura helada en la voz. Miró a cada uno de ellos, como si buscara cualquier indicio de engaño, cualquier pista que sugiriera que no le estaban diciendo toda la verdad. —¿Todo esto era voluntario, decíais? ¿Un camino que podía elegir o no, en libertad?— Sherlock se detuvo, y sus ojos azules se fijaron en William con intensidad. —Entonces, explícame por qué una criatura que dice ser el diablo en persona ha decidido acosarme, reclamando esa supuesta libertad como suya.
William abrió la boca, con la intención de calmarlo, de explicar las extrañas complejidades de su mundo. Pero las palabras se atacan en su mente, atormentadas por el dolor de ver a Sherlock tan lleno de resentimiento.
El reproche implícito en la mirada de Sherlock fue un golpe inesperado, y el remordimiento hizo que sus propios ojos reflejaran una expresión herida.
—Sherlock, escúchame... yo jamás... tú sabes que nunca te engañaría sobre nada...— La voz de William era baja, como si no confiara en que pudiera hacerle entender sin antes calmar la tormenta en su corazón. —Estoy diciendo la verdad, no sabemos por qué ha ocurrido esto...
Sherlock estaba por replicar nuevamente, por desquitar todo su terror y furia en quien no lo merecía, pero Louis, que hasta ahora había contenido su propio malestar, no soportó más la visión de su hermano siendo acusado de traición.
Con un paso firme, se acercó a Sherlock y su voz sonó cortante.
—¡Ni se te ocurra, Holmes! No tienes derecho a hablarle así a mi hermano, que ni se te pase por la cabeza.— Exclamó, sin preocuparse de esconder su indignación. — No tienes ni idea de nuestro mundo, ni idea de sus leyes, ni su cultura. Eres un completo ignorante y aun así...— Louis trató de respirar hondo, de calmarse, pero había aguantado sus emociones por demasiado tiempo por su hermano mayor y sus afectos hacia el detective, y ahora no podía frenarse.— No te atrevas a acusar a nadie de esa manera cuando solo se te está ofreciendo su ayuda.
El silencio se volvió pesado en la habitación.
Sherlock frunció el ceño, y aunque una parte de él sabía que Louis tenía razón, y que estaba lastimando a William con sus palabras, la rabia y la confusión superaban a la razón. Louis continuó hablando, imperturbable.
—¿En serio crees que, de haberte querido engañar, el hermano William estaría ahora aquí, a tu lado? ¿Sabes lo que él haría por ti sin siquiera dudar, mestizo? Contrólate, o yo mismo me aseguraré de que no vuelvas a abrir la boca.— Amenazó, apretando los labios, visiblemente conteniéndose de cumplir su voluntad.
William, con el rostro endurecido y el dolor aún presente en su mirada, hizo un gesto para que Louis se calmara. No quería que las cosas entre Sherlock y su familia se complicaran más. Al tiempo, una brecha de comprensión comenzaba a abrirse paso en el propio Sherlock, viendo la sinceridad y el pesar en los ojos de William.
Se cubrió con las manos, visiblemente avergonzado por su comportamiento. Nunca había dejado que el miedo le controlara así, ni había perdido los papeles de una manera tan... Vulnerable e hiriente.
—Lo siento... No sé que me ha pasado,— murmuró Sherlock, finalmente reconociendo la intensidad de sus propias emociones. Se pasó la mano por el cabello, intentando calmarse y dejar que las palabras fluyeran con menos rabia.— No quería... Acusar a nadie de nada. Perdóname, Liam.
William le dedicó una mirada de comprensión y una suave caricia en el hombro y, en silencio, Sherlock entendió que no estaba solo en este confuso camino.
Tras un breve momento, William intercambió una mirada breve con Albert, como si intentara encontrar en él una respuesta que él mismo no tenía. Louis se mantenía en su sitio, observando a Sherlock con desdén mal disimulado, pero parecía más calmado desde las disculpas de Sherlock.
William, por su parte, estaba horriblemente preocupado por el moreno. Él sabía que Satán era alguien justo, pero también implacable. Si se sentía en el derecho de reclamar algo, no pararía hasta obtenerlo.
—Sherlock, te aseguro que no tenemos idea de por qué el Señor Oscuro ha venido a verte de esta forma. Esto que nos cuentas es... inquietante, incluso para nosotros,— dijo William, inclinándose hacia él con una sinceridad palpable. —No sabemos por qué parece buscarte con tanta insistencia... Nadie que conozca ha pasado por algo similar...
Sherlock asintió lentamente, dejando su cabeza reposar levemente contra la figura de William. El miedo y la rabia parecían mezclarse dentro de él, y la vergüenza lo invadía al recordar cómo había reaccionado. Él, Sherlock Holmes, que siempre había enfrentado el mundo con una mente lógica y sin temor, ahora estaba completamente desorientado, acechado por fuerzas que no entendía, y, peor aún, por alguien tan imponente como Satanás.
Incapaz de soportar la inquietud, se levantó de golpe de su asiento. La mirada decidida y una especie de terquedad en sus ojos alertaron a William, que alzó la mano, intentando detenerlo.
—¿A dónde vas? —preguntó William con un tono claramente ansioso.
Sherlock presionó los labios en una fina línea antes de responder.
—Voy a ver a Mycroft... Esto ya es demasiado. Necesito saber qué está pasando, y sé que ese bastardo tiene las respuestas. —El impulso de hablar con su hermano mayor, de exigirle una respuesta, parecía ser lo único que podía darle un respiro en medio de esa opresión.
William intercambió una rápida mirada con Albert, como si ambos comprendieran el peso de la situación.
—Sherlock... —William pronunció su nombre con un toque de ternura y precaución, agarrando al moreno de los hombros para guiarle suavemente de nuevo a la silla.— No necesitas salir de la mansión a estas horas de la madrugada. Hay una manera más fácil de preguntarle, y mucho menos... peligrosa en tus circunstancias actuales.
Sherlock levantó la vista, intrigado. En sus ojos, sin embargo, se veía el recelo de confiar en otra promesa que no entendía.
William captó la duda, pero en lugar de ofenderse, se mantuvo a su lado, rodeándole con sus brazos en un gesto tranquilizador.
Albert, mientras tanto, se acercó al espejo grande que colgaba sobre la chimenea. Pasó las yemas de los dedos alrededor del marco, concentrándose, mientras delineaba el contorno en sentido antihorario, repitiendo una secuencia en latín que Sherlock ni siquiera se molestó en intentar traducir.
Lentamente, el reflejo comenzó a cambiar, y la superficie se transformó en una especie de ventana, que daba a la reconocible sala de estar de la mansión de su hermano.
El reflejo se hizo más nítido y, tras unos instantes, finalmente pudo ver la imagen de su hermano. A esa hora, estaba solo, con un libro en las manos, bajo la luz tenue de una lámpara de mesa. Parecía plácido, completamente ajeno al caos y al terror que su hermano menor había vivido esa noche.
Albert murmuró el nombre de Mycroft, llamándolo con calma, y el reflejo de su hermano levantó la vista, parpadeando ante la visión que tenía frente a él.
Al ver a Albert, la expresión de Mycroft cambió a una más suave, como si estuviese acostumbrado a este tipo de comunicación con el mayor de los Moriarty.
—Al...
Albert sonrió suavemente, para luego hacerse a un lado, dejando que el mayor de los Holmes, a través del espejo, viera el panorama en el que se encontraban. Sus ojos azules inmediatamente visualizaron a Sherlock, y su expresión previamente cálida se tornó hacia la preocupación.
—Sherlock, ¿qué ocurre? —preguntó con un tono que mezclaba la autoridad de un hermano mayor y la inquietud de alguien que empezaba a anticipar malas noticias.
Sherlock se aclaró la garganta, intentando mantener la compostura, pero su voz temblaba al recordar los encuentros con aquella presencia oscura. Sin alzar demasiado la voz, relató cada detalle de sus encuentros con Satanás, cómo lo había perseguido en el teatro, en el baño, y finalmente en la habitación. Contó, con cierto horror reprimido, cómo el señor oscuro le había exigido que firmara en su libro, que se consagrara, reclamando su lealtad por el simple hecho de haber nacido mestizo y portar su marca.
Mientras relataba los acontecimientos, los ojos de Mycroft reflejaron una creciente inquietud. Parecía entender, en algún nivel, lo que aquello significaba, aunque no quisiera reconocerlo del todo. Sin embargo, mantuvo el control, y cuando Sherlock terminó su historia, Mycroft suspiro profundamente. La seriedad en su rostro era evidente, y, después de tomar un instante, comenzó a hablar, como quien ha guardado demasiado tiempo para revelar una verdad difícil.
—Sherly... —dijo en voz baja, clavando sus ojos en él.— Voy a decirte algo que siempre intenté mantener oculto... algo que pensé te mantendría a salvo de situaciones como esta.
Sherlock permanecía en silencio, casi paralizado, cada palabra de su hermano aumentaba su tensión.
—Hace años, cuando cumplí con mi Bautismo Oscuro... —comenzó Mycroft con voz firme pero medida,— tomé una decisión difícil. Sabía, desde joven, que en el camino de la noche habría cosas que no aceptarías, ciertas tradiciones o mandamientos que ibas a rechazar, con todas las consecuencias que eso conllevaría. Y yo... quería protegerte de eso, aunque fuese sin tu conocimiento.
La sala quedó en completo silencio. Mycroft prosiguió, con una mirada que reflejaba tanto orgullo como pena.
—No sé si lo sabes, pero hay una diferencia fundamental entre los brujos y aquellos que nacemos como mestizos. Mientras que los brujos siempre tienen acceso a la magia, incluso antes de firmar en el libro de la Bestia, los mestizos no poseen esas habilidades a menos que se consagren. Que firmen en el libro.
William, que permanecía junto a Sherlock, lo miraba con una mezcla de sorpresa y comprensión.
—Cuando cumplí dieciséis años, el Señor Oscuro se presentó ante mí. Para él, los mestizos somos peligrosos, porque no estamos completamente atados a las leyes de las brujas, pero tampoco a las del falso dios, con lo cual, no podría ejercer su voluntad a través nuestra como lo haría con un brujo común.— Explicó el mayor con una mueca.
Sherlock alzó una ceja, pero no dijo nada y dejó a su hermano seguir su historia.
— Trató de extorsionarme para que pasara por el Bautismo Oscuro. Para él era algo prioritario que tanto tú como yo acabáramos plasmando nuestros nombres en su libro... Es alguien orgulloso y tenaz, pero también tiene miedo como cualquier hombre de lo que no conoce. Para él, que yo firmara en su libro significaría que su voluntad y reinado estarían seguros... Pero en ese entonces, lo que realmente me interesaba no era el poder, sino protegerte a ti, Sherlock. De él.
Sherlock lo observó, con una mezcla de confusión y una leve muestra de gratitud que luchaba por asomarse a su rostro.
Mycroft, haciendo caso omiso de su propia expresión de culpa, continuó.
—Hice un pacto con él. A cambio de los poderes que obtendría al firmar en su libro, acordé que él debía dejarte a ti, a mi hermano menor, al margen de todo esto. —Suspiró pesadamente, sin apartar la mirada—. Le exigí que no te obligara a pagar ningún precio, que no te reclamara para el Bautismo Oscuro ni te atara a su voluntad. Siempre y cuando... —la voz de Mycroft se detuvo por un momento, y pareció que el peso de las siguientes palabras lo aplastaba,— siempre y cuando no usaras ninguna magia. Lo cual creí que era imposible, dado que, como yo mismo antes de consagrarme, no tienes ni una gota de habilidad mágica.
Un silencio helado se apoderó de la sala. Sherlock sintió una mezcla de indignación y comprensión. Ahora entendía que, incluso con todas las dudas y tensiones entre ellos, su hermano había tomado una decisión que lo exponía a él, solo para mantenerlo seguro a él.
También se sintió avergonzado por haber actuado tan inconscientemente en el pasado con respecto a su hermano mayor, pero no lo admitiría.
El menor sintió una punzada en el pecho. No sabía que su hermano había renunciado a algo tan valioso solo por protegerlo. Sin embargo, la rabia y la confusión aún nublaban su comprensión. ¿Cómo había fallado el acuerdo entonces?
—Mycroft... —la voz de Sherlock era apenas un susurro.— ¿Y cómo, exactamente, se ha roto ese pacto?
Mycroft suspiró.
—El pacto era claro, Sherlock: si nunca usabas magia, el Señor Oscuro no te buscaría. Podrías llevar una vida normal... Sin ataduras. —Mycroft hizo una pausa, la gravedad en su voz evidente.— Y, sin embargo, algo parece haber roto el acuerdo. Es culpa mía, pequé de ingenuo... — se lamentó con una expresión derrotada como Sherlock nunca antes había visto.
—¿Roto? —repitió Sherlock en un murmullo, tratando de comprender.— ¿Significa eso que Satán ignoró el trato?
Los Moriarty intercambiaron miradas fugaces y Mycroft negó, tenso.
—Satanás... no rompe sus promesas, pese a lo que se pueda creer de él, siempre valora los pactos justos. No hay razón válida... Algo ha sucedido, algo que lo ha hecho reconsiderar el trato que hicimos.
Los ojos de Sherlock se abrieron con horror, y el peso de la situación se volvió más insoportable.
William percibió la angustia de Sherlock. Lo conocía lo suficiente para ver detrás de su semblante; la confusión y el miedo estaban ahí, latentes, y la ira no hacía más que enmascararlos. Sin decir nada, se acercó a él y posó una mano firme sobre su hombro.
—Sherlock... —comenzó, con voz suave, mirándolo con una mezcla de ternura y aprehensión,— no tienes que pasar por esto solo. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas, las que pudieran calmarlo y hacerle sentir que alguien estaba a su lado en ese momento de angustia.— Quédate esta noche... conmigo. No quiero que estés solo en esto.
Sherlock levantó la mirada, encontrándose con los rubíes de William. Hubo un instante en el que ni uno ni el otro supo qué decir, como si el momento los hubiera atrapado y envuelto en una intimidad inesperada. Sentía la calidez de la mano de William sobre su hombro, y ese toque lo hizo sentir un poco más seguro, aunque también extrañamente indefenso.
Por un segundo, se sintió tentado a rechazar la oferta; su primer impulso era fingir que podía resolverlo solo, proteger esa imagen de invulnerabilidad que tanto se había esforzado en mantener.
—Liam... —La voz de Sherlock se quebró un poco, y rápidamente apartó la mirada, como si el peso de esa súplica tácita lo dejara expuesto de una forma que lo hacía sentir incómodo. Sin embargo, la calidez y la firmeza en la mirada de William lo hicieron dudar. Había en sus ojos una muda de apoyo incondicional, una comprensión tan profunda que por un momento Sherlock se permitió aferrarse a ella.
William, al verlo tan derrotado y frágil, sintió un impulso inexplicable de protegerlo, de no permitir que esa vulnerabilidad se convirtiera en desesperanza. Haría lo que fuera. William era un brujo muy capaz y ya había cometido infinidad de actos horribles. De ser necesario, pelearía contra el aquelarre entero orgullosamente si con eso lograba mantener al detective fuera de peligro.
Con la voz algo temblorosa, pero llena de determinación, añadió:
—No quiero que pases la noche solo, no después de todo lo que has vivido hoy. —William buscó su mirada, su voz era baja. Una súplica para que aceptara.— Si te quedas... si te quedas conmigo, te prometo que no voy a dejar que nada te pase. Déjame protegerte.
Hubo un silencio espeso entre ellos, y Sherlock sintió cómo la pared que había construido a su alrededor comenzaba a ceder. La cercanía de William, el tono de su voz, le brindaban un alivio que apenas podía comprender. Sin darse cuenta, su mano se alzó hasta encontrar la de William sobre su hombro, y la presionada con suavidad, una señal silenciosa de gratitud y de una confianza que él mismo no entendía del todo. Sin embargo, aquella intimidada lo hizo retroceder; Sentía cómo el pecho se le aceleraba con una mezcla de ansiedad y algo más, algo que prefería no analizar en ese momento.
William, al notar el contacto, se ruborizó levemente, su habitual aplomo pareció desvanecerse por un instante. Con el corazón latiendo con fuerza, sostuvo la mirada de Sherlock y, en un impulso de consuelo, deslizó su mano por el brazo de este, transmitiéndole un apoyo y una calidez que iban más allá de las palabras.
Los latidos de Sherlock parecían resonar en sus oídos. No estaba acostumbrado a esta cercanía emocional, a sentirse tan expuesto y, al mismo tiempo, tan comprendido. El temor de su interior comenzaba a transformarse, a suavizarse con la simple presencia de William, que se encontraba a su lado sin exigir nada, simplemente brindándole su apoyo.
—Está bien. —Murmuró Sherlock al fin, su voz apenas un hilo, casi ahogada por la intensidad del momento.— Quédate conmigo, Liam.
William asintió, con una leve sonrisa que apenas se asomaba en sus labios, pero en la que había un alivio visible.
Desde el otro lado del espejo, Mycroft observó el intercambio entre los dos, sus ojos mostrando una mezcla de angustia y desconfianza. Él tenía sus propias preocupaciones por tratar de alejar a Sherlock del camino de la noche, sin embargo, estaba viendo que sería imposible separarlo del hermano menor de Albert.
Al final, con la misma firmeza que mostró en todas sus decisiones importantes, Mycroft cedió.
—Por favor, William, protégelo al menos esta noche...— pidió al rubio con un tono cansado, para luego mirar a su hermano.— Si el acuerdo se ha roto, si hay algún precio que deba pagar, lo discutiremos por la mañana, Sherly. Hasta entonces, clavad herraduras en las puertas y proteged las ventanas con sal. No lo detendrá de volver a acosarte si es su voluntad, pero al menos estará un poco más reticente.
William asintió, sosteniendo la mano del moreno suavemente y, sin decir más, condujo a Sherlock hacia su habitación.
Avel_isy on Chapter 1 Wed 16 Jul 2025 12:00AM UTC
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H0lyKyrie on Chapter 1 Thu 17 Jul 2025 04:24PM UTC
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