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Meses después
Francisco Romero se sentó junto a la pileta, mirando la casa brillantemente iluminada. Podía escuchar las risas y la música, incluso desde acá. Era el vigésimo tercer cumpleaños de Valentino y, ya que Valen estaba prácticamente viviendo con la familia de Simón últimamente, su cumpleaños este año se celebraba en la casa de Fernando.
Envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas, Francisco sonrió débilmente. Estaba feliz por su amigo, feliz de que todo por fin iba bien en su vida. Valentino y su hermano se llevaban bastante bien, aunque todavía era un trabajo en progreso, considerando cuan retorcido era Rafael. Todavía se atacaban mutuamente sin piedad, pero era obvio que ambos disfrutaban de sus bromas. Incluso la relación de Valen con su padre había mejorado: Eduardo parecía estar llegando lentamente a entender y aceptar que Valentino y Simón iban en serio y nada podría separarlos.
Y Francisco sabía que nada lo haría. Nunca había visto a su amigo tan feliz. Era un terrible contraste con el chico al que Fran había dejado en Moscú, y apenas podía dar crédito a sus ojos cuando vio de nuevo a Valen meses después, después de que... regresara.
Sí. Estaba feliz por Valentino. Y era muy lindo ver que un amor tan fuerte realmente existía y que los “felices para siempre” no eran algo de los cuentos de hadas.
Mordiéndose el labio, Francisco levantó la mirada hacia la luna.
Probablemente debería volver a entrar. Pero Dios, ya estaba enfermo de estar en el extremo receptor de las miradas compasivas y preocupadas, como si padeciera una enfermedad terminal. Estaba harto de decirles a todos que estaba bien. Nadie le creía, de todos modos.
Un movimiento en la terraza le llamó la atención. Fran sonrió ligeramente al notar las dos altas figuras ahí, cada una en los brazos del otro. Simón y Valen se besaban bajo la luna llena, las manos de uno en el pelo del otro, las bocas voraces y tiernas a la vez. Se besaron como si se pertenecieran mutuamente. Debe ser agradable amar y sentirse amado.
Al notar que se los estaba comiendo con la mirada, Francisco desvió la vista, hacia la lisa y oscura superficie de la piscina. Otra explosión de risas llegó desde el interior de la casa.
No pertenecía acá. Pero, de nuevo, ya no estaba seguro de a donde pertenecía.
Detrás de él, una rama se quebró.
Francisco se tensó, la piel de gallina corriendo por su columna vertebral mientras que lo llenó un peculiar estado de alerta. Contuvo la respiración, su corazón golpeando contra las costillas. Tum-tum, tum-tum, tum-tum.
Era una estupidez. No había nadie detrás de él. Estaba de vuelta en Argentina. Estaba de vuelta en casa.
Él no podía estar ahí.
Una mano grande y callosa se envolvió en su cuello.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Francisco. No era posible. Estaba imaginándose cosas. Esto no podía estar pasando.
Tragando saliva, giró la cabeza lentamente.
Helados ojos negros se encontraron con los suyos, y Francisco no podía respirar, ahogándose en sus profundidades frías, como un conejo atrapado en la trampa de un cazador.
Podría gritar. Simón y Valentino lo escucharían fácilmente si lo hacía.
"¿Me extrañaste, skazochnyy?" dijo una voz engañosamente suave.
Francisco se lanzó hacia delante y selló sus labios juntos.